martes, 29 de mayo de 2012

Adquisiciones recientes

Sigo leyendo confidencialmente de modo que en el blog sigue pareciendo que leo poco. Y por supuesto que no lea ni de lejos al ritmo de tiempos pasados, pero leer, leo, y eso siempre es buena noticia.

Quizá porque tengo menos tiempo para rellenar la wishlist o porque al leer libros "prestados" y pocos de la estantería propia me corto a la hora de realizar nuevas compras o quizá porque hay menos tentaciones el caso es que últimamente ando muy comedida a la hora de comprar. Pero eso no impide que de vez en cuando me deje llevar un rato en el Book Depository. Aparte del libro de Héctor de Jane Eyre, también compré estos tres.


An Academic Question, de Barbara Pym que, aparte de la felicidad inherente a los libros nuevos, me hizo especialmente feliz porque - como si de una colección de cromos se tratara - con él tengo toda la bibliografía de Barbara Pym en mi estantería. Y sí, la sensación es idéntica a la de completar un álbum de cromos, sólo que en este caso la "proeza" es más duradera y con más trasfondo.

Call the Midwife, de Jennifer Worth. Tengo varias entradas de series que hemos visto últimamente por publicar (algunas escritas ya a medias incluso) y la adaptación de la BBC de este tomo de las memorias de Jennifer Worth no faltará. Pero lo digo ya: muy, muy recomendable. Y el libro no puede ser peor, claro.

De Weird Things Customers Say in Bookshops, de Jen Campbell ya hablaré. No me pude resistir a leerlo en un par de sentadas.



Si por nosotros fuera inventaríamos el teletransporte o, en caso de ser eso imposible, un puente aéreo Barcelona - Haworth. Como de momento la invención/puesta en marcha de de cualquiera de las dos no va a muy buen ritmo, nos tenemos conformar con seguir las cosas a distancia y rumiar las escapadas (al fin y al cabo estuvimos allí hace poco más de un año). Este catálogo (con esos sellos, ya guardados) llegó y nos acercó a la nueva exposición temporal de la casa-museo de las Brontë. Por un momento estuvimos allí.

En fin, el buzón y la cartera, como se puede ver, no fallan a la hora de ser una alegría cotidiana de vez en cuando.

martes, 22 de mayo de 2012

Su edición de Jane Eyre

Hace tiempo en unos comentarios bromeábais acerca de si Héctor aprendería a distinguir ediciones de Jane Eyre. Bueno, de momento no hemos empezado a adoctrinarle en serio, pero como mínimo ya tiene su propia edición de la novela.

¿Cómo resistirse a un librito de cartón llamado Little Miss Brontë: Jane Eyre? (por Jennifer Adams, con ilustraciones de Alison Oliver) Pues eso: imposible. Cuando lo pedí junto con otros libros que ya llegaron y ya mencionaré Manuel me acusó de usar a Héctor para comprar un libro que en realidad quería yo. Y en parte no le falta razón, pero también me parecía un libro mono y quería ver qué le parecía a Héctor. He aquí su reacción el día que el libro apareció en el buzón:



Desde entonces el gusto por Jane Eyre sólo ha ido a más, hasta el punto de - ejem - a veces tener que esconderlo un poco, sobre todo si vamos con prisa, porque si lo ve entramos en el bucle infinito de empezar por "1 governess" (1 institutriz) y pasar por todos los demás hasta llegar a los "10 books" (10 libros) una y otra vez. Lo más divertido de todo es que en "1 governess" le enseñé que la ilustración se llamaba Jane y ahora le preguntas ¿dónde está Jane? y la mira sin dudarlo. No sé qué le parecería Charlotte Brontë, pero a mí me hace muchísima gracia que un mico de 10 meses localice a una Jane ilustrada. Y que de paso aprenda a contar del 1 al 10, que es la otra función del libro, claro.

La colección de BabyLit tiene otras muchas tentaciones: un Pride & Prejudice, un Romeo & Juliet y hasta Alice in Wonderland, todos con una pinta excelente.

miércoles, 16 de mayo de 2012

San Isidro por correo (¡otra vez!)

Seguimos teniendo la mejor cartera del mundo. Cuando la vemos siempre le dedica un rato a Héctor y a decir cosas buenas. Conoce más o menos mis horarios, así que si se pasa pronto no llama por miedo a despertar a Héctor, si se pasa a media mañana sabe que no estoy, si se pasa al final de su jornada sabe que casi seguro estaré en casa. Por eso más de un día me ha dicho que se ha pasado a media mañana y, al no encontrarme en casa, se ha vuelto a pasar a última hora para darme lo que sea que no cabe en el buzón. Un día incluso dejó un aviso y luego, "como aún me sobraba un poco de tiempo", se volvió a pasar a entregarme el paquete y decirme que rompiera el aviso. Un día me dijo que cargó con el paquete de vuelta al almacén para ver si me encontraba en casa al día siguiente y me podía ahorrar el paseo a Correos. Creo que hay poca gente que haga mejor su trabajo, y lo digo totalmente en serio. (Ya hablaré de todas esas cosas que han ido llegando)

Así que cuando el lunes me encontré que había dejado el aviso a última hora (habría pasado esperando encontrarme), salí a dar una vuelta pero ya no la vi. De modo que Héctor y yo ya teníamos planes para ayer, San Isidro: ir a recoger un misterioso paquete enviado por sorpresa por mis padres.

A Héctor le encantó el embalaje:


A mí el embalaje también me gustó mucho, pero sin duda el contenido me gustó muchísimo más: Rosquillas de San Isidro. De La Mallorquina a mi casa, cortesía de mis padres, otra vez.


