La foto de arriba muestra cómo amaneció nuestro último día. Nos engañaron un poco porque supuestamente el domingo iba a hacer malísimo, efectivamente, pero se suponía que el lunes el tiempo sería considerablemente mejor. Y no, como puede verse aquí al lado, la antena del Empire State seguía desapareciendo, cosa que ya nos resultaba de lo más agorera. Si el refranero español hubiera conocido el fenómeno seguro que ya habría una rima del tipo: "cuando la antena del Empire State Building desaparezca, es hora de que el señor se guarezca" o algo así.
Como el refrán no existe (¿pero a que me ha quedado apañado?), nosotros salimos a la calle después de obrar el milagro de meter todos los trastos que habíamos acumulado en la maleta.
A estas alturas del viaje, yo ya era una escéptica de las distancias a pie según el mapa. Manuel decía que podíamos ir a la ONU andando (se vengó de mí usando MI frase de "a partir de X las manzanas son más pequeñas") así que allá que fuimos, despidiéndonos de un Nueva York esta mañana ya menos bochornoso y casi, casi, con un toque de otoño en el ambiente.
Nuestro Dean & Deluca mítico del Rockefeller Center se había trasladado ya a su nuevo emplazamiento y por el camino nos detuvimos a conocerlo (sin comprar nada) y a ficharlo para la próxima vez. Porque sí, como la otra vez, incluso con los pies todavía en suelo neoyorquino, ya queríamos volver.
Al final la ONU, efectivamente, no estaba demasiado lejos del hotel y el paseo había sido agradable, salvo por las gotas intermitentes. Habíamos caminado entre neoyorquinos que iban a trabajar y eso siempre es un espectáculo digno de ver.
Llegamos a la ONU y otra vez las banderas no estaban puestas. La otra vez no las vimos porque estaba cerrada y esta vez, según nos explicaron luego, porque cuando llueve no las ponen. Así que nunca vemos la ONU como sale en las noticias. Para cuando nos pusimos a la cola (no demasiado grande aunque, como siempre, cuando empezamos a avanzar el grupo que entraba se cortó justo delante de nosotros y nos quedamos a las puertas) iba lloviendo con más intensidad. Cuando por fin entramos, pasamos el control y llegamos a la cola para comprar las entradas, los grandes ventanales de la sala de espera más setentera del mundo (¡pero si hasta los folletos explicativos parecían de la época!) mostraban un nuevo diluvio universal fuera. Nos habíamos librado por los pelos.
Compramos las entradas y esperamos a que le tocase el turno a nuestro tour. Aunque el tour era en inglés, nuestra guía era colombiana (hablaba en inglés) y era como una enciclopedia con patas. Cierto que siempre me maravilla la memoria prodigiosa de los guías y la naturalidad con la que la mayoría son capaces de explicar lo mismo una y otra vez, pero es que a esta chica la gente le hacía preguntas muy rebuscadas y ella las respondía como quien responde a cuánto suman dos y dos. Y además todo de forma muy amena.
Está muy bien porque, para ni ella tener que forzar la voz ni nosotros tener que forzar los oídos, te dan unos cascos que reciben el sonido de un micrófono que ella lleva, así que gradúas el volumen como quieras y tan cómodamente.
El tour nos gustó mucho. Te enseñan algunas salas (nosotros, como era la tónica del viaje, no pudimos ver el Consejo de Seguridad porque está de reformas, creo), te enseñan algunos regalos de países miembros (una impresionante talla de marfil, entre otras cosas), los enormes murales de la paz y la guerra del pintor brasileño Cándido Portinari (que tuvo la mala suerte de ser un pintor alérgico a la pintura; no quiso negarse a decorar la ONU y el pobre murió a los pocos meses de acabar sus murales allí), uno a cada lado de la entrada por la que entran las personalidades, que por lo visto de forma simbólica siempre acceden al edificio por el lado de la guerra y salen por el de la paz.
Me gustó también la frase que destacó la guía (y que luego tienen escrita en una pared) de Dag Hammarskjöld, un antiguo Secretario de la ONU, que dijo acerca de la finalidad de la organización: "The UN was not created to take mankind to heaven, but to save humanity from hell" (La ONU no se creó para llevar a la humanidad al cielo, sino para salvarla del infierno).
Y así de sala en sala, viendo lo que se usa en misiones de la ONU, desde los cascos y boinas azules hasta los "kits" que se les reparte a los refugiados, pasando por las tazas rojas con que se incentiva el que los niños (y las niñas, para cuyas familias una taza de comida no siempre es suficiente aliciente y en ciertas zonas tienen que ofrecer dos tazas para ellas) vayan a la escuela, las minas antipersona, etc. Y en una de las salas una gotera enorme que, como dijo nuestra guía, servía para dejar claro, como mínimo, que la ONU no reinvierte el dinero que recibe en sí misma.
