Ayer tenía pensado aprovechar que estoy leyendo un libro de Virginia Woolf y que coincidía que era su cumpleaños para "celebrarlo" en el blog. Pero como no se puede hacer planes, el jueves por la tarde me llamaron para ir a hacer una entrevista bien tempranito y Virginia Woolf se quedó compuesta y sin entrada.
De la entrevista mejor no hablar, pero lo bueno de salir tan pronto de casa es que luego se saca mucho jugo al día. Descubrí una nueva librería inglesa que tenía alguna que otra tentación pero reinó la sensatez y salí sólo con la idea de tenerla en cuenta en futuras búsquedas de libros. Después: paseo por el sol hasta el centro-centro y parada en mi Starbucks preferido.
Ayer Manuel y yo no habíamos quedado en el lugar habitual y tuve que coger el metro hasta casi el borde del mar. A mí se me sigue haciendo raro eso de bajarte del metro y ver el mar. Siendo mesetaria, como me llama Manuel, para mí el mar aún es algo lejano y a lo que desde luego no se llega en metro. Puede que influya que yo no vi el mar hasta que tenía 11 años y que por tanto siga siendo ajeno y poco de mi entorno. El caso es que ver el mar me sigue sorprendiendo mucho. Y ayer estaba precioso.
Yo iba con mi abrigo y mi indumentaria invernal pero un montón de "extranjeros" iban como si estuviéramos en agosto y la rarita fuera yo. Lo cierto es que hacía un día espléndido y me habría quitado con gusto el abrigo si no hubiera tenido que cargar con él en la mano, todavía peor.
Al principio me quedé fuera de la arena, mirando el mar, mirando a los niños que jugaban en la playa, evitando mirar a las dos chicas que en pleno enero hacían topless. Pero pisar la arena es muy tentador y llegó un momento en que ya no me pude resistir. Al principio lo intenté calzada y seria, pero la arena me inundaba los zapatos y terminé por quitármelos para dedicarme a ese entretenimiento hipnótico que es recoger conchitas. ¿Por qué son tan irresistibles? Te agachas, coges una, te agachas, coges otra y cuando te quieres dar cuenta ves que ya ni siquiera te incorporas, que te mueves agachada cogiendo una concha detrás de otra y tienes el bolsillo del pantalón a punto de explotar entre conchas y arenilla.
Cuando conseguí ponerme seria conmigo misma, di una vuelta erguida y fui a un banco a recomponerme para salir. Lo que no me había quitado eran los calcetines (véase la foto de arriba del todo). Andar descalzo por la arena equivale a tener arena en los pies y los zapatos al menos durante un mes y no lo soporto. Lo de los calcetines resultó practiquísimo: se sacuden, se quita bien la arena de los zapatos y como si nada.
Luego me senté al solecillo y estuve leyendo Las olas con las olas de fondo. Una experiencia curiosa y una forma espontánea de celebrar el cumpleaños de Virginia Woolf.
Lo que decía antes de que el mar es algo aún ajeno quedó claro cuando le dije a Manuel que no estaba exactamente donde habíamos quedado, sino en el "espigón (?)". Y él se fue hasta el espigón sin entender mi interrogación y no me encontró, porque resulta que yo no estaba en el espigón.
¿Qué película vimos? ¡Expiación! Oh, y cuánto me gustó. Tal y como deberían ser todas las adaptaciones literarias (excepto que creo que se dejaron un detalle importante relacionado con el famoso jarrón, clave en la novela), la música con el ruido de la máquina de escribir me pareció impresionante y el final, que leyendo el del libro no tenía ni idea de cómo lo pasarían a la gran pantalla, me pareció muy bien resuelto. Joe Wright deshizo el entuerto que había hecho con Orgullo y prejuicio, aunque me sorprendió con una escena bastante parecida. Los actores todos muy buenos en su papel y las localizaciones y la ambientación fantásticas. Salí contenta y después me enteré de que mis padres también la habían visto esa misma tarde. Casualidades.
Un día largo ayer. Igual que esta entrada.
sábado, 26 de enero de 2008
Junto al mar
Publicado por Cristina en 12:53
Etiquetas Álbum de fotos, Barcelona, Cine
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Me he leido el texto entero, y las fotos me han encantado. Jo, que suerte tener el mar tan a mano. La verdad es que a mi me encantaria vivir una temporada en un sitio con mar, debe de ser un placer ir cuando te apetezca, cuando no haya nadie.
ResponderEliminarQue envidia me da tu manera de celebrar el cumpleanos de Virgina Woolf. Ay, como echo de menos la playa! Como puedes comprobar por este mensaje, ahora mismo no estoy escribiendo en un teclado con n~ y tildes, y la verdad es que estoy bastante lejos del mar. Japon es una isla, pero donde vivo yo esta como a dos horas y media en tren de costa mas cercana. Yo soy de Galicia, asi que el mar siempre ha estado ahi cerquita para mi, y lo echo tanto de menos que no he podido resistirme a comentar esta entrada, jaja.
ResponderEliminarPor esto de que estoy en Japon, creo que tardare un poco en poder leer y ver "Expiacion"...
B: Yo tengo cierta tendencia a olvidarme del mar. Y luego, cuando por fin voy, me hago el propósito de ir con más frecuencia, sobre todo ahora que como dices apenas haynadie. Pero luego... tardo más de lo que debería en volver.
ResponderEliminarDoppel: Ya veo por tu foto de usuario quete gusta el mar. No sabía que eras de Galicia. Pero bueno, vivir en Japón, aunque sea a dos horas del mar, tiene que ser toda una experiencia, ¿no? ¿Qué tal por ahí?
Pues al principio Japon era alucinante, fascinante, pero ahora despues de cinco meses aqui la verdad es que estoy empezando a echar mucho de menos, no "Espan~a" en particular, sino un ambiente digamos europeo...Esto es muy distinto, como podras imaginar, y no es nada sencillo encontrar cosas que nosotros consideramos tan normales como un buen cafe, queso, o manzanas...al menos no si lo que pides es algo con sabor a cafe, queso y manzana, jaja.
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