lunes, 31 de diciembre de 2012

Feliz año

Entrada programada.



Each day we begin a new year, each day we must begin again ~ Nella Last
Cada día comenzamos un nuevo año, cada día debemos comenzar de nuevo. ~ Nella Last

Me repito, lo sé. Esa frase ya puse en la Nochevieja que dejaba paso al año 2011 (gracias por la precisión, archivo del blog), pero es que es una frase que me parece muy adecuada y muy, muy cierta.

En cualquier caso, creo que aparte de la frase idónea, la imagen acompaña. El magnífico Eric Ravilious siempre tiene una imagen apropiada, sobre todo para los que sufrimos de esa placentera enfermedad llamada anglofilia. Una habitación propia: un año propio que comienza cada día. La puerta abierta de par en par, la ventana con buenas vistas, la silla para ponernos cómodos y la habitación de aspecto parco pero acogedora y luminosa, para rellenar o no al gusto de cada uno. Quienes pasáis por aquí con cierta frecuencia ya sé que estáis tomando las medidas para poner unas cuantas estanterías y comenzar a llenarlas con libros. Y sí, estoy de acuerdo en que la silla es mejorable con una buena butaca donde pasarse las horas. Y que no falte el té humeante. ¿Veis qué acogedor? Pues lo mismo con el nuevo año.

Un muy feliz 2013 para todos.

sábado, 29 de diciembre de 2012

How Reading Changed My Life, de Anna Quindlen

Pensaba que sería cosa del año pasado, pero no, este año tampoco he hecho estadística de libros leídos. Con lo ordenada que he sido yo siempre con esto y este año qué caos librero. Descubro para asombro de quien fui que no pasa nada, que no comentar un libro o no anotar que se ha leído o despistarse a la hora de apuntarlo en el cuadernito de libros no deshace el hecho de que se tenga o se haya leído.

En 2012 pasó algo inesperado: alguien se ofreció a pagarme por leer libros. Libros además en mi línea, no libros que no me dicen nada. Eso es un "trabajo" de ensueño y lo demás son tonterías. Lo "malo", si es que hay algo malo en todo esto, es que no puedo hablar de esos libros aquí y que mi estantería echa de menos a aquella plasta que cada dos por tres se plantaba delante buscando qué leer ahora. Pero si el lado malo de todo en la vida fuera así creo que firmaría todo el mundo.

Con el descontrol librero soy incapaz de cuantificar cuántos libros he leído este año. Y prefiero no hacerlo y quedarme con la ilusión de que, para el tiempo reducido y limitado (párpados, ¿por qué pesáis tanto cada noche?) que dedico a la lectura, la impresión que tengo es que este año he leído más de lo que imaginaba que podría leer. Si contara los libros leídos es posible que se explotara la burbujita feliz. El caos, como Héctor descubre todas las tardes esparciendo sus juguetes por la casa, contribuye a la felicidad.


Pero no puedo acabar el año sin mencionar este librito, que se lee en una sentada (yo he tardado varias por los dichosos párpados) y hará las delicias de cualquiera que haya entendido de qué hablo en los párrafos anteriores. Si le habéis encontrado sentido a eso de plantarse delante de la estantería, a lo maravilloso que es pensar en lo mucho que se ha leído, entonces este es vuestro libro.

A Anna Quindlen la conocí a través de su Imagined London. Allí se mencionaba este y llamándose How Reading Changed My Life (sin traducir, que yo sepa, pero significa "cómo la lectura me cambió la vida") se fue directo a la wishlist y enseguida directo a la cesta.

Que nadie se llame a engaño: no voy a decir que este libro sea parecido a Ex-Libris de Anne Fadiman, porque no lo es, pero sí que voy a decir que es ese tipo de libro en que parece que conoces a quien lo escribe de toda la vida, en que con cuatro palabras una anécdota toma vida propia y se vuelve casi más real que otra contada por un conocido. Es un libro espontáneo, como una conversación fluida sobre la lectura.

Anna Quindlen comienza hablando de su familia, de los libros que la rodeaban, de cómo ella sólo quería leer más y más, de cómo leer a veces se percibe como un acto de superioridad cuando en realidad quienes de verdad adoran leer no lo ven así, sino como una necesidad más. De qué libros la formaron, de las actitudes snob con ciertos autores, ciertos libros y ciertos lectores. De por qué leemos y por qué leemos lo que leemos. Y, quizá la parte más tediosa, de las nuevas tecnologías y la lectura. Teniendo en cuenta que el ensayo es de 1999, mucho ha llovido desde entonces en este tema, pese a que debo decir en su defensa que  no está demasiado fechado y es bastante abierto de mente. Pero poco importa, son meras páginas que siguen a unas páginas estupendas.

¿Quién no se identifica con esto?

There was certainly no talk of comfort and joy, of the lively subculture of those of us who forever fell asleep with a book open on our bedside tables, whether bought or borrowed. Of those of us who comprise the real clan of the book, who read not to judge the reading of others but to take the measure of ourselves. Of those of us who read because we love it more than anything, who feel about bookstores the way some people feel about jewelers. The silence about this was odd, both because there are so many of us and because we are what the world of books is really about. We are the people who once waited for the newest installment of Dickens's latest novel and who kept battered copies of Catcher in the Rye in our back pockets and our backpacks. We are the ones who saw to it that Pride and Prejudice never went out of print.

