jueves, 31 de diciembre de 2009

¡Feliz 2010!


A todos: una feliz Nochevieja y año nuevo 2010.

Each day we begin a new year, each day we must begin again ~ Nella Last
Cada día comenzamos un nuevo año, cada día debemos comenzar de nuevo. ~ Nella Last

Despropósitos que nada tienen que ver con los propósitos de año nuevo

Aunque no he leído el libro, desde que vi el trailer de The Nanny Diaries (Diario de una niñera) en el cine tenía curiosidad por verla. Así que cuando vi el anuncio de que la iban a pasar el La 1 me grabé la fecha a fuego (se me pasan siempre las cosas que veo anunciadas y pienso que deben de estar bien) para verla por fin. Así que el martes antes de que empezara yo ya estaba plantada en el sofá dispuesta a pasar un buen rato.

Empezamos mal porque al principio el señor que se encarga de dar al botón de "dual" se había olvidado de apretarlo con lo cual, aunque había salido el iconito correspondiente, los dos canales de audio emitían la versión doblada. Y si hay algo con lo que me hago más y más extremista a cada hora que pasa es con NO SOPORTAR (así, con mayúsculas) el doblaje. Lo siento por la gente que vive de eso pero me parece lo peor. Aunque ahora hay bandas de audio que permiten que doblar una película no mate todos y cada uno de los ruidos ambientales, el resultado, incluso con ruido de fondo, sigue siendo pésimo y más que a los actores originales, yo sólo consigo visualizar a los actores de doblaje grabando en una campana de cristal, al vacío. Bueno, seguiría, porque me enciendo con el asunto, pero lo dejo ahí.

Hubo suerte y el encargado de dar al botón dio al botón al cabo de diez minutos o así. Manuel puso los subtítulos, que en realidad son la cosa que más distrae del mundo. Da igual que estés entendiendo lo que dicen, los ojos se te van irremediablemente a leerlos; es una especie de atracción fatal. Una vez ya me quejé de unos subtítulos espantosos, y el martes tuve la suerte de encontrarme con otros del estilo.

Vaya por delante que no tengo ni idea de cómo es el mecanismo de elaboración de los subtítulos para sordos, pero visto lo visto deduzco que alguien transcribe el doblaje de la película de oído. Alguien que no tiene mucha idea de nada. Estas son las joyas que nos dieron dolor de ojos durante The Nanny Diaries, tan impresionantes que no pudimos evitar tomar nota de ellas:

- Conética que, por increíble que parezca es como el señor que teclea los subtítulos piensa que se escribe el estado de Connecticut. Desde luego ese señor es una mina para la RAE; probablemente bluyín sea invento suyo también. Impecable en la acentuación, eso sí. Conética fue el primer despropósito que noté. Si hubiera sabido lo que me esperaba después creo que hubiera quitado los subtítulos, que luego se volvieron extrañamente adictivos precisamente por aquello de cazar gazapos.

- Jhon. Normalito, porque ya lo he visto mal escrito muchas veces en muchos sitios y en muchos subtítulos. Aun así me cuesta entender la tendencia de la gente a colocar la H después de la J. ¿Por qué? ¿Qué les lleva a pensar que Jhon es más acertado que John? Y ya puestos, ¿por qué nunca Jonh o Hjon?

- El Carlay, todas y cada una de las veces que se menciona. El lujoso restaurante de verdad en Nueva York es el Carlyle, pronunciado "carlaiL". Espero que el de los subtítulos acabe cenando en un tugurio de mala muerte el día que vaya a Nueva York y diga que quiere ir a cenar al "Carlay".

- Willie Grace, es la versión casera que debía de ver el de los subtítulos cuando la gente normal veía la serie "Will y Grace". Si al menos se hubiera dejado de florituras y hubiera escrito "Willy" se lo habríamos perdonado por haberse olvidado de pulsar espacio.

- Y la joya de la corona que tiene menos explicación que las anteriores y ya es decir. En inglés decían "the Pissarro show at the Guggenheim". Pissarro, el pintor, ¿no? Pues el de los subtítulos decidió convertirlo en.... ¡tachán! " la exposición de PIZARRON". Verídico.

En fin, que yo me río del pobre hombre que transcriba películas y punto, pero no sé qué culpa tienen los sordos de nada para que les hagan ver películas en esas condiciones. Que son sordos, no tontos.

Bueno, y ese era el contenido con el que yo pensaba rellenar una entrada. Pero ayer, de compras, me topé con el libro 44 escritores de la literatura universal, de Jesús Marchamalo y Damián Flores, editado por Siruela. Sabía que las Brontë aparecían, así que por curiosidad me fui a leer la hoja que les dedican. Empecé a leer y por encima y ya de entrada me parecía un poco patético, pero bueno, eso era mi opinión. Lo malo es cuando hacia el final (al fin y al cabo hasta entonces sólo se habla prácticamente de las mascotas que tenían por extraño que parezca) se dice que de pequeños tenían el mundo imaginario de Anglia. Y no, de pequeños, Charlotte y Branwell tenían el mundo de Angria (con R) y Emily y Anne el de Gondal; quizá Anglia sea la fusión de ambos mundos según los autores, no sé, o quizá los escritores piensen que tiene algo que ver con la zona de East Anglia en Inglaterra o con el Ford Anglia, ni idea.

Pero lo que verdaderamente me indignó - sí, me indignó - fue cuando se dice (parafraseando, no lo copié): "Un crítico las miró [a las tres, a Charlotte, a Emily y a Anne Brontë] y les dijo que de haber sido hombres hubieran sido grandes navegantes".

¡¿Qué?! Eso no lo dijo ningún crítico, y menos a ellas. Fue su profesor de Bruselas, Constantin Heger, del que Charlotte Brontë había estado enamorada (y era un hombre casado), quien se lo dijo a Elizabeth Gaskell cuando esta se reunió con él en Bruselas con el fin de reunir información sobre Charlotte Brontë para la biografía que estaba escribiendo sobre ella. Y lo mejor de todo es que no lo decía de las tres (nunca había conocido a Anne siquiera), sino únicamente de Emily Brontë.

No leí el resto de páginas dedicadas a otros escritores, pero me sorprendería que el fragmento sobre las Brontë sea el único con información errónea.

Y sí, me indigné cuando lo vi porque están vendiendo a 18,90 euros un libro que contiene información no veraz, un libro que no es capaz de escribir cuatro cosas básicas sobre la vida de unas escritoras sin meter la pata. ¿Qué fue de la investigación? Y es que además tampoco hay que investigar mucho para acertar con eso; lo difícil es meter la pata a ese nivel tan superficial.

Y me indigno porque en ambos casos me da la impresión de que se me está tratando como tonta. "Total, pon lo que sea, quién se va a enterar".

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Libros 2009


Qué maravilla esto de la subjetividad y de poder elegir los libros del año según criterios puramente arbitrarios y del momento. Se me da muy mal hacer listas de "mis preferidos" más que nada porque cambio de opinión con facilidad y hacer este mosaico inamovible (con el rato que me lleva hacerlo cualquiera lo cambia después) es toda una proeza.

Los periódicos y demás estos días también sacan sus listas y, ¡oh, sorpresa! La mayoría de los libros están firmados por hombres. No voy a defender la paridad obligatoria al 50% y menos viendo más abajo mi propia lista pero quizá por eso, por mi propia lista, me choca tanto lo contrario.

Quizá está mal expresado eso de fijarse en si lo firma un hombre o una mujer, aunque me da la sensación de que los críticos no han superado del todo lo que, por ejemplo, Charlotte Brontë quería evitar cuando se puso de pseudónimo Currer Bell. Ella misma le comentó al lector de su editorial lo siguiente:

I am reminded of the 'Economist'. The literary critic of that paper praised the book if written by a man--and pronounced it 'odious' if the work of a woman.To such critics I would say--'To you I am neither Man nor Woman--I come before you as an Author only--it is the sole standard by which you have a right to judge me--the sole ground on which I accept your judgement'.
Me recuerda al "Economist". El crítico literario de ese periódico elogiaba el libro en caso de ser obra de un hombre y lo calificaba de "odioso" en caso de ser obra de una mujer. A ese tipo de críticos les diría: "para ustedes no soy ni hombre ni mujer y sólo me presento ante ustedes como autor: es el único baremo por el que tienen derecho a juzgarme, el único terreno en que acepto su juicio".

