Ya he hablado aquí de cómo soy extremadamente gafe con las cosas que me gustan hasta el punto de no haber sido la crisis, sino mis tristes superpoderes los que terminaron con Lehman Brothers.
Hay cosas de uso diario que no venden en nuestro supermercado más cercano, por lo que casi siempre que voy por ahí llevo una lista de lo que necesito, por si paso por cualquier sitio y me puedo ahorrar el viaje específico a por ellos a otro supermercado. Con estas no protesto demasiado, porque aunque resienta la excursión, al menos vuelvo con ellos (por supuesto no después de esta entrada, que estoy segura de que será muy gafe).
Otras cosas puedo buscarlas y buscarlas y poner la faz de la tierra manga por hombro y seguir sin encontrarlas. A veces me pasa con algo que he comprado en una tienda concreta, vuelvo y ha desaparecido por completo y a los dependientes parecen haberles reconfigurado la memoria porque cuando les preguntas por eso - unas gotas para los ojos de la marca X, por ejemplo - es como si nunca hubiesen oído hablar de esa marca, menos aun haberla vendido ellos mismos en ese mismo establecimiento hace sólo unas semanas. Y ese es un momento clave: o cambias y te dejas llevar o te plantas en tus trece y añades un recorrido más a tu lista, previa búsqueda y, con mucha suerte, localización de la tienda que sí que vende tu producto.
Otras veces son productos "heredados" de Madrid, que me cuesta admitir que sean aquí igual de difíciles o más de encontrar que en China. No diré la marca, pero hay un queso de barra que en Madrid daba por hecho y lo comía con gusto, pero ya está, era un queso y punto. Llegué a Barcelona y empecé a buscarlo: localicé dos grandes superficies que lo vendían y me dispuse a hacer el sacrificio de los viajes a por él: el queso normalito empezaba a adquirir cualidades divinas e inimitables (intenté probar otros pero no me gustaron). Lo compré un par de veces en ambos sitios. De repente en uno de ellos dejaron de tenerlo y la maleta, a la vuelta de los viajes a Madrid, comenzó a venir cargada con un kilo de queso envasado al vacío. Con el frigorífico lleno de queso pasé por la gran superficie que lo tenía y pregunté si ellos también lo envasaban al vacío: me dijeron que sí, menos en Navidad, que tienen más lío. Me lo creí a pesar de la larga experiencia, porque siempre pico. Cuando se me terminó el queso pasé por allí y resultó que desde más o menos el momento en que yo había preguntado si lo envasaban al vacío dejaron de recibirlo. Y ahora cuando paso ya nunca hay. Me quedan tres lonchas de la última partida de queso madrileña y las tengo como oro en paño. Tendré que volver a la mozzarella que en realidad no está mal y que tienen en nuestro supermercado de siempre, y cuya principal pega es, en realidad, no ser el queso madrileño (que por cierto es gallego).
A primeros de mes, cuando estuvimos en Madrid, mi madre me vendió con éxito las bondades de una crema de unos laboratorios bien conocidos (de nuevo no digo marcas no por no hacer publicidad sino, en serio, por no hundirlas). Volví tan feliz pensando en comprarla aquí. A las pocas horas había visitado las droguerías y supermercados cercanos sin éxito. Tenían todas las demas cremas de esa marca pero esa, justamente esa que era la que yo quería, no.
Los días siguientes recorrí grandes superficies, grandes y pequeñas droguerías y me encontré la misma selección: todas, menos la mía. Llamé a la línea de atención al cliente y me dijeron que no lo entendían porque estaba a la venta y que no me podían facilitar el listado de tiendas que seguro la tendrían.
El lunes fui a otra gran superficie donde compro algunas de las cosas que no hay en otros sitios y miré donde las cremas: más de lo mismo. Cerca había una dependienta y un señor trajeado haciendo una especie de control/inventario y que yo recordaba haber dejado chafado en otra ocasión cuando buscaba bolsitas antipolillas sin olor y el pobre me informó muy compungido de que, efectivamente, ya no tenían ni con olor ni sin olor (el lunes, después de haberme pateado mil sitios, encontré que quizá me había hecho un poco de caso aquella vez porque tenían bolsitas antipolillas con olor a lavanda: tuve que comprarlas con olor, porque son lo más parecido que he encontrado a lo que busco), así que el otro día decidí no preguntar pero él me vio y le indicó a la dependienta que me atendiera: los dos buscaron un poco, ella en la estantería él en sus papeles y él me tuvo que informar, de nuevo compungido, de que justo esa no la tenían. Dudo que se acordara de mí, pero como siga así dentro de poco me van a prohibir la entrada en sus establecimientos, por pedir cosas raras.
