sábado, 31 de octubre de 2009

Fin de semana: Persephone y dulces de temporada


Ayer llegaba yo con mi lectura Persephone actual tan contenta (en realidad tan triste, debería decir) y qué sorpresa abrir el buzón y encontrarme con más Persephone: Biannually y nuevo catálogo, de los que apenas me separo desde entonces. El Biannnually trae una historia corta de la famosa Dorothy Whipple (es la escritora Persephone más vendida) de la que hasta ayer/esta mañana no había leído nada, y qué agradable sorpresa a pesar de lo chafada que te deja la historia. La sorpresa, por supuesto, se traduce en más Persephones a la wishlist.

A esto último no ha ayudado nada el hecho de que después de devorar el Biannually me haya puesto a leer el catálogo de cabo a rabo como si de otra revista se tratara. Como le he repetido a Manuel como mil veces mientras intentaba tomarme mi té entre babeo y babeo, apenas hay un Persephone al que le haría ascos. Los de recetas son los que menos me llaman la atención, pero incluso esos tienen cierto encanto.

Y hablando de todo un poco, la repostería de hoy - más tarde - no es ningún secreto. Hoy tocan panellets por supuesto, que para eso tengo un par de patatillas hirviendo en estos momentos. Se me hace la boca agua sólo de pensarlo, aunque eso no quita que también eche mucho de menos los buñuelos (los de verdad para mí, no los que venden aquí por Cuaresma y que son rosquillas con otro nombre) madrileños típicos de estos días. (Y eso me recuerda que ayer que anduve por el centro iba con la idea de comprar unos cuantos huesos de santo y, qué despiste, me olvidé).

Y esta noche a ver si nos olvidamos un poco de que el tiempo no acompaña y nos decidimos de una vez a hacer unas castañitas como manda la tradición; batatas no hace falta, que ya llevo zampándolas toda la semana.

viernes, 30 de octubre de 2009

Howards End is on the Landing, de Susan Hill

¿Es alguien capaz de resistirse a esta portada? Yo creo que es una de las portadas más tentadores que he visto, y de esas he visto muchas.

Por si eso fuera poco, Howards End is on the Landing, de Susan Hill, es uno de esos adictivos libros sobre libros y sobre la afición a la lectura, nada sesuda, no me refiero a crítica literaria, sino uno de esos libros que son como una conversación. No quiero compararlo porque en realidad no sé siquiera si coinciden en el género (este pertenece a "memorias") pero tiene un cierto aire remoto a Ex-Libris (en español), de Anne Fadiman, sobre todo por el entusiasmo y por la sensación de que aquí estás tú afirmando que te gustan los libros pero al lado de esta gente no eres más que un aficionado.

Tenía muchas ganas de leerlo y, como es tradición últimamente, lo encontré por casualidad en una librería y me llevé la última copia que tenían a la vista. Y me ha gustado mucho con un pero, que no es otro que he sido capaz de separar el contenido del libro y lo agradable de la lectura de la opinión que me causaba Susan Hill. No he leído nada más de esta mujer, pero aunque coincidimos en algunas cosas, en otras me ha parecido, no exactamente prepotente, sino lo que en inglés se conoce como "holier-than-thou", que vendría a ser más o menos como decir que se da ínfulas. Como ejemplo de unas cuantas cosas en las que parece que su opinión y actitud es la mejor, destaco sus ataques a la mínima a los lectores electrónicos que, como siempre que se dan en cualquier sitio, suelen proceder de la ignorancia. Lo digo una vez más: defender un Rufinito no significa dar por muerto el libro tradicional; defender un Rufinito significa ampliar las posibilidades de lectura. Si no te gusta, estupendo, pero no lo descalifiques simplemente porque no sabes cómo funciona. Hay un hecho claro en mi opinión: que es IMPENSABLE que el libro tradicional desaparezca. Así que con eso en mente, ¿podemos avanzar y mejorar y ampliar todo lo que la lectura y la tecnología puedan ofrecernos? ¿Sí? Gracias.

También me chocó que le espante que la gente ponga su nombre (yo lo hago) y/o dedique los libros de regalo pero luego defienda que se hagan anotaciones en los libros, no sólo al hilo del texto, sino listas de la compra, etc. A ver, que yo no escribo en los libro más que para poner mi nombre y la fecha de compra, pero no me disgusta en absoluto encontrar libros de segunda mano que vengan con anotaciones, lo que no entiendo es por qué no se puede poner el nombre y la firma y en cambio sí una lista de la compra o el teléfono del dentista. Otra contradicción es que se pase todo el libro repitiendo que a ella le gustan los libros para leer, no los libros como objetos decorativos y de repenta venga con un capítulo sobre el valor y el dinero que se puede conseguir con primeras ediciones y ediciones raras.

