jueves, 27 de agosto de 2009

De museos

El día del Louvre por la mañana, es decir, justo cuando no teníamos que andar de acá para allá por la calle, fue el único día en que estuvo nublado y amenazaba lluvia. Muy previsora yo hasta metí el paraguas en la mochila, por si acaso. Y me olvidé de sacarlo esa noche, cosa que luego nos vendría bien.

Antes de entrar al Louvre, dimos una vuelta por las Tullerías, nos sentamos en unas sillas cómodas dispuestas alrededor de una fuente y disfrutamos del fresquito mientras leíamos en la guía la historia del edificio del Louvre, que otra cosa no, pero movida es un rato.

De camino al Louvre, nos reímos con mi momento de gloria. Estaba yo haciendo fotos - o intentándolo, porque recuerdo que en esos instantes la cámara estaba especialmente rebelde - del Arco del Triunfo del Carrusel que forma el famoso eje con el obelisco de la Plaza de la Concordia y el Arco del Triunfo, cuando de repente Manuel se acerca y me dice que me gire. Sin tener ni idea de qué quiere, me giro y me encuentro que estoy en una especie de "photocall", con un enorme grupo de turistas en masa haciendo fotos del arco.

Otra cosa que también nos hizo reír, aunque no recuerdo si va antes o después del momento de gloria, fue la escultura de la señora que se cae. Por más que la miré no conseguí imaginar qué otra cosa podía estar haciendo más que cayéndose de la cama. Me gustó.


Era prontito, pero la cola para entrar al Louvre ya era larga, menos mal que nosotros íbamos preparados con la tarjeta comprada con antelación y pudimos entrar por el Pabellón Richelieu sin esperar. Me gustaron las vistas desde debajo de la famosa pirámide, mientras mirábamos el enorme plano del museo y tratábamos de decidir a qué pabellón ir o por qué pabellón empezar. Otra cosa no lo sé, pero los instantes iniciales en el Louvre son apabullantes: ¿qué quieres ver antes? ¿el arte egipcio? ¿el arte griego? ¿pero el de esta planta merecerá la pena? ¿y si empezamos por aquí y vamos andando hacia allí?

Optamos, creo recordar, por empezar por el Pabellón Denon, probablemente porque era el que más cerca teníamos, que al final es la forma más sencilla de decidirse. De repente empezaron a aparecer señales que indicaban el camino hacia la Venus de Milo, así que allá fuimos. Y ahí empezaron mis problemas con el Louvre. ¡La masa de gente! El problema no era la masa en sí, sino la composición de la masa. Puede que suene horriblemente snob, pero diría que el 80% de los presentes no habían pisado ningún museo de su ciudad en su vida. No me parecería mal que empezaran a cambiar de actitud con el Louvre si no fuera porque no había cambio de actitud en absoluto: iban al Louvre porque su guía le da las tres estrellas que significa que no te lo puedes perder. Además, tanto la guía como el Museo les mandan de acá para allá a ver lo más destacado. Es dudoso que ni en la guía ni en el Louvre se molesten en leer por qué es lo más destacado porque en lugar de leer nada se dedican a hacerse fotos delante, como si en vez de una escultura milenaria se tratara del famoso de turno que se han cruzado por la calle, y qué pena que la Venus de Milo no tenga brazos para firmarte un autógrafo también. Para mí el Louvre en ese momento se convirtió en un supermercado del arte y, como le decía a Manuel, si todo el numerito de las fotos, de las aglomeraciones, del ver por ver sin saber ni cómo ni por qué, hubiera pasado en Estados Unidos, por ejemplo, los europeos nos habríamos llevado las manos a la cabeza. Pero pasa en Francia con su "excepción cultural" y nadie dice nada. Manuel decía que lo tenían que llevar aun más allá y hacer una especie de "Louvre express" con sólo lo que sale en las guías, dispuesto para que la gente haga sus fotos. Visto lo visto, no lo considero una idea del todo descabellada y si a mí me horripiló me parece que a alguien que le guste de verdad el arte o que se dedique a ello le tiene que dar náuseas como mínimo. Me acordaba de todas las reflexiones sobre los museos de Penelope Fitzgerald y entendía aun más muchas de las cosas a las que apuntaba.

