viernes, 30 de abril de 2010

Té de París

Para nosotros es raro llegar a estas alturas del año sin saber dónde vamos a ir de vacaciones, pero con lo del padre de Manuel, que aún sigue en la residencia (y lo que le queda), es difícil hacer planes. Lo mejor de la incertidumbre es que puede ser cualquier sitio. Es lo bueno que tiene viajar desde el sofá, que tan pronto piensas - como tantas veces - en volver a Nueva York, en volver a Haworth, en ir a San Petersburgo influenciada por la lectura actual (no tanto únicamente influenciada como influenciada de nuevo. Desde hace tiempo pienso que San Petersburgo debe de ser un viaje espectacular, pero, no sé, será que nacimos durante la Guerra Fría, pero viajar a Rusia impone un poco). En fin, a cualquier sitio.

Y aunque a París (¿de momento?) no me apetece especialmente volver (¿es un sacrilegio decir eso?), el otro día por influencia de las crónicas parisinas de Mar y del artículo (aunque sobre todo, para qué negarlo, del dibujo) de la revista de Waterstone's, me acordé de que aún tenía mi bolsita de té de París de Harney & Sons, comprada mucho antes del viaje, relegada para más adelante y finalmente casi olvidada entre los muchos tés.

Así que por fin me decidí a tomarlo. Tomar té de Harney & Sons siempre es, ya desde el principio, una gozada por sus bolsitas piramidales de seda (¿qué marca de tés es la que anuncia ahora a bombo y platillo sus nuevas bolsas piramidales como toda una innovación? ¿Lipton? ¿Hornimans? Una de las dos, que son las dos que tengo vetadas porque sus tés me parecen repugnantes).


El caso es que el té estaba bien rico y lo único que eché en falta fue una "reglette" de macarons de vainilla de Ladurée como acompañamiento. Entonces sí que habría sido el perfecto viaje sin moverse del sofá.

jueves, 29 de abril de 2010

De (la) memoria

Tengo una memoria horrible para citas textuales, poemas, frases célebres y demás. Horrible no tanto porque se me olviden - que también - sino porque me acuerdo en abstracto de ellas, generalmente además a medias.

Aun así me gustan las citas célebres, me gusta que mi calendario de sobremesa tenga una nueva cada día, aunque casi siempre a los cinco minutos, salvo que me haya gustado mucho, ya ni me acuerdo de ella. ¿La de hoy? Ni idea. Las tiras diarias del calendario de Mafalda me duran un poco más, incluso a veces días. También entra en juego el hecho de que la mayoría ya las he leído antes, claro.

Nunca he sido capaz de memorizar las cosas palabra por palabra. La gente que se aprende temas enteros, definiciones enteras, poemas enteros para un examen siempre me ha causado una combinación de admiración y extrañeza.

Mi capacidad de retención más parecida al método palabra por palabra está en general monopolizada por las Brontë. Pocas veces palabra por palabra, aunque algunas sí ("There was no possibility of taking a walk that day" es como empieza Jane Eyre, por ejemplo. La primera frase de Cumbres borrascosas es muy fácil de recordar: "1801." Lo que sigue, sin embargo ya lo recuerdo a mi estilo: ... returned... landlord...). Casi mejor sería no recordar nada, porque así es todo mucho más complicado. Hace unos días buscaba una frase de una carta de Charlotte (y son tres enormes tomos de cartas físicos, Google Books sólo tiene subidas algunas páginas y la búsqueda de dentro de los libros de Amazon iba bastante mal) y lo único que sabía, aparte de que era después de 1847 (o sea, que no me quité ni un tomo), era que salía la palabra "horror" y lo que decía más o menos, pero no exactamente. Llevó algún tiempo dar con ella y fue Manuel el que la encontró.

Total, que por todo esto desde hace ya mucho, apunto en mi cuaderno citas de los libros que leo y citas que encuentro por ahí y me gustan. Una especie de cerebro externo para estas cosas. Y toda la parrafada anterior es porque ayer me gustó mucho la cita del día que salía en la página principal de Google y me gustó la foto que salió a raíz de copiarla en el cuaderno cuando me tomaba un té por la tarde.

La cita en cuestión era esta:

Read, every day, something no one else is reading. Think, every day, something no one else is thinking. Do, every day, something no one else would be silly enough to do. It is bad for the mind to be always part of unanimity.

Lee, cada día, algo que nadie más esté leyendo. Piensa, cada día, algo que nadie más esté pensando. Haz, cada día, algo que nadie más sería tan tonto como para hacer. Es malo para la mente formar parte siempre de la unanimidad.

Lo dijo un tal Christopher Morley, autor y periodista estadounidense.

La apunté pero dentro de un tiempo, si llego a acordarme de ella, será como "cada día... algo... nadie más...".

martes, 27 de abril de 2010

Julie Atherton

Resulta que se nos han juntado todos los eventos del año en un par de semanas. Marlango la semana pasada, ayer esto, a finales de semana otra cosa, la semana que viene otra cosa... Un no parar, de butaca en butaca por toda Barcelona.

Claro que no nos quejamos, porque siempre solemos salir encantados de la vida, como ayer.

Hace algunas semanas Manuel me dijo que el día 26 de abril íbamos a ir a ver a Julie Atherton, que cantaba un repertorio de musicales (ya que el concierto lo organizaba la web TodoMusicales). Como los musicales cada vez me gustan más, pues yo encantada, aunque debo reconocer que de la chica no sabía nada.

Ayer a mediodía me llamó Manuel porque resultaba que en las entradas y en varios sitios de internet la hora aparecía diferente, en unos ponía a las 21.00 y en otros a las 21:30. Así que llamé al Auditori - el concierto era en una de las salas pequeñas - y se produjo la siguiente conversación:

Cristina: Hola, quería saber a qué hora es el concierto de esta noche porque...
Chica que atiende el teléfono (seca y mecánica): a las nueve.
Cristina: Pero es que en la entrada pone a las nueve y media.
Chica que atiende el teléfono (seca y mecánica): a las nueve.
Cristina: ¿Pero entonces la entrada está mal?
Chica que atiende el teléfono (seca y mecánica): a las nueve.

Total, que el concierto era a las nueve y media.

Y la mayoría del público era del mundillo del teatro musical así que a pesar de lo pequeña que es la sala hubo más saludos por metro cuadrado de los habituales, que ya son unos cuantos (lo de los saludos entre el público siempre es algo que nos fascina) y entre medias oíamos conversaciones interesantes.

Después de la media hora de espera cortesía de la telefonista del Auditori, salió por fin Julie Atherton al escenario y la chica fue una juerga. En serio, si un día se queda afónica, puede dedicarse a los monólogos o algo así. Pero ojalá no, porque canta de maravilla.

Muchas de las canciones no las conocía, pero daba igual. En su web tiene fragmentos de algunas de las que cantó, como My Simple Christmas Wish (I wanna be rich, famous and powerful...) o Taylor the Latte Boy (divertidísima canción, está en YouTube cantada por otra chica; y esto no lo cantaron, pero la contestación del famoso Taylor the Latte Boy tampoco tiene desperdicio). Había escogido muchas del mundillo teatral, una que hablaba de cástings y que era divertidísima también, etc. Acabó con una de una princesa "al estilo de Disney" que según dijo era la segunda vez que se cantaba en público y que nos hizo partirnos de risa a todos (qué público tan bilingüe el de ayer). Y luego un bis con A fine, fine line de Avenue Q (que por cierto se estrenará en Madrid a finales de agosto como Avenida Q).

Y entre medias hizo algunas colaboraciones con David Ordinas (al que según Manuel yo he visto en algún musical ¿La Bella y la Bestia? No recuerdo), Daniel Anglès (al que todo el mundo conocía menos yo; soy una novata) y Nina (bieeeeen, a ella sí que la conocía). El caso es que todos salían de entre el público y cantaban un dúo con Julie Atherton y luego ella les dejaba solos y cantaban una canción. Y yo supongo que cantar con Julie Atherton debe de imponer y a todos se les notaba muy nerviosos cuando cantaban con ella, luego lo hacían mucho mejor en solitario. Ninca cantó un "medley" de Mamma Mia! con Julie Atherton, con Julie Atherton cantando en inglés y Nina cantando la adaptación en español. Y cuando Julie Atherton la dejó en el escenario Nina cantó una impresionante versión en catalán (creo que adaptada por Daniel Anglés) de If We Never Said Goodbye del musical de Sunset Boulevard que nos dejó boquiabiertos. Dijo que no le importaría hacer de Norma Desmond si montaban el musical y desde luego tiene nuestro voto para hacer de ella. (Y al acabar el concierto había vuelto a su sitio y al irnos pasamos por su lado como si nada).

