sábado, 28 de febrero de 2009

Último día en Londres

Así llegamos al último día, con último desayuno inglés abundante. Sin Marmite esta vez, eso sí.

Teníamos medio planeado ir a Bloomsbury el rato de la mañana que teníamos libre hasta la hora de salir para el aeropuerto, pero por no ir con el tiempo demasiado justo, a última hora nos decantamos por algo mucho más cercano, de nuevo en la orilla sur. Nos despedimos de la catedral de Southwark, del hotel (aunque aún teníamos que volver a por las maletas), cuya entrada se ve en esta foto y demás sitios conocidos.

Era lunes en una zona no muy turística así que respiramos un poco de ambiente cotidiano, vimos patios de colegios, niños con uniformes típicamente ingleses, londinenses que baten sus propias marcas de andar rápido.

De camino hacia nuestro destino nos hizo especial gracia ver a lo lejos una calle llamada nada menos que Little Dorrit Court, cuyo nombre, según cuenta esta web, es uno de los muchos homenajes a Dickens en las calles del barrio de Southwark, un barrio que por lo visto él conocía bien y que aparece en muchas de sus novelas. No tenía ni idea de que nos movíamos en zona Dickens, la verdad.

El sitio elegido era, por supuesto, el Imperial War Museum. La historia del edificio en sí es curiosa porque el museo está albergado en el edificio central de lo que fue el famoso manicomio de Bedlam. También es un sitio con una conexión Brontë. No, por suerte, porque ningún miembro de la familia estuviera internado sino porque Charlotte Brontë en una de sus visitas a Londres, decidió que ya estaba bien de ver las zonas bonitas de la ciudad y que quería visitar alguna cárcel y este manicomio. Poco se sabe de la visita más que sucedió, pero allí, mientras merodeábamos por los jardines antes de entrar y veíamos a la paloma plantada en la punta del cañón exterior que hubiera hecho las delicias de John Lennon, nos acordábamos del "capricho" de Charlotte.

El edificio, salvo por la cúpula, estaba en obras, pero de esas tan aparentes en las que la lona con la que cubren la fachada es la fachada y da un poco el pego. Entramos gratis como a todos los museos estatales británicos (eso sí, me gustó tanto que al salir dejé un donativo). Es un museo curioso: por un lado te gusta mucho (que se lo digan a los muchísimos niños de colegios que había visitándolo y pasándolo en grande) porque está muy bien puesto, es muy real y por otro... justo eso, es un museo dedicado a la guerra y todo lo que ves es real: los tanques, las bombas que caían sobre Londres, los refugios antibombas portátiles (!), los pequeños submarinos y misiles, etc. Pero gusta, a pesar de todo gusta. Nos dio tiempo a ver la sala central con todo eso y lo que más que me gustó: la exposición temporal (de cinco años de duración eso sí: comenzó en 2005 y acaba el año que viene) de la guerra de los niños. De nuevo, está llena de objetos reales, de testimonios de niños que fueron evacuados, separados de sus padres y mandados al campo con familias desconocidas (unos con más éxito que otros), de carteles, de ropa de la época, juguetes e incluye un refugio Anderson verdadero (y claustrofóbico) así como una recreación de una casa media de los años 40.

Me gustó muchísimo y no pude resistirme a hacer esta foto de uno de los vestidos reales que demuestrán cómo las inglesas seguían a pies juntillas la campaña de "Make do and mend" (aprovecha y remienda) que instaba a reutilizar la ropa vieja de todas las maneras posibles. Había abrigos hechos con mantas viejas, ropa zurcida y este: un traje de verano hecho con un mapamundi de tela de un colegio (el collar tampoco tiene desperdicio). Me encantó.

Después nos dio tiempo a ver una exposición dedicada a la Primera Guerra Mundial que daba bastantes escalofríos (esto, pese a ser un homenaje moderno, me impactó) y a pulular un poco por la tienda, aunque dejamos un montón de exposiciones sin ver; es enorme. Estaba decidida a comprar el catálogo de la exposición de la guerra de los niños pero estaba agotado (no así en Amazon... hmmm), así que me "conformé" con el de Young Voices. La tienda está bien pero no hay duda de que en internet está mucho mejor surtida. Manuel estaba convencido de que iba a arrasar, pero lo cierto es que no me dejaron mucho margen.

Y deprisa y corriendo volvimos al hotel a por el equipaje y nos pusimos de camino a Heathrow. A ver si no tardamos en volver...

viernes, 27 de febrero de 2009

Domingo en Londres

El domingo empezamos el día como debe ser: con un buen desayuno inglés, un poco más ligero de lo habitual para dejar hueco a los deliciosos bollitos que también se veían por el comedor del hotel.

Me hizo gracia ver que tenían tarrinitas de Marmite en miniatura y con una curiosidad más literaria que gastronómica me decidí a coger una, a sabiendas de que mi conocimiento hasta entonces puramente teórico del producto (levadura extraída de la elaboración de la cerveza) no era muy halagüeño y que, además, la misma marca se anuncia diciendo abiertamente que o lo adoras o lo odias. Como Manuel decía: hay cosas que me niego a probar sin saber bien por qué y otras rarísimas que pruebo encantada. ¡Pero no lo hacía con gusto! Era sólo para leer con conocimiento de causa. Así que metí la puntita del cuchillo en la tarrina y ni siquiera lo unté en nada, sino que lo probé así, a palo seco. Y... ¡¡puagh!! Sabía a cerveza, ¿quién quiere untar algo que sabe a cerveza en su desayuno? Ugh, sólo pensarlo ahora me acuerdo del sabor. Sabor que recordaré cada vez que se mencione en un libro, claro, que era la finalidad del experimento. Otra cosa que luego vimos en alguna tienda fue Ovaltine, que también sale en muchísimos libros ingleses (tiene pinta de Cola Cao, pero en realidad es azúcar, extracto de malta, cacao y suero de leche). La botella era muy grande así que no nos decidimos (y yo había tenido suficiente con la Marmite), pero queda pendiente para otra ocasión. Es una pena, porque en mi lectura actual nadie toma Marmite, pero el Ovaltine es constante.

El caso es que con el estómago lleno de cosas ricas y una pizca de Marmite nos pusimos en marcha, de nuevo por la orillita del Támesis. El día era muy diferente al anterior: estaba nublado y hacía más fresquito, sin hacer tampoco un frío ártico: vamos, ideal para ponerme el gorro pero no pasar frío excesivo.

De camino a nuestro objetivo pasamos por una feria de comercio justo. Siempre solemos tener suerte con estas cosas o resulta que siempre hay miles de eventos similares, porque ciudad a donde vamos ciudad en la que nos encontramos con una feria/mercadillo/lo que sea curioso. El caso es que nos pusimos un poco las botas: yo me compré un algodón de azúcar por 50 p., nos dieron a probar chocolates, nos dieron bolsas de té gratis, y podíamos haber aprovechado más incluso si hubiéramos aceptado los bollitos, las flores, los plátanos y un largo etcétera.

