Sin más preámbulos:
La penúltima pataleta ha sido la del “lapsus”, según ella, de la Ministra de Igualdad. Antes de que me hubiera enterado, ya me estaban llamando de agencias para que opinara sobre las “miembras” de la señora Aído. Aburrido como estoy de estas cuestiones, no cogí el teléfono ni una vez. Pero a los pocos días, en una rueda de prensa con motivo de la aparición de un libro, me cayó la inevitable pregunta, a la que respondí que decir “miembra” me parecía tan estúpido como si los varones empezáramos a decir ahora –y aún más grave, a exigir que se diga– “víctimo” cuando se hable de uno de nosotros, o “colego”, o “persono” o “pelmo”. Esto es, hay vocablos que son invariables y cuya terminación en a o en o no indica género. Si yo escribo que Carrero Blanco fue víctima de ETA, he de seguir empleando el femenino –por ejemplo en la frase “y ha sido la de mayor rango de todas ellas”–, por mucho que las exageradas cejas de aquel Almirante no admitieran dudas sobre su sexo. Lo mismo que si afirmo que John Wayne era una persona afable, debo añadir “y querida por cuantos la conocieron”, por mucho que Wayne se erigiera en uno de los símbolos de la virilidad (pese a llamarse Marion, por cierto, en la vida real). ¿Tan difícil de entender es esto, Santa Virgen?[...]
Se habla de “el hombre” –“el terroso”, en origen– como se dice que “el león es carnívoro” o “la rata frecuenta las alcantarillas” o “el tigre es muy peligroso” o “la jirafa tiene el cuello largo” o “la cebra es rayada”. Según estos plastas, tendríamos que hablar siempre de “la jirafa y el jirafo”, “la rata y el rato”, “el tigre y la tigresa” y “la cebra y el cebro”. Desean hacer de la lengua algo odioso, inservible y soporífero.
La negrita y los aplausos que en el blog no se oyen son míos y el artículo completo, de El País Semanal de hoy, puede leerse completo - cosa que recomiendo encarecidamente - aquí.
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