Y así se pasó el concierto, que fue una maravilla. Impresionante lo mucho que pueden hacer una buena voz y un buen pianista (magnífico Mark Collins).

Editado para añadir: en la web de TodoMusicales han añadido un par de vídeos de anoche que merece la pena ver por comprobar lo expresiva y graciosa que es Julie Atherton:

- Un batiburrillo de canciones (entre ellas un fragmento de Taylor the Latte Boy).
- Y un batiburrillo de los dúos.

lunes, 26 de abril de 2010

Genovesa de chocolate de sabor intenso

Aunque el viernes me hice por fin con el famoso molde que fue la compra surrealista del día ("¿Qué llevas en esa bolsa de tela tan llena?" "Ah, pues unos cuantos libros, unos cuantos marcapáginas y... ah, sí, un molde de repostería". Menos mal que es una conversación imaginaria que nunca tuve con nadie), ya habíamos hecho la compra (o no-compra, porque lo teníamos todo en casa) para otra cosa el sábado, así que hasta el sábado que viene no debutaremos en el mundo de las tartas. A ver qué sale.

De momento la repostería de este sábado fue una delicia que, días antes, buscando por cuál de todas las recetas apetecibles decantarme, vino precedida por el pequeño momento surrealista también de:

Cristina (sepultada bajo una pila de libros de repostería): Hmmmm... me apetece algo con chocolate.
Manuel (un tanto disperso): Tienes una tableta en el frigorífico.

A lo que, mientras me partía de risa, sumé mentalmente el 75% de las cosas de chocolate con temática de Semana Santa que nos trajimos de Londres y que aún no he tenido oportunidad sana de comer ya que un posible hueco que surgió hace unos días lo llenó una señora que pagaba delante de mí en el supermercado y a la que obsequiaron con un paquete de tres Kit-Kats por no sé qué promoción. La señora no los quería y me los regaló a mí. Yo encantada, claro, pero los dulces de Semana Santa no tanto.

Bueno, después de ese párrafo lo de que yo quisiera algo con chocolate suena excesivo, pero en su momento sólo daba la impresión de que hacía mucho que no cocinábamos (que es distinto de comer) con chocolate y los libros de recetas con chocolate forman un lobby importante en la estantería de los libros de cocina.

Al final me decanté por una receta salida del enorme libro del chocolate que llegó desde Madrid por Reyes y que básicamente se hacía a base de chocolate (del 52% al 64% de cacao; nosotros usamos el de Nestlé Postres que es 52%). Llevaba poca mantequilla, poquísima harina, no demasiados huevos, no demasiado azúcar y nada de levadura (lo cual, ya lo he dicho alguna que otra vez, siempre me da cierta fobia al posible mazacote resultante). El caso es que resulta que una genovesa es por lo visto eso, un bizcocho sin levadura que sube a costa de batir bien los huevos con el azúcar (pero sin claras a punto de nieve) y dejando que entre aire en la masa.

Las instrucciones del libro son de lo más parcas pero creo que las seguimos bien y al poco de meterlo en el horno empezó a subir y a subir (se puede ver una de las muchas y grandes pompas de aire en el lado derecho del pedacito cortado de arriba) y a recrear la superficie de Marte en la parte superior. Muy divertido de ver. Y el olor acompañaba, claro, qué maravilla.

El chocolate, además, me dio la oportunidad de usar las monísimas servilletas de Reyes recogidas en el último viaje a Madrid.

El caso es que cumplí bien mi deseo de algo con chocolate hasta el punto de que yo soy una entusiasta total y Manuel dice que, sin disgustarle, lo encuentra demasiado. ¿Demasiado? ¿Es eso posible con el chocolate? Yo lo encuentro delicioso, y además nada mazacote. Contundente, sí, por el mucho chocolate, pero muy ligerito en la boca. Ayer pensaba, además, que con unas cuantas nueces debe de estar riquísimo también.

Y como ya empieza a hacer calorcillo, seguro que quemé unas cuantas calorías planchando y riendo con la película de anoche, que me gustó muchísimo: Fifth Avenue Girl (La muchacha de la quinta avenida), con una Ginger Rogers que encontré modernísima en cuanto a la forma de actuar, costaba creer que realmente fuera 1939. Y el tema de la película es uno de esos que encuentro irresistibles: alguien que llega y, en este caso un poco caóticamente, pone orden en las vidas de los demás. Muy, muy recomendable.

domingo, 25 de abril de 2010

Un paseo por el día de Sant Jordi

El día de Sant Jordi es indescriptible, porque por muchas fotos que se vean o muchas cosas que se cuenten nada puede describir el caos y el ambiente callejero, o cómo hay puestos de rosas por todas partes o cómo a medida que avanza el día más y más personas van llevando rosas en la mano o cómo hay muchísimos tipos de rosas o cómo los puestos de libros aprovechan los espacios que dejan los puestos de rosas, cómo se ve a la mayoría de la gente disfrutando del día. Pero esos sólo son pequeñas partes que ni por asomo se acercan a la realidad del todo.

Unas cuantas fotos:










Todo el mundo vende rosas, desde colegios que quieren financiar el viaje de fin de curso, hasta universidades que hacen lo mismo, pasando por asociaciones, ONGs, gente normal y corriente, artesanos, floristerías (obviamente), etc, etc, etc. Supongo que la competencia es dura y se tienen que buscar formas de llamar la atención de clientes potenciales: desde los que anuncian que venden la rosa más cara de Sant Jordi (montada en una especie de roca, ramas con una bola de cristal en la parte ds arriba) a los que regalana un libro/folleto/poesía con la rosa, pasando por los que tienen ofertas en el precio de las rosas y los que - muchos este año - acompañan la rosa con un trocito de bizcocho (que ya le dije a Manuel que ya que el año que viene cae en sábado igual podemos aprovechar y poner puesto propio también; es broma, lo aclaro por si acaso). Eso sí, dejo caer la idea de que mucho más agradecido, sobre todo en los años en los que en Sant Jordi hace calor, sería una bebida fresquita. El otro día había un puesto que ni rosas ni libros: pan de Sant Jordi directamente (de queso y sobrasada; me dieron un trozo para probar y estaba bueno).



Este año encontré que desde ya a media mañana había muchísima gente por la calle y costaba mucho curiosear por los puestos de libros. Así que de los escritores que firmaban y a los que yo no iba, sólo veía las coronillas como mucho.

Mi primera parada fue para que Javier Cercas le firmara a Manuel Anatomía de un instante. Yo no he leído nada de Javier Cercas pero debo decir que me cayó de maravilla, tanto por lo que yo hablé con él como por el detalle que tuvo con un chico de delante que le contó que "no le alcanzaba" para comprar el libro pero que quería saludarle de todas formas porque bla bla bla. El caso es que Javier Cercas le dijo que se lo regalaba él y le pidió a la chica de La Central que se lo apuntara, que lo pagaba él. Me dejó impresionada el detalle y espero que el chico no le estuviera tomando el pelo.

Luego me fui a que me firmara Muriel Barbéry y, ya después de haber comido con Manuel y con tanta gente en la Rambla de Cataluña que dudo que cupiera un alfiler, me fui a hacer cola para que me firmara Javier Marías. Me encantó el detalle shakespeariano de la solapa de su chaqueta:



Y me atrevería a decir que él se sorprendió un poco cuando le entregué para que me firmara El hombre sentimental (publicado en los años ochenta; el último que he leído y - más importante aun - el más finito y más cómodo de llevar, que el libro de Javier Cercas y el de Muriel Barbéry ya abultaban bastante), más aun cuando abrió y se lo encontró sellado con un nombre del que yo le había dado (menos mal que no miró la solapa con la etiqueta que delataba que era de segunda mano y que lo compré a cinco euros). En cualquier caso me encanta ir a que Javier Marías me firme un libro. Con todo lo borde que puede llegar a ser en sus columnas, a mí me cae de maravilla.

