jueves, 30 de junio de 2011

H.

Me estoy convirtiendo en mi peor "enemiga" porque siempre digo que me dan cierta rabia - claro que cada uno es libre de hacer lo que quiera - los blogs y demás que no dicen el nombre de los niños a punto de nacer hasta que han nacido. Me da rabia porque me produce mucha intriga y, también, porque me suena un poco a exclusiva del Hola.

Pero aclaro aquí que no dar a conocer el nombre de Mr X (apodo que me gusta mucho, por cierto*) no ha sido por darnos un aire misterioso ni tener a nadie en vilo. Simplemente, después de lanzar nombres a voleo, algunos muy alocados y refrenarnos porque fue así como cuajó el nombre de Rufinito y realmente yo no quería que Telesforo comenzase a sonar interesante, dudábamos entre dos o, mejor dicho, cada uno tenía su favorito, con ciertas ventajas y desventajas. Al final ha "ganado" el candidato de Manuel, contra el que yo no tenía más en contra que el hecho de que no era mi candidato y que es un nombre de esos que al principio ni gustan ni disgustan, simplemente porque nunca se han considerado. Lo que Manuel quería, sobre todo, es que fuera un nombre que sonara igual en castellano y en catalán y mi propuesta no se ajustaba a eso.

Así que pasamos unos meses viendo y oyendo ambos nombres por todas partes (más sencillo con el mío, no tanto (o eso hubiera pensado yo) con el de Manuel) y repitiéndonos: ¿Ves? Una señal.

Total, que a pesar de que no nos caracterizamos por ser grandes conocedores de la mitología clásica ni similares, el nombre elegido tiene ese origen y es... (¡qué nervios esto del anuncio así de oficial!):

Héctor (que en catalán es igual pero escrito Hèctor, claro).

(Por si alguien quiere conocer su historia mitológica, he aquí lo que dice la wikipedia). De todos modos, lo que decía antes de las "señales" y demás tuvo su punto álgido cuando aquella tarde en la Fnac en que descubrimos el cuento infantil de Javier Marías, al abrirlo resultó que el protagonista se llamaba, precisamente, Héctor. (Y sí, habría estado bien haber tenido el nombre totalmente decidido para cuando Javier Marías lo firmó en Sant Jordi: nos hubiéramos evitado aquella conversación un tanto surrealista y, quizá, le hubiera hecho gracia la elección).

Yo aún no me he terminado de acostumbrar y creo que hasta que nazca el pobre seguirá sin tener el nombre totalmente definido (aunque sí decidido, es dudoso que cambiemos a estas alturas) en mi cabeza.

Así que ya sabéis. Eso sí, sin ánimo de censurar a nadie, lo que sí recuerdo llegados a este punto es aquello de "si no tienes algo bueno que decir, mejor no digas nada".

* En mi familia pasará de ser Mr X a ser, inevitablemente, por asociación desde que una cinta de canciones infantiles inglesas llegó a nuestras vidas hace años, Hector Protector. Es de esas cosas que salen solas, pese a ser una cancioncilla un poco triste.

Hector Protector was dressed all in green;
Hector Protector was sent to the Queen.
The Queen did not like him,
Nor more did the King;
So Hector Protector was sent back again.

miércoles, 29 de junio de 2011

Estado de la situación



La foto no tiene nada que ver con nada, pero la hice el otro día con la única lectora y me gustó cómo quedó.

Si en esta entrada escribiera realmente lo que se me pasa por la cabeza me quejaría durante mucho rato del calor. Estoy tan cocida que hasta me he planteado abandonar el té matutino, el primer y único té del día que me sigue sabiendo a gloria como en invierno (de ahí que no lo abandone) pero que me da muchísimo calor y me hace desear de nuevo que me gustara el té frío y/o helado. Pero no, ni me gusta el té frío ni me veo capaz de renunciar a él.

En parte porque si renunciase creo que tendría aun más ganas de dormir de las que ya tengo y podría pasarme las 24 horas del día durmiendo plácidamente. Se supone que las embarazadas sufren de insomnio y duermen mal. Pues bien, yo duermo de maravilla incluso a pesar del calor, así que la función es doble: dormir y no pasar calor.

Incluso en noches como la de hoy, que me he tenido que levantar varias veces y que, por si alguien no se ha enterado y no lo ha celebrado por todo lo alto, ha sido La Gran Noche del Calambre. Una gran fiesta y sendos calambres para las piernas, que aún están doloridas.

Y el resto del tiempo, cuando no estoy celebrando la noche del calambre o deshaciéndome gotita a gotita, me dedico a ver pasar el tiempo, como la puerta de Alcalá. El pobre Miss Buncle's Book va de acá para allá conmigo, tanto fuera como dentro de casa, pero son pocas las veces en que lo abro y no porque el pobre no me esté gustando. Vegetar es un verbo que conjugo mucho, más aun si hay un ventilador/torre de aire cerca y vegetar también se vegeta de maravilla comiendo heladito. Esperar también lo conjugo por razones obvias (aunque Mr X no debería llegar antes del domingo... el viernes como pronto, que es cuando también llegan mis padres) y no tan obvias (un pedido del Book Depository que nunca llega, ¿se habrá ido la súpercartera de vacaciones?).

En fin, que así estamos.

lunes, 27 de junio de 2011

Tercera visita oficial de la única lectora a Barcelona

La única lectora que, aparte de todo, ahora también tiene categoría de decoradora y visitante de casa en estado caótico, ya se fue hace un par de días. Nos trajo regalitos: un montón de cosas monísimas para Mr X, entre ellas un cuento escrito por ella misma que no hago más que decirle que mande a alguna editorial, y nosotros a cambio la pusimos a trabajar.

Pero bueno, aparte de hacerla trabajar y asombrarla con nuestra capacidad de ingestión de dulces (¡qué buenas estaban las cocas de este año! No renegaré nunca de la de crema, pero la de chicharrones cada vez me va gustando más), también salimos a dar alguna que otra vuelta. El jueves pasado, con eso de ser el día del Corpus, pudimos ver en la Catedral y en más sitios el huevo que bailaba en las fuentes decoradas de forma preciosa con flores y, en el caso de la fuente de la catedral, también con cerezas. Yo nunca lo había visto y me hizo gracia:








También hubo vagueo/descansos/paradas en terrazas y sitios varios.



