viernes, 31 de octubre de 2008

Street View

Es un hecho: Google Earth es adictivo. Yo hace unos meses que no lo abro siquiera porque abrirlo y volar el tiempo es todo uno. De un sitio saltas a otro y de ahí a otro y entonces te acuerdas de aquel sitio y, ¿saldrá este otro? y así ad infinitum.

Hace unos meses leí por ahí que Google empezaba un nuevo proyecto: el Street View dentro de Google Maps y como entonces estaba muy limitado y como yo conocía bien la capacidad de absorción de Google, miré para otro lado y seguí circulando como quien no quiere la cosa.

Y así hasta ayer, cuando de repente Manuel me llamó y me hizo un tour barcelonés en Street View, que ya se ha expandido bastante. Y claro, de ahí nos fuimos a Madrid, donde pude ver mi rosal (aunque en la foto no se aprecia que es un rosal ni nada, pero yo que sé que está ahí lo vi clarísimamente) y ahora, antes de escribir esto, he seguido dando vueltas y vueltas por las dos ciudades tratando de no cruzar el océano a Nueva York y dando gracias de que ni Londres ni ningún otro sitio del Reino Unido estén aún incluidos.

La única pega que le encuentro es que, como las fotos las toman desde un coche, las zonas peatonales no salen: así que no hay posibilidad de recorrer el Barrio Gótico en Barcelona, por ejemplo.

Y ahora voy a ver si con un sencillo clic consigo cerrar la ventanita de una vez.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Típico

El lunes hacía no sé cuántos grados, los suficientes para que por lo visto hubiera gente en la playa y algunos '"valientes" hasta se bañaran. Por fin me decidí a llevar mi abrigo al tinte después de semanas recordándomelo e ignorándome a mí misma. No llevaba puesto nada excesivamente abrigado pero cuando llegué a la tintorería estaba acalorada. Hacía un sol de justicia. Le dije al señor que no, que tampoco me corría prisa, total, con este calor, para guardarlo en el armario. El señor quedó en tenerlo para la semana que viene.

El martes (y hoy) resulta que la temperatura ha bajado no sé cuántos grados, no para de diluviar y la humedad, que aumenta la sensación de frío (mucho, en mi caso), es altísima.

Típico. El secreto de las temperaturas atípicas para finales de octubre estaba en que yo aún tenía opción a usar mi abrigo si la cosa se ponía fea. Tengo otras prendas de abrigo, no voy a coger una pulmonía ni nada, pero de la ironía del asunto no hay prenda que me salve.

lunes, 27 de octubre de 2008

Las cosas de palacio van despacio

Si en lo de colocar libros nuevos en la estantería somos lentos, en lo de colgar cuadros ya no digamos. Lo bueno es que al final cumplimos los objetivos.

El proceso se estanca pronto. En el caso de mis dos "proyectos" de punto de cruz terminados me da hasta vergüenza confesar que ahí siguen los dos tal y como los dejé el día que los terminé: el lavado, planchado, almidonado y enmarcado siempre quedan para "la semana que viene" (triste pero cierto, esa es la frase que se pasa por mi mente cada vez que alguna neurona medio propone poner en marcha el mecanismo).

Y después está el hecho de que Manuel ODIA coger el taladro. Yo ni lo intento por aquello de evitar tragedias y mutilaciones.

Así que ahí estaba mi trocito de árbol de Charlotte Brontë desde que llegó en junio. Primero nos tomamos nuestro tiempo para localizar un marco que sirviera; encontramos el marco perfecto por casualidad en una visita a Ikea, lo coloqué bien centrado con grandes esfuerzos, lo dejé en la cómoda tapado con un pañuelo para que no cogiera polvo durante días; Manuel, viendo que iba para largo, lo trasladó a un sitio menos visible; no sé muy bien por qué un día lo traje de nuevo a la habitación, encontré que dentro había un bichito (ugh, aparte del asco que me dio, espero de verdad que no tenga nada que ver con la madera), lo saqué, luché de nuevo por conseguir que la imagen quedara bien centrada, rompí un poco el sistema de cierre del marco, lo tapé de nuevo con el pañuelo y lo devolví a su sitio apartado del mundo.

Y así estaban las cosas hasta que el domingo pasado (es decir, cuatro meses después de haber recibido el trocito de árbol) volví de Madrid y, de repente, me lo encontré colgado en el sitio perfecto, a la altura perfecta. Después de haberlo tenido tapado tantos meses, ahora no me canso de mirarlo. Tengo un trocito de Haworth plantado por Charlotte Brontë en casa.

sábado, 25 de octubre de 2008

Què

Ayer era viernes de evento y como el evento era céntrico añadimos un tiempo extra a los planes para poder - ahora que ha llegado el fresquito - pasarnos por La Pallaresa (y de paso visitar con gusto la calle Petritxol). No llegamos a tiempo de curiosear en Beardsley pero sí pudimos ver el escaparate de la papelería Miret y babear un poco viendo los de Xocoa y Demasié. Lo mismo de siempre por estas fechas, vaya. (Qué predecibles somos y cómo he tenido que reescribir lo anterior para no repetir palabra por palabra lo que escribí el año pasado).