El grupo de gente entre los que íbamos era bastante variopinto: una familia italoinglesa, algunos americanos y australianos y poco más. El caso es que una espera que cuando alguien visita la ONU tenga unos conocimientos mínimos sobre lo que visita y ahí, en la primera sala que visitamos, nadie sabía que el actual Secretario general es Ban Ki-Moon. De modo que la guía nos hizo memorizarlo (bueno, Manuel y yo ya lo sabíamos) y de vez en cuando nos hacía repetirlo para que, como ella decía, al menos saliéramos de allí con eso aprendido.
Y así llegamos a la parte estrella de la visita: la Asamblea General. El grupo se sienta en la parte de atrás del todo (siempre que no esté reunida la Asamblea, claro, que entonces no se puede pasar) y la guía explica el funcionamiento, el orden de asientos, etc. Fue gracioso que cuando explicaba que los países se sientan por orden alfabético y preguntó quién sería entonces el primer país un genio de nuestro grupo dijera nada menos que África. En fin.
Y poco más, después de eso ya acaba la visita enseguida, se pasa volando de lo interesante que resulta. Y de ahí a la tienda. Yo tenía curiosidad por la tienda de regalos del mundo, que Helene Hanff mencionaba en su libro como una de sus tiendas preferidas (en los años setenta). Y lo cierto es que es muy curiosa pero carísima (mucho más cara que una tienda de regalos normal, que ya es decir). Allí cada país tiene una especie de representación y en general lo de la mayoría de los países es muy mono y tentador. Salvo por lo de España que, sin haber llegado a mandar a la sevillana para encima de la televisión o los souvenirs taurinos (aunque sí hay un par de toreros), tiene estas cosas horripilantes bañadas en plata. Así nos va. ¿Quién fue la mente que seleccionó eso? Por no mencionar el hecho de que la mayoría de los países tienen cosas monas, pero tirando a lo práctico. Japón tiene cerámicas y juegos de té, por ejemplo. ¡Pero si en todas las tiendas de utensilios de cocina los utensilios de madera que vimos estaban "made in Spain"! ¿No hubiera sido infinitamente mejor mandar algo así de sencillo que no estas monstruosidades? Vergüenza en la tienda de la ONU. Mucha.
De ahí pasamos a la librería de la ONU, que también tiene souvenirs y que fue la única tienda de regalos en la que encontré un lápiz de recuerdo para mi colección (y a juzgar por mi colección de lápices nadie diría que he estado en Nueva York) y después por un puestecito que hay allí en medio y donde me compré una camiseta para estar en casa. Al pagarla una de las viejecitas que trabajan allí voluntariamente me dijo con mucha cara de pena: "gracias. Es para los niños" y me hizo sentir fatal por sólo haber gastado 12 míseros dólares. Manuel y yo nos sentamos en unos bancos cerca del puesto y animamos mentalmente a la gente a que comprara. El éxito fue moderado tirando a escaso.
Al salir de la ONU - ya no llovía, pero el día seguía malo y gris - la idea original era acercarnos al Flatiron de despedida, pero entre que podía ponerse a diluviar en cualquier momento y que era más tarde de lo que pensábamos, decidimos no ir y quedarnos por una zona un poco más cercana al hotel: se nos ocurrió ir a Bloomingdale's andando. Por el camino y la hora de comer de los oficinistas neoyorquinos pasamos por un montón de sitios con buena pinta pero decidimos que mejor llegar primero a Bloomingdale's y luego ya comer. Obviamente cuando quisimos darnos cuenta la zona de miles de sitios para comer había quedado atrás y cerca de Bloomingdale's eran más bien escasos (cosa rara en Nueva York; prueba de lo gafes que somos). Al final dimos con un sitio y comimos un pizza que vimos hornear allí mismo en horno de leña y que estaba rica.
En Bloomingdale's, ya que tengo la taza, tenía la idea de averiguar si existían unos bolsos que la otra vez vi a una chica en el aeropuerto cuando nos volvíamos. Y sí, dimos con ellos pero el tamaño que yo había visto ya no estaba y además los encontré excesivamente plasticosos, así que me decanté por unos que tenían también de lienzo y que eran con la forma del que le había visto a aquella chica. Cuando lo iba a pagar, la dependienta me preguntó si era de Nueva York ("no"), ¿de otro estado? ("no, más bien de otro país"), así que me informó de que si iba al mostrador de atención al cliente me harían un descuento nada despreciable del 10%. Así que allá que fui y me maravillé de nuevo del gran trato de los dependientes en Bloomingdale's. Te tratan como si fueras de la realeza. La chica que me atendió, desde que descubrió que me llamaba Cristina, no paraba de llamarme por mi nombre para todo y de informarme de miles de cosas, Cristina, y de desearme cosas buenas, Cristina, y de comentarme que si compraba más de 200 dólares me regalarían un paraguas, Cristina, y de darme las gracias por todo, Cristina. Y ahí estaba yo, con unos pelos de loca por la humedad, con deportivas y pies mojados (y las neoyorquinas que seguían llevando mis botas por todas partes). Impresionante. No me había recuperado yo del buen trato aún cuando, al salir de allí, una dependienta me cazó al vuelo para mostrarme la colonia Womanity de Thierry Mugler y me habló de lo femenino del perfume y lo bien, bien, bien que me iría y demás. Y todo dicho como si de verdad se lo creyera y yo llevara un traje de noche, pelo de peluquería y zapatos de Manolo Blahnik. Esa chica se merece un Oscar por decirlo todo con la credibilidad que lo dijo.