El objetivo era una feria de libros que abre todos los días - pero con más variedad los domingos - de libros de segunda mano debajo del puente de Waterloo en la orilla sur, al lado del British Film Institute. Tienen bastante variedad y los precios son muy asequibles. Si la vez anterior que estuvimos se especializaban en las biografías de Daphne du Maurier que dejé pasar esta vez, por haberles hecho ese feo, se especializaban en libros comprados recientemente por un precio mucho más bajo. Pero se lo perdono porque entre todas las mesas me topé con la pequeña joya - al menos para mí - que mencioné el otro día: "una edición que reúne toda la poesía de Elizabeth Barrett Browning publicada en 1900 por Smith, Elder & Co, editores años antes de Charlotte Brontë entre otros muchos autores muy conocidos". Por cuatro pequeñas libras. Salí encantada.

Y de ahí de nuevo fuimos andando al centro. Y hay que ver lo que cambia el paseo de estar cansado a no estarlo. Lo que el día anterior se nos había hecho eterno, el domingo se nos pasó en un suspiro. Después de una breve parada en un teatro pequeñito para comprobar que, efectivamente, todas las entradas estaban vendidas (ponían un Sondheim) nos dirigimos al Waterstone's que tiene el honor de ser la librería más grande de Europa (y que antes, desde 1939 hasta 1999, era el famoso Simpsons que también sale en tantos libros ingleses). Allí ya conté que arrasamos, tanto en formato tradicional como en formato tecnológico (aún nos queda estrenar el Sony Reader en condiciones leyendo un libro de principio a fin, pero de momento lo miramos y toqueteamos a todas horas).

De ahí salimos bien cargaditos pero, ya sin idea de comprar nada, entramos a curiosear en la vecina Hatchards, abierta en 1797 y ahora hermana de Waterstone's. La tienda es muy chula, aunque en las cosas actuales es idéntica a Waterstone's, pero conserva una aire original único: tiene pequeñas vitrinas donde muestran catálogos antiguos, escaleras preciosas y, de vez en cuando, chimeneas auténticamente inglesas ahora ya tapadas, como la que se ve en la foto un poco cutre, con foto de la reina incluida, no sé si por la colección de libros "cosas que no sabías de los ingleses/escoceses/galeses/británicos" o permanente. Aunque pululamos por ella más bien poco por miedo a terminar comprando más libros nos gustó mucho.

Y de ahí a la puerta de al lado literalmente a una tienda aún más antigua: Fortnum & Mason, donde curioseamos un rato entre las hordas de gente, nos quedamos boquiabiertos con algunos precios (sobre todo los de las cestas de picnic ya preparadas), comprobamos que la tienda "exclusiva" no tenía clotted cream pero sí zumo Granini en botella de plástico (¡ni siquiera tienen el envase de cristal!) y Manuel se desesperó un poco (más que nada porque no había dónde sentarse) mientras yo estaba abrumada por tantas variedades de té y no sabía por cuál decidirme. Al final, como ya dije, fue el Queen Anne, que aún no he probado.

Para entonces estábamos de nuevo cansados y aunque la animación callejera era sorprendente para ser un domingo de febrero decidimos seguir adelante con el plan original de ir al cine. Fuimos al Odeon grande (aunque a una de las salas pequeñas) de Leicester Square a sacar las entradas para ver Revolutionary Road y luego a hacer tiempo a un Starbucks que estaba bien llenito y donde compré la taza de rigor. De vuelta al cine comprabamos de nuevo - es una de las cosas que más comentamos en los viajes a Inglaterra - las "bondades" de la terrible (terrible) fontanería inglesa. Mira que se les da mal el asunto, aunque por suerte nuestro hotel en ese sentido era muy europeo y sin cosas raras como grifos de agua fría y caliente separados como hace mil años, grifos de esos de presionar que sólo funcionan si presionas constantemente por lo que es imposible lavarse las dos manos a la vez, etc.

Por la noche, de vuelta en el hotel tuvimos la gran suerte de ver el programa que más envidia me da del mundo: Jeremy Paxman hablando de los victorianos y su forma de vida a través de los cuadros de la época. Nos gustó muchísimo, tanto como me había gustado el libro correspondiente al verlo en todas y cada una de las librerías visitadas. Pero es que 25 libras eran muchas libras y Manuel me dejó caer lo que espero que fuera una indirecta diciendo que era más bien un libro para regalar. (Hablando de los victorianos: también me pusieron los dientes largos con la intensa promoción que hay de The Young Victoria, con Emily Blunt haciendo de reina, el cartel está en todas partes, autobuses, metro, tiendas, etc... y en el cine esa tarde nos pusieron el trailer. Muy tentador.)

Después tampoco estuvo mal otro que encontramos haciendo zapping (en el siguiente canal, de hecho) de una señora que decidía seguir los pasos - o ruedas, mejor dicho - de Dorothy Levitt, una inglesa de principios de siglo que se dedicó a echar abajo mitos sobre las mujeres y la conducción y que, además, inventó el espejo retrovisor y dio nombre a la guantera. Definitivamente creo que estería dispuesta a pagar un impuesto sobre la televisión si hacer zapping siempre fuera tan interesante.

Era noche de Oscars, habíamos comprado provisiones y teníamos previsto hacer uso por fin del servicio de té de la habitación. Habría sido un buen plan si yo no me hubiera quedado frita durante la alfombra roja e incapaz de abrir un ojo hasta la mañana siguiente. Eso sí, según Manuel fue la mejor ceremonia en muchos años (el número de Hugh Jackman con The Reader fue buenísimo, eso seguro). Y fui yo y me la perdí.

jueves, 26 de febrero de 2009

A orillas del Támesis

Nuestro hotel estaba cerca del London Bridge y eso hacía que dos cosas fueran inevitables: canturrear o como mínimo recordar la famosa cancioncilla (ese enlace es un poco repetitivo, pero no he encontrado otro vídeo que incluya más estrofas) y caminar durante más o menos tiempo por la orilla del Támesis.

La idea que tuvimos cuando salimos de la calle de la perdición que es Charing Cross fue ir andando hasta el hotel por la orilla, cansados como ya estábamos, calculando que nos llevaría unos 45 minutos. Obviamente fue bastante más: una hora y pico en la que descubrimos que no siempre es posible caminar al lado del Támesis, al menos no por las dos orillas. Por suerte el hotel estaba en la orilla sur por lo que el corte inmediato del paseo en la orilla norte no nos vino horriblemente mal.

Las fotos de esta entrada están tomadas deprisa y corriendo, mientras Manuel seguía andando y yo luego le alcanzaba de nuevo. Y es que por bonito que estuviera el atardecer y por buenas que fueran las vistas si nos hubiéramos parado en seco cada vez que yo quería hacer una foto no habríamos llegado al hotel ni a medianoche.

Así que íbamos haciendo una cuenta atrás de puentes, comentando los edificios que se veían a ambas orillas (la Tate Gallery no mejora nada con los años), cada vez con más dolor de pies y cargados con unos cuantos libros que cada vez pesaban más.

Lo que también notamos, no necesariamente aquí en la orilla, sino en general, es que otra vez vuelve a haber muchos homeless en las calles. Uno de los primeros anuncios que nos llamó la atención mientras esperábamos al metro en Heathrow fue uno en que salía una casa semitransparente que dejaba ver que estaba hecha de cartas. Pedían ayudas para los refugios que tenían que acoger a tanta gente en estos tiempos en que muchos pierden sus casas. Terrible.

