¡Por fin comienza la crónica parisina!
Estas dos primeras fotos - curiosamente la de los adoquines me gusta mucho - no son al azar, porque una de las primeras cosas que se observan en París son los famosos adoquines y los adornos florales y demás vegetación, todos esos inmensos árboles, muchas veces podados en forma cuadrada. Esta foto de aquí al lado en plenos Campos Elíseos fue de las primeras cosas que vimos de París y una de las que más me gustó. Otra de las cosas típicas de París son los tejados de pizarra, que por supuesto también me gustaron mucho.
Debo aclarar que mi cámara y París (o quizá mi cámara a secas, que ya va teniendo unos años) no se entendían del todo bien por varios motivos y eso se notará en alguna foto. Primero el sol de París: salvo un día, nos hizo sol y calor en cantidades industriales y el sol de París en esos días tenía una tendencia extraña a siempre estar como oblicuo, como si nunca terminara de subir del todo y siempre te diera directo en los ojos. Y el objetivo de mi cámara, que aparte de mayorcita no es tampoco nada del otro mundo, lo notaba y no podía hacer nada más que añadir cierta neblina a las fotos. Por si eso fuera poco, si mis reflejos para hacer fotos rápidas ya son escasos, esos días no sé qué le pasaba al mecanismo de apertura que a veces no conseguía espabilar: se abría y se cerraba él solo unas cuantas veces hasta que decidía que se quedaba abierto. El caso es que de esta preciosa "profusión floral" de los Campos Elíseos la mejor foto es esta, que no dice gran cosa.
Habíamos dejado las cosas en el hotel, cerca del Arco del Triunfo, un rato antes, después de tener que esperar un buen rato en el aeropuerto para poder recoger la maleta porque algún pánfilo se había olvidado la suya y habían tenido que acordonar la zona, impedir el paso y llamar al experto de turno en apertura de maletas olvidadas que resultan no tener más que lo típico. Creíamos que esa sería nuestra única experiencia memorable relacionada con Orly, pero a la vuelta resultó que no, que pueden pasar cosas mucho peores que tener que esperar a que un señor con metralleta detrás de un cordón policial te deje recoger tu maleta que da vueltas y vueltas en la cinta transportadora. Avanzo ya que Orly es un aeropuerto vetado para nosotros.
Salimos del hotel, que nos había conquistado con sus pétalos de rosa sobre las toallas y los macarons de bienvenida (y luego, cada noche, nos seguiría conquistando con la cama abierta y el bombón de buenas noches). Hacía calor, nos fue entrando sed por el camino e íbamos teniendo ganas de comer algo. Quizá, con ese panorama, ir Campos Elíseos abajo no fuera la mejor opción. Lo primero que veíamos eran restaurantes que no terminaban de convencernos, ni por el precio ni por la pinta de ser para turistas que tenían y, de repente, los Campos Elíseos se convirtieron... pues eso, en campos. Y todo lo que había, además de un sol de justicia y un mar de gente, eran unos puestecillos de perritos calientes donde no sólo las salchichas tenían un color anaranjado muy sospechoso sino que además costaban un ojo de la cara. Ahí fue donde nació nuestro "test de la Coca Cola", que ya sería un clásico el resto del viaje: el precio de la Coca Cola daba una idea bien clara del resto de los productos. Y, la verdad, si una Coca Cola de 20 cl puede llegar a costar 5,70 euros en un sitio que no parece nada del otro mundo, para qué mirar el resto de cosas.
Andando, andando, llegamos a la Plaza de la Concordia. Quizá por el hambre, quizá por la sed, quizá por el calor sofocante, quizá por la masa humana... no nos terminó de convencer e incluso ahora, viendo las fotos sigue - quizá lo que digo sea un sacrilegio - sin decirme nada. Demasiado grande para mi gusto, demasiado desangelada. Tiene un obelisco en el centro, tiene mucho dorado, que visto lo visto es "lo más" en París (y encontramos que los parisinos siguen sin haber superado el efecto "nuevo rico", no parábamos de ver coches horriblemente presuntuosos, por ejemplo), tiene dos edificios iguales, el principio de las Tullerías y el honor de ser el escenario principal de la guillotina durante la Revolución. Eso sí, el cielo de París, sin llegar a ser como el de Estocolmo, también me gustó, me gusta en esta foto, donde parece que alguien haya cogido el obelisco entre los dedos y haya trazado el aspa.
