Hace unos días ya puse fotos que daban fe de que, como mínimo de lejos, habíamos visto la Torre Eiffel, así que ya podíamos decir con todo el peso de la afirmación que habíamos estado en París. Claro que probablemente igual de simbólico que la Torre Eiffel de verdad sean los vendedores pirata de Torres Eiffel de recuerdo. Con sus aros llenos de llaveros o su pequeño top manta con todo tipo de tamaños y colores, y hasta una Torre Eiffel transparente que se iluminaba por dentro de colores discotequeros para la venta nocturna.
Son tan insistentes y tan típicos que cada vez cuesta más autoconvencerte de no pagar el euro que cuesta una de ellas.
Y la verdad es que entiendo que los haya, porque la tienda oficial deja bastante que desear, no sólo por los precios desorbitados, sino porque lo que tiene a la venta deja más bien indiferente, no le sacan demasiado partido. Hablo de la tienda que hay al pie de la Torre porque a la Torre en sí no subimos: había masas de gente, cómo no, y el tiempo de espera abajo era de 45 minutos más otros tantos arriba para coger el ascensor. Así que nos conformamos con verla desde abajo, que también es curioso, mirarle las tripas. Nos sentamos en un banco y observamos a los turistas hacer cola y mirar la Torre, vimos cómo en París también hay ese invento inútil que son los ventiladores que además echan agua. Se supone que querían hacer un favor a la gente de las colas al sol y lo único que hacían era obligarles a sacar el paraguas para no acabar calados hasta los huesos y no por ello más frescos. Vimos a la gente hacerse fotos de esas que hacen reír y dan un poco de vergüenza ajena. Y vimos que la Torre Eiffel es enorme, una masa de hierro enorme y cuidada hasta el más mínimo detalle.
No sé cómo será lo de subir, pero vista desde abajo y desde lejos nos gustó muchísimo, pese a lo tópico del asunto. La Torre Eiffel es hipnótica.
Ese día, antes de llegar hasta aquí, habíamos pasado por Notre-Dame a primera hora, caminado desde allí hasta el Museo d'Orsay, exprimido el museo tanto como pudimos (que no fue del todo en absoluto), pasado por la tienda y comprado cosas en ella, hecho un picnic en la hierba con vistas a los Inválidos y su deslumbrante cúpula dorada y, encontrado por casualidad y cargado con los tres litros y pico de la Coca Cola de vainilla más otro litro de Cherry Coke, por lo que aparte de cansados ya de por sí, íbamos bien cargados.
Cuando decidimos dejar de observar a los turistas, nos acercamos a la decepcionante tienda oficial donde una postal con la Estatua de la Libertad pequeñita delante de la Torre Eiffel nos metió ideas en la cabeza. ¿Y si íbamos hasta la Estatua? El paseo era junto al río por lo que nuestros cerebros fueron incapaces de negarse y se convencieron más aun cuando resultó que había que tomar la Avenue de New York. Y hay que ver qué de calles estadounidenses hay en París. Nos dedicábamos a coleccionar calles de presidentes estadounidenses.
Por el camino vimos barcos de esos en los que vive gente: allí estaban jugando a las cartas, pintando el barco, con las minipiscinas preparadas para el día siguiente.
Llegamos a l'Île des Cygnes y nos metimos por ella. Es un pequeño paseo con bancos a ambos lados y con cada banco contando una historia totalmente diferente: había borrachines, había una señora mayor disfrutando de un buen libro, había turistas reponiendo fuerzas, había una jovencita parisina tocando la guitarra al más puro estilo Carla Bruni que me hizo repetir lo que ya había dicho varias veces al ver cosas tan estereotípicamente parisinas como gente tocando el acordeón, que París a veces es una caricatura de sí mismo. El camino, a pesar de todo, se nos empezaba a hacer un poco largo, con los kilos/litros a la espalda y los kilómetros del día en los pies.
¿Dónde estaba esa Estatua de la Libertad?
De repente asomó la antorcha y el resto del brazo. Seguimos andando y llegamos a un punto en el que de milagro no nos tiramos del puente al que llegamos. ¡La Estatua nos daba la espalda! (Era obvio por la postal que lo había inspirado) Y no había forma de verle la cara si no salíamos de la isla y caminábamos hasta el siguiente puente, que para entonces, no sé la distancia real, nos parecía que estaba lejísimos. Después de unos momentos de pensar si teníamos fuerzas para verle la cara a la ingrata Estatua que nos daba la espalda decidimos que no. ¿Qué decidimos en lugar de eso? Decidimos volver al hotel, que no estaba particularmente cerca, andando, pasando además por el Trocadéro, o sea, casi una vuelta a la casilla de salida que había sido la Torre Eiffel.
