domingo, 28 de febrero de 2010

Flores cuasi-primaverales

Probablemente "cámara nueva" será la combinación de palabras más usada en este blog desde el día de Reyes (o incluso antes), así que es fácil de acertar de vez en cuando que saldrá en alguna entrada. Podría utilizar combinaciones de palabras menos frecuentes como "miga de patata frita de bolsa en el ojo a pesar de las gafas" (que es el improbable accidente que he tenido hoy comiendo; la miga ha salido rápido del ojo gracias a la risa con lágrimas que me ha entrado ante tal accidente) pero no reflejarían la realidad cotidiana tan fielmente. Y es que desde el día de Reyes hasta hoy he gastado los 4 gigas de la tarjeta que parecía que no se acabarían nunca. Ahora toca copia de seguridad y primer formateo de la tarjeta. Borrón y cuenta nueva.

Y es que si con la cámara vieja había fotos que no podía resistirme a hacer, con la cámara nueva y sus buenos resultados es ya un no parar. Y aseguro que por mucha "cámara nueva" por aquí y "cámara nueva" por allá que mencione en el blog, las fotos que pongo al final son una parte muy pequeña de todas las que hago.

Si a eso se le suma que el domingo pasado Manuel, que en todo el año no ha dejado de traer alguna que otra flor los domingos, empezó ya las remesas cada vez mayores de flores cuasi-primaverales lo de las fotos ya es una actividad totalmente absorbente. Hoy ha traído más, entre ellas una ramita de flores de almendro. El año pasado me tocaba a mí ponerlas en agua, pero este año es tarea de Manuel y no sé si se lo piensa mucho o no pero le quedan de maravilla. Un festín para los ojos y para el objetivo de la (aquí viene de nuevo) cámara nueva.




viernes, 26 de febrero de 2010

Empanada

Yo sigo con mis estrenos culinarios. Hace unos meses hice empanadillas y, como se pudo (no) ver, no documenté el evento para al blog, lo que significa que sin ser un gran desastre tampoco fue para tirar cohetes. Además hacer las empanadillas me aburrió tanto como liar los canelones. Lo único que me entretenía mientras las hacía era acordarme del famoso sketch de Martes y Trece (¿Encanna?). Menos mal que la lasaña es a los canelones lo que la empanada es a las empanadillas.

Así que después de semanas queriendo hacer empanada y nunca terminando de decidirme fueron los hados del supermercado los que me dieron el empujón final. Hasta el momento sabía que cuando por fin me decidiera, tendría que ir a otro supermercado porque en el nuestro no tenían la masa para empanada de La Cocinera, que era la que yo quería usar (que conste que no estoy patrocinada). Pero curiosamente un día apareció allí, junto a la masa brisa y el hojaldre y me lo tomé como una indirecta. No me lo pensé dos veces.

Todo esto de ir dejándolo era en parte, sí, la pereza de ir a otro supermercado, pero sobre todo una idea preconcebida (y ayer comprobé que errónea) de que hacer empanada era muy engorroso.

Ayer por fin me puse manos a la obra siguiendo, como siempre, las indicaciones de la asesora culinaria (con atención telefónica 24 horas, tuve que llamar en pleno proceso para consultar una duda).

¡Hacer empanada es facilísimo! Me gustó, salvo por el hecho de que lleve cebolla. Odio la cebolla. Una vez cocinada, y según el plato, la llevo bien (Manuel siempre dice que para no gustarme la cebolla cocino mucho con cebolla, lo sabe bien porque si está en casa le recluto para que la pique). Picar la cebolla es, para mí, el mayor trauma culinario. Odio que salte el tomate al freírse, me pone nerviosa el momento de darle la primera vuelta a la tortilla, odio las cosas que saltan en el horno y lo dejan hecho un asco... pero nada se parece a lo que odio picar la cebolla. He probado todo lo que he encontrado en internet: meterla un rato en el congelador, dejar el "cogollito" para lo último, etc. Y, sí, funcionan, pero hasta cierto punto. El problema es que no me hace llorar, me deja ciega directamente: no me lloran los ojos, así que el escozor se me queda dentro impidiéndome abrirlos y me empieza a picar la nariz. Es todo un número que implica desesperación y muchas escapadas al baño a lavarme con agua... para luego volver a la cocina y empezar de cero. Y luego cuando empiezo a cocinar la cebolla el número se repite en versión suavizada. Insisto: odio la cebolla.

Pero luego da resultados tan ricos como la empanada de ayer. La decoración no es gran cosa porque no sabía muy bien qué hacer, estaba poco inspirada.


Quedó tan rica y me gustó tanto hacerla que ya le dije a Manuel que desde ese momento se convertía en habitual y no en un experimento puntual. Y además es imposible que nos la comamos de una sentada, y las sobras siempre son bienvenidas. ¡Viva la empanada!

jueves, 25 de febrero de 2010

Nyman y McAlmont en el Palau de la Música



Soy consciente de que esta foto grande es muy parecida a la que puse después de mi anterior visita al Palau de la Música. Pero nótense las diferencias de resolución de cámara a cámara y... bueno, que no hay excusa, encuentro el horror vacui del Palau hipnótico, especialmente el de este "techo" que soy incapaz de dejar de mirar. El Palau es una maravilla, podrías estar días dentro y seguir descubriendo pequeños detalles, estoy segura. Además antes de tomar asiento anoche exploramos un poco, así que descubrimos cosas. Y, además, cualquier sitio en que te reciban ofreciéndote un Ferrero Rocher en el primer rellano de la escalera (¿nos hemos equivocado y hemos venido a la fiesta del embajador?) es un buen sitio y punto.

Hay que ver, de repente se nos acumulan los eventos. El de ayer en el Palau era parte del Festival del Mil·leni (junto con el Ferrero Rocher nos dieron el programa de todo el Festival, ya escanearé un día de estos un error en un texto que no tiene desperdicio y que nos hizo saltar las lágrimas de la risa después de unos momentos de confusión): Michael Nyman (compositor de muchas bandas sonoras, entre ellas la más conocida: la de El piano) y David McAlmont, que recientemente han colaborado en un disco llamado The Glare, que trata temas de actualidad donde McAlmont pone la voz y Nyman pone las composiciones (algunas originales, otras recicladas de trabajos anteriores) y el piano.

El disco está bien, ayer me dediqué a escucharlo de forma intensiva para ir bien preparada. Así que cuando en la primera parte del concierto "sólo" estaban en el escenario Michael Nyman y su grupo y no había ni rastro de McAlmont pensaba que mi "trabajo" (el disco está muy bien en realidad) había sido en vano. En la primera parte me habría ayudado saber a qué bandas sonoras pertenecía cada pieza, pero bueno, no se puede tener todo en la vida. Manuel me iba soplando algunas. El señor Nyman de vez en cuando hacía fotos al público de recuerdo y se sentaba pegadito al borde izquierdo de su banqueta.

En la humilde opinión de quien no sabe nada de sonido, encontré que el sonido estaba un poco "reconcentrado" (Manuel dice demasiado amplificado, no sé), los instrumentos de viento alguna vez, creo yo, se oían demasiado y pasaban por encima de los instrumentos de cuerda, pero igual esa es la idea, no lo sé.

En el intermedio no pudimos ir a explorar puesto que estábamos rodeados de gente que no se levantó por ambos lados y tampoco era plan de incordiar demasiado. No es como en Tristán e Isolda que hay que ejercitar las piernas en los entreactos, así que miramos más a nuestro alrededor y de nuevo: qué bonito es el Palau. (Hablamos del señor Millet, sí, yo le decía a Manuel que cómo alguien, entrando en esa impresionante sala, era capaz de quitarle dinero. Parece imposible).

Vino la segunda parte y salió McAlmont. Me encantó la voz y lo fácil que parece cantar cuando lo hace él. Lo más intrigante de la noche fue cuando después de una canción (no recuerdo cuál), Michael Nyman cogió su partitura, la rompió y la tiró al suelo. No entendimos de qué fue eso y al final del concierto un señor del Palau que recogía el escenario cogió los trozos y se los puso entre las demas partituras que había sobre el piano. A ver si se va a enfadar el señor Nyman por encontrarla ahí otra vez...

