Este fin de semana hemos vagueado y no hemos hecho repostería, aunque eso no implica que no hayamos desayunado opíparamente. En realidad, la que vagueé fui yo. Manuel tenía entradas para el sábado por la tarde ver Lulú en el Liceo (cuando las compró me preguntó si me apetecía ir, previa descripción de la ópera en cuestión, y yo pasé) así que yo me quedé en casa y pasé también de la repostería. En solitario la repostería tiene mucha menos gracia, implica tener que medir y pesar yo los ingredientes (no es lo mío) y demás. Así que me di un festín de libro y sofá: repostería para el alma, no hay duda.
Lo de Lulú, por cierto, coincidía con un concierto de Marlango del que nos enteramos el mismo viernes (el día anterior). Una pena, pero como ya hemos visto a Marlango este año no me quejo.
El caso es que como decía más arriba, lo de no pringarnos de harina no significa que no tuviéramos nuestra ración de dulce, trasladada al sábado esta semana. Hacía unos días Manuel había encontrado en otro supermercado unas "porras" congeladas que decían que se podían hacer en el horno. Y es que lo peor de los churros y porras congelados es lo de tener que ponerte de buena mañana con el aceite, la grasa, la cocina llena de gotitas de aceite por todas partes y el olor a frito. Una vez probamos unos churros que se "hacían" en la tostadora y quedaban bien ricos y esta vez la posibilidad de no manchar nada y sólo encender el horno, calentarlo y meter las porras cuatro minutitos sonaba muy tentadora.
Las porras, por cierto, más que porras son churros sin forma y un poco más gruesos (mejor así, porque tanto como me gustan los churros me llaman poco la atención las porras). Vamos, que sería como una vez que, paseando no sé por dónde, vi una churrería de esas ambulantes que en vez de vender churros y porras vendía - para qué andarse con variedad de vocabulario - "churros pequeños" y "churros grandes".
Manuel se ocupó de preparar el chocolate (de bote evidentemente; si el objetivo era pringar poco habria sido muy poco coherente hacer chocolate "de verdad") y organizó una improvisada batalla musical en formato taza: él con la suya de Pink Floyd y yo con una de las mías de los Beatles. No sé quién ganó; los dos quedamos baldados por el contenido de la taza propia.
Y las porras resultaron un éxito, la verdad. Cumplieron su promesa de no pringar, se hicieron rápido y quedaron en su punto. Y de sabor estaban bien ricas y nada aceitosas, cosa que siempre se agradece. La única pega es que las hicimos todas y... bueno, casi no lo contamos. En este contexto se entiende mucho mejor mi tarde de vaguería total y festín de sofá y libro: creo que entonces aún no había recuperado la plena movilidad y cualquier pensamiento relacionado con la comida era poco bienvenido.
Pero bueno, con más moderación, eso sí, pero creo que repetiremos tarde o temprano... a no ser que - como sería muy posible dados mis poderes para estas cosas - a partir de ya el producto desaparezca de la sección de congelados de todos los supermercados de la faz de la tierra. No me sorprendería demasiado si así ocurriera, así que si alguien se ha quedado con ganas de hacer el experimento, que salga ya mismo a buscarlos, quizá llegue a tiempo de interceptar alguno del camión de recogida.
Así que ayer domingo, día por excelencia de desayuno opíparo, nos moderamos mucho y nos dimos un banquete espiritual más que gastronómico.
El artículo de El País Semanal sobre la Frick Collection (ayer Nueva York me perseguía; si los hados intentan insinuar algo lo mejor que podrían hacer sería dejarme un par de billetes de avión y una reserva de hotel en el buzón. Sutilezas las justas, por favor) me mantuvo tan entretenida como cualquier pedazo de repostería casera, acompañado igualmente de té, y después, para cuando ya había exprimido todo lo que me interesaba de El País Semanal, vuelta al libro de la tarde anterior, que con ese cuadro en la portada resulta - no me lo negaréis - hipnótico. (El cuadro es de William Orpen y ahora me entero de que hay uno parecido visto de frente; me gusta mucho más este de perfil).
Y por la noche una gran película: Cluny Brown (El pecado de Cluny Brown) (yo realmente alucino con las traducciones de títulos: la pobrecita Cluny Brown es de todo menos pecaminosa), de 1946 (también el año en que sucede el libro que mencionaba arriba, qué curioso), poco después de terminar la guerra, pero ambientada en Inglaterra (aunque la película es americana y de ahí que exagere y se burle de los clichés británicos) en 1938, poco antes de comenzar la guerra. Cluny Brown tiene el honor de ser la última película que Ernst Lubitsch dirigió de principio a fin y, como tal, es una verdadera joya. Además aparece Charles Boyer al que, aunque ya habíamos visto en alguna otra película de domingo, hasta ayer no había asociado con - obviamente - Victor Velasco de Barefoot in the Park (Descalzos por el parque). En mi defensa a las películas las separan más de 20 años, pero es que ayer la asociación fue inevitable porque su papel de Adam Belinski es un verdadero predecesor (más comedido pero ya apuntando maneras) de Victor Velasco. ¡Gran película!
lunes, 15 de noviembre de 2010
Sin repostería
Publicado por Cristina en 10:18
Etiquetas Álbum de fotos, Cine, Con las manos en la masa, Cosas de casa
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Precisamente ayer decidimos probar en mi casa las porras congeladas de Mercadona (en tostadora) para ver si estaban tan buenas como las de Maheso al horno y, sí, lo estaban y no pringaron mucho. Eso sí, hemos aprendido de experiencias previas y nos comimos medio paquete.
