viernes, 5 de septiembre de 2008

Al sur de Manhattan

Manhattan en los mapas no parece tan, tan grande. Es cuando empiezas a andar de acá para allá cuando te das cuenta de las verdaderas dimensiones. Así que para llegar a la punta sur de Manhattan desde cerca de Times Square donde estábamos nosotros decidimos coger el metro. Y si alguien pensaba que no podía haber metro más confuso que el de Londres... que se prepare para el de Nueva York. Lo que a simple vista parece un trazado de líneas de colores como cualquier otro metro, mirado más de cerca son letras y números de trenes que pasan por ahí pero no siempre paran en todas las estaciones. Así que tienes que mirar el color y la letra y el remolino de líneas.

Cuando por fin subes al tren que crees que te corresponde empieza la odisea del conductor hablando por megafonía, normalmente anunciando la próxima parada (que se entiende a duras penas porque el sonido es terrible) pero a veces soltando parrafadas que dudo que alguien entienda. Íbamos en nuestro tren, tranquilos porque nuestra estación era la última de la línea cuando, después de mucho insistir el conductor, comenzamos a medio entender que para bajar allí había que estar en los cinco primeros vagones. Muy útil cuando dentro del vagón no pone el número en el que estás y nadie te ha avisado de que contaras los vagones antes de subirte (por si no tenías suficiente con mirar la letra del tren y demás). Así que empezó la estampida de gente, el primer vagón del tren debía de ser como uno del metro japonés. Nosotros decidimos jugárnosla (después de medio calcular en qué vagón podíamos estar) y quedarnos donde estábamos. Todo se debe a que las estaciones son de distintos tamaños, las hay enormes (como los trenes) o pequeñitas, en las que enl tren no cabe entero y parte de él, supongo, se queda dentro del túnel. Conclusión: el metro de Nueva York es muy estresante.

Llegamos sanos y salvos y pronto estábamos en Battery Park, el de Caperucita en Manhattan, que es mucho más salvaje, al menos lo que vimos, que otros. Nunca tuvimos la ocurrencia de querer ir hasta la isla de la Estatua de la Libertad. Quizá con más tiempo se pueda hacer, pero con poco no creo que compense el rato largo de cola a la ida y a la vuelta para plantarte debajo y perder toda la perspectiva. Ya ni siquiera se puede subir como antes. De lejos se ve bien, suficiente (mejor que en la foto de principio).

Así que estuvimos un rato por la zona, viendo también Ellis Island de lejos (Ellis Island era la isla a la que llegaban los inmigrantes, donde les hacían los chequeos y les daban helado). Y nos pusimos de nuevo en marcha, pasando por el pequeño pero precioso parquecillo Bowling Green (foto de arriba), hacia Wall Street, buscando un sitio donde desayunar, dándonos por primera vez cuenta de que era sábado y muchos sitios estarían cerrados ya que no había hombres trajeados que bajasen a comprar nada entre decir "¡compra" y decir "¡vende!" o lo que sea que hagan en Wall Street.

Por fin encontramos una panadería con buena pinta, compramos nuestro habitual chocolate caliente para llevar y yo, después de pensarlo mucho, fui a elegir la madalena que, según me enteré luego, tenía más plátano del mundo (no me gusta demasiado el plátano).

Fuimos paseando por las calles de Wall Street, que son menos cuadriculadas, más tortuosas y estrechas; vimos a la gente (léase: turistas como nosotros pero con aun menos dignidad, que ya es decir) haciéndose las fotos más penosas del mundo con el toro de Wall Street (si alguien se pregunta por qué hay un toro en Wall street es porque - y yo sabía esto antes de ir (medallita para mí) - en Bolsa hay dos tipos de inversores: los toros (agresivos) y los osos (más pasivos)). Así que en vista del espectáculo nosotros decidimos montar uno de nuestros happenings callejeros. Yo, que llevaba una camiseta de color clarito, me tiré encima un poco de chocolate caliente y lo intenté quitar un poco con agua de una botella que llevábamos de esas de pitorrito (espacio patrocinado por agua embotellada Poland Spring) pero no me eché suficiente así que le pedí a Manuel que me echara UN POCO más. Y fue y me regó (y dijo que cuando escribiera esto en el blog, así de previsible soy, tenía que titular a la entrada, que no lo he hecho, "Miss Camiseta Mojada en Wall Street"). Bueno, la juerga que nos entró, no podíamos parar de reírnos. Creo que si hubiéramos estado cinco minutos más nos habrían empezado a echar monedillas. (A quien le interese: con tanta agua la mancha de chocolate quedó de lo más discretita, claro, y yo no pasé calor en un buen rato).

Y así seguimos callejeando un poco por Wall Street, viendo las tiendas caras entre los edificios de oficinas. La Bolsa con su bandera gigante y muchas más chiquititas, una escultura de George Washington, una iglesia en mitad de todo aquello.

Y fuimos a parar a una placita que hay delante de la zona 0 (más sobre la zona 0 mañana), donde yo no sabía qué fotografiar primero, si la estatua de la libertad que al final sí que vimos de cerca o una escultura muy chula en bronce de un hombre trajeado de Wall Street hurgando en su maletín. Aquí he optado por la estatua de la libertad. En la foto sale sentada (ojo el detalle del monopatín al lado), pero luego se levantó y empezó a hablar con la gente.

Como siempre: las fotos mejor en grande, haciendo clic sobre ellas.

2 comentarios:

  1. Unas fotos muy buenas, Cristina...sí que parece un decorado de peli...tienes toda la razón.
    Unos paseos "neoyorkinos" preciosos...y sí, imagino que allí es todo "a lo grande", hasta un mapa con sus distancias...

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  2. Todo a lo grande, desde las bebidas y las raciones hasta los edificios. Es como otro mundo.

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