A Room of One's Own (Una habitación propia) cumple hoy 80 años. El día antes de su publicación, Virginia Woolf confesaba en su diario que se temía que no se tomaría en serio y que únicamente lo leerían jovencitas. Ochenta años después creo que podríamos asegurarle a Virginia Woolf que se tomó en serio, que fue, desde luego, un ensayo que dio lugar a muchos otros y ciertamente a algunos/bastantes cambios; no todos los que ella proponía, sin embargo. Lo que no me queda tan claro es qué podríamos decirle acerca de eso de que "sólo lo leyeran jovencitas"; creo que así ha sido, lo han leído jovencitas, les ha causado gran impresión, ha influido en su visión del mundo y los cambios que han surgido a raíz del ensayo es probable que provengan de aquellas jovencitas. Me queda la duda de cuántos hombres lo han leído, de cuántos hombres lo han leído y se han parado a reflexionar sobre lo que Virginia Woolf cuenta y reivindica. Viendo cómo están las cosas (sin ponerme ni a la altura del zapato de la señora Woolf, más bien influenciada por ella, he criticado cosas de ese estilo aquí y aquí) diría que si algún hombre lo ha leído de verdad (es decir, ha hecho más que pasar los ojos por una línea tras otra) no ha servido de mucho. Ochenta después hay algunas cosas que no han cambiado.
El aniversario de este libro de cabecera me ha hecho desenterrar las notas que tomé - y creo que al final dejé de tomarlas puesto que prácticamente estaba copiando el libro entero - cuando lo leí por primera vez allá por septiembre de 2002; la lectura me dejó tal huella que desde entonces la luz amarillenta de septiembre va asociada irremediablemente en mi mente a Virginia Woolf. He leído las notas, he sacado el libro de la estantería, he leído lo que escribía Woolf en su diario acerca de él y he pasado un rato excepcional. Igual que copié párrafo tras párrafo en el cuaderno, citaría ahora fragmento tras fragmento del libro. Con mucha indecisión y muchos lamentos por dejar esto y aquello fuera, me decanto y reivindico lo siguiente, que en mi opinión el 24 de octubre de 2009 sigue tan vigente como el 24 de octubre de 1929:
And since a novel has this correspondence to real life, its values are to some extent those of real life. But it is obvious that the values of women differ very often from the values which have been made by the other sex; naturally, this is so. Yet it is the masculine values that prevail. Speaking crudely, football and sport are ‘important’; the worship of fashion, the buying of clothes ‘trivial’. And these values are inevitably transferred from life to fiction. This is an important book, the critic assumes, because it deals with war. This is an insignificant book because it deals with the feelings of women in a drawing–room. A scene in a battle–field is more important than a scene in a shop—everywhere and much more subtly the difference of value persists. The whole structure, therefore, of the early nineteenth–century novel was raised, if one was a woman, by a mind which was slightly pulled from the straight, and made to alter its clear vision in deference to external authority. One has only to skim those old forgotten novels and listen to the tone of voice in which they are written to divine that the writer was meeting criticism; she was saying this by way of aggression, or that by way of conciliation. She was admitting that she was ‘only a woman’, or protesting that she was ‘as good as a man’. She met that criticism as her temperament dictated, with docility and diffidence, or with anger and emphasis. It does not matter which it was; she was thinking of something other than the thing itself. Down comes her book upon our heads. There was a flaw in the centre of it. And I thought of all the women’s novels that lie scattered, like small pock–marked apples in an orchard, about the second–hand book shops of London. It was the flaw in the centre that had rotted them. She had altered her values in deference to the opinion of others.
But how impossible it must have been for them not to budge either to the right or to the left. What genius, what integrity it must have required in face of all that criticism, in the midst of that purely patriarchal society, to hold fast to the thing as they saw it without shrinking. Only Jane Austen did it and Emily Brontë. It is another feather, perhaps the finest, in their caps. They wrote as women write, not as men write. Of all the thousand women who wrote novels then, they alone entirely ignored the perpetual admonitions of the eternal pedagogue—write this, think that. They alone were deaf to that persistent voice, now grumbling, now patronizing, now domineering, now grieved, now shocked, now angry, now avuncular, that voice which cannot let women alone, but must be at them, like some too–conscientious governess, adjuring them, like Sir Egerton Brydges, to be refined; dragging even into the criticism of poetry criticism of sex; admonishing them, if they would be good and win, as I suppose, some shiny prize, to keep within certain limits which the gentleman in question thinks suitable.