Lo único bueno de todo eso es lo baja que está la libra y lo bien que teníamos el cambio. Aun así, las cuatro libras que cuesta coger el metro (da igual si es a Heathrow que si es a la parada siguiente) son excesivas, sobre todo teniendo en cuenta lo poco claro que queda adónde van a parar viendo el estado precario de la mayoría de las estaciones. Esa misma noche, volviendo al hotel (¡no queríamos andar más!) cogimos el metro en una estación (no recuerdo cuál exactamente) en la que había que bajar 193 escalones - lo ponía - en espiral que no parecían terminar nunca y que cada vez producían más claustrofobia. Y todo, creo, para que no nos sirviera de mucho esa estación. El caso es que he aquí una recomendación para futuros viajeros a Londres: sacad con antelación en la web una Oyster Card. Es una especie de abono que vas recargando con dinero y, lo más importante, hace que los viajes cuesten bastante menos (las cuatro libras se quedarían en 1,50). Creo que solicitarla es gratis y te la mandan por correo vivas donde vivas. Nosotros tenemos claro que la próxima vez la llevaremos encima y de hecho esta vez no llevarla fue una tontería, porque sabíamos de su existencia y sus ventajas.

Volviendo a la orilla sur, la zona de alrededor de nuestro hotel es muy curiosa. No muy, muy turística, aunque sí que tiene unas cuantas atracciones. Sobre todo tiene pinta de Londres del siglo XIX , con edificios de piedra amarilla, calles estrechas, pequeños túneles, una antigua cárcel, el famoso Borough Market, hermanado con el de La Boquería y que, aunque esta vez no entramos, está muy, muy bien abastecido, la catedral de Southwark y un largo etcétera. La catedral de Southwark es pequeñita pero muy mona, aunque esta vez estaba en obras. Me acordaba de Vera Brittain, que cuando empezó a trabajar de enfermera en Londres era en un hospital de la orilla sur y en una ocasión comenta cómo ella y una amiga acudieron a un concierto en esta catedral. La foto no es de este día del paseo eterno, sino del día siguiente, pero cualquier otra foto de la catedral sin un "escarabajo" auténtico es mucho más aburrida.

Y, después de una parada técnica en nuestro Marks & Spencer para abastecernos y otra parada técnica en un West Cornwall Pasty para comprar un sausage roll (con cada visita a Inglaterra me van gustando más) y reponer fuerzas llegamos por fin al hotel, justo a tiempo para dejar las cosas y salir pitando de nuevo.
Para entonces ya había anochecido (estas fotos no son de cuando salimos, sino de cuando aún íbamos al hotel) y yo decidí que era hora de estrenar mi gorro aunque no hacía demasiado frío. Volvimos (¡en metro!) al centro para dar unas vueltas buscando el Comedy Theatre, donde ponían el musical que habíamos elegido: Sunset Boulevard, muchas canciones del cual tenían que sonarme según Manuel y a mí no me sonaban de nada. Pero me gustó mucho de cualquier forma, y me gustó tanto como siempre la costumbre de comer una tarrinita de helado en el entreacto.

Cuando acabó quedamos con otros visitantes madrileños y dimos un paseo nocturno por Covent Garden buscando un sitio donde cenar fuera de hora (eran las diez y pico, en provincias no lo habríamos encontrado), vimos a muchas chicas londinenses vestidas como si fuera agosto y oímos a un busker (músico callejero de toda la vida, vaya) tocar Hallelujah.

Fin del día 1, que dio muchísimo de sí.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Rumbo a Charing Cross

La verdad es que en este viaje no podemos quejarnos nada de retrasos porque tanto la ida como la vuelta fueron con puntualidad británica. El vuelo de ida fue "curioso" (por llamar de alguna manera al griterío que había), compensado por el comandante/guía turístico que nos señaló durante todo el viaje los lugares de interés. Sobrevolar los Pirineos nevados fue espectacular, se quedaban los ojos pegados a la ventanilla.

Al bajar del avión, como siempre, sabes que estás en Inglaterra porque hasta el aeropuerto tiene moqueta en la mayoría de los pasillos. Inconfundible.

El día en Londres, eso sí, era espectacular. Pocas veces se ve el cielo tan despejado, tan azul. Además el avión había tenido que hacer tiempo dando vueltas sobre Londres - con el comandante de guía, claro - así que habíamos tenido nuestro London Eye particular. Menudas vistas. Y de frío nada de momento (de hecho el sábado sólo me puse el gorro un rato por la noche y más por cabezonería - nunca mejor dicho - que por otra cosa). En Londres también pasa esa cosa extraña de que la gente, en cuanto ve un rayo de sol que calienta un poco, saca ya la indumentaria veraniega del armario.

El fin de semana aprovechan para cerrar tramos de metro y "hacer obras" (supongo que para evitar que se caigan a trozos) y como no había carteles informativos claros, nuestra memoria de todos los cortes que habíamos leído el día anterior no daba tanto de sí y estábamos un tanto espesos debido a la falta de sueño, resultó que dimos un pequeño rodeo innecesario para llegar al hotel (eso sí, como había partido del Arsenal, yo estaba integradísima con mi abrigo rojo). Luego la zona de la salida del metro al hotel es también un pequeño laberinto de varios niveles si no sales por la salida conocida. Menos mal que durante todo esto era Manuel el que llevaba la maleta y yo estaba a salvo de los londinenses que atropellan. Una vez más comprobamos que el londinense medio camina mucho más rápido que el resto del mundo. Qué velocidad.

Por fin llegamos al hotel, curioseamos un rato la habitación y salimos de nuevo rumbo a... Charing Cross, por supuesto. Con una parada técnica antes de arrasar en las librerías para comprar entradas para algún musical en la taquilla de mitad de precio. Las entradas para el musical que Manuel quería estaban agotadísimas como ya suponíamos, pero el que elegimos no estaba nada mal tampoco (más sobre esto en futuras entradas). Leicester Square en febrero estaba tan llena de gente como en agosto.

En Charing Cross hicimos también la parada obligatoria delante de la plaquita de Helene Hanff/Marks & Co. antes de proceder a ninguna otra cosa. Ahí sigue el restaurante de los últimos años.

Entramos en Any Amount of Books que, supongo que sin tener nada que ver con Marks & Co. en lo que a aspecto se refiere, junto con otras tiendas de segunda mano son lo más parecido que queda, con sus parqués viejos que crujen, las estanterías altísimas llenas de libros y los cajones de libros baratos a pie de calle.

Paseando por Charing Cross también me acordaba de Herbert Brush de Mass Observation, hombre adicto a comprar en esta calle, que anotaba en su diario como algo notable que había pasado por Charing Cross sin comprar nada y que decía que el mejor momento para atravesar esta calle sin tener que echarse la mano al bolsillo era durante un bombardeo (durante la Segunda Guerra Mundial).