Manuel, que ya había visto a Nyman en anteriores ocasiones, ya me había advertido de los fans entusiastas, así que hubo muchos aplausos (merecidos, por otra parte) y dos bises. En el primer bis el grupo se quedó dentro y sólo salieron Nyman y McAlmont. McAlmont anunció que esta era su nueva canción y al momento Michael Nyman empezó a tocar la única pieza suya que me suena realmente (las otras, de Wonderland, por ejemplo, me suenan más vagamente): el tema de El piano con voz de McAlmont. Al principio encontraba que la melodía del piano, por ser tan conocida, se tragaba la melodía de la voz, pero luego me gustó mucho. Y ahora cuanto más la oigo, más me gusta: antes se llamaba The Sacrifice, ahora se llama The Coldest Place on Earth y merece la pena oírla.

En el segundo bis salió de nuevo todo el grupo y volvieron a tocar una canción de la segunda parte y yo, que durante el concierto había estado de lo más modosita sin hacer fotos, no pude resistirme a sacar brevemente la cámara (no fui la única, hubo gente que incluso utilizó el flash), con la excusa de inmortalizar el momento y... sí, probar qué tal la cámara, el zoom y el tipo de luz (y de ahí la foto de más arriba, bastante bien, creo yo). La canción de este bis fue esta, Secrets, Accusations and Charges:



Y salimos tan contentos. Además fuera no diluviaba, que siempre es un plus. Claro que eso ya lo "intuía" yo, puesto que antes de salir de casa había mirado el tiempo.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Noche de viernes: Miss Pettigrew Lives for a Day (Un gran día para ellas)

Creo que el viernes pasado cometí el error de ver una adaptación de un libro con el libro demasiado reciente aún. Así que ver Miss Pettigrew Lives for a Day (Un gran día para ellas) (trailer en versión original, trailer en versión doblada) fue como el mundo al revés. No es que Manuel no tuviera ganas de verla, pero tampoco estaba muy expectante, en cambio yo - desde que la estaban rodando - tenía muchas ganas de verla. Al acabar, a Manuel le había gustado y a mí me había dejado con una sensación rara... y todo por culpa de lo que nunca, nunca, NUNCA hay que hacer:

Adentrarse en la jungla de los "hmmm... esto en el libro no es así", "¡nooooo!", "¿pero qué está pasando? En el libro...". No, no y no. Prohibido.

Volví a mis orígenes de integrista desde el principio mismo de la película y me llevé un chasco. Lo peor de todo es que estoy segura de que si hubiera visto la película sin leer el libro o con más distancia entre el libro y ella me hubiera gustado más. No es que la odiara, no es que me espantara, simplemente no me dijo gran cosa (ni para bien ni para mal) y me llevé un chasco porque el libro me había gustado mucho con sus pequeñas cosas, sus pequeñas ironías, sus pequeños gestos. Y en la película lo encontré todo (en comparación, insisto) muy histriónico y exagerado. Donde el libro susurra me dio la impresión de que la película gritaba. Pero claro, no hay que obviar que quizá hay susurros que en la gran pantalla no se oyen igual de bien que en un libro, y menos cuando el libro y la película se llevan casi 70 años.

Y el caso es que hay poco en la película para no gustar y sí mucho para gustar: la ambientación, el vestuario y demás, sin ir más lejos son una delicia de ver. Pero ahí estaba yo, poco convencida sin saber muy bien por qué. Creo que cuando haya pasado más tiempo tendré que verla de nuevo y creo que entonces sí que me convencerá.

Lo que menos me gustó fue que cambien tanto al personaje de Edythe DuBarry, la amiga de Delysia. En el libro es una chica buena, con sus pequeñas zonas grises, sí, pero es que en la película la pintan muy de mala (al menos, insisto y mal hecho, en comparación con la original). Así que me costaba mucho creérmela.

A Ciarán Hinds no lo reconocí hasta que Manuel me señaló quién era. Por lo visto si no lleva un horrible bigotito y grita "¡Jane! ¡Jane! ¡Jane!" con voz atiplada (como hacía en Jane Eyre 1997) soy incapaz de reconocerlo. Contra él sí que tenía ciertos prejuicios, no lo puedo negar (hay imágenes que pueden eclipsar toda una carrera y la de Ciarán Hinds/Rochester persiguiendo a Samantha Morton/Jane a grito pelado escalera abajo es de esas. También es una de esas imágenes que me gustaría borrar y no puedo, de ahí a los prejuicios hay un paso) pero luego he de reconocer que no lo encontré mal, no gritó ni llevaba bigote y eso sólo puede ser bueno.

Lo que sí comentó Manuel, después de decir que le había gustado, es que con las comedias clásicas no tiene nada que ver, que es como la vendían. En eso tiene toda la razón, guste o no, el ritmo no es el de una comedia como las que vemos todos los domingos y que a estas alturas y después de, diría yo, alrededor de un año inmersos en ellas conocemos bien. En cambio, y aunque Manuel tampoco termina de creerme cuando se lo digo, el libro sí que es la perfecta imagen de una de esas comedias plasmada en tinta y papel en lugar de celuloide. El ritmo, las casualidades, las conversaciones y demás encajan perfectamente, debido, evidentemente, a que son de la misma época.

En fin, que no pretendo desanimar a nadie de verla porque estoy segura de que sin comparaciones y vista con buenos ojos es una película que está muy bien. El resto son cosas mías.

martes, 23 de febrero de 2010

The Forgotten Garden, de Kate Morton

Ya lo he comentado alguna vez: encuentro las historias de secretos y sagas familiares irresistibles, son mi trama favorita por excelencia. Así que cuando hace meses Miss Froy mencionó en un comentario The Forgotten Garden, de Kate Morton, comentando además que estaba parcialmente inspirado por los jardines perdidos de Heligan y me enteré de que había trama familiar, fue directo a la wishlist. Luego en el WH Smith de París me saltó a la vista y no lo pude resistir. ¿Y todos estos meses desde agosto hasta ahora? Languidenciendo en la estantería el pobre. Pero para compensar, estos días que me ha durado apenas lo he soltado. Si tenía un minuto libre de cualquier cosa y para cualquier cosa, allá que iba a por el libro, que normalmente ya estaba bastante cerca de por sí.

Cuento lo básico de la historia para no desvelar nada: en 1914 una niña inglesa se esconde tras unos barriles en un barco rumbo a Australia porque "la autora" se lo ha mandado así, como un juego. "La autora" no vuelve a aparecer, así que al llegar a puerto, una familia acoge a la niña, que no sabe nada de sus orígenes hasta que cumple los 21 años. En 1975 ese niña decide investigar sobre su pasado. En 2005 en Australia la nieta de esa niña descubre, al morir su abuela, que ha heredado una misteriosa casita en un pueblo de Cornualles de la que su abuela nunca le había hablado.

De modo que las tres épocas se cuentan con historias paralelas que van contribuyendo a la trama y sólo el lector está al tanto de todo. Los personajes, con más o menos éxito, se enteran de ciertas cosas, pero es el lector el único que conoce todos los entresijos de las tres historias. Alguna cosa resulta un poco predecible, pero hay historias en las que poco importa conocer - o suponer que se conoce - el desenlace, enganchan igual, aunque sólo sea por confirmar que es así. Y si por el camino hay más de algún giro inesperado, mejor que mejor.

Además las tres épocas están detalladas a la perfección. Hay un parte de 1900 que parece sacada de Dickens, en un Londres de niebla, oscuridad y personajes inquietantes.

El libro en sí me ha recordado, salvando algunas distancias, a dos libros de A.S. Byatt: el famoso Possession (Posesión) y el más reciente The Children's Book. También hay quien dice que tiene un aire a The Secret Garden (El jardín secreto), de Frances Hodgson Burnett (que curiosamente tiene un "cameo" en este libro), pero a mí me ha recordado más a los de A.S. Byatt, quizá porque los tengo más recientes.