Cuando entramos en La Pallaresa vimos lo nunca visto: ¡no había cola fuera y había mesas libres dentro! La explicación es que la hora de la merienda ya quedaba atrás, pero después de unos cinco minutos sentados en una mesa que habíamos podido elegir el sitio se llenó de nuevo.

Y después, un paseíto Ramblas arriba hasta el Coliseum, que ahora es teatro, no cine. Allí está el musical Què. Había canciones mejor que otras, cosas un poco de manual (grupo de chicos rebeldes, ya se sabe), pero en general nos gustó bastante. Y la verdad es que para ser de elaboración casera y medios modestitos está muy bien montado.

A uno de los chicos que salen le reconocimos de Cançons per un nou món, y es curioso que en aquel musical también tuviera una canción de chico rebelde.

Al llegar a casa la merienda quedaba ya lejos y, ni cortos ni perezosos (¿comida sana? ¿menos dulces?) nos hicimos unos panecillos ingleses (de Living in London, claro) tostados y untados con Nocilla que nos supieron a gloria mientras veíamos Tess. Así que entre eso, el aún duradero exceso de dulces ingleses y la paliza de limpieza que nos hemos dado hoy, esta tarde nos hemos saltado la sesión de repostería.

jueves, 23 de octubre de 2008

Té con galletas

Ayer llegó el frío - sobre todo la humedad - de golpe, así que después de no haber podido desayunar té*, estaba deseando que llegara la tarde para hacerme uno bien calentito que, además, me espabilara un poco.

No sólo me supo el té a gloria, sino también la galleta con la que lo acompañé. Traje de Madrid - de Living in London, precisamente - un cargamento considerable y lo primero que abrimos (después de acabar los buñuelos de verdad) fueron las galletas Biscottea de arándano azul y té blanco. ¡Deliciosas! Son las típicas galletas de mantequilla escocesas, pero un poco diferentes.

Ayer, nada más hacer esta foto, no me pude resistir a coger la galleta y mojarla en el té. No soy mucho de mojar en el té, pero de vez en cuando una se lleva una sorpresa y desde luego la combinación de ayer lo fue. Y era una combinación completita: por un lado el té Earl Grey con leche y por otro la galleta de té blanco, arándano azul y mantequilla. Hmmmmm.

* Ayer, y hoy también, estoy (auto)castigada sin té por la mañana. Estamos de obra en el cuarto de baño y - eeeeh - pues cuanto menos se beba, mejor.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Excellent Women (Mujeres excelentes), de Barbara Pym

Mi primer libro de Barbara Pym ha sido Excellent Women. Comprado, sí, por ser de Barbara Pym, pero también por su - no me canso de decirlo ni de mirarla - bonita portada.

Ayer Manuel me decía que sólo leo autoras inglesas (no clásicas) no traducidas, que debe de ser una especie de decisión tomada por mi subconsciente. Yo respondía que esta novela la publicó allá por 1985 Anagrama como Mujeres excelentes y que yo no tengo la culpa de que las editoriales españolas no tengan mi buen gusto (ejem).

En el caso de Barbara Pym la culpa no la tienen sólo las editoriales españolas; las inglesas son responsables en gran medida de que Barbara Pym sea deconocida por el gran público. Excellent Women fue su segundo libro, publicado en 1952. Después escribió unos cuantos más hasta que, en 1963, cuando le entregó a la editorial Jonathan Cape su nuevo libro se lo rechazaron. Ella interpretó que su estilo y sus historias se consideraban anticuados en la época de los hippies y se mantuvo al margen, sin escribir ni hacer más intentos, hasta que, por casualidad, Philip Larkin y David Cecil hablaban de ella en el mismo suplemento literario de The Times en 1977, diciendo que era una de las autoras más infravaloradas del siglo. Y entonces todo el mundo quiso reivindicarla y subirse al carro. Ella empezó a publicar de nuevo hasta que murió en 1980.

Conocerla en mi caso también ha sido por varias casualidades. Algunas de sus entradas de diario aparecen en el libro de diarios que leo religiosamente todas las noches, pero también este año he visto muchas menciones suyas en internet y también se la mencionaba en Singled Out como una solterona típica.

Y lo mejor de todo es que Excellent Women me ha gustado mucho más de lo que esperaba. Es una novela de esas en que no pasa gran cosa (o todo lo que pasa es muy sutil), en la que quizá los detalles y los pequeños comentarios generales de cosas que siguen siendo igual de válidas en la Inglaterra de la posguerra y en el mundo de hoy son más importantes que el argumento.

