Quizá una de las cosas más llamativas de Edimburgo, aparte de su arquitectura aparentemente atemporal, sus adoquines, el olor a palomitas que no lo son y sus parques, sea, por supuesto, su castillo. Llama la atención sólo por el mero hecho de estar ahí en lo alto, visible casi constantemente desde todos los rincones de la ciudad, apareciendo en los ángulos más inesperados. Una Torre Eiffel de mucho más aplomo y peso histórico.
Nuestro último día en Edimburgo cogíamos el avión a las once y pico de la noche. Eso es un día de turismo pesado en cualquier caso, más aun si vas arrastrando a un pobre niño de un año que, sin embargo y aunque las noches fuera de casa no son del todo lo suyo, es buenísimo y perfectamente adaptable. Optamos por dejar el castillo para este día, y así no tener que vagabundear tanto por las calles y demás.
El última día en Edimburgo había un precioso cielo azul y un hacía un calor inesperado para lo que habían dicho las predicciones. Mientras hacíamos cola para comprar la entrada, Manuel tuvo flashbacks incómodos de otra cola similar bajo el sol (aunque más larga y con más sol): la de Versalles. Me dijo que esperaba que este castillo no fuera el espanto que fue aquella experiencia versallesca y dantesca. Reconozco que por unos momentos tuve mucho miedo. ¿Y si habíamos metido la pata? ¿Y si, efectivamente, este era otro Versalles? ¿Y si pagábamos las 16 libras que cuesta la entrada para nada, para acabar tan asqueados como en aquella ocasión? Sí, lo reconozco, incluso una anglófila como yo tiene a veces sus momentos de duda. Menos mal que la anglofilia siempre es más grande que todo ello, siempre resulta triunfal.
Esperando en la cola nos tocó el disparo de cañón de la una. La verdad, estando tan cerca, esperábamos más. No nos dimos susto ni nada, pero fue curioso.
Con la entrada en la mano y pasada la tienda de regalos a la que volveríamos a la salida (para no comprar nada, quién nos ha visto y quién nos ve), nos topamos con estas preciosas vistas de la ciudad, con el parque y Princes Street en primer término y en general el precioso skyline de Edimburgo:
Qué suerte tuvimos con ese día soleado y claro.
Llegando al castillo, y una vez dentro más, no nos extrañaba que J.K. Rowling hubiera creado Hogwarts desde su mesa de The Elephant House con vistas al castillo. El castillo de Edimburgo es como un Hogwarts real que no termina de coincidir a pies juntillas con el de Harry Potter pero que sin embargo se parece lo suficiente como para hacer que no puedas dejar de tararear la melodía de la banda sonora mientras estás dentro y/o entras en determinados sitios (¿o es sólo cosa nuestra?). Los escudos, los lemas en latín, los animales mitológicos en las piedras, el gran salón (sin el cielo en el techo, eso sí), el patio, la altura y la inmensidad y la aparente eternidad de las piedras son casi imaginarios al tiempo que muy, muy reales. Aunque a veces pasaban cosas casi imaginarias también:
Esa encantadora placita (o no tanto: aquel día al sol te cocías y a la sombra te quedabas frio), Crown Square, daba acceso a varios sitios, como el gran salón, restaurado en el siglo XIX, y el recinto de las joyas de la corona escocesa, con la habitación en la que nació Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia en el siglo XVI y alguna que otra habitación. A mí, como en el Writers' Museum, me daba pereza eso de turnarnos para entrar a los sitios, aunque Hécttor se acababa de despertar, pero Manuel me convenció utilizando la anglofilia como arma para que entrara a ver las joyas de la corona y, sin querer, acabé en la habitación natal de Jacobo I y... oooooh... salí fascinada, absurdamente feliz de la vida, diciendo que esas dos habitaciones, moderadamente sencillas y restauradas, seguramente distintas de cómo fueron en su día, valían más que todo Versalles y eran infinitamente más reales, menos de cartón piedra (insisto: puede que lo sean, hablo sólo de la impresión y mi reacción)
No nos quedamos a tomar el té en los salones aunque estuvimos muy tentados pese al precio. En su lugar nosotros decidimos comer cualquier cosa al salir del recinto y Héctor comió en un banco en mitad de la empinada cuesta que da acceso a esa plaza, para deleite de los turistas japoneses, que por alguna extraña razón encontraban eso de ver a un niño comiendo al aire libre de lo más cómico. O quizá es que Héctor se pringa mucho y resulta muy "gracioso" verlo desde cierta distancia, lejos de la zona de peligro.
Un rato más paseando/trotando por aquellos adoquines rebosantes de historia, un vistazo a la tienda abarrotada y se acabó la visita que, pese a los miedos iniciales, había merecido mucho la pena.
Me parto con lo del cañón, ni susto, ni nada, jeje
ResponderEliminarQuizá es porque miramos la hora justo antes, pero de verdad que esperábamos más.
EliminarYa ves, pocos días después de vosotros , nosotros hacíamos lo propio en un día nublado y con vientecillo muy agradable. Me gustó mucho todo salvo una pequeña decepción que sufrí con the stone of destiny. Creo que la tenía tan tan mitificada que me esperaba algo más imponente o qué sé yo. Es que incluso guardo el recorte de prensa de cuando los ingleses se la devolvieron a los escoceses. Muy interesante el Imperial museum of war del castillo .Todo muy bien excepto el no poder ver St Margaret por que había una boda ese día. Vaya rollo te estoy soltando . XXX
ResponderEliminarEs lo malo de idealizar las cosas, claro. Qué pena lo de St Margaret pero ahí tienes la excusa perfecta - si la necesitas - para la tercera visita ;)
EliminarY podemos hablar de Edimburgo todo lo que quieras y más, ni rollo ni nada, más bien todo lo contrario.
Pues ya sabes, a planear una escapadita ;)
ResponderEliminarQué buenas vistas...me encanta!! Viajaría sin pensarmelo dos veces y recorrería más o menos tu itinerario.
ResponderEliminarEl Castillo...yo no pagué...quizá por esas malas inversiones en el pasado...pero, sí llegamos hasta arriba e hice fotos, no tan espectaculares como las tuyas. Y también tuvimos la suerte de ver pasar a unos actores disfrazados de guardias, y que nos hicieron como una especie de desfile. Muy interesante...antes de entrar al castillo, claro.
Bueno, me quedo un rato por aquí...por lo que fueron las calles y los olores de muchos escritores...
Un abrazo!!