ResponderEliminarMe salvan muchos domingos, así que espero que ahora no desaparezcan de los súpermercados por vuestra culpa XDD
Yo solo he probado las de freir y la verdad es que dan mucha pereza!
ResponderEliminarYo también babée con el artículo sobre la Frick Collection, más que nada por ganas de repetir la visita a esa fabulosa colección (lo de que esté en una casa particular le da un encanto añadido, como si no fuese suficiente con la categoría de las obras de arte). Y me he reído con la alusión a tu lado gafe a propósito de las porras. No soy muy de churros ni de porras, pero a partir de ahora me fijaré, a ver si es verdad que desaparecen de los supermercados ;)
ResponderEliminarBueno, bueno, con el hambre que tengo y me pones esto... En fin, mira si soy rarita, que los churros me gustan sin azúcar, no soporto masticarlo ese crac crac.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo en que aceitosas no son muy apetitosas.
Me has picado la curiosidad, de que marca son esas porras por que me voy a comprarlas para el desayuno del sábado.
ResponderEliminarBesos,
Emma
Curiosamente el viernes, saliendo del médico(otra vez), tuve ganas de comprar algunas porras para desayunar el sábado. Pero... zas, en toda la boca! La churrería móvil que siempre está allí no estaba... y me quedé sin churros ni chocolate calentito para el fin de semana... Mi madre, que es una churroadicta, suele comprar unos congelados que tienen muy buena pinta.
ResponderEliminarEs más chula tu taza de The Beatles (no se lo digas a Manuel) ;)
Chocolate con churros! Ya hace mucho que no disfruto de ninguno... ¿se nota?
ResponderEliminarAunque no te haya dejado comentarios, te he ido leyendo estas semanas y pienso comentar algunas cositas que has colgado. Eso sí, con paciencia.
Lo que te pasa con Nueva York, me pasa con Norfolk desde que leí Never let me go en verano pero es cada vez más exagerado. ¿Me estará insinuando algo el destino? ;)
Besos
Carolina: qué rabia me da que nosotros no tengamos ningún Mercadona cerca (pero ya ves que en ese sentido no tienes por qué temer que ninguno de sus productos desaparezca ;)). Los churros de tostadora que comprábamos nosotros no recuerdo de qué maraca eran, pero ya te digo que de Mercadona no. Está bien saber que el método sigue existiendo.
ResponderEliminarAndrea: claro, es lo que pasa. Por suerte veo que los fabricantes también se dan cuenta e innovan.
Elena: nosotros fuimos a la Frick Collection (muy) animados por Molinos (y por el libro de Enric González) y nos llevamos una grata sorpresa. La pena fue que tuvimos sólo 40 minutos para recorrerla, pero bueno, menos da una piedra. Y, como tú dices, lo mejor de todo es el ambiente de casa que sigue teniendo, en lugar de ser un museo-museo.
Ángeles: jajaja... pues yo casi no concibo un churro sin su azúcar ;) En cambio el crac-crac que tú dices sí que me molesta mucho en otras cosas, fíjate.
Emma: como decía Carolina en su comentario, estas "porras" son de la marca Maheso. ¡Espero que des con ellas!
Guacimara: argh, qué rabia. Espero que no se te esté pegando mi gafe... Me ha encantado, eso sí, lo de que tu madre es "churroadicta". Dile que pruebe estos a ver qué le parecen ;)
LittleEmily: pues ya sabes, anímate a buscar estos y date el capricho en casa :D
Tranquila por lo de comentar o no: yo con de vez en cuando saber de ti (aquí o en tu blog o en otros) ya me conformo.
Pues nada, móntate una escapadita a Norfolk que no debe de estar nada mal. Ya contarás si siguen las señales y prospera el plan ;)
Si pudiera comer churros con chocolate deshecho y que no llegaran a mi éstómago, ¡qué placer! El sabor, exquisito. La digestión, espantosa. :-))
ResponderEliminarPor algún extraño motivo, en Cataluña no se usa nunca la palabra porra. Cada vez que pido unos churros y me preguntan "¿grandes o pequeños?" me entran ganas de ponerme a gritar, ¡que lo otro son porras!
ResponderEliminarElvira: sí, eso sería lo ideal, pero con todo, ¿no te parece? ;)
ResponderEliminarCrunia: gracias por la aclaración porque no tenía ni idea, pensaba que lo de grandes y pequeños era cosa de aquella churrería ambulante. Nada, nada, vamos a tener que hacer campaña para el uso correcto de porra ;)
Yo he probado unas que venden en ahorramas marca, churrería Pérez y estan muchos mas buenas que las de maheso y las de mercadona
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