Volví de nuevo al mostrador donde había dejado mi bolsa y la dependienta, como cuando compré la taza, me la envolvió con toda la consideración del mundo, como si fuera un bolso de 3.000 dólares, con su papel de seda y demás.
En fin, que yo sigo recomendando que se compre cualquier cosa en Bloomingdale's, sólo por disfrutar del excelente trato.
Y de ahí, poco a poco, a pasar un último rato en Central Park (en una zona desconocida que habíamos descubierto en la exposición de la Morgan). Y de Central Park a una tetería cercana al hotel (una cadena: Argo Tea) donde tenían como miles de tés. Durante un tiempo consideré la posibilidad de comprarme alguno (tenían sabores muy originales) pero ya llevaba cinco tés en la maleta y más hubiera sido excesivo. Así que me conformé con tomar allí uno blanco con arándanos azules, mismo sabor que el del fiasco del té frío en el Chelsea Market, para resarcirme.
Y de ahí al hotel, y del hotel al autobús destartalado y del autobús destartalado al aeropuerto (conociendo la hora punta en las carreteras) y del aeropuerto (sin jelly bellies esta vez, yo que contaba con ellos ahora que sabía cómo funcionaba lo de la "jsfsgfhs jfuetryur geutytre jdhfsgfdjhsgf boardinnnnnn' gaaaaaate") al avión, donde nos dimos cuenta de que la chica del check-in nos había dado asientos en filas diferentes. Terrible primero por el recuerdo de lo larga que se nos había hecho la ida y segundo porque si ya entonces no había podido conciliar el sueño, ahora con desconocidos a los dos lados ya sería imposible (por no hablar de la incómoda situación de que el de al lado, con acceso al pasillo, se quedara frito y yo me quedara sin poder ir al baño en todo el viaje por reparo a despertarle). Al final tuvo gracia porque el chico que me tocó al lado y al que explicamos la situación fue el chico más amable del mundo y, pese a estar en fila con sus amigos que iban al otro lado del pasillo, y pese a cambiar su asiento de pasillo por asiento central, accedió al cambio. Al final los dioses le pagaron la buena acción del día porque, a pesar de que estuvimos durante un buen rato oyendo que el avión aún no estaba lleno y que faltaba una persona (y sólo sobraba el asiento del pasillo de al lado del chico amable), al final cerraron el avión, el chico pudo volver a colocarse en asiento de pasillo y además, le quedó el asiento de al lado libre.
El viaje de vuelta se hizo más corto a fuerza de dormir nada cómodamente (una vez me desperté con tanto dolor en todas las articulaciones del cuerpo que me dieron ganas de llorar de incomodidad y envidia a los de primera clase). Escala zombie en Zurich de nuevo y cuando quisimos darnos cuenta ya estábamos de nuevo en Barcelona.
¿Cuándo volvemos?
Nota: parece imposible pero aún me quedan un par de entradas neoyorquinas.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
La ONU en un día gris y despedida
Publicado por Cristina en 9:05
Etiquetas Álbum de fotos, Nueva York
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Realmente feos los regalos de España aunque la visita a la ONU parece muy interesante.
ResponderEliminarY en cuanto a lo de llevarte las botas de agua, ¿sabes que entonces no va a llover ni un día?
Como siempre, muy chula la entrada.
Muy bueno lo de las botas de agua. Y sí, lo sé, pero mira, eso que ganamos. El caso es viajar y no recorrer el sitio que sea acompañada de ese insoportable "chof-chof" ;)
ResponderEliminarMuy bien descrito todo como siempre, lo de la tienda, digo yo que no les costaria poner cuatro Lladrós, que por alli les pirra jaja.
ResponderEliminarSi que he probado cosas de los libros, ayy si esta bueno los hice con poco frosting porque llevan mucha azúcar,salir bien salen, he hecho de chocolate, a ver si me animo a hacer un cursillo de esos de fin de semana.