Y como en nuestro caso - por suerte - no había bombardeos, pues allí estábamos entrando y saliendo de librería en librería. Blackwell's, tan bonita como siempre, donde dan mis bolsas preferidas, donde abandoné a Diana Mitford (también su autobiografía, a pesar de ser mucho más asequible) y a Penelope Fitzgerald por caras, donde nos sentamos un rato en sus fabulosos sillones (me encanta que la mayoría de las librerías grandes inglesas tengan sillones tan cómodos) y donde salimos con la segunda bolsa del día (la primera había sido de Any Amount of Books). Y depués la foto souvenir de Borders y la visita a Foyle's, librería también con encanto (y cuya foto salió rara pero bonita) a pesar de tener una tarjeta para clientes llamada Foyalty Card.


Y así seguimos pululando por la calle, encaminando nuestros pasos de nuevo hacia el hotel para dejar todas las compras (y es que no hubo librería en la que entráramos y saliéramos con las manos vacías), en lo que pensábamos que sería un paseo largo que nos permitiría descansar un rato en el hotel antes de salir de nuevo para ir al teatro.

El paseo se convirtió en larguísimo y en el hotel no pudimos estar más de 10 minutos pero las vistas fueron tan bonitas que mereció la pena. Mañana fotos.

martes, 24 de febrero de 2009

De vuelta

Ayer volvimos con puntualidad británica y una maleta que a la ida iba prácticamente vacía y ayer volvía bastante más llena y con 9 kilos de más en libros.

Mis padres me preguntaron por teléfono cuántos libros habíamos comprado y fui incapaz de dar un número concreto. Esta mañana os puedo ahorrar el recuento de la torre aclarando que son 17 (diecisiete), algunos por decisión unánime, algunos de Manuel, algunos míos.

Y el libro de libros, claro: el Sony reader con el que acabo de estar jugando un rato y con el que pienso seguir jugando hoy y mucho tiempo más. Ya tengo algunos libros instalados y listos para ser leídos.

En la foto se ve, además, una taza gigante de un Starbucks londinense (parece ser que, aunque hago como que no, realmente colecciono las tazas de ciudades de Starbucks) y dos cajas de tés: una más de a pie, de té normal y corriente de comercio justo de Marks & Spencer (teníamos un Marks & Spencer pequeñito sólo de comida al lado del hotel en el que no había vez que pasáramos por delante sin entrar. Y todo lo que probamos estaba riquísimo; además aparte de esta caja tengo dos paquetitos más 16 bolsas cada uno que nos regalaron en una feria de comercio justo con la que nos topamos el domingo), y otra caja de té del otro extremo: Queen Anne de Fortnum & Mason.

Y poco más en el frente culinario. Pese a los planes de comprar clotted cream, dulces para futuros sábados de repostería y demás la cosas se quedó en eso: en planes. Y es que siempre que pasábamos por un supermercado que no era el Marks & Spencer (donde no vendían nada de lo anterior) bien íbamos muy cargados, bien teníamos prisa, bien teníamos planes de ir cargados. Y lo fuimos dejando hasta que llegamos a un punto de no retorno. Pero en realidad no me quejo. Lo poco que ha llegado es el delicioso (en serio, si alguien va a Inglaterra que pase por un Marks & Spencer y lo pruebe: es el mejor zumo del mundo, y no exagero) zumo de limón de Marks & Spencer (e in situ bebimos muchas más botellitas, a pesar de que era invierno), un sandwich de gambas y mayonesa después de haber comido in situ también unos cuantos y un par de bolsitas de eclairs.

Volviendo al principio de esta entrada caótica y antes de estos días ir poniendo algunas fotillos, creo que debo comentar brevemente los 17 libros de la foto, aunque pinchando sobre ella se ven bastante bien los títulos. Desde arriba:

- Poetical Works de Elizabeth Barrett Browning. Una gran sorpresa, un gran hallazgo. Ya hablaré de dónde la compré, ahora basta con decir que por cuatro libras tengo en casa lo que considero una pequeña joya: una edición que reúne toda la poesía de Elizabeth Barrett Browning publicada en 1900 por Smith, Elder & Co, editores años antes de Charlotte Brontë entre otros muchos autores muy conocidos.

- Few Eggs and No Oranges, de Vere Hodgson. Después de tantas recomendaciones en el blog no podía dejarlo escapar, y eso que me costó lo suyo encontrarlo. En muchas tiendas estaba agotado (no pudimos pasar por la tienda de Persephone) y en secciones distintas: en Foyle's estaba agotado en la sección de cocina (!), pero por suerte en Waterstone's* estaba disponible en la sección de biografía.

- Mother Can You Hear Me?, de Margaret Forster. De Margaret Forster no dejo pasar casi ningún libro que veo.

- A Literature of Their Own, de Elaine Showalter. Un clásico de la literatura escrita por mujeres. Estaba en la lista mental de Manuel, pero yo me subo al carro con gusto.

- The Sweet Dove Died, de Barbara Pym. Barbara Pym me acompañaba como lectura de este viaje (aunque he leído más bien poco); de este libro - como de tantos otros suyos - he oído maravillas. Y la portada acompaña.

- Daphne du Maurier, de Margaret Forster. Lo quería siempre vagamente por aquello de estar escrito por Margaret Forster, pero desde que el año pasado leí Daphne de Justine Picardie me interesaba mucho más. En el anterior viaje a Londres lo había visto muchas veces de segunda mano pero como era de esperar en este no se veía por ningún sitio. Manuel lo encontró en Waterstone's, junto con otros dos de Daphne du Maurier que también están en mi wishlist. Vino con los tres a tentarme pero conseguí "eliminar" los otros dos.

- Young Voices, de Lyn Smith. Ya hablaré de dónde y por qué compré este. De momento basta con decir que es de la Segunda Guerra Mundial vista por niños que la vivieron.

- Revolutionary Road, de Richard Yates. El domingo, a pesar de que Londres estaba bastante más animado de lo que cabía esperar, terminamos yendo al cine en Leicester Square. Después de más de 30 minutos de anuncios comenzó una película que, cuando acabó y a diferencia del resto de la gente de la sala que salió escopetada, nos dejó pegados al asiento. Lo primero que Manuel dijo fue: "mañana quiero ese libro". Y lo compramos ayer en el aeropuerto.

- The War of the Ring, de Tolkien. Este no es mío.

- Georgy Girl, de Margaret Forster. Uno de los primeros libros de Margaret Forster. Fue directo a la cesta de Waterstone's.

- Sylvia Plath, de Linda W. Wagner-Martin. De segunda mano y más de Manuel que mío.

- Miss Pettigrew Lives for a Day, de Winifred Watson. Después de quererlo desde hace mucho, de ver pasar el estreno de la película sin que nadie trajera el libro aquí tenía que comprarlo. El libro de Persephone más vendido.

- The Beginning of Spring, de Penelope Fitzgerald. Había mucha Penelope Fitzgerald donde elegir, pero como este me lo habían recomendado especialmente, fue el elegido. Tenía en mente también So I Have Thought of You, una colección de cartas suyas. Pero como tantos otros que quería y que estaban en tapas duras y no bajaban de las 25 libras decidí que aquí era cuestión de cantidad y que tarde o temprano saldrán en tapas blandas a precios mucho más asequibles (So I Have Thought of You sale en agosto en tapas blandas, de hecho).

- Selected Letters, de Virginia Woolf (ayudada por la portada de los nuevos Vintage Woolf). Decidí que está bien tener los diarios completos, que está bien querer los ensayos completos, pero que para las cartas, ahora y siempre (son muchísimos tomos), creo que me conformaré con el "resumen".