Salí de allí dándome por vencida, resignándome a no encontrar ni buscar más la crema. Al poco rato me llamó Manuel, para que le dijera el nombre de la crema (soy tan plasta que mis obsesiones se contagian) porque iba a pasar por una de las pocas grandes superficies que yo no había visitado (aunque es hermana de otra que sí). Se lo di.
Esa misma tarde Manuel llegó a casa con la crema.
¿Soy gafe o no?
miércoles, 10 de junio de 2009
Gafe
Publicado por Cristina en 9:11
Etiquetas Cosas de casa
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Me he reido un montón con tu gafería! Que para que nos vamos a engañar, eres gafe!! Pero ¿y la satisfacción que obtienes cuando, después de buscar y buscar, al final lo encuentras? O lo acaba encontrando Manuel, jajaja
ResponderEliminarUn muaquis!!!
Ja, ja, ja...qué buena tu mala suerte!!! Lo siento, pero es divertido. Y práctico: piénsalo, a partir de ahora manda a Manuel a hacer las compras peregrinas y te ahorras un montón de paseos.
ResponderEliminar"Me lo creí a pesar de la larga experiencia, porque siempre pico." Es lo que me ha hecho más gracia, quizás porque a mí también me pasa. :-)
ResponderEliminarMe parece buena la conclusión de Samedimanche. Every cloud has a silver lining...
Me ha encantado. Acabo de terminar " Pájaros de América" de Mary McCarthy y a los protagonistas les pasa como a ti. Van a buscar cosas que para ellos son esenciales y en las tiendas les miran como si fueran extraterrestres. Para la protagonista es el fin de Estados Unidos y para ti es que eres gafe, distintas maneras de verlo.
ResponderEliminar:)
Mar: sí, sí, dilo abiertamente, si soy gafe, soy gafe, para qué negarlo. La satisfacción, eso sí, suele quedar un poco ahogada por el agotamiento de la búsqueda previa y por el hecho de saber a ciencia cierta que la próxima vez que vaya ya no lo tendrán ;)
ResponderEliminarSamedimanche: ¡pues Manuel sin leer esta entrada ni tu comentario te hizo caso! La tarde misma de yo haber escrito esto llegó con otro bote de crema (para provisiones, en casos como el mío acumular es muy importante ;)) y con nada menos que antipolillas sin olor. Así que no puedo más que darte la razón.
Elvira: "every cloud has a silver lining". Bueno, que todo sea tan malo como mis búsquedas, que me quejo y me desespero un poco pero también me río bastante a mi costa :)
Molinos: qué tremendista la protagonista del libro. Yo lo que pienso que soy es una mina para los comerciales y demás. Para saber si un producto va a funcionar o no deberían preguntarme si me gusta y hacer justo lo contrario: éxito garantizado.
Ya sé que no eres nada dramática ni quejica, lo decía con ironía. ;)
ResponderEliminarvengo de la farmacia: han dejado de hacer mi gel fotoprotector (soy alérgica al sol) así que un compañero de trabajo me ha dicho que me comprará un sombrero mejicano de 2x2...
ResponderEliminaryo soy tan gafe que con una amiga tenemos un club que se llama LasDesgraciaten, si quieres te puedes unir!
Elvira: bueno, lo cierto es que un poco quejica sí que soy, imposible negarlo, pero también sé reírme de mis cosas, así que compensao :)
ResponderEliminarIris: qué alegría saber que no estoy sola y que hay hasta un club :D Ya se sabe: mal de muchos, consuelo de tontos. Lo siento por tu gel: suerte con la búsqueda de alternativas y si no... pues a por el sombrero mexicano a las Ramblas. ¿Ves? un claro ejemplo de nuestra mala suerte: tu gel y mi crema son inencontrables, pero ¿quieres un sombrero mexicano en Barcelona? y tienes mil tiendas que lo venden sin sentido :D