Nuestro hotel estaba cerca del London Bridge y eso hacía que dos cosas fueran inevitables: canturrear o como mínimo recordar la famosa cancioncilla (ese enlace es un poco repetitivo, pero no he encontrado otro vídeo que incluya más estrofas) y caminar durante más o menos tiempo por la orilla del Támesis.
La idea que tuvimos cuando salimos de la calle de la perdición que es Charing Cross fue ir andando hasta el hotel por la orilla, cansados como ya estábamos, calculando que nos llevaría unos 45 minutos. Obviamente fue bastante más: una hora y pico en la que descubrimos que no siempre es posible caminar al lado del Támesis, al menos no por las dos orillas. Por suerte el hotel estaba en la orilla sur por lo que el corte inmediato del paseo en la orilla norte no nos vino horriblemente mal.
Las fotos de esta entrada están tomadas deprisa y corriendo, mientras Manuel seguía andando y yo luego le alcanzaba de nuevo. Y es que por bonito que estuviera el atardecer y por buenas que fueran las vistas si nos hubiéramos parado en seco cada vez que yo quería hacer una foto no habríamos llegado al hotel ni a medianoche.
Así que íbamos haciendo una cuenta atrás de puentes, comentando los edificios que se veían a ambas orillas (la Tate Gallery no mejora nada con los años), cada vez con más dolor de pies y cargados con unos cuantos libros que cada vez pesaban más.
Lo que también notamos, no necesariamente aquí en la orilla, sino en general, es que otra vez vuelve a haber muchos homeless en las calles. Uno de los primeros anuncios que nos llamó la atención mientras esperábamos al metro en Heathrow fue uno en que salía una casa semitransparente que dejaba ver que estaba hecha de cartas. Pedían ayudas para los refugios que tenían que acoger a tanta gente en estos tiempos en que muchos pierden sus casas. Terrible.
Lo único bueno de todo eso es lo baja que está la libra y lo bien que teníamos el cambio. Aun así, las cuatro libras que cuesta coger el metro (da igual si es a Heathrow que si es a la parada siguiente) son excesivas, sobre todo teniendo en cuenta lo poco claro que queda adónde van a parar viendo el estado precario de la mayoría de las estaciones. Esa misma noche, volviendo al hotel (¡no queríamos andar más!) cogimos el metro en una estación (no recuerdo cuál exactamente) en la que había que bajar 193 escalones - lo ponía - en espiral que no parecían terminar nunca y que cada vez producían más claustrofobia. Y todo, creo, para que no nos sirviera de mucho esa estación. El caso es que he aquí una recomendación para futuros viajeros a Londres: sacad con antelación en la web una Oyster Card. Es una especie de abono que vas recargando con dinero y, lo más importante, hace que los viajes cuesten bastante menos (las cuatro libras se quedarían en 1,50). Creo que solicitarla es gratis y te la mandan por correo vivas donde vivas. Nosotros tenemos claro que la próxima vez la llevaremos encima y de hecho esta vez no llevarla fue una tontería, porque sabíamos de su existencia y sus ventajas.
Y, después de una parada técnica en nuestro Marks & Spencer para abastecernos y otra parada técnica en un West Cornwall Pasty para comprar un sausage roll (con cada visita a Inglaterra me van gustando más) y reponer fuerzas llegamos por fin al hotel, justo a tiempo para dejar las cosas y salir pitando de nuevo.
Cuando acabó quedamos con otros visitantes madrileños y dimos un paseo nocturno por Covent Garden buscando un sitio donde cenar fuera de hora (eran las diez y pico, en provincias no lo habríamos encontrado), vimos a muchas chicas londinenses vestidas como si fuera agosto y oímos a un busker (músico callejero de toda la vida, vaya) tocar Hallelujah.
Fin del día 1, que dio muchísimo de sí.
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