miércoles, 30 de septiembre de 2009

Por cortesía de Elizabeth Gaskell

Iba a decir que hoy me he levantado poco inspirada - con la cabeza como el día: gris - pero en realidad me he levantado vaga. Poco inspirada porque no sabía de qué escribir, vaga porque Muriel Spark y sus poemas (entre varias entradas pendientes) esperan turno desde julio y nunca les toca. Así que no es por falta de temas, pero como siempre compruebo que las cosas que en su momento se me quedan en el tintero luego me cuesta mucho recuperarlas.

He visto un pequeño rayo de inspiración cuando he pasado la hoja del calendario. Ayer, día 29, era el cumpleaños de Elizabeth Gaskell, nacida en 1810. Y como el año pasado conmemoré su muerte, y todo este año está siendo el Año Gaskell en mi mesilla, no me lo he pensado dos veces a la hora de aprovechar la oportunidad de citar un fragmento de una de sus cartas que la otra noche (léase: hace como dos semanas o más) me hizo reír. Es puramente Gaskell:

The funniest little event of late has been the arrival of a letter directed to

Madame Gaskell
l'illustre auteur
Angleterre

which had been two months travelling about England in search of my illustriousness; the mocking commentary on which was an envelope covered with 'Not Knowns'; a sight to be seen!

Lo más divertido que ha pasado últimamente ha sido la llegada de una carta dirigida a

Madame Gaskell
l'illustre auteur
Angleterre

y que había estado dando vueltas por toda Inglaterra durante dos meses en busca de esta ilustre. La nota burlona la ponía el sobre
cubierto de "desconocidos". ¡Digno de verse! (Traducción libre mía. Y además, ¿cuál es el sustantivo de "ilustre", porque "ilustreza" es otra cosa?)

(A Parthenope Nightingale - sí, la hermana de Florence que tuvo bastante menos suerte al nacer (ya que sus padres les ponían el nombre de la ciudad donde nacían) - sin fecha)

lunes, 28 de septiembre de 2009

En fotos

Lista en imágenes de (algunas de) las cosas a las que nos hemos dedicado estos días de visita oficial de la única lectora:

A ver tiendas de comida (léase: más que nada de dulces). De la Delishop, por ejemplo, nos llevamos tres botellitas de una misteriosa Fritz-Kola alemana, que en su web presume de su exceso de cafeína (tres veces más que una Coca Cola normal) y su exceso de gas. Hicimos la cata de las tres botellas - kamikazes que somos - de una sentada tarde una noche y baste decir que nadie durmió demasiado bien esa noche. Los sabores eran cola, cola sin azúcar y melón. Yo me decanté - cosa no del todo fácil - por la de sin azúcar extrañamente, que a Manuel y a la única lectora les espantó. No repetiremos.


Por suerte la noche siguiente "descorchamos" la segunda de las tres botellas parisinas de Coca Cola de vainilla. Muchísimo, muchísimo mejor.

Visitamos algunas otras tiendas chulas, de una de ellas la única lectora salió con una nueva visión del mundo que nos acompañó el resto del tiempo y que probablemente dio lugar al nacimiento de un nuevo estilo fotográfico:


Hicimos domingo, en lugar de sábado, de repostería. Bizcocho cebra que se tomó su tiempo en el horno, que no quedó del todo cebra pero sí bien rico.


Comprobamos que la única lectora no se equivocaba cuando decía que en Barcelona había una estatua de un mamut (en la Ciudadela, que estaba llena de dragones con sus huevos gigantes correspondientes). No lo sabíamos ni la habíamos visto nunca y eso que ni es pequeña ni está escondida.


Llegamos a la playa, y eso que la única lectora dice que eso es todo una proeza en Barcelona, porque hay todo tipo de obstáculos para llegar a ella. Vimos el mar desde la distancia (desde una terraza donde dejamos una pequeña fortuna):


Y de bien cerca, partiéndonos de risa por todo y por nada, mojándonos los pantalones más de lo previsto y comprobando que el método de secado de pies y eliminación de arena de la única lectora - madrileña de pura cepa, ¿eh? pero con trucos marinos - es infalible.


Vimos y disfrutamos de las fiestas de la Mercè por todas partes literalmente. Siempre estaba pasando algo y siempre nos lo pasábamos de maravilla, como cuando vimos las proyecciones sobre el Ayuntamiento:


O, por supuesto, cuando anoche vimos el espectáculo piromusical en vivo y en directo entre una masa humana.


Y... hasta la próxima, ¿no?

viernes, 25 de septiembre de 2009

Invitada

Ya dije que casi, casi con el otoño (que no con el tiempo otoñal, qué calorcito vuelve a hacer estos días) llegaba la única lectora a visitarnos. Dentro de un rato me voy a recogerla y desaparezco de por aquí hasta el lunes por la tarde.

¡Buen fin de semana!

Noche de viernes: Rebecca (1940)

AVISO: Recomiendo no leer esta entrada si no se ha visto o leído Rebecca, puesto que contiene spoilers.

El viernes pasado volvimos a Manderley, cada uno desde una dirección. Yo de haber leído el libro hace años y nunca haber visto la película. Manuel de haber visto la película miles de veces. Llegamos haciendo una especie de apuesta a ver quién acertaba exacta la famosa frase inicial y me complace anunciar que "gané" yo por los pelos: Last night I dreamt I went to Manderley again. Las comillas son porque no gané nada... salvo el ver una película buenísima, claro.

Cómo me gustó Rebecca y qué buena sintonía había entre Daphne du Maurier y Hitchcock que rodó nada menos que tres películas basadas en novelas o relatos cortos suyos*. Me contó Manuel que el productor (David O. Selznick) era un poco pesado y quería que las cosas se hicieran a su manera, pasando de la opinión de Hitchcock cuando le interesaba. Hitchcock, por supuesto, también era de armas tomar, así que Rebecca está prácticamente montada en el rodaje, con Hitchcock rodando únicamente los planos que le interesaban para que después en el montaje el productor no tuviera más remedio que aceptar lo que había. El productor, además, tuvo la brillante idea de que al final, cuando se quema Manderley, saliera una gran nube de humo formando una gran R. Hitchcock, que seguramente no pudo ocultar una sonrisa ante tal sugerencia, comentó que quizá eso era demasiado poco sutil y se salió con la suya, con el final de la película tal y como lo vemos. Mucho mejor.

Manuel, que desde que Maelstrom lo dejó caer, tiene medio pensado - sin ubicación en el tiempo todavía - un ciclo Hitchcock, se reía de mí el otro día cuando antes de empezar a ver Rebecca le decía que Hitchcock me gusta, sí, pero que sus películas me ponen nerviosa. Obviamente esa es la finalidad de Hitchcock así que mi argumento quedó más bien poco convincente y además su idea del ciclo se reforzó cuando dije que creo que de Hitchcock y entera - otra cosa es haber visto trozos - sólo he visto - eso sí, como mil veces - Rear Window (La ventana indiscreta), y la que vimos en su día de Mr and Mrs Smith (no la de Angelina Jolie y Brad Pitt). Ya está, ese es mi historial Hitchcock, creo, muy finito.

Rebecca, la novela, ya tiene esa atmósfera que pone nervioso, por supuesto, y la película no se queda corta. Mrs Danvers - ay, terrible, terrible Mrs Danvers - parece que en la película está ligeramente cambiada, pero el resto viene a ser lo mismo. La pobre segunda señora de Winter da tanta, tanta pena. El principio, cuando los criados la tienen que guiar por la casa y por sus tareas es conmovedor y aterrador a la vez, y siempre con Manderley de fondo, enorme, y Maxim de Winter ausente.

Otro de mis comentarios estrella fue que "me pone nerviosa [todo me pone nerviosa, por lo visto] cuando los personajes no tienen nombre". De nuevo mal expresado, es evidente que la intención de dejar a un personaje sin nombre es justamente esa. Pero lo que yo quería decir era también más superficial que eso: me pone nerviosa porque mi mente especula con posibles nombres y se pregunta si en la mente del escritor el personaje sí que tenía un nombre. Y si lo tenía, ¿por qué no lo compartió con el resto incluso fuera del libro y en bajito? En algún sitio leí que la segunda señora de Winter (es tan triste llamarla así) de haber tenido nombre hubiera sido Jane o Fanny o algún nombre corriente, lo opuesto, como en todo, de un nombre tan rimbombante como Rebecca.

Esto último dio pie a otro de los comentarios - qué charlatanes estábamos - sobre la famosa chaqueta que pasó a llamarse rebeca. Manuel dice que a él le gusta que una palabra venga del cine. Yo digo que usar "rebeca" para decir chaqueta no me gusta nada y que suena a antiguo. Manuel intentó decir que claro que suena a antiguo, que la gente que lo usa es gente que vio la película casi cuando se estrenó, pero no es cierto porque yo tengo una amiga que dice que se va a poner una rebeca o, peor aun, una "rebequita". Por no hablar de la crueldad y la ironía, como todo en la película, claro, de que la chaqueta que lleva la mujer sin nombre se llame como la chaqueta que probablemente nunca llevaría Rebecca. En inglés, lo que lleva la segunda señora de Winter se llama simple y llanamente "twin set", porque quien puso el nombre a la rebeca no se dio cuenta de que era en realidad un conjunto, la chaqueta a juego con la camisetita de punto.

