Lo confieso: soy adicta a las previsiones de tiempo a diez días vista. Por más que Manuel me dice que es casi imposible y por más que he comprobado en mis propias carnes que no necesariamente aciertan, tengo como una alerta interior que me indica cuándo faltan 10 días para ir de viaje. El resto es por defecto.
En esta ocasión, con el viaje a Haworth-con-noche-en-Londres a la vista, cada vez que cargaba una página del tiempo (y sí, igual que soy adicta a mirar las previsiones a diez días soy adicta a seguir mirándolas una o varias veces a lo largo de esos diez días) la previsión iba a peor hasta a llegar a nieve y mucho frío. En Londres nos bajamos en la estación de metro del hotel a mediodía (jurando y perjurando no volver a tomar el mal llamado Gatwick Express; suerte que la vuelta era desde Heathrow) en mitad de una nevada. Héctor iba dormido en su carrito de viaje (es decir: un carrito infinitamente más incómodo y cutre que el habitual pero por alguna razón más transportable y, sobre todo, más estrecho). La capa de lluvia de ese cochecito sólo le cubría hasta las rodillas y aún no llevaba las botas de lluvia puestas. No pasaba nada puesto que sabíamos que el hotel estaba a dos pasos. Con lo que no contábamos era con dar esos dos pasos multiplicados por unos cuantos más en el sentido equivocado. Por alguna razón con la que nunca contamos tendemos a perdernos buscando el hotel, incluso cuando sabemos dónde está. Cuánto me gustaría poder echarles la culpa del despiste al frío y a la nieve. El caso es que cuando por fin dimos con el hotel, Héctor seguía milagrosa y plácidamente dormido pese a que tenía las rodillas de los pantalones mojadas (suerte que eran forrados y no le habían calado todavía).
Para esa tarde teníamos pocos planes: ir por Charing Cross, pulular de librería en librería e intentar no comprar demasiado puesto que al día siguiente bien temprano tocaba ir con la maleta a cuestas otra vez. A Héctor para la excursión londinense lo llevamos en la mochila Ergo, mucho más cómoda que el carrito, mucho más calentita (para mí también) y mucho más manejable. Y él encantado. Si alguien quiere un truco para apenas comprar nada en una librería es ir con un niño de 20 meses. En las librerías grandes lo bajábamos de la mochila (y también en la de segunda mano Henry Pordes, donde hizo buenas migas con el dueño y se lo pasó en grande con las rampas) y él correteaba de punta a punta a tal velocidad y con tales ganas de sacar todos los libros de su sitio que no había forma de mirar nada más. Así que salvo búsquedas a tiro hecho, aquello de pasear entre libros buscando la inspiración se acabó. Terrible para el espíritu pero excelente para la maleta y la cartera.
Como siempre acabamos en Foyles con unos momentos de paz patrocinados por los peces de la pecera de la librería (cuya existencia imagino que desconoce quien no la visita con niños; para mí fue una novedad).
Tuvimos la suerte, eso sí, de que pese a hacer frío, la nieve había parado. Héctor se deleitó viendo autobuses rojos de verdad por la calle, como los que tiene de juguete y los que hay por todas partes en su casa (es lo que tiene ser hijo de padres anglófilos), uno de ellos incluso decorado para una boda. Vimos las luces de los alrededores de Leicester Square y la propia Leicester Square renovada pero igual (aunque en un vistazo rapido no localizamos la estatua de Chaplin, ¿sigue ahí?). Paseamos un poco respirando el ambientillo. Y todo sin que yo hiciera una sola foto.
Al día siguiente, en el tren y con Héctor dormido encima me resarcí y tomé muchísimas fotos del camino al norte, con todo nevado de principio a fin, con los jardines traseros de muchas casa decorados con un muñeco de nieve.
Sabíamos que íbamos al norte, lo que no imaginábamos era que parecería que llegábamos al mismísimo Polo norte. La sensación, por cierto, comenzó ya en la propia estación de Kings Cross, con las cuasi-eternas obras terminadas. Está quedando muy bonita, pero de momento digamos que en días de tanto frío como ese y el de vuelta el adjetivo que no la descibe en absoluto es "acogedora".
Encontramos Haworth cubierto por la nieve. La bienvenida no fue en absoluto calurosa, pero sí espectacular.
