
Hace no mucho descubrí, por casualidad, como se descubren casi todos los libros, la existencia de un libro llamado Tea with Mr Rochester, escrito por una tal Frances Towers. Me sorprendió y ahí se quedó la cosa. Eran días pre-obsesión Persephone (que lo tiene editado) y lo apunté en mi lista y así quedó la cosa durante un tiempo hasta que fui a Hibernian Books y, sorpresa, la primera edición en tapa blanda de 1952 (el libro se había publicado por primera vez en 1949) me esperaba allí. ¿Con ese título quién podía resistirse?
Lo instalé en la librería hasta hace unos días en que buscaba algo no muy gordo para leer entre Música blanca y la lectura Brontë obligada y con la conexión Brontë, la conexión Persephone, la portada retro y el tamaño finito me conquistó en unos pocos segundos.
No es una novela, sino una colección de historias cortas. Y yo tengo una relación espinosa con las historias cortas: las hay que me gustan mucho y las hay que no me gustan nada, estas últimas suelen ser esas que son para gente inteligentísima que saca las conclusiones más historiadas de unas historias que a mí me dejan siempre rascándome la cabeza con cara confusa y un poco de decepción. Las que a mí me gustan mucho son las que tienen - al menos en cierta medida - principio y final; a veces finales un poco más abiertos, no tengo nada en contra de eso. Y también suele reservarme las colecciones de historias cortas para los viajes. La gratificación instantánea y las interrupciones entre historia e historia son lo mejor para esperas en aeropuertos y demás. Pero este pobre libro no está ya para esos trotes.
La segunda de las catorce historias, Tea with Mr Rochester, es la que da título a este conjunto impresionante de historias cortas. Cada vez que leía una, desde la primera hasta la última, trataba de hacer un ranking mental de mis historias preferidas pero era incapaz, había tantos cambios, tantos ascensos directos que me perdí. Y mejor así porque desde luego soy incapaz de quedarme con niguna, ni siquiera puedo utilizar la conexión Brontë para enchufar a la de Mr Rochester, y además es que no es ni siquiera la única que menciona algo relacionado con las Brontë.
Todas las historias, en realidad, tienen puntos en común. La mayoría están ambientadas en los años cuarenta, en unas la guerra es más evidente que en otras. Todas son muy caseras, aunque también con un toque de irrealidad, no hay grandes acontecimientos ni grandes dramas y aspavientos, lo que no implica que no haya grandes sorpresas, pero cada una es una pequeña joya en la que casi siempre hay alguien que sabe perfectamente cuál será el tipo de té que el invitado medio-desconocido preferirá, por ejemplo. Y lo mejor es que a pesar de tener más de cincuenta años tratan tanto de las pequeñas cosas que son universales y válidas incluso a día de hoy en otro país.
El estilo de Frances Towers impresiona por la facilidad con que, en una frase, dice lo que en cualquier novela se tardaría en explicar páginas y páginas. Pero es que no son frases cualquiera, son frases de metáforas, de comparaciones, de pequeños rasgos de personalidad que lo dicen todo mejor que esas muchas páginas. Y siempre manteniendo el fino sentido del humor británico.
Frances Towers, sin embargo, no pudo disfrutar del éxito que fue su pequeño libro. Después de haber ido compatibilizando la escritura con su trabajo, primero, en el Banco de Inglaterra y después como profesora, murió de pneumonía el día de Año Nuevo de 1948, un año antes de que se publicara su libro (lo que no me queda claro es si el libro estaba ya en marcha o alguien se encargó de tomar la decisión después). La crítica, al menos las reseñas (siempre buenas, como ahora, claro) que se citan en mi libro, lo ponen por las nubes al tiempo que se lamentan de no poder esperar más historias de esta autora. Y no es para menos.
Claro que yo no soy como los personajes de Frances Towers que siempre saben qué té servir y no tengo ni idea de cuál sería el té ideal para el señor Rochester...