lunes, 6 de septiembre de 2010

El diluvio y la Morgan Library

Fue al salir de Central Park cuando nos acercamos a las tiendas de Columbus Circle (placita de Colón con una especie de esculturas de meninas a sus pies que yo no recuerdo que estuvieran ahí la vez anterior) cuando descubrí el mítico cuarto de baño y comimos por primera vez en el también mítico buffet de Wholefoods.

Después, tan contentos, nos fuimos caminando hasta el Lincoln Center, que la otra vez que estuvimos era un caos de obras y ahora, ya renovado, es totalmente diferente y muy agradable, muy amplio. Ese día era la última función del musical South Pacific, un musical que Manuel quería haber visto pero para el que no encontramos entradas. Así que, un poco masoquistas, nos fuimos a ver entrar a la gente a la matinée final (a las tres de la tarde) bajo un cielo que amenazaba lluvia.

El Lincoln Center está formado por varios edificios destinados a la educación o difusión de la cultura musical (allí está la famosa escuela musical Juilliard, por ejemplo). Nos sentamos un ratito a ver pasar el mundo en, de nuevo, unas sillas a disposición de cualquiera, estas especialmente cómodas puesto que eran acolchadas y todo y algunas estaban ya secas. Después Manuel se fue a dar una vuelta por el teatro donde era South Pacific y yo decidí dármelas de neoyorquina total y saqué un par de suplementos del New York Times. Con el primero no tuve problemas y aparenté bastante bien, creo yo. Con el segundo, el Book Review, nada menos, empecé cuando Manuel ya había vuelto. Empezaron a caer unas gotas enormes (simplemente abrimos el paraguas sin movernos del sitio) y empezó a levantarse un viento huracanado y... ocurrió lo inevitable. Mi suplemento del New York Times de libros salió volando y se llevó con él mi reputación de neoyorquina de verdad. Manuel corrió detrás de algunas hojas (yo no pude moverme, primero por lo repentino que fue todo, después por el paraguas, el periódico, la mochila, etc.) y yo veía en mi cabeza aquella escena de Ana de las Tejas Verdes en que ella está escribiendo en una playa y se le vuelan todas las hojas. En fin. A todo esto iba lloviendo con una fuerza que ya no podíamos ignorar y tuvimos que levantar el campamento y también alejarnos de la gente que había presenciado el numerito del periódico volador. En lo que tardamos en cruzar los dos metros desde las sillas hasta una especie de soportal, el diluvio fue instantáneo. Como le digo a todo el mundo cuando se lo cuento: ¿sabes cuando en las películas americanas llueve tanto que parece que se les ha ido la mano con la máquina de la lluvia? Pues bien, no es que se les haya ido la mano, es que allí llueve así. Y no es como aquí, que enseguida baja de intensidad. No, allí dura.

El caso es que nuestra siguiente parada programada - por suerte a cubierto - estaba al otro lado de Manhattan y aunque habíamos especulado con ir andando, en metro o en una combinación de ambos, no nos quedó otra que tomar un taxi. De camino al borde de la acera dimos con la portada de mi suplemento de libros y la tiramos a la basura. Claro, todos los taxis que pasaban bajo el diluvio iban llenos y nos tocó esperar un poco. Cuando por fin dimos con uno, nos terminamos de calar en los breves segundos que tardamos en cerrar el paraguas y meternos en él.

Aquí el chasco nos lo llevamos cuando le dijimos al taxista que queríamos ir a la Morgan Library y el tío no tenía ni idea de dónde estaba eso. Así que tuvimos que sacar el mapa y decirle las calles. El diluvio continuaba fuera y desde la ventanilla teníamos unas vistas de un Manhattan engullido por la niebla, las nubes o los chorros de agua en donde apenas veías la parte superior de los edificios. Un Manhattan diferente.


Con la propina de este taxista no tuvimos problemas, creo, pero lo malo fue que la Morgan Library ocupa una manzana entera y al darle las coordenadas según el mapa, le dimos la calle por la que no se puede acceder al edificio. Así que ahí nos quedamos plantados, resguardados debajo del toldo de un edificio de viviendas de Park Avenue, típico de las películas, con conserje de uniforme y demás. Era imposible no acordarse de aquella escena de Desayuno con diamantes. El diluvio sólo iba a peor y decidimos contrastar información con el conserje acerca de si estábamos de verdad cerca de la Morgan Library, cruzando los dedos para que, a diferencia del taxista, supiera de qué le hablábamos. Lo sabía y nos aseguró muy amable que estaba a la vuelta de la esquina. Con la que estaba cayendo, a la vuelta de la esquina parecía tan lejos como decir "sí, está por ahí, en Ohio". Aquello no paraba, nos daba miedo que nos cerraran la biblioteca y decidimos correr. Al volver la esquina aún no llegamos a la biblioteca, pero sí a unos andamios que resguardaban de la lluvia. En los cinco metros o menos que habíamos recorrido con paraguas estábamos hechos una sopa. Y aún nos quedaban algunos más hasta llegar a la biblioteca. Esperamos un poco más bajo los andamios pero nada, el diluvio continuaba. Tocaba correr y ducharse de nuevo.