De camino al Trocadéro pasamos por la casa de Balzac, que estaba cerrada y tenía una puerta azul, y caminamos y caminamos y caminamos por calles en las que no sólo no se veía un alma sino que además no tenían ni una tienda. Nuestro sino era bien el París de las masas, bien el París desierto. Hasta que miramos hacia arriba a una calle paralela en la que vimos tiendas y gente. Allá que fuimos, claro. Y diagnosticamos nuestros síntomas: lo que nos pasaba en París era que teníamos el "síndrome de la calle equivocada". Con toda seguridad teníamos siempre la mala pata de elegir la calle más residencial de la zona, no había otra explicación. Allí hicimos una parada para reponer fuerzas (ya hablaré de las comidas parisinas), seguimos adelante, pasamos por un parque un tanto salvaje en el que tuve el dudoso placer de ver una auténtica rata parisina (Ratatouille, como dijo Manuel, que no la había visto y se podía permitir el lujo de hacer chistes), llegamos al Palais Chaillot (por donde ya habíamos pasado antes y habíamos visto con sus fuentes estaban convertidas en verdaderas piscinas infantiles, ugh), donde había mucha animación gracias a un estupendo y divertidísimo grupo de break dance que nos tuvo entretenidos un rato con la Torre Eiffel de fondo.
Por fin la famosa plaza del Trocadéro, alguna otra avenida de presidente estadounidense, más calles desiertas y por fin, por fin, el hotel, con su cama abierta y su bombón de buenas noches.
Oh Cristina!! Me están encantando tus vacaciones!! Me encanta cómo lo explicas y me encantan las fotos, aunque me gustaría ver más!!
ResponderEliminarUn muaquis!
"una Torre Eiffel transparente que se iluminaba por dentro de colores discotequeros para la venta nocturna" Jajajajaja! Yo no las vi cuando fui.
ResponderEliminarLo de los ventiladores con agua tampoco tiene desperdicio. Oye, parece que yo no haya ido nunca a París, lo que me he perdido, jaja!
Las fotos 2, 5 y 6 son las que más me han gustado.
"París a veces es una caricatura de sí mismo." Sí, es cierto, suerte que es una caricatura con gracia, no grotesca, normalmente.
Ratatouille, jajaja! El otro día vi una rata barcelonesa asomando el hocico por un sumidero, arghh! ¿Cómo la podríamos llamar? Rateta, desde luego.
Eres una gran narradora, Cristina. :-)
Mar: muchas gracias por lo que dices, muy amable :)
ResponderEliminarElvira: pues las torres esas de luces de día las tenían apagadas pero de noche era lo que sacaban a relucir. Eran lo peor.
Y es que lo de los ventiladores aquí también es relativamente nuevo, pero ahora está de moda y yo no sé quién sigue creyendo que funciona y refresca. Lo único que hace es aumentar la humedad.
Argh, no te envidio lo de la "rateta" en absoluto.
Y me alegra que te hayan gustado esas fotos y lo que cuento. Se hace lo que se puede. Muchísimas gracias.
Ay, a mí la Torre Eiffel me tiene completamente hechizada. Me encanta verla constantemente y aunque habré visitado París cerca de veinte veces, no me canso, no me canso de contemplarla. Hasta me gustan sus luces nocturnas, así que qué voy a decir.
ResponderEliminarRespecto a la Estátua de la Libertad, poca gente sabe, incluso algunos parisinos, que existe una segunda estátua en el Jardin de Luxembourg. Es mucho más pequeña que la de la Île des Cygnes, pero el paseo es mucho más asequible.
Por cierto, ¿sabíais que la plaza donde se encuentra el Museo Pompidou es completamente ocupada por ratas enormes en cuanto cae el sol? Eso sí que son auténticos Ratatouilles... :P
Los tópicos de Paris...nosotros llegamos a la conclusión de que a las cantantes a lo Bruni y a las parejas que se besaban ( elegantísimos ) a la orilla del Sena, les pagaba el Ayuntamiento.
ResponderEliminarIris: yo es que estaba convencida de que la Torre Eiffel o bien me iba a decepcionar o bien iba a ser más "pues vale, ahí está". Pero no, me encantaba verla a lo lejos y de cerca me pareció mucho mejor de lo que me esperaba. Así que aparte de todo fue una sorpresa.
ResponderEliminarUgh, lo de las ratas que cuentas... ugh.
Samedimanche: ¡me encanta la idea! Y seguro que es así ;)