El domingo decía que la película que habíamos visto era pre-código Hays y que a Rebecca, en cambio, el código sí que le había pillado. De modo que lo que en el libro es claramente un asesinato, en la película es un "ay, quería matarla, pero se murió ella sola", porque el código dictaba que un asesino debía recibir su justo castigo y no quedar impune. Y si hay alguien que sale impune en la historia de la literatura, ese es Max de Winter, claro. Por supuesto el código se carga toda la pregunta moral del libro, pero eso es otra historia, y da un poco igual si la pregunta moral se pierde pero la película está dirigida magistralmente por Hitchcock** en su primera incursión en Hollywood.

Joan Fontaine, a pesar de sólo ser 4 años más joven que en Jane Eyre, gracias a la caracterización, la iluminación o no sé qué me recordaba muy poco a la Joan Fontaine de Jane Eyre físicamente, pero en su papel de mujer atormentada sin nombre está increíble (con Jane Eyre mantuvimos la conversación sobre si Joan Fontaine aún vive o no: la respuesta es sí, probablemente su hermana Olivia de Havilland y ella luchan por no morir la primera para poder así sacar todos los trapos sucios de la otra). Sobre Laurence Olivier llegué a preguntar si era inglés (¡ejem!) a pesar de él venir ya de otra adaptación Brontë clásica: Cumbres borrascosas de 1939 (y sí, esa, como Jane Eyre, sí que la he visto). Impresionante la escena que comparten con la proyección de las películas que hicieron al conocerse/casarse.

De Mrs Danvers prefiero hablar poco (el mejor antídoto para Mrs Danvers es leer a Jasper Fforde, por cierto). La actriz y sus planos son inolvidables, eso sí. El numerito del vestido - entre tantos otros - también, claro.

En fin, que no esperaba poco precisamente de Rebecca, pero es que me gustó mucho más de lo que esperaba. Hay gente a la que la historia no le gusta porque es "una copia" de Jane Eyre. No es tanto una copia como una versión un poco re-imaginada. Hay muchas diferencias, con el paso de los años Daphne du Maurier puede llevar algunas cosas más lejos de lo que las llevó Charlotte Brontë en su día.

* Pues no, parece ser que en realidad no había tan buena sintonía. Según Margaret Forster, en su biografía de Daphne du Maurier (y no tenía que haberla sacado de la estantería porque ahora me va a costar soltarla), Daphne no estaba nada contenta cuando se enteró de que sería Hitchcock quien dirigiría Rebecca, porque lo que había hecho el año anterior con Jamaica Inn (Posada Jamaica) le había horrorizado. Por suerte, Rebecca sí que le gustó mucho (imposible que no fuera así), pero luego, cuando Hitchcock rodó The Birds (Los pájaros), Daphne volvió a quedar horrorizada y dijo no comprender por qué Hitchcock había distorsionado así su historia.

** Por favor, llevo toda la entrada escribiendo Hitler, borrando y corrigiéndolo a Hitchcock (incluso ahora me ha pasado otra vez). Qué subconsciente más raro.

Nota: de Rebecca - la novela - hay una edición bien reciente publicada por Galaxia Gutenberg.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Henrietta's War, de Joyce Dennys

Henrietta's War, de Joyce Dennys, es uno de esos libros que podrías leer fácilmente de una sentada y, sin embargo, prefieres prolongarlos un poco más. En este en concreto influía todo esto: la portada (de la misma colección que The Brontës Went to Woolworths), los dibujitos interiores y la delicia que es leerlo. Es tan inglés como el té de las cinco e igual de delicioso (como esta mañana en el desayuno).

Los ingleses, que no suelen tomarse a sí mismos demasiado en serio, son capaces de verle el humor a cualquier situación. Y una guerra - la Segunda Guerra Mundial - no iba a ser menos. Así que Joyce Dennys, ilustradora, decidió escribir una columna para la resvista The Sketch contando las aventuras y desventuras de un ama de casa, Henrietta Brown, casada con un médico que vive en un pueblecito costero de Devon (con la habitual pequeña aristocracia, cotilleos y demás, accesorios imprescindibles de cualquier pueblecito inglés ficticio que se precie). Joyce Dennys afirmaba no tener muy claro dónde acababa Joyce y dónde empezaba Henrietta, puesto que ella también era la mujer de un médico y le dio también sus mismos estudios de Bellas Artes a Henrietta. Eso sí, Henrietta ya supera los 105 años que supuestamente vivió la autora. Digo supuestamente porque en todas las fuentes aparecen las mismas fechas (1886-1991) pero en ninguna que yo haya visto se expresa la menor sorpresa ante tal longevidad.

Henrietta cuenta su historia mediante cartas a su amigo de infancia, Robert, que parece estar luchando en el frente. Cada carta aparecía publicada en un número de la revista y además estaba ilustrada por una o dos viñetas dibujadas, claro está, por la misma Joyce Dennys. Las cartas son una maravilla, divertidas a pequeña escala - de sonrisa y necesidad de relectura más que de carcajadas - pero es que las ilustraciones son una maravilla. Al menos para mí, que no sé hacer la o con un canuto y que cualquier dibujo que recuerde instantáneamente a lo que representa ya me parece una verdadera proeza.

El libro no habla de grandes batallas, sino de pequeñas batallas cotidianas, algunas complicadas un poco más a causa de la guerra mientras que otras siguen como siempre: la lucha contra las malas hierbas en el jardín, las pequeñas peleas entre los habitantes del pueblo, las mascotas, los habituales veraneantes que hay que sumar a los evacuados de guerra, la preocupación por una inminente invasión y por tener a un hijo entrenándose como soldado y a una hija trabajando de enfermera voluntaria (desconozco el equivalente exacto, si lo hay, de V.A.D.), la lucha por idear el menú del día que se ve aún más complicada debido al racionamiento y que aparece ilustrada en la viñeta superior. Henrietta comenta que parecía un juego en el que ella sugería y la cocinera decía que no podía ser. También está el hecho de que Henrietta y una amiga "evacuada" que tienen en casa decidan hacerse con cinco gallinas y para ello tengan que rellenar un formulario. Henrietta, que como tantas protagonistas de tantos libros ingleses, es un tanto dispersa, se ve obligada a llevarle el formulario a la siempre imponente señora Savernack, que entre otras cosas la apabulla con operaciones matemáticas a toda velocidad.

Se ha dicho muchas veces que tiene cierto aire a lo Provincial Lady (aún me queda mucho para llegar a The Provincial Lady in Wartime), aunque quizá el humor de Provincial Lady sea un poco más satírico - tampoco demasiado - que el de Henrietta's War, que al fin y al cabo formaba parte de aquello de mantenerse alegres y animar al país y hacer las cosas de buen grado, siempre intentando ver el lado más amable y todas las cosas buenas por las que merecía la pena luchar y hacer sacrificios. Eso sí, resulta curioso que en ambos haya una Lady B (aunque la de Henrietta es adorable y la de Provincial Lady claramente no, todo lo contrario) y un Robert (en Provincial Lady el marido insulso y aquí el amigo que recibe las cartas) y, lo mejor de todo, que tanto Henrietta como la Provincial Lady tienen problemas a la hora de recordar la mejor época para plantar bulbos.

A lo que sí que puede recordar es a la misteriosa - por ficticia, claro - columna de Juliet Ashton en The Guernsey Literary and Potato Peel Pie Society (La sociedad literaria y del pastel de piel de patata de Guernsey).

En cualquier caso, Henrietta's War es sólo la primera parte de la historia puesto que termina en plena guerra, el 31 de diciembre de 1941. Existe una segunda parte, Henrietta Sees It Through, que de momento está sólo disponible en segunda mano (quizá en Bloomsbury se animen también a republicarla) y que de una u otra forma sé que acabará cayendo en mis manos y, siempre que no sea verano, acompañándome en esos ratitos de sol (estos días según la hora y el día son agradables de nuevo) en los que da gusto sentarse a leer.

Henrietta's War tiene frases pequeñas y anécdotas más largas (alguna hasta con referencias al Quijote) que merecería la pena citar una detrás de otra (aunque para eso mejor leerse el libro), para citar aquí me he quedado con una de las más serias. Henrietta acaba de leer en un periódico el modo correcto de actuar en caso de que un bombardeo le pille a uno en la calle: hay que lanzarse a cualquier portal, tenderse en el suelo de forma que los pies queden hacia la calle y meterse un trozo de goma entre los dientes para que no revienten los tímpanos.

That we, with our electric light and wireless and Technicolor films, should have to throw ourselves into doorways with indiarubber between our teeth seemed just too madly fantastic as well as undignified.