Objetivo alcanzado y primer quicio de la Morgan Library atravesado. Allí se resguardaba mucha gente también y allí tratamos de adecentarnos un poco (difícil cuando te puedes escurrir los pantalones). Yo llevaba las deportivas, tenía los pies calados, esa sensación que ya he comentado mil veces que odio; en Nueva York, menos mal, a diferencia de la última experiencia londinense de pies mojados, hacía calorcillo y al menos no perdía también los pies por congelación. Eso sí, muchos neoyorquinos llevaban botas de lluvia, muchos MIS botas de lluvia, que languidecían sequitas a miles de kilómetros en Barcelona. No sé si fue en ese momento o después cuando puse a Manuel por testigo de que mis pies no volverían a mojarse y de ahora en adelante llevaré siempre las botas de lluvia en la maleta.

El caso es que cruzamos la segunda puerta de acceso, y al comprar las entradas (12 dólares), la chica nos informó de que la parte más interesante de la biblioteca, el despacho y la biblioteca privada del señor Morgan (Enric González los comenta en su libro), estaban cerrados al público por reforma. Qué mala suerte. Pero con la que caía fuera no era plan de buscar opciones alternativas, así que entramos de todos modos.

Observación 1: aquello es un remanso de paz y parece que nadie se ha enterado siquiera de la que está cayendo fuera. Un vigilante/trabajador de la biblioteca nos explica detalladamente el recorrido que tenemos que seguir. Yo lo único que oigo es subir, bajar, zona 1, zona 3 y pienso que ojalá Manuel se esté enterando de más que yo, que sigo distraída por el chof chof de mis pies y las gotas que caen de mis pantalones. Observación 2: el suelo es de parqué y mis deportivas suenan como las de los jugadores de baloncesto (recuérdese que la observación 1 decía que aquello era un remanso de paz, que ahora llego y rompo yo).

Manuel se ha enterado de las explicaciones enrevesadas (es un genio) y me dice que hay que pasar por la exposición temporal de Durero. Es una sala pequeñita, llena de gente, miramos las obras, aunque mi atención se centra más en intentar hacer poco ñic-ñic con las zapatillas que en la destreza de Durero. A todo esto, por si mi ruido no fuera suficiente, en la parte de arriba empieza a oírse un atronador y tembloroso "¡¡bum!!" que se repite cada poco tiempo. El resto de visitantes alternan entre mirarme los pies que emiten ruido con mirar hacia arriba por si cae algo y, como última opción, en algún extraño hueco silencioso, seguir contemplando la obra de Durero. Lo más curioso de todo es que, cuando salimos de la sala y le comento a Manuel lo del ruido atronador, resulta que él no ha oído ni se ha enterado de nada. ¿Es posible que yo haya tenido primero alucinaciones auditivas (el "¡¡bum!!") y después visuales (la gente que miraba hacia arriba)? Eso o que Manuel fuera la única persona de toda la sala entregada al 100% a la contemplación de la obra de Durero. Ya no sé ni qué pensar, es todo demasiado surrealista y sólo cabe reírse.

Otra cosa que me había pasado en la sala de Durero - era minúscula, pero lo que dio de sí - es que casi muero de congelación. El aire acondicionado, como es habitual, estaba puesto a temperatura polar y yo, sí, llevaba un jersey fininito, pero estaba tan mojada de pies a cabeza que las gotas de los pantalones empezaban a parecer estalactitas. Hay una cafetería con mesitas y le suplico a Manuel que nos sentemos a tomar algo caliente. Como sólo se ve a gente tomando cosas pero a nadie a cargo le digo a Manuel, "¡mira, debe de ser que te sirves tú lo que quieras!" y con eso me planto en la cocina/cubículo donde el "cocinero" me mira como quien ve una aparición. Huyo meditando sobre por qué no puedo dejar de llamar la atención en este sitio. Manuel, claro, está partido de risa. Viene un camarero que, entre otros tés, me recomienda encarecidamente el de París que tomé hace algún tiempo (sólo en Nueva York una oferta de tés que incluye hasta el de París), no me lo pienso más (cualquier cosa caliente me vale) y elijo ese. Cuando lo trae la tetera es de esas que gotean pero el té sabe a gloria, sobre todo por lo calentito que está y lo reconfortante que resulta.



