Los -------- (apellido familiar escrito al más puro estilo novela Brontë) tenemos un gen que nos hace partirnos de risa en las situaciones más inesperadas. Mi madre y mi tía, sin ir más lejos, son conocidas por reírse sin parar después de una caída propia (no muy grave) en la calle o después de sentarse en el suelo y no poder levantarse más que con la ayuda de alguien. Es cuando les van a ayudar cuando se parten de risa y derivan el esfuerzo a las carcajadas.
El gen me ha salido a relucir hoy cuando he reinventado mi idea del infierno. Porque no es un pozo lleno de fuego, que diría la pequeña Jane Eyre, sino una ancha avenida llena en obras donde el sol te da de cara y hace un viento huracanado que te alborota el pelo en todas las direcciones y te llena los ojos y las lentillas de tanta porquería de las obras que no puedes abrir los ojos que, a pesar de todo, te lloran sin parar y, cuando intentas hacer amago de abrirlos, el sol te deslumbra. Donde vas con una bolsa enorme y pesada en cada mano que, con el viento, se hinchan y tiran de ti, que no sabes dónde vas porque no ves nada, hacia delante. Donde tienes tantas ganas de llegar a un sitio resguardado que prefieres seguir caminando a ciegas con un miedo terrible a los incontables postes, farolas, señales y "esculturas" verticales que sabes que se están cruzando en tu camino.
Donde al final decides que así no puedes continuar, tienes que soltar las bolsas y confíar en que la cantidad increíble de cosas delicadas que llevas no se haga añicos al aterrizar o salir volando.
Donde por fin, en mitad de la nada, te paras.
Donde, rodeada de bolsas gigantes, con ojos llorosos y unos pelos que hubieran sido la envidia de cualquier fashion victim en los ochenta, te paras y te empiezas a reír sin poder parar, con lo cual lloras de porquería en los ojos y de risa pero por suerte no de desesperación. Donde imaginas, porque no puedes ver, a los transeúntes que rehúyen a esa chica loca.
Al final consigues recomponerte en todos los sentidos y concluyes que, bueno, puede que eso no sea el infierno pero que seguro, seguro, que en el infierno, combinado o no con el fuego, ahí ya no entras, hace mucho, mucho viento.
miércoles, 25 de marzo de 2009
Reinventando el infierno
Publicado por Cristina en 17:07
Etiquetas Cosas de casa
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Eso es sanísimo. Otros harían un verdadero drama de algo como lo que te ha pasado hoy y encima luego te lo contarían como tal. ¡Bendito gen!
ResponderEliminarYo creo que me habría partido de risa de verte riéndote así. Es contagioso.
No, genes dramáticos tenemos pocos, la verdad.
ResponderEliminarSí, la risa es tan contagiosa como los bostezos :)
tu infierno se parece un montón a mi infernal plaza lesseps!
ResponderEliminarYo también tengo el gen de la risa por accidente propio!! Pero soy una mutación, la única de la família.
ResponderEliminarSi me lo permites, como habitante de El Carmel, añadiría a tu infierno unas cuestas imposibles. Ríanse ustedes de Sísifo y prometeo. Cargados con la compra habría que verles por mi barrio...
Iris: creo que al evitaré entonces, sobre todo si voy cargada :P
ResponderEliminarSamdimanche: argh, sí, una cuesta era lo que me faltaba ayer, tienes razón.
Me he reido un rato con esta entrada y los comentarios...creo que entonces, yo también padezco de este gen tan maravilloso que hace que las "aventuras accidentales" parezcan un buen anecdota que comentar y reir...Bss
ResponderEliminar¡Qué bien! A lo mejor podemos formar el club del gen risueño-accidental o algo entre todas :D
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