sábado, 27 de abril de 2013

The Woman Who Died a Lot, de Jasper Fforde


A estas alturas de la película saga poco puedo decir de Jasper Fforde. Si alguien no está familiarizado con sus libros nada que yo diga y menos de ya la séptima entrega de Thursday Next le va a decir gran cosa y, en el caso contrario, los lectores que sean adeptos como yo, no necesitan que se lo vendan, ya llegarán a él por sí mismos.

Si de algo sirve esta entrada es para reiterar mi admiración por el señor Fforde y su imaginación. No sólo echa por tierra aquello de que "segundas partes nunca fueron buenas", sino que además sigue manteniendo su falsedad en la séptima parte y, ya prometida, una octava.

Thursday Next sigue siendo tan auténtica, tan original, tan sorprendente y tan divertida como siempre. Y tan recomendable.

Conference at Cold Comfort Farm (Flora Poste y los artistas), de Stella Gibbons

Me veo obligada a confesar que la esperada saga a uno de mis libros preferidos, Cold Comfort Farm (La hija de Robert Poste), Conference at Cold Comfort Farm (Flora Poste* y los artistas), de Stella Gibbons, me decepcionó hasta tal punto que las últimas cincuenta o incluso más páginas fueron sometidas a la típica lectura rápida de "quiero quitarme este libro de encima ya pero voy a hojear las últimas páginas por si mejora un poco y/o pasa algo relevante al final".

Lo empecé con mucha ilusión. Eran muchos años barajando la posibilidad de comprarlo de segunda mano para saciar la curiosidad y qué alegría me llevé hace un par de años cuando Vintage empezó a reeditar la bibliografía de Stella Gibbons (Nightingale Wood, por ejemplo) y vi que este estaba incluido.

Al empezar a leerlo ya entendí la razón de que el éxito de Cold Comfort Farm no venga seguido del hecho de que esta segunda parte (eso me pasa por hablar de las segundas partes) fuera fácil de encontrar antes de haberse reeditado: es un libro muy, muy, MUY fechado. Fechado hasta el punto de que fuera de su contexto y por más que uno quiera ponerle interés y tratar de situarse en el tiempo, no tiene ninguna relevancia a día de hoy. En Cold Comfort Farm, Stella Gibbons ya se mofaba de algunas corrientes artísticas y literarias del momento pero la broma llegaba más o menos hasta nuestros días. En este, pese a entenderse el trasfondo y ver a qué se está refiriendo, la broma se pierde (al menos en mi caso) y Conference at Cold Comfort Farm se vuelve una novela tediosa, con parodias sin gracia alguna y unos Starkadders de marcado acento que ni siquiera merece la pena desentrañar porque entenderles o no aporta lo mismo a la historia: nada, porque es predecible y bastante aburrida.

Me gustaría salvarlo por algún lado. Lo intenté mientras luchaba por leerlo, pero no pude. Un gran chasco. Por suerte tengo más libros rescatados de Stella Gibbons que leer e incluso Christmas at Cold Comfort Farm, que pese a la decepción con este me animaré a leer alguna Navidad, que espero que estén más a la altura de lo que conozco y me gusta de Stella Gibbons.

*Aunque en realidad en este libro ya no se llama así, sino Flora Fairford.

viernes, 26 de abril de 2013

At Freddie's, de Penelope Fitzgerald

Yo sigo on mi lectura cronológica de la obra de Penelope Fitzgerald. Esta vez tocaba At Freddie's que, cuando comencé a coleccionar este álbum de cromos particular, era de los libros que más me llamaban la atención. Aclaro, eso sí, que mi edición y mi portada no se corresponden con esta de la foto, pero me ha sido imposible encontrar la portada del ejemplar que compré de segunda mano y tirado de precio por internet.

Y muchas veces pasa eso, que crees que un libro lo tiene todo para gustarte y, sin embargo, sin disgustarte, no te convence. Eso es lo que me ha pasado con At Freddie's. Vamos, Penelope Fitzgerald podía escribir lo que quisiera que lo leería igual sólo por el placer de leer su prosa concisa pero exacta, pero reconozco que esperaba más de esta novela. Quizá la forma de leerla, a trompicones, no fue la ideal o quizá tampoco ayudaba que mi cerebro se empeñara (¡¿por qué?!) en atribuir su autoría a Muriel Spark y toooodas las noches, cuando llevaba un rato (= un minuto o así, pero leer con sueño ralentiza el tiempo) leyendo, mi mente procesaba que este libro no era de Muriel Spark sino de Penelope Fitzgerald (algunos días incluso tuve que consultar la portada). Nunca me había pasado nada tan raro leyendo un lbro como esto pero el caso es ese, que At Freddie's es la novela secreta que Muriel Spark escribió para Penelepe Fitzgerald. O esa al menos es la teoría conspirativa que se ha montado mi pobre neurona.

At Freddie's, que tiene lugar en la década de los sesenta, cuenta las aventuras y desventuras de unos cuantos personajes relacionados con la academia de teatro infantil y juvenilde Freddie, una mujer que siempre se las ingenia para salirse con la suya. Freddie es la proveedora oficial de jóvenes actores para Peter Pan o alguna obra de Shakespeare donde hay algún niño como King John del West End y los intríngulis de la academia son, desde luego, dignos de alguna obra del dramaturgo al que Freddie venera.

Aun así, pese a no haber terminado de conectar con el argumento, el leer la prosa de Penelope Fitzgerald (incluso cuando una la confunde constantemente con la de Muriel Spark) es aliciente suficiente.