Mildred Lathbury es una mujer soltera de treintaypico años (también muy a lo Singled Out) en la Inglaterra de posguerra donde las cartillas de racionamiento y las iglesias bombardeadas aún están a la orden del día. Mildred vive en una casa de cuarto de baño compartido y lleva una existencia tranquila y modesta, muy apegada a la iglesia, en cuya vida de repente empiezan a cambiar muchas cosas. Ella es una de esas "mujeres excelentes" (dicho no sin un poco de sorna por los hombres) que siempre están ahí y saben cómo resolver las cosas. Mildred se encuentra metida de lleno en los asuntos turbios de sus nuevos vecinos y los problemas amorosos del cura de su parroquia. Y mientras la pobre intenta resolverlos nos deja comentarios que van desde el té (el té abunda en este libro y siempre con comentarios que, a quien le guste el té, sabrá apreciar), hasta fregar los platos, pasando por la compra de "comida poco interesante" o la mejor opción de libro para dormir.

Como dice Alexander McCall Smith en la introducción, Barbara Pym comparte muchas cosas con Jane Austen, pero sobre todo el hecho de que ambas trabajan - en palabras de Jane Austen - sobre un pequeño cuadrado de marfil. Hacen de lo cotidiano, lo pequeño, historias muy grandes y universales.

Excellent Women, pese a la pila de libros acumulados, es de esos libros que te dejan un poco bloqueada al terminarlos. Nada que leas continuará con la historia que hubieras seguido leyendo durante muchas más páginas.

martes, 21 de octubre de 2008

Nuevas adquisiciones

No tiene nada que ver con el motín neoyorquino, pero la media sale a más de un libro por día. Breve descripción de estos libros que siguen por aquí esperando su traslado a su sitio en la estantería:

- Guards! Guards! (¡Guardias! ¿Guardias?), de Terry Pratchett. Regalo de la única lectora. Fue una casualidad porque ahora que los libros de Terry Pratchett salen en coleccionable y los anuncian en TV empezaba a picarme la curiosidad. Veremos qué me parece el Mundodisco. La única lectora me regaló mi primer Paul Auster cuando yo nunca me decidía a comprarlo, así que no pinta mal.

- Quartet in Autumn, de Barbara Pym. Estoy a punto de terminar Excellent Women, también de Barbara Pym y creo que cualquier libro que sea la mitad de bueno será muy bueno. Y este es uno de los más famosos suyos. Qué maravilla que en la librería Pasajes estuvieran bien surtidos de Barbara Pym y me hicieran pensar cuál elegir y cuáles dejar subida en la altísima escalera.

- A Game of Hide and Seek, de Elizabeth Taylor (la escritora, ¿eh?). Buscaba este libro entre los otros que busco de Elizabeth Taylor pero, sobre todo, buscaba esta portada. Es de la misma colección de celebración del 30 aniversario de Virago que, de nuevo, Excellent Women de Barbara Pym. En Pasajes también de esta colección tenían A Far Cry from Kensington, de Muriel Spark (y algún otro de los que ya abandoné en la Fnac en su día). Me costó mucho dejarlo allí, con lo que me gusta y su portada estampada.

- The Diary of a Provincial Lady, de E. M. Delafield. Manuel se ha contagiado de mi racha de no encontrar los productos que esperas con ganas. Después de unas cuantas visitas a la Fnac, etc. (probablemente ahora que lo ha recibido sí que lo tengan) no le quedó otra que pedir lo nuevo de David Gilmour a Amazon. ¿Y quién va a dejar pasar una oportunidad así? Yo no. Después de mucho pensarlo, de lamentarme por dejar a Nella Last, me decanté por este y el siguiente, los dos muy en mi línea de últimamente de diarios. Este es ficción y cuenta las aventuras y desventuras de una ama de casa inglesa de provincias en los años 30 y 40. Dicen que está muy bien y son varios libros. Esta edición los incluye todos. La colección del 30 aniversario de Virago también publicaba con portada bonita (aunque no a la venta ni en la Fnac ni en Pasajes) el primer tomo. Me merezco una medallita por haber elegido contenido en lugar de continente.


- Our Longest Days: A People's History of the Second World War, de los escritores de Mass Observation, editado por Sandra Koa Wing (ya hablaré cuando lo lea de Mass Observation y de Sandra Koa Wing). Descubrí este libro - y de hecho este libro se publicó - gracias a Nella Last. Si no me pude resistir a él fue, sí, porque últimamente me interesa cada vez más el tema de la gente corriente en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial pero, sobre todo, porque no me canso de mirar la foto de la portada. En la portada está retocada y queda muy bien, pero la original, esta de aquí al lado, es igual de impactante y, sobre todo, inglesa: una señora bebe ¿tranquilamente? té de una delicada tacita de porcelana (y fuma un cigarrillo) en mitad de las ruinas de, probablemente, su casa. Detrás una maleta con, se supone, lo poco que ha podido salvar. El libro en sí, que también tiene fotos dentro, aunque no tan hipnóticas como esta, es una recopilación de entradas de diarios de gente normal y corriente durante la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra.