- No Fond Return of Love, de Barbara Pym. Me gustan estas portadas de Jessie Ford a pesar de ser un poco chicklit. Hace juego con la de mi lectura actual.

- At Mrs Lippincote's, de Elizabeth Taylor. Abrumada por la variedad de Elizabeth Taylor y el hecho de que aún tengo en la estantería un par de libros suyos sin leer decidí que no iba a comprar ninguno. En Waterstone's, agotados, nos sentamos un rato en una zona de sofás de lo más apañada. Pero yo no podía estarme quieta, así que me fui a pulular de nuevo y acabé en la T de Taylor, donde cogí este al azar, lo abrí al azar y me salió una mención de Anne Brontë. Picada por la curiosidad y por el dolor de pies, me lo llevé conmigo, fuera de la cesta, al sofá. Lo abrí de nuevo al azar y salió una mención de Jane Eyre. Era claramente una señal: a la cesta.

- Further Letters of Mrs Gaskell. El último de la larga lista pero el primero que compré al llegar en Any Amount of Books, una tienda de segunda mano en pleno Charing Cross. Siempre lo quería, pero ahora que tengo mi ritual nocturno de cartas de Elizabeth Gaskell no lo podía dejar escapar, y mucho menos por 10 libras.

Así volvimos, y todo esto es lo que espera sobre la cama a que alguien lo lleve a la estantería. Creo que el alguien soy yo, así que mejor que me ponga a ello, que me va a llevar un buen rato.

Y, lo dicho, ya iré poniendo fotos londinenses esta semana.

* Y es que nos desviamos - mucho - de la campaña Salvemos Borders. Entramos en el Borders de Charing Cross, le hicimos fotos con la plena seguridad de que es la última vez que lo vemos allí, compramos algún(os?) libro(s?), peeeeeeeeero no arrasamos como en el Waterstone's-librería-más-grande-de-Europa, donde no sólo compramos el Sony Reader, sino una cesta llena de seis (de los 17 totales) libros.

viernes, 20 de febrero de 2009

London Calling

Lo bueno de los viajes cortos es que como hay pocas cosas que llevar no suena demasiado mal decir que a poco más de 24 horas de plantarte en el sitio de destino no has metido ni un mísero calcetín en la maleta. Lo raro de este viaje corto es que aunque nos permitiría ir con mochilas y ahorrarnos todo el proceso de facturación y, peor todavía, recogida de maleta, llevamos la maleta de siempre para poder acomodar los libros las compras londinenses.

Llevamos toda la semana haciendo planes raros de esos que se hablan pero no queda muy claro si llegarán a materializarse. Son tres días y, quieras que no, todo lo que se habla, todo lo que se mira en la guía, no puede estrujarse en ellos. También hay que tomarse las cosas con calma. Así que hay que establecer prioridades y tenemos una muy grande llamada Charing Cross. Y menos mal que existe esa calle que con su nivel concentrado de librerías por metro cuadrado hace que haber ido hojeando el libro Book Lovers' London estos días no haya sido tan doloroso. Hay muchas librerías muy tentadoras como es de esperar. Y además María recomendó Hatchards, cerca de Piccadilly, que conserva casi el mismo aspecto con que se inauguró en 1797. Yo había oído hablar de ella de pasada pero ahora me ha picado mucho la curiosidad. A ver si conseguimos pasar - momentáneamente - de largo del Waterstone's de Piccadilly (¡la librería más grande de Europa!) y acercarnos a Hatchards (que en realidad es de HMV, igual que Waterstone's) y curiosear, ya que estamos ahí, Fortnum & Mason, que está ahí al lado desde antes incluso que la librería (noventa años antes, de hecho, que se dice rápido). Veremos.

He reducido los libros londinenses que he tenido entre manos estos días a los de la foto. Al final sólo el popout se vendrá, como siempre, con nosotros (creo que ya no concibo viajar sin un popout, pero si hasta llevo siempre el de Barcelona en el bolso).

El tiempo no tiene mala pinta (ideal para el famoso gorro). Otro complemento del viaje serán las ojeras: mañana nos levantamos a horas intempestivas y el domingo por la noche/de madrugada son los Oscars y Manuel, un fan, no piensa perdérselos ni en Londres (y a lo mejor hasta podemos verlos por TV).

Y ahora mejor que me ponga con alguna de las cosas que hay que dejar hechas, ¿no?

Hasta la vuelta.


(La canción London Calling de The Clash del título puede oírse aquí).

jueves, 19 de febrero de 2009

Flores

Ha empezado la temporada de flores, esas grandes desconocidas. Yo las miro, las huelo (y una de estas huele de maravilla), les hago fotos pero soy incapaz de llamarlas por su nombre, salvo por la margarita (blanca). A la morada hasta ayer la llamaba "especie de margarita rara morada" pero gracias a Elvira me enteré de que se llama margarita africana. Mucho mejor así.

El caso es que Manuel las trajo el sábado y pensamos que durarían un par de días. Y hoy es jueves y aún duran, y eso que las pobres pasaron por el trance de un suicidio colectivo cuando las dejamos (las dejó Manuel, de hecho*) en un sitio empinado del que terminaron por caerse. Siguen oliendo - menos, eso sí - de maravilla y una de estas fotos queda preciosa en mi fondo de escritorio.


*Para que no todo sea barrer culpas para fuera debo confesar algo que no había contado aquí antes por pura vergüenza: el final de nuestra segunda flor de pascua. Este año debía de pesar alguna maldición sobre ellas y nosotros porque la segunda... la segunda acabó muerta bajo mis pies. La tenía puesta en el suelo al lado de la cama dándose un baño de luz y no me acordé y quise pasar y de repente, zas, la pobre planta estaba partida a la mitad. Ahora me río un poco, pero en su momento me dio tanta pena.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Watching the English, de Kate Fox

Cuando el año pasado leía The English, de Jeremy Paxman descubrí (y adquirí) Watching the English, de Kate Fox. Y sí, me entró por los ojos porque esta foto de dos ingleses leyendo tranquilamente el periódico debajo de su paraguas me pareció una joya. Ahora, después de las cuatrocientas y pico páginas que tiene el libro, sé que, mientras leen, están pensando "typical!" (¡típico!) con una mezcla propia de resignación, un poco de molestia y ciertos aires de omnisciencia.

Y el hecho de que una sola palabra pueda decir tantas cosas sirve para entender el resto del libro. Hay cosas en que, para bien o para mal, tengo que creer a Kate Fox a pies juntillas y hay otras en que gracias al conocimiento de causa me hacían reír a carcajadas y asentir con la cabeza. Así que por lo que puedo juzgar, los intentos de Kate Fox - antropóloga - por despegarse de todo lo que ha conocido y verlo desde fuera fueron un éxito, a pesar de que el libro ya va camino de los cinco años.

