El caso es que ayer al final cumplí mis planes y me fui a la Plaza de Sant Jaume a ver el Nacimiento de este año. Tuve suerte: no me llovió y me gustó mucho.
Cada año es totalmente diferente, siempre con mucho verde porque colabora el departamento de parques y jardines. Las figuras eran talladas en madera y, aparte de las típicas que salen en la foto, había un montón de cabras y ovejas y un par de pastores.
Cuando llegó Manuel, callejeamos un poco y acabamos apoltronados en los sillones del Starbucks de Via Laietana (Laietana,Laietana, no me canso de decirlo, me encanta) hasta que se hizo la hora de ir al TNC. Del TNC yo sólo conocía el exterior y la entrada, que son preciosos. Mientras esperábamos a que abrieran las puertas de la sala, yo me compré el programa de la obra, pululé por la tienda e hice fotos. En esta: la famosa torre Agbar vista desde el interior del TNC.
Pero la obra empezó, con una puesta en escena espectacular y, salvo alguna palabra (que sí, solía ser la palabra clave), se seguía perfectamente. Los actores eran todos muy buenos. Mis favoritos, aparte de Natàlia/Colometa, eran Julieta y la señora Enriqueta. Y los decorados cada vez más impresionantes, sobre todo los de la guerra. El escenario del TNC es enorme.
Quien conozca la historia puede imaginarse que el segundo acto fue tristísimo, pero, en cambio, cosa que yo no me esperaba, el primero y el tercero eran más alegres (el primero con optimismo, el tercero con un poco más de acidez).
Y, cosas del teatro, nos reímos muchísimo cuando alguien del público estornudó y uno de los actores, no sabemos si por qué pensó que era la actriz con la que hablaba la que había estornudado, intercaló un ¡Jesús! en mitad de su discurso.
Cuando terminó no me parecía que fueran las 12, que hubiéramos pasado cuatro horas ahí dentro. Me encantó y ahora, conociendo la historia, estoy deseando leer el libro
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