
Yo tenía muchas ganas de leerla, aparte de por las mismas razones que el 95% de los lectores que la compraron en la fecha de lanzamiento, porque el tema era acorde con mis gustos: el típico pueblecito inglés que, de repente, se ve sacudido por una noticia y ve tambalearse sus cimientos mientras el lector atisba la verdadera situación no tan apacible del pueblo por entre las piedras que se van derrumbando.
Así que nada más llegar lo empecé con muchas ganas. Quizá no ayudó que tuviera poco tiempo y mucho sueño a la hora de establecer la lectura, pero lo cierto es que al principio me costó mucho. J.K. Rowling reconoce como fuentes de inspiración a Elizabeth Gaskell y a George Eliot, así que quizá con esta novela puramente contemporánea pasa lo que yo encuentro que ocurre con muchas novelas decimonónicas: el reto de las 100 primeras páginas. La novela tarda en arrancar, sucede poco y/o muy lentamente, la verborrea aparentemente inútil del autor (que luego no lo es, que conste, que yo ya se sabe que adoro la novela inglesa del siglo XIX) no parece llevar a ningún lado, etc. Pero alrededor de la página 100 todo empieza a cobrar sentido: uno comienza a valorar la ya no verborrea, sino magnífico dominio de la prosa del autor, empiezan a ocurrir cosas, los personajes se van "encasillando", etc. Vaya, que, sin darse cuenta, uno se ha sumergido en la historia de repente y entonces, entonces te engancha y no te suelta.
Y sin embargo en The Casual Vacancy pasé la página 100, la página 150 y aquello seguía aburriéndome bastante. Es una novela coral como no podía ser de otra forma con esa premisa, es un pueblecito inglés en el que resulta divertido ver cómo la autora ha ido creando las complicadísimas relaciones sociales de los personajes, el verdadero tejido de la historia, pero quizá se le va un poco de las manos el meterse en el pueblo y resulta todo muy lento. Podía haber contado lo mismo en muchas menos páginas y, diría yo, algo mejor porque el lector no habría perdido el hilo tantas veces (o quizá eso sólo fue cosa mía, que no sería extraño). Los personajes, pese a estar tan perfilados como en Harry Potter (o intentarlo al menos) los encuentro un tanto planos o quizá será que no he encontrado uno solo que me haya caído ya no bien sino al menos no fatal en toda la novela. Todos y cada uno de ellos me han resultado odiosos, cosa que, habiendo tantos, me hace preguntarme un poco cómo es posible que suceda.
J.K. Rowling dijo que es una novela que necesitaba escribir y aunque he visto algunas críticas que cuestionan esas necesidad, yo sí que le veo sentido. Como ya conté cuando visitamos The Elephant House en Edimburgo, J.K. Rowling fue durante algún tiempo ese personaje a los que los ingleses tienen tirria y defienden a partes iguales: una madre soltera que vive (o malvive, no lo sé) de la ayuda que le da el Estado. Es decir, que no es una novela social escrita por una señora que nunca ha tenido contacto alguno con esa realidad ni mucho menos. Puede que ahora viva en un palacete y se gaste una pasta en los juegos de jardín de sus hijos (al fin y al cabo es su dinero y se lo ha ganado a pulso) (y por si alguien tiene curiosidad por ver la casa donde se escribieron algunas novelas de Harry Potter, aquí está y a la venta por el módico precio de 2,25 millones de libras) pero hay cosas que, creo yo, no se olvidan fácilmente. Así que entiendo que en esta novela y en estos tiempos reivindique las ayudas públicas, la educación, la sanidad, etc. Y que conste que pese a que yo lo destaco aquí no es una novela panfleto ni mucho menos, sino que es un tema muy bien integrado en la historia.
Ahora bien, tengo la sensación de que lo que no dice es que también sentía la necesidad de demostrar al mundo que ella también sabe escribir para adultos y para ello no vio otra opción que incluir todo tipo de problemas sociales en la novela, como si tuviera al lado una lista de "temas chungos" que fuera tachando a medida que los iba incluyendo a veces un tanto aleatoriamente: drogas, abusos, problemas familiares, infidelidades, obesidad, abandono infantil, adolescencia problemática, ayudas estatales, inmigración, clases, problemas económicos, acentos chungos y muchos tacos y situaciones extremas. Como el chiste aquel del niño que presume de montar en bici sin manos y sin pies y termina por caerse, pues igual: ¡mirad, sé decir tacos y escribir novelas en las que no hay unicornios! Pero lo que parece habérsele olvidado es que en Harry Potter trató muchos de esos temas (obviamente no todos) de forma mucho más sutil pero no por ello menos reivindicativa (por llamarlo de alguna forma). Harry, quién no lo recuerda, era un huérfano infeliz al que sus tíos obligaban a dormir en un armario debajo de la escalera. Ya nos dimos cuenta de que pese a ser novelas infantiles y de magia, ella era consciente de que no todo eran unicornios y butterbeer junto a la chimenea.
Al final la influencia decimonónica cuajó del todo y acabé enganchada hasta altas horas de la madrugada (como en los mejores tiempos de Harry Potter) hasta que lo terminé. Pero aun así reconozco que no me ha entusiasmado. No es malísimo pero me queda la duda de cómo funcionaría y qué diría la gente si lo firmase K.L. Smith. Y ojo que eso es aplicable tanto para lo bueno como para lo malo, no algo necesariamente malo.