Que nosotros, con nuestra luz eléctrica, nuestra radio y nuestras películas en Technicolor, tengamos que lanzarnos a los portales con goma entre los dientes me resultó demasiado loco y fantástico a la par que poco digno. (Traducción muy cutre y muy rápida mía).

Desayuno festivo


Ayer volví a hacer el facilísimo y riquísimo pan irlandés y hoy nos hemos puesto las botas para desayunar (en concreto yo con el complemento ideal de este pan que es el sirope de arce).

Más sobre Henrietta's War, el libro de la foto, luego.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Ya es otoño

A mí, aunque esta portada del London Magazine sea la de abril, me parece más otoñal que primaveral, así que me viene de maravilla para escribir la primera entrada del otoño y suspirar con alivio porque por fin se ha terminado el verano. Estos últimos días en la mayoría de tiendas, transporte público y demás siempre había alguien comentando lo largo y excesivo que ha sido este verano y las ganas que tenía de que por fin se acabase el calor.

Alguna tarde ya he podido cambiar la latita fresquita de Coca Cola por un buen té humeante. La luz ya ha dejado de ser estridente y el otro día ya era amarilla, puramente otoñal. Aún se puede ir en ropa de verano por casa - y hasta por la calle - pero los días de mantita y sofá ya se huelen en el ambiente. De momento el sofá ya no desprende el calor de julio, ese que parecía que más que sentado en un sofá estabas sentado sobre una estufa, y eso se agradece.

Este año aún no hago sopa, como el año pasado, pero ya venden boniatos/batatas con una pinta estupenda y cualquier día de estos, cuando la temperatura baje un poquito más, me traigo los primeros de la temporada y van directos al horno.

Y cualquier día de estos, también, me sorprenderé a mí misma abriendo de nuevo la cajita del punto de cruz. Tocará decidir, eso sí, si continuar el eterno - pero mono - proyecto de los abecedarios monocromos o si comenzar alguno nuevo.

Ah, cómo me gusta el otoño. Y este no podía empezar mejor: mañana es fiesta y el viernes llega la única lectora (como se ha podido observar en los comentarios recientes) de visita.

martes, 22 de septiembre de 2009

The Cry of the Sloth (El lamento del perezoso), de Sam Savage

En lugar de la portada a secas habitual, ilustro esta entrada con una foto propia, porque quedé muy orgullosa de mi apropiado punto de lectura. Una, que colecciona puntos de lectura y además pone, podría decirse, un interés excesivo en que el punto de lectura elegido combine bien con el libro en cuestión. Cosas mías.

Firmin me gustó mucho y tenía curiosidad por ver qué era lo siguiente - si es que había siguiente - de Sam Savage. Cuando hace poco descubrí que a principios de septiembre lanzaba nuevo libro se fue directo a la wishlist. Y de ahí que el otro día, al verlo en vivo y en directo, me abalanzase sobre él, literal y figuradamente, porque comencé a leerlo a las pocas horas.

The Cry of the Sloth (El lamento del perezoso), ya traducido al castellano como puede verse, creo que me ha gustado mucho más que Firmin. Me ha parecido una joya de libro y me ha fascinado la habilidad del señor Savage para crear de la nada una tremenda historia tan sólo a base de los escritos "completos" del personaje ficticio - por mucho que cueste creerlo - que es Andrew Whittaker. Cuando dice escritos completos, quiere decir escritos completos, toda su correspondencia (sólo la que él escribe), todos sus bocetos literarios, todas sus listas de la compra, etc. durante cuatro cruciales meses de su vida durante el mandato de Nixon (uno de ellos) en pleno Medio Oeste americano.

Comenzamos en julio conociendo a un hombre que está un poco desbordado, es lo que tiene tener varias casas alquiladas (o intentarlo al menos) que se caen a trozos (literalmente), una revista literaria llamada Soap y sus respectivos contribuyentes, ambiciones literarias, una exmujer, una madre en una residencia, deudas que se amontonan, un banco que no le deja ni a sol ni a sombra y una casa en la que el caos, el desorden y la suciedad parecen tener vida propia. A medida que avanzan los meses, no sólo todo esto empieza a tomar forma de horca y a cerrarse sobre el cuello del pobre Andrew, sino que además él mismo se molesta en irlo apretando con sus propias manos, obsesionándose con cosas como fotos familiares, la limpieza del sótano de su enorme casa victoriana y unos exámenes de conciencia que de puro alocados se vuelven extremadamente cuerdos.

Todo, eso sí, contado de tal forma que, a la vez que sientes pena por el pobre Andrew, te ríes - te ríes a carcajadas - de todo lo que le pasa. A veces de lo que le pasa, siempre contado por él, y a veces de cómo lo cuenta. Cómo cuenta su vida en verso al señor del banco, cómo no se corta un pelo a la hora de meterse con la mujer de uno de sus inquilinos y cómo, ya que se siente menospreciado en su comunidad, se autojalea mediante cartas al director escritas por otros que no son más que anagramas de su nombre, o cómo se describe según a quién esté escribiendo. Para cuando llega octubre, eso sí, sus delirios dejan de ser tan divertidos y pasan a ser preocupantes, otro toque magistral de Sam Savage, por supuesto, que consigue que el lector haga y sienta lo que él dicta de una forma tan sutil que es invisible.

Al final, Andrew Whittaker, que siempre tiene abierta una enciclopedia sobre animales en la mesa de la cocina, termina por encontrar más de una similitud entre el perezoso y él mismo. Hasta tal punto que resulta ser el perezoso el que se le asemeja, y no al revés. De forma que Andrew Whittaker llega a ser un poco Firmin en algunos sentidos.

Leí en algún sitio una frase que venía a decir que Sam Savage "a los 67 años se ha convertido en una de las figuras clave de la literatura actual norteamericana" y no podría estar más de acuerdo.

Por otra parte, sigue fascinándome la editorial que le publica los libros, Coffeehouse Press, que como ya comenté cuando leí Firmin, es una editorial "sin ánimo de lucro". A pesar de eso - o quizás por eso - tanto Firmin como este son libros de calidad excelente no sólo en el contenido, sino también en la presentación. Sin poder soltar apenas el libro - siempre pendiente de la penúltima calamidad del señor Whittaker - no había vez que no me quedase fascinada por las guardas del libro, llenas de fragmentos de escritos de Andrew que luego aparecen también dentro.

Con la excepción de la cita que encabeza el libro y que también aparece en las guardas y que me ha hecho apuntar "Fernando Pessoa" en la lista de libros que quiero mirar - y quizá tomar prestados - la próxima vez que pase por la biblioteca, aunque no haya tenido mucho éxito a la hora de dar con ella en el portugués original o en la traducción española. La cita en cuestión:

What happens to us either happens to everyone or only to us: in the first instance it's banal; in the second it's incomprehensible.

Lo que nos ocurrre, bien les ocurre a todos, bien sólo a nosotros: en el primer caso es banal; en el segundo es incomprensible.

El caso es que lo que yo decía más arriba de que ya está traducido no era una indirecta. Era una recomendación pura y dura. El señor Whittaker abre las puertas de su casa cochambrosa y no curiosear es perderse toda una aventura, y muchas, muchísimas, carcajadas de esas que a veces son un poco histéricas.

lunes, 21 de septiembre de 2009

58a Fira del Llibre d’ocasió, antic i modern

Allá que fuimos el viernes pasado, día mismo de la inauguración. Como el año pasado, amenazaba lluvia y, de hecho, tuvimos que abrir el paraguas durante unos cuantos puestos.

Resultó mejor y peor que el año pasado. Mejor porque se veían menos libros únicamente de ocasión y algunos más con un poco de historia, al menos. De esos que, aunque no te vayas a llevar, no importa hojear un poco, o simplemente ver, porque son ediciones bonitas. Narrativa diría yo que no había demasiada, sí más que el año pasado, pero eso era fácil de superar.

Y peor porque a diferencia del año pasado, que al menos me traje un libro a casa, este año volví - volvimos - con las manos vacías. Hubo un libro grandote y con muchas fotos sobre Mercè Rodoreda por cinco euros que me llamó la atención, pero al final, psch, por lo que sea no terminó de convencerme.

Hubo un puesto - venido desde Valencia, creo - que daba gusto verlo y que diría que ya estuvo el año pasado. Lo ponen de maravilla, como si en vez de un puesto fuera el salón de cualquier casa, porque las estanterías y las superficies están llenas no sólo de libros, sino también de adornitos muy curiosos. Y de flores.

(De estas fotos de aquí abajo, la de la izquierda es de un puesto cualquiera, la de la derecha, igual que la de arriba, es del puesto valenciano.)


Descubrí también las estupendas portadas de la Editorial Selecta - no actuales, antiguas (¿años 40 ó 50?) - con sus diferentes colores, pero siempre el título y demás enmarcado en la silueta de la hoja. Pero llevarme uno sin ningún interés me parecía excesivo y en los que tenían un poco más de interés era el precio lo que me parecía excesivo (tampoco lo era demasiado, pero en fin, que lo que yo quería era una portada).