Total, que al final llegué a casa con los tres libros firmados y arrastrados a cuestas todo el día, un molde como el que buscaba (¡por fin!), mi rosa y un montón de marcapáginas y libros/publicaciones gratuitas que me habían ido dando a lo largo del día en la calle, más un libro editado por Bill Bryson al que no pude resistirme (y estoy deseando también hacerme con su nuevo libro At Home: A Short History of Private Life, que sale a finales de mayo). Y en casa intercambiamos por fin nuestros libros no sorpresa puesto que los habíamos comprado abiertamente en Londres (uno de Tolkien para Manuel que incluye un enorme plano de la Tierra Media y que nos demostró, al intentar plegarlo de nuevo, por qué somos adictos a los PopOut Maps en nuestros viajes y Isa & May de Margaret Forster para mí). Manuel se sacó, sin embargo, uno de la manga y yo, que ya le conozco, le había hecho un vale por la biografía de Jean Rhys, que sale en tapas blandas (como él lo quiere, no es que yo sea así de rácana) ahora en mayo (excusa perfecta para pedir alguno más a The Book Depository, claro).





Por cierto que el año que viene Manuel dice que variará y comprará una rosa que no sea roja. A ver por cuál se decanta. Y el año que viene además Sant Jordi caerá en sábado y aunque Manuel mantiene que es mejor que caiga en día laborable porque de ese modo la gente se lanza (paradójicamente o no) más a la calle, yo lo dejo caer por si alguien quiere ir planeando un viaje. Es un día digno de ver, siempre que uno no sufra de agorafobia.

viernes, 23 de abril de 2010

Sant Jordi

Este año reciclo la idea de mi recreación de la leyenda de Sant Jordi y el dragón con los materiales que tengo a mano pero como cualquier excusa sigue siendo buena para sacar la cámara (y hoy me froto las manos con la de fotos que voy a hacer si la lluvia lo permite), pero cambio la foto.

Y lo que se dice hoy: feliç Sant Jordi y feliz día del libro (y el otro día me enteré de que el 23 de abril también tiene el honor de ser el día del copyright, así que feliz día del copyright también). Hoy toca pasarlo bien entre las masas de gente, las pilas de libros y los montones de rosas que hay por todas partes. De momento ha amanecido soleado, aunque las predicciones anunciaban un día nublado y quizá lluvioso (y yo en años anteriores siempre me quejaba del calor que hacía en Sant Jordi dejando caer que peor sería con lluvia: espero que este año no se cumpla).

Por mi parte me voy a cazar - una vez más - el autógrafo de Javier Marías que por fin ha venido a Barcelona por Sant Jordi (ya que este año no estaré en Madrid para la Feria del Libro), el de Muriel Barbéry (autora de La elegancia del erizo) y el de Javier Cercas para que le firme a Manuel Anatomía de un instante. Efectivamente, voy a hacer lo que en mi primer Sant Jordi dije que no volvería a hacer: ir cargada de libros ya de entrada. Y si llueve entonces sí que ya va a ser una juerga, sobre todo entre la masa de gente. Pero aun así confío en pasarlo muy bien.

Y me queda recibir mi libro y mi rosa, claro.

Nota acerca del día: como ya he empezado a leer/oír aquello de que Cervantes y Shakespeare murieron un día como hoy, bla bla bla aprovecho para recordarles a los periodistas (como si me leyeran, pero bueno, que quede constancia aquí también) que Cervantes y Shakespeare murieron en la misma fecha, no en el mismo día. Cervantes murió el 23 de abril del calendario gregoriano (el actual) y Shakespeare (porque a los ingleses los cambios venidos de fuera nunca les han gustado) murió el 23 de abril del calendario juliano (creo que el día según el calendario gregoriano sería el 3 de mayo o por ahí). Fecha, no día, por favor.

miércoles, 21 de abril de 2010

Marlango en el Liceo



Ayer volvimos al Liceo, pero en este caso no fue para asistir a una ópera, sino para ver a Marlango de nuevo.

Tenía muchas ganas de verlos y quizá por eso la tarde de espera se me hizo un poco larga. Llegué al centro con tiempo para dar una vuelta, busqué el molde más normal del mundo en Habitat pero tampoco lo tenían (!), curioseé un poco por la FNAC, recogí un libro en La Central, pululé un poco, entré en Zara, entré en H&M, me compré una falda que había visto hace unos meses y que entonces costaba casi 25 euros y ayer estaba rebajada a 10, barajé la posibilidad de ir por El Corte Inglés a por la taza Bodum y el molde, descarté la opción (ya iré otro día) y esperé a Manuel. Todo en el espacio de una hora. Pensaba que Manuel tardaría menos en llegar así que iba rápido-rápido-rápido de un sitio en otro.

Cuando llegó Manuel, aunque él no quiso, me animé a probar una nueva heladería (o al menos yo no la había visto antes) de las Ramblas: Amorino, de helado artesano y muchísimos sabores (una pena que no haya donde sentarse). Me costó decidirme, pero al final por tres euros tuve una tarrina llena de helado de vainilla de Madagascar, pistachos de Bronte (sí, después de oír hablar tanto de ellos por el nombre no podía dejar pasar la oportunidad de probarlos; venía alguno entero dentro el helado, que resultó estar muy rico) y chocolate de Ecuador. Riquísimos los tres, con debilidad especial por el de vainilla. Cuando le comenté a Manuel lo rica que estaba la vainilla se rió porque por lo visto siempre lo digo. Pero no es así, la vainilla que sabe muy artificial no me gusta, y esta estaba riquísima de verdad.

Total, que pululamos más, fuimos al Starbucks y por fin fuimos al Liceo, llegamos con un poco más de media hora de antelación, así que hubo tiempo de deleitarnos de nuevo con lo bonito que es el Liceo por dentro y comprobar que casi teníamos los mismos asientos que la vez anterior. (Somos cuadriculados porque el mundo nos hace así; fue casualidad).

Salió el telonero (un tal Aaron Thomas acompañado de una chica llamada Rebeca) y se hizo larguíiiiiiiisimo. No porque el chico fuera malo ni lo hiciera mal, sino porque los teloneros son un rollo siempre, sean quienes sean. No son el grupo al que has ido a ver, así que cansan. (Siempre que hablan de Pereza, ahora tan "valorados", le cuento a Manuel la misma anécdota (qué repetitiva soy, primero la vainilla y ahora esto), que es como una batallita de la guerra y es algo así: "¡uy, Pereza! Ahora resulta que son buenos y todo. Pues en mi primer concierto de Bon Jovi fueron los teloneros y el público los abucheó..."). No se puede juzgar a un telonero en condiciones nunca.

El caso es que por fin se fueron y por fin salieron Marlango al escenario. Y sí, debo reconocer que soy una superficial, porque antes de fijarme en la canción que abría el concierto, en la música o en lo bien que estaba el grupo me fijé en este "pequeño" detalle que también se ve en la foto: el sujetador de Leonor Watling, que me hizo daño a la vista durante todo el concierto, pero que por suerte lo bien que estuvo el concierto consiguió eclipsar un poco.

Al principio pasó lo de la otra vez en el Palau, que salen muy serios o muy callados al escenario, pero luego por suerte empiezan a hablar entre las canciones y, sobre todo Alejandro Pelayo, son divertidísimos. Además no paraban de repetir lo especial que era y la ilusión que les hacía poder tocar en el Liceo, que sí que supongo que debe de ser toda una experiencia. Y además, por lo que yo pude ver, estaba lleno hasta la bandera, con la excepción de las dos señoras que teníamos delante y que al cabo de un par de canciones o así se marcharon. ¿Se habrían equivocado? ¿Pensarían que era otra cosa?

El concierto empezó más tranquilito y el ritmo fue incrementándose a medida que avanzaba. Y ellos se iban soltando. Mención especial al momento en que Leonor Watling anunció que iba a cantar Lullaby (que era la que sonaba el día de la nieve) (compuesta para Bugaboo (y ahora veo que el vestido de la campaña es el mismo que llevaba anoche), dentro del proyecto RED (no quiero desmerecer el proyecto (en el que también participan otros como Starbucks, por ejemplo) pero con lo que cuesta un cochecito Bugaboo* pueden donar dinero para el SIDA en África y, si quisieran, para veinte proyectos solidarios más) y que, como no se acordaba bien de la letra, la iba a buscar en el cuaderno para no meter la pata. Buscó y rebuscó la pobre mientras comentaba que cuando los periodistas les preguntan por qué cantan en inglés y ellos hablan de sus influencias, etc., nunca dicen que en parte también es porque así si se le olvida la letra puede improvisar y se entera menos gente. Y como al final no encontró la letra, efectivamente improvisó mucho cantándola, pero esa es la gracia del directo. Me gustó el detalle.

Sí que cantaron una canción en español: una versión de No mires a los ojos de la gente, de Golpes Bajos.

Se notaba mucha diferencia de voz con respecto al concierto del Palau (que fue semanas después de haberlo cancelado por primera vez debido a una enfermedad, así que influiría), vaya voz que tenía ayer Leonor Watling: impresionante.

