El vuelo de ida hacia Londres fue plácido como siempre. Una vez más volábamos con British Airways, lo que de momento (hasta que Iberia reorganice las cosas a su gusto, supongo) significa que en vuelos operados por ellos siguen sirviendo el desayuno gratis. Los asientos siguen siendo cómodos. Y, como en el viaje de hace un par de años en febrero, las vistas de los Pirineos nevados eran una maravilla. En la foto no se aprecia del todo, pero vistos desde arriba, y por cursi que suene, parecía que los habían espolvoreado todos con azúcar glas. Eso o que la repostería va invadiendo mi cerebro poco a poco y donde la gente normal ve unas montañas nevadas yo veo un postre más.
Mirar por la ventanilla, cosa que siempre me gusta (para horror de Manuel, que entonces siempre tiene que ir sentado en el asiento central), se convirtió en la actividad estelar. Nos habíamos levantado prontito (5:30) y fue uno de esos viajes en que no consigues leer, no consigues dormir (yo duermo con mucha facilidad, pero no en el transporte público) y lo único que queda es contemplar las vistas mientras los párpados pesan toneladas.
Por fin llegamos, recargamos nuestra Oyster card, ese gran invento, y cogimos el metro hacia el hotel. A todo esto no teníamos planes más definidos para el resto del día (apenas eran las 11 de la mañana allí) que arrasar las librerías varias. Pero en el metro a Manuel se le ocurrió que podíamos volver a Cornhill, aprovechando que era lunes. ¡Buena idea! Después de dejar las cosas en el hotel, comprar algunas provisiones en el Marks & Spencer de comida que hay cerca (y qué difícil fue elegir qué comer cuando una tiene medio vetados los sándwiches de gambas y mayonesa (mi comida por defecto en Inglaterra) ya que ambos ingredientes pueden ser "inseguros" (y sí, soy consciente de que debo de haber comido cientos de sándwiches de este tipo y nunca me ha salido ninguno malo. Es pura paranoia), por suerte en Marks & Spencer siempre hay algo rico que comer. Y por suerte su limonada es sana-sana-sana), nos fuimos hacia allá.
En Londres se han tomado muy en serio lo de los Juegos Olímpicos del año que viene, al menos esa es la única explicación que encuentro para la cantidad de obras que hay por todas partes. Así que nosotros pensábamos que nos bajábamos en la estación de metro de Bank pero salimos desviados y sin enterarnos por la de Monument, así que tuvimos que dar un poco más de vuelta para llegar a Cornhill.
¿Y qué hay en Cornhill? En realidad, a dia de hoy, no hay gran cosa, pero la hubo.
Cornhill está en el corazón de la City londinense, nace en un lateral del Banco de Inglaterra. La última vez que estuvimos por allí fue aquel fatídico domingo de agosto en Londres en que todo estaba cerrado o nos lo iban cerrando a nuestro paso. Visitar la City en domingo fue como visitar una ciudad fantasma. De ahí que el otro día fuera importante el hecho de que era lunes y, mejor aun, la hora de comer.
Así que, entre las corrientes de los londinenses que siguen batiendo récords de caminar a toda velocidad, los sitios de comida abarrotados y las tiendas de lujo (algunas lujo un poco decadente, eso sí) que hay aquí igual que en Wall Street (y que nadie puede dudar que son para las amantes de los ejecutivos agresivos de la zona, claro) fuimos intentando ver la calle como podría haber sido a finales de la década de 1840 y principios de la década de 1850, cuando las Brontë (sólo Charlotte y Anne, Emily nunca pasó por allí) la visitaron. Curiosamente, el número 32 de Cornhill y sin que nadie le haya encontrado una conexión Brontë, tiene una puerta de madera con varios paneles/viñetas: una de ellas "muestra" la primera visita de Anne y Charlotte a Cornhill, a la oficina del editor de Charlotte (Anne y Emily tenían otro editor, un timador llamado Thomas Newby), George Smith, en el número 65. Muestra lo pongo entre comillas porque, según esa viñeta, parece que les recibió Thackeray en persona y no fue así.
Allí llegaban dos jovencitas provincianas, agotadas después de haber salido de su casa en Haworth la noche anterior, que les hubiera pillado una tormenta por el camino hasta la estación y haber viajado en tren toda la noche. El motivo del viaje era que Thomas Newby, el editor de Emily y Anne, decía que los pseudónimos de las tres hermanas, Currer, Ellis y Acton Bell en realidad encubrían a una sola persona y, con esta excusa, se dedicaba a intentar vender los libros en Estados Unidos (Jane Eyre había tenido mucho más éxito que Cumbres borrascosas o Agnes Grey). George Smith, el editor de Charlotte, comenzaba a estar un poco mosca con la situación y a las hermanas - Emily pasaba del tema - no les quedó otra que ir a demostrar en persona que eran, por lo menos, dos.
