viernes, 25 de noviembre de 2011

Ciudadanos del mundo


Que Héctor sea tan acaparador que haga que constantemente se me queden cosas por escribir en el blog, no quiere decir que no haya cosas que comentar: seguimos viendo muchas películas, muchas series, etc. Las salidas se han recortado un poco, aunque Manuel ha ido a ver algunos espectáculos nocturnos que me han puesto los dientes larguísimos, porque en ellas no cuento el paseo diario por las mismas calles y viendo las mismas caras. ¡Qué alegría cuando hay algún pequeño recado!

El caso es que para inyectarle variedad, Héctor y yo vamos a pasar unos días de avión en avión, siendo ciudadanos del mundo. Primero la semana que viene nos vamos unos diítas a Madrid, que ya era hora. A que Héctor vea caras nuevas, oiga nuevas voces y, sobre todo, a que le vean a él en tres dimensiones y puedan estrujar a estos siete kilos y pico de niño. Y que pase de mano en mano mientras mi espalda descansa precisamente de esos siete kilos que adoran estar en brazos (de pie y en movimiento).

Después volvemos, hacemos un parada técnica (léase: lavadora y plancha) y vuelta a hacer la maleta, esta vez también con Manuel. ¿Alguien apostó cuánto tardaría en entrarnos el mono de Inglaterra? Si fue así no sé cómo fueron las apuestas, pero quien predijera algo por estas fechas gana. Nos escapamos unos días a Londres, a empezar a llevar a Héctor al fantástico mundo de la anglofilia. Será un viaje tranquilito, conociendo un hotel nuevo más céntrico que el habitual (y que echaremos mucho de menos). Siempre he querido visitar Londres (y también Nueva York, para qué negarlo) en este puente, ya con toda la iluminación y decoración navideñas, que supongo que lo harán todo más tentador aún: las tiendas, los dulces, etc. Todo eso a cambio de la movilidad un poco reducida (tampoco mucho) y las pocas horas de luz. La lectura que me acompaña desde hace unos días es, claro, Imagined London. (Dejo para un día de estos una entrada programada sobre m lectura anterior).

A la vuelta espero poder hablar de los viajes, aunque sea a un ritmo más lento del habitual después de un viaje, pero al menos que quede constancia de ellos, ¿no?

¡Hasta la vuelta! (Y quizá algunos días más, que con Héctor nunca se sabe).

lunes, 14 de noviembre de 2011

A Glass of Blessings (Los hombres de Wilmet), de Barbara Pym

(Entrada programada, así que tengo pendiente contestar vuestros comentarios y comentar en vuestros blogs).

Ya suponía yo que Barbara Pym como acompañante no me podía fallar. Si bin la lectura de A Glass of Blessings (Los hombres de Wilmet) fue lenta (hablo en pasado porque lo acabé ya hace semanas) también fue satisfactoria. Con Barbara Pym no hay grandes sorpresas, siempre se encuentra uno en su pequeño mundo de pequeña comunidad, personajes tridimensionales y creíbles, sucesos eclesiásticos (dicho así esto no suena tan bueno como realmente es) y prosa sencilla, reposada y brillante, pero precisamente es ahí donde reside la magia, en que sabes que no te va a fallar. Y precisamene, con este ritmo de lectura tan irregular que llevo es justo lo que necesitaba: una historia sencilla, bien contada, que se disfruta página a página.

Publicada en la década de los años cincuenta, A Glass of Blessings tiene como protagonista a Wilmet, una treintañera casada (en un época en que ese status y esa edad eran diferentes a la actualidad) entregada a su parroquia (o a los cotilleos que este genera) y con un grupo de conocidos de lo más pintorescos todos, y que Pym utiliza para tratar dos temas que no siempre se esperan de ella: el adulterio (más o menos) y la homosexualidad (más o menos, también; en cualquier caso esto es Barbara Pym y si se caracteriza por algo es por la sutileza con la que trata los temas siempre, sean los que sean).

Una delicia más de Barbara Pym que recomenpensa mi afán de leer las obras de los autores en orden cronológico puesto que aparecen o se mencionan personajes de obras anteriores. Reconocerlos y saber de ellos (¿no es algo que siempre nos gustaría: saber qué fue de tal personaje de aquel libro?) es de lo más satisfactorio y una pequeña cosas más que sumada a tantas otras hacen de Barbara Pym una de mis escritoras preferidas.

Mis lecturas anteriores de Barbara Pym:

- Excellent Women (Mujeres excelentes)
- Jane & Prudence
- Some Tame Gazelle
- Less than Angels.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Panellets 2011

Entre que el tiempo aún no ayuda del todo (o quizá soy yo, que creo que aún tengo calor acumulado de agosto) y que a Héctor digamos que le gusta participar en las actividades familiares (por no decir directamente que le gusta estar en brazos y que el sitio donde más aguanta en casa aparte de en brazos es el cambiador (!) donde no se le puede dejar solo), tenemos un poco abandonada la repostería (la suplimos con dulces ajenos, eso sí), pero las tradiciones son las tradiciones y el sábado había que hacer panellets fuera como fuera.

Héctor estuvo los minutos que tardamos en hacer la masa en la hamaquita, pero luego ya decidió que había colaborado lo suficiente y quiso que lo cogiéramos, así que Manuel vio la excusa perfecta para escaquearse de la siempre odiosa tarea de hacer los panellets de piñones (pones un piñón y se caen tres). Niño feliz en el cambiador, padre moderadamente cómodo en un silla junto al cambiador hojeando una revista, y madre luchando con los panellets mientras una araña le da un susto digno de Halloween (aclaro que la araña nunca estuvo cerca de los panellets por si acaso), ese era el panorama el sábado por la tarde.

El Halloween estandar lo tuvimos gracias a unas cuantas niñas disfrazadas que vinieron diciendo "truco o trato". Este año había tenido en mente el incidente del año pasado en que también vinieron pero no se nos ocurrió qué darles y tenía una bolsita de caramelos preparada, por muy americanada que me parezca la fiesta en sí. Así que abrí la puerta y repartí al más puro estilo americano: las niñas se fueron felices con sus caramelitos y las alabanzas a sus disfraces y Héctor se llevó también unos cuantos piropos y carantoñas suyas, así que todos acabamos contentos.

Manuel contribuyó a los panellets haciendo uno de "fantasía" y, una vez hechos todos, Héctor decidió que era hora de comer y Manuel se quedó a cargo del horno (aunque yo controlaba el tiempo a distancia) y de limpiar el caos que había en la cocina que, en honor a la verdad, era seguramente peor tarea que hacer panellets de piñones.

El resultado fue, creo, muy, muy bueno.





Y aunque yo sólo comería cosas dulces sin parar (cosas de la lactancia, por lo visto), debo decir que aún quedan unos seis panellets, mérito como siempre más de lo mucho que llenan que de nuestra capacidad de moderación.