Y como una novela tiene esta correspondencia con la vida real, en alguna medida sus valores son aquellos de la vida real. Pero es obvio que los valores de las mujeres difieren muy a menudo de los valores trazados por el otro sexo; es natural que sea así. Sin embargo, son los valores masculinos los que prevalecen. Hablando sin finura, lo "importante" es el fútbol y los deportes; lo "trivial" la adoración por la moda y la compra de ropa. Y de modo inevitable se transfieren esos valores de la vida a la ficción. Este libro es importante, asume la crítica, porque trata de la guerra. Este libro es insignificante porque aborda los sentimientos de las mujeres en una sala de estar. Una escena en un campo de batalla es más importante que una escena en una tienda; en todos sitios y con mucha mayor sutileza, la diferencia de valores persiste. Por consiguiente, toda la estructura de la temprana novela del siglo XIX estaba erigida, cuando se era mujer, por una mente ligeramente apartada de la vertical, a la que se obligaba a alterar su clara visión en deferencia a una autoridad externa. Basta con hojear esas antiguas novelas olvidadas y escuchar el tono de voz en el cual se las escribió, para adivinar que la escritora tropezaba con la crítica; decía esto como vía de agresión o aquello como vía de conciliación. Admitía que "tan sólo era una mujer" o protestaba que era "tan buena como un hombre". Se enfrentaba a esa crítica según se lo dictara su temperamento, con docilidad y encogimientos de ánimo o con enojo y vehemencia. No importa cuál, la novelista pensaba en alguna otra cosa que el objeto mismo. Su libro viene a golpearnos en la cabeza. Había en su centro una falla. Pensé en todas esas novelas de mujer que, como manzanitas cacarañadas en un huerto, están dispersas por las librerías de viejo londinenses. Fue esa falla en el centro que las pudrió. La escritora había alterado sus valores en deferencia a la opinión de otros.
Pero cuán imposible debió serles no moverse hacia la derecha o la izquierda. Cuánto genio, cuánta integridad debió exigir ante tanta crítica, en medio de esa sociedad puramente patriarcal, el atenerse al objeto tal y como lo veían, sin amilanarse. Únicamente lo consiguieron Jane Austen y Emily Brontë. Es otra medalla, quizás la más fina, en sus pechos. Escribieron como escriben las mujeres y no los hombres. De las miles de mujeres que entonces escribieron novelas, sólo ellas ignoraron por completo las admoniciones perpetuas del pedagogo eterno: escribe esto, piensa aquello. Sólo ellas fueron sordas a esa voz persistente, si ahora gruñona luego condescendiente, si ahora dominante luego agraviada, sacudida, si ahora enojada luego afable; esa voz que no puede dejar a las mujeres solas, sino estar encima de ellas, como una especie de ama de llaves concienzuda, instándolas, como Sir Egerton Brydges, para que sean refinadas, incluso trayendo a la crítica poética la crítica del sexo; aconsejándolas, de ser buenas y ganar, imagino, algún premio rutilante, a mantenerse dentro de ciertos límites que el caballero en cuestión piensa adecuados. (Desconozco de quién es la traducción puesto que la página donde he encontrado el ensayo completo no lo dice)
El caso es que a fin de cuentas casi me da igual que sólo lo sigan leyendo con verdadera atención las jovencitas. Lo que importa es que sigan los consejos de Virginia Woolf y que dentro de otros ochenta años alguien pueda proclamar, no sin un poco de pendantería, que A Room of One's Own ha quedado desfasado y fechado.
¡FANTÁSTICO, Cristina! Menudos pedazo de citas nos has regalado. Me las llevo, con tu permiso. ¡Cómo me identifico con todo lo que dice! Estoy contigo en que el día en que quede desfasado será un gran día.
