Me encanta esta foto de arriba porque representa el distrito financiero (como yo lo conozco, al menos) a la perfección, con esa mezcla de edificios de todos los estilos y épocas tan distintas que se darían de tortas en cualquier sitio no llamado Nueva York. Allí verlos convivir es una maravilla. Enric González en Historias de Nueva York cita a un tal John Jay Chapman que dice que "el presente es tan poderoso en Nueva York que el pasado se ha perdido" y Enric González dice que disiente y repasa los orígenes holandeses de Nueva York y todo lo que vino después.
Helene Hanff habla también del tema y dice que en general en Nueva York hay poco apego a los edificios (como lo que decía ayer de Grand Central) porque un elevado porcentaje de los habitantes de Nueva York provienen de otros sitios y por lo tanto no tienen lazos emocionales con el entorno (ella se identifica con esto pero, claro, ella era originaria de Filadelfia). Ambos se complementan y no es cierto que en Nueva York no exista el pasado, es simplemente que el pasado ha avanzado con los tiempos, para bien o para mal. Pero ahí está para quien lo quiera ver.
El viernes el día empezó tempranito: estábamos apuntados para la visita de las 9:30 en el Banco de la Reserva Federal de Nueva York. La teníamos programada desde hacía tiempo y por eso cuando leí el libro de Enric González y vi que la recomendaba me hizo gracia.
El banco ya digo que está en pleno distrito financiero. Nos hacía ilusión ir a primera hora (a las ocho y poco ya estábamos por la zona) porque la otra vez visitamos Wall Street y aledaños en domingo y, aunque también es algo que hay que ver, por fantasmal, teníamos ganas de verlo poblado por los nativos. Así que adoptamos sus costumbres y en un carrito de la calle compramos sendos chocolates calientes y bagels con queso filadelfia y nos sentamos en una placita a desayunar y a ver pasar a la gente mientras debatíamos cómo un neoyorquino es totalmente diferente de cualquier otro ser humano. El estudio quedó inconcluso, pero apuntamos los andares y la actitud general como posibles rasgos definitorios. Pero no sólo eso: ya sé que lo he dicho mil veces, pero es que Nueva York no es el decorado de tantas películas por azar, sino porque realmente, con o sin cámaras, Nueva York es una película constante. De las muchas historias y anécdotas que presenciamos, me quedo con la furgoneta de reparto de "Balloon Saloon" y el repartidor que se bajó con un enorme "ramo" de globos y fue con ellos, como quien reparte material de oficina, al edificio correspondiente. No conseguí ver si los globos llevaban algún mensaje que pudiera dar una pista del motivo, pero nadie parecía muy sorprendido, así que deduzco que no es nada del otro mundo. La gente de Nueva York parece haberlo visto ya todo.
De todo se aprende. La otra vez siempre que desayunamos chocolate caliente y este día allí en esa plaza, me quejaba de la solapita que quedaba en el vaso al abrirlo para beber y que me daba en la nariz. Claro, la culpa no era del vaso, sino mía por no ser neoyorquina. A nuestro lado se sentó un auténtico neoyorquino con su bebida comprada en el mismo carrito que nosotros y observé que a él no le daba la solpita en la nariz... ¡para eso era la ranurita de la tapa! Bueno, ya teníamos un punto más para el examen de "neoyorquismo".
Antes y después del gran descubrimiento:
En el Banco de la reserva Federal, antes de llevarte a la zona por la que va todo el mundo, te hacen un pequeño recorrido por un museo que tienen allí. El museo no es gran cosa, aunque el interior del sitio es precioso. Tienen monedas, etc., entre ellas la moneda más cara del mundo y te cuentan el proceso por el que los billetes entran y salen de la circulación. Muy curioso, tanto el sitio en que se almacenan antes de llegar a los bancos como el proceso de destrucción de los billetes que ya no están en buen estado. Antes el método era de lo más enrevesado, pero con las destructoras de papel se ha simplificado mucho. Tienen allí una columna llena de trocitos de billetes de dólar y un cartelito que dice que si esos billetes estuvieran íntegros ahí habría una millonada.
Por fin fuimos al sitio que estábamos todos deseando ir: la cámara del oro. Bajas unos cuantos pisos en ascensor y llegas a la cámara que está creada dentro de la roca de la isla para mayor seguridad. Allí cruzas por el puente hidráulico y por fin ves unas enormes jaulas en una sala con muchísimo fondo llenas, en mayor o menor medida, de lingotes de oro antiguos y modernos. Hay una jaula llena hasta arriba que, salvo por la verja, queda a dos centímetros de tu cara, es impresionante. Más impresionante fue aun escuchar que en esa cámara está el 25% del oro del mundo, ¡una cuarta parte! Lo que nos contaron de las medidas de seguridad parecía sacado de una película de James Bond y los zapatos que tienen que ponerse los encargados de mover el oro (cuando toca; la chica dijo que pueden pasar años sin que nadie lo toque) parecen de ciencia ficción (ficción científica, como se diría correctamente, ya lo he dicho miles de veces también). Yo primero pensaba que eran reservas de Estados Unidos, luego ya me enteré de que no, así que deduje que eran de gente (muy) rica, pero tampoco. Sólo un 2% del oro está en manos privadas; el resto es de países (anónimos, por seguridad) que lo tienen depositado allí por ser mucho más seguro que tenerlo en su territorio. Impresionante, ya digo.