Y por último dos libros que se quedaron en tierra durante la mudanza el año pasado pero que ahora han sido recuperados.

- And Then There Were None, de Agatha Christie. Que no es otro que el título políticamente correcto de Diez negritos. No tengo ni idea de por qué se quedó en tierra en primer lugar.

- Tess of the d'Urbervilles, de Thomas Hardy. Mi edición es mucho mejor que la de Manuel así que llega dispuesta a ocupar su sitio en la estantería. Lo que me recuerda que tengo que hacerme también con una buena edición de Jude (con notas, imprescindibles para mí) si quiero (y por supuesto quiero) cumplir mi compromiso de leerlo antes de que termine el año.

Y a eso hay que sumarle un enorme diccionario. Ahora tengo que encontrar el momento de ponerme a colocar todo.

lunes, 20 de octubre de 2008

Repasemos

Entre retraso aéreo y retraso aéreo (no ha sido un viaje caracterizado por la puntualidad de los aviones) ha habido unos cuantos días en los que me ha dado tiempo a conocer al nuevo miembro de la familia, a ver a miembros de la familia ya conocidos, a ver a la única lectora, a entregar y recibir (y pedir disculpas por olvidar) regalitos, a comer dulces y traer buñuelos de los de verdad (los de masa fina rellenos, no los que se hacen por aquí por Cuaresma y que son ROSQUILLAS), a visitar la Feria del Libro Antiguo bajo la lluvia, a comprar, recibir, recuperar libros, a alimentar (nunca mejor dicho) la anglofilia en pleno Madrid, a dormir casi siempre que me sentaba en el sofá, a pasar calor y pasar frío, a perderme una excursión a un castañar pero no a perderme el comer las primeras castañas de la temporada y un largo etcétera.

Y hoy ha tocado ponerse al día, contemplar con el asombro de siempre cómo los libros que se van cogiendo desperdigados al llegar son más de lo que creía, sobre todo si se suman a un par de novedades que llegaron en mi ausencia (más sobre esto mañana), decidir que mejor plancho mañana también, descubrir que el Rooibos Chai está mejor de lo que pensaba, descargar todas las fotos tomadas en Madrid, comer bizcocho del que hizo Manuel el sábado para mantener la tradición de los sábados de repostería y buñuelos y delicioso chocolate (y aún quedan galletas británicas por abrir), ir dejando para más tarde lo de pensar el menú de la semana y otra vez un largo etcétera.

Lo bueno es que son sólo las siete y poco y aún queda día para seguir llenando listas y enumerando.

miércoles, 15 de octubre de 2008

A Madrid

A ver si por fin me decido a dejar de vaguear al mejor estilo Jerome K. Jerome (ver entrada anterior) y me pongo de una vez a hacer la maleta.

Dejo a Manuel de rodríguez* unos días y me voy a Madrid a conocer al miembro más nuevo de la familia, que hace unas horas ha cumplido la friolera de dos días.

* Será, desde luego, un rodríguez más espabilado que aquel señor que vimos hace unas semanas en el supermercado que no tenía ni idea de cómo funcionaba la máquina de pesar y etiquetar las frutas y verduras.

martes, 14 de octubre de 2008

The Idle Thoughts of an Idle Fellow, de Jerome K. Jerome

Hace poco más de un año que descubrí The Idle Thoughts of an Idle Fellow, de Jerome K. Jerome (disponible en e-text en inglés). Poco después alguien fue a Londres y se lo encargué y ahora por fin lo he leído.

Lo primero que me llamó la atención del libro fue la portada (y es que, ya lo he dicho alguna vez, las portadas de Hesperus son siempre una maravilla) pero las buenas críticas (y eso que el libro se publicó por primera vez en 1886) ayudaron. Y no me ha defraudado, como no me suelen defraudar las buenas portadas (de las buenas críticas mejor no hablar a veces).

Como dice el título, el libro es una recopilación de los "pensamientos ociosos de un hombre ocioso". Y Jerome K. Jerome (más conocido por su Three Men in a Boat) piensa sobre todo: desde la ropa a la comida y la bebida, pasando por los apartamentos amueblados y los bebés. La mayoría muy divertidos, siempre con el estilo un tanto barroco de la época victoriana que le da el toque inglés elegante de, como él mismo deja ver, el verdadero gentleman de traje, bastón y sombrero de la época.

Por lo demás, todo es de lo más inglés, típico y tópico de su época, pero con mucho encanto. Las descripciones de la ropa, de los pisos, del estilo de vida son auténticas pero siempre contadas con un toque de humor.