ResponderEliminarLeerte ha sido todo un placer. Me ha encantado detenerme en cada palabra y...me encantaría leer, si nos das tu permiso, algunos trazos de esas notas que tomabas y que al mismo tiempo, te hacían sentir que copiabas el libro.
ResponderEliminarPor otro lado, estoy contigo y con Elvira, en pensar que ese día donde esto que escribe Virginia se haya convertido en historia.
De momento es un libro que suelo regalar muy a menudo. Parece ser que aún hay muchas mujeres que necesita "una habitación propia". También sé que hay muchas mujeres que ya la disfrutamos y que nos animan a ello, verdad??
Mil besos:)
Elvira: cuánto me alegra que te haya gustado el fragmento. La verdad es que todo el ensayo es una pura cita y no le sobra ni una sola palabra, de ahí que me haya costado tantísimo decantarme sólo por esta.
ResponderEliminarYa sé lo que sueles decir que que últimamente lees más despacito, pero si un día te queda un hueco de lectura - y desde luego A Room of One's Own es para leerlo despacio - échale un ojo a este. Si te ha gustado el fragmento, el libro completo no te decepcionará.
María: intuía que si te pasabas por aquí un día de estos y veías la entrada te gustaría, porque sé lo mucho que te gusta el libro.
Las notas que tomaba no eran más que copias textuales de fragmentos del libro. Nunca he sido demasiado de escribir mis "reflexiones" al pie de las citas, prefiero copiar la cita por el motivo que sea y o bien cuando la relea recordar la reflexión inicial o bien que dé pie a otra nueva.
María, tienes razón en que hay muchas que aún no tienen habitación propia, pero creo que a las que la tenemos aún nos falta amueblarla y decorarla bien, por así decirlo, hasta que el libro ya no nos sirva de nada. De nada sirve tener una habitación propia si la decoras al gusto de otros.
Muchas felicidades a la obra. En cuanto a lo de quedar obsoleto dentro de otros 80 años, mucho me temo que no se pueda decir, ni pedantemente ni sin pedantería, tal y como evoluciona la sociedad actual. Pero es que hoy no estoy muy optimista.
ResponderEliminarTengo la sensación por desgracia de que una habitación propia (y pensamients propios, e independencia tanto económica como personal, y todo lo que la obra dice que debe ser propio) es sustituido en muchas jovencitas por "valores" mas bien escasos que plantean revistas, programas de tv... Yo creo que si V.Woolf pudiera decir algo,(siendo también bastante pedante por mi parte) sería, "SI AL MENOS ME LEYERAN JOVENCITAS".
Mucas gracias por recordarnos el aniversario y los estractos que has puesto.
Un saludo
Yo no se si soy tan pesimista como Robin, pero también creo que muchas jovencistas ( ¿cómo que muchas? ¡todas!) deberían leerlo...lástima que no lo entenderían. Se creen tan libres y están, sin embargo tan engañadas...Todas quieren mansiones abiertas al exterior, escaparates de si mismas y no habitaciones hacia el interior.
ResponderEliminarRobin: sí que estabas pesimista, sí. Virginia Woolf esperaba que fuera un fracaso de ventas y - relativamente hablando - no lo fue. Así que imagino que ella misma suponía que las jovencitas que lo leyeran no serían demasiadas.
ResponderEliminarYo creo que es más importante la calidad que la cantidad, así que mientras lo sigan leyendo unas pocas jovencitas que se lo tomen en serio, en lugar de muchísimas que no se enteren de la mitad, no estamos tan mal. Y si no lo leyera ninguna jovencita, pues qué quieres que te diga, peor para ellas.
Samedimanche: hay que ver cómo estáis... Me ha gustado lo de las "mansiones abiertas al exterior", pero yo creo que aunque quizá la mayoría de las jovencitas (¿soy yo o cada vez suena más despectivo?) sean así, siempre habrá algunas que sigan buscando la "habitación interior" y si no, pues lo que le decía a Robin, que allá ellas.