Los nada misteriosos planes que teníamos para ese día, aparte de pulular por la tienda del museo y evitar que se nos llevara el viento, era hacer tiempo a que llegaran nuestros amigos Sarah y Steve, que no viven allí, pero tampoco lejos. Al poco rato entraron en la tienda con la misma cara de alivio con que debíamos de haber entrado nosotros antes.
La idea entonces era pasar a la biblioteca a hacerle una visita a la bibliotecaria, pero coincidió que había reunión de plantilla y tuvimos que hacer un poco más de tiempo esperando. Nos aventuramos de nuevo a la calle pero enseguida nos refugiamos en la iglesia, donde entramos en calor mientras un enorme gato del pueblo nos ronroneaba por las piernas (yo soy alérgica a los gatos, pero como sólo se rozaba por las botas no lo ahuyenté) y nos pusimos al día de cosas varias. Comentamos la locura del cura actual que, con la idea de recaudar dinero para reparar el tejado de la iglesia, pensó que podía sacar dinero abriendo la cripta sellada de la familia Brontë. Por muchas razones, es dudoso que el proyecto se lleve a cabo, pero comentamos que, mientras la parte racional y demás dice que es una locura y que la pobre familia se ganó su descanso eterno privado, otra pequeña parte tiene cierta curiosidad por saber cómo será la cripta. Ya digo que menos mal que la idea es una locura o el debate interno sería arduo y complicado.
Al cabo de un rato volvimos al museo y pudimos ya pasar a la biblioteca. No digo por dónde se entra, pero no puedo evitar comentar que es una entrada muy curiosa y que siempre me hace mucha gracia. Allí estuvimos charlando un rato tan ricamente, viendo nuevas adquisiciones recién sacadas de su sobre, etc. Las visitas a la biblioteca del museo siempre son una sorpresa; eso sí, también cada vez son más estrechitas porque les va quedando cada vez menos espacio. Ah, pero qué maravilla de recinto en cualquier caso.
Llegó la hora de ponernos en marcha, nos montamos en el coche de Sarah y Steve (donde Sarah me dio los bodies, baberos y revistas antiguas que nos trajimos). El día desde el calorcito del coche - creo que el termostato estaba puesto a 26ºC - era precioso y las vistas, que sólo eran páramos y más páramos parecían, como dijo Manuel, sacadas de un fondo de pantalla de Windows.
Pasamos en el coche por Hebden Bridge, un pueblo que desde hace unos pocos años sabe venderse como cercano a Haworth, con comercio moderno y de aspecto típicamente de la zona. Todo muy bonito si no fuera porque también es el sitio de Inglaterra con el índice más alto de suicidios. Pero, ya digo, el pueblecillo visto desde las ventanillas del coche parecía agradable.
Y todo ello con unas subidas y bajadas impresionantes por unas carreteritas minúsculas de esas en las que a veces hay que pararse para dejar que circule el coche (o camión) que viene en sentido contrario. Menos mal que Steve, al volante, sabía muy bien lo que hacía. Así que cuidado si alguien se alquila un coche para moverse por allí, a la dificultad de conducir por el otro lado, se le une la dificultad de conducir por este tipo de carreteras. Eso sí, las vistas, los paisajes (de los que no creo que el conductor disfrute demasiado, pero sí los acompañantes) merecen mucho la pena.
Finalmente llegamos a nuestro primer destino. Uno de los pocos sitios en Inglaterra (¿el único?) con dos iglesias tan juntas, apenas separadas por unos pocos metros. Una de ellas, la de St Thomas a Becket, del siglo XIII, ahora una mera ruina. Y al otro lado la nueva (del siglo XIX). Y entre ambas un suelo casi pavimentado con tumbas de todo tipo, desde las que sólo tienen las iniciales del difunto (que indican que el pobre no tenía mucho dinero) a las más historiadas. Los cementerios ingleses con solera siempre resultan muy curiosos.
Pero lo de haber llegado hasta este pueblecillo en lo alto de una colina llamado Heptonstall no había sido para ver sus dos iglesias sino para "saludar" a una de las "habitantes" de su cementerio: Sylvia Plath. Sylvia Plath está enterrada en la parte más nueva del cementerio, es decir, no en la parte que queda entre las dos iglesias, sino en la parte que queda en el lateral de la iglesia nueva.