Y vimos el mar, cosa que la única lectora nunca perdona, y eso que este año no paseamos por la arena ni nos mojamos los pies (mis pies hubieran servido de barcazas).



Fuimos al cine y vimos Midnight in Paris, que nos gustó mucho a todos y en la noche de Sant Joan, entre coca y helado, vimos The Rocky Horror Picture Show, que Manuel y la única lectora se conocían al dedillo pero que yo no había visto en la vida.

Y en general nos cocimos y lo pasamos de maravilla. Habrá que repetir y, con un poco de suerte, la próxima vez la casa ya no estará sumida en el caos y no tendremos que poner a trabajar a la huésped.

jueves, 23 de junio de 2011

The Prime of Miss Jean Brodie (La plenitud de la señorita Brodie), de Muriel Spark

Aunque no tengo quejas de mi orden cronológico y aunque he leído novelas de Muriel Spark aleatoriamente antes de situarme al principio de su bibliografía, debo reconocer que me alegra ir llegando a sus obras más conocidas. Hace un tiempo me planteaba si, con una escritora tan prolífica como Spark, no se podría hacer un poco de trampa y amoldar el orden cronológico un poco y leer lo más relevante. Y lo confieso: así lo he hecho, porque el otro día me apetecía leer Muriel Spark pero no tenía en la estantería la novela que me tocaba, The Bachelors, y sin embargo ahí estaba la señorita Brodie de lo más tentadora, que ya son muchos años queriendo leer ese libro.

Así que hice trampa y no me arrepiento, porque The Prime of Miss Jean Brodie (La plenitud de la señorita Brodie) es la joya que todo el mundo asegura que es. De esos libros que, por muchas expectativas que se creen a su alreadedor, no defraudan sino que sorprenden incluso. Y todo gracias a la maestría de Muriel Spark. Reconfortante no sería la palabra que define lo que se experimenta cuando uno lee algo de Muriel Spark, porque su prosa suele ser también desconcertante y a veces incluso incómoda, pero se acerca a lo que, esté contando lo que esté contando la historia, el lector siente al ponerse en manos de Muriel Spark: pocas veces siente uno que el escritor está tan en control de lo que está contando, por caótico que pueda parecer, por caótico que pudiera resultar en manos de otros. Muriel Spark se repite, pasa de seguir ningún tipo de cronología, viaja adelante y atrás en el tiempo, cuenta cosas en la mitad que otros no te contarían hasta el final y todo, todo con un dominio que, si te paras a pensarlo te deja boquiabierto. No hay nada como leer a Muriel Spark. Nada.

Y por todo ello es difícil resumir la novela, porque es la historia que cuenta, sí, pero mucho más que eso. Decir que Jean Brodie es una profesora que acoge bajo el ala a un grupo de niñas de 10 años y las instruye - a su manera - hasta los 17-18, es quedarse muy corto. Jean Brodie es espontánea, chocante, nada políticamente correcta, mandona, cotilla, culta... y está, según ella, en su plenitud que, según ella también, le dedica caritativamente a este grupo de niñas.

Por eso que decía de que Muriel Spark pasa de la cronología, ahora no me importaría ver de nuevo la película y creo que lo haré. Me gustó, pero ahora quiero comparar (mal asunto). Eso sí, la película me dejó una huella: la señorita Brodie, en mi cabeza, habla con la inconfundible voz de Maggie Smith. Y no me quejo, porque creo que le va que ni pintada.

La otra secuela que tengo es que se han multiplicado por mil mis ganas de visitar Edimburgo, donde se desarrolla la acción. ¡A ver cuándo puede ser de una vez!

Como el libro donde la leía trae varias novelas de Muriel Spark, la tentación de acabar Miss Brodie y comenzar con la siguiente (The Girls of Slender Means) fue grandísima, pero me contuve. Y hablando de esa edición, debo decir que es de esas ediciones donde el papel es una maravilla y da gusto pasar cada página (también por el buen olor), por no hablar del marcapáginas de tela que siempre me pierde (y la excelente introducción de Frank Kermode, de la que quería haber citado alguna cosa que me temo se ha quedado en el tintero). A lo que le pongo pega es al hecho de que lleve sobrecubierta, que siempre me parece incomodísima y siempre quito en cuanto empiezo a leer el libro en cuestión. Sin embargo, aquí tuve que mantenerla (con toda la incomodidad que es que el libro se vaya resbalando y demás) porque si hay algo que llevo peor que las sobrecubiertas es el tacto de los libros encuadernados en tela, que me da mucha grima, más aún si ya tiene una capita de polvo acumulada (y por suerte este no era el caso aún, pero aun así).



En fin, menos mal que leyendo una novela así se perdona y se olvida todo.

Más Muriel Spark en este blog:

- Nuestro ciclo de cine basado en sus novelas.
- The Ballad of Peckham Rye.
- The Comforters.
- All the Poems.

martes, 21 de junio de 2011

Ausencia programada

Dentro de unas horas llega la única lectora a pasar unos días con nosotros. Esta vez no la hemos puesto en sobreaviso acerca del calor porque el año pasado concluyó que éramos unos exagerados, tampoco la hemos puesto en sobreaviso acerca de lo que es pasar una noche de Sant Joan por estos lares (aunque sí sobre lo ricas que están las cosas típicas de ese día). Sí que está en sobreaviso de que mis movimientos y capacidad de ir de acá para allá son un poco limitados (voy muy despaciiiiito (o eso me parece a mí); me adelantan los caracoles), pero bueno, ella dice que Barcelona ya la tiene bastante vista como turista, así que creo que nos entregaremos a la buena vida de pequeñas salidas y mucho vagueo, que no está nada mal.

(Debo anotar aquí que mientras escribo esto ha llamado mi amabilísima cartera para entregarme en mano un sobre que cabía perfectamente en el buzón y que contiene dos modelitos monísimos para Mr X venidos desde Madrid. ¡Qué ilusión, qué sorpresa!)