Hannah threw her things on to the bed. Well, the matches, the kettle. Thank God, she thought, that even if our faith divides us, we both belong to a nation that makes tea as soon as it gets under a roof.
Hannah dejó caer sus cosas sobre la cama. Y entonces: cerillas, tetera. Gracias a Dios-pensó-que, aunque nuestra fe nos separa, los dos formamos parte de una nación que prepara té en cuanto cruza el umbral de la puerta. (Traducción rápida y muy cutre mía).

jueves, 25 de abril de 2013

Call the midwife (¡Llama a la comadrona!), de Jennifer Worth (y serie TV)

Call the midwife (¡Llama a la comadrona!), de Jennifer Worth, es un libro de esos que un buen día entran en tu radar pero que mentalmente archivas para más adelante. Se va cruzando en tu camino y lo sigues postergando, hasta que - en este caso - se pone de moda gracias a la serie de televisión y entonces sale del letargo en tu memoria y lo quieres leer YA. Y entonces la edición normal está agotada y - justo castigo - sólo te queda hacerte con la que lleva la portada de la adaptación televisiva.

Lo bueno del asunto es que los libros son benévolos y ahí se queda su castigo. El contenido es idéntico independientemente de cuando llegues a ellos. Y es que las memorias de Jennifer Worth como comadrona del East End londinense durante los años cincuenta son una joya. No sólo son un valioso documento histórico de cómo se vivía (y nacía) hace no tanto tiempo sino que la personalidad culta, respetuosa y educada de la autora hace de ellas una gran lectura. Impresionante la sencillez, la humildad y la naturalidad con la que escribe Jennifer Worth. Lo que, por el tema, ya resultaría interesante de entrada, ella lo cuenta y lo mejora muchísimo. Además tiene el don de saber qué contar y cómo contarlo así como el de describir muy bien a los que le rodean. Mucho he leído sobre si hay un toque de ficcion en las memorias o no. Ya se suele decir que la realidad supera a la ficción pero, si lo hubiera, es a pesar de todo tan creíble que no creo que fuera más que un poco de color añadido, aunque sigo dudando de si llega a eso.

Confieso que vimos la serie antes de leer el libro y que el especial de Navidad se me juntó con la lectura así que me destriparon lo correspondiente a la señora Jenkins, pero poco me importó, porque leerlo contado por la autora fue como haber llegado sin saber nada del pasado de esa mujer que aparece en el especial de Navidad. Lo mismo la historia de Mary que aparecía en la primera temporada y que se cuenta en el libro. Sabes lo que va a ocurrir a grandes rasgos, pero cuando lo estás leyendo es como si todo fuera nuevo.

La serie nos gustó mucho también. Me parece que la ambientación (menos la nieve cutre del especial navideño), las actrices, (quizá falla el hombre de mantenimiento, que por la descripción de Jennifer Worth parece difícil de replicar), el guión (de Heidi Thomas, que adaptó Jane Eyre en 2006) están clavados y se respeta más o menos el espíritu del libro en el sentido de no caer en ñoñerías (con bebés siempre es fácil) ni esperpentos (con temas médicos siempre es fácil) y sí en fijarse proporcionar un retrato completo de la época a través de cómo nacían los niños del East End en la década de los cincuenta. De nuevo, una palmadita en la espalda a aquellos que siempre tienen lo de "todo tiempo pasado fue mejor" (o similares) en la punta de la lengua. Libros y series como esta lo desmienten.

En fin, que un libro y una serie de lo más recomendables. Nada más terminar Call the Midwife pedí los siguientes de Jennifer Worth (dos más sobre sus vivencias como comadrona en el East End y otro más sobre su vida después de eso y su trabajo, entre otros muchos y muy variados, como enfermera de personas mayores, justo el extremo opuesto). Veremos cuándo los leo y ojalá los traduzcan también.

Esta noche empezamos a ver la segunda temporada.

miércoles, 24 de abril de 2013

Below Stairs (En el piso de abajo), de Margaret Powell

Lo he dicho en más de una ocasión, pero me repatea la gente para la que "cualquier tiempo pasado fue mejor". Puede que refriéndose a algún aspecto concreto antes se viviera mejor, pero en general me cuesta creerlo y lo el aspecto positivo creo que llevaría como contrapartida muchos negativos.

Una cosa es ser nostálgico o disfrutar leyendo sobre el pasado. Quién soy yo para criticar eso cuando mi imaginación parece varada permanentemente en la Inglaterra victoriana o de la primera mitad del siglo XX. Pero de ahí a desear haber vivido en aquellos tiempos hay un trecho y la (falsa) nostalgia no me da para tanto. No niego que viajaría con gusto - y con billete de vuelta garantizado - al pasado para conocer cómo era todo de primera mano, pero si existe el riego de que el billete de vuelta se pierda por el camino, yo no me muevo de aquí.

Adoro series como Upstairs, Downstairs (la serie original, la actual ni frío ni calor) o Downton Abbey, pero hay que verlas sabiendo que juzgar cómo se vive en una época determinada según ellas es como, qué sé yo, valorar cómo se vive en la actualidad viendo Mujeres ricas. Y luego la gente de "cualquier tiempo pasado fue mejor" las usa como ejemplos de todo lo bueno que se perdió. Por eso es de agradecer la existencia de libros como Below Stairs (En el piso de abajo) de Margaret Powell, publicado por primera vez en 1968.

