Antes de nada: ayer en Españoles por el mundo visitaron París. Manuel y yo nos lo pasamos bien viendo de nuevo cosas que habíamos visto intencionadamente, de pasada o por pura casualidad. Pero casi nos tiramos de los pelos con la señora que hizo el recorrido de las tiendas caras, puesto que era la zona de nuestro hotel y esas tiendas eran lo primero que veíamos por la mañana (salvo si íbamos en dirección contraria al supermercado) y lo último que veíamos por la noche. Un aburrimiento. La tienda de Louis Vuitton donde empezaba el reportaje estaba delante de donde cogíamos el metro y casi siempre nos llevaba al debate sobre si estaba en los Campos Elíseos o en la avenida George V (tenía los dos carteles en la fachada). En ella vimos gente haciendo cola para entrar (hacer colas en París es lo más, bien sûr) y gente queriendo entrar incluso cuando la tienda estaba cerrada a primera hora o a última hora.
Si en el Louvre lo pasamos relativamente mal en ciertos momentos y situaciones, escribir esta entrada sobre Versalles, tener que repasar las fotos y ver de nuevo la profusión de dorados del lugar me ha provocado sudores fríos. Habríamos cambiado cinco minutos de Versalles por tres visitas al Louvre lleno hasta la bandera de gente que no sabe diferenciar una escultura griega de una esfinge egipcia.
Versalles fue un horror de principio a fin, sólo que al principio al menos teníamos la esperanza de que la visita mejorase y al final sólo queríamos salir de ese infierno de lugar. Infierno, entre otras connotaciones, me viene de perlas como descripción de Versalles, porque el calor que hacía ese día era verdaderamente infernal.
Versalles en su día sería el colmo de lo chic y la elegancia pero hoy es más para burros de esos que llevan los ojos tapados a los lados (más que el Louvre, que ya es decir). Y lo digo desde la experiencia propia como burro con los ojos tapados. Nos bajamos del tren con la masa y la masa decidía en tropel que pasaba de los semáforos. Daba igual que estuvieran rojos para peatones: la masa, que éramos una especie de zombies disfrazados de turistas, nos los saltábamos porque sí y los coches no tenían más remedio que aceptarlo.
Perdíamos parte de la masa en las tiendas que presumían de vender entradas por adelantado que evitaban colas. Nosotros nos creíamos muy listos con nuestra tarjetita mágica. Llegamos a una enorme expansión de adoquines, dorados y ni una mísera sombra: el Rey Sol nos recibía en todo su esplendor. Después de unos minutos de confusión descubrimos que la magia de nuestra tarjeta no había funcionado: la cola para no hacer cola era más larga que la cola para comprar entrada y acceder al recinto. Con un poco de histerismo, nos reímos de los que habíamos dejado atrás haciendo cola para no hacer cola que ahora tendrían que hacer más cola. Enrevesado pero cierto. Nos pusimos a la cola, que serpenteaba al sol que daba gusto. La gente tenía puestos los mapas del lugar en la cabeza y los vendedores pirata de "water-water-water" hacían su agosto (no tanto los que vendían aquí también llaveros de la Torre Eiffel). Después de un rato de espera y achicharramiento recordé que nunca había llegado a sacar el paraguas de la mochila. Lo sacamos y lo usamos de sombrilla, como tanta otra gente en la cola. Mentiría si dijera que tuvimos que esperar más de 40 minutos para entrar, pero también debo añadir que la espera se nos hizo eterna. Ya van dos cosas en común entre Versalles y el infierno: calor y eternidad.
Por fin entramos y pululamos por un edificio, por otro, que si las habitaciones de las mujeres, que si las de los hombres, que si las del Rey. Y eso era todo lo que sabíamos de lo que veíamos. No habíamos cogido audioguía porque, lo reconozco, pasábamos de una inmersión total en el lugar, pero de ahí a no interesarnos por nada de lo que veíamos hay un trecho. Así que íbamos de habitación en habitación, como quien va por una especie de Ikea deluxe y de anticuario, viendo que tal mueble era bonito, tal estampado también y el papel de la pared de aquella habitación era mono. De vez en cuando eran tan generosos como para informarnos de que estábamos en la biblioteca, justo cuando por razones obvias éramos capaces de adivinarlo por nuestros propios medios, gracias. De repente también, en una habitación había un cartel que decía que en esa habitación en el año tal había muerto Madame de Pompadour. Estoooo... puede que por casualidades del destino (días antes había hojeado sin terminar de decidirme a comprarlo su biografía escrita por Nancy Mitford) tuviéramos reciente quién era Madame de Pompadour (aunque no por qué había muerto precisamente en esa habitación) pero me pregunto si un porcentaje significativo de la gente sin audioguía lo sabía también.