No hace falta decir que la obra anterior de Kate Morton, The House at Riverton, así como la que saldrá dentro de unos meses (uno más para 2010), The Distant Hours, ya están en mi wishlist.

lunes, 22 de febrero de 2010

Pastel de coco (edición 2010)

Que somos criaturas de costumbres fijas se nota hasta en los restos que se nos acumulan en los armarios y en la forma en que los gastamos. Hace unos días a Manuel le dio por abrir y cerrar armarios compulsivamente y, luego, informarme de la fecha de caducidad de las cosas. No necesariamente cercana en el tiempo en algunos casos, pero aun así.

Por allí apareció la bolsita de coco rallado que usamos para los panellets (y que tampoco este año gastamos entera) y un paquete a medio usar de harina de fuerza y, claro, tuvimos la misma idea que hace casi un año: pastel de coco sacado del libro de Delicias al horno.

Lo bueno de esa receta es que es fácil, mancha poco y se hace rápido. Además me acordé de ponerle un poco de levadura aunque la receta no lo diga, cosa que me sorprendió, qué memoria. Lo malo es que a pesar de la levadura, es un bizcocho de lo más apacible. Sube poco a poco y muy moderadamente así que telehorno fue tirando a aburrida. Es un absurdo pasar una hora plantados delante del horno cuando podríamos estar sentados en cualquier otro sitio, pero ya hemos cogido la costumbre, sea telehorno pura emoción o un soberano aburrimiento. El pastel de coco tarda una hora en hacerse, así que Manuel se cogió un revista de cine y yo empecé por hojear posibles recetas en el libro y terminé por ir a por el libro adictivo y ponerme a leer tan ricamente al calorcito del horno.

Me hizo gracia la imagen y le comenté a Manuel que estábamos muy Brontë (el origen de los juvenilia, al fin y al cabo, según escribió Charlotte, fue una noche mientras todos estaban sentados en la cocina alrededor de la lumbre). "Imagina que cada uno tuviéramos una isla...". Nos reímos.

Y el bizcochito quedó rico, un poco más de levadura (la eché a ojo al fin y al cabo) no le hubiera ido mal, pero lo que puse contribuyó a hacerlo un pelín más esponjoso que la edición anterior. Sigue estando rico. Desayunando corté este pedazo y me recordó a Australia con la excepción de la parte inferior. Puede ser influencia del libro adictivo o puede ser que entre lo de la tarde anterior de las Brontë y esto yo esté perdiendo la cabeza. Cada uno que marque la casilla que crea que procede.

Loca también la película dominical: Topper (La pareja invisible se divierte). De 1937, con Cary Grant y Constance Bennett y todo un éxito de taquilla en su día (y Cary Grant que se hizo de oro al haber invertido en ella) aunque hoy no sea muy conocida. Y es que para la época era novedosísimo eso de que alguien fuera invisible en la pantalla, ver cómo se movían por el aire los objetos, etc. Incluso a día de hoy con toda la tecnología y demás tiene mucho encanto (siempre lo digo: prefiero el aspecto "cutre" de las primeras películas de Superman, por ejemplo, al aspecto cutre digital de muchas películas actuales. Si vas a hacer algo cutre, mejor en analógico, que tiene más encanto. Y, ojo, que los efectos de Topper no son especialmente cutres).

domingo, 21 de febrero de 2010

Enganchada

Si alguien me busca hoy, dentro o fuera de casa, encontrará mi nariz pegada a un libro. Estoy enganchada. Muy enganchada.


Si alguien me hubiera buscado hace hoy justo un año, me hubiera encontrado entrando y saliendo cada vez más cargada de las muchas librerías de Charing Cross Road. (Y mañana Rufinito cumple su primer año).

viernes, 19 de febrero de 2010

Tristán e Isolda



Poco después del verano y después de mucho pensárselo, Manuel decidió que ya era mayorcita para llevarme a la ópera. Tenía sus reparos porque la ópera nunca ha sido lo mío aunque a él le gusta muchísimo. Pero a fuerza de todos los sábados hacer la repostería y la cena con una de fondo, de varios veranos oyendo Bayreuth por la radio* y demás lo cierto es que ya no me desagrada tanto como antes (sí, antes me desagradaba, lo confieso). La ópera tiene pinta de ser un gusto aprendido/adquirido y, bueno, aunque sigue sin ser mi expresión musical preferida, la llevo bien y me va cayendo mejor. Así que con esta pequeña evolución cuyos orígenes habrá quien considere un sacrilegio fruto de la incultura (y yo no lo voy a negar), Manuel pensó que yo estaba madura para una ópera. Se miró el programa de la temporada 2009-2010 del Liceo y vio dos óperas: una (no recuerdo cuál) que me iría mejor a mí como no-iniciada y otra (Tristán e Isolda, de Wagner), que le iba mucho mejor a él como amante de la ópera y de Wagner. Yo le dije que no había duda posible: teníamos que ir a ver Tristán e Isolda, que era la que más le apetecía a él. El convencimiento flaqueó un poco cuando me enteré de que la ópera (con entreactos) duraba 4 horas y 50 minutos. Por suerte el Liceo no es Bayreuth, así que aquí no nos cerrarían la puerta a cal y canto y nos dejarían a merced del integrismo operístico. El caso es que después del verano el 18 de febrero quedaba lejísimos.

Pero ayer fue 18 de febrero. Así que a las siete menos algo cruzábamos el umbral del Liceo, entre una amalgama de gente peripuesta y gente vestida de diario. Qué bonito es el Liceo y qué caras pondría la gente que por casualidad y de pasada oyera mi interrogatorio constante a Manuel sobre el famoso incendio. No era la primera vez que pisaba el Liceo, pero sí la primera que entraba por la puerta grande a la sala grande.

Llegamos a nuestros asientos en la cuarta fila y yo hice unas cuantas fotos, el gran debut de la cámara nueva: su primer gran acontecimiento. El caso es que el síndrome de Stendhal que causa el Liceo ya de por sí y la cámara nueva que debuta son una mala combinación. Al entrar al Liceo le había preguntado a Manuel si sacar la cámara en la entrada era "muy de pueblo", pero dentro de la sala ya no hubo reparos. Y además, de pueblo o no, había más gente haciendo fotos. Así que me puse a hacer fotos como loca hasta que Manuel carraspeó y comentó que, en fin, yo había dicho que haría "alguna foto" no miles de ellas. Tenía razón y además la gente empezaba a llegar en masa y yo no hacía más que estar en medio me pusiera donde me pusiera. Me senté en mi asiento y al poco empezó la ópera.

Puede que no me entusiasme la ópera, pero el preludio (con el famoso acorde de Tristán) de Tristán e Isolda me parece impresionante. Y no me puedo resistir a compartirlo, aunque no sea en la versión de anoche:



El caso es que unos días antes Manuel me había pasado la ópera para que me fuera haciendo con ella y aunque - lo reconozco - no había llegado a oírla entera, ya estaba familiarizada con ella, también de las escuchas distraídas previas en Bayreuth y demás. Conocía la historia que cuenta, pero no las palabras con las que la cuenta. Así que agradecí los sobretítulos del Liceo, que en nuestro caso, por estar cerca del escenario y evitarnos la tortícolis, eran subtítulos puesto que los leíamos cada uno en una pequeña pantalla situada en el respaldo del asiento de delante.

Mientras sonaba el preludio, con la cortina aún bajada, pensaba que, con la de comparaciones y demás que ha habido entre Cumbres borrascosas y Tristán e Isolda, lo mejor sería que alguien adaptase Cumbres borrascosas y en lugar de banda sonora original utilizase la música de Tristán. Cuando en un entreacto se lo dije a Manuel, me recordó que Buñuel ya había hecho eso - más o menos, no al completo - con su adaptación de Cumbres borrascosas: Abismos de pasión (posiblemente la más libre y la más fiel al mismo tiempo, dicho sea de paso). A Manuel en el momento le dije aquello de "great minds think alike" (las grandes mentes piensan cosas similares), pero probablemente mi gran idea no fuera más que el vago recuerdo de lo de Buñuel.

Por otra parte la similitud entre muchas de las palabras del segundo acto y muchas de las palabras de Cumbres borrascosas es bastante impresionate. Son bastante cercanas en el tiempo, aunque Cumbres borrascosas es anterior, y, claro, supongo que ambas beben de las mismas fuentes, puesto que Emily Brontë estaba muy influida por el romanticismo alemán. En fin, que me voy por los cerros de Úbeda.

