Este fin de semana yo quería empezar a estrenarlos y, de haber sido únicamente por mí, sentada en el sofá, me habría decantado por un bizcocho de vainilla de pinta increíble. Pero como Manuel no es tan fan de la vainilla como yo (incomprensible como resulta eso) y como todavía hay un molde pendiente de estrenar y como es el "niño de las tartas de frutas", le dejé el libro de tartas y le pedí que escogiera una. La conclusión fue que eligió una tarta que ni ayudaba a estrenar el molde ni llevaba fruta, a no ser que se cuente la mermelada: tarta inglesa de almendras.
El viernes, ya que Manuel se iba de concierto, me tocó a mí hacer la compra en solitario y, mientras esperaba infructuosamente a que pasaran los 11 números de la pescadería que iban antes que el mío (infructuosamente porque una señora que se coló descaradamente se llevó todas las existencias de uno de los dos pescados que tolero, el gallo. Eso y los salmonetes son mi cupo de pescado al que no hago demasiados ascos), hice un máster intensivo en mermeladas, comparando marcas, precios, sabores, colores, consistencias, etc. La receta original era con mermelada de fresa pero una de las variantes propuestas era con mermelada de albaricoque. La mermelada me gusta tanto como el pescado, pero como el año pasado cuando hicimos la tarta Battenberg, la mermelada de albaricoque no me estorbó, dudaba cuál coger. Al final me decanté por la original de fresa y así, por aquello de gastar el bote de mermelada, cualquier día tendremos la excusa perfecta para hace una "Victoria sponge cake".
La tarta llevaba almendras y como las que tenemos son con piel de la casita de verano y la noche anterior no me acordé de ponerlas en remojo para quitar la piel con facilidad tal y como me descubrísteis en otra ocasión ni, con el calor que hacía, apetecía abrir el agua caliente, pasamos de todo y las molimos con piel. Total, nuestros paladares no notan la diferencia; lo único es que la masa queda más oscura.
Para cuando por fin metimos la tarta al horno por última vez (primero había sido la masa base) estábamos cocidos y un poco hartos. Pero enseguida empezó a oler bien y compensó.
No puedo hablar de cómo fue telehorno porque, además del calor, las complicaciones de la receta, etc, teníamos el día patoso y no hacían más que caérsenos cosas pringosas al suelo (recién fregado, como suele pasar), así que entre que hubo que fregar de nuevo y que la cocina parecía una sauna, salimos en estampida.
Y luego ayer por la noche, para seguir disfrutando de otro momento sauna proporcionado por la plancha, nos pusimos la película Remember the Night (Recuerdo de una noche), que empezó como una comedia dominical al uso, pero terminó siendo un dramón navideño de 1940 con Barbara Stanwyck y Fred MacMurray y unas adorables y acogedoras viejecitas de esas que sólo salen en las películas antiguas. Lo de dramón lo decía en el mejor de los sentidos porque gustarnos nos gustó mucho, que conste.