Así que lo pasamos de maravilla de canción en canción. Para acabar el concierto sacaron de nuevo a Aaron Thomas y a Rebeca y les hicieron participar en una de mis canciones preferidas de Marlango ( si no mi preferida directamente): It's Alright, que fue espectacular y salió muy bien y nos dejó con muy buen sabor de boca después de un concierto en el que nos lo habíamos pasado en grande. Y yo creo que ellos también, la verdad. Si repiten en Barcelona - ¿cuando repitan en Barcelona? - repetiremos nosotros también con toda seguridad.

(Hice un par de vídeos y creo que he recuperado mi cuenta de YouTube, así que si puedo luego quizá suba uno. Editado para añadir el vídeo de Pequeño Vals, una de mis otras canciones preferidas de Marlango):



* Lo sé porque en mis últimos tiempos en Madrid trabajé en una empresa de productos de niños, entre ellos carritos, y nunca dejaba de sorprenderme cómo gente que en otras cosas economiza quizá demasiado, no se corta a la hora de comprar un Bugaboo (porque lo usan muchos famosos entre ellos, supongo, Leonor Watling), un Stokke (no sé si lo usan famosos o no, pero me parece el coche más feo del mundo) o - lo peor de lo peor - un Jané de Carolina Herrera.

martes, 20 de abril de 2010

Leer al sol

Aprovechando que estamos en la semana de Sant Jordi - y por cierto que por fin vendrá Javier Marías a firmar a Barcelona - y la gente parece un poco más receptiva al tema "libros" (aunque sólo sea por escaquearse un rato del trabajo el viernes) quiero sacar de nuevo el tema del lector electrónico, lllamado Rufinito por estos lares.

Una de las cosas que más me cansa y me desespera a partes iguales es cuando la gente habla sin saber de lo que habla. Si no sabes de algo, ¿qué te hace pensar que vas a quedar mejor metiendo la pata que pronunciando un humilde "no sé"? O si "no sé" es algo que no está en tu vocabulario, quizá deberías pensar en añadir un "creo que..." o "no estoy del todo seguro pero..." Pues no, hay para quien hablar es sentenciar.

Entre las sentencias que me cansan y me desesperan últimamente - desde que hace un año Rufinito llegó a nuestras vidas y nos simplificó tantas lecturas - están las opiniones sobre los lectores electrónicos de gente que no ha visto uno ni de lejos. Y que probablemente también hace mucho no ve un libro de papel, pero eso es otro cantar. Hace unos días empezó a circular el vídeo del "revolucionario" BOOK, que tiene gracia hasta cierto punto, hasta que se convierte un poco en un "al contrario que" y no se da cuenta de que el concepto de "BOOK" y el concepto de lector electrónico no tiene por qué coincidir al 100%. Ya lo he dicho alguna vez, pero es como cuando la televisión parecía el final del cine o cuando el VHS parecía - de nuevo - el final del cine. ¿Se acabó el cine? No, ¿no? Pues eso.

"No puedo leer en una pantalla" es la frase más común y más ignorante que se oye en referencia a los Rufinitos del mundo. Me repito, ya lo sé, pero la gente que no sabe de lo que habla también. Leer en un lector electrónico no es como leer en una pantalla, si lo fuera puedo asegurar que yo sería incapaz de leer nada en él. Los libros electrónicos tienen una cosa que se llama tinta electrónica y que es IGUAL que la tinta sobre papel. Como a todos estos amantes de la letra impresa en papel se les resiste la comprensión de este concepto, decidí ir un paso más allá y demostrarlo con una imagen (que ya dicen que vale más mil palabras). ¿Alguien ha tratado de usar un ordenador cuando da el sol en la pantalla? ¿Alguien ha intentado utilizar el móvil o la cámara de fotos al sol? Cuesta ver la pantalla, ¿no?

Pues bien, la demostración de que la pantalla de un lector electrónico y su tinta electrónica NO son como leer en una de esas pantallas es que se puede leer al sol. A las pruebas me remito: un libro de papel y un libro electrónico al mismo sol y con la misma claridad de lectura.

No pretendo convencer a nadie de que ponga un Rufinito en su vida, eso es una decisión personal. Pero sí pretendo que la gente se busque otra excusa para descartarlo. Una excusa con base real a ser posible, por favor.

Lo que me hace gracia es que muchos de los que veían en el lector electrónico el anticristo hace unos meses, ahora no ven el momento de poner un iPad (el nuevo Mesías por lo visto) en sus vidas. Interesante deseo, puesto que la pantalla del iPad NO es de tinta electrónica, ES retroiluminada y - digan lo que digan de los ajustes - no se verá bien en el sol y sí cansará la vista. Vaya, que leer en el iPad SÍ que es como leer en una pantalla de ordenador. Leer en un lector electrónico con tinta electrónica, no, puesto que es como leer un libro cualquiera.

Editado después, por cierto, para ponerle una medallita (pero de las malas) al señor de Bruselas (Emer Traynor, portavoz del comisario de Fiscalidad, el lituano Algirdas Semeta) que dijo lo siguiente en referencia a por qué a libros libros impresos o en cualquier otro formato físico sí se les puede aplicar el IVA superreducido (en España porque, por ejemplo, en el Reino Unido los libros físicos no tienen IVA) y a los libros electrónicos descargables, no. Atención a la gran distinción legal:

"Los libros son productos y los libros electrónicos son servicios".

Me quedé sin palabras el otro día cuando lo leí. Para decir cosas así casi preferiría que me dijeran "porque nos da la gana y ya está". Al menos no tendría la desagradable sensación de que se están quedando conmigo.

lunes, 19 de abril de 2010

Pastel de limón y arándanos

Como Manuel no quería usar garbanzos como pesos a la hora de hacer tartas cuya masa había que hornear por separado, compramos las famosas baking beans reutilizables en Londres, que era lo que parecía más complicado del asunto de hacer más tartas de fruta como pedía Manuel.

Después de eso sólo había que hacerse con el molde necesario (de este tipo) y podríamos variar aun más. En todo esto no contábamos con que soy gafe. Hace unos días me acerqué a Ikea a por el molde principalmente y, de paso, a por un marco para el cartel de Keep Calm and Carry On. Pero lo principal era el molde. Pues bien, resultó que los dos o tres modelos de moldes de este tipo están agotados sin fecha de reposición a la vista. Típico, el molde más normal del mundo desaparece de la faz de la tierra cuando yo lo busco. En fin, esta semana haré un nuevo intento en alguna otra tienda y a ver qué pasa. De momento se confirma que sigo siendo gafe.

Así que no pudimos estrenar las baking beans el sábado como era la idea pero incorporamos un poco de fruta al asunto aunque, como diría Manuel, sean frutas de las de siempre: limón y arándanos, en una receta sacada del Delicias al horno que me regaló la única lectora.

Aparte de ser gafe, otro problema que tengo es que ignoro por completo las indicaciones de las recetas respecto a los moldes (y hago bien, vista la experiencia anterior). Más que nada porque de seguirlas al pie de la letra creo que tendríamos un molde diferente para cada receta que hemos hecho en todos los sábados de repostería que llevamos. Así que cuando vi que la receta decía que el molde debía ser de 20x20 hice como si nada y saqué el molde de Habitat redondito que cada día me gusta más (es mono y se limpia de maravilla).

Nos pusimos a mezclar ingredientes, tuve que hacer una escapada de emergencia al supermercado de enfrente (por segunda vez esta semana; el otro día quise hacer pasta sin... pasta) a por la Bizcochona de nombre horrible porque no teníamos suficiente de la otra vez, seguimos mezclando ingredientes y aquello se va convirtiendo en una enorme masa. Yo hago como si nada y Manuel engrasa el molde redondo sin fijarse demasiado hasta que le pregunto qué es mayor, un molde de 20x20 o nuestro molde redondo y calcula que el molde de 20x20 es bastante mayor que el nuestro. Hmmmm... interesante.

Echamos la enorme mezcla en el molde y observamos que a poco que suba se va a desbordar porque ya casi se está desbordando de entrada. La solución improvisada no es otra que quitar un poco de masa y hacer unas ricas madalenitas. Manuel - extremista de la fidelidad a las recetas, lo recuerdo - se lleva las manos a la cabeza ante mi indiferencia por las indicaciones. De hecho ya se las había llevado antes al enterarse de que la receta pedía 250 grs de arándanos y nosotros teníamos 200. Me costó convencerle para que no empezase a disminuir los demás ingredientes en proporción a los 50 grs de arándanos menos y en el momento de desbordamiento del molde casi me arrepentí de haber insistido en conservar las cantidades intactas. Al fin y al cabo la menor cantidad de arándanos sólo afectaba en que habría menos densidad de ellos.