Decidí poner a prueba la mitad madrileña de Héctor y le di a probar una rosquilla tonta. No le hizo ascos, aunque se cansó enseguida.


Lleva un par de días tonto - como la rosquilla - con la comida, así que cuando esta mañana me ha visto comer rosquillas para desayunar (¿cómo no?) y le he dado se ha negado a probarla y ha puesto una cara de asco que pocas veces le he visto. Tanta gente diciéndole siempre que parecía un chulapo con su gorra (que no era de chulapo) y ahora va y le hace un feo a algo tan castizo como las rosquillas de San Isidro.

Bueno, pues a más que tocamos Manuel y yo.

martes, 8 de mayo de 2012

Brownie con nubes

Parece que a la vuelta de cada viaje siempre hay una tendencia clara de lo que se ha comprado más. Antes solían ser libros, ahora como leo menos y además los pido más por internet, esta tendencia ha dejado lugar a la ropa para Héctor (¿cuándo se me quitará el vicio?) y, a la vista de la maleta del último viaje a Madrid, los preparados de repostería. Muy apañados para cuando hay ganas de repostería y tiempo limitado (sobre todo en lo que se refiere a dar con la receta en cuestión; el tiempo de elaboración, salvo en recetas muy historiadas, no suele ser muy diferente). Uno de ellos era este tan bien presentado para hacer brownies con nubes por encima. Como se puede ver en la bolsita, Héctor ya tiene su cuchara de palo para cuando pueda hacer su primera incursión en el mundo culinario.

Los otros dos preparados que nos trajimos ya los iremos haciendo, cómo no.

Lo malo de los preparados es que son menos "flexibles" que las recetas hechas desde cero en casa. Lo que nos pasó en este caso es que seguimos sin tener el famoso molde de 20x20 que siempre digo que no compro porque, total, le voy a dar poco uso, pero con el paso de los años y las recetas me voy dando cuenta de que de haber tenido uno ya le hubiera sacado cierto partido, de modo que, salvo por alguna zona con un poco más de masa, más que brownies hicimos una especie de galletas de brownies.

Al principio nos llevamos un poco un chasco pero luego descubrimos que - literalmente - a buen hambre no hay pan duro y nos pusimos las botas. ¡Qué preparado tan rico! Llega a quedar realmente como debía ser y nos lo hubiéramos comido de una sentada, creo yo. Con sus nubecitas ligeramente tostadas por encima (los famosos s'mores americanos). En fin, pese al pasotismo de los cocineros, el preparado dio la talla, desde luego.

Las fotos, añado, no son gran cosa: la primera porque la hice deprisa y corriendo antes de ponernos manos a la obra y la segunda porque tenía a cierto niño dormido en brazos y no me atrevía a posponer más el tema fotográfico por miedo a despistarme y que ya no quedara cuando las circunstancias fotográficas fueran más propicias.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Excursión

Llamémoslos días primaverales de verdad o días de locos, pero últimamente resulta imposible acertar con la ropa a la hora de salir a la calle. Hay días soleados que tienen pinta de calurosos desde casa y son heladores en al calle y días grises que te meten el frío en los huesos en casa y resultan ser bochornosos una vez que pones el pie fuera. Esto me ha granjeado, aparte de la pequeña humillación cotidiana de ir siempre con la ropa equivocada, un resfriado enorme.

Si decidir qué ponerme yo ya me resulta complicado, decidir qué poner a Héctor es el más difícil todavía. ¿La solución? Ir con su armario casi a cuestas y, en ocasiones, convertirlo en niño cebolla.

Así que cuando hace unos días Manuel propuso hacer una excursión a la casita de verano antes de que la tomen los mosquitos tigre, yo acepté, pero salí de casa mortificada porque el día soleado resultaba ser fresquito en la calle. "Deberíamos haber cogido el plástico de lluvia" (había nubes amenazadoras a lo lejos), "quizá debería haberle puesto otros pantalones más abrigados", etc. Pero al final el día se entonó: no llovió y, sin hacer calorazo, nos hizo un buen día. Un primer día de contacto con la naturaleza para Héctor. Ya tardaba: nueve meses y medio de urbanita.

Unos (una, en realidad) se quitaron los zapatos en cuanto pudieron:



A otro se los dejamos puestos porque ahora en cualquier momento quiere ponerse de pie (eso lo hace casi desde que nació) y echar a andar (tiempos divertidos para ser mi espalda: ¿Premio por llevar a cuestas a un niño grande durante nueve meses y medio (aparte de los nueve meses y medio anteriores)? Que empiece a andar y tengas que ir encorvada todo el día). Ahí estuvo jugando, a medias entre sus juguetes, las botellas de plástico, las margaritas que deshojaba nada poéticamente y  la hierba que le daba repelús y le ponía rabioso. Un dominguero urbanita.



Que sin embargo no perdía detalle de nada:


Vimos cosas tan pequeñas (en proporción) como él: ciruelas que con un poco de suerte dentro de poco servirán para hacerle su papilla de frutas.


Y peras (de las que nos hinchamos el año pasado: esperemos que este año sea igual de bueno), melocotones, un único albaricoque creado por un árbol entero, deliciosas brevas y uvitas minúsculas, casi microscópicas. Ahora podrías comerte un racimo por campanada.


En fin, volvimos a casa un poco achicharrados (a pesar de la protección, aunque luego se quitó rápido: eran colores de pasar el día fuera) y cansados: esa noche Héctor durmió doce horas del tirón (claro que en eso ahora es bueno y menos de diez horas es raro que duerma).

Un buen día.