En el ensayo sobre el estar ocioso comprobé que Jerome K. Jerome y yo somos espíritus afines. Afirma, con toda la razón, que el no hacer nada cuando no se tiene nada que hacer tiene poca gracia. Es cuando uno está de trabajo hasta arriba, cuando hay mil cosas que hacer cuando el no hacer nada, el vaguear, se disfruta más. Siempre pasa, por ejemplo, y esto es de mi cosecha, no de la de Jerome K. Jerome por razones obvias, que cuando tienes un rato y te decides a "ver qué hay por internet", no suele cuajar nada, vas de un enlace a otro, buscas esto y lo otro, pero nada engancha. Sin embargo, cuando estás ocupado, haces un hueco para mirar algo puntual, de repente hay mil enlaces que te atrapan y te llevan de un sitio a otro y para cuando te quieres dar cuenta has "perdido" una hora (o más). Y, desde luego, la forma ideal de leer este libro es, sin lugar a dudas, la de la foto.

Ahora me quedo con ganas de leer la segunda parte, que también está en e-text, pero que se unirá sin remedio a todos los libros de dominio público que guardo y nunca leo porque leer en el ordenador se me hace imposible y aquí parece que los e-readers no terminan de cuajar, a ver si hay ás suerte con la nueva generación de ellos que viene.

Y me queda pendiente la réplica del libro que escribió Jenny Wren (también en e-text): Lazy Thoughts of a Lazy Girl. Hesperus lo publica, en teoría, a finales de este mes y la réplica no sólo es en el texto sino también en otra preciosa portada.

lunes, 13 de octubre de 2008

Sitges otra vez

Ayer volvimos a Sitges. El día estaba negro y parecía que cuando se decidiera a llover (y nunca se decidió del todo) iba a ser el diluvio universal. Así que el mar también estaba bastante revuelto y yo, que por una vez iba preparada con una bolsita para cocger un montón de conchas en la playa, aprendí que mar revuelto = ninguna concha en la playa. También pudo influir el hecho de hacer planes; a más preparación, menos éxito.

A cambio de eso, las vistas desde el mirador eran espectaculares e hipnóticas. Costaba mucho despegarse, dejar de mirar las olas.

Pero por fin llegó la hora de ir al maratón de cine. En teoría esto de los maratones es sorpresa. De hecho lo es cuando compras la entrada, pero desde el día anterior ya sabíamos qué películas tocaban. A la primera, Martyrs, yo estaba medio decidida a no entrar, pero al final entré, vi el principio, me puse el iPod (¡en el cine! rarísimo, pero las maratones son otro mundo por lo que vi), medio cerré los ojos, medio dormí, medio vi trozos... La segunda fue la que más me gustó y eso que era de... Jean-Claude Van Damme. Pero era una especie de parodia rara sobre sí mismo que estaba bien. Y la tercera era japonesa, de dibujos, The Sky Crawlers, que ha ganado algunos premios del festival. En esta - sin iPod - me dormí un rato a fondo y luego vi el resto. Cuando nos fuimos aún quedaban dos películas pero a nosotros se nos hacía ya tarde. Hay gente que las ve todas, desde la primera a la quinta. Yo con tres salí ya desorientada y sin sentido alguno del tiempo, así que no imagino cómo será con cinco.

El sábado, día de repostería por excelencia, nos habíamos dedicado a hacer bagels con esta receta. La verdad es que son más fáciles de lo que pensaba y, salvo porque hice el agujero enorme, quedaron bien. Así que ayer, antes de irnos, unté los 10 que quedaban (habían salido 14, creo) con queso Philadelphia (equivalente al cream cheese que untan en Nueva York) y nos los llevamos, como quien va de picnic, a Sitges. Y fueron un éxito porque cuando llegamos por la noche a casa sólo quedaba un bagel solitario. La foto no es muy buena, pero los bagels aseguro que sí. Repetiremos seguro.

viernes, 10 de octubre de 2008

La mujer nueva, de Carmen Laforet: renuncio

Hasta ayer, o quizá un día o dos antes, tenía entronizada a Carmen Laforet en el grupo de escritores que pueden escribir mejor o peor, cuyos libros me pueden gustar más o menos pero que, en general, están un poco por encima de los demás, aunque sólo sea por acumulación de la obra completa.

Y ayer - o un día o dos antes - me llevé un chasco enorme. Una parte del trono de Carmen Laforet, la proporción de un libro en su obra completa, resultó ser de plástico barato. O puede que no, que sea igual que el resto y sean mis ojos, pero el caso es que, entrando en detalles ya, La mujer nueva (o La mujer nueva hasta la página 144), me ha parecido un bodrio. Siento decirlo así, leí y leí para ver si mejoraba, porque no me resultaba fácil asumir que un libro de Carmen Laforet no me gustara pero al final ayer, de vuelta a casa, decidí que lo dejaba. Y preferí pasar el resto del trayecto mirando las musarañas antes que continuar con el libro.