Margaret Powell no se corta y cuenta su trayectoria de niña que ayudaba en la cocina a cocinera con pelos y señales y de primera mano. Con un toque de amargura también, eso es cierto, ¿pero quién no sentiría cierto resentimiento al recordar cómo le hacían planchar los cordones de las botas ajenas cada mañana? La horrorosa rutina de las criadas ya la conocía por The Victorian House, de Judith Flaners, pero recordarla siempre me espanta.

Un libro que se lee muy rápido, con mucha curiosidad y que sirve para quitar el tinte rosado de las gafas que reparten con ciertas series históricas. Creo que a partir de ahora voy a tener un ejemplar de sobra para regalarlo cada vez que alguien suspire con nostalgia al recordar el bonito pasado. Al entregar el libro intentaré, además, contenerme y no darle con él en la cabeza.

martes, 23 de abril de 2013

Virginia Woolf, de Michèle Gazier y Bernard Ciccolini

No sé dibujar y no sé esquematizar. Resumir y condensar se me da fatal. Así que el hecho de que Michèle Gazier y Bernard Ciccolini hayan sido capaces de convertir la biografía nada menos que de Virginia Woolf en novela gráfica me parece toda una proeza.

Y quizá no debería sorprenderme tanto porque, pese a tener una creciente y obsesiva colección de libros por y sobre Virginia Woolf, con mi famosa manía de no leer biografías hasta haber terminado toda su obra - o lo más relevante de la obra como mínimo - aún no he leído ninguna biografía suya en condiciones. De modo que mis conocimientos acerca de la vida de Virginia Woolf son probablemente igual de esquemáticos que esta novela gráfica (ojo que no digo que el trasfondo de la novela lo sea, puesto que es más que probable que haya un trabajo de investigación notable).

Si no fuera por la escasez de tiempo, con Virginia Woolf ya podría lanzarme a leer alguna biografía puesto que, aunque lejísimos de haber leído toda su obra, sí que creo que he leído como mínimo lo principal. Y quizá fue por ello por lo que me di el permiso mental para ponerme con esta novela gráfica. O quizá - lo más probable y menos elaborado - simplemente me llamó tanto la atención que no pude evitar leerla ipso facto.

Y lo cierto es que se deja leer de maravilla y que las ilustraciones acompañan. Como digo, quizá se queda un poco en la superficie, pero, claro, para eso hay otras biografías mucho más extensas.

Me queda la duda de qué pensaría Virginia Woolf si viera su vida contada en cómic. ¿Qué le parecería? Con otros autores, aunque me equivoque, puedo arriesgarme a imaginar qué pensarían acerca de las cosas, pero con Virginia Woolf siempre me resulta imposible, quizá a causa de no conocer más que episodios concretos de su vida. En cualquier caso me parece una mujer fascinante con una vida que supera a la ficción. Y para quienes no quieran ir hilvanando anécdotas y episodios sacados de contraportadas, cronologías y notas al pie de sus libros, esta novela gráfica es un buen - y bonito - punto de partida para conocerla.

Más sobre Virginia Woolf en este blog (entradas más recientes a más antiguas):

- Virginia
- El Dreadnought y su sentido del humor
Between the Acts (Entreactos)
- Ochenta años en una habitación propia
- The Years (Los años)
- Virginia Woolf's Nose, de Hermione Lee
- Sus habitaciones propias
- Virginia Stephen
- Coleccionando sus diarios: parte 1 y parte 2.
- Muñecos literarios
- The Waves (Las olas)

lunes, 22 de abril de 2013

Instructions for a Heatwave, de Maggie O'Farrell

No sé si alguna vez he contado cómo Maggie O'Farrell se convirtió en una de esas escritoras cuyos libros compro nada más publicarse y, a ser posible, los leo de inmediato también. Por si acaso lo ¿vuelvo? a contar. Simplemente en una reunión familiar en casa de una de mis primas, hace muchos años (2000-2001), me prestó unos cuantos libros en inglés, uno de ellos el debut de Maggie O'Farrell: After You'd Gone, que leí en un suspiro y que fue de esos libros que dejan huella y cuyos personajes nunca te abandonan del todo. De vez en cuando te acuerdas de ellos como de viejos amigos. Muchas escenas, imágenes, sensaciones de After You'd Gone me dejaron huella y es uno de esos libros que, si alguna vez me viera forzada a elaborar una lista imposible de los libros que ejercen de cimientos, estaría en ella sin dudarlo. Devolví el libro sin pena alguna porque me fui directa a comprarme un ejemplar para mí.

Por desgracia sus dos libros siguientes, My Lover's Lover y The Distance Between Us, no me dijeron gran cosa, salvo por el hecho de gustarme cómo estaban escritos y encontrar a los personajes interesantes. After You'd Gone había puesto el listón muy alto y, en particular My Lover's Lover me pareció un libro con una trama - no puedo decirlo de otra forma - bastante estúpida. No sé, quizá si ahora lo releyese no me parecería tan mal, pero en su día esa fue la impresión que me causó.

Así que ahí estaba Maggie O'Farrell, con potencial, pero sin volverme a enganchar como con After You'd Gone. En el verano de 2006 Manuel y yo fuimos a Londres y The Vanishing Act of Esme Lennox (La extraña desaparición de Esme Lennox) estaba recién publicado. Lo compré sin dudarlo, no sólo por la autora, sino porque el tema me parecía interesante y, pasando unos días en Barcelona con Manuel antes de volverme a Madrid, lo devoré y me encantó. Y eso no fue nada comparado con lo muchísimo que, hace ya tres años, me gustó The Hand That First Held Mine.