También nos gustó que tiene cerquita un WH Smith que casi te traslada momentáneamente a Londres (que en esos momentos echábamos mucho de menos: con sus muchas tiendas de comida, sus muchos sitios de comer cualquier cosa rápida y, sobre todo, por impensable que parezca, sus precios más asequibles), aunque supere los precios londinenses de los libros y sea carilla. Aquí compramos unas míseras galletas escocesas para matar el hambre: no fue por hacerle el feo a la comida francesa ni nada: simplemente fue lo primero comestible que encontramos sin tener que dejar un riñón como forma de pago.
Con un poco menos de hambre, el mismo calor y, quizá, un poco más de sed, caminamos por la Rue Royale, con una pequeña parada en un delicioso sitio del que ya hablaré, vimos la iglesia de la Madeleine, que nos gustó mucho, vista desde la sombrita de los árboles. Seguimos caminando y haciendo el odioso test de la Coca Cola que siempre daba resultados muy negativos. Antes de llegar a la Ópera, que nos gustó mucho a pesar de que yo sólo tengo un par de fotos no muy allá de ella, encontramos una heladería donde vendían agua helada a precio económico. Casi abrazamos a la buena mujer que nos dio la botella.
Seguimos andando - todo esto era un poco sin rumbo y, en principio, con la idea de encontrar un supermercado o tienda de alimentación o sitio donde comer algo rápido. Supermercados nunca vimos demasiados en toda la estancia en París, aunque por suerte cerca del hotel descubrimos uno del que nos hicimos clientes esa misma noche, y las tiendas de alimentación iban por zonas. Nosotros habíamos elegido la peor zona. Podíamos haber quemado la tarjeta en cualquier tienda cara pero no podíamos comprar cualquier cosa para llevar en la mochila para picar, y comprobamos lo que sería también un clásico: los parisinos de nuestra zona prefieren las tiendas caras a comer.
De repente estábamos delante de las Galerías Lafayette, que nunca habíamos tenido la intención de visitar ni nada, y decidimos entrar a ver si vendían algo de comer. Cuál fue nuestra sorpresa al encontrar en el directorio que la tienda parisina por excelencia tenía un McDonald's dentro. Y también una tienda de sándwiches. El hambre ya había remitido un poco y lo de ir a McDonald's, que al fin y al cabo es igual en cualquier sitio, nunca nos termina de convencer, así que optamos por los sándwiches... que no logramos encontrar. Así que nuestros primeros alimentos parisinos - con las excepción de los macarons del hotel - tienen el honor de ser unas galletas escocesas, una ensalada, bebidas y patatas del McDonald's (a las cinco o más de la tarde).
Luego pululamos un poco más por las Galerías Lafayette ya que estábamos allí. Olía igual que en El Corte Inglés y compré los libros de Fred Vargas.
Salimos a seguir andando, ahora ya con otros fines menos primarios. Llegamos a la Place Vendôme, donde, para (no) variar, hay más tiendas caras. Sentados en unos bolardos (supongo que las tiendas caras y el Ministerio que hay allí no quieren que se pongan bancos), admirábamos esta plaza que definitivamente nos gustaba más que la de la Concordia. Y yo, mirando a Dior, me imaginaba a Nancy Mitford caminando por allí.
Decidimos, poco a poco, ir volviendo al hotel, seguir con nuestra búsqueda de un supermercado, comprar algo para cenar en el hotel. Elegimos mal de nuevo: cogimos la famosa Rue Saint Honoré y lo único que vimos fue más tiendas caras, tiendas caras para literalmente aburrir, con un Zara por allí que tenía pinta de ser un Zara deluxe.