Hay libros cuyo argumento no es muy brillante, pero los salva el estilo, los personajes, las situaciones... En este todo es malísimo. Los personajes son predecibles, aburridos. El estilo siempre impecable de Carmen Laforet aquí está diluido y aburre. Y las situaciones son, de nuevo, aburridas.

Había oído hablar de lo moderno que era este libro para su época (1955) pero, la verdad, tampoco me ha parecido tan moderno. Se dice que sorprende que la censura no eliminara algunas cosas... no es difícil de comprender cuando luego la protagonista se vuelve una cristiana renacida y anula todo lo anterior. No hacía falta censura porque el antídoto estaba ya dentro del libro. No sorprende que ganara el Premio Nacional de Literatura de 1956. No tengo nada en contra de las menciones religiosas en los libros, en las Brontë son frecuentes y las leo sin problemas. Pero hay formas y formas y este texto, para mí, era ilegible.

Como otras veces, he descubierto que mi mala relación con los números lleva de nuevo al caos de la estantería. Yo siempre pienso que tengo los libros de cada autor ordenados cronológicamente y tarde o temprano descubro que estaba equivacada y que hay varios mal. Carmen Laforet no ha sido una excepción, pero me ha dado una alegría. La insolación, que leí el año pasado y me gustó, va después de este, lo que significa que hay vida después de La mujer nueva. Y menos mal.

jueves, 9 de octubre de 2008

Pequeño gran desastre matutino

Hay mañanas en que uno no debería salir de la cama.

Porque después de levantarte, te quieres hacer un té, pero se acaba el azúcar del azucarero y, al ir a rellenarlo, te equivocas y echas todo el azúcar en la taza.

miércoles, 8 de octubre de 2008

La estantería (en punto de cruz)

Hace unos meses comenté que me había medio enganchado al punto de cruz. Pero después de muchas vueltas por muchas tiendas de punto de cruz salí de todas con las manos vacías. Me encontré que los patrones disponibles por aquí eran demasiado clásicos para mi gusto... En cambio, en internet, encontré un "fabricante" de diseños muy monos y no pude resistirme a uno de una estantería. De hecho, yo me resistí (diciéndole a Manuel que ya se lo pediría para mi cumpleaños), pero Manuel, harto de oírme hablar a todas horas de la estantería de punto de cruz, terminó por comprarlo para que me callara de una vez.

Esto fue hace meses y yo iba a mi ritmo lento pero más o menos seguro cuando llegó el calor, la aguja se me resbalaba y la tela finísima sobre el brazo me agobiaba muchísimo. Decidí que el punto de cruz estaba bien, sí, pero para el frío. Así que lo arrumbé todo temporalmente y eso que, según mis constantes anuncios, ya estaba casi terminando.

Y hasta hace unos días no lo retomé y lo acabé. La verdad es que me encanta el resultado, y ha sido de lo más entretenido con tantos colores. Salvo por el hilo metálico dorado que ha sido un suplicio terrible.

Cuando en abril hablé del cuadrito de Jane Eyre, dije que me quedaba lavarlo, plancharlo y llevarlo a enmarcar. Pues bien, a estas alturas del año todo eso sigue pendiente (ejem). A ver si ahora con los dos en lista de espera me decido de una vez.

De momento tengo echado el ojo a un par de patrones más que tengo que adquirir. Mientras tanto mato el tiempo con un abecedario mono pero aburrido de hacer por ser monocromo.

He aquí el resultado final:

lunes, 6 de octubre de 2008

Virginia Woolf's Nose, de Hermione Lee

Seguimos con las exitosas adquisiciones neoyorquinas. De hecho, Virginia Woolf's Nose: Essays on Biography, de Hermione Lee, está comprado el mismo día y en el mismo Borders que A Tree Grows in Brooklyn (Un árbol crece en Brooklyn), de Betty Smith.

Desde hace tiempo tenía ganas de leer este libro y no me ha defraudado. Está dirigido principalmente a gente a la que le gusta leer biografías, claro, pero no es un libro sesudo y pesado en absoluto. Está plagado de anécdotas rarísimas, divertidísimas o simplemente de lo más sorprendentes que hacen la lectura muy amena.