Que va en la línea de lo que cité de Virginia Woolf hace unos meses:


Pero es obvio que los valores de las mujeres difieren muy a menudo de los valores trazados por el otro sexo; es natural que sea así. Sin embargo, son los valores masculinos los que prevalecen. Hablando sin finura, lo "importante" es el fútbol y los deportes; lo "trivial" la adoración por la moda y la compra de ropa. Y de modo inevitable se transfieren esos valores de la vida a la ficción. Este libro es importante, asume la crítica, porque trata de la guerra. Este libro es insignificante porque aborda los sentimientos de las mujeres en una sala de estar. Una escena en un campo de batalla es más importante que una escena en una tienda; en todos sitios y con mucha mayor sutileza, la diferencia de valores persiste.

Así de simple.

Pero el caso es que yo venía a hablar de mi lista de libros, no de listas ajenas. Este año han sido 13 los elegidos. Por orden de lectura:

- Tea with Mr Rochester, de Frances Towers. Relacionado con las Brontë mi primer contacto real (ya la conocía de antes, aunque no había leído ni tenía ninguno de sus libros) con la editorial Persephone. Y eso que mi edición no era la de Persephone. Tan delicioso como el té al que está invitado en señor Rochester.

- London Belongs to Me, de Norman Collins. Un gran libro en todos los sentidos. Una historia tan sencilla y tan complicada como la vida misma.

- The Taste of Sorrow, de Jude Morgan. Siempre tengo mis prejuicios a la hora de leer ficción relacionada con la vida y obra de las Brontë. Pero Jude Morgan los echó por tierra y escribió lo que considero una de las grandes obras relacionadas con las Brontë, ficción o no ficción, de todos los tiempos. Impresionante.

- Shakespeare: The World as Stage, de Bill Bryson. Porque leer a Bill Bryson casi siempre es entretenidísimo y de lo más educativo. Apenas sabía nada de Shakespeare y su época y el señor Bryson no sólo me adoctrinó sino que además se rió de teorías locas por el camino.

- Few Eggs and No Oranges, de Vere Hodgson. En 2009 he tenido que hacer verdaderos malabares para que el tema guerras en Inglaterra no invadiera todas mis lecturas. Y de hecho a veces cuando creía que había conseguido esquivarlo momentáneamente (más por autocontrol que que por falta de ganas) me asaltaba por sorpresa. Vere Hodgson fue mi primer Persephone (en edición de Persephone): creo que hay pocos comienzos mejores.

- A Month in the Country (Un mes en el campo), de J.L. Carr. Encontrado por pura casualidad, como se encuentran los mejores libros.

- The Brontës Went to Woolworths, de Rachel Ferguson. Un libro que llevaba mucho tiempo queriendo leer, recién editado con una portada preciosa y que cuenta una historia loca, loca, loca. Y con más Brontës de las que imaginaba a pesar del título.

- The Yellow Wallpaper and Selected Writings, de Charlotte Perkins Gilman. Otro libro que llevaba en lista de espera mucho tiempo. A pesar de lo buena que es la historia del título y de lo buenos que son los otros relatos, quizá a la hora de elegirlo ha pesado más el trozo de la autobiografía, que me marcó mucho.

- Brooklyn, de Colm Tóibín. Porque pocas veces se encuentra una con un personaje tan tridimensional como Ellis Lacey.

- The Comforters, de Muriel Spark. Porque 2009 ha visto el retorno de Muriel Spark. Técnicamente el reencuentro fue con su poesía, pero como la Muriel Spark más conocida es la de las novelas y como esta precisamente es su primera novela, me decanto por esta.

- Little Boy Lost, de Marghanita Laski. Ya he dicho antes que se me da fatal elegir favoritos de forma más o menos permanente, pero con este lo tengo claro: el mejor libro de mi año lector sin lugar a dudas. Todavía se me ponen los pelos de punta al recordar ciertos pasajes.

- Nella Last's War. Podía haber elegido también Nella Last's Peace pero me he decantado por el primero de forma simbólica. Hay un antes y un después gracias a la forma de ver la vida de Nella Last.

- Consequences, de Penelope Lively. Otro gran reencuentro. Este lo tengo muy reciente y espero no haberme dejado llevar por eso, pero en estos momentos lo considero un gran libro que sin duda se merece estar en la lista.

Un poco de estadística:

En 2009 el total de libros leídos ha sido de 49, que son dos menos que en 2008 (muy mal), claro que también he leído algunos de poesía sacados de la biblioteca y que no he incluído porque no los he leído "en condiciones". Aun así no está mal, y siempre es más importante calidad que cantidad. 10 de ellos están escritos por hombres: de ahí que dijera arriba lo de no defender la paridad obligatoria. Me gusta pensar que cumplo las "instrucciones" de Charlotte Brontë y que leo de acuerdo a si el tema me interesa o no y no según quién lo firma, ¿será verdad que es así? En cualquier caso estaba convencida de que este año iba muy bien en esto y ahora veo en las estadísticas del año pasado que en 2008 leí 15 libros de hombres. Muy mal. 13 son de no-ficción, con lo cual también he bajado en relación al año anterior. Sólo 4 no han sido en inglés (uffff) y, esto sí que igual que en 2008, sólo ha habido una relectura.

En fin, que es una estadística muy mejorable, no hay duda. Pero "que me quiten lo bailao".

Mención especial a la gran adquisición de 2009 que facilita la labor lectora y el hallazgo de grandes lecturas: nuestro adorado Rufinito.

A por 2010. De momento ya estoy con el libro-punte entre 2009 y 2010.

Lista completa de libros leídos en 2009:

The Diary of a Provincial Lady, de E.M. Delafield
The Years (Los años), de Virginia Woolf
The Tales of Beedle the Bard (Los cuentos de Beedle el bardo), de J.K. Rowling
Testament of Youth, de Vera Brittain
Watching the English, de Kate Fox
Jane and Prudence, de Barbara Pym
Lazy Thoughts of a Lazy Girl, de Jenny Wren
Georgy Girl, de Margaret Forster
Among the Bohemians, de Virginia Nicholson
Música blanca, de Cristina Cerezales Laforet
Tea with Mr Rochester, de Frances Towers
Juvenilia 1829-1835, de Charlotte Brontë, editado por Juliet Barker
London Belongs to Me, de Norman Collins
The Taste of Sorrow, de Jude Morgan
No One Belongs Here More Than You (Nadie es más de aquí que tú), de Miranda July
The Enchanted April (Un abril encantado), de Elizabeth Von Arnim
Shakespeare: The World as Stage, de Bill Bryson
Few Eggs and No Oranges, de Vere Hodgson
The Secret Diaries of Charlotte Brontë, de Syrie James
The Children's Book, de A.S. Byatt
Don't Tell Alfred (No se lo digas a Alfred), de Nancy Mitford
The Golden Child, de Penelope Fitzgerald
A Month in the Country (Un mes en el campo), de J.L. Carr
All the Poems, de Muriel Spark
The Brontës Went to Woolworths, de Rachel Ferguson
Emily's Ghost, de Denise Giardina
Ceux qui vont mourir te saluent (Los que van a morir te saludan), de Fred Vargas
The Yellow Wallpaper and Selected Writings, de Charlotte Perkins Gilman
Flowers for Mrs Harris, de Paul Gallico
Brooklyn, de Colm Tóibín
The Victorian House, de Judith Flanders
Queen Lucia, de E.F. Benson
Becoming Jane Eyre, de Sheila Kohler
The Cry of the Sloth (El lamento del perezoso), de Sam Savage
Henrietta's War, de Joyce Dennys
Emma, de Jane Austen
Her Fearful Symmetry, de Audrey Niffenegger
The Comforters, de Muriel Spark
El hombre sentimental, de Javier Marías
Howards End is on the Landing, de Susan Hill
Little Boy Lost, de Marghanita Laski
Nella Last's War
Nella Last's Peace
Man in the Dark (Un hombre en la oscuridad), de Paul Auster
The Garden Party and Other Stories (Fiesta en el jardín y otras narraciones), de Katherine Mansfield
Consequences, de Penelope Lively
Ni d'Ève ni d'Adam (Ni de Eva ni de Adán), de Amélie Nothomb
The Letters of Mrs Gaskell
Further Letters of Mrs Gaskell

martes, 29 de diciembre de 2009

Año Gaskell - fin

Son cosas como esta las que hacen que te des cuenta de lo rápido que pasa el tiempo. ¿Realmente he pasado un año entero acompañada de Elizabeth Gaskell y ya está a punto de concluir?