Y se subió la cortina y empezó la ópera. Como siempre, a mí lo que más me fascina del mundo del teatro son los vestidos, la escenografía, la iluminación. Manuel, al principio de comprar las entradas, había deseado que ojalá no fuera un montaje moderno, que no están mal necesariamente pero que tienden demasiado al minimalismo, y los hados le concedieron el deseo porque tuvimos mucha suerte: el decorado es el que David Hockney diseñó en los años ochenta, traido desde Los Angeles. En pendiente (¡pobres cantantes!) y con una perspectiva enorme, muy de cuento, muy colorido, muy chulo. Pero si había algo fascinante fue la iluminación del segundo acto (cuya escenografía también fue la que más me gustó) y que pasa por el día, el atardecer, la noche estrellada, el alba, el día de nuevo, de forma tan, tan real que parece que esté pasando de verdad. Impresionante.

En los dos entreactos - de 30 minutos cada uno - nos dedicamos a merodear por el Liceo: visitamos el conocido foyer que no tiene conciertos esta temporada, nos dimos el "capricho" de comprarnos una triste botella de agua mientras la gente se ponía las botas con pequeños croissants rellenos (precio de cada uno: 4 euros) y yo quedé encantada, aunque resistí al tentación, con una cajita en miniatura de caramelitos Tic-Tac.

Fuimos también al famoso salón de los espejos, que es precioso (el dorado, si no se usa en exceso y por norma como en Versalles, es muy bonito, claro). Para entonces yo ya había abandonado cualquier preocupación por parecer "de pueblo", puesto que había más gente haciendo fotos e incluso gente comiendo bocatas caseros envueltos en papel de plata, y sacaba la cámara sin problemas.



Y así, cerca de las 12 de la noche, Isolda, una mujer con un impresionante chorro de voz** (¡qué vocabulario operístico el mío!), cantaba su Liebestod. Terminaba Tristán e Isolda y yo había superado mi primera noche en la ópera mucho mejor de lo esperado. Y tan ricamente.

Lo malo fue salir y enconrtrarnos con que diluviaba y que yo no llevaba paraguas. (Manuel: ¡¿cómo que no llevas paraguas?! ¡Pero si SIEMPRE llevas paraguas! Cristina: claro, lo llevo siempre encima porque cuando no lo llevo pasan estas cosas. Pero como salí de casa y estaba totalmente despejado y no quería traer mucho bártulos... lo dejé). Así que nos tocó ir Ramblas arriba bajo el diluvio universal y el surrealismo de un señor del Ayuntamiento regando las Ramblas bajo el diluvio universal (¿gasto de recursos inútil?) hasta que encontramos un taxi. Creo que en la vida me había mojado tanto (¡porque siempre llevo paraguas!) y con una lluvia tan fría. Por suerte enseguida estábamos en casita. ¡Cómo agradecí la cama!

* Ayer, al entrar al Liceo, nos dieron un folleto con "ofertas" para Bayreuth de este año por el módico precio (todo incluido, desplazamiento, hotel, entradas, etc, pero, ojo, individual) de, por ejemplo, para la Tetralogía del Anillo, alrededor de 8.000 euros.

** No tanto chorro de voz tenía nuestro Tristán que a veces se quedaba ahogado por la orquesta. Manuel ya me había puesto en antecedentes de lo difícil que es cantar a Wagner, así que, pobre hombre, no me puedo meter con él. El que interpretaba al rey (se llama Attila (!) Jun y es coreano) tenía un vozarrón (era un bajo) y se llevó una gran ovación al final, pero si lo menciono es porque, cosas de la iluminación y el alemán, sus perdigones al cantar debían de llegar a la primera fila por lo menos. Y por cierto, ahora que digo que es coreano, si algo me impresiona también de la ópera es que los cantantes se aprendan esas enooooooormes parrafadas en un idioma que no es el suyo y que probablemente desconocen, sólo de oído.

jueves, 18 de febrero de 2010

Págame para que te cobre

No me gusta que el blog se convierta en un espacio de quejas y reclamaciones, pero es que a veces no me dejan más remedio.

Una por fin se pone a comprar unos billetes para un viaje relámpago a Madrid en marzo, selecciona los billetes que más convienen a un precio moderadamente razonable*, etc. Y cuando llega la hora de pagar... ¡sorpresa! A no ser que en las próximas 24 horas quieras ir a un ServiCaixa y efectuar el pago (¿y alguien duda de que no dará algún tipo de problemas en algunos casos? Yo, con la suerte que tengo para estas cosas, los tendría seguro), tienes que pagar 10 euros (¡10 euros! ¡y para el viaje a París me indigné por una cantidad menor!). Con la opción del ServiCaixa lo único que haces es reservar el billete hasta que pagas, es decir, un sinvivir desde que sales de la web de la compañía** hasta que pasas por el cajero. "Tengo que ir por el ServiCaixa, tengo que ir por el ServiCaixa, tengo que ir por el ServiCaixa...". Eso no es vida.

Recapitulemos, entonces. ¿No te venden todo esto de comprar tu billete electrónico desde casa como la comodidad elevada al máximo? ¿No te dicen orgullosos que ya no tienes que ir a la agencia de viajes? ¿Que ya puedes viajar sin billete físico a no ser que seas un paranoico como yo que siempre imprimes los billetes y los llevas? (Con la "cómoda" opción de ServiCaixa tienes que viajar con el justificante de pago). ¿De qué sirve comprar un billete desde casa si tienes que salir a pagarlo? Por no hablar de que la publicidad y el precio del billete son ligeramente engañosos. ¿Qué pasa si compras el billete desde el extranjero o desde un pueblo perdido que no tiene un ServiCaixa cerca? Entonces los 10 euros dejan de ser "opcionales" (que nunca lo fueron del todo) y pasan a ser obligatorios.

Total: que yo pagué los 10 euros y puse verde la miseria de una empresa grande que cobra más por pagar con tarjeta que una tiendecita de barrio cualquiera que podría cobrarte y no lo hace cuando pagas una cantidad mucho menor. A ver, que yo interés por pagar tengo el mínimo, los interesados en cobrarme son o deberían ser ellos. Yo quiero un billete que me lleve de un sitio a otro y ellos quieren dinero a cambio. Muy bien, yo pongo de mi parte para que trasladarme les sea fácil (me comprometo a acatar las normas, a llegar a tiempo, a comportarme, etc.) y ellos ponen de su parte el darme facilidades para que yo pague por el servicio. Así es como yo entiendo que debería ser, pero tal y como están las cosas ahora me da la impresión de que el único que pone de su parte es el cliente mientras que la empresa mira por encima del hombro con desdén como si por permitirte que te montes en el avión te estuvieran haciendo el favor de tu vida.

¡Que inventen el teletransporte ya!

* Hablando del precio del billete: es curioso cómo cuando sube el petróleo las compañías aéreas siempre dicen que se ven obligadas con todo el dolor de su corazón a subir los precios. ¿Pero alguien vio que los precios bajaran cuando bajó el petróleo? No: de hecho fue entonces cuando empezaron a cobrar los extras: las maletas, el cobrar por pagar, el cobrar por elegir asiento, el cobrar por darte un vaso de agua en el avión, etc. hasta que al final te preguntas qué es lo que estás pagando en el precio del "billete", si luego todo lo demás son extras. Supongo que lo que pagas es que te traten como tonto y como mercancía.

** No pensaba decir el nombre de la compañía, pero al final he decidido que no me voy a callar: Spanair, que ya me perdieron una vez una maleta y por lo visto lo de las disculpas no va incluido en el billete ni se puede pagar con ningún extra.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Noche de viernes: The Great Gatsby (El gran Gatsby) (2000)

Hace unos meses vimos la adaptación de The Great Gatsby (El gran Gatsby), de Francis Scott Fitzgerald, por excelencia, la de Robert Redford y Mia Farrow. En el tiempo que ha transcurrido desde entonces sigo sin haber leído la novela. Tiene que ser algo más que sólo el idioma, porque así como la literatura inglesa me cuesta poco (alguien que conozca el blog desde hace un segundo se habrá ya dado cuenta de eso), la literatura americana, en el mismo idioma con pequeñas diferencias, me cuesta más. Es una gran generalización, pero es como son las cosas (están Paul Auster y otros, pero la representación es minúscula comparada con la literatura inglesa). Debería indagar en los motivos. Ahí me dejo esa nota a mí misma.