Aunque yo fui la que tuvo la idea de ir a conocer su tumba, en casa es Manuel el que sabe más de ella y de su obra. De todos modos, allí plantados delante de la tumba, ninguno sabíamos por qué esta chica que se había suicidado en Londres había acabado enterrada en un pueblo remoto de Yorkshire. No creo que le hubiera importado demasiado, ya que era una apasionada de la zona, de Emily Brontë, los páramos y los paisajes que por allí abundan. Al volver investigué un poco (muy por encima, puede que meta la pata) y vi que nadie tiene muy claro por qué Ted Hughes decidió enterrarla allí: hay quien opina justo eso, que a Sylvia no le habría importado; hay quien dice que Ted era de la zona y podía tener en mente instalarse allí y así tenerla cerca (aunque para entonces ya estaban separados) y las malas lenguas afirman que Ted quería enterrarla en un pueblo perdido para así condenarla al olvido. Supongo que estas malas lenguas van acompañadas de las mismas manos que rascan la parte de "Hughes" en la lápida (como puede verse en la foto está más gastada que el resto de letras).
No sé cómo empezaría la tradición pero, entre todo tipo de objetos, lo típico que hay que dejarle a Sylvia Plath en su tumba es un bolígrafo. Ya digo que no sé quién sería el primero en hacerlo, pero para una escritora/poeta me parece una tradición preciosa. Así que yo en casa había seleccionado un boli para dejarle allí. Una pena que el boli fuera en la mochila y la mochila se hubiera quedado en el coche. Yo no podía irme sin cumplir la tradición y tuve que conformarme con una "ofrenda" mucho más funcional: un boli bic pequeñito que llevaba en el bolso.
Allí nos quedamos de cháchara un buen rato los cuatro, como si brillara el sol y fuera agradable estar al aire libre. Lo cierto era que entonces estaba de nuevo nubladísimo, hacía un viento gélido (yo había dejado mis complementos para el frío (guantes, gorro, bufanda, etc.) en la mochila con el boli) y apenas se podía hablar sin que se congelasen las palabras. La cosa ya se puso realmente fea cuando, al hacer hueco a otros visitantes de Sylvia Plath, nos retiramos un poco y continuamos la conversación. Yo me encontré sobre un montículo verde que resultó ser la tumba de alguien enterrado en 2002. Terrible descubrimiento. Sin duda siento mucho menos reparo caminando por tumbas del siglo XIX que subida encima de una de menos de diez años.
Para cuando yo me preguntaba si acabaríamos formando nuevos montículos allí, muertos por congelación, nos pusimos de nuevo en marcha. ¡Qué acogedor el calorcito del coche! Y qué bonitos paisajes y qué carreteras tam complicadas otra vez.
El destino ahora lo había sugerido Sarah: Luddenden Foot, un pueblecillo donde Branwell Brontë trabajó brevemente como empleado de una línea de ferrocarril y donde quedó una vez más patente aquello que dijo un amigo suyo tras su muerte, que Branwell había sido más "sinned against than sinning" (algo así como que había recibido más pecados de los que había cometido). Allí Branwell estaba a cargo de las cuentas y al cabo de un tiempo los números no cuadraron y Branwell se llevó la culpa de haberse quedado con lo que faltaba cuando en realidad el que había metido la mano en la caja había sido uno de los otros trabajadores. Lo que había hecho mal Branwell había sido el ser tan disperso como era el pobre.
Caminamos un poco por algunas callejuelas del pueblo y de nuevo acabamos en la iglesia (siempre acabábamos en las iglesias por aquello de resguardarnos del frío). Allí comprobamos que Branwell no había sido el único habitante de Haworth en trasladarse a Luddenden Foot. El cura antecesor de su padre, el temible William Grimshaw (que llenaba la iglesia a costa de, según cuenta la leyenda, plantarse en el pub y sacar de allí a los parroquianos para llevarlos a la iglesia a base de latigazos), se trasladó allí de forma más permanente, ya que está allí enterrado. Las iglesias inglesas son en cualquier caso curiosas de visitar. Ahora, para darles más vidilla, todas suelen tener una parte más terrenal en la entrada: con una pequeña biblioteca, mesas, juguetes para niños, etc., y ejercen de sitios de reunión cuando no hay misa y supongo que a horas concretas, porque todas las que nosotros visitamos, pese a estar abiertas, estaban desiertas (pero cuidadísimas). Las iglesias también suelen tener estos cojines bordados por las señoras del pueblo que yo siempre imagino salidas de un libro de Barbara Pym. Me gustaron estos de la foto porque representan la rosa blanca de Yorkshire.
Con el frío que hacía y durante toda la mañana todos habíamos fantaseado con una comida calentita en un buen pub, quizá sentados delante de una buena chimenea. Sarah y Steve habían sugerido seguir los pasos de Branwell (que muchas veces no debió de pisar la iglesia tampoco) y comer en el Lord Nelson, un pub que sí que frecuentaba mucho y, siendo Branwell, seguro que pasaba allí largas horas (mientras sus empleados metían mano donde no debían, claro).