Lo mejor de todo es lo bien que me ha venido el tomo de cartas adicionales que compré en Londres en febrero. Es el que tengo ahora entre manos, a punto de terminar, por supuesto. Y mira que el otro parecía gordo y duradero, pero en octubre o por ahí leí la última carta. ¿Hay algo más triste que leer la última carta, normalmente tan banal, de alguien sabiendo que es la última? Lo dudo.

Ya conté una vez que Elizabeth Gaskell se dejó muchas cosas a medio hacer con su repentina muerte: se dejó la anécdota que les contaba a sus hijas inconclusa, no llegó a poder sorprender a su marido con la casa en el sur de Inglaterra que acababa de comprar (y donde se encontraba en ese momento) y no pudo acabar Wives and Daughters (Hijas y esposas) para eterno desasosiego de los lectores de esa joya de novela.

Como esperaba, un año en compañía de la señora Gaskell es un año bien aprovechado. Es innegable que a veces se precipita en sus juicios, que se deja llevar por el cotilleo, pero siempre es, por raro que suene, con buenas intenciones. Al fin y al cabo, como ella misma decía en una carta de 1859:

...but I should never have given my opinion unless you had asked for it because we have a bye word in our family 'Saint Theresa' which serves (or ought to serve) to check us when we are judging of other's conduct or allowing any one to speak ill without trying to put in a palliating excuse. I know nothing about Saint Theresa but that one of her titles is 'Defender of the Absent'.
... pero no debí haber dado mi opinión salvo en caso de que me la hubieras pedido por lo que en nuestra familia llamamos "Santa Teresa", que sirve (o debería servir) para mordernos la lengua a la hora de juzgar la conducta de otro o permitir que se hable mal de alguien sin intentar buscar una excusa atenuante. No sé nada de Santa Teresa salvo que uno de sus títulos es "Defensora de los ausentes".

Efectivamente, nadie más lejos de saber nada más de Santa Teresa que la defensora a ultranza del Unitarismo que era Elizabeth Gaskell (y cuyo marido era predicador de esa fe). Son memorables las cartas alborotadas en las que la hija mayor, Marianne, pasando el invierno en Roma, deja caer que empieza a interesarse por el catolicismo. En cuanto vuelve a casa su padre le da clases de religión para reafirmarla en el Unitarismo.

Pero en general la relación de Elizabeth Gaskell con sus hijas - Marianne, Meta (en realidad Margaret Emily), Florence y Julia (que de pequeña cautivó a Charlotte Brontë) - es muy moderna. Viajan mucho juntas, se lo pasan bien y las cartas que les escribe son una delicia de leer: una mezcla de complicadas y diplomáticas instrucciones sobre cómo mantener el orden en la casa si es ella la que está fuera (y aquí me vino muy bien The Victorian House), comentarios de moda, de ropa, anécdotas y consejos varios sobre cómo ser la perfecta dama victoriana.

Hay cartas muy divertidas; Elizabeth Gaskell cuenta las anécdotas cómicas como nadie. Pero también las hay muy tristes. Las pocas que se conservan escritas después de la muerte de su hijo Willie cuando aún era un bebé, las muy conocidas pero no por ello menos tristes que se intercambia con el cotilla de John Greenwood a raíz de la muerte de Charlotte Brontë y las que escribe a gente menos conocida en situaciones difíciles, siempre llenas de buenos consejos, ánimos, afecto y comprensión.

Y también están las cartas llenas de buenas intenciones. Cartas en las que busca sitio en un barco en el que poder embarcar a una madre soltera rumbo a Australia (buenas intenciones decimonónicas, y a pesar de todo las miras de Gaskell eran muy, muy modernas), cartas en las que pide a un conocido que le consiga un libro de Tennyson - con autógrafo - para un vecino, cartas en las que pide una pensión para una autora caída en el olvido y venida a menos, etc, etc. Elizabeth Gaskell se tomaba lo de la "piedad cristiana" muy al pie de la letra.

Interesantes y esclarecedoras también, cómo no, las cartas escritas en fechas en las que se halla escribiendo alguno de sus libros. Las escritas alrededor de su biografía de Charlotte Brontë las conocía ya bien, pero no así las que comentan "Margaret" (el primer título de North and South (Norte y sur)) o Ruth, con toda su polémica y quebraderos de cabeza, las cartas con anécdotas "cranfordianas" reales, sus relatos cortos publicados aquí y allá y las negociaciones con los editores.

En fin, seguiría destacando cosas que me han gustado pero al final haría falta un libro tan gordo y tan pesado como el primer volumen de las cartas. Volumen que, por cierto, pese a llevar muchas ediciones y a ser el de referencia, no podría estar peor editado. O quizá es que yo estoy acostumbrada a Margaret Smith y sus maravillosas ediciones de las cartas de Charlotte Brontë, pero el caso es que todas las cartas de este primer volumen son copiadas y puestas tal cual. Por orden cronológico a veces claro a veces deducido y con un apéndice final de cartas imposibles de datar. Y eso es todo: hay cartas incomprensibles porque los editores no se molestan en explicar quién es Miss Coutts o de qué va esta historia que tiene que ver con ella por poner un ejemplo entre decenas. Elizabeth Gaskell, como ella misma comenta en varias ocasiones, tine un círculo familiar, de amistades y conocidos enorme (que de vez en cuando le invaden la casa). Muchos de ellos son bien conocidos, pero otros no.

Por suerte esto - y según dejan entender, por recomendación de la misma Margaret Smith - está subsanado en el segundo volumen de cartas encontradas a lo largo de los años después de la publicación del primero (con lo cual para un orden cronológico exhaustivo habría que combinar ambos) donde se nos explica quién es tal persona, qué ha hecho en la vida (hay muchos que ahora no nos suenan de nada pero entonces eran eminencias), qué es esto de lo que habla Gaskell, etc. Así es todo mucho más comprensible y ameno. Además este volumen incluye una serie de estupendas cartas escritas por una jovencísima Elizabeth Stevenson (su nombre de soltera) a una amiga suya, juveniles, juguetonas, divertidas: todo un hallazgo.

En fin, que ha sido un placer. A veces las cartas eran tan cálidas que una casi se sentía la receptora auténtica. Y todo gracias a que poca gente, ni tan siquiera sus hijas, hizo caso de las instrucciones de Gaskell de "destruye esta carta cuando la hayas leído" o "no guardes mis cartas".

Y ya tengo claro quién pasará los 365 días de 2010 en mi mesilla, pero eso es cosa del año nuevo.

lunes, 28 de diciembre de 2009

La gran lasaña

Supongo que nadie pensó que el sábado nos dedicamos a pesar de todo a la repostería, ¿no? Hubiéramos estado muy locos de haber sido así. Tal y como están las cosas ya es casi un hecho que tendremos turrones y otros dulces navideños hasta abril, así que añadir repostería a eso hubiera sido casi literalmente un suicidio.

No, a lo que me dediqué el sábado fue a la lasaña. Ya sé que lo típico-típico son los canelones, pero después de liar 19 el año pasado juré que a partir de entonces sólo haría lasañas. Y lo he cumplido. Sabe igual y es más rápida de hacer.

Eso sí, lo curioso de la historia es que los canelones se hacían en tiempos - e incluso habrá gente que aún lo haga - para gastar la carne sobrante del caldo del día de Navidad, pero en nuestro caso no sólo seguimos teniendo carne y garbanzos en el frigorífico que vamos gastando como bien podemos sino que ahora también tenemos algo menos de la mitad (y eso que ayer repetimos) de la lasaña. Vamos, que no sólo no gastamos restos el día de San Esteban sino que generamos más.

Con el estómago y el frigorífico tan llenos, ¿quién puede concentrarse en pensar a fondo la cena de Nochevieja?

Ayer por suerte había poca plancha - y no, no es una inocentada - así que salvo por media hora o así disfruté de Theodora Goes Wild (Los pecados de Teodora) repanchingada en el sofá.