Con esta historia llegué yo a Instructions for a Heatwave. ¿Y qué decir de él? Pues que se ha quedado en un limbro entre los que me gustaron mucho y los que no me gustaron demasiado. Una vez más sus personajes, sus descripciones, sus detalles me han parecido fascinantes pero la trama en sí y - sin destriparlo - el final en concreto me han dejado no exactamente decepcionada pero sí esperando más.

Aun así lo leí bastante rápido (para mi ritmo actual de "¡Bien! He conseguido leer dos líneas antes de comenzar a perder el control sobre mis párpados") y no es un libro que no recomiende, simplemente me da la impresión de que no es el mejor libro de esta autora. Mi perita en dulce lectora es una saga/historia familiar y este libro cuenta una, así que en ese sentido al menos ya me tiene ganada. Es un libro ameno, que se deja leer, sin más.

Creo que, junto a Helen Dunmore, Maggie O'Farrell es la autora actual que más me hace creerme el entorno que describe. Así como en pleno verano madrileño pasé frío leyendo The Siege de Helen Dunmore, leyendo Instructions for a Heatwave en nuestra habitación del Old White Lion en Haworth con una calefacción aceptable pero más pensada para la gente de Yorkshire que para unos pobres "sureños", casi pasé calor reviviendo aquella mítica ola de calor/sequía inglesa de 1976. Curiosamente mientras estábamos allí aquella ola de calor salía a colación puesto que aquel año nevó en abril. Veremos qué pasa este año. De momento me parece un "márketing" interesante para el libro.

domingo, 21 de abril de 2013

Semana de Sant Jordi

Me gustaría decir que lo hago en pro de la literatura y de la cultura y esas cosas de las que le gusta presumir a la gente, pero lo cierto es que Sant Jordi / el día del libro me viene que ni pintado para, durante una semana, desatascar el blog de borradores-reseña. Durante esta semana me dedicaré a ir publicando entradas sobre libros que leí pero cuyas reseñas escribí demasiado tiempo después (es decir, una semana o así) como para ser detalladas y un poco más profundas. Son entradas superficiales del tipo "me gustó"/"no me gustó", pero a estas alturas me veo incapaz de ahondar más. Aun así me daba pena borrarlas definitivamente pero me estaba torturando verlas permanentemente en estado de borrador. Así que en este blog Sant Jordi, en lugar de vérselas con dragones, se las ve con mi pila de borradores.

(Ahora sólo necesito otro santo o similar que me sirva para destascar el resto de entradas variadas. Hmmm... creo que en breve haré una semana de limpieza primaveral de blog o algo así. Los borradores realmente me desquician y por alguna razón parece que me cuesta darle a la tecla de publicar en el momento. Quizá necesito terapia para una de esas dos cosas. O para ambas.)

Dejaré las entradas programadas para que salgan a primera hora de cada día y el último día contestaré a los comentarios que hayáis podido dejar (no los doy por hecho porque realmente son entradas muy pobretonas).

En cualquier caso aprovecho desde ya para desearos un feliz día de Sant Jordi / día del libro y la rosa.

jueves, 18 de abril de 2013

Cajón de sastre de Haworth


Esta foto de mis pies hundidos en la nieve fue de las primeras que hice. En ese momento me impresionó la profundidad aunque luego pisaría en zonas más hondas. La profundidad de la nieve en mi mítica caída libre desde la lápida (extraña combinación de palabras) no se me pasó por la cabeza fotografiarla, pero la marca de las botas se perdió cubierta por la nieve. Con eso lo digo todo.

Lo bueno es que nuestra habitación del Old White Lion tenía tan buenas vistas que podíamos disfrutar del espectáculo sin temor a caídas, resbalones o similares y con carámbanos de regalo:




Oh, cómo me gustan las repisas de las ventanas de las casas inglesas. Sirven para cosas como estas:




Mi visita solitaria a la exposición temporal había estado precedida por el siempre agradable encuentro con la bibliotecaria de la casa-museo. La idea era que Manuel y Héctor viniesen también a saludarla y luego uno de los dos sacara a Héctor a la calle. Pero Héctor, un niño que normalmente se porta muy bien, eligió ese momento para tener un ataque de nervios. Dada la siesta épica que se echó después, fue todo a causa del sueño y, yo creo, un poco de frustración con la nieve también. Pero el caso es que tuve que ir yo sola a la biblioteca del museo - oh, sacrificio - y, puesto que tenían ganas de conocer a Héctor, excusarle diciendo que no entendía el tiempo, a lo que las dos presentes respondieron que ellas tampoco. Una conversación puramente inglesa.

Fue, como siempre, un rato agradable, lleno de conversación Brontë desmedida que imagino que, oída por algún desconocido, debía parecer de locos.

De allí salí feliz como después de cualquier charla absorbente y agradable y con esto (y muchísimas compras más de la tienda) debajo del brazo:



Hojeándolo me entretuve en jugar con el tiempo y el espacio. Una foto hacia el lugar en que, hace muchísimos años, tomaron la foto de la ventana desde donde yo estaba. ¿Tiene sentido? Es complicado. (En el edificio en segundo término la ventana que está más a la izquierda).



