viernes, 30 de marzo de 2012

How It All Began, de Penelope Lively

Ya que 2011 empezó, y transcurrió, de maravilla con un libro de Penelope Lively, y ya que la pila de libros tentadores de adquisición reciente (ni nombremos ya los de adquisición no tan reciente que siguen esperando) es inmensamente tentadora, qué mejor que una decisión un tanto aleatoria para coger uno de ellos casi al azar: empezar el 2012 como el 2011: leyendo a Penelope Lively y su libro más reciente y de portada preciosa (y sí, en la mesita de la portada hay un ejemplar de El código Da Vinci, detalle nada aleatorio que demuestra que la foto es ad hoc para la portada; por no habalr de que muchos de los otros libros que se ven son obras de la propia Penelope Lively también): How It All Began (buen título, además, para comenzar el año).

Lo aleatorio, por cierto, es prácticamente la premisa de How It All Began, un libro escrito aplicando la teoría del caos (esa de la mariposa que bate las alas aquí y causa un tsunami allá) a la vida, algo que experimentamos constantemente y que ni examinamos (sería agotador) ni desarollamos de forma tan brillante como Penelope Lively.

A Charlotte, con setentaypico años, un buen día (un mal día, en realidad) le dan un tirón del bolso por la calle y al caerse se fractura la cadera. Un acontecimiento cotidiano (por desgracia) que cambiará las vidas del resto de personajes de forma insospechada. Una novela coral en la que todo descarrila a raíz de este accidente y se sale de su trayectoria predecible, si es que alguna vez la hubo. No sólo cambia la vida de Rose y Gerry, la hija y el yerno de Charlotte, sino la de Anton, un alumno de Charlotte, la de Henry, el jefe de Rose, la de Marion, la sobrina del jefe de Rose, y así una cadena que se complica y crece y no tiene fin.

Es un tema que encuentro fascinante y con el que conecto bien con Penelope Lively: adoré su Consequences por esta misma razón y su Making It Up me pareció curiosísimo por lo mismo (es una biografía en "¿y si?" en la que en vez de contar su vida, imagina cómo hubiera sido si los momentos clave se hubieran desarrollado de distinta forma).

Penelope Lively, como Margaret Forster, cuenta una historia cotidiana, de esas que no tienen principio ni final, más que aquellos delimitados por las páginas del libro. Por suerte para el lector cotilla como yo, Penelope Lively es tan amable de hacer eso que probablemente para los puristas (no lo sé, no tengo ni idea) sea un recurso pobre, pero que a mí siempre me deja satisfecha: al final del libro cuenta qué fue de los personajes principales. Recurso pobre o no, hay veces que el autor debería concluir el libro así por ley. Vale que uno le puede echar imaginación, pero lo que dice el autor va a misa. Y será triste, pero prefiero infinitamente que el autor me diga qué fue de un personaje por poco que me guste lo que le ha deparado ese destino, que no montarme yo la película tal y como me gustaría pero sin la firma de la autoridad competente.

En resumen, un libro para sacar de la estantería y sentarse a leer y pasar así horas y horas, preferiblemente en un rinconcito lector tan acogedor y agradable como el de la portada.

PD. Resulta que Blogger no me deja comentar ni en mi propio blog ni en blogs ajenos. Lo seguiré intentado, pero ando con el tiempo justo porque el domingo nos vamos unos días a Madrid. Pero que sepáis que he pasado por vuestros blogs (como tantas veces, aunque no siempre pueda comentar). Dina: ¡miles de gracias!

lunes, 26 de marzo de 2012

Tortitas

Está bien porque tengo unas cuantas entradas a medias en borrador, incluido el primer libro del año (y ya llevo tres leídos después, aunque no puedo hablar de ellos), pero de lo único que consigo escribir y publicar es la repostería de los fines de semana alternos. Más vale que le ponga remedio o esto va a parecer un blog de repostería. A ver si en los próximos días consigo acabar alguna entrada pendiente y cambiar de tema.

Este sábado el tiempo era reducido así que optamos por dejar el dulce para el domingo por la mañana y hacer tortitas en mitad de la confusión horaria. Manuel se metió en la cocina y cuando salió, como por arte de magia (yo con las tortitas ya ni lo intento, siempre se me pegan), traía un plato con una pila deliciosa de tortitas en una mano y la nata y el sirope de chocolate en la otra. Creo que yo las esperaba con el tenedor y el cuchillo ya listos.

(Nota sobre la foto de aquí al lado: la foto en realidad es apaisada, pero Blogger ha decidido que le gusta más así. Después de subirla como 15 veces y comprobar que en la carpeta y en Picasa estuviera apaisada (lo estaba) la foto se sigue viendo vertical. Pues nada, gnomo de Blogger, usted gana).