Y hoy, si los dioses lo permiten, creo que me voy a dar al vagueo total. Y no, tampoco es una inocentada.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Noche de viernes: Cumbres borrascosas (1967)

Un pequeño paréntesis en el mundo de la comida navideña...

¿Hay alguien a quien no le suene esta archiconocida canción*?




Pues lo más curioso de todo es que la que es probablemente la incursión Brontë más conocida en la cultura pop puede que proceda de una de las adaptaciones menos conocidas (aunque también hay quien dice que la inspiración de Kate Bush fue por la versión de 1970 con Timothy Dalton). Kate Bush vio la miniserie (sea cual sea de las dos), leyó la novela, descubrió que compartía cumpleaños con Emily Brontë y, según dice, compuso la canción en cuestión de horas.

El caso es que estas últimas cuatro semanas** nos hemos dedicado a ver esta versión poco conocida, en blanco y negro y sólo rescatada del olvido en DVD por el sector americano de la BBC. Manuel simplemente tenía las expectativas bajas, yo me temía algo tedioso y lento. Y quizá ese es el truco para ver las cosas o quizá debamos reconocer una vez más que las razones por las cosas que caen en el olvido y las que sobreviven no obedecen a criterios de calidad.

Ahí estaba yo en el sofá, dispuesta a reírme y/o burlarme de las escenas que serían seguro ridículas y, nada, oye, que pasaba el rato y no sólo no había ocasión de meter baza sino que además lo que veía me estaba gustando. Y eso viernes tras viernes, con alguna pequeña metedura de pata. La versión perfecta es una utopía. El viernes del cuarto capítulo Manuel concluyó que era de las versiones que más le han gustado y yo me quedé muy cerca de decir lo mismo. En general, y aunque soy consciente de haber dicho lo de la utopía hace sólo un par de líneas, hay algo que ninguna versión de Cumbres borrascosas puede conseguir, una especie de barrera infranqueable que hace que los guionistas se queden aún más lejos que en el caso de Jane Eyre. Es una barrera que deja más insatisfecho que Jane Eyre y que no termino de poder definir ni concretar. "Le falta algo" es lo que más se acerca.

Joseph murmulla fragmentos de la Biblia en la pantalla como en ninguna otra adaptación y es curioso de ver y oír. La historia enrevesada del libro está contada de forma linear, una decisión no tan errónea por parte del guionista. Muchos otros se las ven y se las desean para crear el efecto matrioska de la novela y lo único que hacen es dar lugar a una confusión que no lleva a ningún sitio (es decir, que no cumple el mismo objetivo que en la novela, donde es un recurso que funciona muy bien). El guionista no estuvo desacertado cuando decidió que a veces menos es más. Así, una piensa que han eliminado, como tantas otras también, a Lockwood de cuajo pero no, hacia el final hace su aparición estelar.

Los actores están bien, aunque yo no conozco de nada más ni a Ian McShane que interpreta a Heathcliff ni a Angela Scoular que pone una cara un tanto Swinging London a esta Cathy.

Así que nos llevamos una sorpresa, sobre todo yo, que para estas cosas soy mucho más corta de miras que Manuel.

* Por cierto que como se puede comprobar me he decantado por poner sólo la música, pero al final no puedo terminar si dejar que, quien así lo decida, se haga el hara-kiri visual o, simplemente, se parta de risa:





Al fin y al cabo reír quema calorías, ¿no?

** Eso no incluye este pasado viernes día de Navidad en que ya empezamos a ver uno de los dos nuevos y esperadísimos capítulos de una vieja conocida. Más próximamente.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Navidad musical

Total: que sí, que lo que yo pensaba que no era demasiada cena nos dejó bastante KO y ni siquiera conseguimos acabar con todo. Lo mejor de todo, eso sí, lo fácil de preparar que fue todo. En menos de una hora tenía montada una cena de Nochebuena - que por entonces yo aún pensaba que era escasa - de lo más aparente.

A pesar de todo hicimos también un poco de huecopara el turrón que acompañamos de nuestra última Coca Cola de vainilla parisina (oooooooh). Nos pusimos una película muy de Coca Cola también, regalo de la única lectora: 1,2,3. Muy divertida y además todo pasa a la velocidad de la luz en ella.

Hoy en lugar de comida de Navidad lo que nosotros tenemos es cena, por aquello de la cuadratura del círculo y demás. Eso sí, luego con todos los preparativos de la escudella compensaré el poco tiempo que pasé ayer en la cocina.

Y hoy de momento está el día de lo más musical. (¡¡Y soleado!!) Yo he amanecido con esto en la cabeza (la versión esta de Disney resulta ser lo más parecido a lo que sonaba casi involuntariamente en mi cabeza esta mañana; los versiones modernas hacen demasiadas florituras para mi gusto).

Mi minitió ha cagado el disco navideño de Sarah McLachlan, que ya está integrado en mi lista de canciones navideñas, que hoy no para de sonar, por supuesto.

Y concluyo la entrada navideña con otra nota musical que también me gusta mucho. Sting cantando I Saw Three Ships:


And all the bells on earth shall ring
On Christmas Day, on Christmas Day
And all the bells on earth shall ring
On Christmas Day in the morning


¡Feliz día de Navidad!

jueves, 24 de diciembre de 2009

¡Feliz Navidad!

"Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad..."

De momento ya tengo la macedonia hecha para esta noche y mañana y posiblemente pasado y no más días porque Manuel me ha parado los pies y ha respondido siempre que no a mis insistentes "¿y no pongo una manzana más? ¿y no pongo otra naranja? ¿y no pongo mandarina? ¿y no pongo otro kiwi? ¿pongo alguna fresa más?" Si hubiera dependido de mí creo que seguiría cortando fruta en trocitos pequeñitos como manda la tradición familiar. Seguiría también con las manos más pringosas que he tenido en mi vida; es, al fin y al cabo, la primera macedonia que hago en la vida. Odio el pringue pegajoso y me tengo que lavar las manos a la mínima que se me pegan. Aguantar la sensación todo el rato de picar la fruta ha sido todo un reto.

Diluvia en vez de nevar como manda la tradición de las canciones navideñas.

Y me voy a dedicar a disfrutar de unas horitas de asueto antes de empezar con los preparativos de lo que, para mí, es poca cena pero que todo el mundo que sabe en qué consiste me dice que está bien. Debe de ser otra tradición familiar eso de pensar que hay poca comida aunque el resto de la humanidad jure y perjure que hay de sobra.

Os dejo una foto del Nacimiento de mis padres, que se debe de sentir abandonado desde que yo me fui y lo dejé de poner (ahora no lo pone nadie). Es mucho más sofisticado que el mío actual: figuras serias, portal de corcho construido desde cero cada año, iluminación, serrín, musgo de verdad (el que uso ahora es musgo seco) y cuna anacrónica (véase la cruz) hecha de forma muy rústica, supongo que por San José, claro, y cubierta con un retal de un pañal de mi hermana y/o mío.

Un poco movida la foto, pero muy, muy navideña.



Feliz Navidad a todos. Que lo paséis muy bien esta noche y mañana y que comáis mucho como desde luego manda la tradición.

Ni d'Eve ni d'Adam (Ni de Eva ni de Adán), de Amélie Nothomb

Un día un poco extraño para comentar un libro, lo sé. Como excusa alego que lo tengo escrito desde ayer.

Desde que la única lectora me regaló Métaphysique des tubes (Metafísica de los tubos) no hay libro autobiográfico de Amélie Nothomb que no haya leído. Hasta hace unos días Ni d'Eve ni d'Adam (Ni de Eva ni de Adán) lo tenía pendiente pero ayer por fin pasé la última página.

La única lectora también me regaló, tiempo después, Attentat (Atentado), pero de momento debo reconocer que, en cambio, y pese a tener ese en la estantería, no he leído nada de ficción suyo. En parte se debe a que sus libros autobiográficos me gustan tanto que me da miedo que algo me empañe mi admiración por esta mujer y su forma de vivir y contar las cosas.

