Al día siguiente era domingo y, siguiendo con nuestro perpetuo gafe turístico-dominical, Héctor decidió no sólo despertarse a las seis y pico de la mañana (las siete y pico de aquí, pero incluso así una hora antes de su hora habitual) sino impacientarse en la habitación del hotel y hacernos salir a la calle a primerísima hora. ¿Resultado? Sí, calles de lo más apacibles, una luz preciosa... pero todo lo interesante por lo que íbamos pasando cerrado a cal y canto hasta las 12 de la mañana. Perdimos todo concepto horario, soy incapaz de decir a qué hora salimos del hotel, pero sí que sé que hasta las 12 nos dio tiempo a pasear muchísimo y a mirar el reloj infinidad de veces, normalmente delante de algún escaparate con la esperanza de que faltase poco para que abrieran. Vana esperanza, siempre parecían faltar horas.
De camino a Grassmarket, eso sí, pasamos por delante de las librerías de segunda mano que al día siguiente tanta suerte nos traerían, sin darnos siquiera cuenta de ello. En Grassmarket, desierta, salvo por un homeless durmiendo al pie de un banco (¿se habría caído y le había dado pereza volverse a subir o ni se habría enterado? Quizá era un resto del pasado en el que esta plaza acogía muchos albergues para homeless y el hombre todavía no ha dado con la nueva ubicación) paseamos a nuestras anchas, deleintándonos de lo bonita que es esta placita. Diría que tiene mucho encanto - lo tiene - si no fuera por el hecho de que durante casi cinco siglos (hasta principios del siglo XXI fue no sólo uno de los mercados de ganado de la ciudad, sino el lugar donde se realizaban las ejecuciones).
La plaza es famosa por sus pubs, uno de ellos llamado Black Bull, como el mítico pub de Haworth, el pueblecito de las Brontë.
Y otro, quizá el más famoso (en la primera foto se puede ver), se llama Maggie Dickson en "honor" a una de las "ejecutadas" más célebres. Maggie Dickson fue condenada a la horca en el siglo XVIII por matar a su bebé. En el traslado después de la ejecución, la tal Maggie resultó seguir vivita y coleando y, en parte por considerarlo un milagro y en parte por haber un vacío legal (a partir de entonces la ley dijo que el ejecutado en cuestión tenía que morir), la dejaron viva. Eso sí, tuvo que cargar con el apodo de Half-Hangit Maggie (Maggie la medio colgada, estos escoceses cómo son) el resto de su vida regalada, que quizá fue peor castigo que el original.
Junto a una "sombra" de la horca que me olvidé de fotografiar, está también este pequeño monumento a los covenanters que murieron defendiendo sus creencias y que sí que fotografié.
Seguimos nuestro camino hacia la Old Town, el centro histórico, con parada obligatoria en la estatuita de Greyfriars Bobby.
La historia básica todo el mundo la conoce todo el mundo: el dueño de un perro que se muere y el perro que se queda velando su tumba durante años. En concreto el dueño se llamaba John Gray, conocido como Old Jock, y el perrito custodió su tumba durante catorce años, hasta su propia muerte en 1872. Por desgracia, la ley impedía que lo enterraran junto a su querido dueño, así que lo enterraron lo más cerca posible. Ahora tiene una lápida a la entrada del cementerio de Greyfriars Kirkyard. Y como paradoja histórica, nada más entrar al cementerio hay un cartel que prohíbe la entrada a perros. Se podrían decir tantas cosas de eso.
Y su propia estatua (muy pequeñita, más de lo que se imagina uno viéndola en foto). (Tan pequeñita que de hecho Héctor, obsesionado en la actualidad con los "perritos", no le hizo ni caso).
Desde allí dimos un bonito paseo sin finalidad alguna, viendo tiendas cerradas, hasta que decidimos volver sobre nuestros pasos hacia la Royal Mile donde, por ser una calle muy turística, nunca falta la animación (incluso en las estatuas).
Por suerte las tiendas comenzaban a abrir. Las orientadas a los turistas, aunque muy cutres en algunos casos, tenían un toque curioso con toda la ropa de cuadros fuera. No compramos nada de recuerdo con cuadros. Yo estuve tentada en una tienda de llevarme algo de recuerdo sólo por eso, para que fuera de recuerdo, pero no supe con qué clan autoemparentarme para elegir mi "tartan" y Wallace - de William Wallace, el de Braveheart - me parecía muy tópico. Hay que asumirlo: si no se tienen antepasados escoceses, no se tienen, qué le vamos a hacer.
Resultó que un museo que queríamos ver muy cercano a los enormes aros olímpicos que nos hicieron pensar que Edimburgo sería subsede de algún deporte olímpico (pero que no, los colocaron allí cuando pasó la antorcha olímpica) estaba justamente cerrado en domingo. No nos supuso ningún problema, seguimos vagando por la ciudad, esta vez con rumbo a una zona de librerías de segunda mano recomendadas por Mia.