Al salir nos dijeron que tenían un detalle para nosotros y lo que te dan es la bolsita de la foto de más arriba: una bolsita llena de trocitos de dólares. Me hizo ilusión. La verdad es que nos gustó y nos pareció muy interesante. El trato es inmejorable, sobre todo teniendo en cuenta que es totalmente gratis.
Yo creo que salimos de allí con simbolitos del dólar en los ojos, que siempre es un buen complemento para pasear por el distrito financiero. Hicimos una parada técnica en una librería Borders y me compré Wish Her Safe at Home, de Stephen Benatar, libro del que he oído maravillas. Lo cogí de la estantería, lo llevé en la mano mientras hacía otras rondas y hasta pasado un buen rato no me di cuenta de que era un ejemplar firmado. ¡Qué bien!
Aprovechando que estamos en el distrito financiero y que en Borders me pasó lo que me pasaba en el 99% de las tiendas, cuento ahora dos cosas: 1) lo confuso que es eso de que todos los precios sean siempre sin impuestos (que varían según el estado) y que llegues a caja y te encuentres con que el dinero que has preparado no es suficiente y 2) como consecuencia de esto, la acumulación de calderilla hasta el extremo de que el monedero sirve para hacer pesas. ¿Por qué? Porque soy negada para aprenderme las monedas (y eso que la tarde antes de irnos lo intenté), me agobio muchísimo allí, delante de la cajera, rebuscando la cara de la moneda donde aparece el valor de cada monedita e invariablemente descubriendo que es la moneda más baja existente (bueno, no, la de un centavo la distinguía, pero la de cinco y las demás no). Si por mí fuera, cogería un puñado y lo pondría a disposición de quien me cobra: sírvase usted mismo. Conclusión: pago todo en billetes. Menos mal que esta vez, antes de coger el metro, siempre me preparaba con calma antes de llegar a la máquina mis 2,25 dólares en el máximo de calderilla posible y así compensaba un poco.
De ahí cruzamos la calle hasta la iglesia que sale en todas la películas e imágenes que muestran la zona de Wall Street y demás, Trinity Church, y que demuestra, una vez más, que Nueva York tiene su pasado. En las zonas más inesperadas, puede, pero lo tiene.
La otra vez la habíamos visto de lejos pero esta vez Helene Hanff me había puesto los dientes largos con sus visitas y me apetecía conocerlo por mí misma. Y yo soy de esa gente a la que le gusta visitar cementerios históricos, así que tan contenta. Es un remanso de paz en mitad del caos, rodeado de edificios altísimos dedicados a temas nada espirituales, con la Bolsa de Nueva York flanqueando uno de sus lados, creo recordar (no pondría la mano en el fuego, pero me suena). Allí Manuel se sentó al fresquito y yo me fui a pasear entre tumbas, acordándome de las anécdotas de Helene Hanff, leyendo las lápidas que podía (otro pasatiempo mío que supongo que va unido irremediablemente al gusto por visitar cementerios) y sintiendo pena por las que ya no se pueden leer, hay pocas cosas más tristes que una lápida ilegible. La mayoría de ellas son de los siglos XVIII y XIX y muchas son de personalidades de esos años (desconocidas para mí, dicho sea de paso). Pero bueno, como en todo, en las lápidas también me interesa más la gente normal y corriente que las eminencias, así que no me importó que todos fueran desconocidos por igual. Y todo lleno de flores preciosas.
La puerta del cementerio, por cierto, ya anticipa la pasión neoyorquina (quizá estadounidense, no lo sé) por las puertas giratorias. Allí, a falta de puertas, instalaron un pilón circular enorme delante de la entrada que funciona igual que las puertas giratorias que tanto les gustan y que yo tanto odio. A diferencia de la otra vez al menos en este viaje nunca salí a propulsión de ninguna, pero no por ello me he reconciliado con ellas. Qué invento más antipático.
De ahí nos fuimos a dar un paseo por la zona cero y ver los progresos y la maquinaria enorme. Y no, no pasamos ni hicimos por pasar por la famosa mezquita de la polémica. Otra parada técnica en otra vieja conocida con historia: la capilla de St Paul (con su correspondiente cementerio) y de ahí a comer el perrito caliente más caro de todo Nueva York (normalmente cuestan 1,50 pero por ser nosotros el vendedor nos lo cobró a 2) en el parque del ayuntamiento que en lugar de estar tan bonito como la otra vez, está todo feúcho por las obras que tiene encima. Un paseo por un "farmer's market" más (donde me dieron a probar un trozo de tomate amarillo que sabía a gloria y donde de nuevo tenía unas berenjenas descomunales y unos curiosos pimientos naranjas).