El caso es que no haber leído la novela no me impide ver adaptaciones. Manuel la conoce bien, así que propuso esta adaptación para televisión del año 2000 y yo acepté encantada, porque todo lo que sirva para retrasar un viernes más la versión de Cumbres borrascosas de la MTV es bien recibido. Y aparte sale Toby Stephens (el señor Rochester en la última adaptación de Jane Eyre de la BBC), que siempre es un punto a favor.

Como con la adaptación clásica, yo veía a la chica que interpreta a Daisy sin parar de pensar que me sonaba de algo. Hasta que Manuel dijo: "me parece que Mira Sorvino es un miscast", que me sacó de dudas y dio pie a la conversación de que, claro, en la adaptación clásica, Mia Farrow está insuperable, con ese aire etéreo. Mira Sorvino es más de este mundo en esta adaptación.

¿Le queda grande a Toby Stephens el papel de Robert Redford? La verdad es que no lo sé. Yo lo vi bien, aunque encontré molesto el acento americano. Obviamente era necesario y el chico lo hacía bien, diría yo, pero era raro. Por otra parte yo tenía una grave confusión mental cada vez que se reía con su risa característica. En mi mente saltaban una especie de luces de neón que decían: "ROCHESTER!" y no, claro, era Gatsby, con su sonrisa torcida.

El narrador, Nick, es Paul Rudd, otra cara conocida. Va quedando claro que a no ser que por las razones que sea la cara de un actor se me haya quedado grabada a fuego junto con su nombre, me cuesta mucho unir las dos cosas. Las caras suelen sonarme independientemente de los nombres. Manuel puede dar fe de que una de mis frases más repetidas es: "¿dónde hemos visto a esta chica/este chico?" En las pocas ocasiones en que Manuel no puede sacarme de dudas (que suele ser cuando hago la pregunta no acerca del protagonista ni del secundario, sino de uno que tenía dos palabras en toda la película) y si está el ordenador encendido viene la consulta de rigor al IMDb o a la wikipedia para ver su filmografía. Lo peor de todo es que en muchos casos o resulta que no ha hecho nada que yo pueda conocer ni de lejos o que mi memoria para las caras tampoco es gran cosa porque lo estaba confundiendo con no sé quién. Después de enterarme de que Mira Sorvino era Mira Sorvino no quería repetir el numerito con el narrador, así que lo iba rumiando internamente... hasta que caí, y caí en voz alta, con lo cual toda la ignorancia oculta salió a la luz: "¡ah, este salía en una película con Jennifer Aniston!" Y no sé qué fue peor, la ignorancia o la fuente de conocimiento en ese caso (aunque la película estaba bien, puestos a decirlo todo). Y ahora mirando su filmografía veo que también salía en Friends. Hmmmm... habría quedado mucho mejor de haber caído en eso.

En resumen, que el cine como asignatura se me da mal, qué le vamos a hacer.

Como no he leído el libro y tengo mala memoria para estas cosas, me dedico a repetir como un loro otra opinión de Manuel: que por lo visto las escenas iniciales y muchas posteriores parecen más una copia de la adaptación clásica que del libro en sí. Mi opinión al respecto es levantar los hombros y poner cara de no saber.

En fin, que la adaptación se deja ver y no es ni enormemente buena ni terriblemente mala, así que no hay quejas ni sorpresas. Yo debo reconocer que en los minutos finales el sueño pudo conmigo (no aprendo a no tumbarme en el sofá y no aprendo que lo de "sólo cierro los ojos un momentito y voy escuchando" no funciona), pero es culpa del sofá y no de la película, que conste.

martes, 16 de febrero de 2010

A días grises, caramelos

Por increíble que pueda sonar, hacía siglos que no entraba en una tienda de chucherías. He logrado reducir la selección al mínimo:


El día lo pedía a gritos, como el consabido té humeante, la manta, el libro y el sofá. El documento word que decide, motu proprio, ponerse a crear páginas en blanco sin parar es opcional y poco recomendable.

lunes, 15 de febrero de 2010

Granny Boyd's Biscuits

No lo niego, cuando me topé con estas galletas en internet (que son una receta de la famosa Nigella Lawson) lo que más me llamó la atención no fue la buena pinta que tenían ni que llevaran cacao ni que fueran facilísimas de hacer. No, lo que me llamó la atención fue el toque final: una vez que se tiene la masa lista, se hacen bolitas del tamaño de una nuez - y he aquí lo que me gustó - se aplastan con un tenedor, que es lo que les da su aspecto característico con sus rayitas centrales. El aplastamiento y posterior aspecto fue tan satisfactorio como esperaba.

Por otro lado, con estas galletas por fin hemos comprado una harina más para nuestra "colección". Una harina que yo me resistía a comprar por algo tan superficial como la razón por la que elegí estas galletas: el nombre. Y es que... ¿cómo alguien puede bautizar una harina como Bizcochona? ¡Es un nombre espantoso! Y cada vez que lo digo o lo pienso me suena a viejo de pueblo diciéndolo de una moza que pasa por delante. Es una imagen mental que no anima a la repostería. En inglés, la "Bizcochona" se llama "self-raising flour" y no es otra cosa que harina ya mezclada con levadura. Supongo que alguien en algún sitio habrá calculado las proporciones de harina y levadura que se pueden utilizar para prescindir de la Bizcochona, pero el viernes haciendo la lista de la compra fue ligeramente más fácil escribir "Bizcochona" (con la imagen mental correspondiente mientras la apuntaba) que venir al ordenador y hacer la búsqueda. Las búsquedas se me dan cada vez peor y se va extendiendo a la vida real. Supermercado, viernes por la tarde:

Cristina: voy a por la Bizcochona (dolor de algo por dentro), que una vez me dijiste que la habías visto aquí [nuestro supermercado es pequeño y de productos normalitos; productos "innovadores" los justos].
Manuel: ¿te lo dije?
Cristina: creo que sí. (Va y vuelve con las manos vacías de la sección de harinas)
Cristina: pues no hay, pero juraría que me lo dijiste un día.
Manuel: pues no sé, no me acuerdo.
(Siguen comprando)
Manuel: (con la Bizcochona en la mano) ¿pero cómo no la has visto si estaba ahí?
Cristina: ¿con las harinas?
(Se dirigen de nuevo a la sección de harinas y Manuel señala la Bizcochona, claramente a la vista).

En fin, negada para las búsquedas. Eso o que mi cerebro se negó a identificar un producto con un nombre tan feo.

Las galletas ya digo que son facilísimas de hacer, en un momentito la masa está lista y se puede hacer eso tan extrañamente divertido de aplastar las bolitas con el tenedor. Eso sí: en la bandeja del horno hay que ponerlas MUY separadas. Mi gran miedo con las galletas - bueno, uno de ellos, ya he contado muchas veces que me imponen las galletas - es precisamente que en la bandeja se forme una única gran galleta gigante. Así que las intento poner siempre muy bien separadas, pero con estas fui justita y telehorno fue muy tensa puesto que algunas se tocaron un poco. Por suerte ya estaban un poco hechas y sólo se tocaron sin solidificarse. Con la segunda tanda - salieron como treinta y pico galletas) - pensé que las estaba poniendo más separadas y se juntaron más (de nuevo sin solidificarse), qué ojo tengo. Oler, olía de maravilla, eso sí.

Las galletas están ricas, pero son normalitas, no hay una gran sorpresa en el sabor. Si las volviera a hacer - y con lo fáciles que son no lo descarto (bueno, vale, lo que yo quiero es volver a aplastar la bolita, es adictivo) - pondría un poco más de cacao, que no sé por qué extraña razón en nuestro caso se quedó en un plano bastante discreto. Pero están ricas y son monas.