El caso es que las seis madalenas y el molde se van al horno y todo crece como era de esperar, ahora por suerte bajo control. Las madalenas están listas a los 25 minutos y cuando las saco veo que por el aspecto al bizcocho no debe de quedarle mucho. Pero la receta decía una hora de horneado y tampoco hemos quitado tanta masa como para reducir el tiempo a la mitad. A los 40 minutos estoy segura de que está y la aguja me lo confirma. Manuel, que por suerte con los tiempos se fía más de mí que de las recetas (en esto la experiencia sí que me avala), da permiso para saltarse las normas. Y voilà! Puede que las medidas espaciales no sean lo mío, pero las temporales sí porque como ayer comprobamos (empezamos por las madalenas), el bizcocho quedó exactamente en su punto.

El bizcocho está riquísimo (las madalenas también lo estaban), porque la acidez (bastante suavizada por el azúcar que lleva, pero no del todo por suerte) de los arándanos y del limón combinan perfectamente. Es un bizcocho muy primaveral/estival.

(Aunque en la foto lo parezca es casualidad: los arándanos no se fueron al fondo, aunque los de este trozo salgan ahí).

A ver si la semana que viene tenemos un molde con el que adentrarnos en el mundo de las tartas de frutas.

Por otra parte ayer tocaba de nuevo una película de esas tan de moda en la época (1939 y anteriores) que mezclaban comedia e investigación de asesinatos: The Amazing Mr Williams (no he conseguido encontrar título en español). Muy divertida.

Contrastó un poco, eso sí, con el hecho de que nada más acabar nos pusiéramos el capítulo de Lost de ayer, cuyos programadores en Cuatro son pésimos. Luego vendrán los lamentos de que nadie ve la serie, que han pagado una fortuna para una birria de audiencia, etc., etc. Pero es que lo que no se puede hacer es: empezar a emitir una serie los martes, cambiarla a los domingos a las 22.30, cambiarla (sin grandes avisos, nosotros no nos enteramos en cualquier caso) a los domingos a las 20:30 y, ayer, de nuevo, volver a cambiarla a las siete y pico del domingo y todo en las cinco o seis semanas de emisión que debe de llevar, o sea casi a cambio de horario por capítulo. Y yo que creía que todo esto de emitir las series deprisa y corriendo era para evitar que la gente se las bajara y perdieran audiencia. ¿No se dan cuenta de que la gente no va a ponerse a perseguirlos por la parrilla?

domingo, 18 de abril de 2010

Flores

El otro día mi madre reclamaba fotos de flores, así que, como hice con las peticiones de ver la bolsa de Quentin Blake, atiendo las peticiones del oyente/lector y aquí van unas cuantas recién sacadas.

La primera de todas es la "flor reloj" - que gracias a Elvira desde el año pasado sabemos que se llama gazania - que los domingos siempre llega con un poco de jetlag y hasta el lunes no recupera sus horarios.










Y a finales de esta semana caerá una rosa, claro.

viernes, 16 de abril de 2010

The Uncommon Reader (Una lectora nada común), de Alan Bennett

Hay libros que, por lo que sea, me cuesta decidirme a comprar. Algunos terminan por caer en mis manos de un modo u otro y otros termino por olvidarlos, quizá cometiendo un error, quizá ahorrándome perder el tiempo. Normalmente son de los que suelen estar en la sección inglesa de toda librería y los manoseo siempre que voy, últimamente me ha pasado con este del que ahora voy a hablar, con Julie & Julia, de Julie Powell (en el que se basó la película del mismo nombre) y con An Education, de Lynn Barber (también con película posterior; hmmmm... quizá eso también influya un poco). Ayudaría ver las películas pero como de momento no ha podido ser, pues yo sigo con mis dudas y sé que la próxima vez que pise una librería que los tenga, los volveré a manosear, hojear y (probablemente) devolver a su sitio.

Es un ciclo sin fin del que Alan Bennett con su The Uncommon Reader (Una lectora nada común) ha conseguido salir gracias al viaje a Londres. Una copia por tres libras en el South Bank Book Market resultó irresistible. Así que el otro día, cuando estaba colocando los libros en la estantería decidí no aparcarlo allí o me temía que el proceso empezaría de nuevo, en este caso con el libro ya comprado pero sin encontrarle hueco nunca. Y el hecho de que fuera tan finito y de lectura rápida ayudó también.

El libro cuenta la historia de la "Reina de Inglaterra" (en una versión igual de ficticia que la de la película The Queen, me temo, de ahí las comillas, aunque mucho más agradable) como "opsímata" (palabra que no está en el diccionario y que, según ella misma dice, se refiere a aquellos que aprenden tarde en la vida, que digo yo que somos prácticamente todos, pero bueno, eso es otro tema). Un buen día, por no quedar mal con una biblioteca ambulante toma un libro prestado y se engancha a la lectura hasta el punto de desatender ciertas obligaciones, o al menos poner menos ahínco en ellas.

La historia es una especie de cuento de hadas para adultos: hace pasar el rato, hace reír, tiene la realeza imprescindible en todo cuento, tiene un pequeño mensaje y poco más, de ahí que al final el resultado ha sido casi tan ambiguo como el proceso previo a comprarlo. Parece, a veces, que le faltara algo, sobre todo en la segunda mitad. La primera mitad me estaba gustando mucho, hasta que de repente no sé si es que el señor Bennett quiso ponerse un poco más serio y me perdió un poco.

En cualquier caso el libro se deja leer, que es lo que importa y cualquiera con un poco de gusto por los libros encontrará ciertas reflexiones de la reina opsímata interesantes y podrá empatizar con ella en el placer de un día lluvioso que otorga la perfecta excusa para atrincherarse en casa (o en Balmoral, Windsor o Buckingham) acompañada de un buen libro o la pereza que da ponerse a hacer cualquier cosa cuando uno está enganchadísimo a un libro, sobre cómo ciertos libros absorben la mente de tal forma que el resto de cosas se hacen con una pequeña calculadora imaginaria de fondo que va contando los minutos que podrían rescatarse de aquí y de allí para poder leer un poco más. En ese sentido es en el que más me ha gustado el libro, como canto a lo adictivo de la lectura. Y es que poca gente hay a la que le guste leer y no le guste leer sobre leer (la frase es enrevesada pero tiene sentido, espero).

Lo mejor de que sea un libro tan ligero en todos los sentidos es que es el perfecto libro de bolsillo literalmente. Sigo sin haber estrenado mi bolsa de Quentin Blake pero el otro día hice el descubrimiento fortuito de que este libro me cabía en el bolsillo de la chaqueta. Y como amenazaba con llover y ahora yo - que casi por definición odio la lluvia - estoy encantada con cualquier excusa para ponerme las botas nuevas, me las puse "por si acaso", me puse mi chaqueta de aspecto de tweed y me metí a la Reina - sólo literalmente - en el bolsillo. Y tan ricamente British que iba una ("one", como habla de sí misma la Reina (y la gente como Virginia Woolf)).

jueves, 15 de abril de 2010

Para Helene Hanff...

... que aunque reconocía que no cambiaría el tumulto de Central Park por nada, adoraba los parques ingleses por su serenidad y tranquilidad.


Hoy cumpliría 94 años.

miércoles, 14 de abril de 2010

Recetas y bolsas

Me dio la impresión de que el día de la vuelta de Londres no se había apreciado bien mi estupendo cuaderno de recetas de Paperchase que se nos apareció en pleno diluvio. Hacía tiempo que quería uno porque tengo las recetas que no son de los libros metidas en los libros de cocina en hojas sueltas (pero iguales, al menos), cosa que, si bien no es demasiado incómoda, sí que tiende un poco al caos (eso sí, tengo las recetas de comidas saladas dentro de uno de los libro de cocina de platos salados y las recetas de repostería dentro de uno de los libros de repostería).

El caso es que no encontraba ninguno que me terminase de convencer. Los que veía o eran simples cuadernos con un motivo gastronómico (y para eso me compraba un cuaderno normal y corriente mucho más barato) o eran demasiado sofisticados para lo que yo necesitaba. Este está a medio camino y es monísimo, y eso que tenían más con otros diseños y alguno de los otros también me tentó, pero no tanto como este. Tiene sus secciones de entrantes, verduras, postres, etc, sus sobres herméticos, sus plásticos para meter cosas, etc. En fin, que sí, que un cuaderno normal con banderitas para separar las recetas habría sido lo mismo (salvo por los sobres herméticos), pero uno así me hacía más ilusión.