La tarde la dejo para mañana. Hablar de Nueva York, ya lo estoy viendo, me va a llevar muchísimo tiempo.
Qué bonita la primera foto! Me ha hecho mucha gracia lo de que te guste leer las lápidas de los cementerios. A mi también, me gusta imaginar la vida de esas personas. Aun así, creo que no me atrevería a confesarlo en mi blog por miedo a que la gente piense que soy un poco rara; lo dejo dicho en el tuyo, que me parece menos grave.
ResponderEliminarY me gusta que le dediques dos posts a cada día del viaje.
Que interesante la visita de la camara del oro, ayy te tengo mucha envidia, por cierto hoy he estado en un sitio que me ha parecido un poco "british" con famosilla incluida tomando algo, Veronica Blume, que creia que le iba a hacer fotos a ella tambien.http://www.federalcafe.es/ el sito es muy chuulo pero hacía mucha calor, saludos.
ResponderEliminarA mí también me ha gustado especialmente la primera foto, pero me lo he leído todo, ¿eh? Ya que no creo que nunca cruce el charco, viajo un poquito contigo. :-)
ResponderEliminarla primera foto es monumental, muy bonita y a la vez intimidante. Es gracioso que os obsequiaran un una bolsita de dinero, es un detalle.
ResponderEliminarY me encanta como lo cuentas todo, hasta el detalle para hacernos sentir que estamos también allí con vosotros.
Me he reído mucho con lo de los globos y el desayuno en el parque jeje. Es verdad que parece que son de otro planeta y eso que yo no he estado allí, pero veo que casi toda la gente que va comenta lo mismo.
ResponderEliminarLas fotos como siempre geniales.
A mí lo de la Reserva Federal me recuerda siempre, inevitablemente, a "Jungla de Cristal. La venganza" XDDD Tiene que ser una visita de lo más impactante! Y es verdad que había oído eso de que los neoyorkinos son diferentes a cualquier otro habitante del planeta, jaja.
ResponderEliminarsaluditos!
Tus crónicas de Nueva York me han amenizado el regreso de vacaciones, siempre un tanto traumático. ¡Qué ganas de volver! Gracias también por las fotos, estupendas.¡Y yo también soy de las aficionadas a leer las lápidas de lo cementerios! Al final resultará que somos un grupo muy numeroso, pero lo mantenemos callado, por aquello de que queda como necrófilo.
ResponderEliminarMe encanta la foto de inicio del post.
ResponderEliminarNo se me hubiera ocurrido en la vida que se pudiera visitar la Reserva Federal, pero me lo apunto por si algún día voy a Nueva York. Y sí, la Reserva Federal que sale en "La Jungla de Cristal" es la de Nueva York. Lo sé por que mi marío es fan de las pelis y las hemos visto mil veces :)
Gracias por lo que dices de la foto y por la aclaración de la Reserva Federal. Apúntatelo porque es una visita curiosa y si tu "marío" es fan de las películas no le importará ver el escenario real y que os cuenten algunas curiosidades de las medidas de seguridad que casi, casi son de película también ;)
ResponderEliminarVeo las fotos, y pienso...¿estoy en una película? Es increible Cristina, cada rincón, cada edificio...parece que estamos en una gran sala y que se han escapado trocitos de película...
ResponderEliminarEl Cementerio que recomienda Helene Hanff, lo anoto de inmediato en esa lista de cosas por hacer (hoy no...pero quizá algún día)
Preciosa entrada!! Bss!!!
Este verano en Budapest me ha pasado lo mismo con las monedas. Me daba tanta vergüenza aumentar la cola por tener que comprobar una a una cada moneda que al final pagaba todo con billetes y mi monedero amenazó con explotar por tanta calderilla.
ResponderEliminarTambién coincido con el gusto por los cementerios. En Berlín descubrí uno paseando por la calle, tan tranquilamente, en pleno centro. Precioso.
María: sí, a veces casi da la sensación de que todo es de cartón piedra y estás en mitad de un decorado. Pero no, es ladrillo de verdad ;)
ResponderEliminarIris: jajaja... bueno, me alegra ver que no soy la única que hace pesas con el monedero cuando viaja :D
Y ya contarás cosas de Budapest, ¿no? :)
Aquí tienes a otra adicta a pasear por los cementerios, ¿tendrá algo que ver con la literatura? Me apunto el libro de Helene Hanff para buscarlo yaaaaa!
ResponderEliminarLo de las monedas también me ha pasado: en Inglaterra no me aclaro con las libras y los peniques y al final pago siempre con billetes. Todavía me quedan libras guardadas para el próximo viaje ;)
Para mí, la historia de una ciudad no sólo la forman sus edificios, todo lo que ha sucedido en ella modela el carácter y el espíritu de sus habitantes. Los neoyorquinos son como son gracias a su ciudad y ésta se parece a ellos.
A mí en Inglaterra también me pasa y eso que, por las veces que las he utilizado, ya debería conocer de sobra esas monedas. Pero nada. Nosotros también guardamos las libras (y los dólares)sobrantes en casa. Son como la garantía de un futuro viaje, ¿verdad?
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