Sarah y Steve nos habían vendido las bondades del pub y su comida y, desde luego, por fuera parecía de lo más acogedor. Y teníamos cierta curiosidad por conocer otro de los "antros" de Branwell, aparte del Black Bull en Haworth. Pero, como tantos otros comercios de la zona, los horarios de apertura son todo un mundo, y resultó que el Lord Nelson sólo abre los fines de semana (y ese día era miércoles). Nos quedamos con la miel en los labios, primero porque ya empezaba a haber hambre, pero sobre todo por las ganas que teníamos de sentarnos al calorcito de algo tranquilamente.
Fue una pena, así que recomiendo a posibles visitantes a la zona que se informen de los horarios de apertura de las cosas en la medida de lo posible.
¿Dónde ir ahora? En la época de las Brontë, este recorrido que habíamos hecho en apenas unas horas era impensable. Los kilómetros de separación eran los mismos pero las distancias eran mucho mayores, aunque también es cierto que se recorrían enormes distancias a pie. Uno no iba a Luddenden Foot y volvía en el mismo día. Por suerte estamos en el siglo XXI y decidimos ir volviendo hacia Haworth. Menos mal que Sarah y Steve se conocen la zona al dedillo y tenían alternativas al Lord Nelson: comeríamos en Wuthering Heights (cumbres borrascosas). Se trata de un pub que está en Stanbury (al ladito de Haworth: un pueblo de prácticamente sólo una calle) y que si no estuviera situado en esa calle única pero sí en una situación similar, no sería mal equivalente a la casa de los Earnshaw. Con la diferencia de que es infinitamente más acogedor, claro.
Llegamos por los pelos a la hora de la comida pero nos atendieron de maravilla y la comida estaba bien rica. También influía que teníamos hambre, claro.
Con el viento que hacía, el día se había aclarado de nuevo, pero la temperatura seguía siendo heladora. Eso sí, con el estómago lleno y pese al frío, merecía la pena contemplar las vistas desde allí. Sarah y Steve habían especulado si era pronto o no para ver a los corderitos y desde allí pudimos ver en la distancia a un par de ellos en una granja. Monísimos, pero demasiado lejanos y rápidos para captarlos con la cámara en condiciones. Aun así las vistas, con o sin corderitos, eran una gozada:
Volvimos a Haworth, curioseamos por las tiendas, nos quedamos a cuadros con el humor local (una tienda situada en Purv's Corner (que suena, aunque no se escribe, como "la esquina del pervertido") que estaban reformando cuyo permiso de obra decía que era para construir una especie de salón de striptease; todos nos lo tomamos en serio, extrañadísimos de que con lo conservadores que son en Haworth lo permitieran, hasta que Sarah habló con la bibliotecaria de la casa-museo de las Brontë y esta le informó de que era una broma).
Por fin llegó la hora de irse de Steve y Sarah, que nos habían hecho pasar un día estupendo, y Manuel y yo nos dedicamos a pulular un poco más por el pueblo mientras hacíamos tiemmpo para ir a cenar al White Lion.
Era nuestra última noche en Haworth. Y me temo que mañana se acaban las crónicas del viaje.
Gracias por la foto y las anécdotas sobre la tumba de Sylvia Plath, que tanto me gusta. Ignoraba que estuviese enterrada ahí. Si se me permite una maldad, me pregunto dónde enterraría Ted Hughes a su segunda esposa (la que sustituyó a Sylvia y que también se suicidó).
ResponderEliminarPues es una pena porque tus relatos son de lo más amenos además de informativos, asiq a viajar más!!
ResponderEliminarElena: me has picado la curiosidad con lo de Assia (la segunda mujer). Parece ser que con los entierros de sus mujeres, Ted Hughes hacía lo que le daba la gana. Según esta web: http://www.findagrave.com/cgi-bin/fg.cgi?page=gr&GRid=43639913 Assia quería que la enterrasen en un cementerio rural, pero Hughes decidió incinerarla. En fin. De todos modos, horrible como me parece el suicidio de Sylvia Plath, con los hijos en la habitación de al lado, el de Assia me parece aún peor, suicidándose con su hija.
ResponderEliminarDina: muchas gracias. Por mí no hay problema en lo de viajar más. Mañana paso la hucha ;)
Qué día tan bien aprovechado! De nuevo, las fotos son una preciosidad aunque las de cementerios me dan un poco de cosa. Y qué lástima que se acaben ya las crónicas!!