Ahora tengo la duda de si pasar todas las recetas o dejar las que tengo como están, meterlas aquí en lugar de en los libros de cocina, y empezar ya con las nuevas recetas que vaya encontrando/recibiendo. Es una gran duda existencial, pero mi tendencia a la vaguería y el hecho de que llenaría el cuaderno de una sentada, hacen que me incline por quedarme como estoy o - decisión salomónica - por comprar un archivador y meter ahí las hojas sueltas con un poco más de orden.

Y síiiiiiiiii.... por petición popular pongo también fotos de la bolsa dibujada por Quentin Blake que compré en Waterstone's y que por unas cosas o por otras aún no he conseguido estrenar, y eso que lo estoy deseando. ¿A que es mona?


Por cierto que entre las cosas que me traje de Londres, aparte del poster grande de Keep Calm and Carry On comprado en VinMag, que ya está enmarcado y colgado y ha sustituido a la versión pequeña y casera que me hice hace algunos meses, me olvidé de incluir el hermoso catarro que me acompaña desde de la semana pasada y que, visto el arraigo que tengo a mis souvenirs londinenses, se resiste a abandonarme.

martes, 13 de abril de 2010

Noches de viernes

Hasta hace un momento no me he dado cuenta de que en Londres tuvimos una noche de viernes casi habitual, con la excepción de estar encajados en un asiento diminuto y de ser en directo. Pero por lo demás, Oliver era una adaptación literaria digna de incluirse en el ciclo de Noches de viernes.

Además nuestras noches de viernes habituales también suelen incluir helado comprado en la superfrutería (los viernes es cuando vamos a comprar las frutas y verduras para la semana y nos traemos unas pequeñas tarrinitas para acompañar la sesión de cine; aún no hemos retomado la temporada del helado casero), así que hasta en eso Oliver siguió la tradición.

Y es que lo de tomar helado en los descansos del teatro inglés es una tradición chocante la primera vez pero a la que es muy fácil volverse asiduo. A veces son Häagen-Dazs pero en la mayoría de las ocasiones suelen ser pequeñas marcas, inglesas, supongo, o al menos no conocidas en España. Me guardé la tapita de mi helado de Oliver y la pongo escaneada aquí ahora porque aparte de parecerme monísima ya de por sí, tiene toda la pinta de estar hecha exclusivamente para el descanso del teatro, lo cual me parece adorable y también dice mucho de lo arraigada que está la tradición, que no me importaría saber cuándo y cómo comenzó.

Que haya gente vendiendo heladitos en la sala no quiere decir que fuera no haya también un servicio de bar igual que aquí (donde la gente suele tomarse una cerveza o un vino), pero lo de los helados es mucho más cómodo. Hay que esperar mucha menos cola, es menos engorroso, no hay que engullirlo pensando que la obra va a empezar enseguida (de hecho yo, que soy muy lenta comiendo helado, siempre suelo empezar la segunda parte con la tarrina en la mano aún) y es bastante más económico (aunque no gratis, como preguntaba LittleEmily).

Todo este canto a la tradición inglesa del helado en el descanso es porque aparte de gustarme ya de por sí, contrasta con lo snobs que podemos llegar a ser aquí. El viernes pasado fuimos a un concierto al Auditori (Bandas sonoras de Shostakóvich) y el concierto estuvo muy bien pero la media parte, con Londres tan reciente, nos dejó un poco sin saber qué hacer. Mientras que alguna gente hacía cola para hacerse con su copa de cava y sus pulguitas a precios exorbitantes, el resto de los pobres mortales que no queríamos dejar un riñón como forma de pago por algo que ni tan siquiera nos apetecía no teníamos nada para picar. Efectivamente, no nos morimos de hambre ni era una necesidad básica y no pretendo quejarme, mi intención sólo es llamar la atención sobre el hecho de que tenemos una actitud más snob hacia la cultura, eso es todo. La cultura como equivalente al cava en lugar de como equivalente a una tarrinita de helado. Inglaterra es el país de las clases sociales y sin embargo - o quizá precisamente por eso - siempre me da la impresión de que la cultura está más a pie de calle.

Yendo más atrás en el tiempo, los tres viernes anteriores a ir a Londres, los pasamos viendo Red Riding, una serie del Channel 4 británico sobre investigaciones policiales, corrupción, etc. dividida en tres años, un año por capítulo, y basada en la saga de libros Red Riding Quartet de David Peace (la existencia de los libros nos vino bien para colarla como Noche de viernes, pero no sabíamos nada de ellos). Si no le dedico una entrada a la serie como suelo hacer es porque el viernes del primer capítulo (1974) me quedé dormida hacia el final, el viernes del segundo capítulo (1980) me quedé dormida hacia la mitad y el viernes del tercer capítulo (1983) ya no me esforcé en no dormir porque total ya no me iba a enterar de nada. Pero por lo que vi y por lo que dijo Manuel, que sí que la vio, estaba bien, era buena.

lunes, 12 de abril de 2010

Galletas de fresa

Bueno, pues me temo que salvo por algunos cabos sueltos (sí, subiré fotos de la bolsa de Quentin Blake, paciencia), se nos ha terminado Londres por esta vez. Londres es, por supuesto, la ciudad de los cabos sueltos por antonomasia: volvía yo tan contenta con haber pisado zonas desconocidas y ahora ya tengo ganas de explorar Kensington.

Pero en fin, las pequeñas dosis tampoco son malas, las cosas se saborean mejor así.

Y hablando de saborear, la semana pasada fue la semana de los dulces sin fin. De hecho, aún queda medio huevo de Pascua del hotel, delicioso (aunque de chocolate con leche, con lo cual Manuel no lo come, con lo cual a Cristina le toca zampárselo entero (pequeñas dosis de nuevo)), con sorpresa, puesto que al abrirlo resultó estar lleno de pequeños huevos (algunos de chocolate negro, por suerte para Manuel y, en estos momentos de empacho, por suerte para mí) y una piruletita de chocolate y unos huevos de colores de Marks & Spencer. A eso hay que sumar la mona de Pascua con toda su parafernalia. Así que, sin querer abandonarla de nuevo, esta semana la repostería tenía que ser algo ligero.

... Al menos algo no excesivamente pesado. Así que me decanté por el formato galleta y elegí una receta para no seguirla. Y es que la receta original llevaba coco rallado (que a Manuel no le hace mucha gracia) y mermelada de fresa (y a mí no me gusta la mermelada, aunque debo reconocer que los pegotitos de mermelada de fresa que pusieron en la mona estaban para chuparse los dedos), así que yo la adapté: suprimí el coco (para horror de Manuel, a pesar de todo, por las libertades que me tomé con la receta, no por el coco en sí) y cambié lo de poner un pegote de mermelada en la parte superior de la galleta, por poner un trocito de fresa fresca (ya que había quedado tan bien en las madalenas de fresa). Y como colofón final: ya que no teníamos el extracto de fresa que pedía la receta, trituré una fresa y la añadí a la masa (aunque quizá 2-3 fresas hubieran ido mejor aun, más sabor; el que ha dado sólo una fresa es, quizá, demasiado sutil; y quizá no habría estado mal ponerles un poco de canela, como a las madalenas). Total, que la receta original y la mía se parecían como un huevo a una castaña.

Y aun así no fue un desastre gastronómico como cabría temerse. Eso sí, cuando las hacíamos Manuel se encargó de recordarme que la apariencia ligera de las galletas es muy, muy engañosa y que poniendo un poquito de fruta no se soluciona nada, por lo que toda mi estrategia de repostería ligera para contrarrestar los excesos de la semana era una farsa. Y tenía razón, claro. Salieron 32 galletas; la receta decía unas treinta, así que no fui muy desencaminada con el tamaño, que con las galletas ya se sabe que es uno de mis grandes temores. Eso sí, las tuve que sacar del horno a los 8-9 minutos (rapidísimo), en lugar de dejarlas los 12-15 que decía la receta. De hecho, en la primera tanda (hubo dos), intenté no precipitarme y las galletas por poco se achicharran.

¿Pero salieron o no salieron ricas con tanto cambio?

La respuesta es que sí, que han quedado muy ricas y con una pinta que da gusto hacerles fotos. Dadas las circunstancias y puestos a seguir adaptando, puedo hacer mío aquello que decía Charlotte Brontë de "we only suffer reality to suggest, never to dictate" (sólo dejamos que la realidad nos sugiera, no que nos dicte).