El caso es que, con la visita de la única lectora, estaré ausente del blog unos días (aunque dejo una entrada programada sobre mi última lectura). Todo puede ser, claro, pero que nadie piense - en principio - que la ausencia se debe a la llegada de Mr X cosa que, como dice mi hermana, haría que le diera algo a mi madre (mis padres también vienen dentro de poco).

lunes, 20 de junio de 2011

Tarta Oreo

Seguimos sacando partido a la sección de preparados. Menos sano que la repostería casera, que ya es decir, pero también más rápido. Y es que estos días la verdadera repostería es en formato mueble, preparando la habitación de Mr X y haciendo los ajustes efecto dominó que conlleva hacerle hueco. Y, antes de que nadie lo insinúe, no es síndrome del nido. Más que nada porque mi contribución al montaje es, por fuerza, escasa y, si alguien aún tiene dudas, diré que, no recuerdo por qué fue, pero hace un par de días Manuel, que ya dije que sí que tiene el síndrome, pronunció la frase "podías tener un poquito de síndrome del nido ese". Lo dijo en broma, pero la ausencia de síndrome es real. La habitación en construcción de Mr X es un auténtico caos y yo paso por ella sin que me afecte en lo más mínimo.

Así que el sábado por la tarde, como también dijo Manuel, nos dedicamos a perpetuar estereotipos y mientras él montaba muebles martillo en mano (bueno, no sé si martillo en mano exactamente, destornillador en mano seguro) yo me metí brevemente en la cocina a hacer este facilísimo preparado de tarta Oreo, que hacíamos con cierta frecuencia en aquellos tiempos en que no teníamos horno y que recordábamos con mucho gusto. Y además es un postre fresquito, lo cual en estos días le hace ganar muchos puntos.

El caso es que yo no soy muy fan de las galletas Oreo. No me disgustan (pocas cosas dulces me disgustan al fin y al cabo) pero tampoco me dicen gran cosa y sobre todo me cansan y me molesta que luego te dejen marcado con esos restos tan difíciles de quitar.

En cambio esta tarta sí que me gusta, quizá porque tiene más relleno (aunque yo hubiera jurado que antes tenía más relleno que ahora) que las galletas, quizá por lo fresquita que resulta.

Y el otro día también me gustó por lo rapidita de hacer que fue. Así que los estereotipos se perpetuaron durante poco rato, porque enseguida la tarta estaba metida en el frigorífico y yo en el sofá con los pies en alto y Muriel Spark y su Jean Brodie haciéndome compañía.

Y para desayunar al día siguiente recordamos que está realmente rico, este preparado de tarta Oreo, y nos moderamos hasta tal punto que aún queda la mitad. Para que luego digan.

Eso sí, he visto por ahí que hay recetas de verdad para hacer tarta Oreo sin preparado, así que quizá haya que explorar esa posibilidad en el futuro: en un futuro menos caluroso y con pies con menos tendencia a hincharse. También vi que hay helado de Oreo que, aunque no creo que sustituya a mi favorito casero - el de galleta María - no puede estar malo tampoco.

viernes, 17 de junio de 2011

Tres Persephones

Hace unos días me llegó una oferta de Persephone por la que, si comprabas dos libros, te regalaban uno de tres seleccionados como "para hombres" ya que este domingo es el día del padre en Inglaterra. Al principio - durante una milésima o dos de segundo - estuve a punto de dejar pasar la oferta, pero luego no me pude resistir. Un Persephone de regalo siempre es irresistible, aunque sea hacer un poco de trampa por aquello de no ser ya el día del padre aquí ni yo tener un padre que lea libros en inglés.

No las tenía todas conmigo debido a las muchas complicaciones que hubo el año pasado con la oferta de los Persephone Classics y las semanas que tardaron en llegarme, pero me arriesgué y los libros llegaron - esta vez sí - en un suspiro. Pedidos el jueves y recibidos en casa el martes, de manos de la que me sigue pareciendo la cartera más amable del mundo.


Como siempre, salvo por el de regalo, me había costado un montón decidirme. Tanto había dudado que el martes abría cada paquetito con la expectación de quien abre un regalo (eso sí, olisqueando las páginas de cada uno: ¿hay algún libro nuevo que huela mejor que los Persephone?), porque no recordaba por cuáles me había decantado al final. Fueron estos:



Operation Heartbreak, de Duff Cooper es el que vino de regalo. La oferta me vino de perlas porque este libro - como tantos otros de Persephone, eso también es verdad - llevaba en mi wishlist siglos.

The Closed Door and Other Stories, de Dorothy Whipple. Cuando lo recibí no entendí bien el proceso mental que me había llevado a él más que el hecho de haber leído con gusto un libro de la autora hace poco. Pero pensé "qué raro, aún tengo su Someone at a Distance en la estantería pendiente de lectura" y luego caí en que el proceso mental había sido hacerme con algunas historias cortas para los próximos meses ya que siempre admiten mejor la lectura caótica.

Miss Buncle's Book, de DE Stevenson. Otro que llevaba siglos en la wishlist (aunque menos que Operation Heartbreak). Tampoco recuerdo muy bien el proceso mental que me llevó a él y no a otro, pero creo recordar que tuvo algo que ver con el hecho de que acaben de publicar la continuación y que me tocara su marcapáginas con la última revista Persephone.

Procesos mentales confusos aparte, estoy obviamente encantada con mis adquisiciones.