ResponderEliminarQué curioso lo de los bolis en la tumba de Plath! Y oye, quién iba a decir que el turismo de cementerios da para tanto, jajaja. Un gran recorrido y preciosas fotos, a pesar del toque macabro :D
ResponderEliminarsaluditos!
a mi también me ha parecido un bonito detalle eso de dejar bolis en la tumba de una escritora.Y como siempre, las fotos son muy chulas.
ResponderEliminar¡Qué raro lo de las dos iglesias tan pegadas! Muy bonitas las fotos. Y lo de los bolígrafos tiene su gracia. :-)
ResponderEliminarBueno Cristina, cuando pueda me lo leo todo del tirón, y ya te cuento...
ResponderEliminarLa tumba de Silvia Plath, no sabía que estaba tan cerquita. Y lo de los boligrafos me parece muy bonito gesto. Lo tendré en cuenta por si vuelvo.
ResponderEliminarViajar en coche es una maravilla, también en tren...Pero el coche es cierto que te da cierta libertad. La verdad es que nosotros hemos tenido suerte, porque pasados unos primeros momentos de precaución, luego normalizas ir por la izquierda.
Lo que cuentas del humor es cierto...Ibamos paseando por los páramos, ya de vuelta, y muy cerca de Haworth, cuando un coche nos paró para que nos subieramos y fuimos tan confiados que finalmente lo hicimos...y a parte de charlar de deportes...(entonces de Nadal), les preguntamos donde se podía cenar bien en Haworth y nos dijeron...en casa éste, señalando al copiloto, y de pronto se empezaron a reír...Y sí...nos invitaron a pasar, pero ya nos dió más verguenza, y terminamos experimentando por nosotros mismos.
Cristina, un viaje precioso, lleno de todo el temporal que imagino que se sucede allí, quizá por las corrientes de aíre.
Perdona por haberme liado a escribir sin fin...
Un abrazo
Cada vez que leo tus crónicas, difruto más. Son una delicia, leyéndote parece que vaya junto a vosotros visitando cada lugar y viendo todo lo que véis
ResponderEliminarBesos
Emma
Siento una terrible curiosidad por lo de la entrada a la biblioteca.
ResponderEliminarY no me importaria nada leer un libro viajes tuyo, me recuerda tu forma de narrar a como escribe Enric Gonzalez.
Vaya luz espectacular tienen las fotos, desde luego ese paisaje es un gran protagonista.
Mar: yo creo que los cementerios ingleses tienen otro aire que hace que den menos cosa que los de aquí, pero no sé. Me alegra que te hayan gustado las fotos :)
ResponderEliminarLillu: y eso que nosotros hacemos un turismo de cementerio muy moderado. Yo exploraría muchos más, pero Manuel prefiere otras visitas.
Amelia: ¿verdad? Ahora quedaría mal copiarlo, pero debería hacerse en las tumbas de todos los escritores.
Elvira: lo de las dos iglesias tan juntitas es muy curioso, sí :)
Enrique: buffff... con lo que me enrorllo leerlo todo de un tirón puede equivaler a una eternidad ;) Parece que Ángeles ha seguido las crónicas día a día: dile que te haga un resumen ;)
María: ¿en serio os subisteis a un coche ajeno? Ufff... yo no me habría subido ni loca.
Lo que preguntabas en la otra entrada de la biblioteca: nosotros entramos porque conocemos a la bibliotecaria desde hace mucho tiempo, pero en teoría creo que para poder acceder a la biblioteca hace falta acreditar con antelación que se está realizando algún trabajo de investigación o similares y te dan cita para que realices las consultas necesarias. A curiosear me temo que no dejan entrar, y es una pena :(
Ángeles: sí, es que la biblioteca es un sitio muy curioso.
Uy, ya quisiera yo escribir como Enric González.
Sí, es un paisaje precioso y la luz, las nubes, etc siempre son espectaculares. Una delicia incluso pese al frío que hacía.
¿os imagináis la cara de los Brontë si les abriesen la cripta? Tan suyos ellos...¿Correrían a refugiarse en la biblioteca? ¿O tiene cortinas? ¿Patrick Brontë era de "Los Otros"? Ya desvarío...
ResponderEliminarDad las gracias de nuestra parte a Sarah Y Steve.
Me voy a dejar un boli simbólico a la tumba de la Plath.
Yo creo que si les abriesen la cripta lo primero que harían sería revolverse en sus tumbas. En fin, menos mal que es muy, muy difícil que se pueda llevar a cabo, que si no...
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