Hay muchas estadísticas, muchas entrevistas tanto a ingleses como a extranjeros detrás, muchas observaciones desde el palco pero también muchos experimentos en carne propia en los que la pobre mujer lo pasa fatal: mucho empeño hay que ponerle a un libro para salir a chocarse a propósito con la gente para ver cómo reacciona o, peor aun, saltarte las colas en Inglaterra. El primer ejemplo quien haya ido a Inglaterra seguro que lo conoce (sin haberlo hecho a propósito): te chocas con alguien, es culpa tuya y sin embargo la víctima es la que te pide disculpas rápidamente (la excepción que Kate Fox no incluye y que yo me estoy temiendo de cara a este fin de semana es que eso no ocurre si llevas una maleta en Londres y son los otros los que se chocan contigo y te llevan por delante; en ese caso no hay disculpas y supongo que es la excepción que confirma la regla).

Es cierto que es más serio de lo que yo me esperaba. Hay mucho humor, muchas anécdotas, muchas cosas que hacen reír, pero es un auténtico estudio antropológico de los ingleses: una radiografía que explica cómo y dónde viven, cómo hablan (el famoso U and non-U de Nancy Mitford sigue vigente prácticamente en su totalidad), qué comen y por qué, qué hacen en su tiempo libre y por qué, cómo y dónde trabajan, cuáles son las reglas ocultas de los pubs (hay muchas, muy raras y muy inesperadas), y un largo etcétera. Siempre se mueve entre las diferencias de clases tan pronunciadas en Inglaterra y tan independientes del dinero. Al final te das cuenta de que la clase más alta y la clase más baja tienen muchas más cosas en común entre ellas que con el resto de clases intermedias.

Y que todos tienen unos puntos en común, más o menos marcados, que hacen de los ingleses lo que son: la (falsa) modestia, la igualdad (precisamente a cuento de las clases sociales y de ahí que se anden tanto con please y thank you), la moderación, la discreción, el pesimismo resignado (tipo Eeyore, el burro, en Winnie the Pooh), la obsesión con el juego limpio y el ser justos con los demás (de nuevo por lo de las clases), el odio absoluto a hablar de dinero y, sobre todo, la falta de destreza social y el sentido del humor. Es muy interesante el análisis del sentido del humor inglés, de dónde viene y a qué se debe que no haya conversación inglesa que no derroche pequeños chistes e ironía. Porque lo ingleses, ante todo, son una gente que se toman poco en serio, que saben reírse de sí mismos. Al menos según Kate Fox.

Lo que menos me ha gustado es el pequeño resumen al final de cada capítulo que parecía una especie de repaso de la lección en un libro de texto. ¡Ya sabemos sacar solos las conclusiones, gracias!

La lectura fue elegida a propósito con vistas al fin de semana londinense como es obvio. Ahora ya voy armada y preparada para observar todo aquello que ha comentado Kate Fox: ya sé cómo tengo que comer los guisantes si quiero dármelas de pertenecer a la clase alta (aunque yo me pongo dos de azúcar en el té, lo que por lo visto me sitúa en el otro extremo), qué gestos hacer si alguien se me quiere colar en una cola o cómo dar la propina en un pub.

martes, 17 de febrero de 2009

Noche de viernes: The Go-Between (El mensajero) (1970)

Aunque Manuel ya había visto The Go-Between (El mensajero) en versión cinematográfica y aunque dijo que no la veríamos en Noche de viernes cuando yo leí el libro hace poco, al final le gusta tanto que no se pudo resistir. Y aunque es una película nosotros la dividimos en dos y nos ha durado dos semanas al más puro estilo miniserie.

Por alguna razón los años setenta parecen haber sido la época dorada de las adaptaciones, o al menos de los libros cuyas adaptaciones nos interesan. Sin ir más lejos, la anterior Noche de viernes estuvimos viendo una adaptación de Cumbres borrascosas de este mismo año, la anterior Jane Eyre 1973 y así, no necesariamente seguidas, varias adaptaciones más. Es curioso. Eso sí, con época dorada no me refiero a las mejores adaptaciones sino al número de adaptaciones. Que no quiero que parezca que incluyo Jane Eyre 1973 en el grupo de buenas adaptaciones.

A pesar de todo eso de la supuesta época dorada, casi siempre que hablo de una adaptación de los años setenta, no dejo de comentar el look setentero o cosas típicas de la época que hacen que la película se quede encasillada en su época. Así que cuando empezamos a ver esta adaptación y las cosas que daban fechas concretas eran escasas y puntuales me sorprendí bastante. (Por lo visto el presupuesto es la clave). Sabes que no es de los noventa, pero cuesta más ubicarla, a no ser que hagas un poco de trampa y te guíes por las edades de los actores principales: Julie Christie y Alan Bates.

Es muy buena adaptación. Tanto que consigue que te olvides del libro, no porque no se separe de él en absoluto (entonces tendrías el libro muy presente, como en Jane Eyre 1973) ni porque, al contrario, se aleje kilómetros de él (también tendrías el libro presente, notando consciente o inconscientemente los cambios). Se queda a la distancia justa, hace los cambios justos que pide el nuevo formato y, sí, es probable que sea una de las mejores adaptaciones de cualquier libro que he visto, más que nada porque he descubierto justo eso: que las buenas adaptaciones literarias te hacen perder el libro de vista. ¿Cuál es el truco? Tener a un guionista de excepción llamado Harold Pinter que 35 años después de adaptar esta película y hacer muchas, muchas cosas más gana el premio Nobel de Literatura. ¿Cuántos guionistas que adaptan novelas ganan el Nobel? Tan pocos como adaptaciones así de buenas hay por ahí.

Si a ese guión se le suman buenos actores (muchos nombres conocidos, pero hay que tener en cuenta que el mensajero era un niño de 14 años prácticamente desconocido y sobre el que, quieras o no, recae todo el peso de la película), buenos lugares de rodaje y demás, la combinación es perfecta.

lunes, 16 de febrero de 2009

Libros y libras

Tanto rollo con Londres por aquí y Londres por allá y hasta el jueves pasado no caí en la cuenta de que los ingleses siguen siendo muy suyos y siguen sin haberse pasado al euro (y es dudoso que se pasen, la verdad). Vamos, que se nos había olvidado completamente ir al banco a pedir unas pocas libras.

Resulta que en mi sucursal me decían que la cantidad que yo les pedía era muy baja y que a no ser que les pidiese nada menos que 500 libras no me las podían conseguir (siempre estaban dispuestos a hacerme el chanchullo de cargarme las 500 libras a mi cuenta y luego admitir que les devolviese las que yo no quería, con la doble comisión de ida y vuelta, claro) así que hoy me he plantado en una sucursal bien céntrica para pedir única y exclusivamente las que necesito para un fin de semana. Al menos el cambio - para lo que ha sido la libra - acompaña. Si la cosa se mantiene así los libros y demás nos van a salir mejor que de costumbre.

Después de recoger las libras me he pasado a recoger un libro que tenía encargado (la "excusa" es, obviamente, que cuantos más libros consiga aquí, más me puedo centrar en comprar en Londres aquellos que no es predecible que lleguen a estas tierras; predicciones que suelen fallar casi siempre: los que piensas que traerán nunca llegan y los que compras porque crees que es imposible que los traigan los encuentras en la primera visita a cualquier librería después de volver): Consuming Passions, de Judith Flanders (autora de The Victorian House) sobre el ocio en la época victoriana. ¿Quién se podía resistir, y más teniendo el otro libro de la autora?

