Hasta hace unos días no sentía especial envidia de Jackie Onassis (porque, la verdad, a pesar de ser rica, su vida tuvo bastantes cosas horribles) pero después de andar por Central Park y enterarme de que esta maravilla de embalse (que ya no funciona como embalse), lleva su nombre (aunque ya existía de antes) como agradecimiento a sus contribuciones a la ciudad de Nueva York y que era lo que se veía desde su apartamento de la quinta avenida, pues la verdad, ahora Jackie Onassis ya no me deja tan indiferente. No sólo tiene suerte en el lugar y lo espectacular del embalse, sino que además, a diferencia del lago, la planta exótica que yo creo que ha proliferado por las tortugas no ha llegado hasta aquí porque el lago no está conectado con esto, al menos que se vea. El agua es transparente y limpia.
Pero no sólo decidieron ponerle su nombre porque lo viera desde su ventana sino también porque, como otros miles de neoyorquinos, se dedicaba a hacer jogging alrededor del embalse. Según los carteles que ahí por allí, sin embargo, no fue la primera en tener la idea. El hombre que un buen día decidió que dar vueltas alrededor de este enorme embalse fue un tal Alberto Arroyo. Y desde luego eso es poner algo de moda. No sólo los que corren alrededor se lo toman tan en serio que más de uno te dejaría peor que un coche si te atropellara si se te ocurre cruzar sin mirar sino que teóricamente todos corren en el mismo sentido y sólo se puede correr, no montar en bici ni otras cosas. Nosotros, como turistas-vándalos que somos, no sólo cruzamos para acercarnos a la barandilla del embalse y nos paramos allí bien pegaditos para no estorbar sino que luego, cuando quisimos avanzar, nos dimos cuenta de que él sentido de la marcha era hacia el norte y nosotros queríamos ir hacia el sur. Dudábamos de si realmente no acabaríamos en la comisaría o enfureceríamos a toda esa gente tan musculosa cuando vimos a unos cuantos que andaban, corrían y montaban en bici en sentido contrario. No estábamos solos en el vandalismo.
Hablando de vándalos y de gente musculosa, y mientras seguimos paseando por el lateral del embalse contracorriente: una anécdota de esas que hacen reír aunque no tiene nada que ver con Central Park. En Nueva York las puertas giratorias son lo más, por lo visto. A mí son unas puertas que me parecen absurdas y me dan un poco de claustrofobia, sobre todo si son automáticas, pero allí están por todas partes. Da igual si el sitio es un teatro, una cafetería, un edificio público o un supermercado. El caso es que yo suspiraba siempre antes de pasar por una por miedo a quedarme atrapada, pero de lo que no era consciente era de que pasase lentamente por ellas ni nada. El caso es que un día, saliendo de no me acuerdo qué sitio, creo que un supermercado, de repente casi salgo disparada o me quedo dando allí vueltas para siempre cuando un energúmeno empujó la puerta con todas sus fuerzas. Creo que no había corrido tan rápido en mi vida. Y qué risa me entró luego, era como ir al parque de atracciones. Eso sí, luego pasar por más puertas giratorias tenía el temor añadido de si a alguien le daría por llevarme por delante de nuevo.
Llegamos así a la zona de nannies y un enorme (como todo) campo de béisbol al que nunca supimos por dónde se entraba... ni nosotros, que no teníamos particular interés en entrar, ni unos que se habían tomado muy en serio lo de jugar un partido y tenían hasta copa preparada para los ganadores. Estuvieron hablando largo y tendido con uno de los muchos guardas que circulan por el parque. No sabemos muy bien de qué o en qué quedaron, aunque nos lo pasamos de maravilla poniendo voces e inventando las conversaciones que podrían estar teniendo. Ahí estuvimos sentados un buen rato, viendo pasar un día normal y corriente en el corazón de Central Park, descubriendo que la Coca Cola americana (la auténtica, se supone) es muy distinta de la española. Luego descubriríamos muchas más bebidas... si algo abunda en Estados Unidos/Nueva York son las bebidas de todo tipo, y con razón, porque cuesta ver a alguien que no lleve una encima.
Y sentados allí yo me di cuenta de que aunque aún nos quedaban unos días en Nueva York yo ya quería volver (volver a Nueva York se entiende). Y me acordé de un poema de Borges (como me acuerdo yo de los poemas, en abstracto, porque nunca he sido capaz de memorizar, mucho menos recitar, uno), que aunque va sobre Islandia viene mucho al caso:
En aquel preciso momento el hombre se dijo:
Qué no daría yo por la dicha
de estar a tu lado en Islandia
bajo el gran cielo inmóvil
y de compartir el ahora
como se comparte la música
o el sabor de una fruta.
En aquel preciso momento
el hombre estaba junto a ella en Islandia.
Como siempre: las fotos mejor en grande, haciendo clic sobre ellas.
Escribe una guia!!! En serio!!! Esta oda a NY va a durar mucho mas?? Porque al final me sale una ulcera de tanta envidia acumulada! Sufro, pero me encanta.
ResponderEliminar"La oda a NY" sí que va a durar unos días más... más de los que estuvimos de hecho. Menos mal que eres una buena sufridora :)
ResponderEliminarQué bonito el fragmento de Borges!! Qué maravillosos los parques y me alegra saber que los cuidan tan bien!! Yo de eso me percaté en un viaje que hice a Austria...no hay cadenas ni nada...es lo suyo. El respeto...¡¡qué difícil!!
ResponderEliminarYo no lo veo tan difícil. A mí lo que me sorprende es que aquí, con el clima perfecto, no se puedan hacer ese tipo de cosas.
ResponderEliminar