No recuerdo qué hora sería cuando salimos del hotelito, supongo que alrededor de las tres, y la tarde ya empezaba a ir en declive, justo lo contrario que nosotros, que nos tocaba ascender la calle principal. Fuimos observando los cambios - para bien o para mal muchas tiendas cambian con bastante frecuencia - y vimos de nuevo - aunque ya lo habíamos mirado por internet - que la librería estrella de segunda mano del pueblo (con el escaparate azul en una de las fotos de abajo) y que sólo abre tres días a la semana (los del fin de semana, para los turistas) estaba una vez más cerrada en esta visita (nunca coincide que estemos en Haworth en fin de semana). Siempre miramos ese escaparate con cara de pena, no tanto por lo que contiene sino por lo que imaginamos que podría contener la tienda entera. Estaría bien que si algún día conseguimos entrar salgamos de allí decepcionados y con las manos vacías.
A la otra librería de segunda mano - ya muy conocida - decidimos entrar más adelante, porque la hora se nos iba echando encima. Curioseamos brevemente en la oficina de turismo (el edificio que se ve justo en la parte superior de la calla principal en la foto de abajo) y encaminamos los pasos hacia la iglesia y la casa-museo.
Como íbamos con el tiempo un poco justo, tuve que moderarme con las fotos (bueno, yo digo que me moderé, Manuel seguramente opina que hice tropecientas aun así), así que no tengo ninguna especialmente bonita de los snowdrops (o Campanilla de invierno, como me descubrió que se llamaba en español Elvira hace unos días), que tiene el honor de pertenecer a ese pequeño grupo de flores que reconozco. Quizá es que se me da bien reconocer los signos que anuncian la llegada de la primavera en Inglaterra, porque también reconozco los narcisos y los crocus. La razón por la que distingo los snowdrops es, sin embargo, que alguno de los pocos habitantes de Haworth que vieron a Charlotte Brontë el día de su boda (29 de junio de 1854) afirmó que le recordaba a uno, supongo que porque ella era tan finita y pequeñita como el tallo y porque llevaba un precioso tocado/velo que hoy se puede ver en el museo, ennegrecido no tanto por el tiempo sino por haber estado almacenado en algún sitio con carbón durante muchos, muchos años (misterios de las "reliquias" Brontë) y que de puro delicado hoy es imposible devolverlo a su color original.
Con la luz tan bonita que había fuera, casi - he dicho casi - daba pena meterse en el museo, pero había que entrar ahora y verlo a nuestras anchas o entrar más tarde y verlo apresuradamente. Aunque esta era la cuarta/quinta vez que estábamos dentro, primó lo de poder andar por allí con calma. Siempre hay nuevos detalles que observar.
Del museo por dentro no hay fotos porque no se pueden hacer, así que tendréis que ir a conocerlo, que merece mucho la pena. No sé si Mr X estará de acuerdo con esta última afirmación o no, el caso es que al entrar al museo se puso a dar patadas como loco: yo, más optimista, supuse que le gustaba el entorno; Manuel, quizá más realista, opinó que el pobre quería salir corriendo. Cada uno que decida con qué versión se queda.
Las habitaciones están restauradas en mayor o menor medida y dependiendo de la habitación para asemejarse lo máximo posible a las habitaciones que las Brontë hubieran conocido. Gran parte del mobiliario y los objetos que hay por allí es original suyo y lo que no lo es bien pertenece a la época, bien son réplicas basadas en dibujos suyos, etc. Una de mis dos habitaciones preferidas es el cuarto de estar, donde las hermanas hacían su vida cotidiana, donde daban vueltas alrededor de la mesa noche tras noche mientras hablaban de sus cosas o ponían en común y debatían aspectos de sus novelas, donde Charlotte pasó sola tanto tiempo - y siguió caminando sola en silencio alrededor de la mesa - tras la muerte de sus hermanas, donde está el sofá donde supuestamente murió Emily Brontë, donde puedes mirar por la ventana y, más o menos, ver lo mismo que ellas, con la excepción de que su jardín no estaba tan cuidado como el jardín actual y que las vistas del cementerio que ellas contemplaban aún eran sin los muchísimos árboles que hay ahora (y que se plantaron con el fin de que el pueblo, con ese cementerio tan lleno en la parte más alta, fuera un poco más salubre).
También me gusta subir las escaleras, mirar por la ventana del rellano y obviar la horrible-horrible escultura que hay en el patio (al que no se puede salir, por cierto). Y me gusta llegar a lo que se llama la habitación de Charlotte. Esta, en lugar de estar como Charlotte la hubiera conocido, es un espacio de exposición, con vitrinas de objetos expuestos. Es un poco un absurdo: las Brontë deberían gustar - y gustan - por lo que escribieron, y sin embargo llegas a esa habitación, ves la vitrina central con un vestido de Charlotte (lo van cambiando), sus zapatos, sus guantes, sus medias, su chal, ves lo diminuta que era y te emocionas igual. Y lo mismo cuando sigues recorriendo el resto de pequeños objetos cotidianos: el tocado de boda que decía antes, un velo negro cedido al museo curiosamente por Rachel Ferguson (la autora de The Brontës Went to Woolworths), la capotita de bebé cosida por su antigua profesora y amiga Margaret Wooler y que nunca llegó a estrenarse (por unas cosas y otras se piensa que el 31 de marzo de 1855 y tras unos meses horribles, Charlotte Brontë murió de hyperemesis gravidarum, exceso de vómitos durante el embarazo; ahora es horrible también pero es tan sencillo como que te lleven a un hospital, te mediquen y te alimenten con suero; entonces era mortal, sobre todo en una constitución frágil como la de Charlotte Brontë). No hay constancia de ello, pero lo más probable es que Charlotte muriera en esa misma habitación.