El proceso mental que vino después de comprar estos Persephones el jueves pasado va más en la línea de compra compulsiva ya que, una vez desenfundada la tarjeta, me fui directa a The Book Depository a comprar otros tres (de los que aún no he recibido ninguno: en cuanto lleguen los pongo aquí).

jueves, 16 de junio de 2011

South Riding, de Winifred Holtby

Ya he ido diciendo por aquí y por allá en el blog que conocí a Winifred Holtby a través de Vera Brittain y su Testament of Youth. Pero dado que lo que me empujó de verdad a leer Testament of Youth fue Singled Out, de Virginia Nicholson, y que Winifred Holtby también aparecía en él, debería decir que ese fue nuestro primer encuentro, aunque lo recuerdo más bien poco (es lo "malo" de leer un libro plagado de historias fascinantes: que, inevitablemente, te quedas sólo con unas pocas). En cambio recuerdo muy bien su encuentro con Vera Brittain y la amistad de ambas, tal y como se cuenta en Testament of Youth, aunque no fuera ese el tema principal del libro, como sí que lo es de otro libro de Vera Brittain: Testament of Friendship (y que, ya que ya lo tengo en la estantería, ahora tengo mucha curiosidad por leerlo), escrito a raíz de la muerte prematura (a los 37 años) de Winifred Holtby.

South Riding es la última novela que Winifred Holtby escribió durante sus últimos meses de vida y que, sin embargo, nunca vio publicada. Winifred Holtby designó a Vera Brittain su albacea literaria e hizo bien, ya que su madre (de Holtby) se opuso bastante a la publicación del libro. Vera Brittain no se dejó influir por ella, publicó el libro y vio cómo se convertía en un éxito inmediato. Lo único que enturbió la victoria fue el lamento de que Winifred Holtby no pudiera asistir a su propio éxito.

Y eso que, en la época, Winifred Holtby era una personalidad aunque, como a tantas otras, ahora no la recordemos por lo que se la conocía entonces. Como se dice en la introducción de mi edición, Winifred Holtby era una conocida periodista, defensora de la mujer y muy activa en sus causas. Virginia Woolf, que en cambio no tragaba a Vera Brittain, la admiraba y le propuso que escribiera una autobiografía para la Hogarth Press que ella y su marido Leonard regentaban. Nunca llegó a hacerlo, pero el hecho de que Virginia Woolf te pida que escribas una autobiografía cuando estás en la treintena debería dar muestra de la reputación de Winifred Holtby en la época (hablamos, por cierto, de los años treinta también del siglo XX).

La madre de Winifred Holtby se oponía a la publicación de la novela póstuma de su hija porque, entre otras cosas, consideraba que había hecho un uso demasiado explícito de circunstancias reales de su localidad real en el condado de York. La madre de Holtby fue la primera "alderman" (concejal... ¿concejala?) de su distrito y Winifred Holtby la retrató como la ficticia "alderman Beddows" en South Riding, al tiempo que utilizaba otras historias reales y las llevaba a la ficción, cosa que no sentó bien a su madre por sentirse demasiado expuesta, hasta el punto de que decidió abandonar su cargo. Winifred, no obstante, insistía en que todo estaba filtrado y era ficticio y su madre no tenía nada que temer. El libro, de hecho, comienza con una carta a su madre donde insiste, una vez más, en esto.

La primera muestra de que el libro es ficticio es su nombre. Raros que son los ingleses, el condado de York se divide administrativamente en el West Riding (el de las Brontë), East Riding y North Riding, utilizando todos los puntos cardinales menos el sur, que no existe. Y es en este condado inventado (aunque con base real en el East Riding, creo), el South Riding, donde Winifred Holtby enmarca su historia.

South Riding es de esos libros que, desde que me topé con Winifred Holtby, me llamaban la atención pero nunca me animaba a adquirir/leer. Hasta que la adaptación de la BBC (las hay también anteriores) de este año (que ahora, por supuesto, tendremos que ver tarde o temprano: el trailer tiene muy buena pinta) me dio el empujón final y fue uno de los primeros libros que compré en nuestra redada a las librerías londinenses en marzo. Por si ese empujón no hubiera sido suficiente, la chica que me cobró el libro me repitió varias veces lo mucho-mucho-mucho que le había gustado a ella y lo mucho-mucho-mucho que es estaba segura de que me iba a gustar a mí (y eso, obviamente, sin conocerme de nada).

A la chica espero que la asciendan porque tiene muy buen ojo: efectivamente, me ha encantado. A pesar de todo y porque de los libros que tengo por leer me gusta saber lo justo, no tenía mucha idea de qué iría el libro. Sí, de una comunidad y demás, pero eso no es indicativo de nada. Middlemarch de George Eliot podría describirse de forma idéntica y aunque sé que algún día lo leeré (o debería leerlo) a día de hoy me da mucha pereza ponerme con él.

Y sin embargo leyendo South Riding te das cuenta de lo buena e infravalorada que está en la actualidad Winifred Holtby. Escribir una novela coral no puede ser sencillo y sin embargo Holtby lo hace totalmente espontáneo y hace que te enteres de lo que pasa como te enterarías en la vida real. No siempre hace falta situarse en la perspectiva del personaje en cuestión para saber qué pasa con él, a veces las cosas se saben de oídas y eso, nada fácil sobre el papel, Winifred Holtby lo domina, de modo que la lectura es muy, muy amena, muy rápida y de esas que hacen del lector un buen cómplice.

South Riding cuenta la vidad de una comunidad rural en los años treinta (siempre, y esto es un punto a favor de la perspicacia de Winifred Holtby, que no llegó a vivirla, con la perspectiva de una nueva guerra en ciernes, cosa que le pesaba mucho a Winifred Holtby, que pertenecía a esa generación tan marcada por la Primera Guerra Mundial), los años de la depresión, la crisis agrícola, las nuevas tendencias y posibilidades de una generación frente a las viejas ideas de la generación anterior. Sarah Burton que, pronunciando la que es la frase más conocida (e intraducible) del libro ("I was born to be a spinster, and by God, I'm going to spin"), se adentra en la comunidad cuando llega a ella como nueva directora del instituto para niñas. Lo que ocurre a continuación no siempre tiene que ver con ella, al menos no directamente, ya que tangencialmente y de la forma en que está contada la novela el "efecto mariposa" siempre se extiende a todos de un modo u otro. Sarah Burton también tiene una filosofía de vida muy particular que, si un día encuentro un rato, me gustaría poner aquí.

En fin, una joya de novela que me apena ver - al menos hasta donde yo alcanzo - que no está traducida*. Lo que sé seguro ahora es que, pese a ser la última publicación de Winifred Holtby, no será la última novela suya que yo lea.