A pesar de todo conseguí colarme entre la masa para ver la Venus de Milo como se merece, intentando bloquear el ruido de fondo... hasta que una señora a mi lado le dijo a voces a una chica joven que le decía que acelerase con la foto algo como "espérate, hija, que esta muchacha de aquí lleva un buen rato y no se quita de delante". Me quité, bastante enfadada además. ¿Qué es eso de dejar hacer fotos en un museo y con flash además?

Así que fuimos deambulando, con una extraña mezcla entre lo indudablemente bonito e impresionante de lo que veíamos y lo insoportable de la masa humana que lo mira no con sus propios ojos sino únicamente a través de la cámara, primero para hacer la foto y después para confirmar que la foto ha salido bien, sin levantar apenas los ojos para mirar el objeto al natural, que es lo que debería importar porque fotos ya las hay, mucho mejores, en internet. Nos pareció curioso que el único plano que pedía a los visitantes que por favor no tocaran las esculturas - y maldito el caso que hacía la gente, que se hacía las peores fotos del mundo, tocando lo que le daba la gana - fuera el que estaba en español.

Impresionantes muchas de las salas con sus techos elaborados (y yo miraba mucho los techos por aquello de no sentir tanta vergüenza ajena), muchos de los objetos, mención especial, por ejemplo, a la Victoria de Samotracia, que tiene la suerte de estar en un lugar un poco más abierto que la Venus de Milo y poder respirar - sin cabeza - un poco más. Me gustó su mano recuperada y enorme que nadie mira porque no sale en las guías y verla por detrás, que no suele salir en las fotos. Me gustó ver cuadros que nadie mira porque no salen en las guías ni en El Código Da Vinci pero que son bien conocidos y que de pronto te encuentras ahí, al natural. Me gustó ver cómo es fácil crear una aglomeración de gente haciendo fotos sin criterio si te paras delante de cualquier cosa el tiempo suficiente para que alguien más se pare a mirar, haga una foto y se lo contagie al resto. Me gustó ver la cara del siempre misterioso Akhenatón, que estaba en una sala vacía de gente. Me gustaron muchísimo los pequeños objetos de la vida cotidiana en el antiguo Egipto. Me gustó ver la Gioconda, que me gusta desde tiempos inmemoriales gracias a una reproducción que había en mi casa; no me decepcionó porque ya sabía que era pequeña y ya me esperaba las aglomeraciones; me gustó ver que tiene nada menos que tres vigilantes para ella sola y que una de las vigilantes debe de llevar las aglomeraciones tan mal como yo porque estaba hablando y gesticulando sola (el estrés, siempre tan malo). Encontré una sensación extraña el hecho de que un museo sea tan enorme y tenga tantas cosas que hacia el final de la visita estés tan cansado que pases un Rubens y apenas le des importancia ("ah, otro Rubens"). Me gustó ver a la Libertad guiando al pueblo justo delante de mí. Me gustó ir por salas que tienen cuadros impresionantes - o poco conocidos pero preciosos - que están vacías o con el tipo y cantidad de gente que una espera encontrar en un museo.

Luego me enteré de que no sé si todos o algunos días el Louvre abre hasta tarde y a esas horas las aglomeraciones son mucho menores. Visto así seguro que mejora mucho. Y el museo en sí me gustó, tanto el continente como el contenido, lo que no me gustó en absoluto fue la gente que lo visita, llámeseme snob, elitista o misántropa.