La tarde también sirvió para ver la Casa Amatller con su fachada recién restaurada que, aunque había pasado cerca, nunca había llegado a poder ver hasta el viernes, y qué bonita, la echaba de menos mientras estaba tapada por la lona. Ahora falta que la abran también al público por dentro.

Y sirvió también, nada más dejar el último puesto de la Feria, para toparme con una heladería Dino - tan recomendada - y lanzarme a pedir algún helado. Me gustó aunque quizá por los comentarios tan favorables me esperaba un poco más (los sabores de cookies y chocolate blanco estaban ricos, pero en cambio el de vainilla no terminó de convencerme). Me recordó a las heladerías Palazzo de Madrid.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Lágrimas de chocolate y avellanas

"Lágrimas de chocolate" tiene que ser una de las combinaciones de palabras más tristes del mundo y en realidad sería mucho más sencillo simplemente llamarlas galletas de chocolate y avellanas con un toque de Nocilla, que es lo que son, pero ya entiendo que en un libro con recetas de 100 galletas llamar a todas las galletas "galletas de..." debe de ser un poco aburrido. Así que en este caso optaron por lágrimas de chocolate y avellanas, qué le vamos a hacer.

Con ellas estrenamos el libro de las 100 galletas que llegó desde Madrid por mi cumpleaños y ya tenemos marcadas muchas más para hacer en futuros sábados reposteros. Y eso a pesar de que las galletas - para qué negarlo - no son lo nuestro salvo si vienen en cajita mágica de Betty Crocker.

En este caso las instrucciones decían que hicieras una bolita, la pusieras en la bandeja sobre el papel de hornear y le hicieras un hueco con el mango de una cuchara de palo. Así lo hicimos... y por eso telehorno resultó de lo más frustrante cuando las bolitas comenzaron a desparramarse hasta casi tocarse unas con otras (y eso que estaban bien separadas) y el famoso hueco se perdió también. Lo que sacamos a los seis minutos en fase inicial de carbonización (y eso que el tiempo recomendado en la receta era de 12 a 15 minutos - no fueron ni lágrimas ni nada, fueron las galletas más planas del mundo con puntillita exterior de masa quemada. ¿Las lágrimas? Casi las nuestras.

Eso era la primera tanda. Entonces Manuel decidió que las habíamos hecho demasiado pequeñas, e hizo unas bolas enormes... que se desparramaron igualmente pero no tantísimo. A los nueve minutos la carbonización comenzaba a amenazar y las sacamos. La tercera y última tanda consisitió de unas cuantas bolitas de tamaño intermedio (éramos como Ricitos de oro probando las sopas y las camas) que sacamos a los siete minutos, medio desparramadas, medio enteras (el hueco obviamente no se conservaba nunca, había que hacerlo al sacarlas).

El resultado final, como el de Ricitos de oro, fue que el punto medio es el mejor: las primeras tienen un deje a quemado que no resulta del todo agradable, menos aún si se le suma lo sequitas que quedaron las pobres, incluso con la gotita de Nocilla. Las segudas, las gigantes, quedaron considerablemente mejor, muy esponjosas y jugosas, lo que quiere decir que en realidad tiran un poco a crudas (un poco, no demasiado). Las terceras - de las que menos hicimos - son las galletas ideales: justo en su punto: esponjosas y jugositas, pero también ligeramente crujientes. Muy ricas.

En fin, que tenemos 100 tipos de galletas con las que practicar el alcanzar el punto medio a la primera e intentar que cocina no huela ligeramente a galleta calcinada. Hay que perfeccionar la técnica, no hay duda.

Hoy es el cumpleaños de Javier Marías y pensaba habérselas dedicado. Pero Javier Marías me impone mucho y poner una foto suya junto a unas galletas de chocolate no terminaba de convencerme. Así que a modo de celebración sobria, remito al artículo del domingo pasado que me olvidé de enlazar aquí y que me encantó.

Ya comenté que la semana pasada habíamos terminado la sección "oficial" y cronológica del ciclo de comedias clásicas. Ahora nos dedicaremos a revolotear, ver películas "menores" y retomar las que, aunque importantes, por unos motivos u otros se quedaron en el tintero. La de hoy suponía un retroceso de 10 años, hemos vuelto a 1932 pero de una buena mano: la de Ernst Lubitsch, que nos ha deleitado con su Trouble in Paradise (Un ladrón en la alcoba), cuyo título en español ya lo cuenta casi todo: dos ladronzuelos - ella y él - se encuentran haciéndose pasar por ricos aristócratas. Al desvalijarse mutuamente se dan cuenta de que son tal para cual y se dedican a... bueno, a ser socios. Todo ello acompañado por unos planos magníficos de Lubitsch, como una estupenda conversación en torno a un reloj en la que sólo vemos el reloj avanzar o este otro que lo dice todo en un cine hecho pre-código Hays. (Código Hays que sí que afectó a la adaptación de Hitchcock de Rebecca que vimos el viernes y que ya comentaré esta semana).

Y después de comer vuelta a las sobremesas de carcajadas gracias a APM?. Y tarareando la canción de la temporada, claro.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Filosofía (?) cotidiana

Qué miedo da la lluvia cuando vas cargada de bolsas de papel.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Noche de viernes: Jane Eyre 1944

Después de toda la semana dejando caer, los dos, la pregunta de qué íbamos a ver el viernes por la noche sin encontrar respuesta, llegó el viernes y seguíamos sin haber dado con ella.

De repente, por la tarde, Manuel dijo que lo que le apetecía ver era Jane Eyre 1944 (me niego a llamarla Alma rebelde, que fue como tradujeron extrañamente el título - de la película, el libro se llamaba Juana Eyre - en España) y yo asentí, porque me apetecía verla y porque nos quitábamos un peso de encima (recuerdo que aún tenemos por ver joyas como la adaptación de Cumbres borrascosas de la MTV (sic), así que el alivio es comprensible, ¿no?). Probablemente sea la adaptación de Jane Eyre por excelencia y la primera que yo vi en una nuevecita cinta de VHS una mañana de Reyes de hace, ¿cuánto?, probablemente más de nueve años ya.

El caso es que cuando me puse a hacer memoria recordaba menos de lo que pensaba, así que verla no era una mala idea en absoluto. Lo que recordaba era que no terminaba de parecerse al libro. Y recordaba mal hasta eso.

Antes de empezar a verla Manuel me pidió que intentara verla como película, no como guión/adaptación (o sea: no pensando en las comas que faltan, vaya) y yo contuve la respiración en el principio, cuando se abren las páginas del libro y te leen un principio que no es el de la novela (cosa que me parece ridícula: si vas a sacar el libro, saca el libro de verdad y si no quieres empezar como empieza el libro búscate otra forma de comenzar). Pero luego, aunque siguen saliendo fragmentos inexistentes del libro a lo largo de toda la película, la cosa mejora considerablemente. La niñita que hace de Jane Eyre de pequeña (Peggy Ann Garner) es de las mejores que he visto, por ejemplo y aunque como en la mayoría de las adaptaciones su etapa pasa rápido como el viento, aquí se toman libertades varias (no del todo malas) y sale una jovencita, jovencita Elizabeth Taylor (¡la actriz en este caso!) haciendo de Helen Burns.

De repente Jane crece - mucho, porque Joan Fontaine tenía unos 26 años cuando interpretaba a una Jane de 18 - y deja a Brocklehurst tirado (eso está bien, aunque en el libro Brocklehurst recibe otro tipo de "castigo" en la película se agradece que Jane le dé por fin - y sólo figuradamente - una buena patada) y llega a Thornfield, donde los efectos góticos ya se disparan del todo y donde la niña que hace de Adèle es adorable (era Margaret O'Brien). Y por fin llega Orson Welles, con su enorme - en todos los sentidos - Rochester.

Por supuesto el final está ligeramente modificado, siempre en las adaptaciones de cine es difícil meter a los Rivers y darles un poco de sentido (se podría argumentar - y esto es como alabanza a Charlotte Brontë, no como queja - que St John Rivers, por más tiempo que se le dedique no tiene explicación posible, pero eso es otro tema). Y curioso el hecho de que aquí Rochester haya optado por quedarse a vivir en las ruinas de Thornfield, pero en fin, supongo que los decorados - quemados o no - hay que amortizarlos.

El caso es que nos sorprendió porque la recordábamos como buena película - esto más en el caso de Manuel, yo iba de oídas - y como adaptación tirando a mala y resultó no ser tan mala. Resultó ser tirando a buena, de hecho (Aldous Huxley estaba entre el equipo de guionistas). Claro que, como le dije a Manuel, es probable que haber visto tantísimas adaptaciones espantosas en los últimos meses nos haya hecho verla con otros ojos. Aun así, es cierto que mantiene mucho diálogo real del libro y que intenta pegarse a la novela todo cuanto puede y cuanto permite el tiempo y algunas ideas de los guionistas. Y, como decía Manuel, es probablemente la adaptación que más ha sabido potenciar el ambiente gótico de la novela que en otras queda muy en segundo plano - si es que no se pierde del todo - en favor del tono rosita de la historia de amor.

