El martes - hoy justo hace una semana - el tren rumbo al norte salía a las diez y pico de King's Cross. La idea era, aparte de desayunar opíparamente en nuestro hotel, salir con tiempo suficiente para, antes de montarnos en el tren, tener un rato para ir a ver el manuscrito de Jane Eyre en la British Library. ¡Qué ilusos! Con lo que no contábamos era con que la línea de metro que teníamos que coger atravesaba la City y era el tramo final de la hora punta. Así que cuando llegamos al andén correspondiente cargados con mochilas, maleta (con todas las compras del día anterior), bolso y demás, nos lo encontramos lleno hasta la bandera y el metro a tres minutos de llegar. Nos posicionamos pero subirnos al tren fue imposible, tanto porque la masa humana se avalanzaba de forma agresiva sobre el vagón (aquí la mítica pasión inglesa por las colas se había esfumado) como por el hecho de que el vagón iba también bastante lleno. Mi odio hacia los londinenses, siempre latente, se reavivó. Esperamos un minuto al siguiente tren, más de lo mismo pese a haber tomado mejores posiciones. ¿Qué hacer? Sólo quedaba probar a retroceder unas cuantas paradas y ver si, cogiendo el metro antes, se nos daba mejor. Eso hicimos y se nos dio bien. Para cuando llegamos a la parada en que habíamos querido montarnos inicialmente estabamos posicionados de tal forma que ni las masas que se bajaban ni las que se subían eran demasiado invasivas (yo, pese a sólo poder abrocharme los dos primeros botones del abrigo, no pude sentarme hasta que un asiento se quedó libre porque alguien se bajó; en ese momento entendí el porqué de una chapita que había visto llevar a una chica y que decía "baby on board", me pregunto si le funcionará). Para cuando por fin llegamos a King's Cross, decidimos que la visita a la British Library tendría que ser a la vuelta. Por cierto que la estación es un caos total en estos momentos.
Después de esa forma tan brusca de comenzar el día, subirnos al "quiet coach" del tren (el vagón silencioso) fue una maravilla. Y lo mejor de todo es que se cumple a rajatabla. Íbamos bien provistos para el viaje. Jane Eyre, el periódico cogido el hotel y, ya que ese martes era el Pancake day (en realidad Shrove Tuesday), no pudimos resistirnos a unas tortitas de Marks & Spencer, aunque fueran a palo seco, pero el caso es que estaban bien ricas incluso así.
Fue un viaje al norte de lo más apacible, salvo por una parada de 20 minutos en un pueblo llamado Hitchin donde no teníamos que parar. Yo quería leer pero se me iban los ojos a la ventanilla. Las vistas eran puramente inglesas: prados verdes, también algunos bosques como de cuento de hadas, ovejas, caballos cubiertos con mantas, campos arados, pequeños pueblos cuajados de casitas típicamente inglesas y en cuyos jardines traseros podíamos curiosear muy brevemente, las inconfundibles torres de las iglesias de cada pueblo, unas más cerca del tren, otras en la distancia. Un breve recorrido por las imágenes básicas y, en muchos casos estereotípicas, del país.
Así llegamos a Leeds e hicimos transbordo al tren rumbo a Keighley. Durante el viaje habíamos considerado la posibilidad de no ser tan tacaños y, quizá, por una vez, darnos el capricho de coger el tren de vapor a Haworth. Bien podíamos especular con ello, porque resulta que el tren de vapor apenas funciona unos cuantos días en marzo y ese no era uno de ellos. Así que, como siempre, cogimos el autobús y tuvimos suerte porque 1) nos tocó un conductor no salido de Cumbres borrascosas con el que pude mantener una conversación en la que me enteré de todo y 2) porque fruto de esa conversación tan clara resultó que nos dejó en una parada a las puertas de nuestro hotelito, en la parte baja de la calle principal. De haber cogido el tren de vapor nos habríamos tragado la gran cuesta que hay desde la estación hasta allí, así que no hay mal que por bien no venga, desde luego.
El hotelito resultó típicamente inglés por dentro. Las habitaciones son temáticas y la nuestra era la Secret Garden Room, de ahí los tonos, las flores y las regaderitas sobre la chimenea.
Eso sí, hablemos de la fontanería inglesa. En los hoteles más grandes se han globalizado, pero en los pequeños y, por lo que yo sé, en muchas de las casas, sigue habiendo este tipo de grifería. Y sí, ya sé que antes no había grifos únicos y demás y puede que al verlos los dos grifos resulten más monos, pero y lo práctico de los grifos únicos, ¿qué? Nunca dejará de sorprenderme el encontrarme con estos lavabos en Inglaterra y nunca me acostumbraré a ellos cuando o se me caigan las manos a trozos si uso el del agua fría (y el agua en Haworth salía casi con cubitos de hielo; por cierto que bromeamos acerca de estar usando agua de la parte baja de la calle principal, asquerosa en tiempos de las Brontë, ya que no sólo incluía todo lo que había bajado por la calle principal sino también todo lo que se había filtrado por la tierra desde el cementerio en la parte alta del pueblo. El agua de Haworth era uno de los motivos por los que la esperanza de vida en aquellos tiempos fuera de 25 años) o se me asen si opto por el grifo del agua caliente (y sí, ya sé que el lavabo podría taparse y mezclar el agua de los dos grifos dentro, pero eso no tiene sentido cuando uno se lava las manos con agua corriente y no con una palangana). Y menciono sólo brevemente el hecho de que la ducha saliera de un sitio separado de los grifos de la bañera con un mando que no dominaría ni un ingeniero de la NASA y el que cada vez que tirabas de la cadena (aún fiel a la expresión tirar de la cadena) era como si abrieras unas compuertas que dejaban paso a las cataratas del Niágara. Bondades de la fontanería inglesa que a Manuel y a mí siempre nos dejan asombrados y nos dan para reírnos un buen rato.