Ni rastro de un supermercado, pero ya por otra calle encontramos una boulangerie donde yo compré mi ansiada baguette en su típica e incomprensible bolsita de papel que no le llega ni a la mitad. De nuevo en los Campos Elíseos, curioseamos por una Fnac un poco cutre y sin libros - la única que vimos y es que las tiendas nunca estuvieron de nuestro lado en toda la estancia - dimos con un sitio de bocatas (caro, por supuesto), compramos unos para llevar, volvimos al hotel a explorar un poco la zona, dimos con nuestro supermercado (el primero que vimos en todo el día) y nos encerramos en el hotel.
Nuestro primer día en París había sido - o parecido - muy largo y no del todo satisfactorio. Aunque luego nos reconciliaríamos con París por zonas (y nuestra zona, a pesar del supermercado y del hotel, resultó no ser de nuestras favoritas, más que nada porque hubiéramos preferido tener más vidilla cerca que no tiendas de Louis Vuitton o Hermès a un paso), siempre teníamos con París una especie de china en el zapato.
En fin, como ya aclaré el año pasado con Nueva York, el primer día lo cuento con pelos y señales, pero no voy a hacer lo mismo con el resto, las entradas, a partir de mañana, serán menos tipo "querido diario" y un poco más temáticas.
miércoles, 26 de agosto de 2009
Llegamos a París
Publicado por Cristina en 12:21
Etiquetas Álbum de fotos, París
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Hola Cristina, vaya hartón de caminar y con calor...
ResponderEliminarRealmente se pasan con los precios, es lo que llamo "público cautivo" como no hay nada más cerca... pues a pagar la mordida,bueno menos mal que Paris bien merece un poco de sacricio y dolor de pies.Ay!que dura es la vida del turista.
Angeles
Sí, otra cosa no, pero por andar en París que no quede. Yo creo anduvimos más que en ningún otro sitio, y mira que normalmente andamos mucho. Sí que es dura, sí, la vida del turista ;)
ResponderEliminarVeo que tus problemas con los aeropuertos continuan!
ResponderEliminarEspero la segunda entrega del viaje!
Un muaquis
Acabo de ver que ayer por la noche te dejé mis impresiones sobre mi breve estancia en París y se las tragó el ciberespacio. saludos
ResponderEliminarMar: sí, hija, parece que somos gafes.
ResponderEliminarPrima de Audrey: ¡qué rabia! ¿Y qué decías?
Pues decía, más o menos , que estuve cuatro días en el año 2000 y tuvimos la mala suerte de que había una ola de frío , así q en pleno julio sólo había 11 grados. Sólo un día hizo sol y yo me puse mala de faringitis y co n fiebre así q no guardo un grato recuerdo. Sí que tiene sitios que resultan antipáticos de puro bello pero me pareció, como a tí, una ciudad terriblemente cara. Eso hace que en Londres parezcan todo bargains!Yo tb estuve en el Fnac q mencionas y en el WH Smith q mencionas también y , cómo no, salí con libros y marcapáginas. Creo q algún día volveré...
ResponderEliminarUfff, vaya con la ola de frío. No sé con cuál me quedo, la verdad, si con la de calor o con la de frío cuando supongo que no vas preparada para él. Qué temperamental es París ;)
ResponderEliminarEs que el WH Smith está muy bien, una pena los precios, eso sí, pero es imposible salir con las manos vacías a pesar de todo (doy fe, porque dos veces fuimos y dos veces pasé por caja).
Eso es lo que comentábamos nosotros, qué quién iba a pensar que Londres pudiera parecer barato.
Una de las cosas que más me gustan de los viajes es cuando piensas en libros, personas,...que están relacionadas con esas calles y rincones...Como te ha pasado con Nancy Mitford.
ResponderEliminarEstoy deseando ver la librería Sakespheare!!!
Besines
Sí, a mí eso me gusta mucho también. Y la plaza Vendôme tiene pinta de no haber cambiado demasiado desde que Nacy dejó de pisarla, así que era bien fácil imaginarla por allí.
ResponderEliminarYa queda poco para Shakespeare :)