El título del libro, la nariz de Virginia Woolf, viene de uno de los ensayos que lo forman. Hermione Lee es la autora de una de las biografías de Virginia Woolf mejor consideradas (una copia me espera en la sección Woolf de nuestra estantería), así que sabe bastante bien de lo que habla cuando compara La señora Dalloway, Las horas en versión novela y Las horas en versión cinematográfica. A la novela Las horas le da el visto bueno y destaca todos sus puntos positivos, pero con la película es otro mundo. Eso sí, ella siempre se basa en el punto de vista realista, no mira los aspectos cinematográficos. Como ella misma dice, no hay nada más difícil para un biógrafo que ver a sus biografiados convertidos en personajes de ficción. Y, según ella, la película deja mucho que desear. Hermione Lee no sólo ofrece su punto de vista, sino que también comenta las reacciones a la película que hubo en internet, los periódicos y los lectores de Virginia Woolf, la mayoría divertidísimas y siempre mencionando La Nariz. Hermione Lee dice que Nicole Kidman, incluso con la nariz postiza y el gesto fruncido, no se parece mucho a Virginia Woolf. Se parece a Nicole Kidman con una nariz postiza. De todas formas esto de la nariz no sólo viene de la película; la nariz aristocrática de la pobre Virginia Woolf ya ha sido objeto de "debates" anteriores, cuando se usaba para caricaturas, etc., y para resaltar su supuesto esnobismo.

Pero Hermione Lee no se queda sólo en la nariz. Se queja también de que parezca que Virginia Woolf era una rarita que no se divertía y estaba siempre medio loca y medio en trance recibiendo la inspiración, que parezca que escribió La señora Dalloway de un tirón y, sobre todo, se queja del aura romántica que le dan a su suicidio (que parece, por el aspecto de Nicole Kidman, que se produjo nada más terminar de escribir La señora Dalloway - como demuestran algunas críticas de la película en internet - cuando en realidad pasaron casi 20 años: Virginia Woolf escribió La señora Dalloway con unos 40 y se suicidó con 59). Virginia Woolf se tiró al Ouse en una zona donde la corriente es tan fuerte que apenas hay vegetación en un gélido día de marzo de 1941; en la película hace un sol espléndido y el río parece de lo más apacible. (Hermione Lee cuenta que cuando entrevistó al director le preguntó que por qué era junio en la película y él respondió que sólo contaban con Nicole Kidman seis semanas y que no podían pelar los árboles sólo para que pareciera invierno).

Pero hay tres ensayos más. El primero habla de cómo algunos escritores se vuelven casi santos en el sentido de que se guardan "reliquias" suyas: cuenta una historia horrible sobre el corazón de Thomas Hardy y una aún peor sobre la muerte de Shelley y lo que fue de su corazón (o quizá hígado). Todo ello con varios matices y contradicciones según lo cuenten unos u otros. También, más en esta línea, habla de las decisiones de los biógrafos de contar unas cosas y no otras, o cómo contar las cosas.

Otro de los ensayos es sobre Jane Austen, cuyas biografías abundan. En concreto se toma un episodio de su vida cuando supuestamente se desmayó al enterarse de que tenían que mudarse de Steventon a Bath y se observa cómo lo cuentan diferentes biografías y cómo la forma de contarlo está relacionada con la visión general que se está ofreciendo de Jane Austen en esa biografía. Muy curioso.

Y por último se para a pensar en cómo se suele tratar la muerte del biografiado, según las tendencias literarias, etc. A pesar de la mención Brontë de este ensayo a mí me ha parecido el más flojito.

Cuando terminas el libro te das cuenta de que te has enterado de episodios de vidas que nunca pensabas llegar a conocer tanto. Casi nadie se libra de que se examinen sus biografías. Así que, como puede verse en la foto, mi elección de marcapáginas fue de lo más acertada, con todas esas fotos de escritores famosos.

Por si a alguien le ha picado la curiosidad, no hay que comprar el libro para saborearlo un poco. La web de Hermione Lee ofrece la posibilidad de leer el primer ensayo y de oír varias charlas de Hermione Lee que son prácticamente idénticas al texto del libro.

domingo, 5 de octubre de 2008

Brownies

Los sábados tienden a imponerse como días de repostería. No es que sea una norma, pero antes de ponernos con la cena siempre solemos estar mirando con atención algo que se hace en el horno, como si fuera la televisión.

Ayer optamos por pocas complicaciones y buenos resultados garantizados. Después de las existosas cookies de Betty Crocker, ayer nos pusimos con sus brownies. En vez de hacerlos tipo tarta, opté por hacerlos tipo madalenas. Siempre es un placer usar ese molde, y el resultado es mucho más cómodo a la hora de comer.

Quedaron - si es que hace falta decirlo - deliciosos. Con decir que a las ocho y pico de ayer salían del horno 10 y que hoy a estas horas sólo queda uno creo que es suficiente. Eso sí, tomo nota para la próxima vez de que con una bola de vainilla al lado - tipo Vips - hubieran estado aun mejor.

Por cierto que esta marca se vende en Taste of America en Madrid y, donde yo los compro, en Delishop de Barcelona. Muy recomendable.