En fin, que espero que, una vez más, os haya gustado la crónica (y como siempre un nombre demasiado rimbombante para lo que en realidad es) de este viaje. Para los interesados por la literatura en general y las Brontë en particular: animaos a ir, sobre todo ahora que está la casa-museo redecorada. Es (casi) tan sencillo como esto:




A finales de agosto/principios de septiembre está el brezo en flor en los páramos y eso es algo que hay que ver. (Siempre que no nieve, ya que desde ahora esa siempre será una posibilidad de los viajes a Haworth).

Y no podía acabar sin mostrar a Héctor estrenándose en pisar la nieve, sentir un frío polar y pasear por el centro neurálgico de Brontëlandia:


martes, 16 de abril de 2013

Los páramos nevados o 'this waste of virgin snow'

Entrada "dedicada" a Manuel, por haber dejado aparcada su aversión a la fotografía y haber accedido a llevarse mi cámara para inmortalizar los páramos nevados. Todas las fotos de esta entrada son suyas.

Con el frío y la nieve, nos tuvimos que repartir a Héctor. Igual que yo me fui a hacer fotos y demás mientras Manuel se quedaba con él en el hotel, yo me quedé con él mientras Manuel se aventuraba a los páramos. Aunque siento no haber puesto pie en ellos, no sé si, de no haber estado Héctor, me hubiera animado a ir de todos modos. Si ya hacía frío en las zonas "civilizadas" y si ya el viento habitual de los páramos es brutal, no logro imaginar cómo era caminar por ellos esos días.

Así que mientras Héctor dormía una siesta épica, yo miraba por la ventana del hotel, tomaba un té calentito y humeante y hojeaba algunos libros, Manuel hacía de Lockwood en Wuthering Heights (Cumbres borrascosas), de Emily Brontë:


I took my hat, and, after a four-miles’ walk, arrived at Heathcliff’s garden-gate just in time to escape the first feathery flakes of a snow-shower.
On that bleak hill-top the earth was hard with a black frost, and the air made me shiver through every limb. [...]
The snow began to drive thickly. I seized the handle to essay another trial; when a young man without coat, and shouldering a pitchfork, appeared in the yard behind. He hailed me to follow him, and, after marching through a wash-house, and a paved area containing a coal-shed, pump, and pigeon-cot, we at length arrived in the huge, warm, cheerful apartment where I was formerly received [...]
[F]ive minutes afterwards, the entrance of Heathcliff relieved me, in some measure, from my uncomfortable state.
‘You see, sir, I am come, according to promise!’ I exclaimed, assuming the cheerful; ‘and I fear I shall be weather-bound for half an hour, if you can afford me shelter during that space.’
‘Half an hour?’ he said, shaking the white flakes from his clothes; ‘I wonder you should select the thick of a snow-storm to ramble about in. Do you know that you run a risk of being lost in the marshes? People familiar with these moors often miss their road on such evenings; and I can tell you there is no chance of a change at present.’ (ch. II)

Manuel no llegó a Top Withins, las ruinas que se encuentran en el lugar en que se supone que Emily Brontë ubicó Cumbres borrascosas, así que no tuvo que vérselas con la "hospitalidad" de Heathcliff.



Yo veo las fotos y recuerdo la poesía de Emily Brontë (los páramos y ella son inseparables, independientemente de las circunstancias):

Cold in the earth—and the deep snow piled above thee,
Far, far removed, cold in the dreary grave!
Have I forgot, my only Love, to love thee,
Severed at last by Time's all-severing wave?

Now, when alone, do my thoughts no longer hover
Over the mountains, on that northern shore,
Resting their wings where heath and fern-leaves cover
Thy noble heart forever, ever more?

Cold in the earth—and fifteen wild Decembers,
From those brown hills, have melted into spring:
Faithful, indeed, is the spirit that remembers
After such years of change and suffering!

Sweet Love of youth, forgive, if I forget thee,
While the world's tide is bearing me along;
Other desires and other hopes beset me,
Hopes which obscure, but cannot do thee wrong!
(Fragmento del poema Remembrance)



Come, walk with me,
There's only thee
To bless my spirit now -
We used to love on winter nights
To wander through the snow;
Can we not woo back old delights?
The clouds rush dark and wild
They fleck with shade our mountain heights
The same as long ago
And on the horizon rest at last
In looming masses piled;
While moonbeams flash and fly so fast
We scarce can say they smiled -
(Fragmento del poema Come, Walk with Me)



And, in the red fire's cheerful glow,
I think of deep glens, blocked with snow;
I dream of moor, and misty hill,
Where evening closes dark and chill;
For, lone, among the mountains cold,
Lie those that I have loved of old.
(Fragmento del poema Faith and Despondency)


They weep, you weep, it must be so;
Winds sigh as you are sighing,
And winter sheds its grief in snow
Where Autumn's leaves are lying:
Yet, these revive, and from their fate
Your fate cannot be parted:
Then, journey on, if not elate,
Still, NEVER broken-hearted!
(Fragmento del poema Sympathy)



Y también un poco de Anne Brontë:

But I oped my eyes at last,
And I heard a muffled sound,
'Twas the night breeze come to say
That the snow was on the ground.

Then I knew that there was rest
On the mountain's bosom free;
So I left my fevered couch
And I flew to waken thee.

I have flown to waken thee
For if thou wilt not arise,
Then my soul can drink no peace
From these holy moonlight skies.

And this waste of virgin snow
To my sight will not be fair
Unless thou wilt smiling come,
Love, to wander with me there.