Al día siguiente, no sin un poco de miedo, visitamos el Museo de Orsay, que fue una de las cosas que más nos gustó de todo París. La originalidad de ver una antigua estación de tren convertida en un museo tan funcional en mi opinión le gana al Louvre y, por suerte, las guías le deben de dar sólo dos estrellas, así que hay menos gente, menos fotos y todas sin flash, aunque seguía habiendo quien posaba delante de los cuadros y te miraba mal si le obligabas a mirar el cuadro al natural durante más de dos segundos porque decidías ignorar los comentarios o las miradas hostiles mientras tú mirabas el cuadro y le impedías hacer la foto. Memorables, eso sí, unas jovencitas españolas que trataban de hacerse una foto delante de un enorme cuadro puntillista, con una de ellas posando delante, y que no conseguían que quedase como ellas querían. Exasperada, la chica que posaba gritó: "¡pero es que yo quiero que se vea bien esto!". "Esto" dicho mientras plantaba el dedazo sobre una de las pinceladas-punto. Por suerte a la vigilante de la sala le faltó tiempo para acudir corriendo al rescate.

Pero el concepto de museo deja de ser el concepto de comida rápida que puede llegar al ser el Louvre y, por eso, nada más entrar, ya ganó muchos puntos. Y luego está de nuevo el hecho de ver cuadros que siempre han estado ahí y que ahora de pronto tienes delante tal y como los pintaron y descubrir otros que no has visto nunca y que también son espectaculares. Y, por supuesto, si te cansas momentáneamente de mirar cuadros, siempre puedes sentarte en la galería central y mirar el edificio en sí, con su reloj espectacular que debe de ser una obra de arte en sí mismo.

Y también están las vistas, claro. Salimos a que nos diera el aire a la terracita y nos quedamos sin respiración tanto por los precios del puestecito que había allí como por lo que se veía, con las estatuas de la fachada tan cerca, mirando el Louvre al otro lado del río y Montmarte coronado por el Sagrado Corazón a lo lejos (para verlo recomiendo hacer clic sobre las fotos porque en pequeñito no se ve nada de nada), tan lejos que pensábamos que sería lo único que veríamos de Montmartre en todo el viaje. Hubo suerte, hicimos hueco y me alegro muchísimo de, días después, haber llegado hasta allí.


Las tiendas de ambos museos podían haber estado mucho mejor aprovechadas, sobre todo la del Louvre. De Orsay, entre otras cosas, nos trajimos una reproducción del cuadro de Monet Londres, el Parlamento. Boquete de sol en la niebla, que ya tenemos colgada en la pared en casa y que, a pesar de ya conocer de antes, al natural me dejó hipnotizada durante un buen rato (y mal asunto, porque si te parabas delante de un cuadro más de cinco segundos era probable que atrajeras a los fotógrafos de turno).

Hoy tenía propósito de enmienda para escribir una entrada más corta. Obviamente no ha funcionado.

9 comentarios:

  1. Texto largo E interesante. Louvre express, jaja!

    A mí también me pasa eso del "ah, otro Rubens" (o lo que sea) cuando estoy agotada en los museos. Ya tengo el disco duro lleno.

    Elitista bueno, pero misógina noooo, que eso es tener odio o aversión a las mujeres. Tendríamos que inventar una palabra que signifique fobia a las masas. Yo me agobio muchísimo y no puedo concentrarme en lo que miro.

    En el Parque Güell quise hacer una foto del famoso dragón SOLO, sin turistas delante, y fue imposible. Esperé bastante rato, pero se iban turnando, uno tras otro, no había hueco para NO colocarse delante y hacer la foto. Eso ni se contemplaba.

    "yo miraba mucho los techos por aquello de no sentir tanta vergüenza ajena" Jajaja!

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  2. Ay, Elvira, qué vergüenza, que yo no quería decir misógina, sino misántropa. En fin, que ya lo he corregido.

    Me ha gustado lo del "disco duro lleno". Es como el síndrome de Stendhal pero al revés ;)

    Y yo también pasé por lo del dragón del Parque Güell, así que sé bien de lo que hablas. No hay forma.

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  3. Me confieso también con fobia a las masas. Por ese hecho he visitado dos veces París y aún no he ido al Louvre. Me lo reservo para otro viaje que no sea ni en verano ni fin de semana. En cambio el Museo d'Orsay me fascinó por su espacio, serenidad y como no, porque no te sientes agobiada jeje!