¿O no?

sábado, 4 de octubre de 2008

En Sitges

Ayer por la tarde tuvimos la visita anual a Sitges, por aquello del festival de cine. Manuel, en su incansable esfuerzo por educarme cinematográficamente, me llevó a ver 2001: A Space Odyssey (2001: Una odisea del espacio) por primera vez. En el pase estaban presentes la viuda de Kubric, algunos de los actores, el creador de los efectos especiales y el del maquillaje. Después de la película hubo un breve tiempo de preguntas y respuestas con ellos que estuvo bien. Eso sí, comprobamos que el intérprete penoso del año pasado seguía allí. Si no es por enchufe no lo entiendo. Por suerte a mitad del tiempo de preguntas y respuestas sacaron a otro que era muy bueno (menos mal) y la gente pudo dejar de poner caras y cuchichear cosas como "¿pero qué dice este tío?"

Y la película... pues no sé, no estuvo mal, quizá mejor de lo que esperaba. Para ser un clásico yo conocía más bien poquito de ella, así que realmente para mí fue como verla en el estreno en 1968, en pantalla grande y todo eso. Y de momento no tengo teoría elaborada sobre el famoso monolito.

Cuando salíamos del auditorio, vi a un señor disfrazado de vaca de Ben & Jerry's y le dije a Manuel algo así como: "mira, una vaca que vende helados". Manuel me corrigió: "no los vende, los regala". Y ahí dice que sólo quedó una nube de humo en mi lugar, yo había salido corriendo a por mi helado gratis. Y con sólo estirar la mano, sin tener que pegarme ni pisar a nadie, conseguí mi helado de Cookie Dough. Bien rico que estaba en el fresquito de la noche de Sitges de camino a la estación de tren.

Pero antes de todo eso, nada más llegar a mediodía, dimos el tradicional paseo por las callejuelas y el paseo marítimo, claro. En la playa, donde a pesar del fresquito había bañistas, había un montón de conchas. La pena es que íbamos con el tiempo justo y, en mucho menos tiempo que otras veces, conseguí las mismas conchas para mi colección que otros años en mucho más rato. Qué pena me dio dejar las muchas otras que se veían a simple vista. Ayer tuvimos la suerte de tener las calles prácticamente para nosotros solos, era la hora de la siesta. Siempre que vamos digo que quiero ir con más tiempo para ver más, pero luego pasa un año y volvemos con el tiempo justo otra vez. Quizá es el misterio de por qué Sitges me gusta tanto. Claro que no creo que Sitges necesite excusa para gustar, es bonito y punto. Aporto pruebas:







Como el tiempo estaba un poco revuelto, el mar también. Y hay pocas cosas que me enganchen más que las olas rompiéndose y salpicando. Como le dije a Manuel cuando conseguí despegarme de mi trocito al borde del mar, me podría haber pasado ahí toda la tarde, mirando las olas, notando la brisita fría y las gotas finitas que salpicaban. Unas fotos y un vídeo:





miércoles, 1 de octubre de 2008

Sus habitaciones propias

Hace tiempo que sigo con interés una sección del periódico inglés Guardian: Writers' Rooms es la dosis ideal de cotilleo y fisgoneo en las vidas de escritores que me pueden gustar más o menos, de los que puedo haber leído todas sus obras o ninguna, pero cuyas habitaciones siempre me llaman la atención. Es como una revista de decoración literaria.

Una foto de la habitación donde escriben acompañada por un textos suyo que describe por qué la tienen como la tienen, qué les gusta, qué les inspira (en caso de que el autor esté vivo aún. Si el autor ya murió el texto es de algún entendido).

Esta de la foto es la de Margaret Forster, que me gusta mucho, con ese algo que hace que sea inconfundiblemente inglesa. Como se ve no hay ni ordenador ni máquina de escribir: Margaret Forster sigue escribiendo de su puño y letra todos y cada uno de sus libros. Y lo que se ve a la izquierda de la mesa, en el suelo, son todos sus manuscritos.

Pero hay muchas más que me gusta mirar una y otra vez: el cuarto de estar de las Brontë, que por visto que lo tenga tanto en foto como al natural siempre me hipnotiza, la mesita donde Jane Austen escribía a hurtadillas, pendiente del peldaño que crujía y la bisagra que rechinaba, la habitación de Penelope Lively, sin escritorio puesto que escribe con su vieja máquina de escribir en el regazo, el caos tan cercano y mucho más mundanal de la biógrafa Claire Tomalin. Y, por supuesto, no podía faltar, la habitación propia de Virginia Woolf, que más que habitación era una pequeña cabaña propia (Daphne du Maurier, que no aparece ¿aún? también escribía en una cabañita del jardín de Menabilly (Manderley, en Rebecca)), que en la foto aparece ordenada pero, según dijo alguien que la vio en vida de Virginia Woolf, no debía de ser muy diferente de la de Claire Tomalin.

Y muchas más, ninguna tiene desperdicio.