Y así fue como nos perdimos por segunda vez. En nuestra defensa, la zona estaba justo en la parte del mapa popout en que se pasaba del mapa del centro con más detalle al mapa general con menos detalle, así que nos encontramos en un vacío geográfico total y siendo domingo y zona de estudiantes universitarios, aquello era casi un desierto en el que no nos atrevimos a preguntar a la poca gente que nos cruzamos. Eso sí, hicimos un recorrido exhaustivo por la zona universitaria, que debe de tener un ambientillo muy chulo en pleno apogeo. La otra defensa es que, aparte de lo del mapa, debería estar prohibido por ley eso de que la misma calle de repente se llame de distinta forma. ¿Quién nos iba a decir que Nicolson street, que no hacíamos más que cruzar de un lado a otro era la que terminaba por llamarse Clerk Street, eh? ¿Quién?
Eso sí, el paseo le sirvió a Héctor para dormir la siesta pre-comida del siglo (más de dos horas) y a nosotros para, aparte de conocer la zona universitaria, ver unas espléndidas vistas de Arthur's Seat, una montaña llamada así, a la que pese a que Charlotte Brontë subió en su día con zapatitos decimonónicos nosotros ni nos planteamos ascender. Pero nos gustó ver a la gente como hormiguitas desde lo lejos.
Finalmente dimos con un par de librerías donde compramos algunos libros de Muriel Spark, nos hicimos con provisiones por la zona y, sin sentarnos en el suelo con manta y barbacoa como unos a los que vimos en ese plan, sí que nos sentamos en un banquito con vistas a verde sin fin y unos niños jugando al fútbol (uno con camiseta de España) a hacer nuestro picnic particular, con Héctor recién despierto, pasándoselo en grande viendo a los niños jugar y, de paso, viendo de vez en cuando algún que otro perrito pasar por delante. Después le dejamos disfrutar del columpio en la zona infantil del parque (llamado The Meadows, por cierto, una maravilla), que creo que deja en ridículo a algunos parques de atracciones. Héctor, adicto al columpio, se lo pasó en grande y no le hizo ni pizca de gracia salir. Menos mal que le pudimos compensar viendo palomas y dándole un poco del helado que me acababa de comprar en un puesto cercano. No está mal.
Que sepas q a mi la historia del perro me encanta!!
ResponderEliminarSí, es muy bonita, ¿verdad?
Eliminar¡Qué fotos tan bonitas! Estoy segura de que me encantaría Edimburgo. ¡Qué terrible la historia de Half-Hangit Maggie! Lo del perro yo juraría que vi una película en la que salía este tema, no sé.
ResponderEliminarYo también estoy segura de que te encantaría. A ver si surge una escapada y la conoces.
EliminarSí, hay alguna película del perro.
¡Qué mona esa placita! ¡Quién diría que tiene un pasado tan siniestro! Por cierto, no consigo recordarla de mi visita a Edimburgo (pero, claro, fue hace tantísimos años...).
ResponderEliminarPues ya sabes, nada mejor para hacer memoria que volver a plantarse allí ;)
EliminarQue maravilla ! Verde por todos lados, mires por donde mires! Lo del cono en la estatua no tiene precio, por cierto. Y que curiosas las historias de Grassmarket...
ResponderEliminarLo de los árboles y el verde allí es una gozada. Además todos los árboles son robustos e imponentes. Luego vuelves aquí y notas mucho la falta de lo verde a tu alrededor.
EliminarHola! Yo llegué ayer por la noche de Edimburgo. Segundo año consecutivo que voy y hoy estoy agotada, deshaciendo maletas y ordenando libros y recuerdos! Aún no he visto mis fotos y ya me da penita mirar las tuyas por los recuerdos. Leeré con calma tus posts sobre una de mis ciudades favoritas y te volveré a comentar. XXX
ResponderEliminarNo me extraña que hayas repetido, la ciudad lo merece y además da mucho de sí.
EliminarSí, yo también la echo de menos, es de esas ciudades en las que te quedas y se te quedan en parte.
¿Muchos libros?
Cristina, qué fotos tan bellas!! Las de las tres entradas (de momento) de Edimburgo...Y reconozco que más bellas de las que hice hace años. Captas de maravilla los momentos...y lo mejor de todo, es que los compartes con quienes te leemos.
ResponderEliminarEstuve cerca de la falda de la montaña que subió Charlotte (con zapatitos, eso sí que tiene mérito!!)...hacía buen día e hicimos un picnic.
Veo que Muriel Spark no se perdió este viaje por nada del mundo.
Un abrazo!!
Gracias por lo que dices, María. Pero las fotos de los demás siempre se ven distintas que las propias. Normalmente las que hace uno parecen no capturar la imagen/el momento como debieran.
Eliminar¡Buen sitio para hacer un picnic!