jueves, 3 de diciembre de 2009

Philip Larkin

Siempre estoy al acecho de la poesía de a pie de la que ya hablé y recientemente he añadido un nuevo poeta a mi lista, pendiente de que lo explore un poco más, pero que parece que va en la buena dirección (para mí) si me baso en lo que he ido leyendo: Philip Larkin.

El señor Larkin, ya muerto en 1985, se me apareció (aunque ya había oído hablar de él, sin más) con uno de sus poemas más conocidos (y más leídos en los funerales anglosajones) y desde entonces no he hecho más que indagar e indagar y aprovechando que Rufinito es mi compañero de lectura estos días, he metido ahí algunos de los poemas que he ido encontrando para irnos conociendo. Y de momento ya digo que vamos bien encaminados.

El caso es que, ya se sabe, a veces las cosas que las grandes masas prefieren terminan por ser repudiadas por sus creadores. Hace poco leía que Antonio Vega estuvo muchos años sin tocar la famosa Chica de ayer hasta que terminó por reconciliarse con ella. Pues Philip Larkin, en versión poeta, terminó harto de este poema suyo, An Arundel Tomb, que habla de una tumba del siglo XIV (creo) que se encuentra en la catedral de Chichester y en la que lo que impacta es que el caballero medieval, Conde de Arundel, (ricachón que se ganó sus títulos haciendo préstamos a la Corona) se ha quitado un guante, que retiene en una mano, para darle la mano a su mujer, que está girada hacia él. Este detalle disparó la imaginación de Larkin... hasta que se rumoreó - aunque ahora ya ha quedado desmentido - que todo lo de la mano era un retoque victoriano, que fue la gota que colmó el vaso para Larkin. (Insisto: ahora se ha demostrado que el detalle es original).

Y sin más, el poema, con un final tan ambiguo como el de Villette de Charlotte Brontë. Cada lector que saque sus conclusiones acerca de lo que insinúa el señor Larkin. (Como Charlotte Brontë en Villette, a mí me parece muy claro hacia dónde empuja al lector, pero digo yo que la ambigüedad estará ahí si se lee en tantos funerales).

An Arundel Tomb

Side by side, their faces blurred,
The earl and countess lie in stone,
Their proper habits vaguely shown
As jointed armour, stiffened pleat,
And that faint hint of the absurd —
The little dogs under their feet.

Such plainness of the pre-baroque
Hardly involves the eye, until
It meets his left-hand gauntlet, still
Clasped empty in the other hand, and
One sees, with a sharp tender shock,
His hand withdrawn, holding her hand.

They would not think to lie so long.
Such faithfulness in effigy
Was just a detail friends would see:
A sculptor’s sweet commissioned grace
Thrown off in helping to prolong
The Latin names around the base.

They would not guess how early in
Their supine stationary voyage
The air would change to soundless damage,
Turn the old tenantry away;
How soon succeeding eyes begin
To look, not read. Rigidly they

Persisted, linked, through lengths and breadths
Of time. Snow fell, undated. Light
Each summer thronged the glass. A bright
Litter of birdcalls strewed the same
Bone-riddled ground. And up the paths
The endless altered people came,

Washing at their identity.
Now, helpless in the hollow of
An unarmorial age, a trough
Of smoke in slow suspended skeins
Above their scrap of history,
Only an attitude remains:

Time has transfigured them into
Untruth. The stone fidelity
They hardly meant has come to be
Their final blazon, and to prove
Our almost-instinct almost true:
What will survive of us is love.



Una tumba para los Arundel

Uno al lado del otro, las caras borrosas,
el conde y la condesa yacen en piedra,
sus decorosos hábitos vagamente asoman
en forma de armadura articulada, pliegues
almidonados, y ese leve toque de absurdo:
los perrillos bajo sus pies.

La simplicidad de ese prebarroco
apenas llama la atención, hasta que el ojo
capta el guantelete izquierdo de él,
que, vacío, la otra mano sostiene, y ve,
con una sorpresa a la vez brusca y tierna,
que le está cogiendo la mano a la mujer.

No pensaron que durarían tanto.
Esa fidelidad en efigie era apenas
un detalle que los amigos verían:
la amable gracia de encargo de un escultor
que solo pretendía contribuir a que pervivieran
los nombres en latín que hay en la base.

No imaginaban qué pronto,
en su supino viaje estacionario,
el aire se haría callado deterioro,
los convertiría en ocupantes anónimos;
qué pronto los ojos que vendrían luego
comenzarían a mirar, no a leer. Rígidos

persistieron, unidos, a través de longitudes
y anchuras de tiempo. Cayó nieve sin fecha. La luz
cada verano inundaba el cristal. El alegre
reclamo de los pájaros se esparcía
por el mismo terreno sembrado de huesos. Y por los caminos
llegaba la gente, infinita y distinta,

en una marea que barría su identidad.
Ahora, desamparados en el vacío
de una época sin heráldica, una madeja
de lentos hilos de humo suspendidos
sobre su fragmento de historia,
solo una pose permanece:

el tiempo los ha convertido en algo
falso. Esa fidelidad en piedra
que nunca pretendieron ha resultado
su blasón final, y demostrado
que nuestro casi instinto es casi cierto:
lo que sobrevivirá de nosotros es el amor.


Hoy todo es de prestado. La foto está sacada de aquí y la traducción copiada de allá. Y para completarlo, YouTube ofrece la posibilidad de escuchar al propio Philip Larkin leyendo el poema (antes lo comenta un poco, el poema en sí comienza unos cuarenta segundos después).

3 comentarios:

  1. Pues aunque su autor está harto de este poema, me ha gustado mucho, especialmente cuando lo he oído en su voz.

    "The stone fidelity
    They hardly meant..."

    Bueno, lo interpretaremos como podamos. :-)

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  2. Reflejo pavloviano en cuanto oigo Larkin:
    "They fuck you up, your mum and dad" (lo puedes cambiar por asteriscos si hiere la sensibilidad de alguien). Es más bonito el que has puesto tú, pero el mío - siendo los seres humanos como somos - es el más famoso.

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  3. Elvira: me encantar oír la poesía bien recitada. Como yo no tengo ni idea del asunto siempre me sorprende mucho. Una maravilla.

    Miss Froy: ¡me enteré ayer leyendo más poemas suyos de que esa frase (verso, en realidad, claro) era suya! La he oído hasta la saciedad, claro, pero ni idea de que era de Larkin. Me quedé ojiplática cuando pasé de página en Rufinito y me topé con ella y el resto del poema.

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