Por otra parte ayer la plancha me la amenizaron los Goya, así que no hubo comedia clásica. Pero eso no quiere decir que no haya habido películas este fin de semana. Manuel siempre está en mitad de alguna y, como él dice, yo "me engancho a todo" (una excepción clara en eso son las películas asiáticas. Y sí, es una gran generalización, pero es la verdad, no me enganchan). El sábado estuve a punto de engancharme a X-Men 2 y si no me enganché fue porque Manuel estaba poco por la labor de contarme la primera película en un par de minutos (y, teniendo en cuenta mis conocimientos de cómics, seguramente habría tenido que remontarse más aun) y porque estaba liada haciendo otras cosas. Después de comer, me instalé yo con mi manta y mi libro en el sofá y Manuel se puso a contarme el argumento de la película que estaba viendo entonces. Si me engancho sin saber el argumento, cuando me cuentan el argumento ya no me separo: qué película más emocionante, The Rainmaker (Legítima defensa). Manuel puede ver - y ve - una película detrás de otra (siempre haciendo otras cosas, que nadie se lo imagine con la mirada fija en la pantalla constantemente), pero yo soy más de una y se acabó. Así que cuando esa se terminó, me disponía a leer hasta la hora de la repostería cuando resultó que la siguiente película que tocaba era Sleeping Beauty (La bella durmiente) de Disney (emitida en Cuatro hace casi tres semanas, ya os imagináis que aún tardaré un tiempo en ver Camino a este ritmo). Manuel es tan implacable con este ritmo cronológico como yo con el de los libros de cada autor, así que si la quería ver era entonces. Así que la vimos. Yo la había visto hace siglos y verla de nuevo y en inglés fue como verla por primera vez. Me gustó a pesar de ser un poco kitsch, como decía Manuel. Eso sí, dudo que hoy en día una película para niños tuviera zonas tan oscuras.

Así que otra cosa no, pero películas en esta casa - aunque prescindamos de la dominical - las hay para parar un tren. Y cosas dulces también, claro.

domingo, 14 de febrero de 2010

Variaciones

Miss Pettigrew made the tea. She put it on a tray with some biscuits and carried it to Miss LaFosse.
'You're quite right', said Miss LaFosse; 'this tea is definitely refreshing'.
Above her own fragrant cup Miss Pettigrew beamed contentedly. 'I always say, a nice, refreshing cup of tea and you're set up for hours'.

La señorita Pettigrew preparó el té. Lo puso en una bandeja con unas galletas y se lo llevó a la señorita LaFosse.
-Tienes razón-dijo la señorita LaFosse-. Este té resulta definitivamente reparador.
La señorita Pettigrew sonrió con satisfacción por encima de su olorosa taza de té.
-Es lo que digo siempre: una buena y reparadora taza de té y estás preparada para las horas que vengan.
(Traducción cutre de Miss Pettigrew mía. Además, una frase tan tonta como "set up for hours" me ha descolocado.)



Ya dije el año pasado que los primeros días de luz a la hora del té de la tarde eran demasiado tentadores como para dejarlos pasar sin fotos. Si a eso se le suma la cámara nueva, la combinación ya es de lo más poderosa. Como se ve en las fotos la atracción empezó ya cuando leía a Virginia Woolf y continuó con Miss Pettigrew. Pensaba como mucho poner una o dos fotos en el blog, pero la cita de Miss Pettigrew fue la gota que colmó el vaso.

Las galletas - que nadie se llame a engaño - no son caseras (para mí sobra la aclaración, pero por si acaso). Son los dos tipos que compré en A Taste of Home. Deliciosos ambos. El té oscuro es una de las últimas tazas de té de Navidad de la temporada y el té clarito es el blanco de vainilla de siempre. Me gusta mucho cómo - por casualidad - las galletas de chocolate correspondieron al té oscuro y las de mantequilla al té clarito.

Y mientras escribo esto, bebo otro té (bombón naranja), tomo otras galletas (estas sí caseras, pero sobre ellas más mañana), y hace sólo un rato que me he despegado del sofá, la manta y el libro. Variaciones sobre el mismo tema.

viernes, 12 de febrero de 2010

Miss Pettigrew Lives for a Day (El gran día de la señorita Pettigrew), de Winifred Watson

¡Por fin lo he leído! Lo quería desde antes de que estrenasen la película, que sólo reavivó las ganas de hacerme con él y finalmente en el viaje a Londres de hace casi un año (snif) fue uno de los primeros libros que compré (el ticket dice que lo compré el 21 de febrero a las 15:06 en Blackwells, es decir, el día que llegamos, a las dos horas o así de aterrizar y en la primera librería que entramos, ¿he dicho que tenía ganas de hacerme con él?). Pero por intentar dosificar este tipo de libros, por no leer todos los Persephone (porque sí, está publicado por Persephone, ¿cómo no?) uno detrás de otro y cosas así, nunca parecía encontrarle hueco. Después de Virginia Woolf necesitaba algo ligerito, alegre, que se dejara leer sin grandes esfuerzos y Winifred Watson está casi al lado de Virginia Woolf en la estantería. Fue guardar a Woolf y sacar a Watson.

Son casi, casi contemporáneos, Miss Pettigrew se publicó en 1938 y Between the Acts (Entre actos) en 1941, pero no pueden ser más diferentes. Por otra parte, a Virginia Woolf creo que le daría algo si se enterase de que he leído este tipo de libro después del suyo. Si hay algo que ella aborrecía era la llamada cultura "middlebrow" (una especie de cultura para intelectuales medios, por así decirlo). Como en las clases sociales inglesas, las clases altas y las clases bajas resultan ser más afines entre ellas que ninguna de las dos con la clase media. Aquí lo mismo: los intelectuales "altos" no tienen problemas con la "cultura de tipo clase baja" pero sí con la intermedia, con los que ni son grandes intelectuales ni abiertamente poco intelectuales, la media tinta. Por supuesto yo creo que me llevaría alguna mala mirada de Virginia Woolf, porque creo que mis lecturas se sitúan sobre todo en la zona "middlebrow".

Qué le vamos a hacer, Virginia, pero Miss Pettigrew me ha encantado, me ha parecido una delicia. Igual que Flowers for Mrs Harris (que es posterior), es un cuento de hadas con los pies un poco en el suelo, en este caso llevado a las calles del Londres de los años treinta. Cuenta la historia de la señorita Pettigrew, una solterona de clase media venida a menos a costa de no valer para su profesión de institutriz y de haber ido de peor en peor en cada trabajo. El libro, cuyos capítulos están divididos por horas, comienza a las 9:15 am, hora en que la señorita Pettigrew acude a la oficina de empleo a ver si hay algo para ella. Su situación es desesperada, pero tiene suerte y le dan una dirección.

Y ahí comienza un día mágico, lleno de casualidades y de confusión, que resulta ser una ventana al mundo. La señorita Pettigrew, estandarte de la moralidad, la dignidad y la rectitud comprende que las cosas no son blancas o negras, que hay medias tintas y que estas medias tintas pueden llegar a ser mucho más satisfactorias que cualquier convicción moral tradicional. La señorita Pettigrew abre su mente y se lo pasa en grande entre el grupo de "bohemios" (como ella los ve) de clase alta que la acogen y a los que ayuda sin ella ser muy consciente de ello. La señorita Pettigrew, de mentalidad muy práctica, a quien nadie había mirado nunca dos veces, en ocasiones casi incluso invisible, se vuelve esencial para este grupo, que la trata de maravilla.

El libro ya digo que se publicó en 1938, que es también la época por la que nos movemos en nuestras comedias dominicales. Y ha sido muy curioso porque es como cualquiera de ellas en versión papel en lugar de en versión celuloide. Además el libro trae unas deliciosas ilustraciones* que no hacen más que acrecentar el parecido.

Y, como decía antes, el año pasado se estrenó la película (trailer en versión original, trailer en versión doblada), que veo por el trailer que tiene bastantes diferencias con el libro... pero eso se queda pendiente para cuando la veamos en una noche de viernes, ya he pedido turno.

En fin, un libro tan delicioso y reconfortante como una buena taza de té. Nadie espera encontrar el sentido de la vida en una taza de té (¿o sí?) pero... ¿y lo bien que sienta?

Cartel a partir del cual está elaborada la portada de la edición Persephone Classics del libro, diseñada por Megan Wilson, del fantástico blog Ancient Industries. Es un anuncio de tabaco, ¡qué tiempos!