Después de Ni d'Eve ni d'Adam, eso sí, tengo un poco más de curiosidad por ese aspecto suyo puesto que el libro termina con la publicación y promoción de Hygiène de l'assassin (Higiene del asesino) y me he quedado un poco intrigada. En fin, veremos si la cosa se materializa en decidirme a leer algo suyo que no sean episodios de su vida. Desde luego no será por poca elección, que esta prolífica mujer sigue sacando un libro al año.

Ni d'Eve ni d'Adam coincide en parte en el tiempo con Stupeur et tremblements (Estupor y temblores), aunque comienza un poco antes, con su vuelta a Japón en 1989, donde comienza a dar clases de francés a un japonés llamado Rinri y con quien entabla más que amistad. Siempre es curioso ver el mundo a través de los ojos de Amélie Nothomb, más aun si es un mundo tan desconocido como el japonés, donde, como ella, nos sentimos momentáneamente perdidos ante ciertas reacciones y situaciones.

Es un libro agridulce y divertidísimo a veces, de esos que a veces te obligan a intentar contener la risa sin poder del todo en el transporte público. Si alguien ha leído los anteriores libros autobiográficos que no lo dude con este tampoco.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

El Gordo

Puede que ayer no me tocara la lotería pero a veces una no se puede quejar demasiado.

El lunes estaba indignada con el día, porque después de un día horrible en general llegaba a casa soñando con una ducha caliente que resultó ser una ducha caliente sí, pero de forma cutre porque el cabezal de la ducha decidió que era un buen día para romperse sin avisar. Al rato llegó Manuel con unos cuantos embutidos de pinta deliciosa y un calientamanos, algo que yo no había visto nunca: una almohadillita con dos ositos impresos rellena de un líquidillo transparente. Parecía algo para el estrés pero dentro flotaba una chapita que me dijo Manuel que había que romper. Rota la chapita el liquidillo empezó a ponerse blanco y a cristalizarse/solidificarse y, más chocante aun, a subir de temperatura. El calor dura un ratito y es una gozada tener la almohadillita entre las manos mientras tanto. Por lo visto si se hierve se puede volver a usar de calientamanos. Muy chulo.

Ayer por la mañana mientras estaba en el periplo del caldo navideño número 347634476 y los niños de San Ildefonso cantaban premios, la cartera dejaba en el buzón un aviso del libro que me quedaba pendiente de The Book Depository (más sobre el libro próximamente). Al volver con las manos vacías y la humedad en los huesos a casa vi que la hora del aviso era de sólo cinco minutos antes. A la aventura que me lancé y al final - ¡gracias a la lluvia! - di con mi cartera en un portal al que llegué al más puro estilo Sherlock Holmes siguiendo las huellas que había ido dejando con su carrito. Volví con la humedad en los huesos pero con algo en las manos.

Hoy la cartera de nuevo llama a la puerta calada hasta los huesos la pobre (voy a tener que darle un aguinaldo) y me trae este adorable paquete de la foto lleno de material de papelería con agendas a punto de poderse estrenar y bolis chulos y un osito monísimo con alitas de ángel, estrella y cascabel que en breve tomará una posición privilegiada en el árbol.

Así no hay quien se queje de nada, sólo se puede regodear una en las cosas buenas.

Propósito de año viejo:

Una cosa digo: el año que viene tendré todos los ingredientes del caldo de Navidad en el congelador desde noviembre.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Rienda suelta a la Navidad

Por si alguien no se ha enterado, hoy es el día más corto del año y el comienzo del invierno y mis pies - con calcetines, zapatillas, manta y calefacción - me dicen que probablemente también el más frío. Me gusta el frío pero siempre tardo unos días en aclimatarme a la humedad de por aquí, que hoy es el triple por lo de la lluvia. Y en Madrid no están mucho mejor por lo que me cuentan: al parecer media familia está o ha estado atrapada en algún atasco causado por la nieve*. Así que hace frío y sería el día ideal para quedarse en casa debajo de una manta o tres, tomar té caliente todo el día, leer sin parar e hibernar en general. Pero no, hay que salir, y la primera parada de la salida será la carnicería para comprar todo lo de estos días. ¡Brrrr!

Así que antes de continuar pongamos una canción navideña y bien movida para ver si entramos en calor. Una de mis canciones de Navidad preferidas: Jingle Bell Rock, cantada por Randy Travis (aunque los Beatles también la cantaron).



¿Hemos entrado en calor? Pues con la música de fondo demos paso a la Navidad desbordada, que fue a lo que me dediqué el sábado, que no hubo repostería en parte por eso y en parte porque nos reservamos para los dulces navideños**.

El viernes por la tarde apareció Manuel con la flor de Pascua de la foto de ahí arriba. Si las plantas temblasen de miedo, esta lo hubiera hecho al verme. De momento este año, para evitar tragedias similares a las del año pasado, sólo la ponemos en sitios altos y es Manuel el que se encarga de regarla. Yo me dedico a intentar dejarla vivir, que ya es bastante.

El viernes por la mañana había estado yo en Santa Lucía y creo que hice las peores fotos de mi vida***, así que este año no habrá fotos de la feria. Además, resulta que alguna mente pensante dejó caer las tarjetas de las casetas a voleo y han cambiado todas de sitio, para confusión de los clientes y un poco de indignación de los vendedores. A punto estaba de irme cuando encontré la caseta que me provee de figuras. Me hice con un par de pastorcillos y con la anunciación a los pastores, que es una escena que me gusta mucho. Y en un puesto de los de atrezzo compré una segueta para San José y una vasijita.

Pero este año me he moderado un poco con las fotos porque al fin y al cabo el aspecto general no ha cambiado demasiado: he cambiado el río de sitio, añadido los nuevos pastores, etc., pero básicamente es lo mismo que el año pasado, así que vistas generales aproximadas: aquí. He aquí algunas fotillos de detalles que me gustan y del nuevo grupo de la anunciación, con ramitas de olivo que le hice traer a Manuel especialmente para eso.



Me lo paso en grande poniendo el Nacimiento, es la excusa perfecta para poder jugar con las figuritas sin hacer demasiado el ridículo, pensando las posiciones más "lógicas" (va entre comillas porque mi río-estanque tiene un puente cuando bien podría bordearse, pero hay que echarle imaginación y perspectiva).

El árbol, que de hecho en casa no poníamos hasta que yo ya fui muy mayor, es para mí más un advenedizo. Es divertido ponerlo, pero da menos juego. Eso sí, los árboles de combinaciones de colores o materiales, etc. quedan muy monos en las tiendas o en los hoteles o donde sea, pero a mí el de casa me gusta que quede abigarrado y con todos los adornos que haya por casa, independientemente de si combinan o no los colores, las texturas o los materiales. De todos modos, si nuestro árbol tira a algo es a nórdico: abundan los adornos de Ikea, de mercadillos suecos y la muñequita de arriba del todo (a la que tampoco conseguí sacar una foto decente) la trajeron mis padres de Noruega el año pasado.




Para cuando llegó el sábado por la noche, ya era Navidad en casa. Y ahora me voy, que tengo que hacer que sea Navidad también en el frigorífico/congelador.

* Desde que me fui de Madrid creo que no me equivoco si digo que ha nevado todos los inviernos. Cuando yo vivía allí era una cosa de algún que otro invierno. ¡Con lo que me gusta a mí la nieve! Qué feo está eso, invierno de Madrid.

** El sábado lo que sí que hicimos fue helado de neulots, que no están tan ricos como las neulas porque son demasiado gordos y tiran un poco a secos. Así que como no los comíamos, Manuel propuso transformarlos en helado (es una senda peligrosa esta de empezar a hacer helado de lo que no nos convence). Así lo hicimos y no quedó mal. Pero hicimos un nuevo hallazgo: si la miel en realidad proviene del zumo de clementina con azúcar, doy fe de que el helado de café se hace a base de neulots. No sé qué truco de las combinaciones de sabores lo ha conseguido pero así es. Recién hecho el helado lo probé y le dije a Manuel que sabía a café. Manuel arqueó la ceja, así que no me quedó otra que darle también a probar. Y efectivamente no fue sólo cosa mía, a él también le sabía a café.

Y ayer por supuesto también hubo película de plancha: Wedding Present (Cásate conmigo... si puedes), de 1936 con Cary Grant. Muy divertida.