Then awake! Maria, wake!
For if thou couldst only know
How the quiet moonlight sleeps
On this wilderness of snow

And the groves of ancient trees
In their snowy garb arrayed,
Till they stretch into the gloom
Of the distant valley's shade.

O, I know thou wouldst rejoice
To inhale this bracing air,
Thou wouldst break thy sweetest sleep
To behold a scene so fair.

O'er these wintry wilds alone
Thou wouldst joy to wander free,
And it will not please thee less
Though that bliss be shared with me.
(Fragmento del poema The Sudent's Serenade, de Anne Brontë)



Manuel cuenta - y fotografió - pisadas profundas de otros aventureros en los páramos. A la ida el viento helado le empujaba en la espalda, a la vuelta tuvo que hacerse una visera con la mano para poder ver dónde pisaba, así de fuerte era el viento de cara. Al volver a la habitación del hotel venía con las mejillas heladas y rosadas del frío. Creo - espero - que la acogida que le dimos Héctor y yo fue mejor que la de Heathcliff a Lockwood.

jueves, 11 de abril de 2013

Zona Brontë


No es que necesitemos buscar excusas para visitar Haworth. Una de las excusas era que Héctor hiciese su primer peregrinaje literario, si bien no resultó del todo afín a lo que imaginábamos: no subió las escaleras por las que subían las Brontë por su propio pie, sino conmigo en la mochila; no corrió por los páramos primaverales y verdes y de hecho no llegó a pisar siquiera los páramos cubiertos de nieve. Pero, aunque muy diferente, la realidad estuvo a la altura.

La otra excusa para el viaje era ver la casa-museo redecorada. El año pasado encargaron un análisis de las paredes y demás a una experta que luego saca conclusiones acerca de cómo estaban decoradas en un periodo determinado. De modo que a partir de ese estudio se ha realizado una redecoración de pies a cabeza. El cambio es tal que es como pisar una nueva casa, como no haber estado nunca (de nuevo la página transparente de la que hablaba el otro día) y como entrar en la casa de verdad. Aparte de ciencia e investigación hay también mucho de conjetura y conclusiones, pero la atomósfera, que yo creo que ya lo era pese a ser un museo, es mucho más hogareña.


No daré muchos detalles, para que se mantenga la sorpresa para aquellos que sueñen con ir o con volver, pero hay tres habitaciones en las que podría a quedarme a vivir: el cuarto de estar, que si ya era acogedor ahora ya es - no encuentro otra palabra mejor - reconfortante, el estudio de Branwell (quién me lo iba a decir), cuyo papel pintado es precioso, y por último la habitación de Charlotte, pintada de un azul acuático que le da un tono de irrealidad de lo más adecuado. Llena esta última de todo tipo de parafernalia que parece sólo esperar que vuelva su dueña. Y esta vez el mítico y descolorido vestido de su luna de miel en la vitrina. Imponente pese a estar hueco. Seguramente aun más imponente con ella dentro, aunque ella no pensara así.

Visitamos todo esto con Sarah y Steve y con un Héctor algo inquieto en la mochila que se ponía un poco nervioso en cuanto me paraba a admirar alguna cosa demasiado tiempo. La exposición nueva, Heaven is a Home, dedicada al propio edificio y a sus habitantes más famosos así como al resto de habitantes que ha tenido a lo largo de los años, ese día sólo la pudo ver Manuel mientras Héctor campaba a sus anchas por el rellano que hay antes de entrar a la tienda. Pero no hubo problema, al día siguiente volví yo sola y la vi también con calma. La tacita y plato de cerámica para el té de juguete de Charlotte así como un león de madera de juguete me impactaron.

He aquí algunas de las fotos tomadas en mi paseo en solitario. Estoy encantada de la vida con ellas (no por calidad o porque sean especialmente buenas, simplemente por el recuerdo) y no se me olvida que las tomé casi a costa de perder las manos por congelación y de otra anécdota que quizá por escrito pierde gracia pero que me hace reír siempre que me acuerdo. Primero las fotos:








Dos antecedentes históricos a la anécdota (de ahí que pierda gracia). Uno de ellos es que cuando hemos visitado Haworth con un tiempo atmosférico que permite que se vean las lápidas del cementerio siempre me ha dado rabia/repelús la gente que se sube en ellas y si por lo estrecho que es me he visto obligada a poner el pie en una lápida lo he pasado fatal. Me siento como el marido de Charlotte Brontë, Arthur Bell Nicholls, cuando se empeñó en que los habitantes del pueblo dejaran de tender su ropa sobre las tumbas del cementerio. El segundo antecedente es que hace unos años un capítulo del programa inglés Most Haunted (donde un equipo de "profesionales" visita lugares donde supuestamente hay fantasmas/fenómenos paranormales y hace experimentos, etc.) fue sobre Haworth. Manuel y yo lo vimos con todo el escepticismo posible, claro, para reírnos, pero no imaginábamos que nos reiríamos de verdad hasta que uno de los expertos, en una toma de esas nocturnas con infrarrojos, pisaba y... caía al vacío en un hueco de una tumba. Me reí muchísimo, pero también me puso la carne de gallina imaginar que eso pudiera pasar.