* Ilustraciones que me recordaban un poco a las de los libros de Celia, o quizá es que las tenía más presentes porque hace poco estuve hablando de los libros de Celia con mi madre, no sé. El caso es que, como los anuncios de tabaco así de estilosos, yo me pregunto qué fue de los libros para adultos ilustrados. Han desaparecido los dos.

jueves, 11 de febrero de 2010

Vuelven en 2010

Un inocente comentario de Miss Froy ha dado pie a que repase en público la lista de autores que han decidido - o en el caso de los ya fallecidos, las editoriales - volver en 2010. Como si mi wishlist no tuviera suficiente con los ya publicados, ahora también esta inundada de títulos venideros.

Algunos ya están desde hace bastante tiempo esperando, puesto que de vez en cuando me dedico a ver si mis autores preferidos tienen libros nuevos a la vista. La primera vuelta de 2010 fue la de Jasper Fforde y el resto vienen detrás y en avalancha:

- Less Than Angels, de Barbara Pym. Como decía, esto es cosa de Virago, la editorial. Pero como ya hice con Glass of Blessings, me niego a dejar pasar una reedición de un libro de Barbara Pym. En abril.

- The Hand That First Held Mine, de Maggie O'Farrell. Maggie O'Farrell, que tiene traducido The Vanishing Act of Esme Lennox (La extraña desaparición de Esme Lennox), me gusta mucho. Mi libro preferido suyo y uno de mis libros preferidos en general es el primero, After You'd Gone. Los dos siguientes no me dijeron gran cosa, pero como me gusta tanto su estilo se dejaron leer y no perdí la fe y Esme Lennox fue una buena recompensa. Espero que este sea otra. 29 de abril.

- Henrietta Sees It Through, de Joyce Dennys. ¡Sí! Este verano tendremos más Bloomsbury Group y, como prometieron si la cosa les iba bien, sacan la continuación de Henrietta's War, con portada en la misma línea que las del año pasado. Qué ganas. 5 de julio, ¿autorregalo de cumpleaños de nuevo?

- Nella Last in the 1950s. Ya comenté en su día las ganas que tengo de que llegue este. Esperar a Nella Last es como esperar la visita de algún conocido. (Y observo que entre que yo he generado el collage y ahora mismo acaban de subir la foto de la portada a Amazon. Una buena señal y una buena portada). En octubre.

- Family Britain, de David Kynaston. Técnicamente este salió en 2009, pero en tapas duras y tamaño gigante, como el de Austerity Britain que tengo en la estantería y que vino de Nueva York. Es continuación de ese y la portada es igual de bonita y representativa. A duras penas voy consiguiendo reunir la paciencia para que salga en tamaño bolsillo en mayo.

- Started Early, Took My Dog, de Kate Atkinson. Kate Atkinson no ha "cumplido su promesa" de dejar la saga de Jackson Brodie y dedicarse a "What Would Jane Do?". No sé qué habrá sido de ese proyecto y aunque, como ya he dicho otras veces, soy más fan de la primera Kate Atkinson que de la Kate Atkinson de Jackson Brodie, en el último libro me reconocilié con el investigador y sea como sea no cambio un libro de Kate Atkinson por nada. Además, el título proviene de un poema de Emily Dickinson. ¿Se puede pedir más? Ah, sí, que sale en agosto como es habitual. Con un poco de suerte habrá, como mínimo, algún aeropuerto de por medio donde comprarlo. Es ya un ritual.

- Mrs Harris Goes to Paris and Other Adventures, de Paul Gallico. Otro del Bloomsbury Group de este verano. Eso sí: típico, en París en año pasado encuentro por fin tras años de búsqueda Flowers for Mrs Harris (el título en Inglaterra de Mrs Harris Goes to Paris) y ahora lo reeditan. ¿Por qué lo tengo que comprar repetido entonces? Pues porque incluye Mrs Harris Goes to New York y eso, eso, es irresistible. Además, nunca puede haber demasiada Mrs Harris. 5 de julio también, más madera de autorregalo.

- The Betrayal, de Helen Dunmore. Helen Dunmore me gusta mucho, aunque he dejado pasar algún libro suyo que no me ha llamado la atención. Escribe de maravilla y, como es poeta, su prosa tiene un toque poético que me gusta muchísimo. Este tiene el aliciente, además, de ser la continuación de mi libro preferido de esta autora y uno de mis libros preferidos a secas: The Siege. No me atrevo a hacerme muchas ilusiones porque es muy difícil que vaya a estar a la altura, pero tengo ganas de echarle mano. Sale el mismo día que el de Maggie O'Farrell, el 29 de abril, y juntos tienen pinta de combinar a la perfección en un estupendo pedido a The Book Depository.

- Isa and May, de Margaret Forster. Ya está a la venta, salió la semana pasada y, teniendo en cuenta que he leído un montón de libros de Margaret Forster (¡y los que me quedan por suerte!) y sólo me ha decepcionado con uno y me han gustado muchísimo todos los demás, me está costando mucho-mucho-mucho resistirme. Manuel tiene apalabrado regalármelo por Sant Jordi si resisto, pero, argh, la tentación está ahí.

Y todo esto venía porque creo que en breve voy a leer otra adquisición parisina (y descubierta por Miss Froy): The Forgotten Garden de Kate Morton y Kate Morton también saca nuevo libro este año. Con lo cual, si me gusta su estilo, tendré que añadir un libro más a esta lista.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Noche de viernes: Stranger than Fiction (Más extraño que la ficción)

El viernes pasado lo tuvimos fácil: teníamos grabada Stranger than Fiction (Más extraño que la ficción) que habían puesto un tiempo antes en televisión (desconozco si días, semanas o meses antes puesto que la lista de películas grabadas que se le acumulan a Manuel en el DVD a veces se remonta muy atrás en el tiempo). Es de esas que yo quiero ver desde que las estrenan en el cine y, como no las veo, luego me acuerdo de ellas cada cierto tiempo y deseo - en alto - que las pasen por televisión. Lo de olvidarme de ellas entre deseo y deseo hace que parece que tenga la paciencia de esperar a que las pongan, cuando en realidad es que me olvido hasta que un día aparece Manuel diciendo: "¿tú no querías ver esta película?" Que hace que lo de desear en alto sea muy útil.

Ayer, sin ir más lejos, mientras teníamos ya la noche ya programada con APM? y Perdidos*, apareció diciendo que a las 10 había que grabar una película que yo quería ver. Con otras me lo tengo que pensar y no suelo caer, pero con esta lo vi claro: ¡Camino! ¡Por fin! A ver cuándo la vemos...

Si me voy por las ramas es porque de la película del viernes no tengo mucho que decir más que estuvo muy a la altura de lo que yo esperaba. Me gustó mucho y me recordó - salvando las distancias - a Paul Auster y algunos de sus personajes e historias, sólo que con más comedia. Con más comedia y con una pastelería con muy buena pinta, sí. Y con Emma Thompson tan bien como siempre.

Ya he dicho que en realidad tenía poco que decir.

* Con Perdidos ayer retomamos la cara de confusión única que se le debe de quedar a todo el mundo viendo esa serie. Manuel tiene un poco más de confianza que yo en los guionistas, pero yo desde ayer me estoy temiendo que cuando acabe todos vamos a cambiar la cara de confusión por cara de tontos, porque me da que al final todo va a haber sido una gran tomadura de pelo. Habrá que ver.

Por cierto, y ya que hablo de una serie que pasan en TV a los pocos días de la emisión en Estados Unidos: eso está muy bien, sí, es muy cómodo para que la gente no las piratee y todo lo que se quiera, pero lo de que en Estados Unidos hagan parones y que aquí nos tomen el pelo y, sin avisar, nos cuelen capítulos antiguos cuando no han llegado a tiempo de poner un capítulo nuevo me da muchísima rabia. No tengo nada en contra de ver capítulos repetidos si me avisan, pero que me intenten colar capítulos de House, Caso abierto o El mentalista viejos cuando me siento en el sofá dispuesta a ver uno nuevo me da mucha rabia. ¿Qué fue de la famosa fidelización? Porque el público no es tan tonto como piensan y si para ver una serie hay que 1) perseguirla a lo largo de todos los cambios de día de emisión (House era los miércoles y ahora los martes, El mentalista era los miércoles y ahora los domingos...) y 2) volverse loco con los capítulos que se emiten y nunca estar seguro de si esta noche merece la pena verlo o no es muy frustrante y es probable que empuje a más de uno a tomarse la justicia por la mano y verla a las horas que le plazca y acabar haciendo lo que quieren evitar. Quizá no estaría tan mal dejar un poco más de margen y tratar mejor al espectador. Digo yo.