*** La culpa fue de la cámara y mía al 50%. Veremos qué tal será la cosa con la nueva cámara. La marca y el modelo y demás ya los desvelaré cuando oficialmente me la traigan los Reyes, pero he oído rumores de que ya está a lomos de algún camello.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Cuatro velas de adviento

Venía hoy yo toda contenta a subir un vídeo en lugar de las típicas fotos de las cuatro velas de adviento aprovechando que con todas encendidas los angelitos las sobrevuelan a toda velocidad y hacen un tintineo delicioso y resulta que mi cuenta de youtube se ha quedado flotando en el éter y por alguna extraña razón no puedo acceder a ella de ninguna forma. Cosas raras de estos mundos de internet, supongo.

Así que me tengo que conformar con la aplicación de vídeos de blogger, qué le vamos a hacer.

Ya os podéis deleitar bien en el sonidito, que me ha costado lo mío subir un simple vídeo.


Se acabó el adviento hasta el año que viene y por suerte el otro día puede reabastecerme de velitas de este tamaño.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Brezo para Emily


Hace unas semanas, cuando Elvira puso fotos de brezo en su blog, supe por dónde irían los tiros de la entrada que, el 19 de diciembre (o sea, hoy), conmemoraría la muerte de Emily Brontë hace 161 años.

La pequeña pero punzante anécdota que voy a contar divide a los eruditos Brontë de tal forma que da nombre al grupo de entusiastas que la siguen: la escuela de pensamiento del brezo púrpura. Aunque Purple Heather School suena mucho mejor.

Resulta que en su biografía de Charlotte Brontë, Elizabeth Gaskell incluyó la anécdota de que el 19 de diciembre de 1848, Charlotte Brontë se levantó bien temprano y se dirigió (tanto como puede dirigirse alguien a algo que comienza en la misma puerta de su casa) hacia los páramos en busca de alguna ramita de brezo que hubiera quedado de la época en que este florece, en agosto-septiembre y hacer así una especie de "si Emily no va a los páramos, los páramos van a Emily". Emily, que estaba muy enferma con tuberculosis, se negaba a recibir tratamiento médico alguno y se obstinaba en hacer su vida normal y despreciar cualquier ayuda que se le ofreciera.

Así que ahí estaba Charlotte de buena mañana buscando una ramita de brezo, o eso afirma Gaskell y con ella la escuela de pensamiento del brezo púrpura. Según ellos la encontró, la llevó a casa y se la dio a Emily, que ni tan siquiera reconoció su flor preferida. Pocas horas después, recostada en el sofá (o eso cuenta la leyenda, los expertos afirman que lo más probable es que a pesar de todo estuviera en la cama), Emily Brontë, no se sabe si como broma final o en serio, dijo "si queréis ahora podéis llamar al médico". Salieron corriendo a buscarlo pero para cuando llegó no pudo hacer más que certificar la muerte de Emily que, según una carta de Charlotte y metafóricamente o no, "se había resistido a apartar los ojos del sol".

Por extensión, la escuela de pensamiento del brezo púrpura es aquella que tiende a creerse demasiado las leyendas un tanto apócrifas (Gaskell tiene cierto peso por haber conocido a Charlotte y asegurar que muchas afirmaciones venían de ella, entre ellas la de esta anécdota, pero también se dejaba llevar mucho por la ya entonces fabricada leyenda, en muchos casos por la misma Charlotte, y por cotorras cuyas historias tenían más de malicia y de cotilleo que de verdad) tirando un poco a lo irreal en vista de las circunstancias miradas en frío.

Pero a veces da un poco igual que las cosas sean verdad o mentira. Manuel tiene dos frases que le gustan mucho: "si non é vero, é ben trovato" (bien está aunque no sea cierto) y "print the legend" (publica la leyenda) que vienen al caso aquí. Yo no sé si es verdad que Charlotte Brontë se lanzó a los páramos en una mañana heladora de diciembre en busca de una improbable ramita de brezo en flor, probablemente no, pero es una historia que me gusta mucho, si no puede ser real al menos que sea figurada.

Y como no todos somos Charlotte Brontë (esto ya lo afirmé hace unos meses), yo sólo me puedo aventurar a mi archivo fotográfico y dedicarle a Emily Brontë sus páramos (con el añadido de unas pequeñas esculturas en forma de libros, una obra de arte allí en medio llamada "paisaje literario") con el brezo en flor y aspecto de enorme alfombra.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Semana de innovaciones

Después de, para qué negarlo, unas cuantas semanas de cocinar viejos platos conocidos, de repente esta semana me dio por innovar. No me refiero a sacarme platos de la manga, sino a probar nuevas recetas.

En verano recordé que nunca había hecho un delicioso plato inglés (sí, de nuevo confirmo que a veces tal cosa existe) llamado Shepherd's Pie y que además, con otro nombre, recordaba que en casa se comía cuando éramos pequeñas (luego la asesora culinaria dejó de hacerlo). Pero claro, en verano no es un plato que apetezca mucho, así que me lo apunté para el otoño-invierno. Otoño-invierno que no llegaba nunca este año hasta que, al menor síntoma de fresquito en el ambiente, lo añadí al menú de la semana.

Después, el sábado, como telehorno era tan apacible, me dediqué a hojear una vez más la sección de platos salados de Delicias al horno y descubrí algunos que me tentaban mucho. El menú de la semana, aparte de Shepherd's Pie, incluía espaguetis con gambas, así que al ver los macarrones al horno con gambas decidí modificar ligeramente el menú.


El Shepherd's Pie quedó tan rico como lo recordaba. Y aunque hacerlo fue un poco infernal porque los dos o tres pasos que requerían más atención se me juntaron en el mismo momento y tuve que utilizar las dos manos como si fueran cuatro el resultado final valió la pena. Es un plato que se sirve acompañado de verdura (para compensar), generalmente guisantes, pero yo había pasado por la superfrutería y había encontrado unas irresistibles coles de Bruselas que prácticamente tenían un cartel como el de Alicia en el País de las Maravillas: "PRUÉBAME". Rico, rico.

Los macarrones con gambas me los temía complicados pero fueron un camino de rosas, sobre todo después de momento a-cuatro-manos del día anterior. La receta decía que había que usar hinojo, toda una novedad a la que ni tan siquiera sabía qué aspecto ponerle cuando lo leí. Una visita a la wikipedia me resolvió dos dudas: 1) el aspecto del hinojo y 2) el nombre de ese misterioso producto que había visto hacía unos días en la superfrutería. Eso sí, también dice que el sabor es mentolado, cosa que cuando consulté a la asesora culinaria (que tampoco ha cocinado nunca con hinojo) le chocó porque ella tenía siempre entendido que el sabor era anisado (que fue lo que resultó ser, menos mal que a diferencia de la asesora culinaria a mí el olor/sabor a anís me gusta). Yo al principio dudaba de si saltarme lo del hinojo pero Manuel insistió en que lo probásemos y si no nos gustaba ya lo quitaríamos en futuras recetas. Bueeeeeno, acepté.

Y quedó riquísimo el plato, un gran descubrimiento. Eso sí, como ya he dicho muchas veces, yo soy muy mala para distinguir sabores ya mezclados así que no notaba particularmente el hinojo, pero Manuel dice que sí, que el hinojo le da cierta frescura al plato.

Y así concluye la semana de innovaciones culinarias. En dos días he pasado casi más rato en la cocina que en todas las semanas anteriores, pero ha merecido la pena: me lo he pasado bien (con ciertas emociones fuertes de esas que me sigue sorprendiendo encontrar entre fogones) y he obtenido buenos resultados. Mejor aún: he obtenido sobras, algo que me encanta y que garantizó que ayer no tuviera que entrar en la cocina más que para servir los platos y poner en marcha el microondas (cosa que creo que seguiré haciendo el fin de semana). Ah, adoro las "ferias de restos".

La semana que viene, eso sí, trae de nuevo langostinos, escudella y canelones (lasaña este año, que una aprende de sus "errores" y no quiere volver a liar canelones en su vida). Me gusta, me gusta.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Consecuencias

Ayer me desperté pensando que iban a llegar los libros del Book Depository pero luego - qué práctico es un blog para estas cosas - vi que los que me autorregalé en julio habían tardado diez días en llegar, así que según eso mis libros no llegarían hasta la semana que viene.

Luego escribí sobre Penelope Lively y hablé de que Family Album estaba de camino.