La galería de los espejos y alguna habitación más estaban explicadas con un poco más de detenimiento, pero en general la información era escasa y cundía el aburrimiento.
Salimos a los jardines, que tarjetita mágica o no, son de pago obligatorio. Si en ese momento alguna vidente nos hubiera anticipado nuestra experiencia en los jardines nos habríamos ahorrado nuestros sendos ocho euros y nos habríamos cogido el primer tren de vuelta a París. Pero no, seguíamos con los laterales de los ojos tapados y seguíamos a la masa turista zombie. Para entonces ya iba siendo tarde, hacía cada vez más calor y obviamente estábamos cada vez más cansados.
En los jardines había gente haciéndose fotos de boda y turistas que se hacían fotos con los novios. Muy extraño, pero creo que Versalles es un sitio de esos donde lo normal fuera se pierde de vista y la gente se vuelve medio lela, nosotros incluidos, por supuesto. Puede que parte del problema venga de las estatuas cursis, que no ayudan a conservar la mentalidad normal y natural. ¿Dónde se ve si no una esfinge peinada medio egipcia medio francesa con un angelito/querubín encima? Muy raro. Hice la foto para dejar constancia de que no era el sol el que me hacía ver cosas extrañas. La otra foto es más típica-tópica de Versalles.
Caminamos por la parte más cuidada, más vistosa, más conocida de los jardines, con sus arbolitos podados con formas monas, sus altavoces escondidos que ponen música que hasta produce una sensación agradable y en una sombra y un trocito de hierba sacamos nuestro picnic como tantos otros visitantes. Pensamos en estar un rato plácidamente sentados después de comer, pero fue imposible debido a las pesadísimas avispas de Versalles. Bueno, pues nada, nos ponemos en pie y nos dirigimos al Trianon, que había oído que era bonito, y a la aldea de María Antonieta, que sonaba curiosa. Atisbamos a gente en bici y nos preguntamos si es que se podrán alquilar (hasta entonces sólo habíamos visto cochecitos eléctricos y un trenecito). Una mirada rápida y no encontramos más que un puesto de helados. Yo me lanzo a por el de vainilla, por supuesto, y nos olvidamos de las bicis (mal hecho, muy mal hecho).
Andamos por el sol. Andamos por la sombra. Andamos. Andamos. Andamos. Andamos. Hace calor, tenemos sed, nos queda poca agua, estamos en mitad de la nada, es aburrido. Andamos.
Llegamos al Grand Trianon. La tarjeta mágica sirve, lo vemos, más Ikea deluxe y ninguna explicación más que era una especie de residencia de verano. Rumbo al Petit Trianon. Parada en un sitio pintoresco, lleno de rositas que huelen de maravilla y lo mejor de todo: una estupenda fuentecita que - ¡gratis! - permite beber y recoger toda la "eau de Versailles" que quieras. Bebemos como si lleváramos días abandonados a nuestra suerte en cualquier desierto, llenamos la botella una y otra vez, como toda la gente que ha vuelto a verle sentido a la vida gracias a la fuentecita.
Llegamos al Petit Trianon, donde a pesar de la tarjeta mágica hay cola y que te aclaran siempre que es "le domaine de Marie Antoinette", así que aunque hace ya más de dos años desde que se estrenó la película yo esperaba ver que le habían sacado algo de partido. Y no, lo máximo que tienen en la tienda - que además si te descuidas no la ves - es el DVD por allí escondidillo detrás de otra película biográfica francesa. Así que lo que hay es más Ikea deluxe. Y como no nos dimos cuenta de coger el papelito que siempre daban con las explicaciones justitas, nunca me enteré muy bien de por qué era "le domaine de Marie Antoinette" (menos aun cuando ahora veo en la wikipedia que además el palacete lo comenzó a construir Madame de Pompadour. En fin, no sé, como le decía a Manuel por allí regodeándome en mi ignorancia, muchas veces en la carrera tuve que intentar meterme en la cabeza algo de historia de Francia y para muestra un (enorme) botón: no tenía ni idea de nada. Y tan feliz, oye).
Los jardines de ambos los veíamos de lejos, a la sombrita de los pasajes de columnas o las ventanas. Parecían más bonitos que los del Palacio grande, pero estábamos un poco saturados de jardines y, sobre todo, de sol.