*Como dice Pilar en su comentario, sí que se tradujo en 1947 y lo publicó la editorial Lauro como Distrito del Sur: un paisaje inglés. He aquí la ficha de la Biblioteca Nacional:

Distrito del Sur [Texto impreso] : Un paisaje inglés
Holtby, Winifred
CDU: 82-31.2"19"=6
Autor personal: Holtby, Winifred
Título: Distrito del Sur [Texto impreso] : Un paisaje inglés / Novela de Winifred Holtby. [Traducción del inglés por Simón Santainés]
Publicación: [Barcelona] : Lauro, [1947] (Agustín Núñez)
Descripción física: 422 p., 3 h., 19 lám. ; 22 cm
Serie: (Colección Lauro)
Nota general: El traductor consta al verso de la port.
Nota general: las 19 lám. en color

miércoles, 15 de junio de 2011

Flores


El otro día me di cuenta de que hacía mucho que no ponía fotos de las florecitas que Manuel sigue trayendo los sábados de la casita de verano, ahora junto a las primeras ciruelas de la temporada (una pena que yo con eso no pueda ayudar: no me dicen gran cosa las ciruelas) y con la perspectivas de melocotones en algún momento. Hace un par de años hubo muchísimos y el año pasado, para compensar, ni uno solo, pero este año parece que han vuelto, lo cual me resulta muy emocionante porque mi fruta del momento son los melocotones, por ahora comprados en la frutería. El otro día me tomé dos de una sentada, saboreándolos y repitiendo los buenísimos que estaban y luego - y hasta ahora esto sólo me pasaba con cosas dulces y con los pimientos rojos hechos de prácticamente cualquier manera - le aseguré a Manuel que me tomaría un tercero, pero me moderé porque si acabo muy llena, Mr X (que ya prácticamente tiene nombre; en cuanto sea 100% seguro lo pondré aquí) se lo pasa en grande boicoteándome la digestión. Eso cuando no me la boicoteo yo sola, como el otro día cuando se me ocurrió tomar un cartoncito de leche que venía con todas las muestras que me habían dado en el cursillo y casi muero de indigestión: no me pillarán bebiendo leche sola en mucho, mucho tiempo.

El caso es que, volviendo a las flores, no sabemos si la flor naranja que aparece en ellas (por cierto que me veo en la obligación de aclarar que Manuel trajo bastantes flores más, estas son sólo un grupito de ellas) es fruto de unas semillas que compré yo hace meses o no. Claro que, según hemos averiguado después, aunque las instrucciones de las semillas (suena raro, ¿no? Semillas con instrucciones) no lo decían, lo suyo sería haberlas plantado primero en pequeños recipientes o en cartones de papel higiénico hasta que germinaran un poco y luego ya pasarlas a un sitio definitivo. En nuestra ignorancia y seguimiento de las instrucciones, Manuel las enterró un poquito aquí y allá y nunca más se supo, a no ser que esta sea una superviviente. Y es que ahora no sé ni qué flor es ni - esto es aun peor - qué flores compré, o sea que cuando salgan, si salen, estaré en las mismas que con el 99% de la flora.



Me ha quedado una entrada de lo más dispersa. Para disimular diré que esta especie de "stream of consciousness" (¿cómo se dice en español? Google me dice que la tendencia es a decir monólogo interior, ¿será verdad?) es un homenaje a James Joyce y su Bloomsday, que es mañana.

lunes, 13 de junio de 2011

Tarta de queso de Mississippi Belle

Del último viaje a Madrid nos trajimos un preparado de tarta de queso de una tiendecita pequeñita pero con encanto exótico (y aunque el día que fuimos no tenían, sé que de vez en cuando sí que tienen Coca Cola de vainilla) llamada Happy Day en la que aparte del preparado compramos varias cosas, entre ellas una enorme madalena de chocolate hecha allí que estaba para chuparse los dedos.

El caso es que desde entonces el preparado languidecía en el armario porque supuestamente no encontrábamos mucho hueco para hacerlo. Yo había leído las instrucciones por encima y mal y me había parecido que era mucho más complicado de hacer de lo que finalmente fue. Leer recetas en diagonal es algo para lo que no sirvo, siempre meto la pata de una forma u otra.

El caso es que el viernes no habíamos planeado repostería para el sábado y el sábado por la tarde la perspectiva del desayuno de domingo normal y corriente iba pesando; de modo que de forma más o menos improvisada decidimos sacar el preparado del armario y ponerlos manos a la obra. Creo que en hacerlo tardamos 10 minutos o así. Lo metimos en el congelador un par de horas y luego en el frigorífico toda la noche. Lo que no traía el preparado era ningún tipo de cobertura, así que después de repasar varios sabores de mermeladas que podíamos ponerle optamos por una poco tradicional: la de albaricoque. Yo no soy nada de mermelada, pero la de albaricoque es de las que más tolero.

Así que el domingo por la mañana, impacientes por probarla, nos entretuvimos poniendo un bote entero (!) de mermelada de albaricoque por encima. Manuel desde el principio dijo que nos habíamos pasado y, al probarla, siguió manteniendo que por haber puesto un poco menos no hubiera pasado nada. Yo creo que, igual que lo de las lentejas, la manzana ácida y demás, a Mr X le van a gustar las mermeladas, porque a mí me supo a gloria y nada excesiva.

El preparado quedó riquísimo y lo único que lo ha hecho durar hasta el desayuno de hoy también ha sido que, aunque parece una tarta ligerita, es bastante contundente. Por cierto que este preparado es de una marca de preparados que no habíamos probado nunca: Mississippi Belle. Hasta ahora sólo habíamos probado cosas de Duncan Hines y Betty Crocker. Curioso, por cierto, lo de Betty Crocker, porque el otro día me dijo Manuel que había visto sus preparados a la venta en el club del gourmet de El Corte Inglés. Así que ya nadie nos puede llamar cutres o vagos cuando optamos por un preparado en lugar de hacer lo que sea desde el principio. Vagos no, gourmets.