Con el calorcillo en el cuerpo y la ropa un poco más seca, proseguimos con el recorrido incomprensible (Manuel ha tratado de explicármelo mientras estábamos en la cafetería pero sigo sin enterarme). Ahora toca otra exposición temporal, preciosa, de jardines románticos. Una delicia en la que, además, descubrimos fotos de cómo era Central Park antes de ser Central Park. En contra de las apariencias descubrimos que es un parque en el que todo lo que ahora parece que siempre estuvo ahí es artificial y fue colocado en algún momento. Muy curioso.

Seguimos con el recorrido, vemos el artículo más valioso de toda la colección y un vídeo acerca del señor Morgan donde se cuentan sus dos vidas paralelas: la de millonario que salva a la Bolsa en varias ocasiones y la de coleccionista. Como con Frick el día anterior, no me queda claro si su coleccionismo es puramente de inversión o por verdadero interés en lo que compran. A Morgan le veo más interesado que a Frick (más inversor) pero no sabría decir por qué.

La colección del señor Morgan, por cierto, incluye algunos manuscritos Brontë (también Austen, a principios de año tuvieron una exposición espectacular). Para bien o para mal resulta que algunos de ellos estarán en exposición el año que viene. ¿Perfecta excusa para escaparnos a Nueva York? No sé yo si caerá esa breva.

La tienda de regalos es enorme y muy chula (y muy cara, como es habitual). Encuentro un té que dice que es una mezcla de tés negros similar a la que le preparaban especialmente al señor Morgan y, pese a los cuatro del día anterior, no me puedo resistir a llevármelo.

Cuando salimos de la Morgan Library ha parado de llover (que es lo que siempre nos pasa: en cuantro entramos en un sitio deja de llover y cuando salimos, vuelve a empezar) y de nuevo, como hace un par de días, debatimos sobre si en este estado (el viernes había sido el dolor de pies y lo cargados que íbamos; este día era el mal día y lo mojados - menos ya, pero aun mojados - que estábamos) vamos a Greenwich Village o no. Es la pregunta eterna por lo visto.

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Nota actual para dejar constancia de que ayer vimos The Major and the Minor (El mayor y la menor). Pero eso no es lo que quiero destacar de anoche: lo que quiero destacar de anoche es que casi nos asamos/cocemos. Planchando mientras veíamos la película estábamos muertos de calor; yo no paraba de pensar que ni en julio había pasado tantísimo calor planchando... ¡hasta que pasé al lado de un radiador y la calefacción estaba puesta al máximo! Parece ser que se ha estropeado el termostato (que estaba apagado) y que la calefacción en algún momento se puso en marcha sola. Fue espantoso, me entran sudores sólo de recordarlo.

6 comentarios:

  1. Vaya que diluvio¡ La vida del turista es muy sacrificada, para ver las cosas hay que sufrir, pero vale la pena y lo que cuentas dan muchas ganas de verlo.
    Lo del radiador puesto ocurre con más facílidad de lo que pueda parecer... en mi trabajo me aso, en plena primavera y no porque se haya estropeado, que tienen frio y estamos a veintidos grados¡¡ Y aguantarse toca.

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  2. Adventures and disdventures "TEMPERATURALES", I woul be to live them in NY.
    Thankyou for this funny report.

    best regards

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  3. "miramos las obras, aunque mi atención se centra más en intentar hacer poco ñic-ñic con las zapatillas que en la destreza de Durero" :-) Me encanta cómo lo cuentas, Cristina. Tú vales para esto, de verdad.

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  4. Ángeles: sí, la vida del turista-turista sí que lo es. Digo tursita-turista porque ya comenté que en el hotel veíamos a supuestos turistas que no tenían nuestra pinta ;)

    Enric: sí, primero nos cae el diluvio en NY y semanas después casi nos asamos en nuestra propia casa. Vamos de extremo en extremo ;)

    Elvira: muchísimas gracias :D

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  5. Yujuuuu!! Una excusa maravillosa para ir a NY el año que viene!!
    Y no te quejes, que a vosotros os llovió en agosto...la última vez nos nevó en Marzo. Eso si,íbamos preparados.

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  6. Como vayas a Nueva York y además veas manuscritos Brontë me vas a poner los dientes larguísimos.

    Está claro que uno nunca se conforma con lo que le toca. Vale que en agosto hubiera sido rarísimo, pero no me importaría en absoluto ver nevar en Nueva York. El chaparrón tuvo su gracia como anécdota, pero preferiría la nieve.

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