Unas fotos preciosas. Sin duda, una forma más de disfrutar de UK, aunque implique un poquitín más de frío!Supongo que nada que un buen té no solucione ;) Me ha gustado la crónica!A la espera de más :)
ResponderEliminar¡Gracias! Y sí, el té, como siempre, lo soluciona todo. Esta es sólo la primera parte y la más sosa. Lo mejor, en mi opinión, está por llegar :)
EliminarEsperamos la continuación de esta apasionante crónica. Si casi parece la de una exploración polar...
ResponderEliminarPues espera a ver la entrada de hoy ;)
EliminarMadre de Dios q ganas de Londres!!
ResponderEliminar¡Ya queda menos!
EliminarQué preciosidad, unas fotos espectaculares... Yo apenas tengo ocasión de ver la nieve en directo.
ResponderEliminarMe he reído mucho con tu método anti-compra de libros, pero por ahora tengo que buscarme otro. Y desde luego, lo primero que he pensado ha sido: ¿hay una pecera en Foyles (porque hablamos del Foyles de Charing Cross, ¿cierto?)? Así que tu teoría parece ser cierta. O eso, o es nueva.
Me encantan tus crónicas viajeras :)
Sí, sí, hablamos de ese Foyles. Y me ha hecho gracia ver que no soy la única que no había visto la pecera. Por el sitio en el que está no parece que sea nueva. Yo creo que es del estilo de los caballos aquellos de Harry Potter: sólo aquellos con niños pueden verla ;)
EliminarImagino que para Héctor era su primera experiencia con la nieve! Debió quedar maravillado, espero las próximas entregas.
ResponderEliminarSí, no era la idea del viaje, pero al final terminó yendo a la nieve en Inglaterra. A partir de ahora será un snob que se reirá de los niños que conocen la nieve en La Molina o similar ;)
EliminarSe me han puesto los pelos de punta con esta entrada; desde la primera mayúscula, hasta el punto final. Las ganas que tengo de verme en England no son sanas... ¡Santo dios, esta anglofilia acabará matándonos! jaja
ResponderEliminarEl viaje en tren con el paisaje nevado tiene que haber sido todo un regalo.
Un besote!
Me alegra que te haya gustado. Y sí, la anglofilia terminará con nosotros...
EliminarAntes de que se me olvide: ¿Hay una pecera en Foyle´s? Really? Ya me quedo alucinada con las estanterías kilométricas como para fijarme de mis tres pisos favoritos para fijarme en algo más...
ResponderEliminarMe han encantado las fotos de las vías repletas de nieve. Héctor se lo debió pasar en grande... y vosotros también.
Jajaja... sí que la hay, sí, y en el piso a nivel de calle ;) Seguro que la próxima vez que vayas la buscas ;)
Eliminar¡Qué frío, qué frío! Pero desde luego la nieve tiene su estética, sin duda.
ResponderEliminarSí, aunque en los pocos días que estuvimos comprendí que la gente que vive en países donde la nieve dura meses no le vea la gracia que le vemos nosotros como algo de "ocio".
EliminarQué envidia de viaje, para una persona que como yo, vive todos los lugares que visita en clave literaria. Y viajo muy poco, lamentablemente...Una de las facultades de la nieve es transformar los paisajes que conocemos, así que si nunca habíais estado allí con tanto frío (que a lo mejor sí) sería una nueva y bellísima versión del escenario.
ResponderEliminarSí, fue un cambio radical. Y no, nunca habíamos pasado tanto frío allí. No queríamos ni pensar en cómo hubiera sido algo similar en tiempos Brontë. Brrrr.
EliminarQué bonito todo nevado!! Londres debía estar precioso...
ResponderEliminarA mí con Gatwick express no me ha ido nunca demasiado mal...y jamás he viajado a Heathow. Tiene que ser maravilloso eso de estar tan cerca de la capital. Ya nos contarás...impaciente estoy de seguir leyéndote.
Un beso enorme y feliz fin de semana!!
Bueno, técnicamente la nieve no llegó a cuajar en el centro de Londres. Pues a nosotros sería porque iba llenísimo o porque Héctor estaba ya un poco harto de tanto ir y venir, pero el trayecto Gatwick-Victoria se nos hizo eterno.
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