Bueno, pues tan concentrada estaba yo en mis fotos y en no perder ninguna extremidad por congelación que no caí en ninguno de esos antecedentes. Bueno, me subí a una lápida con mucho dolor de mi corazón con el fin de desenterrar los pies de la nieve, de eso sí que fui consciente. Pero cuando ya había tomado las fotos que quería tomar desde allí, en lugar de bajar por donde había subido me bajé por el lateral, que yo esperaba encontrar a la misma altura. Y prefiero no meditar mucho acerca de donde caí (de pie), pero lo cierto es que los pocos centímetros de caída libre se me hicieron lo suficientemente largos como para recordar la caída del chico del programa de televisión. La nieve se quedó al bordecito de las botas y yo di gracias por el hecho de que no hubiera nadie alrededor que hubiera presenciado ni mi cara de susto ni el ataque de risa que me dio.

Cómo nos reímos luego, cuando volví al hotel y se lo conté a Manuel.

lunes, 8 de abril de 2013

Haworth



Ya expliqué en una ocasión cómo llegar a Haworth. Como siempre, compramos los billetes de tren con la misma antelación que los de avión. El billete de tren del trayecto Leeds-Keighley, sin embargo, se quedó sin usar puesto que nuestros amigos Sarah y Steve vinieron a buscarnos a la estación de Leeds. El viaje en coche hasta Haworth fue una especie de montaña rusa por cortesía de la nieve: aparte de haber muchísima, estaba la cuestión de que no se había compactado de modo que el viento hacía de la nieve caída una ventisca. Fue un trayecto curioso, de paisajes impresionantes, buena compañía, Héctor con el estómago en los pies y la confianza que da que el conductor se gane la vida conduciendo autobuses.

Ya nos habían avisado de que en Haworth había mucha nieve y hacía (aun) más frío que en Leeds. Fue totalmente cierto. El calendario decía que la primavera acababa de empezar pero en Haworth era pleno invierno. Atención a los carámbanos (¡Bien! Carámbano ha vuelto a mi vocabulario. Me pasé el viaje llamándolos icicles (en inglés) o estalactitas de hielo (en cutre)):



Esta vez cambiamos de alojamiento (bromeamos sobre hacer una guía hotelera de Haworth, si no fuera por el hecho de que cuando hubiéramos recorrido todos los hoteles habría pasado tanto tiempo que tendríamos que comenzar a evaluar los primeros de nuevo). Cualquiera que haya estado en Haworth sin duda ubica el Old White Lion: un pub con habitaciónes con una larga y curiosa historia. La comida ya la habíamos probado en anteriores ocasiones y sabíamos que estaba bien rica. Así que acompañados por Sarah y Steve, nos dedicamos a hacer acopio de calorías mediante un buen Sunday roast. Héctor debutaba en muchas cosas, el Sunday roast, por ejemplo, pero todas ellas fueron de su agrado: se integró en el pub de maravilla y disfrutó con su vaso de lápices de colores.

Con el estómago lleno y las energías repuestas nos dirigimos a la casa museo de las Brontë, pero eso es materia de otra entrada.


Una vez acabada la visita y después de dar un pequeño paseo y despedir a Sarah y Steve y dado que la tarde no invitaba a seguir paseando nos volvimos al hotel. Eso sí, allí di esquinazo a Manuel y a Héctor y me fui a dar una vuelta para tomar fotos y pasar frío (guantes y cámaras de fotos: esa incompatibilidad).

Estaba todo tan bonito, incluso a pesar de las obras que están haciendo aquí y allá (el Tour de Francia pasará por aquí en 2014 y ya han empezado a hacer retoques). Todo cerrado a cal y canto (hay una librería de Haworth que sólo abre ciertos días y que NUNCA hemos conseguido visitar. Cuando organizamos este viaje me froté las manos porque los domingos abre. Pero al parecer los domingos de centímetros de nieve en el suelo no: una vez más me quedé con cara triste mirando el escaparate), de modo que la mítica calma que transmite la nieve era innegable. A mí caminar por la nieve - salvo cuando llevo a un niño en la mochila y la cosa impone un poco más - siempre me hace gracia. Así que a pesar del frío disfruté muchísimo haciendo las fotos.

Siempre habíamos dicho que nos haría ilusión ver Haworth nevado; habíamos especulado sobre cuándo habría que ir: ¿enero? Pues no, y cuidado con lo que deseas: en pleno marzo y una nevada de esas que la gente dice que no recuerda otra igual.



Uno de los días que estuvimos allí hicimos recuento de las veces que hemos visitado Haworth y es curioso porque las circunstancias - no sólo el tiempo - entre unas y otras siempre son muy diferentes. De modo que pasear por Haworth es como ver lo mismo pero diferente de nuevo y al mismo tiempo ver una sucesión de transparencias de visitas anteriores, como esos cuentos con la página de plástico transparente que hace que el dibujo de detrás cambie. Donde ahora había nieve, la página transparente ponía el brezo de finales de agosto. Donde ahora había ramas invernales, la página transparente ponía las hojas brillantes de otra ocasión o las hojitas incipientes de otra visita. Donde ahora no se veía un alma, la página transparente ponía un montón de gente subiendo asfixiada la mítica calle empinada. Y así un largo etcétera.

Y así de bien me lo pasé yo haciendo fotos, recordando viejos tiempo y riéndome sola porque la nieve me da risa, qué le voy a hacer.

Al día siguiente, lunes, nos aventuramos a descender al supermercado del pueblo a por provisiones. Después de bromear sobre coger un trineo y dejarnos caer por la Main Street, pusimos a Héctor en la mochila e iniciamos el descenso, avisándonos de los tramos resbaladizos y/o peligrosos como los buenos montañeros. Quizá no ayudaba demasiado recordar que una criada de las Brontë había sufrido una grave caída en aquella misma calle al resbalar con el hielo.