Hablando de libros, parece que aún veremos las librerías Borders in situ, que siguen agonizantes pero resisten como pueden. Creo que tenemos que dar por inaugurada la campaña Salvemos Borders fase Reino Unido, aunque no estoy segura de que la neoyorquina fuera un éxito.

Lo que tenemos claro es que el paseo por Charing Cross y todas y cada una de sus librerías (¡Borders! ¡Blackwell's! ¡Foyle's! ¡Any Amount of Books! ¡librerías de segunda mano donde cruje la madera! ¡la plaquita de Marks & Co! y un largo etcétera) no nos lo quita nadie. Ahora bien, la tarde del domingo nos preocupa seriamente. Ya pasamos un terrible domingo en Londres en agosto una vez y no queremos revivirlo, y menos ahora que es febrero, hace frío y oscurece antes. Londres, por mucha gran ciudad que sea, es una ciudad muerta los domingos por la tarde: las tiendas, las cafeterías, los museos y la vida se acaban, como muy tarde, a las seis de la tarde. Y sólo quedan los turistas que pululan como almas en pena. Estamos barajando la posibilidad de ir al cine, por raro que sea.

En fin, que en todo esto venía pensando yo cuando he llegado a casa y me he puesto un vasito de zumo de fresa (lo cuento más por explicar la foto que por otra cosa). Y se confirma que no soy muy de zumos: pese a lo mucho que me gustan las fresas y lo poco artificial del sabor... psch, no me ha dicho gran cosa.

domingo, 15 de febrero de 2009

Bizcocho de naranja, o cuenta atrás londinense

Ya que la semana pasada la repostería había sido tanto "de sobre" como "casera" y nos gusta alternar un sábado una y otro sábado otra este sábado estábamos indecisos con qué tocaba. Al final las hojitas con varias recetas de dulces que me había dado mi madre pudieron más y escogimos el bizcocho de naranja (si alguien quiere la receta que la pida y se la paso encantada). Además fue la excusa perfecta para estrenar por fin el molde de "plum cake" de silicona naranja (muy adecuado) que esperaba turno en el armario desde agosto o septiembre.

Quedó riquísimo, y el olor mientras se hacía era espectacular. Aunque debo reconocer que unos minutos más en el horno (y eso que lo tuvimos 15 minutos más de lo indicado porque el palillo seguía saliendo sucio) no le hubieran venido del todo mal (pero cuando lo sacamos por fin el palillo ya salía limpio). Pero vamos, que no es que esté crudo ni nada y que hemos dado buena cuenta de él, aunque entra en la categoría de los "muy contundentes".

El sábado que viene no habrá repostería porque... ¡estaremos en Londres! (aunque a esas horas hemos quedado con otros viajeros madrileños en un sitio de tartas, así que la no-repostería no quiere decir no-dulces) . Esta semana, como siempre antes de los viajes por cortos que sean, hay que hacer muchas cosas, preparar, cambiar y ajustar planes pero... con mucho gusto, sí señor.

Pero bueno, mientras hacemos tiempo para Londres hay cosas que no cambian: la película clásica que hoy acompañaba la plancha y las aceitunas era, tal y como recomendó la única lectora, It Happened One Night (Sucedió una noche). Muy, muy buena como - aunque no siempre funcione así - acreditan sus muchos Oscars. Y el hecho de que las ventas de camisetas interiores de hombre descendieran considerablemente porque cuando Clark Gable se descamisa no lleve demuestra lo popular que fue en su día: 1934, que nos da pie a abandonar la anarquía y reconducir el ciclo clásico a la seriedad cronológica. A partir de ahora, dice Manuel, seguiremos un orden riguroso. A mí la cronología siempre me parece bien, más aun si las películas me gustan tanto como hasta ahora.

Y mientras escribía todo esto he descubierto que el té de Navidad- que aún dura, como los polvorones - con su ligero sabor a naranja combina de maravilla con el bizcocho. Hmmm.

Editado para añadir la receta:

Ingredientes:

- 150 grs de azúcar
- 3 huevos (1 entero y 2 yemas)
- 100 grs de mantequilla
- 1 naranja pequeña
- 1 yogur natural
- 200 grs de harina
- 1 cucharada y media de levadura en polvo
- 1 pizca de sal


Preparación:

Poner en un cazo con agua la naranja entera sin pelar, ponerlo al fuego y cuando empiece a hervir apartarlo y dejar que se enfríe la naranja dentro del agua. Una vez fría, sacarla del agua, secarla con un paño, trocearla (con piel) y batirla con la batidora. Después añadir el azúcar y hacerlo todo puré.

En un bol, batir primero las dos yemas y después el huevo entero y la mantequilla ablandada. Cuando resulte una crema mezclar con la naranja batida (que ya lleva el azúcar), el yogur, la harina, la sal y la levadura. Batir bien hasta que resulte una masa homogénea.

Engrasar un molde con mantequilla y verter dentro el preparado. Espolvorear la superficie con azúcar. Meter en el horno ya precalentado a media potencia durante al menos 30 minutos o hasta que un palillo salga limpio.


Fácil, ¿eh?

viernes, 13 de febrero de 2009

Antes y después

Tampoco es que el botecito de la clotted cream fuera nada del otro mundo, pero cuando el otro día se quedó vacío me daba pena tirarlo, así que lo lavé y lo dejé a la espera de encontrar algo con que llenarlo.

Ayer, para horror de Manuel que las aborrece, compré unas cuantas peladillas (a mí, en cambio, me encantan) y cuando llegué a casa y vi el bote vacío me di cuenta de que las peladillas estaban predestinadas, porque además la cantidad que llegó a casa (peladillas compradas menos peladillas devoradas ipso facto) cupo justo en su nuevo recipiente. Y queda tan apañadito que hasta Manuel se olvidó de poner cara de asco ante la sola mención de la palabra "peladillas" cuando se lo enseñé.

La caja que sale debajo en las dos fotos es la llamada "caja de los dulces", así que el rinconcito este se está convirtiendo en un antro de perdición. Para mí, claro, porque Manuel siempre se queja de que no hay nada dentro que a él le guste demasiado. ¿Qué culpa tengo yo si él es capaz de pasar de largo sin más miramientos las tiendas de chucherías y sin acaparar provisiones? Es más: ¿cómo puede ser que no le gusten los mega-chupa-chups de La Cure Gourmande o las chocolatinas Hershey's de Cookies'n'Creme o, ahora, las peladillas? Lo bueno es que no vive en una tentación constante como yo.

jueves, 12 de febrero de 2009

Gene Hunt

El otro día, después de escribir sobre Life on Mars, curioseé un poco por internet sobre Gene Hunt. Cuál fue mi sorpresa al encontrar que no soy la única que encuentra a este hombre teóricamente despreciable tan divertido en la práctica.

Encontré que en Facebook hay toda una Gene Hunt Appreciation Society y me alegré cuando pude curiosear a mis anchas por la página sin pertenecer a Facebook. No sé qué vino antes si la página o la camiseta pero desde luego me incluyo en espíritu en tal sociedad. De la camiseta me gusta más el concepto que la camiseta en sí, porque no todo el mundo sabe - por desgracia para ellos - quién es Gene Hunt, y llevar una camiseta de un señor que apunta con una pistola no termina de convencerme.