Total, que intentando moderarnos, las galletas van cayendo poco a poco y hemos dejado momentáneamente aparcados los dulces de Pascua pendientes. Porque caducan, que si no, como los turrones, al armario hasta la temporada que viene.

Y digo yo que algunas calorías - sobre todo ahora que van subiendo las temperaturas - se quemarán planchando y ayer, acumulada, había una pila importante para acompañar a la película de la noche, un clásico entre los clásicos: Ninotchka (Ninotchka). Manuel la conocía bien y yo la había visto hace siglos y la recordaba vagamente, pero no por ello nos resultó menos divertida, con la fantástia interpretación de Greta Garbo que, como decía la promoción de la película, "Garbo laughs!" (¡Garbo se ríe!). En fin, una joya.

Editado para añadir la receta tal y como viene en el libro (los cambios que yo hice pueden verse en lo que escribí):

Ingredientes:

- 225 grs de mantequilla blanda
- 140 grs de azúcar extrafino
- 1 yema de huevo ligeramente batida
- 1 cucharadita de aromatizante de fresa
- 280 grs de harina
- 100 grs de coco seco rallado
- 4 cucharadas de mermelada de fresa
- sal


Preparación:

Precalentar el horno a 190ºC y forrar una o dos bandejas con papel de hornear (según se quiera hacer una o dos tandas de horneado).

Poner la mantequilla blanda y el azúcar en un bol y mezclar bien. Después, incorporar la yema y el aromatizante mientras se bate. Tamizar la harina y una pizca de sal sobre la mezcla, añadir el coco y remover todo bien hasta que no queden grumos.

Con una cuchara, tomar una porción de la mezcla y formar una bola. Seguir el mismo procedimiento con el resto de la masa. Colocar las bolas en las bandejas preparadas con suficiente distancia entre ellas y, con el mango de un utensilio que no acabe en punta, hacer un hueco en el centro de cada galleta. Rellenar el hueco con mermelada de fresa.

Hornear las galletas entre 12 y 15 minutos (ojo que yo las saqué a los 8-9 minutos). Una vez fuera del horno, dejar en la bandeja de 5 a 10 minutos para que se enfríen un poco y, con la ayuda de una espátula, colocarlas sobre una rejilla hasta que se hayan enfriado por completo.

sábado, 10 de abril de 2010

Dos noches en el teatro

En el London Transport Museum, aparte de postales de carteles antiguos de metro, compré un imán con forma de letrero de la calle de Leicester Square. Yo habría preferido uno de Charing Cross Road, pero no había, y en realidad quizá Leicester Square sea más apropiado puesto que después de pasar por el hotel es siempre la primera parada londinense. Allí está la caseta oficial de entradas a mitad de precio, un gran invento. Hasta allí van a parar las entradas de los espectáculos del día que no se han vendido con antelación y, como su nombre indica, se venden a la mitad del precio (más o menos) que en taquilla o por adelantado.

El año pasado, Manuel se quedó con ganas de ver el montaje de Oliver, que entonces se acababa de estrenar y cuyas entradas volaban. Esta vez, como ya llevaba más de un año, pensaba que lo tendríamos fácil. Pero para cuando llegamos el jueves ya no quedaban entradas y Manuel lo daba por perdido porque no pensaba que el Viernes Santo fuera a haber más que, en todo caso, matinée, que no nos venía bien, puesto que a la salida ya estaría todo cerrado y nos quedaríamos con un rato muerto.

Tal era nuestra seguridad de que el Viernes Santo no habría nada interesante sobre el escenario que preguntamos en los cines de Leicester Square si al día siguiente pasaban Alicia en 3D (los horarios de esos cines que habíamos mirado por internet eran puros jeroglíficos, pero nos parecía entender que el viernes sólo la pasaban en 2D). El chico de la taquilla nos dijo que sí, así que al menos ya teníamos un plan B.

Así que el primer día las entradas que compramos fueron para Avenue Q (en el montaje de Londres). A mí me parecía curioso y sin embargo Manuel insistía en que no me gustaría. Luego descubrí que pensaba que - al ser con marionetas - yo tenía la idea de que era para niños. Pero no, yo ya sabía que no lo era.

Y lo cierto es que sí que me gustó mucho. Si en Nueva York me impresionó en el montaje de Xanadú que los actores fueran capaces de patinar, bailar y cantar a la vez, aquí el hecho de que los actores canten, bailen y sean capaces de mover a la perfección una marioneta al mismo tiempo ya me dejó sin palabras. Me impresionó, sobre todo, la pareja que llevaba una de las marionetas a medias: el chico movía el brazo izquierdo, la boca y le ponía voz y la chica movía el brazo derecho con total coordinación.

El caso es que a Manuel le gustó pero dice que es un musical más de crisis de edad, incomprensión, etc. y que ya hay montones de esos y que aquí la gracia es que está dirigido a la generación que creció con Barrio Sésamo y de ahí las marionetas y Gary Coleman. El caso es que nos lo pasamos bien y nos reímos mucho (la canción sobre el racismo es genial: Everyone's a Little Bit Racist). La canción más conocida es It Sucks to Be Me, aquí en el montaje anterior del West End, aunque algunos de los actores siguen.

Ahora está en el Wyndham Theatre, teatro en el que ya vimos Sunday in the Park with George, de Sondheim en su día, y que por tanto ya sabíamos que por dentro es una preciosidad. Lo inauguraron justo al final de la era victoriana, así que casi ves a las damas eduardianas paseándose por allí. Esta vez nos tocó en el vertiginoso segundo piso, altísimo (para llegar a él hay que pasar por un laberinto de escaleras con escalones estrechitos típicamente ingleses de esos que sólo se ven en Inglaterra y que sorprende que puedan llevar a alguna parte: subes bajas, giras, bajas, subes y de alguna forma extraña e inimaginable llegas a donde querías).

En los teatros ingleses es tradición comer helado en el entreacto. Aquí pasé de él porque tenía los pies helados (aún no tenía las botas) y porque con esa altura y esa caída decidí que lo mejor era levantarme lo imprescindible. Al día siguiente, por fin con las botas, ya no lo perdoné.

El Viernes Santo comprobamos que sí que había espectáculos por la noche, así que después del paseo por la orilla sur, nos fuimos directos a Leicester Square de nuevo y esta vez sí que tuvimos suerte y encontramos, aparte de una cola enorme de gente haciendo cola bajo el diluvio para conseguir entradas para las matinées, entradas para Oliver por la noche.

Que Dickens no es lo mío ya se sabe, y eso que nuestro hotel está en zona Dickens pura y dura. Quizá lo que me pierde es la verborrea, porque, por ejemplo, el esqueleto de la historia de Oliver Twist está bien.

Este montaje resulta que es la adaptación de la película musical.... película que Manuel estaba convencido de que yo conocía hasta que allí sentados le dije que no, que no lo había visto en la vida. Casi mejor, así todo fue sorpresa, aunque alguna canción sí me sonaba.

Como le dije a Manuel después de salir del teatro, ha habido muchos montajes que hemos visto en Barcelona o Madrid que he dicho que eran impresionates, pero Oliver se los lleva a todos por delante. Decir que es impresionante es quedarse corto: con montones de decorados, montones de recursos teatrales y un enorme, enorme elenco, casi todo formado por niños. Pocas cosas puede haber más difíciles que dirigir a un grupo de niños (o varios en este caso, puesto que se van turnando; y además van creciendo), más si son tropecientos como aquí y encima todo el peso del espectáculo recae sobre ellos. Bueno, pues no hubo ni uno que se desmadrara o se despistara. El niño que hacía de Oliver estaba muy bien, pero el que nos dejó totalmente sorprendidos por lo bien que lo hacía era el que hacía de ladronzuelo que acoge a Oliver en Londres. Aquí hay un vídeo con imágenes y fragmentos de muchas canciones y aquí otro un poco más extenso con unos niños que no son los que vimos nosotros, pero sí del mismo montaje. Estoy enganchada a Consider Yourself.