Ah la vida de Dorothy Parker como tu dices fue bastante triste, lei hace años "La soledad de las parejas" y otro más que que por más que intento recordar el titulo no me sale, pero si recuerdo, haber leido acerca de las reuniones en el hotel Algonquin y las juergas que se daban alli,me va a dar pena cuando se acaben las cronicas de Nueva York,asi que por mi podrias seguir y seguir, un saludo.
con todo lo que nos has contado casi podrías hacer un pequeño libro titulado" Cristina en Nueva York". Si algún día voy allí seguro que me pasaré por blomingdale, aunque solo se a comprar una taza.
ResponderEliminarTus entradas de Nueva York siguen fascinantes. Muy gracioso lo del pintor alérgico a la pintura, eso sí es mala pata y no lo que os pasa a vosotros. Por cierto, estuve este verano en el museo del Memorial de Caen (visita del todo imprescindible para forofos de la Segunda Guerra Mundial) y delante hay la misma esculautra del revolver con el cañón hecho un nudo ¿las harán en serie?
ResponderEliminarPreciosa la foto de Central park y horrorosos los souvenirs ( artículos de coña ) españoles...eso sí era años 70.
ResponderEliminarWell, wellcome to the place where you begin? (por seguir con la tónica de los "títulos de canciones", tal como habías dicho...)
ResponderEliminarÁngeles: sí, los Lladrós o cualquier cosa (o nada) sería mejor que esto.
ResponderEliminarYo a los frostings les tengo un poco de miedo por lo mal que se nos dan los glaseados, icings y similares (y además tengo que comprar una manga pastelera). A ver cuándo nos animamos a probar a hacer cupcakes caseras.
Amelia: espero que puedas comprar esa taza en Bloomingdale's pronto :)
Elena: qué interesante debe de ser el museo del Memorial de Caen. Me encantaría visitarlo. ¿Quizá hay una especie de recorrido de pistola anudada en pistola anudada? ;)
Samedimanche: de los setenta total. Yo creo que los mandaron por entonces y hay alguien que está empeñado en que hasta que no se vendan no los renueva. Y claro, ahí están cogiendo polvo. ¿Quién en su sano juicio va a cargar con eso por el pastón que además costaban?
Enric: te puedes dedicar a ello ;)
Me gustan todas las fotos, pero la del cristal con gotas de agua...me encanta!!
ResponderEliminarLa ONU debe ser espectacular...Y pasar por la tienda a la que Helene Hanff solía acudir...me encanta!! Coincido contigo en lo que consideran que son regalos de España...en fin...
Y en cuanto a esa pregunta de cuando volveís...me parece que algún año tendréis que intentar ir antes de Navidad...Debe ser precioso, verdad!!!
Un abrazo, Cristina...fábulosas tus crónicas neoyorquinas!!
Y luego tomar té en el lugar que nombras...A veces tomo té frío, pero me cuesta más que tomar té caliente/templado. No sé...me debo haber acustumbrado.
Una amiga que estuvo en China este verano me decía que la ofrecían constantemente beber agua caliente, a pesar del calor monzónico que hacía...La decían que era muy bueno.
Ay, a mí me encantaría estar en Nueva York justo antes de Navidad, cuando la decoración ya está puesta. Debe de ser súperagobiante pero toda una experiencia.
ResponderEliminarEn Marruecos y el desierto también hacen lo de beber té caliente. Por lo visto, la teoría, es que si le das al cuerpo algo frío, lo que este hace es subir la temperatura para contrarrestar y si le das algo caliente, en cambio, la baja. No sé si será cierta. Yo desde luego no le hago ascos ningún día del verano a mi té humeante matutino. Por las tardes me cuesta más.
Cristina, debo decirte que haces bien en envidiar a los que viajan a NYC (y todos lados del mundo) en primera clase. Yo tuve la suerte de hacerlo una vez (pagando un billete turista económico) y fue la mejor experiencia aeronáutica de mi vida. Para resumirlo: fue como en Bloomingdale's pero con sillones reclinables y comida a la carta cada cinco minutos.
ResponderEliminarAy, qué recuerdos... :)
Ya me lo imaginaba. Qué envidia que tuvieras ocasión de volar así. Alguna vez en la vida tengo que viajar en primera.
ResponderEliminarCristina, aquí estoy acompañándote por Nueva York. Y es que lo describes todo con tanto entusiasmo que una se siente trasladada allí con vosotros.
ResponderEliminarEs una suerte que Manuel y tú coincidáis tanto en vuestras aficiones, compartir las pasiones es una de las mejores cosas que le pueden pasar a una pareja.
Saludos.
Muchas gracias, Ilona. Y sí, es una suerte coincidir en muchas cosas y no tener que estar negociando constantemente. Negociamos, claro, pero en general hay siempre consenso.
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