Lo curioso del caso es que vimos que, a propósito o por casualidad, eso ya no lo sé, hay muchas cosas de la última adaptación de Jane Eyre (la de Ruth Wilson y Toby Stephens de la BBC) tiene muchas cosas similares a esta, salvando las distancias (dicho lo de "salvando las distancias" sin insinuar nada malo hacia la última Jane Eyre, que es mi adaptación favorita).

Mención aparte se merece la banda sonora de Bernard Herrmann, que luego compondría una ópera de Cumbres borrascosas, señal de que una vez que llegas a las Brontë, vengas de donde vengas, es difícil separarse de ellas.

El caso es que ahora me queda por ver Rebecca, con Joan Fontaine haciendo prácticamente el mismo papel. Porque yo, al contrario que todo el mundo, resulta que leído la novela pero nunca he visto la película.

Y ya que estoy dejo aquí un graciosísimo cartel de las bibliotecas de la República Checa (!) donde sale una edición de Jane Eyre con una Jane - eeeeeh - futurista en la portada. El consejo que te dan las bibliotecas de la República Checa es que lo leas antes que Hollywood (aquí se pueden ver los tres carteles que hicieron), aunque en este caso de Jane Eyre 1944 la lectura de Hollywood fue bastante mejor de lo que esperábamos/recordábamos.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Cuatro libros

Ayer salí a dar una vuelta y volví con cuatro libros, así, como quien no quiere la cosa. Igual que, como quien no quiere la cosa también, había deambulado de una librería a otra, claro...

Pasé por un par de librerías en busca de muchas de las novedades interesantes en inglés que han salido este mes de septiembre y durante el verano y que se me acumulan en forma de lista, pero con bastante poco éxito. Pero bueno, que la novedad única que obtuve tampoco está nada mal y me dio la oportunidad de estrenar mi flamante carnet de biblioteca para obtener un descuento: The Cry of the Sloth (El lamento del perezoso), de Sam Savage. Después de Firmin (del que vi una edición chulísima ayer) estaba deseando que Sam Savage publicara algo más. Hoy mismo lo empiezo.

Y después mis pies me llevaron a Hibernian Books. Y yo me dejé llevar, claro. Allí pasé un rato larguísimo, como siempre y aunque al principio estaba poco inspirada y no encontraba nada, al final acabé saliendo con estos tres, y encantada:

- One Fine Day, de Mollie Panter-Downes. Con portada irresistible y el precedente de que dos de sus libros están editados por Persephone (uno de ellos en mis manos desde París). Y una portada tan, tan bonita (no es la del enlace, la mía ya la enseñaré).

- Miss Hargreaves, de Frank Baker. Una enorme y gratísima casualidad con la que me topé mientras pululaba por la B. Este mes ha salido incluido en el famoso Bloomsbury Group y yo le tenía echado el ojo. Aquí la portada es más normalita - aunque estas de Penguin siempre tienen su encanto - pero el contenido es exactamente el mismo.

- Y Mariana, de Monica Dickens. Otra casualidad. En este caso este está editado por Persephone y este que yo encontré tiene también la portada tradicional de Penguin.

Así que al final, a pesar de la escasez de novedades (y eso que Miss Hargreaves podría considerarse una), el día sí que resultó ser un éxito.

Y por si eso fuera poco, puede que hoy me acerque a la biblioteca a cambiar mis libros, pero está por ver.

Ya que estoy con el tema libros-libros-libros aprovecho para recordar que este viernes empieza la 58a Fira del Llibre d’ocasió, antic i modern. Iremos, y espero tener un poco más de suerte que el año pasado.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Efecto souvenir

Parece que las vacaciones quedan ya muy lejos, ¿no?

Bueno, pues en Barcelona hasta el 13 de diciembre hay un rinconcito donde siempre "es" vacaciones: el Disseny Hub (en la calle Montcada 12) con su exposición "Efecto souvenir. Fetiches de viaje, más allá de los tópicos". Nosotros fuimos a verla un domingo hace siglos (o dos semanas, algo así) porque los domingos por la tarde es gratis. Y, la verdad, la exposición es muy curiosa, pero pagar 4 euros y pico cada uno nos parecía un poco excesivo.

Hay todo tipo de souvenirs, desde los típicos que todo el mundo ha visto en sus viajes, hasta la gorra de Barcelona con la Cibeles bordada en ella, pasando por un llavero de un autobús londinense de dos pisos y una errónea explicación que dice que es un souvenir trasnochado puesto que hace años que no se ven autobuses de dos pisos en Londres (!!).

Los montajes audiovisuales nos gustaron especialmente: desde el collage hecho con películas que hablan de todo tipo de recuerdos y el paseo en góndola por todas las Venecias (la de verdad y las copias, como la de Las Vegas) del mundo hasta el señor que se dedica a hacer fotos de souvenirs in situ. Muy curioso también el apartado de los souvenirs del futuro, que incluye souvenirs muy, muy chulos - la mayoría, al menos - de todo el mundo que se alejan mucho de los souvenirs clásicos y estereotípicos. Me hubiera llevado el espejo con forma de sello inglés encantada de la vida.

Y aparte del contenido, el continente, porque aunque el edificio ya es bonito de por sí, el trabajo de los estudiantes de diseño del centro también es muy llamativo, muy curioso. Está todo colocado de forma muy original y muy bien montado.

Así que durante un ratito fuimos nada más y nada menos que turistas del mundo. Y después, una vez de nuevo en la calle, entre las hordas de turistas (con los que sentíamos especial afinidad, puesto que aún teníamos tics de turistas con París reciente), miramos con otros ojos las tiendas de souvenirs que jalonaban la calle Montcada y alrededores.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Cream tea en la última noche de los Proms

¡Qué fin de semana tan musical! Ayer, por supuesto, no nos separamos del ordenador que retransmitía los Proms, ahora acabamos de estar reviviendo (y viendo por primera vez) los mejores momentos en YouTube (enlaces más abajo) y mientras escribo esto Manuel intenta y consigue bastante bien escuchar Broadway on Broadway desde Times Square con el sonido de "nuestra webcam neoyorquina" y las imágenes de otra webcam sin sonido. Un apaño. Ya le he dicho que al año que viene tenemos que organizar el fin de semana, dejarnos de internet e historias, ir al Royal Albert Hall (o a Hyde Park, donde el ambientillo también es bueno), después a Heathrow rápidamente y amanecer en Times Square. Un plan excelente que según él las leyes del tiempo y el espacio no permiten. Excusas.

El caso es que no me quejo, porque nosotros, a miles de kilómetros estuvimos de maravilla también, con nuestro cream tea (hasta que a Manuel le dio por leer los ingredientes de la clotted cream; mejor no repito aquí el porcentaje de la cantidad recomendada diaria de calorías contienen tan sólo 15 gramitos de nada), nuestros sándwiches finitos a base de rodillo, untados con la capa mínima de mantequilla (puesto que su única finalidad es hacer de impermeable y evitar que el pan absorba la humedad del pepino) y el pepino cortado como papel de fumar. Eso sí, me emocioné con el rodillo y el resto del proceso e hice más sándwiches de los que pudimos engullir. Así que aún quedan y se suman a la clotted cream y el montón de scones.

Todo estuvo regado con el té Queen Anne de Fortnum & Mason, muy al caso de lo que dijo el director de la orquesta - americano - cuando hizo un chiste sobre el té en Boston y pidió al público que cantara más fuerte, que no esperaba menos de una nación construida a base de té. Así que más británico, creo yo, imposible. Como decía también uno de los comentaristas, creo, la última noche de los Proms se ha convertido en una celebración patriótica internacional. Y, desde luego, por la parte que nos tocaba al menos, no le faltaba nada de razón.

Así que estuvo muy bien (ahora acabamos de ver que la Grand, Grand Overture de Arnold la interpretaban, además de los instrumentos de orquesta habituales, un pulidor de suelos, un aspirador y cosas parecidas; el enlace anterior es a YouTube - mientras dure, que la BBC ya se sabe cómo es - y se ve claramente), aunque yo lo que esperaba eran las canciones patrióticas: Rule, Britannia! Con Sarah Connolly vestida de Nelson (de eso nos enteramos por la radio, pero verla ha sido mucho más divertido) y que es irresistible no querer cantarla a grito pelado; Jerusalem, que siempre es muy emocionante; Pomp and Circumstance de Elgar (marcha 1), con la también emocionante Land of Hope and Glory y por último el himno que nos dio pie a preguntarnos si la reina lo estaría oyendo o estaría ya dormida en su cama real sin enterarse de que todo el Royal Albert Hall pedía a Dios que la salvase. (En una nota un pelín más surrealista - la grasa, sin duda, que se nos subió a la cabeza - nos dio pie también a preguntarnos - al estilo del chiste que se hace en To Be or Not to Be (Ser o no ser) sobre Hitler diciendo "Heil myself" (Heil yo mismo) - si la Reina, de cantar el himno, dirá God Save Myself, que Dios me salve a mí misma). Y el final con el pública cantando de forma espontánea Auld Lang Syne. Ah, qué maravilla. Y en todos los enlaces anteriores - a grabaciones subidas a YouTube - se ve que el Royal Albert Hall estaba lleno hasta la bandera (y lleno de banderas) así como los parques donde había pantallas. En Hyde Park la masa de gente es impresionante.

