domingo, 5 de septiembre de 2010

Casi otoño en Central Park



En el viaje anterior a Nueva York, Central Park había sido uno de mis sitios preferidos, así que estaba deseando volver a poner los pies allí. Como en tantos sitios de Nueva York, la atmósfera es especial; es difícil (¿imposible?) decir por qué, pero hay algo en el ambiente que lo hace agradable y adictivo. Así que al salir de la Frick Collection no pudimos resistirnos a atravesarlo (del lado este al lado oeste) y dar un primer vistazo no planeado al parque. Era sábado por la tarde, así que el ambientillo era espectacular, un montón de gente por todas partes: gente paseando, gente paseando a su perro, gente paseando a los perros de otros, gente montando en bici, corriendo, etc.

El vistazo rápido estuvo muy bien y sirvió para calmar un poco las ansias de visitar el parque. La nota cómica la puso el hecho de que tomáramos mal una bifurcación y tuviéramos que saltar una valla de, no sé, Manuel dice que 60 cm y yo digo un metro, os podéis fiar de quien queráis. Manuel saltó sin problema pero yo... yo llevaba falda y estaba muy cansada de andar todo el día y lo último que me apetecía hacer era saltar una valla (lo reconozco: la valla era lo suficientemente baja como para no poder pasar por debajo) así que, eeeeehhh, pues me costó un poco saltar la valla, sobre todo porque al segundo intento ya estaba partida de risa y obcecada (el cansancio, el cansancio) con poner los pies encima y saltar en lugar de - lo que funcionó al 76543653 intento - sentarme, girar el cuerpo, levantar las piernas y bajarme al otro lado. En fin, uno de nuestros happennings callejeros por los que algún día, estoy segura, alguien nos echará una moneda.

Visto cómo amaneció al día siguiente, hicimos bien en dar el vistazo rápido, ver el parque con ambientillo y, lo más importante, seco. Al día siguiente, no en temperatura (bochornazo, ambiente lluvioso) pero sí en espírity, el otoño llegó a Central Park. Nuestros planes, casi forjados desde que nos despedimos del parque en el viaje anterior hace dos años, consistían en comprar el periódico dominical, el desayuno y sentarnos tranquilamente en el parque, como verdaderos neoyorquinos (al menos esa es mi idea de lo que un verdadero neoyorquino hace un domingo por la mañana; la realidad parece apuntar a que un verdadero neoyorquino lo que hace un domingo por la mañana es salir a correr al parque, ¡pero algún neoyorquino vago habrá!).

El caso es que había una humedad en el ambiente impresionante y caían algunas gotas, pero nosotros salimos del hotel dispuestos a seguir con nuestro plan. Compramos el periódico (para el New York Times dominical hace falta llevar casi un carrito), compramos sendos chocolates calientes y fuimos caminando entre las hordas que corrían y hacían todo tipo de deportes, hasta que dimos con un banco. En plena búsqueda del lugar ideal, empezó a llover un poco más fuerte, así que el lugar ideal consistía en banco cobijado por un gran árbol que nos evitase la lluvia aunque fuera sólo un rato. Dimos con él y entre el gran árbol y que la lluvia paró un poco, pudimos cumplir un poco con los planes. Yo hubiera disfrutado más de haber elegido un suplemento más interesante que la revista que elegí. Ya nunca más me quejaré de la publicidad de ningún suplemento dominical de periódico después de comprobar que las primeras 67 (¡sesenta y siete!) páginas de la revistita del New York Times son todas de anuncios. El índice está en la página 68, luego vienen más anuncios, continúa el índice... y luego el contenido en sí es un poco aburrido. Lo mejor es que entre tanto suplemento siempre hay alguno más interesante. Lo peor es que cuando me decidí a cambiar las ardillas asesinas empezaron a bombardearnos con frutos del árbol y empezó a llover bastante. Abrimos el paraguas (para resguardarnos de ambas cosas y pasar a parecer más ingleses - como la portada aquella de Watching the English - que neoyorquinos) e hicimos como si nada pero llegó un momento en que ya no lo pudimos ignorar. Había que ponerse en marcha.

Caminamos un poco sin rumbo fijo y terminamos por resguardarnos bajo un puente junto con un grupo de gente, todos turistas: los neoyorquinos o bien seguían corriendo a la intemperie como si nada o bien estaban refugiados (imagino) en cafeterías o, directamente, en sus casas. Nos cansamos de esperar, así que volvimos a la aventura. Manuel quería pasar de nuevo por el lago (el sitio de la primera foto, visto la tarde anterior) y no sé si fue la lluvia, el paraguas, el bochorno o nuestras mentes tan nebulosas como el ambiente reinante, que anduvimos perdidos un buen rato. En Nueva York, donde lo más fácil del mundo es saber dónde están los puntos cardinales, no éramos capaces de adivinar a cuál correspondían los edificios que veíamos a lo lejos. Bueno, Manuel estaba un poco mejor orientado que yo pero... yo era más insistente. Así que dimos una vuelta por el parque, que no estuvo mal, pero habría estado mejor de no haber estado lloviendo. Al final conseguimos sintonizar nuestros GPS internos y orientarnos y llegar al lago.