Entraron en el número 65 de Cornhill (en la foto el edificio de color mármol rosado con las ventanas a modo de arcos y que en la actualidad es
el Shanghai Commercial Bank y cuyos propietarios se niegan a dejar que le pongan una plaquita azul a George Smith. ¿Por qué? Ni idea), cuya planta baja hacía de librería y le dijeron a un chico que querían hablar con George Smith. Cuando finalmente se encontraron con él, George Smith fue tan incapaz de ver más allá de estas muchachas provincianas que, al Charlotte entregarle una carta enviada por él como prueba de identidad, George Smith le preguntó de dónde la había sacado. Charlotte, demostrando ahí sí que era la autora de Jane Eyre le contestó con toda parsimonia que del correo.
Charlotte volvería por allí en años posteriores aunque, que se sepa, y volviendo a la viñeta de la puerta de madera, nunca coincidió allí con Thackeray, sí en otros sitios. De modo que si uno obvia el falso acabado de mármol rosa que los del banco (o los predecesores, quién sabe) le han dado al edificio, lo feo y simplón que se ve el interior desde fuera y demás, uno, cuando se para justo delante de la puerta, está pisando donde Charlotte Brontë pisó varias veces; donde Anne Brontë puso los pies una vez. Es una tontería, pero ya he dejado claro muchas veces lo mucho que me gustan este tipo de superposiciones temporales imposibles.
Siguiendo con ese tipo de superposiciones y de vuelta al metro, intentábamos visualizar de nuevo qué podía quedar allí que Charlotte y Anne hubieran visto. Es difícil en la City, tanto por el hecho de que está muy cambiada como por el hecho de la lluvia de bombas que le cayó durante la Segunda Guerra Mundial.
Nos chocó encontrarnos con este surtidor de agua erigido a partir de un pozo en 1799. Este estaba seguro en 1848. Y justo al lado había un buzón victoriano que nos dio pie a preguntarnos si estaría allí en los tiempos de las Brontë o no. La mayor parte del reinado de la reina Victoria tuvo lugar después de la muerte de las Brontë, pero pudo ser un buzón instalado allí durante los primeros años, ¿quién sabe?
También está por allí la iglesia de St Michael in Cornhill, edificio histórico diseñado por Christopher Wren (el de la catedral de San Pablo) ya estaba presente cuando las Brontë pasaban por delante cuya fachada bien recargada queda un poco ahogada entre todos los edificios de oficinas.
A todo esto, en las fotos el día se ve clarito y soleado; lo que no se aprecia es el frío que hacía. Prueba de ello era que los escalones del Banco de Inglaterra estaban abarrotados de gente comiendo sólo en la parte en que daba el sol. A sentarse en un escalón a la sombra no se aventuraba nadie.
Y allí, delante del Banco de Inglaterra, está la estatua del Duque de Wellington, erigida en 1844, es decir, bien reciente para cuando Charlotte Brontë fue por allí por primera vez en 1848. El Duque de Wellington era el ídolo absoluto de Charlotte Brontë, así que, aunque no hay constancia de ello, es de esperar que se quedara admirando la estatua un rato.
Así que habíamos comenzado la ruta Brontë antes incluso de llegar a Haworth.
En cualquier caso era hora de irse al centro y ver si en la taquilla de las entradas a mitad de precio en Leicester Square había algún plan interesante para esa noche. Resultó que no había gran cosa, así que, sintiéndolo mucho, nos quedamos sin espectáculo teatral.
De allí nos fuimos a comer nuestras provisiones de Marks & Spencer a un banco al solecito al lado de Edith Cavell, mujer que siempre inspira. Y, estando frente a la National Portrait Gallery la visita a los retratos de las Brontë era inevitable. Allí nos sentamos un rato, como tantas otras veces.
Y finalmente llegó el momento de arrasar en las librerías. Comenzamos por Waterstones en Trafalgar Square y fuimos subiendo por Charing Cross, cada vez más y más cargados. En Charing Cross visitamos las inevitables: Any Amount of Books (donde compré el libro de exlibris), Blackwell's y descubrimos una nueva en la que, sin saber por qué, nunca habíamos entrado: Henry Pordes Books. ¿Quizá porque está puerta con puerta con Any Amount of Books y salíamos de esta tan obnubilados que tardábamos en procesar dónde estábamos un rato? Puede, desde luego el inmenso escaparate no pasa desapercibido. El caso es que fue una mina y ya no faltará en futuros recorridos.