Esta mañana, aún tarareando trozos de canciones patrióticas aquí y allá, hemos vuelto a desayunar nuestro cream tea. Y yo es que no sé si estamos en baja forma o qué, pero nos cunde poco: sigue quedando un poco de todo.

Después plancha y final de nuestro recorrido cronológico por las comedias de enredo. No se nos acaban ni mucho menos, pero a partir de la semana que viene nos entregaremos al caos y al desorden y retrocederemos y daremos saltos en busca de comedias no únicamente de enredo y también comedias menores, siempre clásicas, eso sí. La de hoy era regalo de la única lectora: The Lady is Willing (Capricho de mujer), con Marlene Dietrich, de la que yo creo que nunca había visto una película hasta hoy. Muy divertida, aunque no hemos terminado de decidir si la función que hace Marlene Dietrich en la película - en la película hace de actriz - muy en su línea por otra parte, era totalmente en serio o un poco en broma.

Y para acabar - aunque ayer no lo tomamos - ya incluyo aquí nuestra última incursión en el mundo de los helados. Fue oír hablar del sabor no recuerdo dónde y decidir hacerlo lo antes posible: helado de galleta María. Baste con decir que después de tomarlo - aún queda un poco en el congelador, ¡bien! - declaré abiertamente que ese era mi nuevo sabor de helado preferido. Rico no, ri-quí-si-mo.

viernes, 11 de septiembre de 2009

La última noche de los Proms

Este año lo aviso con un día de antelación, para que se pueda hacer bien el hueco en la agenda y que nadie se pierda la última noche de los Proms: mañana, sábado 12 de septiembre a partir de las 20:30, a través de la web de la BBC, donde suelen hablar lo justo y dejar que suene todo hasta el final, o a través de Radio Clásica si se prefieren las ondas tradicionales y, por lo que me contaron el año pasado, los locutores que hablan un poco de más y el final que se corta antes de tiempo.

Nosotros ya estamos dejando que la anglofilia se desborde y ya hemos decidido que la cena de mañana, con los Proms de fondo por supuesto, consistirá en sándwiches de pepino, scones, clotted cream y té, mucho té.

Lo que sonará de fondo será esto:

Oliver Knussen Flourish with Fireworks (4 mins)
Purcell, arr. Henry Wood New Suite (10 mins)
Purcell Dido and Aeneas – 'Thy hand, Belinda ... When I am laid in earth' (Dido's Lament); 'With drooping wings ye cupids come' (10 mins)
Haydn Trumpet Concerto in E flat major (15 mins)
Mahler Lieder eines fahrenden Gesellen (18 mins)
Villa-Lobos Chôros No.10, 'Rasga o Coração' (12 mins)

interval

Arnold A Grand, Grand Overture (8 mins)
Ketèlbey In a Monastery Garden (6 mins)
Piazzolla Libertango (4 mins)
Gershwin, arr. Barry Forgie Shall We Dance – 'They can't take that away from me' BBC commission: world premiere (c5 mins)
BBC Proms Inspire composers Fireworks Fanfares world premiere (c3 mins)
Handel Music for the Royal Fireworks – excerpts (c10 mins)
Arne, arr. Sargent Rule, Britannia! (8 mins)
Parry Jerusalem (2 mins)
Elgar Pomp and Circumstance March No.1 (8 mins)
The National Anthem (2 mins)

Como dije el año pasado, para mí lo mejor empieza después del intermedio, pero el principio tampoco está mal y sirve para ir calentando motores.

Avisados quedáis.

Noche de viernes: Desperate Romantics

Hace unos días leí en algún periódico británico, después de que la nueva adaptación de Cumbres borrascosas se emitiera allí (en Estados Unidos ya se había visto en enero, cuando la vimos nosotros) que Peter Bowker - el guionista - no podía hacer nada malo después de Desperate Romantics (aunque ese ha sido el orden de emisión en el Reino Unido yo diría que el orden cronológico es al revés, pero no lo sé), que pese a haberse emitido por la BBC2 ha sido un verdadero - e inesperado, diría yo - éxito.

Nosotros hemos ido viendo Desperate Romantics a lo largo del verano - son seis episodios, seis semanas - casi al tiempo que se iba emitiendo en la BBC. El primer capítulo, debo confesarlo, nos dejó muy, muy poco convencidos. Aquí estaban los prerrafaelitas John Millais, Fred Walters (conglomerado de Fred Stephen y Walter Deverell), Dante Gabriel Rossetti y William Holman Hunt comportándose como si fueran adolescentes del siglo XXI. No, no estábamos convencidos.

Pero entonces llegó el segundo capítulo y nuestra opinión empezó a cambiar. Desconozco si se debió a que la serie mejoró o a que simplemente nosotros supimos verle el lado bueno o a una combinación de ambas. Pero lo cierto es que desde entonces y en un imparable y vertiginoso ascenso la serie cada viernes nos ha ido gustando más. Hasta llegar al viernes pasado, noche en que llegó el último y nos quedamos chafados.

Desperate Romantics, ya lo he dicho, gira entorno a la hermandad prerrafaelita, representada, en principio, por John Everett Millais (que pintó el famoso cuadro de Ofelia) y que aquí aparece representado como un jovencito bonachón e inocente entre una panda de, cómo decirlo, gamberros que son Dante Gabriel Rosetti, que aquí aparece como mujeriego, salvaje y un tanto disperso y William Holman Hunt, que empieza gamberro y luego se vuelve entre medio loco y medio hippie avant la lettre. El otro miembro de la hermandad, Fred Walters, aúna a dos personajes reales y es el más convencional de todos. A su alrededor aparece todo el universo que los rodeó en la realidad: las modelos Elizabeth Siddal (que es la Ofelia de Millais y cuya historia personal, tanto en la serie como en la vida real, me pareció interesantísima), Annie Miller y Jane Burden (más adelante Jane Morris), todas, por supuesto, con el pelo imprescindible: encrespado, voluminoso y, con la excepción de Jane Morris, castaño rojizo, tal y como decía Elizabeth Gaskell. Al grupo luego se suman William Morris (con el que se casó Jane Burden y que, yo no sé en la vida real, pero en la serie parece sacado de Muchachada Nui) y Edward Burne-Jones. Y siempre de fondo John Ruskin (interpretado magistralmente por Tom Hollander, que hacía de señor Collins en la última adaptación de Orgullo y prejuicio), victoriano eminente donde los haya y personalidad de esas que sólo podía pertenecer a su siglo: fue crítico de arte, escritor, ensayista, dibujante... en definitiva, un hombre ilustrado en su vida pública aunque algo extraño en su vida privada.

En este embrollo de nombres (sumado a los miles de enlaces que yo he puesto) parece fácil perderse, pero la serie los presenta muy bien a todos y se sigue de maravilla a pesar de que cuenta bastantes historias a la vez*. Otra cosa es que lo que se presente sea real, ¿de verdad se comportaban así? No lo sé exactamente, pero sí que es cierto que mirando en la wikipedia todo lo que se cuenta en la serie ocurrió de verdad; la única diferencia es que en la serie está reconcentrado, de modo que lo que pasó en años, casi vidas enteras, aquí pasa en aparentemente poco tiempo, como mínimo los personajes apenas envejecen y el único cambio notable es que Holman Hunt pasa de ir vestido normal a ir vestido con túnicas y cosas. Así que a pesar de haberse cargado el transcurso del tiempo, podemos decir que la serie de verdad nos ha enseñado cosas curiosas y reales, contadas de la forma más amena posible, a través de estos gamberros, retorcidos, complicados, bohemios y brillantes artistas.

Vamos, que si empezamos con ciertas dudas hemos acabado la serie siendo unos conversos. Si alguien la ve y no le ve la gracia al primer episodio, que siga y se enganche.


* No me puedo atribuir comentarios ajenos aunque se me pida expresamente que los incluya en el blog. Manuel comenta que Peter Bowker está muy influenciado por Ken Russell. Dicho queda, aunque yo no sabía nada - ni sé mucho ahora - sobre Ken Russell.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Queen Lucia, de E.F. Benson

Me gusta cuando una cita de un libro describe el propio libro mejor que cualquier resumen:

"Oh, it's all so delicious!" she said. "I never knew before how terribly interesting little things were. It's all wildly exciting, and there are fifty things going on just as exciting. Is it all of you who take such a tremendous interest in them that makes them so absorbing, or is it that they are absorbing in themselves, and ordinary dull people, not Riseholmites, don't see how exciting they are?"