Y de ahí a dos sitios que yo quería haber visto la otra vez pero que se quedaron - por despiste - en el tintero y que Helene Hanff en su libro me recordó y me dio aun más ganas de conocer.

El primero es un grupo-escultura de Alicia en el País de las Maravillas, donado por los Delacorte al parque. Gran parte de Central Park está así, salpicado y adornado y cuidado gracias a donativos privados, lo que creo que es gran parte de su encanto y que hace que sea un parque muy de la gente.

Ahora ya no llovía, sólo caían algunas gotitas, y había bastante gente haciéndose fotos con Alicia. Yo hice fotos sin gente como pude, dimos una vuelta alrededor leyendo los fragmentos del libro elegidos para ciertas baldosas.

Muy cerca de allí, en otro lateral del laguito de esta zona (será por lagos en Central Park), está la escultura de Hans Christian Andersen, según la inscripción, "un regalo de los niños de Dinamarca, la ciudad de Nueva York y sus amigos" de 1956, financiado por la Asociación de mujeres danesas-americanas. Allí no había un alma (y sólo se acercaron un par de chicas en todo el rato en que estuvimos allí) así que pude hacer fotos a mis anchas, como puede comprobarse, pero no entendí la soledad de Andersen porque me pareció una escultura con más encanto aún que la de Alicia. No sabría decir por qué, simplemente me gustó más.





Andersen tiene abierto el cuento del Patito feo y, a juzgar por el desgaste de las letras, la rodilla de Andersen y de su nariz (donde los niños se agarran para subir), creo que sigue teniendo lugar el ritual que comentaba Helene Hanff: los niños que, sentados sobre la pierna de Andersen y que acaban de aprender a leer, leen esas páginas pasando el dedo por debajo de cada línea para no perderse.


Una escultura muy especial en la que me habría quedado mucho más tiempo, sobre todo si los bancos que la rodeaban no hubieran estado tan mojados.

Ya he comentado alguna vez - sobre Nueva York e Inglaterra - lo mucho que me gusta esa costumbre de suya (quizá de otros también) de dedicar bancos. Si en algún sitio hubiera un libro de textos de bancos dedicados yo sería una compradora segura. Como no conozco de la existencia del libro me conformo con leer una mínima parte de las plaquitas al natural. Las hay tristes, sencillas, de sólo un nombre, unas fechas, una dedicatoria pero todas me parecen muy especiales. Y las hay más extensas y originales, como esta de aquí al lado, por ejemplo, en uno de los laterales de Andersen que me pareció una maravilla (como siempre las fotos se hacen más grandes haciendo clic en ellas), cuya traducción sería: "Bedstefar (abuelo en danés): ojalá todas las historias danesas que me cuentas en este banco me ayuden a parecerme a ti de mayor. Con cariño, tu nieto Sebastian".

O esta otra de otro banco, no muy lejos de Andersen tampoco, con vistas al laguito que tiene delante: "Mi lugar especial de felicidad. Un pequeño pedazo de cielo". En fin, una vez que empiezas a leer una plaquita tras otra es difícil parar.

Una de las que vimos (cuando nos acercamos el último día a despedirnos del parque) era de unos tal Helmsleys que, pelín pomposos ellos, consideraban sus dos bancos "un regalo a la ciudad de Nueva York". La placa no me gustó, por presuntuosa, y luego vimos un hotel con el mismo apellido y después, a la vuelta, entre mis fotos del distrito financiero, encontré también allí una enorme dedicatoria al señor Helmsley. Se lo comenté a Manuel (lo del banco presuntuoso me había marcado), consultamos la wikipedia y encontramos que eran un matrimonio millonario de Nueva York, dados a evadir impuestos. La señora Helmsley, de hecho era conocida como "queen of mean" (vamos, que muy agradable no debía de ser). Con lo cual mi instinto de caerme mal sólo por su inscripción en el banco no era nada erróneo.

Y así, de placa en placa y de charco en charco, seguimos dando vueltas por Central Park, que sigue siendo una maravilla, haga el tiempo que haga.

Mientras paseábamos por el borde del Sheep Meadow, yendo con parsimonia hacia la salida del parque, nos cruzamos con un grupo de niñas y monitoras/profesoras japonesas que, de repente, empezaron a cantar de forma angelical. Lo cual demuestra que en Nueva York y en Central Park puede pasar - y de hecho pasa - de todo.


17 comentarios:

  1. Qué bonitas las estatuas y qué entrañables las placas en los bancos. ¡Yo quiero esa costumbre también en España! Me parecen dedicatorias muy emotivas y especiales.

    Gracias por contarnos tu viaje a NY.

    Besines!

    ResponderEliminar
  2. "algún neoyorquino vago habrá", jajaja! También me ha hecho gracia "de placa en placa y de charco en charco".

    Todas las fotos me han gustado mucho, pero la primera se ha llevado el oohhhh más expresivo. :-)

    ResponderEliminar
  3. Para mí esta ha sido la mejor entrada sobre vuestro viaje a NY. Me han gustado muchísimo las fotos, todas. Y lo de las inscripciones de los bancos es algo que me fascina, me encantaria poder hacer lo mismo por aquí para algun familiar importante...