Aparte de las ganas de comer tortitas, también estaba deseando que Héctor las probase (ya sé, mal vamos si ya le llevamos por ese camino, pero qué le vamos a hacer, cada uno tiene los padres que tiene, ¿verdad, señor Philip Larkin?). Aún tiene muy limitado lo que puede comer y lo que no (aunque poco a poco va variando y ampliando horizontes) pero en muchas páginas inglesas y americanas había visto fotos de niños de su misma edad zampando tortitas, así que él no iba a ser menos. Y como queda claro en la foto el experimento fue un éxito. Claro que a Héctor todo lo que sea de comer le gusta.

Fue el punto y final a una semana que había comenzado con su revisión de los ocho meses y en la que la enfermera - con la que no me entiendo nada bien - me había dicho que ella no haría lo que yo hago: es decir darle el currusquito del pan (siempre estando yo delante) y colines pequeños. "Yo no lo haría", me dijo en respuesta a eso cuando le dije que, aparte de esas cosas, estaba buscando qué más poder darle para que coma él solo, ya que tiene interés por alimentarse solo, pero con la cuchara es un pringue total. "No, no, no: tienes que darle tú las cosas". Estupendo, y cuando se vaya de casa, ¿puedo dejarle ya comer solo o quedo con él para seguir dándoselo yo? Como con tantas cosas que dice esa mujer y de las que, por mucho que me irriten, hago caso omiso, yo seguí en mi cruzada por darle las llamadas (en inglés) "finger foods". Un experimento con espaguetis cortados pequeñitos fracasó porque se le pegaban y no sabía despegárselos de la mano, pero los macarrones (solos, sin salsa), más fáciles de coger, le encantaron y, aunque sigue sin tener un solo diente, se los comía que daba gusto verlo (a su salud, señora enfermera, pensaba yo al verle la cara de felicidad mientras hacía que masticaba con las encías).

Supongo que si se entera de que su paciente ha comido tortitas (que no aparecen en su papel-biblia de la alimentación: creo que el otro día deseó pegarme cuando hice amago de despegarme un poco de los mandamientos que contiene) y además con sus propias manos es capaz de llamar a servicios sociales.

El caso es que a unos acompañadas con nata y chocolate y a otro a palo seco, las tortitas dominicales nos supieron a gloria.

lunes, 12 de marzo de 2012

Madalenas de fresa

Bueno, este sábado nos mantuvimos fieles a nuestros propósitos y hubo repostería quincenal. Parece que está bien montado: el sábado anterior, con propósito o no, nos hubiera sido imposible hacer nada, y el que viene, al coincidir con cumplemés de Héctor (¡ocho meses el sábado 17!), habrá escapada a nuestra pastelería preferida. Cualquier excusa es buena, sí, pero ocho meses son ocho meses.

El caso es que la repostería del sábado fue un clásico de esta época, y un poco "repetitiva" respecto a la repostería anterior, las madalenas de mermelada de fresa. Fueron madalenas de fresa, de esas que no recuerdas lo verdaderamente deliciosas que están hasta que les das un buen bocado. Con la invasión de fresas que reina en cualquier frutería con la que te cruces era difícil idear otra receta en caso de haber querido variar.

El sábado por la mañana no resistí más y a por una cajita que me fui directa. Y después, con ellas en la cesta del cochecito de Héctor, y la boca haciéndose agua al recordar el sabor de las madalenas que nos zamparíamos esa tarde, con Héctor dormido, me senté en un banco al solecillo a tratar de ahuyentar los pensamientos golosos con la lectura. Más fácil decirlo que hacerlo, porque las señoras mayores, en lugar de ver un bebé dormido y su madre disfrutando de un ratito de lectura ven un cartel que dice "hola, señora. Cuénteme su vida". Así que mientras yo intentaba seguir el hilo de la línea en la que estaba, las viejecitas parecían pedir turno para contarme todo tipo de anécdotas, cuanto más largas e historiadas mejor.

Por la tarde, preparando las fresas, Héctor abría la boca a ver si caía alguna, pero las fresas hasta el año están vetadas, así que se quedó casi literalmente con la miel en los labios. Pobre, debe de estar cansado de que las cosas buenas de la vida vengan - cuando vienen, no como las fresas - en trocitos minúsculos que apenas se pueden saborear y sin embargo el puré, que lo come, sí, pero no con el mismo entusiasmo, venga a cucharadas que parecen no tener fin. La dura vida del bebé.

Bebé al que cuando le preguntas "¿dónde está la Coca Cola?" la localiza con los ojos sin dudarlo. He hecho todas las pruebas del mundo con otros objetos y he probado a cambiarle la Coca Cola de sitio y, más importante aun, lo he probado con testigos para que no se me acuse de madre que idealiza las andanzas de su bebé, pero siempre la localiza con los ojos. La primera palabra que identifica, aparte de su nombre, es Coca Cola, sí.

En fin, que entre las madalenas y la Coca Cola somos una mala influencia en cuanto a alimentación, Pero ya habrá tiempo, cuando Héctor se dé aun más cuenta, para sentarnos y comer pescadito hervido y demás cosas sanas. Hmmmm.