Eso sí, yo ya le dije a Manuel que en algún momento del verano/calor hay que repetir la tarta de queso al estilo de Nueva York tan deliciosa que hicimos (sin preparados) el año pasado. Aunque este año no la saboreemos con sendos billetes de avión a Nueva York entre manos.

El caso es que por la tarde, cuando Manuel, don calores, me aseguraba que no hacía demasiado calor y yo le aseguraba a él que hacía un calor infernal, la tartita de preparado fácil pero gourmet nos vino de perlas para refrescarnos (claro que Manuel no tenía calor...). Y que conste que en la tarde del sábado y de moderación para compensar, lo del refresco había venido a base de beber zumito de frutas.

Eso sí, ahora, por circunstancias que no vienen al caso, tenemos los horarios alterados. Lo suyo sería planchar por la noche y ver la película clásica al mismo tiempo pero mis pies se niegan a ponerse tanto rato de pie a esas horas, así que ayer planché en solitario (o bueno, acompañada por un concierto de Bon Jovi... ya que no voy a ir al de Barcelona) y por la noche vimos la película sin plancha, yo apoltronada en el sofá, bendiciendo a los fabricantes de helado, a los fabricantes de ventiladores y a los fabricantes de sofás. La película era The Smiling Lieutenant (El teniente seductor) de Ernst Lubitsch, de 1931 (aunque está años por delante de cualquier película de la época; ver una película de Lubitsch es como ver una película actual... o mejor), con Claudette Colbert y el rompecorazones de la época: Maurice Chevalier. Eso sí, la película era claramente pre-código Hays y no temería equivocarme si dijera que el código se gestó cuando alguien vio esta película que parece que ilustra, punto por punto, lo que luego el código decretó censurable.

Creo que a partir de ahora todos deberíamos desayunar así; la canción cursi (entre otras frases memorables: "el paraíso está en cada tira de bacon") es imprescindible, claro:

viernes, 10 de junio de 2011

El nido

El otro día empecé los cursillos de preparación al parto, un poco mal organizados porque yo los empiezo a estas alturas a las que voy a poder ir como a cuatro o cinco clases (se supone que son ocho) y sin embargo hay ya chicas haciéndolos cuyos niños no nacerán hasta octubre o por ahí. El caso es que el primer día me tocó salir de casa en pleno diluvio, con unas deportivas que antes me resultaban comodísimas y ahora era como si hubieran encogido tres tallas y, en general, pocas ganas. Como suele pasar en esos casos, la cosa estuvo mejor de lo que imaginaba, sobre todo animada por el hecho de que nos dieron dos cajitas de muestras y demás, que siempre hacen ilusión*.

El caso es que se mencionó de pasada lo del síndrome de nido y la comadrona dijo que, en realidad, lo probado es que dé unos días antes del parto, no semanas ni meses antes. Estuvo bien porque, pese a que algunas achacábais mi plancha y organización y demás al síndrome de nido, debo admitir que me movió únicamente la responsabilidad y nada más. Manuel, con razón y ante lo que conoce, duda de que el síndrome este llegue a afectarme. Si me afecta - cosa difícil de imaginar - será sentada en el sofá, pensando que tendría que limpiar esto u ordenar aquello, pero poco más. Yo es que soy muy vaga y si limpio es, pues eso, por responsabilidad, higiene, costumbre o el hecho de que ya no hay más remedio o lo que sea, pero el síndrome lo veo muy remoto y de hecho creo que Manuel es mejor ejemplo que yo en ese sentido.

El otro día cuando me lancé al diluvio para ir a las clases, dejé la casa como siempre y cuando volví, dos horas y pico después, me encontré con que Manuel había desmantelado todos los muebles que había que desmantelar, se había informado sobre el servicio de recogida y, así, había empezado el efecto dominó por el que vaciamos una habitación para llenarla con algún mueble de otra y así liberar esa para Mr X. Por cierto que parte del desmantelamiento era desmontar una mesa que, hasta ahora, estaba, en parte, llena de libros de adquisición reciente y no tan reciente: si yo sufriera de síndrome del nido, estaría colocando esos libros, ahora un poco desperdigados, en la estantería sin pensármelo dos veces, pero el caso es que los libros están desperdigados y yo estoy aquí, tan feliz.

El caso es que, aparte de eso, Manuel se había acercado a la tienda a recoger el cochecito, que ya era de las últimas cosas que nos faltan (si no contamos alguna cosa más y los muebles de la habitación de Mr X, claro). Otras veces no digo marcas ni nada, pero esta vez sí: es el City Mini 4 de BabyJogger, marca que conozco muy bien y que, mejor aún, me gusta mucho. El modelo y el color son los de la foto, con el capazo a juego. Estos días, inundada de revistas y catálogos como estoy (¿acaso alguien pensaba que las muestras del otro día venían libres de folletos y revistas y catálogos? Pero por mí perfecto, yo hojeo cualquier catálogo que me den, tanto si es de la ferretería como si es del supermercado como si es de la Fnac), confirmo, una y otra vez, que pese a la grandísima oferta de cochecitos que hay, este es el que más me gusta por muchísimas razones, una de de ellas es que se cierra con una sola mano.

El caso es que estuve tentadísima de montarlo, sólo el hecho de luego tenerlo que volver a desmontar del todo para volverlo a guardar tal y como venía o dejarlo montado acumulando polvo me hizo desistir, pero me entretuve un buen rato mirando el capazo (¡con mosquitera de serie! Se van a enterar los mosquitos tigre...).

Y con el coche llegaron algunas cositas más: un juguete monísimo, un monitor (sólo de sonido) y una tela-foulard de esos para llevar al bebé que me parecen buena idea para ciertas salidas. Ayer hice un intento de uso y primero fue muy frustrante pero después fue un poco mejor: supongo que ahora la barriga también estorba. Lo más difícil, claro, vendrá cuando haya que meter al niño, cosa que ahora me parece misión imposible.