Al salir del Petit Trianon nos sentamos en el primer banco que encontramos, cerca de unas raíces enormes que quedan de algún árbol enorme y que están puestas allí a modo de escultura (sin explicar nada más, claro). Lo de siempre: cansancio, calor, sed y decisión unánime de que nos importa bastante poco la Aldea de la Reina, que, no sé en la realidad, pero de repente en el mapa parece lejísimos. Sentados allí nos damos cuenta de algo que habíamos intentado no pensar demasiado hasta entonces: todo lo que hemos andado bajo el sol para llegar hasta aquí hay que desandarlo, volver atrás. La sola idea nos da ganas de quedarnos a vivir en ese banco con vistas al Petit Trianon y a las misteriosas raíces.
De repente tenemos la brillante idea de coger el trenecito y evitarnos andar. Nos ponemos a la cola, que no es corta. Y un tren tras otro vemos que, pese a que según el mapa de la parada esta es la parada inicial, el trenecito siempre llega lleno, con un par de personas que se bajan. La cola, al sol por supuesto, avanza muy lentamente. Después de un rato de calor infructuoso, tomamos la drástica decisión de volver andando, con una parada por la fuente para coger más agua (dentro del Petit Trianon habíamos pasado de largo una fuente y cuando quise entrar de nuevo había cola, cómo no).
Lo curioso del asunto es que desde el banco la fuente nos parecía que estaba lejísimos. Luego nos reímos cuando llegamos a ella en un par de minutos y de hecho desde allí veíamos nuestro banco bien cerca. Lo malo que puede llegar a ser el calor. Delante del Grand Trianon vimos que los trenes salían vacíos y que según el mapa de esta parada, esta era la parada inicial. Montamos sin pensarlo dos veces. 7 euros entre los dos que entonces pensábamos que estaban bien pagados. El trenecito es mono por fuera, estrecho por dentro, con asientos de cuero/skye, grandes cristales cerrados y sin aire acondicionado: sí, señores, ¡un invernadero con ruedas! Cada fila de asientos estrecha está pensada para tres personas y nosotros tenemos la suerte de que una happy family se monta en nuestro "vagón": los dos abuelos y la madre se sientan en el banco de enfrente. En nuestro banco yo voy pegada a la ventanilla, por donde entra bien el sol, Manuel va al lado y a continuación los dos niños de la happy family, que ya son mayorcitos, por lo que no cuentan como uno: en nuestro banco vamos cuatro.
El trenecito arranca y porque hacía calor y no había ni pizca de humedad o habríamos visto a los caracoles adelantarnos, por no hablar del tiempo que estábamos en cada parada, más el tiempo que nos parábamos en mitad de la nada (siempre al sol) por causas desconocidas, más el tiempo que un señor que pasaba por allí y que iba de listo puso paranoico a nuestro conductor diciéndole que llevaba las ruedas bajas (esa parada fue justo delante de donde parecía al principio que se alquilaban bicis: efectivamente se alquilaban y ojalá lo hubiéramos hecho). La eternidad, otra vez, y además compartiendo fluidos corporales con la abuela de la happy family. Un rato más y nuestras piernas estrujadas en el hueco entre los bancos se hubieran fusionado para siempre. Cuando nos bajamos ¡por fin! a la entrada de los jardines las fuentes estaban en marcha y nos importó bastante poco, es que ni las miramos. Sólo queríamos salir del odioso-odioso-odioso Versalles.
Dos cosas me quedaron claras, eso sí:
1) Que el Incidente Moberly-Jourdain que me descubrió Miss Froy y que me parece curiosísimo y que tuvo lugar un 10 de agosto fue, estoy segura, aunque entre las muchas teorías nadie lo haya propuesto, un espejismo fruto del calor y el agotamiento versallesco.
2) Que tengo una misión en la vida y es que si alguien me dice que se va a París quitarle de la cabeza como sea la visita a Versalles. París tiene muchísimas cosas mucho más interesantes, amenas, originales que ver y no merece la pena perder un día - o medio - yendo a Versalles y viendo una habitación tras otra.
Cansados como estábamos, y tras una parada en el Starbucks de enfrente de la estación, volvimos a París y abandonamos la idea que teníamos todo el día de pasar por el hotel un momento. Sabíamos que si íbamos al hotel ya no saldríamos, así que elegimos otro rumbo. Y fue una de las mejores decisiones parisinas que tomamos: ojalá la hubiéramos tomado antes de Versalles.
