La foto está un poco desfasada (es del fin de semana que hicimos el bizcocho de guindas) pero no me he podido resistir a ponerla como complemento de esto que cuenta Bill Bryson en su libro At Home: A Short History of Private Life:
Although it was pepper and spices that brought the East India Company into being, its destiny was tea. In 1696, William Pitt the Younger massively cut the tax on tea, replacing it with the dreaded window tax (on the logical presumption that it was a lot harder to hide windows than to smuggle tea) and the effect on consumption was immediate. Between 1699 and 1721 tea imports increased almost a hundredfold, [...] then quadrupled again in the thirty years to 1750. Tea was slurped by labourers and daintily sipped by ladies. It was taken at breakfast, dinner and supper. It was the first beverage in history to belong to no class, and the first to have its own ritual slot in the day: teatime. It was easier to make at home than coffee, and it also went especially well with another great gustatory treat that was suddenly becoming affordable for the average wage earner: sugar. Britons came to adore sweet, milky tea as no other nation had [...].
Not everyone got the hang of tea immediately. The poet Robert Southey related the story of a lady in the country who received a pound of tea as a gift from a city friend when it was still a novelty. Uncertain how to engage with it, she boiled it up in a pot, spread the leaves on toast with butter and salt, and served it to her friends, who nibbled it gamely and declared it interesting but not quite to their taste.
Aunque la razón de ser de la Compañía Británica de las Indias Orientales fueron la pimienta y las especias, su destino era el té. En 1696, William Pitt el Joven redujo de forma drástica los impuestos sobre el té y los sustituyó con el temido impuesto sobre las ventanas (deduciendo lógicamente que era mucho más difícil esconder las ventanas que hacer contrabando de té) y el efecto en el consumo fue inmediato. Entre 1699 y 1721, la importación de té se multiplicó casi por cien [...] para volver a cuadruplicarse durante los siguientes treinta años hasta 1751. Los obreros lo sorbían y las damas lo bebían con delicadeza. Se tomaba para desayunar, comer y cenar. Fue la primera bebida de la historia que no pertenecía a una clase social concreta y la primera en tener su propio ritual diario: la hora del té. Era más fácil de hacer en casa que el café y también combinaba a la perfección con otro gran capricho culinario que de repente el trabajador medio también podía permitirse: el azúcar. A los británicos les entusiasmó el té dulzón y con leche como a ningún otro país [...].
Pero no todo el mundo se enteró de cómo funcionaba eso del té tan rápido. El poeta Robert Southey contaba la anécdota de una señora del campo a la que una amiga de la ciudad le regaló 450 gramos de té cuando este era aún una novedad. Sin saber muy bien qué hacer con él, la señora lo hirvió en una olla y extendió las hojas con mantequilla y sal sobre unas tostadas que después sirvió a sus amigas, que las mordisquearon con valor aunque opinaron que era interesante pero no del todo de su gusto. (Traducción rápida mía)
Supongo que, como decía Andy Warhol, ahora la bebida que no pertenece a ninguna clase social es la Coca Cola puesto que ahora el té ahora sí que puede ser delicatessen o, en el otro extremo y no sé si debería llamarlo té siquiera, Hornimans.
Bill Bryson, aparte de la genial anécdota de la señora del campo, también cuenta cosas parecidas a las que leí en Tea With Jane Austen, de Kim Wilson (libro muy recomendable también) sobre lo que muchas veces se vendía como té o se colaba entre unas pocas hojas para hacer bulto. Pero mejor no seguir por ahí, que luego uno se pone un poco paranoico, incluso siglos después, acerca de lo que contendrán sus paquetes de té.
Y mañana más Bill Bryson, ya que hace un par de días me acabé el libro pero no he podido resistirme a apartar y destacar este pequeño fragmento.
Hola Cristina soy una seguidora tuya desde hace algún tiempo, bueno realmente contigo descubrí por casualidad lo que era un blog y me interesó mucho, por lo que ahora, después de bastante tiempo, comienzo a tener el mío propio. No me he podido resistir a decirte que me encantó este extracto de Bill Bryson y como no,la anécdota del poeta es muy divertida. Magnífico descubrimiento el té y que sería de los ingleses y de alguno mas (me apunto) sin una buena taza de té.
ResponderEliminarQué bueno lo de la señora de campo...pobrecita mía.
ResponderEliminarY que sepas que me inquieta eso de qué contendrá una bolsita de te??No serán tan sinvergüenzas como los del tabaco y le pondrán mil sustancias adictivas?, como dices tu, mejor ni pensarlo, jej
Mmmm, no sé yo esto de masticar hojas de té... Desde luego, no me siento inclinada a probarlo. Espero que nos regales con algún post más sobre este libro de Bill Bryson, que tiene una pinta estupenda.
ResponderEliminarQue buena la anécdota. Me encanta Bill Bryson. Por cierto, vigila cuando hagas fotos de tazas llenas de té junto a libros jeje ;)
ResponderEliminarBesos
Anda que si el invento del té "untado" hubiese tenido éxito, ahora comeríamos mantequilla de té.
ResponderEliminarMe ha encantando tu entrada
Besos
Emma
Alicia: muchas gracias por las visitas y por el comentario. Enseguida me doy una vuelta por tu blog :)
ResponderEliminarDina: no sé ahora, pero en las anécdotas que cuenta Bill Bryson sobre lo que vendían como té y que no lo era, las sustancias, en principio, me parecen de todo menos adictivas ;)
Elena: yo tampoco, me dio muchísimo repelús lo de la señora de las tostadas de té. El libro es una maravilla.
Enrique: yo con Bill Bryson me "peleé" a raíz de intentar leer su Neither Here nor There (el de Europa), que me sacó de quicio y no pude ni acabar. Pero luego me he reconciliado de nuevo y la verdad es que me encanta.
Y sí, lo del té al lado de un libro es muy peligrosos... De momento no he tenido ninguna catástrofe, pero todo se andará ;)
Emma: argh, sería asqueroso, ¿no te parece? Creo que en ese caso yo no sería fan del té ;)
William Pitt el joven y 1696, creo que no...
ResponderEliminarLe falta un siglo.
Fue Primer ministro en el reinado de Jorge III, a caballo entre los siglos XVIII y XIX.
Es una pena que libros tan interesantes tengan errores tan garrafales.
Pero la crítica del libro (casi panegírico :-)) la encuentro interesantísima y seguro que lo cazaré ... si me lo traducen al castellano.
Me has dejado de piedra con la corrección y - no por desconfiada, simplemente por haberme quedado así - he confirmado que tienes toda la razón. Empieza a darme un poco de mala espina porque Manuel también le pilló alguna cosa no contada, como mínimo, del todo bien. Me dan mucha rabia este tipo de cosas. Con temas que conozco me doy cuenta y lo odio, pero con los que no reconozco que soy muy crédula. En fin, gracias por decirlo.
ResponderEliminarDe todos modos, con o sin errores garrafales, el libro es ameno, aunque ya veo que hay que tomárselo un poco como ficción.