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  4. Buen, ya veo que te pasa como a mi y supongo que a muchas personas.Es lo que tiene la globalizacióm, el turismo low cost, todo se banaliza, ¿se dara cuenta la gente de los flasitos que hay unas postales monisimas y unos libros monos ellos tambien con unas fotos estupendas? y si me apuras hasta en internet.
    El museo Orsay es una pasada a mi tambien me reconcilio con los museos...
    Unos de los ratos más surrealistas que pase en Paris fue el rato que espere a mi marido que había subido a Notre Dame, autenticas "manadas" de gente posaba a toda pastilla en la fachada y salian disparados hacía otro "objetivo" los más chalados con diferencia los orientales,parecian electricos, en fin c´est la vie.
    Angeles

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  5. En Oviedo hay dos museos muy interesantes: el de Bellas Artes (no dejes de visitarlo si pasas por mi tierra) y el Arqueológico que está actualmente en obras. Yo conozco muchos ovetenses q se hinchan de ver museos cuando viajan y que nunca han entrado en los de su ciudad. Es lo que hay.
    Yo lo que no soporto es la gente que va dando voces de un lado a otro cuando tú tranquilamente saboreas las cosas. Parece q tengan siempre miedo al silencio...
    No puedo comentar del Louvre porque como ya te conté me puse enferma allí y el día q íbamos a ir me quedé a las puertas porque tenía fiebre y no me tenía en pie así que cogimos un taxi y de vuelta al hotel.
    Lo que cuentas del D'orsay me parece interesante.
    Yo también sufrí con el tema parque GÚell y las fotos pero el colmo del horterismo fue en Los Jerónimos en Lisboa. La gente se hacía fotos en el interior con las figuras religiosas de fondo!

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  6. Monasterio de los Jerónimos de Belém, I mean.

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  7. Hola Cristina!! Qué ganas tenía de leerte. Veo que tengo entradas tuyas retrasadas que no he leído. Ando atareada, pero por ello con menos ganas de pasar por aquí. Siempre es un placer.

    En fin...bonito viaje, fotos,...el Louvre. Ay!! El año que fui, sólo pude ver pocas salas. Me decanté por la pintura. Veo que has disfrutado mucho.
    También huyo de las masas.
    Un abrazo!!

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  8. Recuerdo que una de las cosas que más me gustó del Louvre fue las vitrinas de la sala de Egipto, con los abalorios que utilizaban las mujeres en esa época.
    Y yo también odio las masas, pero es que hasta en el Carrefour. Imagínate en un museo. La gente es muy maleducada, no quiero decir que yo sea muy exquisita en mis modales pero hay actitudes que por una cuestión de simple lógica, no deberían tenerse. En fin, paciencia.
    Un beso

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  9. ¡Formemos un club de fobia a las masas! (Contradicción donde las haya, por supuesto).

    Guacimara: pues cuando reúnas fuerzas y valor ten en cuenta eso de que en verano abren hasta tarde y que dicen que hay menos gente.

    Ángeles: pues debe de ser lo que tú dices, el turismo low cost que, encima, ni tan siquiera tiene criterio para saber lo que le interesa o lo que no. Como es probable que nunca hayan pisado otro museo quizá por eso no saben de la existencia de las postales y/o los libros de los museos ;)

    Prima de Audrey: el tema de hablar a voces es otro que también me desespera bastante, la verdad. Y lo del Monasterio que dices ya es que ni me sorprende, un desastre.

    María: gracias por pasarte y tener la paciencia de ponerte al día con las entradas.

    Mar: sí, en Carrefour es incómodo pero bueno, todo el mundo necesita comer y demás y pase. Lo que a mí me molesta es precisamente que la gente vaya al Louvre como cuando va a Carrefour, con la misma actitud. Si no sabes comportarte en un museo, pues no vayas.

    Las salas de la vida cotidiana en Egipto son desde luego chulísimas y, por suerte, aunque hay gente, no son de las peores.

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