Había muchísimos niños en el teatro y también se portaron bien. Tuvieron suerte porque los asientos eran de su tamaño, aunque algunos todavía tenían que ponerse cojines en el asiento para ver. Y es que el Theatre Royal Drury Lane, que presume de ser el teatro en uso más antiguo de Londres, es una preciosidad por dentro también. Si los asientos del Wyndham ya son estrechitos y cuesta imaginar a las eduardianas con sus faldones allí sentadas (supongo que a más faldones más dinero para pagarse un palco y estar a sus anchas), le dije a Manuel que los de este serían mínimos. Manuel se rió y me contestó que el hecho de ser antiguo no quería decir que no hayan cambiado los asientos. Pues bien, se equivocó. No he visto unos asientos más pequeños en mi vida, no sólo de ancho, que también, sino de espacio para las piernas. No las puedes cruzar... de hecho no las puedes mover en absoluto, y dejar pasar a alguien hasta su asiento es una odisea. Una vez sentándome de nuevo me hice un lío de pierna, asiento y mochila del que casi no salgo. El caso es que te quedas tan encajado que no hay ni posibilidad de estar incómodo porque no te puedes mover ni un centímetro. Estoy segura de que más de un americano de esos grandotes ha tenido que ver el espectáculo de pie por no caber en el asiento. Y las damas victorianas que no tuvieran palco y sí miriñaque o polisón no sé cómo se las debían de apañar para caber ahí.

Aquí, al contrario que en el Wyndham, fue llegar el intermedio y levantarnos a toda velocidad, tanto para dejar salir como para recuperar la movilidad. Uffff. Y, pisando fuerte con las botas, a por el helado.

En fin, toda una experiencia y el West End, como siempre, tan bueno.

viernes, 9 de abril de 2010

Bloomsbury

Así amaneció nuestro último día en Londres (aunque luego fue despejando). Pero a mí me daba igual porque tenía mis súperbotas, podía diluviar que no me importaba lo más mínimo. Así que después de dejar el equipaje hecho con la maleta rebosando libros, bajamos a desayunar como los dioses ingleses mandan.

Antes de irnos teníamos que aprovechar para hacer las dos cosas que el Viernes Santo no habíamos podido hacer (debían de ser de las pocas que cerraban ese día). Empezamos por el Sir John Soane's Museum. Me sorprendió el otro día a la vuelta cuando algunas lo reconocisteis sólo por la foto del imán puesto que nosotros no sabíamos nada de él hasta que hace unas semanas vino en el suplemento de viajes de El País y a Manuel le llamó la atención. Puestos a visitar casas, yo también habría querido visitar la de los Carlyle, pero estaba en la otra punta, así que de momento la hemos dejado para más adelante (a ver si para entonces he conseguido reconciliar a Manuel con la idea del Victoria & Albert Museum, allí cerca, que yo tengo curiosidad por ver (al menos parte, porque tiene pinta de ser enorme) y él piensa que es un museo de "cursilerías").

Además el Sir John Soane's Museum nos daba la oportunidad de plantarnos en Bloomsbury, cosa que a mí me encantaba teniendo en cuenta lo reciente que tenía el libro de Helene Hanff. Me daba un poco igual ver casas famosas, yo quería respirar el ambiente bohemio. Al final, de camino a la casa de Sir John, nos encontramos con un mundo de contrastes, muchos homeless y algunos avisos sobre la seguridad de la zona y un Jaguar aparcado en la entrada privada de una casa. Bohemios ni uno, a no ser que fueran los homeless.

La casa de Sir John está delante de los Lincoln's Inn Fields y es fácil de identificar porque es la que tiene una cola de gente en la puerta. El acceso es gratuito y la cola es porque la casa es grande pero estrechita, como buena casa inglesa, y hay que esperar a que los que han entrado vayan saliendo. Antes de entrar ya te das cuenta de que las vistas de la familia Soane eran una maravilla y luego, una vez dentro, lo confirmas desde el mirador acristalado.


Y como buen parque inglés tiene ardillas que se dejan ver sin problemas. No he podido resistirme a poner la foto del pajarillo con el pico lleno de hierba tampoco.


Nos encantó la casa de Sir John, lo tiene todo. No sólo te da la oportunidad de ver la preciosa casa de una familia adinerada a caballo entre los siglos XVIII y XIX con horror vacui (que incluye un altarcito a Shakespeare en el rellano de la escalera y una salita con una calavera y trozos de Westminster), sino que además te permite conocer las excentricidades de Sir John, un prestigioso arquitecto que se cree que al diseñar el mausoleo para su mujer dio lugar al nacimiento del diseño de la típica cabina de teléfono inglesa.

El buen hombre, cuyos hijos se reían de sus excentricidades, decidió que la forma de aprender era ver al natural, así que abrió su museo en casa con todas sus colecciones de objetos clásicos (desde esculturas, bustos, fragmentos de estatuas, etc. hasta incluso un sarcófago egipcio pasando por cuadros de Hogarth, etc.) hasta tal punto que necesitó cubrir el patio, hacer claraboyas para que entrase la luz natural en el sótano y colocar paneles en las paredes para poder colgar cuadros en doble fila.

La casa es una preciosidad: la sala del mirador es una maravilla, amarilla, y con unos preciosos vidrios (de los que sólo se conservan algunos puesto que muchos se rompieron durante la Segunda Guerra Mundial) y una bonita historia de un anillo de Napoleón propiedad de Sir John.

Y todo, como puede verse, sin una pizca de Ikea deluxe (como en Versalles). Puede que yo tenga debilidad por lo inglés, pero objetivamente creo que es mucho más ameno para el visitante ver una casa llena de explicaciones, curiosidades y anécdotas contadas en paneles aquí y allá, que no una sucesión de habitaciones sin información alguna.

Me encantó, además, el detalle de en lugar de poner carteles para que la gente no se siente en las sillas de la casa (muy delicadas) poner una especie de piñas con pinchos (naturales de algún árbol). Muy Sonrisas y Lágrimas, muy efectivo y muy apañado porque no desentonan nada.

Tenían también una exposición temporal de Mary Delany, una mujer de la misma época que tenía unas manos increíbles: hacía unos bordados impresionantes y, por si eso no era suficiente, también hacia collages delicadísimos.

Así que dejamos el donativo de rigor, porque salimos encantados de la vida. Y qué pena no haber coincidido con una de las visitas a la luz de las velas (primer martes de cada mes por la tarde; largas colas), que deben de ser una gozada.

De ahí un paseíllo por Bloomsbury hasta llegar a la tienda de Persephone, que ya desde fuera es tan adorable como sus libros.

Por dentro es también muy bonita pero bastante más caótica, ya que imagino que hace las veces de almacén. Lo malo - para mí - es que al ser pequeñita y como estábamos nosotros solos en la tienda con la dependienta, es de esas tiendas un poco incómodas en las que quieres acabar pronto. Pero puede que eso sean cosas mías; la dependiente fue amabilísima y muy atenta.

Manuel puede dar fe de lo mucho me me costó decidirme. Tuve que ponerme el límite de la oferta de 3 libros por 27 libras que tienen más un Persephone Classic, es decir cuatro libros y aun así no sabía ni por donde empezar. De Marghanita Laski - autora de Little Boy Lost - no sabía si decidirme por The Village o The Victorian Chaise-longue (To Bed with Grand Music me llama menos la atención, aunque tampoco descarto leerlo) pero al final lo tuve fácil puesto que The Village está en reimpresión y sólo les quedaba el ejemplar de exposición. A The Victorian Chaise-longue hay que añadirle Good Evening, Mrs Craven de Mollie Panter-Downes (ya que tengo la "continuación" y otro libro de esta autora), Greenery Street de Denis Mackail (uno de los primeros Persephones que apunté en mi lista) y Cheerful Weather for the Wedding de Julia Strachey, en Persephone Classic (por suerte, puesto que las guardas son de mariposas y al menos en el Persephone Classic, al venir en blanco y negro, me dan menos asco).

Salí encantada con mis adquisiciones y nos pusimos de camino hacia una zona con más animación para comer algo. Así, pasamos por delante del Great Ormond Street Hospital (el que tiene el copyright de Peter Pan), atravesamos Russell Square, uno de los lugares preferidos de Helene Hanff, y llegamos hasta los aledaños del Museo Británico, donde no había gran variedad de sitios para comer (pero como el día anterior, fue mencionar un Pret y encontrarlo). Antes de eso, sin embargo, pasamos por delante de la London Review Bookshop, librería con bastante encanto cuyos libros se salían un poco de la norma y parecía tener un poco más de fondo que las demás. Allí compré el último libro del viaje: A Few Green Leaves, de Barbara Pym. (Quería haber comprado Less Than Angels, se supone que recién salido del horno en reedición, pero no lo encontré por ningún sitio; no les debía de haber llegado).

Y así se nos terminó Londres. Pero nos despedimos con un hasta luego, como siempre.

En el avión de vuelta me cogí de nuevo un Daily Mail y, para compensar, también un Independent, que no se diga.

Mañana me queda hablar de lo que vimos en el teatro las dos noches.