    ResponderEliminar
  4. Buena parte de las entrevistas de In their own words, aquí completas.

    http://www.bbc.co.uk/archive/writers/

    ResponderEliminar
  5. que fotos tan bonitas, me encantan. A mi también me gustaría pasear por CEntral Park, lo he visto tantas veces en las películas que se te ponen los dientes largos de lo espectacular que tiene que ser pero de momento tendré que conformarme con verlo desde el sofá (suspiro)

    ResponderEliminar
  6. Vaya paseito, me repito, que envidia¡
    Gracías por tus deseos de que pueda ver Nueva York algún dia, espero fervientemente que se cumplan.
    Lo de los bancos "dedicados" lo vi en Hyde Park el año pasado, me parece algo precioso y singular.

    ResponderEliminar
  7. Oh, se ha perdido mi comentario? :/ En fin, decía que preciosas las esculturas y esos otros detalles. Tiene que ser una visita maravillosa, incluyendo la lluvia con efecto otoñal :)

    saluditos

    ResponderEliminar
  8. Maravillosas las fotos. Lo de los bancos es una costumbre que conocí cuando visité Londres hace años y me encantó...Aquí mientras tanto los usamos para que los niñatos de turno puedan divertirse con ellos...

    ResponderEliminar
  9. ¡Qué fantásticas fotos y qué textos!

    "Si en algún sitio hubiera un libro de textos de bancos dedicados yo sería una compradora segura."

    ¿Y una coleccionista en Internet?:

    http://crearespaciosparaconversar.blogspot.com/

    ResponderEliminar
  10. Ja, ja, me ha gustado lo de las ardillas asesinas. Aqui no estamos muy acostumbrados y aún las vemos como dulces animalitos salidos de una película de Disney, pero pueden llegar a sr realmente molestos.

    ResponderEliminar
  11. Cargada de Libros: lo de los bancos a mí también me parece una idea excelente. Pero supongo que si se hiciera aquí las placas acabarían pintarrajeadas, rayadas, robadas, rotas...

    Elvira: con la primera foto el "oooooh" lo dije yo in situ. Fue una foto hecha antes incluso de sacar la cámara :)

    Guacimara: me alegra que te haya gustado. Muchas gracias :)

    Claudio: qué cosas. pero bueno, en cualquier caso seguiremos viendo los dos episodios que nos quedan, que el primero, tal y como lo iban uniendo todo, me resultó muy ameno.

    Amelia: si te sirve de consuelo a mí también se me ponen los dientes largos al ver mis propias fotos ;)

    Ángeles: seguro que sí que vas, ya verás. Yo descubrí mi primer banco dedicado hace siglos (al poco de estrenarse la película Notting Hill, donde, si la has visto, sabrás que aparece un banco dedicado) en Suiza, en mitad de la nada, junto a un lago y, después, en Inglaterra. Desde entonces me parecen una de las cosas más bonitas del mundo.

    Lillu: qué rabia lo del comentario perdido, no sé por qué pasa eso a veces :( Gracias por volverlo a intentar :)

    Pilar: ya, pero los niñatos de turno que tú comentas serían los que aquí destrozarían cualquier intento de banco dedicado. Una pena, la verdad.

    Enric: qué bueno eso de ser coleccionista de bancos :D

    Elena: bueno, a mí a pesar de su intento de acabar con nosotros me seguían haciendo mucha gracia. Allí hay muchas más que en cualquier parque de aquí y, sobre todo, están mucho más acostumbradas a la gente, así que no se cortan nada. Yo me divertía mucho mirándolas.

    ResponderEliminar
  12. Preciosas fotos de Central Park!! La del café y el New York Times es especial!! Me gusta muchísimo...Y Andersen!! con el Patito Feo que era mi cuento preferido en la infancia!! En fin...Cristina...con estas entradas me dejas con los dientes tan largos, que no puedo no pensar en algún día en coger un avión...y ver todo lo que tan bien describes.
    Un beso!!

    ResponderEliminar
  13. Gracias, María :) Cuando tengas oportunidad no dudes en coger ese avión. Nueva York hay que conocerlo.

    ResponderEliminar
  14. Yo ya le he dicho a mi santo que, cuando me muera, quiero un banquito en Central park, Hyde Park o aledaños. No me sirve la ciudadela.
    Por cierto, felicidades por el post. Sin duda, huele a parque y a lluvia, notas el frescor del tacto de las esculturas, vuelvo a resbalar, riendo, por la seta de Alícia...

    ResponderEliminar
  15. Me ha gustado tu deseo póstumo (oye, qué triste suena dicho así).

    Y muchas gracias. Todo el mérito es de Central Park.

    ResponderEliminar
  16. Me encantaría poder dedicarle un banco de mi ciudad a una persona especial. ¡Qué tradición más bonita!

    ResponderEliminar
  17. ¿Verdad? Es una tradición con mucho encanto.

    ResponderEliminar