Ay, que con lo de no hacer repostería se me desubica la mención de la comedia clásica que acompaña a la sesión dominical de plancha. Esta semana tocaba The Princess Comes Across, de 1936, con Carole Lombard y Fred MacMurray. En español es como si esta película no hubiera existido nunca: lo más que he conseguido encontrar es un recorte de la hemeroteca de La Vanguardia del 24 de abril de 1936 donde la llaman Concertina, que más que el título español es probable que sea el primer título de la película. El recorte cuenta un cotilleo del rodaje: Fred MacMurray se puso en huelga hasta que le subieran su suelo de 250 dólares semanales. Se lo subieron a 750 dólares nada menos. Pero claro, es que interpretar a un galán que toca una concertina tiene sus riesgos.
La película en sí fue muy divertida, con Carole Lombard haciéndose pasar por princesa sueca a bordo de un barco donde aparece algún que otro muerto. Así que, sin quitarle mérito a la originalidad del acento sueco y de la concertina, es una película más que iba en la línea de The Thin Man, mezclando comedia e investigación. Era también la época gloriosa de Agatha Christie. El mundo entero estaba enganchado a las buenas investigaciones.
Hablando de películas, periódicos y el domingo. Muy recomendable la columna de Elvira Lindo en El País:
Hubo un tiempo en que a los editores de libros infantiles se les empezó a poner cara de pedagogos y dejaron de pensar en lo que podía agrandar la imaginación de los niños para exigir que se escribieran cuentos saludables para esos seres delicaditos que no sabían nada de la vida. Hablamos de corrección política como si fuera una cosa de ahora pero los autores infantiles llevan sufriendo censuras desde hace décadas. Por fortuna, los espíritus rebeldes siempre esquivan las odiosas reglas. Maurice Sendak fue uno de esos seres que dibujó y escribió aquello que le pedía el corazón. [...]
Sendak contaba con ironía que mientras los pedagogos tachaban el libro de perturbador los niños le enviaban dibujos con monstruos mucho más aterradores que los suyos. "Queremos protegerlos de los cuentos y, sin embargo, nadie les protege de la tele". Cierto, la liga de sobreprotectores ha funcionado con gran eficacia censurando libros en un mundo en el que a diario le llegan al niño mensajes groseros en programas que están de fondo en la vida familiar. [...]
"Un artista", dice Sendak, "ha de ser salvaje y desordenado, ha de tener una vena de su infancia abierta y viva que le confiera un don especial". Absurdamente, el adulto suele relegar el mundo de la fantasía a los niños, así que de no trabajarla, la capacidad de imaginar se pierde. En la generación de mi padre, por ejemplo, muchos hombres despreciaban la ficción, la consideraban un entretenimiento de mujeres. Cuando esos hombres se han hecho ancianos y han relajado su defensiva masculinidad vuelven a entregarse a la ficción como cuando eran niños, y son capaces de disfrutar de series de la tele o de novelas. Es un fenómeno tan frecuente que debería estudiarse. También me sorprende que a estas alturas haya intelectuales que practiquen una tendencia machacona a denostar la ficción contraponiéndola al ensayo. Me parece una negación inaudita del disfrute y de la evocación. Prefiero una mente desprejuiciada como la de Sendak, el anciano salvaje y desordenado que consiguió vivir sin renunciar a sus fantasías. Y me gusta ser una más de estos adultos que se han refugiado una tarde lluviosa en el cine para aprender algo de esta pequeña historia.
La negrita es mía por aquello que yo comentaba hace unos meses sobre cómo me molesta que la gente confunda ficticio con irreal.
Y el dibujo con que acompaño esta entrada es de Sendak para una feria de libros en Nueva York en 1979. No se aprecia mucho, pero doy fe de que el libro que está leyendo el monstruo es Villette de Charlotte Brontë.
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