Con todo, ciertas habitaciones de la casa son un caos en estos momentos. Está bien no tener el síndrome de nido y en lugar de limpiar y tratar de poner orden donde es imposible - e inútil, puesto que todo es temporal - yo me dedico a pulular entre el caos mirando las adquisiciones de Mr X (siempre tentada de sacarlas del embalaje protector) y, ahora también, los libros que apenas recordaba haber comprado.

* Es que yo soy de esa gente que se vuelve loca por las promociones/cosas gratis. El otro día en el supermercado tenían una promoción por la que si te llevabas dos paquetes de helado de una misma marca te regalaban una mochila (nada del otro mundo, claro). Me pasé media compra intentando convencer a Manuel de lo ricos que estaban los helados de esa marca, bla bla bla, hasta que me recordó que tenemos una zona del armario llena de bolsas y demás promocionales que nunca usamos... Tenía razón, así que desistí, pero eso no quita que a la próxima promoción no vuelva a la carga.

martes, 7 de junio de 2011

Caos y orden

A veces parece que se junta todo y aunque hacía semanas que yo iba diciendo - sobre todo diciéndome - que tenía que lavar y planchar la ropa de Mr X (confirmo que seguimos sin hacernos los interesantes ni nada; ya estamos casi decididos por un nombre pero hasta que la decisión no sea en firme prefiero no hacer grandes anuncios) pero no paraban de surgir cosas que lo impedían. Por fin la semana pasada me puse las pilas y unas cuantas lavadoras y el planchero se instaló unos días en el cuarto de estar, no sólo el ratito de plancha dominical.

Y así pasamos del orden con que estaba guardado todo en sus plásticos, bolsas y demás, al caos y, lavadora y plancha mediante, de nuevo al orden:








Y con el orden y la bolsa recién adquirida pude por fin dejar cerrada y preparada la bolsa de Mr X para el hospital con la lista que allí me dieron. Ayer también terminé mi bolsa, así que ya está todo listo (salvo la habitación de Mr X) porque el cochecito ya está esperándonos en la tienda a falta de ir a recogerlo esta semana.


lunes, 6 de junio de 2011

Otra vez: tortitas

Está bien que justo llegue ahora del médico donde me han dicho que me modere con los dulces y venga directa a hablar de las tortitas que nos zampamos ayer. Lo bueno es que fueron sólo para desayunar de modo que, a diferencia de la repostería de otras semanas, comenzamos la semana libres de dulces. Al fin y al cabo moderación no es prohibición total, así que lo que yo entiendo (o, bueno, quiero entender) por moderación es justo eso: un caprichito de vez en cuando y no más.

Cuando hemos hablado del ardor de estómago y me ha mandado unas pastillas masticables (que de momento he pasado de pedir en la farmacia) tampoco he mencionado el hecho de que hasta ahora no he dado con mejor remedio/alivio que el helado. Mejor un heladito que una medicina, ¿no? ¡¿No?!

Concluyamos entonces que la moderación es un concepto vago y personal.

Volviendo a las tortitas de ayer: la moderación (ejem), el poco tiempo y demás, hacen que últimamente los sábados de repostería sean bastante poco elaborados, así que incluso el preparado que nos trajimos de Madrid y que, en teoría, no debería ser muy complicado (aunque leyendo las instrucciones lo es más de lo que yo pensaba), no encuentra su hueco. Pero hay otros preparados que sí. Me alegra ver que Dr Oetker, que en otros países tiene todo una gama de productos de repostería, va aterrizando con ellos por estos lares. Así que fue ver su "crêpes shaker" en el supermercado y tentarme mucho: ya teníamos desayuno dominical. Sí, ya sé que una vez me comentáisteis lo fácil que es hacer la masa de las tortitas/crêpes en casa, pero este es incluso más sencillo (que ya es decir) de hacer que el otro preparado de tortitas que compramos. La diferencia que encuentro entre ambos es que el que utilizábamos hasta ahora sí que debe de llevar azúcar y este de Dr Oetker, que dice que sirve tanto para crêpes saladas como dulces, no. Pero al final, con o sin azúcar, creo que me quedo con este de Dr Oetker.

Eso sí, Manuel dice que no le salen a cuenta los desayunos de tortitas porque entonces le toca ponerse el gorrito (sólo metafórico) de chef y pasarse ese rato con la sartén y demás. Pero es que yo soy negada para las tortitas y a él le salen muy bien. Yo mientras pululo, pongo la mesa, preparo los condimentos, monto la nata (ayer) y alabo la obra del chef.

Los condimentos de ayer eran Nocilla y nata para Manuel y, oh, una deliciosa combinación de nata y sirope de arce para mí. No sé por qué creo que nunca había tomado las tortitas con sirope de arce y nata, pero creo que ahora me he instalado en esa combinación por los siglos de los siglos. ¡Qué delicia! Ya está todo más que inventado, por supuesto, pero para mí fue un gran momento "¡eureka!"

Pero bueno, aparte de desayunar "moderadamente", también hubo plancha y película: una película inglesa de 1950, Last Holiday (escrita por J.B. Priestley), que estuvo muy, muy bien. Pero no fue esa la única película que vimos ayer (Manuel siempre ve unas cuantas acumuladas en el DVD a lo largo del fin de semana: yo puede que me enganche, puede que no): por la noche vimos (grabada desde hace siglos) Don't Drink the Water (Los USA en zona rusa), de Woody Allen, que me pareció divertidísima.

Y este fin de semana (qué horror, parece que nos hemos pasado el fin de semana pegados a la televisión y no ha sido el caso) también se nos han terminado un montón de series de las que vemos, así que me parece que en breve tendré que escribir la consabida entrada de series vistas. Por cierto que ayer la BBC emitió el primer episodio de su adaptación de las novelas de Jackson Brodie de Kate Atkinson. Yo ya lo tengo, ahora es cuestión de encontrarle un huequecillo. (Hoy emiten el segundo; el tercero y el cuarto son el domingo y lunes que viene y aún quedarán dos más, lo digo por si alguien está interesado).

viernes, 3 de junio de 2011

Infalible

Con esto de que el calor haya llegado tan pronto este año, hacía ya semanas que Manuel y mi madre sugerían que me pasara a los platos de verano. Yo era reticente porque era muy pronto y sabía algo que ellos no: que la primera ensalada veraniega del año siempre es mejor que cualquier parte meteorológico: es hacerla y saber que el tiempo va a cambiar a peor.