¿Y qué me decís de esto?

Perhaps it is true that at base we readers are dissatisfied people, yearning to be elsewhere, to live vicariously through words in a way we cannot live directly through life. Perhaps we are the world's great nomads, if only in our minds. [...] This is what I like about traveling: the time on airplanes spent reading, solitary, happy. It turns out that when my younger self thought of taking wing, she wanted only to let her spirit soar. Books are the plane, and the train, and the road. They are the destination, and the journey. They are home.

(Perdonad que lo deje sin traducir, pero es que no me da tiempo.) Si eso os ha hecho asentir, entonces este es vuestro libro. Los Reyes aún están de camino, no digo más.

lunes, 24 de diciembre de 2012

¡Feliz Navidad!

Dejo esta entrada programada para que el tradicional capón de la cena y un niño que adora revolotear a mi alrededor y generar el caos en cuanto puede no me impidan desearos a todos los que seguís pasando por aquí una muy feliz Navidad. Que la disfrutéis de la forma que más os guste.


martes, 11 de diciembre de 2012

Pequeña gran manualidad navideña


Con esto de estar desconectada del blog (muy a mi pesar, insisto, porque llega un punto que ya parece dejadez), no puedo citar fuentes originales, pero estoy segura de que alguna vez habré hablado de lo negada que soy para las manualidades. Una anécdota que seguro he contado es que he intentado aprender a tejer mil veces y nunca, en ninguna de ellas, he obtenido ni tan siquiera un punto como resultado.

Pero claro, una se abre cuenta en Pinterest, y se cree que las mil y una manualidades que por allí circulan (por no hablar de los tropecientos mil trucos de limpieza, orden y apaños que hay; cada vez que hago partícipe a Manuel de uno de ellos ya siempre dice: "no me lo digas: Pinterest, ¿verdad?") quedan a su alcance. Por suerte o por desgracia, la ambición desbocada dura un tiempo limitado, pero - entonces sí que por suerte seguro - hay pequeños proyectos que quedan al alcance de cualquiera, incluso para mí.

Así que un buen día, buscando manualidades/pasatiempos navideños para niños de la edad de Héctor, me topé con un árbol de Navidad de fieltro donde se afirmaba que no hacían falta más que fieltro, tijeras y el niño en cuestión, porque el fieltro se pegaba al fieltro y los adornitos se sujetaban en lo verde sin más. Incrédula que es una, pensé que como a mí eso no me funcionaría (tengo lo de ser gafe muy interiorizado), siempre se podía poner velcro adhesivo.

Así que comencé por la parte fácil y en la que el viento ambicioso siempre sigue soplando a favor todavía: hacerse con lo necesario. Feliz de la vida fui a la mercería, compré el fieltro verde por metros y lo demás por laminitas y allí lo dejé un tiempo, mientras pensaba en lo bien que iba a quedar pero nunca llegaba a ponerme manos a la obra.

Hasta que me puse a ello y descubrí que lo de las siluetas era divertido. Al principio quise buscar patrones para las campanas, etc, pero no fui capaz de encontrar ninguno a mi gusto así que tuve que - glups - confiar en mi capacidad de diseño (ya sé que es una tontería para alguien que sabe dibujar mínimamente bien, pero para mí es toda una proeza, de ahí la grandilocuencia). Y, mira, para el resultado que esperaba, creo que no me quedaron mal del todo y como mínimo se reconoce lo que pretenden representar.

En la víspera del 1 de diciembre y en su habitación le monté a Héctor un pequeño rinconcito navideño con el calendario de Adviento (en que cada día sale un imán con una figura del nacimiento que va poniendo en el frigorífico) y el nacimiento de figuritas de tela. El árbol de fieltro lo reservé para el cuarto de estar.

A la mañana siguiente enseguida notó la novedad (como para que se le escape algo a este niño) y, como yo había dejado puestos los adornitos, lo que más le gustó ese día fue que yo los ponía y él daba golpetazos para tirarlos a lo bestia. pero después se reformó y ahora se entretiene largo y tendido con el árbol. Parece una tontería, pero es así. La bolsita de tela con los adornos está colgada del pomo de la puerta, la coge y me la trae entusiasmado para que se las vaya dando una a una, diciéndole qué es y de qué color es cada cosa. Y así hemos llegado a pasar hora y pico, que con un niño que no llega a año y medio es todo un récord.




Así que estoy muy orgullosa de mi creación (grandilocuencia desmedida de nuevo, lo sé) porque me gusta cómo ha quedado, pero sobre todo estoy encantada de que haya servido para el fin verdadero, que es que Héctor juegue con ello y se lo pase bien.

A falta de poner el árbol y el nacimiento "de verdad" y hacer las grandes listas de la compra de las comilonas, vamos entrando en el modo navideño desde aquel día poco a poco, con música navideña, luces de Navidad en las calles, comprando turrones, comprando el tió (que no teníamos, salvo uno minúsculo) en la Fira de Santa Llúcia para que Héctor aporree en Nochebuena, etc. Ayer completamos con el té de Navidad (que hacía dos años que no probaba y me supo a gloria), hoy con el kilo de polvorones y el CD de música navideña que han enviado mis padres. Y, dentro de un rato, cuando Héctor se despierte de la siesta, escapada a la biblioteca a ver si hay algún libro/CD con más música navideña para niños.