Y al poco de escribir esa entrada llamó el cartero (bueno, la cartera) a la puerta con un par de paquetitos. ¡Qué emoción! Ir a una librería a buscar y comprar un libro tiene mucho encanto, pero no hay nada como que un libro (o dos) llame a tu puerta.

Así que di la bienvenida oficial a:

¡Por fin! Muriel Spark: The Biography, de Martin Stannard. Después de haberla tenido a precio de oro entre manos en el W H Smith de París era como si ya hubiera sido mía y me la hubieran quitado. Ahora la he "recuperado". Y como con la de Elizabeth Taylor del autorregalo tengo el gran dilema de muchísimas ganas de leerla vs. la tradición de leer si no todas sí la gran mayoría de novelas de la autora. Y en ambos casos estoy muy lejos de haber leído una parte representativa de su obra. Y en este caso, que es el motivo de la tradición en primer lugar, sé que contiene spoilers acerca de las novelas. ¿Qué hacer?

Y Family Album, claro. Con su preciosa-preciosa portada que ya conocía y que entraba en juego a la hora de tener ganas de hacerme con él (¿por qué no?) y su preciosa-preciosa contraportada que no había visto pero que me encanta. Y su preciosa-preciosa combinación de colores debajo de la funda.

Lo mejor de todo es que aún queda un libro por llegar. Lo compré por adelantado teniendo en cuenta que salía a mediados de enero y al día siguiente de que me dijeran que me habían enviado estos dos, me informaron de que el editor ya tenía copias disponibles (¿para qué la fecha de lanzamiento entonces? Pero bueno, que no me quejo) y que me lo mandaban. Ahora bien, no se me pasa por la cabeza siquiera que el libro, enviado sólo un día después que estos, vaya a llegar hoy. Ni siquiera mañana. Correos y yo ya nos conocemos. Y ahora que tengo estos dos no me importa espaciar.

Curiosamente la frase del día de mi página inicial de Google dice hoy:

Books to the ceiling, books to the sky.
My piles of books are a mile high.
How I love them!
How I need them!
I'll have a long beard by the time I read them.
- Arnold Lobel

Traducción rápida pero con un poco de rima, para que no se diga:

Libros hasta el techo, libros hasta el cielo.
Mis montones de libros se levantan un kilómetro del suelo.
¡Cómo me gustan! ¡Cómo los necesito!
Qué barba tan larga tendré cuando los haya leído.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Consequences, de Penelope Lively

Es curioso cómo tendemos a quedarnos con lo malo. Da igual que haya leído ya unos cuantos libros de Penelope Lively y que, todos, salvo el último que leí cuando no debería haberlo leído, me hayan gustado muchísimo. Da igual porque al parecer el último que no me gusta pesa más en la balanza que todos los que sí me habían gustado. Y obviamente no debería ser así.

En Shakespeare & Company, con las galeradas de Family Album - su libro más reciente - en la mano, se me pusieron los dientes largos y me di cuenta de que, desde A House Unlocked, ni tan siquiera me había planteado leer ese otro libro suyo que tenía pendiente en la estantería, el anterior a Family Album (también tengo pendiente en la estantería su obra más conocida: Moon Tiger, y muchos otros por adquirir, claro): Consequences, al que había llegado, por supuesto, porque ya había leído otros de esta autora pero que sé que, aunque hubiera estado escrito por cualquier otra persona, su argumento me hubiera llevado a comprarlo igualmente.

Así que fui perdonando a Penelope Lively por algo de lo que no tenía la culpa hasta llegar a dos cosas: 1) convencerme de que Family Album era inencontrable en estos momentos en ninguna de mis librerías habituales (ahora, por supuesto lo traerán, como siempre pasa) y decidirme a pedirlo, acompañado de algún otro, a The Book Depository (ahora a esperar a que lleguen) y 2) sacar Consequences de su sitio y leerlo de una vez. El tercer paso debería ser darme golpes en la cabeza con Consequences por haber sido tan tonta y haberlo dejado tanto tiempo languideciendo.

Como indica el título del libro, Consequences habla de las consecuencias de nuestros actos*. Pero no de las grandes decisiones, no, también, en su mayoría, de las pequeñas, de las cotidianas, de las que surgen de pequeñas casualidades, de cómo un encuentro en un banco de un parque en los años 30 entre una chica de clase alta disgustada con su estilo de vida y un artista que se va haciendo su hueco en el mundo del arte puede influir no sólo sus propias vidas, sino las de sus hijos, las de sus nietos. O cómo un periódico abandonado puede cambiar la vida de su hija. O cómo una visita de su nieta a su casita en Somerset, setenta años después, puede también cambiar su vida. La vida que, al final, no se forja a base de grandes momentos ni de grandes decisiones, sino de pequeños actos, casualidades y decisiones de aparente poca importancia.

Y por si eso no fuera suficiente, claro, está el hecho de que posiblemente mi trama preferida en la ficción sean las historias, sagas, secretos familiares. Las generaciones y sus relaciones unas con otras, cómo el momento en que uno vive es distinto del momento en que vivió el anterior. Como decía Virginia Woolf a primeros de año (y, salvando las distancias de estilo, época, escritor, etc, The Years y Consequences, tienen algunas cosas en común), lo que la Historia representa para los que están atrapados en ella. Mientras que Matt, el artista de cada vez más renombre, está obligado a ir a la guerra (y últimamente lo busque o no siempre desemboco en ella), Simon, años después, se ve obligado a hacerse la prueba del Sida. Mientras que Lorna, la chica de clase alta que lo deja todo por Matt y la casita aislada de Somerset, se ve obligada por las circunstancias a hacerse cargo de su hija sola, Molly, años más tarde, decide ser madre soltera y Ruth, en otro milenio, decide divorciarse. No es cierto eso de que "todo tiempo pasado fue mejor", pero también es verdad que, con más o menos comodidades, cada generación tiene sus diferentes retos.

Todo ello lo cuenta Penelope Lively con la Historia como ruido de fondo, ruido de fondo que a veces cobra más protagonismo o afecta más de cerca a los que están atrapados en ella. Para Lorna la guerra se vuelve algo personal. Molly ve llegar a Margaret Thatcher al poder y reflexiona que los gobiernos van y vienen pero se ve afectada brevemente por los cortes de luz, etc. Para Lorna un viaje de Somerset a Londres es un mundo, para Ruth un viaje de Londres a Creta es un momento. Las perspectivas cambian.

El libro está escrito de maravilla y consigue lo que a mí me ha parecido lo más impresionante de todo, que es que en las 300 páginas que tiene, la perspectiva del lector cambie y avance lo suficiente como para que las personas tan reales que son Lorna y Matt en las primeras páginas se vayan diluyendo con el paso del tiempo sobre el papel igual que si fuera el paso del tiempo real. Para cuando se alcanzan las últimas páginas, Lorna y Matt han quedado tan lejos para el lector en apenas 200 páginas como para Ruth en 70 años. Se han vuelto verdaderamente antepasados y Penelope Lively ha conseguido que los veamos tan lejanos como los veríamos en la vida real. Estuvieron tan vivos y, con pequeñas complicidades, por supuesto, entre ellos y el lector, ahora se han reducido a lo que Ruth llama "personas legendarias, míticas" construidas a base de unas cuantas anécdotas que les sobrevivieron.

Impresionante libro e impresionante(s) historia(s).

Y Penelope Lively que sale de la injusta lista negra metafórica y vuelve al lugar privilegiado que se merece. Family Album, como el nombre indica, promete otra saga familiar. Yo encantada.

* De hecho, Penelope Lively, aparte de Oleander, Jacaranda, donde cuenta su infancia a través de lo que ella recuerda, también tiene lo que ella llama una anti-memoria, Making It Up, un libro que se compone de una especie de relatos cortos escritos a partir de las opciones que NO tomó. Una especie de juego "¿y si hubiera...?" con ciertos momentos de su vida. También me gustó mucho.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Pastel de clementinas

Este era el bizcocho que teníamos pensando para el día que al final hicimos el de Coca Cola y chocolate. Sale, como tantos otros, del libro de Delicias al horno y si alguien la quiere que no dude en pedírmela. Es perfecto porque las mandarinas/clementinas están justo en su punto álgido. Lo normal en nuestro caso hubiera sido querer hacerlo en agosto o algo así.