Ja, ja, ja... Muy divertida esta crónica de Versalles. Me he encantado lo de "Ikea de luxe".
ResponderEliminarYo todavía no he conseguido ir a Versalles. Siempre se me hace cuesta arriba. Pero tras tu crónica, no tengo ningún remordimiento.
Como sucedáneo, propongo visitar el Musée Carnavalet (donde está la famosa habitación de Proust y han llevado habitaciones enteras de palacios del Rococó, Barroco...), en París.
¡¡No vayas!! En serio, no vayas. Tiene pinta de ser, además, uno de esos sitios que vayas cuando vayas son lo peor: si hace frío te congelarás, si hace calor te cueces, si llueve, diluvia. Y así. Y encima es que, a no ser que te interese de verdad por lo que sea, ir por ir como turista no merece la pena en absoluto. ¡¡No vayas!!
ResponderEliminarBufff!! No me ha tentado nunca y no fui, menos mal, me habría dado un pasmo.
ResponderEliminarSiento haberme reido tanto con tu infierno personal!!! Aún tengo lágrimas en los ojos!! Tremenda - y acertada- la comparación Infierno_ Versalles... dos cosas que no me gustan nada. calor y eternidad.
ResponderEliminarGracias, Cristina, parece que este año he estado en varios sitios de vacaciones con estas crónicas tan estupendas...
Ayer estaba tan ricamente viendo París por la tele y aparece la librería de la que hablaste en tu post, menudo bote dí en el sofá. Y la Sra. de las tiendas, que friki la pobre!
ResponderEliminarMe queda clarísimo que no tengo que ir a Versailles. Mejor a Eurodisney!!!
Un abrazo
Reconozco, avergonzadamente, que yo en el palacio no he llegado a entrar, la cola era demasiado larga y mi paciencia demasiado corta. Era un día soleado y fresquito en el que daba gusto pasearse y en el Petit Trianon y en la aldea de la reina había cuatro gatos.
ResponderEliminarQue sepas que María Antonieta compartía tu aborrecimiento por el palacio, en cuanto podía se recluía en el Petit Trianon (regalo personal de su marido y donde todo se hacía "par ordre de la reine", de ahí lo de domaine) con sus jardines à l'anglaise y su aldea de mentirijillas con pastores y ovejas de atrezzo.
Ah, y no eres la primera en sugerir que las pobres Moberly y Jourdain se trastornaron por el calor. Los veranos parisinos, que sacan de quicio a la gente, por algo no se tomó la Bastilla en Enero.
Ay que bueno este relato-martirio, bueno yo ya estaba convencida de que Versalles no me llamaba la atención y ahora por supuesto que no voy.
ResponderEliminarAngeles
Hola, no pienses que me he olviado de leer la crónica parisina pero estoy de exámenes y ando superconcentrada así que voy leyendo de cuando en cuando y me falta por comentarte otras cositas anteriores. En fin, al lío.
ResponderEliminarAhora voy a quedar como la fuerza rebelde pero... a mí si que me gusto Versalles. No pase ni calor ni frío (fuimos en octubre) como todo el mundo que conozco así que podría qudarme a vivir XD eso sí, cambiando un poco la decoración que en las clases altas francesas siempre ha sido demasiado estridente para mi gusto. Eso sí, fuimos cabales y no pasamos por los jardines ni por los Trianons porque era demasiado caro. Por cierto, ¿aún tienes que pagar por ir al baño? Aún tengo mi ticket por alguna parte.
Mira que no conocer a Madame de Pompadour, con lo interesante que fue su vida. Nada, a leer la biografía de Nancy Mitford. Sí, domino demasiado la historia francesa pero es que lo hago con casi todas: inglesa, francesa, alemana, suiza, castellana, catalana, rusa e incluso polaca. Mejor no pasemos al continente asiático... Si quieres clases, ya sabes :)
Buuf, qué pesada me he hecho. Besos.
Por lo que veo la mayoría de los que habéis estado en París o habéis ignorado Versalles o lo habéis visto pensando antes de seguir a la masa. Interesante: Manuel y yo somos los pringados de Versalles ;)
ResponderEliminarElvira: eres sabia :)
Samedimanche: me alegra que te hayas reído. Yo ahora me río también pero ese día al salir de Versalles realmente no le veíamos la gracia al asunto.
Mar: pues hasta este viaje Eurodisney era lo único que yo había visto de París hace mil años - cuando lo abrieron, de hecho - y no sé cómo será ahora pero desde luego si me dieran a elegir no lo dudaba: Eurodisney, como tú dices. Al fin y al cabo Versalles no es más que un parque temático igual un poco camuflado, creo yo.
