domingo, 24 de febrero de 2013

Les misérables

Entrada programada con el fin de hablar esta película antes de la noche de los Oscar.



Ya he contado alguna vez mi historia de encuentros y desencuentros con Los miserables. La historia, desde entonces, continúa. La producción de Los miserables que estuvo en Madrid vino a Barelona pocos meses después del nacimiento de Héctor. Manuel se animó a ir a verla solo, yo - fiel a mi gafe - me quedé, una vez más, sin verla sobre el escenario. La película tampoco he podido ir a verla a la sala de cine, lo confieso, así que me he perdido lo espectacular que tiene que ser verla en pantalla grande y a todo volumen. Pero al menos la he visto, que ya es algo.

Reconozco que, si bien estaba deseando verla, tenía dos grandes prejuicios: Anne Hathaway y Eddie Redmayne. A la primera le tengo una tirria irracional desde Becoming Jane. Insisto: irracional. Hará cosas que estén bien y demás, pero yo no puedo con ella. A Eddie Redmayne le tengo tirria porque me da grimilla. Cuando vimos Birdsong, de la que creo que no he hablado aquí (oops), Manuel resumió la historia como "el pánfilo y la franchute". Porque la cara o falta de expresión de Eddie Redmayne hicieron mella. Russell Crowe tampoco es santo de mi devoción (¿prejuicios? ¿yo?) pero me deja más fría que los dos anteriores. En cambio tenía curiosidad por ver a Hugh Jackman.

Sí, soy dada a los prejuicios y, aunque lo de irracional que decía antes tiene como contrapartida que cuando se vuelva a mencionar a Anne Hathaway en mi presencia volveré a torcer el gesto, también soy - a veces, cuando tengo el día bueno - abierta de mente. Así que reconozco - aunque con el gesto algo torcido y la boca pequeña - que la actuación de Anne Hathaway me impactó. Realmente desafío a quien sea a mantenerse impasible durante I Dreamed a Dream, canción que, sin disgustarme en absoluto, nunca ha sido de mis favoritas del musical, pese a ser de las más populares. Pero, oh, cantada y escenificada por Anne Hathaway creo que no exagero si digo que me puso los pelos de punta. Sin duda de lo mejor de la película.

A Eddie Redmayne me sigue dando cierto repelús verlo pero también tengo que reconocerle el buen trabajo. Los prejuicios siempre hacen que uno tienda a buscar errores y sacar faltas, pero en este caso también me resulta bastante difícil hacerlo. Poco a poco, a lo largo de la película me fue convenciendo con su actuación y su Empty Chairs at Empty Tables me ganó del todo. Y eso que esa era una canción que, insisto, sin disgustarme, no me había llamado nunca demasiado la atención. Aquí me impactó.

Y ahora unas cuantas reservas. Sin decepcionarme del todo, Hugh Jackman no me dijo gran cosa. Quizá esperaba demasiado, pero, pst, me pareció que le faltaba algo a su actuación. Además, sin saber de cómics ni haber visto las películas, sólo lo veía como Lobezno interpretando a Jean Valjean. Soy consciente de que esto es un problema de mis conexiones mentales y no de la película, que conste, pero no ayudaba a creerme el personaje.

Y lo peor: Russell Crowe. Quién iba a imaginar que un hombre tan grandón pudiera tener una voz tan atiplada, pero así es. Y, claro, es difícil creerse que ese Javert de voz imponente ahora cante así, con una voz a la que intenta darle más empaque sin conseguirlo. Me rechinaba mucho cada vez que cantaba.

Y llega otra de mis eternas reivindicaciones con ciertos aspectos de Los miserables. Mi quinteto de canciones preferidas del musical es On My Own, Little People, Red and Black, Do You Hear the People Sing y At the End of the Day. Little People me fascina pero suele ser de las primeras que se eliminan en los montajes/adaptaciones. Aquí la dejaron unos segundos, supongo que para que la gente le coja un poco más de simpatía a Gavroche, pero en general encuentro que es una gran canción con una letra buenísima y muy poco valorada. Y hablando de Gavroche, fue oírlo y deleitarme en su perfecto acento cockney. Acerté, además, al concluir que seguro que el actor que lo interpreta venía de Oliver!