Así que pese a haberme esperado a dejar mayo atrás, en una versión abreviada (quizá ese es el problema) y culinaria de "hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo", el resultado fue nefasto y a la vista de cualquier persona que viva en la zona: ¿el día del diluvio por la tarde? Yo estaba en la cocina preparando esta ensalada de garbanzos para el día siguiente (ayer). ¿Ayer que todo el mundo iba con su chaquetita (menos yo, que soy un horno con patas (patas de elefante o hipopótamo, eso sí)) y que, como dirían en el tiempo, había "chubascos aislados" durante todo el día? A nosotros nos esperaba, bien fresquita, la ensalada de la foto. A mí me supo deliciosa, pero creo que Manuel se prometió a sí mismo no pedir comidas veraniegas nunca más. Que conste que yo había avisado.

Aún queda ensalada y hoy el día sigue un poco tonto. Supongo que el cielo gris y las temperaturas más moderadas se esfumarán en cuanto hayamos comido el último garbanzo y yo esté pensando en cocinar algo caliente.

miércoles, 1 de junio de 2011

Over, de Margaret Forster

Creo que ya he dicho alguna vez que me enganché a Margaret Forster allá por el año 1999 ó 2000. La revelación, echando la vista atrás, estuvo muy cerca en el tiempo de Jane Eyre (que abrió las puertas a todo lo Brontë). Curiosamente para mí que siempre reniego de las lecturas obligadas, ambos descubrimientos se debieron a una clase de literatura en la universidad. Qué diferencia cuando la profesora es buena y cuando te deja que elijas el libro a tu aire, siempre que esté dentro de un periodo de tiempo concreto. Jane Eyre fue mi elección para los clásicos (o quizá el periodo de tiempo era más concreto, no recuerdo ya) y la elección fue tan simple como que me había interesado lo hablado en clase sobre ella y, más que nada, creo yo, que estaba en inglés en las estanterías de casa (en esa edición de la que ya hablé). Otra de las lecturas debía ser de literatura contemporánea inglesa, un campo amplísimo y apenas tratado en clase. Así que allá que me fui a Pasajes y, por azar, totalmente por azar, me encontré con The Memory Box entre manos. Ya he dicho en más de una ocasión que me pueden las sagas familiares, las historias de secretos familiares y este, según el resumen, era una perita en dulce de ese tipo (y lo fue, lo fue). El resto es historia: me gustó tanto que fiché a Margaret Forster como escritora y desde entonces hasta ahora me afano en completar su bibliografía (es una autora muy prolífica) e irla leyendo poco a poco. Curiosamente, cuando entregué el trabajo sobre The Memory Box, la profesora me preguntó cómo había llegado hasta él porque Margaret Forster era una de sus autoras preferidas y no sabía que tuviera libro nuevo.

Y así llegamos hasta Over, comprado en el verano de 2007 en el ya difunto Borders de Charing Cross en Londres.

Margaret Forster es de esas autoras que 1) pueden escribir de lo que les apetezca, porque escriben tan, tan bien que sus historias enganchan incluso cuando el tema no te atraía inicialmente y 2) que no se encasillan ni se quedan ancladas en el tiempo, embalsamadas en una especie de botox literario, sino que van escribiendo de lo que les resulta interesante en la vida: de jovencita en los años sesenta escribía novelas como Georgy Girl y ahora escribe novelas como Isa & May que, sin haberla leído aún, sé que va sobre las abuelas.

La historia de Over era de esas que, en principio, no me terminan de llamar demasiado la atención, aunque este recelo con Margaret Forster siempre es mucho menor que con otros: una familia que, cada uno a su manera, intenta recuperarse de la muerte de su hija/hermana con 18 años en un accidente marítimo, todo visto desde los ojos de la madre, que va plasmando, de forma aleatoria (pero magistral puesto que quien dirige ese supuesto azar es Margert Forster), por escrito sus pensamientos acerca de su vida, antes de la muerte de la hija, al enterarse de la muerte, después y en la actualidad y así ejerce de filtro también de las reacciones de sus hijos y de su marido y se va convirtiendo poco a poco en el mítico narrador del que no sabemos si podemos fiarnos siempre, sobre todo hacia el final.

O quizá sí fiarnos, pero dejando de estar tan en sintonía, o fiarnos y alabar sus decisiones, quién sabe, si por algo se caracteriza Margaret Forster es por contar las cosas y dejarlas en manos del espectador, hacerlas reales como la vida misma, donde no siempre todo está claramente bien ni claramente mal y donde se puede entender y comprender a todas las partes. Ya dije una vez, creo, que las historias que cuenta Margaret Forster son como conversaciones de esas que se escuchan por casualidad y a veces sin querer (al menos al principio) en el transporte público. Infinitamente mejor contadas, sí, pero igual de cotidianas y de las que siempre te dejan la sensación esa de que, al bajarte tú o quien contaba la historia, se queda el final, no exactamente abierto en el sentido de que la historia acabe de forma abrupta, sino abierto en el sentido de que la historia, o el trozo de ella que venía a cuento, ya está contada y/o encauzada pero no sabes lo que va a pasar a partir de ahora.

Como siempre con Margaret Forster me tengo que conformar pensando que es una delicatessen porque ni aquí (donde ya dije que sólo tiene un único libro traducido, el único libro suyo con el que no he podido) ni en Inglaterra (aunque obviamente sí más que aquí) es una escritora de masas que provoca grandes campañas de publicidad cuando saca libro nuevo. A veces es mejor así, a veces me gustaría que se apreciara más su magnífico trabajo.

De Margaret Forster he hablado aquí y allá en el blog, pero en particular:


- Georgy Girl, con una foto de mi colección de libros suyos en el momento (ahora ya tengo algunos más, he ido rellenando huecos).
- Is There Anything You Want?
- Keeping the World Away.
- Su estudio.
- Soñar con ella dos veces (aunque en total son tres): una y dos.