También está el hecho de que lleva harina de fuerza, que parece que siempre tenemos intacta en el armario hasta que llega el momento en que hay que ir gastándola porque está a punto de caducar/ya ha caducado. Aun así, ya estamos lo suficiente familiarizados con la harina de fuerza como para saber que por mucha fuerza que tenga a veces un poco de ayuda en forma de levadura no le viene mal para evitar posibles crisis de "mazacotismo". Así que cuando la receta no decía nada acerca de levadura y le sugerí a Manuel poner una cucharadita accedió sin problemas a la transgresión.

Ya he dicho alguna vez que odio rallar. Pues bien, digamos que rallar piel de mandarina es de lo peor que hay. La receta recomendaba cortarla en tiritas finas y luego en cuadraditos con un cuchillo pero yo no me veía con paciencia ni tacto para eso. Así que rallé un poco y terminé cogiendo - idea de Manuel - las tijeras de la cocina y cortando en trocitos lo más pequeños posible lo que no se podía rallar. Luego le dejé a Manuel acabar esa tarea mientras yo mezclaba la mantequilla y el azúcar y digamos que... eeeeh... las explosiones de sabor a mandarina que de vez en cuando aparecen en el bizcocho provienen de trocitos cortados un poco menos delicadamente.

Cuando todo estuvo listo se fue al horno. Telehorno, después de tantas semanas al límite, fue de lo más apacible, ni siquiera se agrietó el bizcocho, cosa que me hacía temerme un mazacote. Olía bien, eso sí. La receta daba como tiempo de horneado 55-60 minutos, que a mí me parecía muchísimo tiempo, la verdad. A los 20 minutos aquello ya estaba más o menos asentado y la aguja salía casi limpia. A los 30 le puse papel de aluminio por encima para que no se dorase más y la aguja salía limpia del todo. Pero en teoría llevábamos la mitad de tiempo. Desde que he acertado con las variaciones en los tiempos de las últimas "creaciones", Manuel se fía de mi instinto de reloj de horno y me decía que si creía que había que sacarlo ya lo sacase. Así que a los 40 minutos ya no aguanté más y lo saqué. Y de nuevo se confirma que en una vida anterior he debido de ser eso: reloj de horno. El bizcocho estaba en su punto, sobre todo para Manuel, que no aguanta que haya nada de humedad en el bizcocho.

La receta sugería un glaseado. Pensaba que después del del pastel de Coca Cola y chocolate los habíamos vetado de por vida pero Manuel, que había comprado zumo de clementina y todo (con rallar la piel de dos ya había tenido suficientes variaciones sobre lo habitual de las mandarinas, que es pelarlas y comerlas, no quería más experimentos), no se daba por vencido. Allá que fuimos: un cazo, seis cucharadas de zumo de clementina y no sé cuánto azúcar glas (insisto: si alguien quiere la receta se la daré con medidas más precisas) al fuego. Dejar hirviendo 5 minutos. Creo que lo paramos a los tres porque si llegamos a esperar los cinco minutos señalados nos hubiéramos quedado con un cazo con una sustancia pegajosa y requemada. El día que escribieron esta receta el señor del cronómetro no prestó mucha atención. El caso es que yo descubrí el secreto de la miel en esos minutos: todo eso de que la miel la hacen las abejas es una trola, la miel se hace con zumo de clementina y azúcar. ¿He dicho que la miel me da MUCHÍSIMO asco? Pues bien, doy fe de que aquello olía como la miel, tenía el color de la miel y la consistencia de la miel hasta tal punto que Manuel, siempre escéptico para estas cosas, me dijo que si quería no lo echábamos sobre el bizcocho. Probé un poco y para horror mío sabía también a miel, ugh. Pero a pesar de todo le dije que lo echara. Total... ¿veis esas pequeñas manchitas irregulares que se ven sobre el pastel en la primera foto? Eso es todo lo que dio de sí el glaseado que no aporta nada. Definitivamente, y aunque este no nos salió mal del todo, los glaseados no son lo nuestro.

¿Y el bizcocho? Delicioso, muy otoñal-invernal, de esos de frío fuera y calor dentro de casa. De manta y té de Navidad. Tan rico, tan rico que ya queda menos de la mitad. Y con un nombre que me hace tararear una canción de Mark Owen sin parar: Clementine.

Y luego por la noche la película de plancha era The Ex-Mrs Bradford (Mi ex-mujer y yo), con William Powell copiándose a sí mismo en la saga The Thin Man, sólo que aquí hacía de médico que juega a detective en lugar de detective a secas, y Jean Arthur brillante como siempre. La película es de 1936 y nos dimos cuenta de que el auge de The Thin Man, esta, etc., coincidía también, al otro lado del Atlántico, con el auge de Agatha Christie.

Y como la película se acabó antes que la plancha aprovechamos para ver un rato de La Marató de TV3.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Doble sesión de adviento


¿He dicho que salvo por las velitas de adviento, los respectivos calendarios, la creciente montaña de dulces navideños y la lista de las compras gastronómico-navideñas pegada al frigorífico aun no hay nada de decoración navideña propiamente dicha puesta? Es cuestión de encontrar dos pequeños grandes huecos: uno para una escapada a la Feria de Santa Lucía (curiosamente hoy mismo es Santa Lucía) para ver si encuentra alguna nueva adquisición y otra para poner la Navidad, claro. A ver si para el fin de semana que viene hemos progresado un poco o para cuando la ponga voy a tener que empezar ya a quitarla.

Pero bueno, volviendo al adviento: hoy ha habido doble sesión porque el domingo pasado - oops - me olvidé con la visita. Hace un rato he informado - porque estas cosas se avisan - a Manuel de que era el domingo pasado, con sus dos velitas correspondientes:



Y un poco después, no sin una precipitada confirmación en el calendario de que no me había adelantado un domingo y que hoy, efectivamente, ya era el tercero, que tocaban tres velitas y que el domingo que viene se acaba el asunto este de las velas un año más (y he aquí donde se ve la verdadera motivación del primer párrafo de esta entrada. De repente falta muy poco para Navidad y, símil tan poco navideño como es este, me va a pillar el toro). Pues sí, ya tercer domingo de adviento:



Lo bueno de caer en la cuenta es que ha sido la excusa perfecta para estrenar el té de Navidad y saborearlo con el bizcochito rico de ayer (mañana más sobre esto) y ver lo bien que se complementaba todo: los sabores, el ambiente, el frío que por fin hace fuera.



Para las prisas siempre hay tiempo (¡qué zen!).

sábado, 12 de diciembre de 2009

Nueva Gramática

Suelo poner verde a la Real Academia de la Lengua Española en cuanto puedo, más que nada por la lentitud con la que trabajan y por algunas de las decisiones que toman (¿bluyín? ¿cederrón? palabra esta última, además, que ilustra dos de mis principales quejas, no sólo por la escritura cutre sino por el desfase, poca gente hay ya que diga CD-ROM en cualquier caso: va directa a la sección de arcaicismos) .

Pero el caso es que estos días la Nueva Gramática me pone los dientes largos. Lo feliz que sería yo criticando aun más lo mal, lo terriblemente mal, que hablan los periodistas (el resto de la gente, al fin y al cabo, no vive de eso) a golpe de imponente gramática, tomo sobre tomo. Pero como les decía el otro día a mis padres cuando la tuvimos en la mano en una tienda y vimos al dorso los 120 euros que cuesta: a ese precio se entiende que la gente hable tan mal; hablar bien sale muy caro.

Hablando de periodistas: quiero felicitar al Telediario de la 1 que el otro día dedicó el triple de tiempo a hablar sobre la "nochevieja universitaria" en Salamanca y Zamora que a una entrevista en directo con el señor Víctor de la Concha sobre la Nueva Gramática*. ¿Quién dijo que un Telediario era para informar de las cosas importantes? Como dice Àlex Gorina en un fantástico artículo en la Guía del Ocio de esta semana "en los informativos, curiosidades".

En fin, será cosa de ir haciendo hucha o algo.

*El señor de la Concha decía que "esta Gramática viene del pueblo [¡espero que no!] y busca al pueblo [al pueblo con 120 euros en el bolsillo, claro]". Pero no sigo por esos derroteros o acabaré en mi línea habitual criticona.