En fin, que pese a tener muchas ganas de verla me gustó más de lo que esperaba y que espero que le toque algún Oscar en gracia.

lunes, 4 de febrero de 2013

Disfrutando de lo que trajeron los Reyes (o mientras Héctor duerme) (II)

Sigo disfrutando de los regalos cuando la agenda y la gripe por la que hemos pasado uno por uno lo permiten. Ya llegó la caja con lo que habíamos dejado en tierra en Madrid y abrirla fue revivir el día de Reyes. Eso sí, nadie tan feliz como Héctor cuando vio su cubo de fregar de juguete. Ojalá la felicidad se multiplicase en proporción al tamaño del cubo cuando yo veo el de verdad. Pero no.

Estas dos latas de té que nos regaló mi hermana (sí, como si las postales de The New Yorker no hubieran sido suficiente), pese a que ocupaban cierto espacio, fui incapaz de dejarlas en tierra porque quería probarlas ya-ya-ya. Al final la caja llegó el día en que por fin pude hacer un hueco para probar el de la caja roja (de menta y chocolate, tipo After Eight. Rico), pero daba igual, ya los había saboreado cada vez que abría el armario de los tés y veía las siempre preciosas cajas de Harney & Sons.



Este juego de tetera y vasitos nos lo regalaron mis padres. La tetera ya se ha unido al resto de las de la colección (ya va quedando poco hueco) y los vasitos están a buen recaudo. Es un juego delicado, fotogénico y con girasoles. Poco más se puede pedir.



Otro regalo de mi tía y de mis primas, procedente (aunque no comprada allí) del Victoria & Albert Museum. Ese museo londinense que (junto a su tienda de regalos, claro) tanto me tienta y al que nunca he conseguido ir de momento. Algún día iré y es un museo tan grande y la tienda es tan tentadora que es probable que me vuelva loca y ya nunca logre salir de allí. Esta preciosa taza tuvo que quedarse en tierra para evitar que la caja a juego en la que venía (ambas inspiradas por un papel pintado de 1915) sufriera desperfectos. Todos los tés (aunque no fueran de Harney & Sons) que me tomé la echaron de menos. Fue el estreno perfecto para el té de Harney & Sons. El té riquísimo que también entraba por los ojos gracias a esta fotogénica taza a la que en los cinco minutos que tenía que dejar la bolsita dentro hice millones de fotos. Me he contenido y, de momento, sólo pongo una, pero no creo que sea la última.


Y aquí una combinación ya explosiva: té rico, taza preciosa y portada de libro espectacular la de These Wonderful Rumours, una recopilación de entradas de diario de una profesora llamada May Smith durante la Segunda Guerra Mundial. Y me atrevería a decir, por lo que he leído sobre él y lo que he hojeado yo, que el libro en sí va también en esa línea. Un autorregalo navideño adelantado que estoy deseando leer.




Por último: traca final de anglofilia. Este juego de mesa al que eché el ojo hace unos meses y que ya nunca me pude quitar de la cabeza, regalo de Manuel. La anglofilia triunfa y la noche que lo inauguramos le gané las dos partidas.






El juego consiste en que cada jugador (hasta cuatro) elige su ciudad de salida (que puede ser la misma para todos o cada uno la suya) y se reparten ocho cartas, cada una con una ciudad (la tarjetita, además, indica qué es lo más conocido/relevante de esa ciudad). Cada jugador tiene que pasar por todas ellas sin repetir la ruta en ningún momento y volver a su ciudad de origen. Por el camino además hay colisiones, ferries, pérdidas de turno y señales de tráfico. Muy curioso, muy inglés.

Y lo mejor de todo es que tooooodos estos no fueron los únicos regalos, sino que hubo más, como por ejemplo el de galletas de Xavier Barriga del que espero poder hablar cuando pruebe alguna receta. Está claro que en 2012 debimos de ser unos santos.