lunes, 9 de agosto de 2010

Helado de galleta

Este sábado, aunque Manuel sugería algo de repostería similar a la tarta de queso, le convencí para hacer helado alegando el calor (¡ha vuelto!) y la vaguería generalizada de agosto. No me costó mucho convencerle y propuse, además, retomar el sabor estrella del año pasado y que este año aún no habíamos hecho: helado de galleta María.

Así que el sábado, confiados en nuestro saber hacer, nos lo tomamos con calma. Total, el helado se hacía en un momentito.

La moraleja de esta historia sería todo eso de que nunca se debe confiar uno por experimentado que se crea. Como diría Murphy, si algo puede ir mal, irá mal. Y nosotros el sábado lo comprobamos en nuestras carnes.

El numerito de la heladera lo tenemos sincronizado a la perfección. Lo dejamos todo preparado a falta de sacar la heladera del congelador. Yo la saco y Manuel se ocupa de poner las aspas en el recipiente de inmediato y de poner el motor en marcha y yo me encargo de echar el líquido. A veces el líquido se solidifica demasiado en las paredes y las aspas se atrancan. Normalmente lo resuelven solas, pero a veces hay que ayudar y actuar con rapidez para despegar el hielo de la pared. El otro día las aspas empezaron a atrancarse pero dejamos que siguieran su curso... hasta que la cosa llegó a tal extremo que, simplemente, no podían avanzar, se quedaron encajadas. Pero bueno, era un incordio pero no era para tanto, ¿no? Pasar la cuchara y listos, ¿no? Pues no. Con la cuchara quitaba la masa sólida de un sitio y se formaba en otro y las aspas no conseguían dar la vuelta. Nos fuimos poniendo nerviosos porque no había forma de que aquello se deslizara como debía y cada vez se formaba más masa sólida hasta el punto de que Manuel dijo que lo dejara. Normalmente la derrotista para estas cosas soy yo, pero lo del sábado eran tan absurdo. ¿A qué había venido ese caos? ¡Pero si hacer helado es lo más tranquilo del mundo! No, no, no... aquello tenía que poder arreglarse.

Con cabezonería y con unas manos congeladas y pegajosísimas (odio tener las manos pegajosas, es una sensación superior a mí) conseguí encauzar la heladera, sí, pero en mitad del caos y por apartar el vaso medidor que tenía cerca ("para no darle un golpe y que se caiga y se rompa", debí de pensar) se me resbaló (culpa de las manos congeladas, lo que me sorprende es que la pegajosidad no sirviera de superglue) y cayó en la encimera y se rompió. Por suerte - todavía hay que decir por suerte en mitad de ese caos - los cristales que salieron de la base rota no saltaron y no hubo que tirar el helado encauzado.

Así que ahí estábamos, con el helado recién encauzado después de mucho esfuerzo, un vaso medidor roto, una encimera en la que parecía que había explotado una extraña mezcla de líquido con galletas y cristales. El helado de la heladera no había menguado y la rotura del vaso medidor era minúscula, pero en la encimera el líquido parecía un litro y los cristales parecían ser los restos de una vajilla para 30 comensales.

Cosas surrealistas: eran cerca de las nueve, no teníamos previsto utilizar el vaso medidor más durante el fin de semana pero a Manuel le dio por acercarse al "chinopijo" (tienda del hogar que tenemos enfrente y que obviamente sólo se llama así en esta casa, no es su nombre real) a por uno, ¡¿cómo íbamos a estar sin él?! Pero bueno, no pongo pegas, lo peor del helado, digo, ya ha pasado y ahora va suave como la seda. Manuel se va, el helado empieza a estar casi hecho, pienso que cuando vuelva Manuel lo sacaremos. Manuel tarda, pero por fin se oye la puerta. Antes de poder contar yo mis planes Manuel me informa de que no ha podido comprarlo porque cuesta dos euros y él sólo llevaba uno encima (qué mala es la crisis). Ponemos nuestros euros en común y se va a por el medidor. Yo sigo con el helado en la heladera y ahora ya no hay excusa que valga: si no lo saco se va a empezar a deshacer.

Voy a destapar la heladera y... ¡no se abre! Voy con el dedo por toda la tapa y no localizo dónde está el problema. lo intento una y otra vez, una y otra vez y aquello no se abre. Intento otras formas de abrirlo, sin querer romper la tapa, que es bastante delicada. Me entra un enorme agobio, ¿qué hacer, qué hacer? Una parte de mí me dice "chica, que es un helado, no es cuestión de vida o muerte", otra parte de mí me recuerda el trance de las manos heladas y pringosas y me dice que como se estropee todo ahora es para matarme. Sigo intentando abrirlo y Manuel sigue sin venir. Pienso que no sé el helado, pero que yo me deshago seguro.

Por fin llega Manuel y le recibo con un histérico: "¡¡no se abre, no se abre!!" Cuatro manos son igual de útiles que dos y no lo conseguimos (y menos mal que el nuevo medidor, que es bastante cutre después de todo y que tendremos que sustituir de todos modos, viene bien envuelto y no se rompe cuando Manuel lo deja) hasta que el punto en que la tapa está pegada al recipiente obviamente a causa de un pegote que saltó en el caos inicial, se quedó entre ambas y ahora se ha congelado. Conseguimos medio deshacerlo medio romperlo y por fin liberamos el helado, que está a un paso de ser un bloque de hielo.

