Cuando quedé en esperar a Manuel en un banquito del puerto de los que miran al mar no sabía que casi me iba a tener que meter piedras en los bolsillos para no volarme. De hecho yo fui la superviviente absoluta. Creo que más de 20 personas se sentaron inocentemente a mi lado, tentadas por el sol y las vistas, y ninguna duró más de cinco minutos: el viento se las llevaba casi literalmente.
A comer a The Wok (lo echaba de menos; mejor dicho: echaba de menos el Nasi Goren... hmmm) y luego a ver sarcófacos al Museo Egipcio. No era la primera vez que vistábamos el museo, pero nos siguió pareciendo igual de curioso pasar de prácticamente el Paseo de Gracia a pleno Egipto en un abrir y cerrar de ojos (y de monedero). Además aparte de los sarcófagos (uno de ellos de lo más inquietante, con media cara comida por las llamas), tenían una exposición de fotos del descubrimiento de la tumba de Tutankamón (me niego absolutamente a seguir las "convenciones académicas" y llamarlo al pobre, como si morir tan joven no fuera suficiente, Tutanjamón) y una de mis fotos preferidas:

* La única adquisición en una librería, y anda que no me costó salir de todas sin El juego del ángel, fue un mapa PopOut de Nueva York. Ya no podemos viajar sin ellos. Y lo que no es viajar: porque yo siempre llevo el de Barcelona en el bolso.
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