Sí, qué sorpresa lo de Shakespeare & Company en Españoles por el mundo.
MIss Froy: si es que nosotros nos habíamos dejado la cabeza en el hotel o algo y caímos en todas las cosas típicas del turista que no piensa. En fin...
Gracias por aclarar lo del "domaine", ahora tiene más sentido.
Y no sabía que ya se hubiera atribuído al calor del de las señoritas visionarias y tienes toda la razón: lo de la Bastilla ahora cobra mucho más sentido. Yo creo que si nosotros hubiéramos pasado 10 minutos más en Versalles habríamos visto a todas las dinastías de reyes franceses desfilar ante nuestros ojos, fíjate.
Ángeles: a mí me gusta pensar que si nosotros lo hubiéramos considerado fríamente nos habríamos dado cuenta de que no nos llamaba la atención, pero el caso es que nos guiamos por la gente que nos decía que había que ir y metimos la pata. Tú, como Elvira, eres sabia.
LittleEmily: uff, suerte con los exámenes.
Quizá el truco de la visita a Versalles es pensar. Tanto tú como Miss Froy coincidís en que visitásteis una parte sí y otra no (aunque justo una haya visitado lo que no ha visitado la otra). Igual si nosotrso hubiéramos tenido prioridades o algo no lo habríamos pasado tan mal.
De Madame de Pompadour el nombre sí, pero exactamente de quién era amante y alguna cosa más la descubrí hojeando la biografía de Nancy Mitford que, por muy Mitford que sea sigue sin llamarme la atención.
Jolines, pues este agosto (por cierto ¿habremos coincidido en las fechas de nuestros respectivos viajes a París?) estuvimos tentados de visitar Versalles pero al final nos decantamos por Giverny (y no te creas que fue mucho mejor, ya lo leerás en mi blog).
ResponderEliminarTu crónica me ha dejado patidifusa porque la verdad es que pensé que sería un sitio mucho más interesante y que estaría todo mejor organizado, pero nunca se sabe. Creo que en el viaje de diciembre no iremos porque seguro que nos pelaríamos de frío.
Ahora que recuerdo, en el metro de París está lleno de anuncios de unos espectáculos de fuegos artificiales que hacen en Versalles que se supone que recrean lo que se hacía en esa época... :S
Pues igual sí que coincidimos, qué cosas. Yo no sé cómo sería Giverny, pero creo que puedo afirmar con seguridad que no pudo ser peor que Versalles. Ya contarás en tu blog.
ResponderEliminarYo también iba con la idea de que Versalles sería otra cosa. Llego a saber que es así y es que ni lo pisamos, vamos.
Sí, tienen espectáculos de fuentas, música y fuegos artificiales. Con la entrada que nosotros pagamos podríamos habernos quedado a verlos, o al menos haber mirado las fuentes cuando las pusieron en marcha por la tarde, pero ya te digo, salimos pitando y creo que no nos habríamos quedado ni aunque nos hubieran pagado.
Para mi novio y para mí Versalles fue un gran engaño. Empezando por que te bajas del tren y, te encuentras con una cola para comprar las entradas, en la que en ningún momento te informan de los precios, hasta que, cuando llevas una hora y media y ya te va a tocar, ves que es una tienda de souvenirs y te explican que sus entradas cuestan 26 euros!!. Claro, te aclaran que también te puedes dirigir al mismo palacio de Versalles a comprarlas y que allí te costarán más baratas, 13 euros, pero que sería otra hora de cola más el tiempo de espera para pasar por el escáner. La mayoría, cansados, caemos en la trampa y con tal de que la pesadilla acabe nos gastamos el doble del precio. Ahí no acaba la historia, en el mapa de Versalles te indican la ubicación del Trianon, del Petit Trianon y del Hameau de Mª Antonieta, pero en ningún momento te dicen que te costará de nuevo 8 euros cada entrada, así que os recomiendo prepararos el viaje y no caer en las trampas para turistas.
ResponderEliminar¡No sabía que en las tiendas esas te cobraban el doble! Qué cara. Nosotros llevábamos la tarjeta de museos así que ni siquiera sabía cuánto costaba la entrada normal hasta ahora.
ResponderEliminarY tienes razón que nadie avisa de que los jardines cuestan aparte hasta que llegas a la entrada de los jardines.
En fin, cosas de Versalles.