Para cuando guardamos el helado en el congelador tenemos una cocina pringada de helado desde el suelo hasta casi el techo, estamos pringados nosotros también, de helado y de sudor (por suerte no de cristales), hay cristales por la encimera mezclados con los charcos de líquido que quiso ser o que fue brevemente helado y pensamos que el helado que acabamos de hacer más vale que esté delicioso, extraordinario o el esfuerzo habrá sido, además de desproporcionado, verdaderamente inútil.

Ayer constatamos que el helado estaba rico. No me veo con la capacidad de decidir si se merece los esfuerzos realizados o no, de hecho espero olvidar el eterno "momento helado" del sábado lo antes posible (por supuesto imposible ahora que lo he inmortalizado en el blog). La duda que queda en el aire y que ninguno de los dos llegamos a verbalizar es si no hubiera sido mucho más sencillo (a pesar de las previsiones iniciales) hacer algo de repostería como pedía Manuel. Cualquier cosa habría sido menos caótica y más relajada que nuestro "sencillo" helado que "se hace en un momento".

Y menos mal que no es el primer helado que hacemos o habríamos escarmentado de por vida. Eso sí, ahora espero que esto no se convierta en la tónica habitual del proceso de hacer helado.

La película que ayer por la noche acompañó a la plancha fue Take a Letter, Darling (Ella y su secretario), de 1942, con Fred MacMurray y Rosalid Russell, que debía de ser la actriz del momento, ya que la vimos la semana pasada también y llevamos un temporada en que aparece muy a menudo. Y no me quejo, es muy buena. La película muy divertida, pero con el toque de realidad de un mundo cambiante: ella dirige una agencia de publicidad (con toques muy Mad Men, por cierto) y él es una especie de secretario.

También este fin de semana hemos visto The Other Boleyn Girl (Las hermanas Bolena), que pasaron hace un tiempo en TV3 y hasta el otro día no le llegó el turno en el disco duro del DVD. No me disgustó siempre que se tenga en cuenta que todo parecido con la realidad reside en los nombres y poco más.

7 comentarios:

  1. Ayyy, ¡qué nervios!!!! Suerte que al final salió bien el helado. Yo sigo con los comprados, está claro.

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  2. Pues leyendo tus entradas culinarias, me estaba apeteciendo últimamente hacer helado tb puesto que soy una fan del helado y nunca lo he hecho. Visto lo visto...Vaya zafarrancho! Menos mal q os quedó bien !
    Yo tb he visto la peli de las Bolena y opino lo mismo q tú. Es más , ya la he olvidado. Saludos

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  3. Elvira: sí, que al final quedara bien fue casi un milagro. Y no te creas que nosotros sólo nos alimentamos de helado casero: alternamos ;)

    Prima de Audrey: te aseguro que hacer helado es sencillísimo y normalmente no hay complicaciones de este tipo, el sábado simplemente se nos torció todo. Pero de verdad, si te llama la atención hacerlo, no lo duces, que está muy bien comer helado propio y comprobar que no tiene nada que envidiar al de las tiendas.

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  4. Cuánta razón en lo de que, por suerte, la eficacia de la heladera está más que contrastada porqué si en el primer helado ocurre todo esto, la heladera se merece salir por la ventana.
    Al menos, el resultado fue delicioso.
    Por cierto, gracias por tu comentario respecto a mi padre; padece degeneración macular (últimamente ponen anuncios por la tele para que la gente se haga revisiones de retina) y ha perdido la visión de un ojo. Hace unos meses, le detectaron la misma dolencia en el otro y, aunque no tiene cura ni marcha atrás, parece que de momento está controlado y no va a ir a más pero le ponen unas inyecciones en el ojo sano que sólo de pensarlo me da un yuyu. En fin, muchas gracias.

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  5. Uy, menos mal que la cosa se arreglo, desde luego que hay veces que todo se conjura para que todo salga mal.
    Debe ser el efecto mariposa... con la rabia que da recoger la cocina y los liquidos pegajosos más.

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  6. Ups, hice una entrada antes y creo que se borró!
    Solo decía que vaya lío con el helado. Menos mal que quedó bien. Me encantaria probarlo... mmm!

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  7. Mar: me ha ncantado lo de la "eficacia contrastada". Y sí, menos mal que lo está :D

    Y espero que lo de tu padre no vaya a más aunque, igual que a ti, lo de las inyecciones me ha puesto la carne de gallina. Ufff.

    Ángeles: sí, una vez que se tuerce una cosa parece que ya sólo puede seguir torciéndose. Qué difícil es enderezar. Pero bueno, de todos modos, que todo sea como lo del sábado. Ahora nos reímos mucho acordándonos mientras comemos el helado :D

    Guacimara: qué rabia lo de los comentarios que no salen :( Gracias por insistir. Anímate a hacer este helado en tu heladera, verás qué rico.

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