El ambiente que se respiraba entorno al Spar no sé por qué mo recordaba a Cicely de Doctor en Alaska. Cosas que se pasan por una mente congelada. Y allí otra página transparente: el cajero automático (igual, más descolorido) al que tuve que acudir en caída libre la primera vez que visité Haworth para pagar las compras de la tienda de la casa-museo. Y el Spar tan (poco) glamuroso como siempre, pero al menos abierto.




La ascensión, que pensábamos que sería peor, se nos dio mejor. Fuimos por otro camino (página transparente a aquel diluvio en que Manuel luchaba con su poncho de lluvia cuando pensábamos que el diluvio era lo peor que veríamos en Haworth) y llegamos al calor del hotel con la idea de dejar las cosas y salir de nuevo. Ese era el plan, pero la rabieta de Héctor en mitad de la calle hizo que Manuel se lo llevara de vuelta al hotel y yo me aventurara sola de nuevo.

miércoles, 3 de abril de 2013

Al norte

Lo confieso: soy adicta a las previsiones de tiempo a diez días vista. Por más que Manuel me dice que es casi imposible y por más que he comprobado en mis propias carnes que no necesariamente aciertan, tengo como una alerta interior que me indica cuándo faltan 10 días para ir de viaje. El resto es por defecto.

En esta ocasión, con el viaje a Haworth-con-noche-en-Londres a la vista, cada vez que cargaba una página del tiempo (y sí, igual que soy adicta a mirar las previsiones a diez días soy adicta a seguir mirándolas una o varias veces a lo largo de esos diez días) la previsión iba a peor hasta a llegar a nieve y mucho frío. En Londres nos bajamos en la estación de metro del hotel a mediodía (jurando y perjurando no volver a tomar el mal llamado Gatwick Express; suerte que la vuelta era desde Heathrow) en mitad de una nevada. Héctor iba dormido en su carrito de viaje (es decir: un carrito infinitamente más incómodo y cutre que el habitual pero por alguna razón más transportable y, sobre todo, más estrecho). La capa de lluvia de ese cochecito sólo le cubría hasta las rodillas y aún no llevaba las botas de lluvia puestas. No pasaba nada puesto que sabíamos que el hotel estaba a dos pasos. Con lo que no contábamos era con dar esos dos pasos multiplicados por unos cuantos más en el sentido equivocado. Por alguna razón con la que nunca contamos tendemos a perdernos buscando el hotel, incluso cuando sabemos dónde está. Cuánto me gustaría poder echarles la culpa del despiste al frío y a la nieve. El caso es que cuando por fin dimos con el hotel, Héctor seguía milagrosa y plácidamente dormido pese a que tenía las rodillas de los pantalones mojadas (suerte que eran forrados y no le habían calado todavía).

Para esa tarde teníamos pocos planes: ir por Charing Cross, pulular de librería en librería e intentar no comprar demasiado puesto que al día siguiente bien temprano tocaba ir con la maleta a cuestas otra vez. A Héctor para la excursión londinense lo llevamos en la mochila Ergo, mucho más cómoda que el carrito, mucho más calentita (para mí también) y mucho más manejable. Y él encantado. Si alguien quiere un truco para apenas comprar nada en una librería es ir con un niño de 20 meses. En las librerías grandes lo bajábamos de la mochila (y también en la de segunda mano Henry Pordes, donde hizo buenas migas con el dueño y se lo pasó en grande con las rampas) y él correteaba de punta a punta a tal velocidad y con tales ganas de sacar todos los libros de su sitio que no había forma de mirar nada más. Así que salvo búsquedas a tiro hecho, aquello de pasear entre libros buscando la inspiración se acabó. Terrible para el espíritu pero excelente para la maleta y la cartera.

Como siempre acabamos en Foyles con unos momentos de paz patrocinados por los peces de la pecera de la librería (cuya existencia imagino que desconoce quien no la visita con niños; para mí fue una novedad).

Tuvimos la suerte, eso sí, de que pese a hacer frío, la nieve había parado. Héctor se deleitó viendo autobuses rojos de verdad por la calle, como los que tiene de juguete y los que hay por todas partes en su casa (es lo que tiene ser hijo de padres anglófilos), uno de ellos incluso decorado para una boda. Vimos las luces de los alrededores de Leicester Square y la propia Leicester Square renovada pero igual (aunque en un vistazo rapido no localizamos la estatua de Chaplin, ¿sigue ahí?). Paseamos un poco respirando el ambientillo. Y todo sin que yo hiciera una sola foto.

Al día siguiente, en el tren y con Héctor dormido encima me resarcí y tomé muchísimas fotos del camino al norte, con todo nevado de principio a fin, con los jardines traseros de muchas casa decorados con un muñeco de nieve.




Sabíamos que íbamos al norte, lo que no imaginábamos era que parecería que llegábamos al mismísimo Polo norte. La sensación, por cierto, comenzó ya en la propia estación de Kings Cross, con las cuasi-eternas obras terminadas. Está quedando muy bonita, pero de momento digamos que en días de tanto frío como ese y el de vuelta el adjetivo que no la descibe en absoluto es "acogedora".

Encontramos Haworth cubierto por la nieve. La bienvenida no fue en absoluto calurosa, pero sí espectacular.