De ahí a Foyles, donde tuvimos que pulular un rato para hacernos con un hueco en el café (que yo diría que es nuevo; o al menos tampoco lo habíamos visto nunca antes, qué de descubrimientos en tan poco rato). Café, por cierto, cuyas mesas y sillas son mobiliario antiguo de escuela, muy curioso. Allí yo me di el lujo de tomar un segundo té (el de por la mañana del avión había sido minúsculo y no del todo satisfactorio), aunque lo pedí blanco, que tiene menos teína, creo. Luego compramos varios libros más y nos fuimos, cargados hasta los topes, al plan nocturno.
Ya que no podía ser un espectáculo teatral, al menos que no fuera algo que pudiéramos hacer aquí, ¿no? Así que nos fuimos a un cine de Leicester Square a ver Inside Job, el documental que ganó el Oscar y que cuenta (de forma muy amena) el por qué de la crisis económica y, muy frustrante, cómo los que nos llevaron a ella campan a sus anchas por facultades y asesorías varias como si nada. Muy curioso: prueba de ella es que pese a estar agotada no me dormí ni nada.
Para ser nuestro único día - y no entero - en Londres, creo que nos cundió bastante.
lunes, 14 de marzo de 2011
Único día en Londres
Publicado por Cristina en 9:33
Etiquetas Álbum de fotos, Brontë, Londres
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
(he intentado dejar un comentario y no ha aparecido así que lo vuelvo a probar, podría ser que apareciera duplicado, así que, si es así, pido disculpas). Te decía que tienes razón cuando dices que os cundió el día y qué ilusión descubrir cosas nuevas en sitios que ha conocías con anterioridad.
ResponderEliminarEspero que mañana haya la segunda parte de la crónica.
Un abrazo.
Qué día más completo e interesante. Por primera vez estuve en la National Portrait gallery y me gusto mucho principalmente por la tranquilidad que se respiraba dentro. Nada que ver con lo atiborrados que están otros como el British, por ejemplo.
ResponderEliminarA mí tb me costó hacerme hueco en el café de Foileys pero como decimos en asturiano "furé y furé "(abrirse camino por el menor resquicio y persistentemente, más o menos) hasta conseguir un taburete y un huequín en la barra que mira por el ventanal.Saludos
Pues si que os dio de si el dia, y encima cargados de libros, pero hay veces que hay que aprovechar el poco tiempo como sea.
ResponderEliminar¡Qué ganas de ir a Londres! y ya he anotado un par de cosas para cuando lo haga. Me pareció muy interesante lo que cuentas de la visita a Londres de las Brontë y me encantó la foto de la puerta.
ResponderEliminarEl año pasado en la National Portrait hice como vosotros y me senté delante de las Brontë (aproveché que Dickens también estaba allí). ¿Cómo lo hacéis para encontrar tantos libros maravillosos en las librerías de 2ª mano?
ResponderEliminarPor cierto, a ver si British continua sirviendo esos desayunos en un par de meses ;)
Mar: qué rabia lo de los comentarios que desaparecen. Muchas gracias por volver a dejarlo. Sin duda prefiero un comentario duplicado (o triplicado) que un comentario perdido en combate.
ResponderEliminarCrónicas hay para rato, no te preocupes :)
Prima de Audrey: sí, ese es parte del encanto de la NPG.
Me ha gustado lo de "furé y furé". Es precisamente lo que hicimos nosotros también. Debe de ser una prueba que hay que pasar para ser digno del café ;)
Ángeles: claro, si encima de estar poco tiempo te duermes en los alureles, apaga y vámonos. En cualquier caso tampoco somos de los que apenas miran. Como se puede comprobar también nos sentamos a ver pasar las cosas de vez en cuando :)
Alicia: me alegra que la entrada te haya resultado interesante :) A ver si consigues hacer una escapadita a Londres pronto.
LittleEmily: ¿tengo una exclusiva con lo del "par de meses"? ¡Qué bien! Me alegro mucho :D Ya irás informando de planes, etc.
Sí, es cierto que ese Dickens jovencito e irreconocible está justo al lado del de las Brontë. A mí de esa sala también me fascinan los retratos de Robert Browning y Elizabeth Barrett Browning y la "escultura" (argh, no es una escultura, ¿cómo se dice cast en español?) de sus manos entrelazadas: http://images.npg.org.uk/790_500/5/5/mw00855.jpg
Lo de encontrar tantos libros es más cosa de Manuel que mía. Menos mal que conoce bien mis gustos :D
Que buena manera de empezar el viaje. Tengo pendiente la National Portrait Gallery, qué fallo no haberla visitado cuando estuve en Londres hace 5 años.
ResponderEliminarPues apúntatela para la siguiente visita. Y además de las Brontë, no te olvides de que también está el famoso - y minúsuculo - retrato de Jane Austen pintado por su hermana Cassandra.
ResponderEliminar