Después conocimos por fin la parte reformada del museo. La casa original era sólo cómo se ve en mi foto de arriba, sin embargo el cura que siguió a Patrick Brontë, consideró que necesitaba más espacio y construyó el ala adicional a la derecha. En ese espacio se exponen más objetos: desde primeras ediciones de las novelas, a la caja de pinturas - recién adquirida - de Emily Brontë, el baúl con el que Charlotte viajó a Bruselas, el armario de los apóstoles descrito en Jane Eyre, etc.
En la planta de abajo de esa ala (se llama Wade wing, por cierto, por el reverendo Wade, el cura que la construyó) está la salita de exposiciones temporales - llamada Bonnell room, por un coleccionista americano que donó gran parte de su enorme colección Brontë al museo - donde aún tenían la exposición sobre Branwell Brontë: Sex, Drugs and Literature (y que a partir de mañana día de su cumpleaños acoge una nueva exposición dedicada a Patrick Brontë, el padre, puesto que este año se cumplen 150 años de su muerte; al día siguiente, por cierto, nos dieron una invitación para la fiesta de inauguración de mañana por la tarde. Ah, quién pudiera). La exposición era curiosa y Mr X de nuevo dio patadas como loco. La posible afinidad con Branwell Brontë - pese a su talento e inteligencia - no nos hizo tanta gracia como la entrada al museo...
Después unas cuantas compras en la tienda y lo siguiente queda para mañana.
Qué cortas se me hacen estas entradas!!!
ResponderEliminarPor dios, que Mr X no salga a Branwell ni por asomo!! De hecho, a ningún Brontë...o se sentaría a fantasear en el Turó Park en lugar de jugar o hacer deporte o lo que sea que hagan los niños saludables.
ResponderEliminarA mi me pasa algo muy curioso con la menudencia Brontë...por más que quiera no puedo imaginarlas más pequeñas que yo: para mí son figuras gigantescas por más que la realidad me contradiga. Eso si, me resulta muy sencillo imaginarlas vestidas con cualquier cosa. Voy a tener que ver el velo de Charlotte. Bueno, voy a tener que verlo todo un día de estos...¡¡qué envidia me dais!!
´Que barbaridad de cosas se conservan, me he quedado alucinada con lo de la capotita del bebé, pobriña, me da siempre una pena de ellas.....
ResponderEliminarComo siempre, unos viajes y unas fotografías preciosas :-)
ResponderEliminarTe invito a la tertulia sobre Gilmore Girls que he organizado para el 26 de marzo. Tienes más información en mi Laberinto, pero también tienes mi email para cualquier duda ;-)
Un abrazo,
Noemí.
Toda esta pasión Brontë dará un fruto concreto y palpable algún día, segurísimo. Tengo una grandísima confianza en ello.
ResponderEliminarLa terecera foto me ha gustado muy especialmente, aunque todas tienen mucho ambiente.
Un beso a Mr. X!
No hay manera. Últimamente, no sale ninguno de mis comentarios. Ayer te dejé una anécdota sobre fontanería inglesa en el post anterior y ni rastro. Esto es una prueba, a ver si este de hoy funciona.
ResponderEliminarEn fin, que sepas que te leo, a pesar del empeño que pone Blogger en desmentirlo.
Que fotos más bonitas,el lugar tiene una luz muy especial.
ResponderEliminarComo siempre unas estupendas cronicas viajeras,y vaya con mister x, ya va marcando caracter desde bien pronto.
Una delicia de entrada, la de hoy. Espero con ganas la de mañana. Me das muuucha envidia
ResponderEliminarLas fotos una maravilla
Besos
Emma
Siempre me he preguntado cuánto exactamente medían las Brontë. He leído que Emily era la más alta pero como dicen que eran tan chiquititas...
ResponderEliminarYa espero la siguiente entrada con unas ganas... ¡y un mono! Me planteo una visita a Haworth ya mismo ;)
Mar: ¡menos mal! :D
ResponderEliminarSamedimanche: tienes razón en lo de imaginar a las Brontë enormes, quizá por eso ver su ropa tan pequeñita impresiona más aún. Da la impresión de que no cabrían en ella :)
Dina: sí, por suerte se conservan bastantas cosas.
Noemí: gracias por la invitación.
Elvira: pues no sé, de momento con o sin fruto, está bien como está :)
Elena: argh, qué rabia. Así estaba yo hace unos días y es muy frustrante. Qué pena que la anécdota de la fontanería se perdiese :( ¿No te animas a darle una segunda oportunidad a blogger a ver si podemos leerla?
Ángeles: me alegra que te vayan gustando :D
Emma: ¡qué bien! Muchas gracias.
LittleEmily: en algún sitio se menciona la estatura de Emily a raíz del comentario del carpintero que le hizo el ataúd y que dijo que nunca había hecho uno de esas proporciones: largo y, sobre todo, muy, muy estrecho (no sé si era apenas 40 cm de ancho o algo así). Era bastante alta, pero ahora no recuerdo exactamente :(
Estoy disfrutando muchísimo de tu crónica de viaje, y estoy deseando poder hacer el mismo viaje. Debe emocionar ver objetos que pertenecieron a personajes que una tanto admira, conociendo la historia que esconden.
ResponderEliminarMuchas gracias por estas entradas;)
Eternal: me alegra que te esté gustando. A ver si puedes pasear por allí dentro de poco. Estoy segura de que disfrutarás muchísimo.
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