¡Oh, es todo tan delicioso!-exclamó-. Antes desconocía lo terriblemente interesantes que pueden llegar a ser las pequeñas cosas. Es todo tan desaforadamente emocionante, y al mismo tiempo suceden cincuenta cosas igual de emocionantes. ¿Sois vosotros los que, al prestarles tanta atención, las hacéis así de apasionantes o es que son apasionantes de por sí y la gente normal y aburrida, con la excepción de los riseholmitas, no es capaz de ver lo emocionantes que son? (Traducción rápida y cutre mía. Hay cosas que suenan un poco forzadas, pero este tipo de inglés tan enfático tipo Mitford tampoco es el de la "gente normal y aburrida")

Esa es la mejor descripción de Queen Lucia, de E.F. Benson*, la primera de la famosa saga de novelas de "Mapp and Lucia", publicada en los años veinte, en concreto esta es de 1920. Es una novela de la vida normal - bueno, tirando a loca de remate - de un pequeño y próspero pueblecito ficticio llamado Riseholme. No hay grandes catástrofres, ni grandes dramas ni grandes alegrías, es todo sobre las pequeñeces que suceden y a las que ellos dan muchísima importancia.

En esta primera aún no se ha visto a la señorita Mapp ni de refilón y creo que en la segunda a quien no veré será a Lucia. Así que puede que hasta la tercera novela no las vea juntas en acción, cosa que si la señorita Mapp se parece remotamente a Lucia echará chispas.

Lucia técnicamente se llama Emmeline Lucas, pero por su amor por todo lo italiano, todos en el pueblecito isabelino (que de tan puramente isabelino es más isabelino que un pueblo isabelino de la época verdadera) de Riseholme la conocen como Lucia. Y ella es la autoproclamada reina del pueblo. Su marido, Peppino (de nuevo no se llama así en realidad, es la versión italianizada de su nombre), en lugar de ser como muchos maridos de este tipo de mujeres ficticias inglesas, no sólo no pasa de ella y de sus confabulaciones, sino que participa en ellas tanto como puede. Alrededor suyo y de su casa giran los "súbditos" que son el resto de habitantes, con la excepción de la aristócrata local, que va un poco - no demasiado - más a su aire. Lo que dice la reina Lucia va a misa y nadie lo cuestiona.

Al menos nadie lo cuestiona en público. Pero el caso de Lucia es uno de esos de "dime de qué presumes y te diré de qué careces" y cuando una eminente cantante de ópera se instala en el pueblo y, sin saberlo, se salta todas las reglas tácitas del juego y pone a Lucia en evidencia, la estabilidad emocional del pueblo está a punto de verse muy afectada.

A eso hay que sumarle las pequeñas rivalidades de los súbditos y los esfuerzos que de vez en cuando alguien hace por sentarse en el trono real, aunque sea sólo por unas horas. Es así como llega al pueblo un supuesto gurú que les da clases de yoga (yoga para los habitantes de Riseholme en 1920 es casi lo mismo que para mí en Barcelona en 2009: adoptar posturas extrañas y hacer "om"), toque que me pareció modernísimo, porque ninguno de los chistes que se hacen a colación del gurú se ha quedado desfasado en absoluto, creo yo. Además, ¿cuántas veces se lee en la vida se lee la expresión "guru, dear!" (¡gurú, querido!) imaginada pronunciada con el tono inglés más absoluto?

En fin, obviamente un libro bien ligerito y de lo más ameno (aunque hasta este tipo de libros tienen su mensaje), con ciertos toques de entusiasmo lingüístico al más puro estilo Mitford, que era justo lo que buscaba después de terminarme The Victorian House, que tampoco era precisamente sesudo, pero sí muy denso. Y estoy deseando leer - con calma - el resto de libros que siguen.

Leído además en la siempre agradable compañía de Rufinito, que se porta a las mil maravillas y hace como si no se hubiera enterado de que hace sólo unos días Manuel y yo mirábamos a la pantalla del ordenador con ojos de cordero degollado cuando veíamos las prestaciones de la nueva generación. Pero vamos, que momento babeo aparte, a Rufinito no lo cambiamos por nada.

Y por cierto que en nuestro último paso por Barajas en julio, al ver esto de la foto nos entró un ataque de risa. Nunca había visto estos gusanitos llamados Rufinos.

* Que por cierto según el catálogo de la Biblioteca Nacional no está traducida al castellano, pero sí al catalán. Otra cosa es que sea encontrable o no:

Título: Reina Lucía [Texto impreso] / E.F. Benson ; traducció de l'anglès per Neus Devant
Edición: [1ª ed.]
Publicación: Barcelona : Pòrtic, 1988
Descripción física: 219 p. ; 20 cm
Título de Serie: (La bogeria ; 3)



Septiembre 2011: Recién editado por Impedimenta como Reina Lucía.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

09-09-09

Fecha curiosa la de hoy, ¿no?

Si no llega a ser por la fecha curiosa, esta entrada se hubiera llamado algo así como "cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas" (si es que esa es la versión correcta, que yo para los dichos, frases hechas y similares tengo muy mala memoria).

El caso es que yo sí que tenía que hacer, pero el teletrabajo era tirando a aburrido, así que me concedí un descanso y di un paseo por los blogs. Y en Café con leche, por favor, descubrí unas florecillas de papel monísimas y un enlace a las instrucciones (en inglés), que parecían sencillas incluso para mí.

Así que como no hay nada más fácil que alargar el tiempo de descanso como quien no quiere la cosa, decidí ponerme a hacer una flor - o al menos intentarlo - en ese mismo momento. Y voilà! Era facilísimo, porque conseguí un resultado aceptable a la primera (eso o los hados del teletrabajo se aliaron para que mi descanso no se prolongase ad infinitum, que también puede ser).

Así que ahora estoy deseando hacerme con un papel un poco más aparente (el que usé es el de un taco de notas, que por otra parte me vino de perlas al ya ser cuadrado de por sí y ahorrarme el tener que andar midiendo y cortando) y hacer un ramito completo. Todo será que cuando por fin tenga el papel aparente los hados se venguen de mí y todo lo que salga sea una chapuza. No sería raro.

martes, 8 de septiembre de 2009

En septiembre...

Otro estupendo cartel de la WPA invitando a leer, como el que ya puse en marzo. El texto dice:

SEPTIEMBRE

Vuelta al trabajo ··· Vuelta al colegio

Vuelta a los libros

Y tiene toda la razón. Septiembre era el mes en que antes de empezar las clases aun era interesante hojear los futuros libros de texto; luego el segundo día de clase perdían todo el interés, claro. Y septiembre es el mes de muchas novedades literarias.

Septiembre suele ser un mes que cae mal precisamente por las "vueltas", pero si se mira fríamente es un mes con encanto. Por lo menos a mí me gusta.

Una vez superada la vuelta al cole y con lo que me gustan a mí las papelerías y todo lo que contienen (olor incluido), la vuelta al cole y todos los accesorios que inundan las tiendas se me hacen irresistibles. Raro es el mes de septiembre que algún cuadernito o similar no cae en mis manos.

En septiembre también comienza a refrescar, unos años más de repente y más pronto y otros años más paulatinamente y más hacia el final de mes. Y llega el otoño que significa que, salvo que el calentamiento global se haya desatado del todo, el frío viene en camino por fin, y eso siempre son buenas noticias. En septiembre, un buen día, la luz ya no es la luz estridente del verano, sino que de repente tira hacia el amarillo y se vuelve mucho más agradable, más suave.

En septiembre por fin la ropa abrigadísima que las tiendas tienen a la venta desde agosto puede mirarse y casi se puede considerar la posibilidad de probársela, cosa que en agosto es imposible, más que nada porque en agosto cuesta recordar cómo era cuando hacía tanto frío como para ponerse eso encima, por mucho que las tiendas te pongan el aire acondicionado a tope.

En septiembre, por supuesto, hay tantos buenos propósitos o más como el día uno de enero. No sé si cuenta como buen propósito pero en septiembre hace dos años, un día como ayer, nacía este blog.

Y en septiembre los quioscos se llenan de colecciones después de haber rellenado casi todos los intermedios de todos los programas en televisión (¿es cosa mía o este año con la crisis parece que hay menos?). Son un clásico y siempre es divertidísimo sorprenderse con la colección de "mi casita andaluza" o la de "muñecas literarias " (yo tengo a Jane Eyre, una Jane Eyre que coincide con la que se describe en el libro en el blanco de los ojos y poco más), por no hablar de todas las labores que puedes ponerte a hacer (yo una vez compré el primer número de la colección que te enseña a hacer punto pero ni con las instrucciones escritas ni con las fotos ni con el vídeo conseguí hacer nada remotamente parecido a lo que comúnmente se entiende por hacer punto).

Todo eso y más hace de septiembre un buen mes, creo yo.