Pero bueno, es una gracia del país y nada imperdonable, más una peculiaridad propia que algo realmente molesto.
Y lo mejor de todo es que cualquier pequeña excentricidad se olvida rápidamente cuando uno se encuentra con esta vista desde la ventana. Justo debajo el Central Park de Haworth y al fondo más Haworth. De nuevo el día era clarito pero helador, como tendríamos oportunidad de comprobar cuando salimos a la calle después de habernos instalado. Qué maravilla volver a moverse de nuevo sin tener que estar pendientes de los mil bártulos que llevábamos. Pero a dónde encaminamos los pasos, aunque muy predecible, lo dejo para mañana.
Qué genial es viajar, verdad? y si aun encima es a un sitio de estos.....
ResponderEliminarMañana continua que me encanta leer aventurillas
Que risas cuando has hablando de la fontanería, jajaja. Así que las cataratas del Niágara. Luego es genial contar todas esas anécdotas, ya sea a amigos o, en este caso, en el blog porque la gente se acaba metiendo más en el viaje y eso siempre da riqueza a la historia. Creo que mi madre tenía de esos grifos cuando yo era pequeña.
ResponderEliminarNo sé por qué pero me imaginaba que Haworth era un pueblito pequeño y, en cambio, en la foto parece más grande. Y qué bonito es el hotel!!
ResponderEliminarMe quedo esperando el post de mañana. Besos
Dina: aventurillas hay para varios días :)
ResponderEliminarAmelia: es que lo de la fontanería es genial. No hay vez que vayamos a Inglaterra y no recopilemos por lo menos una anécdota de fontanería.
Mar: bueno, no es una gran ciudad pero sí que es más grande de lo que la "leyenda" cuenta. El hotel estaba muy bien, síp :)
¡¡¡ Vagones silenciosos, ya!!! Qué invento tan civilizado...¿Y nadie lleva el móvil con la música a tope? ¿Y no se dan gritos?¡Qué maravilla de viaje! Y qué bonita la habitación Secret Garden...inspiradora.
ResponderEliminarNosotros también tenemos muchas anécdotas con la fontanería inglesa...incluso hemos desarrollado una serie de gritos para escaldarse o para congelarse, dependiendo del grifo. Aunque para retretes, los americanos, de aquellos que se llenan de agua y todo flota en su interior; o los italianos, bajitos, bajitos hasta para mi metro y medio...
hola! Uno breve pq tras tantos allá me considero londinium-nense de adopción...para ver si se agita tu visión de las hormiguitas que paseamos por esta ciudad ;)
ResponderEliminarHablando en serio, soy una amante de las Bronte y acabo d eterminar "Wide sargasso sea" de jean Rhys, donde la autora da su particular visión del misterio q azota a la casa de Mr Rochester. Sobre Mr rochester divagué hace timepo aquí... sobre Jane Eyre con el de Rhys, dentro de poco.
Disfruta mucho de mi foster island... yo ahora estoy por el continente, qué cosas, paseando por ambientes muy góticos...
besso
di
Samedimanche: nada, lo de vagón silencioso se respetaba a rajatabla. A la idea iba muy vacío y parecía que podía ser eso, pero a la vuelta iba llenito, incluso con un perro, y no se oyó nada de nada.
ResponderEliminar¡Qué bueno lo de los váteres americanos! Son como bañeras en miniatura, sí :D
Di Vagando: gracias por el comentario. Lo cierto es que esto lo estoy contando cuando ya hemos vuelto del tu foster island. Que disfrutes tú también del continente.
Ya contarás qué tal Wide Sargasso Sea.
No sabía de la existencia de un vagón silencioso!! Eso tengo que probarlo!! Ójala les de por hacer alguno aquí parecido.
ResponderEliminarLa habitación con Chimenea...¿parecido al otro hotelito?
Bss!!!
Yo tampoco tenía ni idea de lo de los vagones silenciosos. Pero se puede hablar en ellos?
ResponderEliminarLa habitación del hotel es monísima, y qué gracia lo de los grifos. Para ellos, el agua tibia no existe entonces.
María: el vagón silencioso es una delicia, de verdad, sobre todo cuando se compara con la de ruidos que hay aquí en los trenes.
ResponderEliminarA mí este hotelito me gustó más que el otro, la verdad.
Eternal: sí que se puede hablar, pero a un tono moderado. Lo que no se puede es hablar por el móvil, pero para ello en la parte de fuera del vagón, donde las puertas para bajarse del tren, han puesto unos banquitos. Está todo pensado.
El agua tibia existe pero no es agua corriente, tienes que hacértela tú tapando el lavabo. Muy retro.