EDITADO AL DÍA SIGUIENTE PARA AÑADIR: Justamente ayer vino Manuel señalándome este artículo en el periódico:

El miércoles pasado, La 2 emitió el episodio semanal de Muchachada nui 30 minutos antes que el miércoles anterior. Quizá por ese motivo, quizá no, el programa hizo su peor audiencia desde que inició su andadura en La 2: 354.000 espectadores, 2% de cuota. Un dato lejano de la media de la temporada pasada: 721.000 espectadores y un 5,6% de cuota.
Al día siguiente, unas declaraciones de Joaquín Reyes, director y creador del programa de humor, en La Voz de Galicia quejándose del baile de programación que sufre su programa ("Vernos es como buscar un tesoro en el mar. (...) Por primera vez me siento un poquito maltratado, la verdad"), desató la preocupación de sus admiradores. Ayer, Reyes matizaba sus palabras: "Fue una pataleta", explica. "Me molestó el baile de horarios, pero no es culpa de nadie. La 2 está en pleno proceso de cambio, redefiniendo sus contenidos, y a eso se le suma la ausencia de publicidad... Sigo pensando que es nuestra cadena, pero me ha sorprendido cómo nos ha programado este año. Estamos teniendo los datos más bajos desde que empezamos en La 2 y algo tendrá que ver". [...]
Desde que se estrenó la cuarta temporada, Muchachada nui se ha emitido a las 23.44 (13 de enero), a las 23.30 (20 de enero), a las 23.47 (27 de enero), y a las 23.18 (3 de febrero). Hoy tiene prevista su emisión a las 0.20.

Toda la razón. Lo mejor/peor del asunto es que se queje el creador de la serie del vaivén de horarios y de "premio" le cambien la hora más que nunca, ayer a las 12:20. ¡¡No es serio!!

martes, 9 de febrero de 2010

Azul (sobre azul)

Para un día gris.

"Inspirada" por un comentario de Virginia Woolf en Between the Acts (Entreactos), me dediqué a ir recopilando algunas fotos que venían al caso mientras leía el libro y los días lo permitían. Cualquier excusa es buena para sacar la cámara de fotos, claro.

Beyond that was blue, pure blue, black blue; blue that had never filtered down; that had escaped registration. It never fell as sun, shadow, or rain upon the world, but disregarded the little coloured ball of earth entirely. No flower felt it; no field; no garden.

Y más allá estaba el azul, el azul puro, el azul negro. Un azul que nunca se filtraba, que escapaba a las predicciones. Nunca caía como el sol, la sombra o la lluvia sobre el mundo, sino que despreciaba por completo la pequeña pelota de colores que es la Tierra. Ninguna flor lo sentía; ningún campo; ningún jardín. (Traducción muy cutre mía; ya dije que traducir a Virginia Woolf es como darse golpes contra una pared o peor)


















La última foto, la de la luna, se ve peor porque está recortada para que la luna se vea al tamaño que salió en la foto, que incluía mucho más azul alrededor. Tenía ganas de hacer una foto de la luna y ver con qué detalle la captaba por dos razones 1) porque para la cámara vieja, incluso con zoom, la luna siempre era un punto diminuto y 2) porque cuando descubrí la cámara actual y quise ver fotos hechas con ella una de las primeras que vi fue una impresionante de la luna con todo lujo de detalles. Aún estoy lejos de hacer una así (nocturna, y no de día como esta), puesto que hace falta una superficie firme (llámese trípode, llámese invento casero que funcione como tal) y mi asignatura pendiente con la cámara todavía: conocer las funciones manuales. Aun así estoy bastante impresionada con el detalle de esta, hecha a pulso.

lunes, 8 de febrero de 2010

Tarta de zanahoria doble

Para volver a hacer la tarta de zanahoria entraron en juego dos factores: 1) que desde hace semanas yo insistía en que quería hacerla de nuevo y 2) el fiasco de la semana pasada. En lo que no entró ningún factor más que la locura transitoria y el recuerdo de que la otra vez había quedado "pequeña" fue en lo de hacerla doble. Por lo visto los americanos hacen así muchas tartas, como se ve en los paquetes de muchos preparados. En lugar de hacer una tarta grande y cortarla por la mitad para untar el relleno, ellos hacen dos tartas y se ahorran el cortar, que siempre es un procedimiento de alto riesgo. Con las tartas de tener en el horno mucho rato no me atrae la idea (telehorno está bien, pero las repeticiones ya son demasiado incluso para una adicta como yo), pero en esta de zanahoria el tiempo de horneado es de 20 minutos (en teoría, al menos), es decir, el tiempo justo para meter la primera al horno y hacer la segunda mientras la primera se hace. Misterios de la cocina, y con los mismos ingredientes y temperatura, la primera tarta se hizo en 25 minutos y la segunda en 35. La cocina es una pura sorpresa.

La cocina olía de maravilla, eso sí. Y yo llegué justo a tiempo para sentarme en primera fila a ver la segunda sesión de telehorno. Por otra parte, algo diferente tuvimos que hacer el año pasado para que la tarta quedara "pequeña" y que, sin embargo, este año cada tarta quedara de tamaño normal. Cuando sacamos la primera del horno y metimos la segunda nos sentimos como unos auténticos glotones por no conformarnos con una sola. ¡Pero de verdad que el recuerdo de la del año pasado era que nos habíamos quedado cortos!

Al sacar la segunda hicimos la deliciosa-deliciosa mezcla de queso Philadelphia y azúcar glas para el glaseado. De todas los glaseados que hemos hecho no exagero si digo que este es el único que ha merecido la pena. De hecho, un día creo que voy a hacer la mezcla simplemente para untar en pan o tostadas. O para chuparme los dedos a secas. Es que es... hmmmmm.

Manuel, que es el encargado oficial de extender los glaseados, se puso a ello: primero un poco entre las dos tartas a modo de delicioso pegamento y después por la capa de arriba. Un poquito de canela de adorno y, voilà! la tarta más grande del mundo en proporción al número de comensales.

Pero está tan rica que por glotones que seamos que nadie se preocupe que nos zamparemos hasta la última miguita. Empezamos probándola el sábado por la noche, luego vino el desayuno ayer y etc., etc. Irresistible. Además, glotonoes o no, es un tarta de lo más satisfactoria: es muy fácil de hacer, por lo que hacer esta mole no costó nada, y es muy fácil de comer, por lo que cualquier posible resquicio de culpa se queda rápidamente por el camino. Y... esto... ¿no era muy buena la zanahoria para la vista?

Sigo pensando que la plancha no creo que queme demasiadas calorías, pero es lo que hay los domingos. Ayer tocaba Double Wedding (Doble boda) (¡todo era doble este fin de semana!), de 1937, de acompañamiento. Dos de los protagonistas eran la pareja cinematográfica del momento: Myrna Loy y William Powell. La película es una juerga constante, pero la historia que hay detrás del rodaje es tristísima. En pleno rodaje, Jean Harlow, que no sale en esta película pero que era la prometida de William Powell y muy amiga de Myrna Loy, murió a los 26 años. El rodaje se paró, pero tarde o temprano hubo que retomarlo y ya digo que la película es una juerga constante, así que no es raro que los dos actores le cogieran un poco de tirria. Según la wikipedia, William Powell afirmó que terminar el rodaje había sido "muy difícil dadas las circunstancias" y Myrna Loy escribió en su autobiografía que aborrecía la película, aunque entendía que no era más que un chivo expiatorio.

Y por último, para acabar con mal sabor de boca esta entrada precisamente, un artículo que recomiendo y que a su vez me recomendaron a mí el viernes: 'Archisílabos' a tutiplén. Aplaudí al leerlo.

Ah, sí. ¿La tarta? Ya queda un poco menos de la mitad. Ejem.