El caso es que volviendo al cartel de la WPA a principios de mes cumplí por fin algo que llevaba meses diciendo que haría: me hice el carnet de la biblioteca y saqué mis tres primeros libros. Los tres de poesía, que siempre es un género que me cuesta más comprar "a ciegas". Y además es que yo para la poesía (y ahora me acuerdo que tengo pendiente hablar de la colección de poemas de Muriel Spark que recibí por mi cumpleaños) soy muy especialita. En el colegio la poesía me parecía un rollo, no le veía yo la gracia en absoluto. Pero luego descubrí que no toda la poesía es abstracta, alegórica y con vocabulario rococó, que existe una poesía más de a pie - y no por ello peor en absoluto - como me demostraron muchos poetas ingleses (con la ayuda de las Brontë, sobre todo de Emily) y después otros poetas en español, capitaneados por el señor Borges.

Así que estoy inmersa entre los poemas de Carmen Martín Gaite (este libro lo buscaba desde hace siglos, más que nada por el CD que trae con ella misma leyendo los poemas), los poemas de Benedetti (aunque estos aún no los he mirado mucho) y los poemas - ¡en catalán! - de Joan Margarit. Y tan feliz con mi carnet de la biblioteca, claro.

lunes, 7 de septiembre de 2009

The Victorian House, de Judith Flanders

Todos estos días, mientras escribía sobre París, estaba de visita en una casa victoriana: cada día me paseaba a mis anchas por una de sus habitaciones y curioseaba a fondo. Abría los cajones de los aparadores, fisgaba debajo de las colchas, probaba los sofás, los sillones y las sillas, veía a las mujeres desfilar con sus elaboradísimos y pesadísimos vestidos, husmeaba qué se cocía literalmente en la cocina y cuando miraba por la ventana casi siempre veía - o no, ya se sabe, la famosa niebla - Londres, unas veces un barrio más agradable y otras veces un barrio menos agradable.

Y todo de la mano de Judith Flanders a través de su estupendo libro The Victorian House. La conclusión, de todos modos, a pesar de ese párrafo inicial es que tenemos demasiado idealizada la era victoriana. Quizá no en lo que concierne a la clase obrera y sus condiciones de vida, pero sí en lo que respecta a la clase media, por ejemplo. Como Judith Flanders dice muy a menudo, tenemos una idea de la señora de la casa aburrida, sin saber qué hacer, mano sobre mano casi todo el día, o bien un poco suavizada con sus tareas de trabajos para los pobres, manualidades un tanto rocambolescas y preocupación absoluta por el hombre de la casa. La visión suavizada está más cerca de la realidad que la versión inicial, pero no es del todo real tampoco. La señora de la casa, a no ser que en lugar de ser de la clase media fuera de la clase media alta o de la clase alta directamente, trabajaba y se implicaba a fondo en las tareas domésticas que obviamente no eran ni la mitad de sencillas que las de hoy en día. Lavar la ropa llevaba, entre un proceso y otro, unos cinco días (y se solía hacer semanalmente, así que sólo había dos días a la semana libres de esa tarea), las casas se ensuciaban mucho más; en Londres se dice que nadie iba nunca de blanco porque el hollín que había constantemente pululando en el aire hubiera tardado segundos en estampar cualquier tela; además no había detergentes, los tejidos eran más delicados y más difíciles de lavar, no había fregonas, el agua caliente no salía del grifo por arte de magia como hoy en día, las cocinas no se podían regular con demasiada precisión por lo que cocinar era dificilísimo y un largo etcétera que, cuando se lee, pone los pelos de punta. La parte sobre la limpieza la leí por casualidad inmediatamente después de haber limpiado la casa (muchísimo más pequeña que una casa victoriana) a fondo, con fregona, detergentes, escoba, agua caliente a raudales y fue un shock. Y yo quejándome de lo mío.

Si bien es cierto que lo más gordo de todo eso lo hacía la criada (porque la mayoría de la clase media tenía una, a lo sumo, dos criadas), también muchas tareas requerían como mínimo la colaboración de la señora de la casa o, si esta se las ingeniaba bien, de sus hijas. La razón por la que existe el mito de la señora mano sobre mano es que tenían vetadísimo hablar del tema, ni con los maridos, que todos los libros de consejos para las amas de casa remarcaban que debían saber lo menos posible de los temas de limpieza, criados y demás, ni con las amigas o conocidas. Así que no sólo las mujeres tenían que ayudar, sino también disimular que ayudaban y hacer las manualidades rocambolescas, en ocasiones su ropa, hacer las visitas de rigor y llevar los asuntos de las cuentas y demás como si tuvieran nada que hacer en la casa. Al final del libro te preguntas si en la era victoriana los días también tenían 24 horas o es que tenían más, y entonces te das cuenta de que además la luz - aunque para entonces ya había luz de gas, por ejemplo, que a veces casi era peor - era mucho más limitada que ahora.

Hay que sumarle a eso las enfermedades, los malos olores, el caos de las calles, el barro, los vestidos aparatosos, la férrea etiqueta que permeaba todos los aspectos de la vida, y de ahí que hubiera multitud de libros de consejos y ayuda para las amas de casa, porque todo era complicadísimo. Se complicaban la vida, desde la presentación de las comidas (que si a la rusa o a la francesa) hasta el bien conocido luto, pasando por la decoración, las presentaciones, la correspondencia y las visitas. Todo ello contado de forma muy amena por Judith Flanders que en cuanto puede cuela una cita de algún diario, escrito o carta o incluso de alguna novela para demostrar que lo que dice, por difícil que parezca de creer, es bien cierto y la gente vivía con ello.
Además cualquier señora victoriana digna de serlo dejaría en ridículo a cualquiera que hoy presuma de reutilizar y reciclar las cosas. Es cierto que entonces todo duraba más, pero es que la mujer victoriana, por rica que fuera, era el ahorro hecho persona. A todo se le sacaba el máximo provecho con uno u otro uso hasta que literalmente se caía a trozos. El aprovechar las cosas era una verdadera virtud en una época en que todo, absolutamente todo, era moral o inmoral. La limpieza personal (que cambió mucho - a mejor - durante este periodo) y de la casa no se hacían por higiene, sino porque era moral; las comidas eran morales o inmorales (comer pan del día, recién hecho, era inmoral, por ejemplo; lo moral era comerlo al día siguiente) y así todo.

Judith Flanders, contando todo esto, nos lleva habitación por habitación, pero también por un sorprendente orden cronológico que empieza con el nacimiento en el dormitorio y termina, dentro de la casa, en la habitación del enfermo e, inevitablemente, la muerte, con un pequeño capítulo final dedicado a la calle, donde habla de los medios de transporte y el inimaginable bullicio callejero con sus mil y un vendedores ambulantes. Hay habitaciones en las que se detiene más en la decoración (el salón, por ejemplo) y otras que sirven más para detallar aspectos de la vida cotidiana (el recibidor), pero siempre resulta todo interesantísimo y plagado de anécdotas que lo hacen todo muy real, de ahí que yo considere que he pasado estos días, no leyendo el libro, sino alojándome en la casa. Y con el libro/DVD de Jeremy Paxman como complemento la sensación de realidad va en aumento, claro.

Se menciona a mucha gente conocida. Elizabeth Gaskell es una habitual (el salón de esta foto de aquí es el suyo, y ahora que veo el piano en ella me acuerdo de que los pianos eran sobre todo decorativos, como lo era el hecho de que las jovencitas aprendieran a tocarlos. Muchos de los libros con consejos sobre decoración lo pintan de artículo necesario sobre todo por motivos decorativos y no porque en sí mismo sea bonito, que muchos dicen que no lo es tanto, sino por el juego que da para decorarlo con flores, telas conjuntadas con el resto de la habitación, pañitos, fotos...), los Carlyle son otros (y ahora tengo muchísimas ganas de las que ya tenía de hacerme con el Persephone The Carlyles at Home y de visitar su casa en Londres; otra casa visitable de otros habituales del libro es la de los Sambourne), las Brontë hacen alguna pequeña aparición, Dickens y sus novelas abundan, así como Wilkie Collins, todos ellos, que diría Lytton Strachey, victorianos eminentes.

En fin, una delicia para leer y, sobre todo, para dar gracias de, quién lo iba a decir, poder mirar la era victoriana desde la distancia*. Y desde la distancia estoy deseando - aunque esperaré un tiempo, hay que dejar reposar las cosas - leer el otro libro victoriano de Judith Flanders: Consuming Passions.

* Eso sí, hay cosas que nunca cambian. En 1872, Hippolyte Taine, de visita en Londres, escribió:

Sunday in London in the rain: the shops are shut, the streets almost deserted; the aspect is that of an immense and well-ordered cemetery.

Domingo lluvioso en Londres: las tiendas están cerradas y las calles casi desiertas. El aspecto es el de un cementerio inmenso y bien ordenado. (Traducción rápida y cutre mía).

Y en 2009 yo escribí esto de un domingo londinense en 2006. Por suerte el centro de Londres en domingo en 2009 demostró ser un poco diferente.