La Gene Hunt Appreciation Society también me hizo recuperar y reírme de nuevo con un montón de frases célebres de Mr Hunt y encontrar mi favorita de nuevo (con lo que nos reímos cuando la oímos por primera vez en la serie):

Gene: What?
Sam Tyler: I think we need to explore whether this attempted murder was a hate crime.
Gene: What as opposed to one of those I-really-really-like-you sort of murders?

Gene: ¿qué?
Sam Tyler: creo que tenemos que investigar la posibilidad de que este intento de asesinato fuera un delito de odio.
Gene: ¿cómo? ¿a diferencia de un asesinato de esos de "me caes muy, muy bien"?

miércoles, 11 de febrero de 2009

Sylvia Plath y el febrero londinense

He aquí otro parte meteorológico histórico londinense: el invierno de 1962-1963 fue de los más fríos del siglo en Londres, con un mes de febrero especialmente duro. Tal día como hoy en 1963, Sylvia Plath llevaba días con las cañerías de su casa congeladas y cortes de electricidad, dos niños con gripe y poco dinero. Nadie se pone de acuerdo sobre si su intención era real o sólo quería llamar la atención, pedir ayuda, pero el caso es que la mañana del 11 de febrero, se levantó, preparó el desayuno de los niños y se lo llevó a su cuarto, pegó un cartel en la puerta pidiendo que llamaran a su médico, volvió a la cocina, selló la puerta con trapos húmedos y metió la cabeza en el horno.

Por fin, después de varios intentos, la mujer que había escrito Dying/Is an art, like everything else./I do it exceptionally well (Morir/es un arte, como todo./Yo lo hago excepcionalmente bien.) por fin lo había conseguido.

Manuel es un verdadero fan de Sylvia Plath, en la estantería hay muchísimos libros suyos: diarios, cartas, poemas... Así que hoy, para que no se diga, me dedicaré a leer algún poemilla suyo. Al menos The Bell Jar (La campana de cristal) sí que la leí hace unos años. No es uno de los libros que se puede decir que "gusten", pero me pareció bueno, y eso que ella lo escribió por motivos puramente comerciales y bajo pseudónimo.

De todos modos, mi imagen mental de Sylvia Plath es increíblemente similar a la de la foto que acompaña esta entrada: una escritora que adoraba los páramos de Yorkshire, visitaba Haworth y la casa-museo de las Brontë y escribía poemas inspirados por Cumbres borrascosas.

Mejor que con el fragmento anterior de Lady Lazarus, que es tan triste, me quedo con el final de The Bell Jar (La campana de cristal):

My stocking seams were straight, my black shoes cracked, but polished, and my red wool suit flamboyant as my plans. Something old, something new...

Las costuras de mis medias estaban rectas, mis zapatos negros, pese a las grietas, brillaban, y mi traje de lana rojo relucía tanto como mis planes. Algo viejo, algo nuevo…

martes, 10 de febrero de 2009

Inseparables


Dos fotos muy parecidas a las de la merienda de hace unos días, pero es que ahora ya hay luz cuando me tomo el té de la tarde y hay veces, como cuando el té da esa especie de luz, que me resulta imposible no sacar la cámara. Así lo que normalmente me planteo como una buena sesión de té y lectura termina siendo también una sesión fotográfica del té y la lectura.

Como las fotos son de hace unos días el libro que posa no es el actual sino el de Vera Brittain.

lunes, 9 de febrero de 2009

Life on Mars

Hace meses intentamos empezar a seguir Life on Mars (Life on Mars), serie de la BBC, en Antena ¿tres? ¿punto nova? ¿punto neox? No recuerdo, quizá incluso la fueron cambiando de canal al tiempo que la cambiaban de día y hora para hacerlo más entretenido, supongo. El caso es que la cosa llegó a un punto en que exigía demasiado esfuerzo y además supongo que dejaron de ponerla a la mitad (porque, total, ya van ellos a hacer la versión española así que para qué quiere nadie la inglesa), como tantas otras series, así que decidimos tomar las riendas del asunto.

Y como tenemos rituales para casi todo (el otro día le comenté a Manuel que pese a ser el ritual original no tenemos comida asociada a las Noches de viernes y me hizo callar pidiendo que no nos cuadriculásemos ya más de lo que estamos), la noche de sábado es la noche de las series más, no sé cómo llamarlas, ¿comerciales? y las palomitas. La noche de sábado nos llevó a terminar de ver Las chicas Gilmore y a ponernos al día con Lost (Perdidos), aunque como la nueva temporada de esta última ya ha empezado volvemos a estar ligeramente desfasados. Cuando acabamos Lost inconscientemente creamos una noche temática de series policiacas retro: sesión doble de Life on Mars y Cold Case (Caso abierto).

Pero el sábado pasado se nos terminó Life on Mars. Fue una pena, pero a veces da gusto ver una serie que se toma a sí misma lo suficientemente en serio como para no alargarse a todas las temporadas que la audiencia aguante. Life on Mars tiene dos temporadas cortitas que cunden mucho más que las 15 de otras series.

El caso es que para mí al principio la gracia de Life on Mars estaba en dos cosas: el acento de Manchester y la buena recreación de la Inglaterra de los años 70, que para algo es la BBC. Pero luego, a medida que íbamos viendo más episodios todo eso me seguía gustando, pero la trama principal y las restringidas a cada capítulo me iban interesando más e iban consiguiendo que los personajes fueran más que una gente que hablaba con acento chulo.

Sam Tyler, debatiéndose el pobre sobre si está en coma, vivo o muerto y sin saber por qué de repente está en 1973, oyendo cosas extrañas y, sobre todo, pasando miedo con la niña de la carta de ajuste de la época (diré aquí lo que decía siempre que salía en la pantalla, y ya no hablo del último episodio: ¡¿quién fue la cabeza pensante que pensó que esa imagen terrorífica fuera la de la carta de ajuste?!). Y por si eso no fuera poco teniendo que lidiar con unos métodos de investigación totalmente distintos a los que él conoce de su vida normal en el año 2006.

Con quien también lidia es con Gene Hunt (interpretado por Philip Glenister, que también hacía de Mr Carter en Cranford). Ay, Gene Hunt... Gene Hunt es la prueba de que un buen guionista(junto con un buen actor) puede obrar milagros. He aquí un señor de entrada insoportable: violento, machista, chulito, más bien bebedor y demás adjetivos igual de favorecedores que sin embargo y sin saber muy bien cómo cae bien al espectador. Sus chistes, sus frases tan bestias, sus comentarios hirientes son terribles a la vez que impresionantes. Con todos sus muchos (muchísimos) defectos Gene Hunt terminó la serie gustándome más que los acentos de Manchester y la buena recreación histórica.

El otro día viendo el último episodio me quedé sin palabras y me dio mucha más pena que se acabara la serie de lo que imaginaba cuando empezamos a verla. Pero como Manuel me dijo me queda un consuelo: la nueva compañera de Cold Case es Ashes to Ashes, serie que, ya sin Sam Tyler (y sin Annie Cartwright, con lo bien que me caía), sigue a Gene Hunt y los dos pánfilos que le acompañaban también en Life on Mars en el Londres de 1981. Sólo espero que Gene Hunt siga siendo igual de repugnante - e igual de divertido - que en Life on Mars.