Y a pesar de que sus muchísimos encuentros con todo tipo de grandes de la literatura de la segunda mitad del siglo XX me hayan parecido interesantísimos, he de reconocer que al mismo tiempo me daba la impresión de ser un poco pretenciosa y presumir de codearse con las estrellas. "Cuando conocí... cuando recibí una carta de... cuando entrevisté a... cuando me encontré con...". Muy interesante, pero no por ello menos presuntuoso.

Esto último describe bien, entonces, lo que me ha pasado, que he devorado el libro con gusto, disfrutándolo muchísimo, al tiempo que criticaba cosas que venían directamente la autora y reflejaban su personalidad. Ha habido cosas, en cambio, que me han llamado la atención. Dice Susan Hill, por ejemplo, que las portadas no deberían determinar las ventas de un libro, pero que lo hacen (y queda claro que ella ha sabido elegir una portada excepcional), pero lo que me chocó más fue cuando comentó que era incapaz de leer libros impresos en letra "sans serif" (qué bueno, no sabía que en español también se llamara letra palo seco) y que de hecho no paran de llegarle recomendaciones de un libro que tiene en casa (entre los miles y miles de libros que debe de tener sin orden ni concierto, de esto último es algo de lo que presume incluso cuando reconoce que no siempre consigue encontrar los libros que busca y que sabe que tiene, cosa que a mí me agobiaría mucho) impreso en Arial y que simplemente no puede leer.

El caso es que la premisa del libro no es hablar de los libros por hablar, aunque eso no hubiera estado mal tampoco, sino hacer una especie de año de "slow reading", igual que la gente hace años de "slow food" o de "slow clothes" como parte del Movimiento Slow. Vivir durante un año de los libros sin leer o ya leídos que tiene en casa, sin comprar ninguno nuevo, con la excepción de los libros nuevos que le llegan de las editoriales para reseñar. La idea en sí, viendo la de libros acumulados que yo tengo sin leer o que siempre digo que me gustaría releer, no me parece mala, pero reconozco de entrada que yo sería incapaz. Los libros me tientan demasiado y un año sin comprar ninguno se me haría horrible, por mucho que disfrutara la lectura de libros atrasados. Me gusta ver libros nuevos, me gusta tener libros en lista de espera, incluso cuando soy consciente de que a algunos, cuando no se leen pronto, se les "pasa el arroz" y pierden alicientes.

Así que Susan Hill va de estantería en estantería, de habitación en habitación, sobre todo releyendo viejos conocidos y hablando de autores que han significado mucho para ella. Coincimos en Virginia Woolf, que tiene un capítulo entero para ella sola y que me encantó leer. También hablando de hábitos de lectura, temas de libros, su pasión por los libros pop-up (¡también la compartimos! Yo nunca superé la fase de los libros de tirar de lengüetas, abrir y que salgan figuras en tres dimensiones, levantar pestañas, etc., me siguen pareciendo los mejores libros del mundo), los diarios, los libros infantiles, los autores relegados al olvido injustamente, los libros que nos gustan más por las circunstancias en que los leemos que por ellos en sí mismos, los libros que deberíamos leer pero no leemos, las cosas que guardamos dentro de los libros, cómo tratamos los libros, los libros de las bibliotecas (y cómo los que ella sacaba de la biblioteca infantil de pequeña a veces tenían el sello de "desinfectado") y un larguísimo etcétera que desde luego hace las delicias de cualquiera a quien los libros como transmisores de cultura y como puros objetos con encanto le gusten. Todo amenizado con historias de su propia vida, un ensayo familiar, que diría Anne Fadiman, si bien al final del libro Anne Fadiman me caía de maravilla (cosa que continuó con el siguiente libro suyo que leí) y Susan Hill me caía bastante mal.

Todo para al final quedarse con los cuarenta libros que sería feliz leyendo y releyendo - sólo esos cuarenta - el resto de su vida. Coincidimos en algunos, otros no los conozco y otros yo no los incluiría. Claro que me hizo gracia que uno de ellos se repita y que así la lista de cuarenta (conté por si acaso al repetirse había 41) se quede en 39. Qué despiste y qué rabia llegar a la isla desierta y encontrar que te has traído el mismo libro dos veces.

Yo me lo he pasado en grande leyéndolo y teniendo discusiones - a veces acaloradas - mentales con Susan Hill, que por otra parte dice algo tan bonito como que "yo soy mi ADN literario", en el sentido de que nadie habrá leído los mismos y sólo los mismos libros que tú. Con una frase y un libro así se lo perdono casi todo.

jueves, 29 de octubre de 2009

The Circle

Para qué negarlo. Hace semanas que salió el primer single del nuevo disco de Bon Jovi, yo me enteré prácticamente de casualidad, lo oí un par de veces y, aunque me había gustado, me olvidé de él. No sé a qué vino eso.

Ayer, intentando averiguar qué día tenía que ir a la tienda a comprar el nuevo disco, The Circle (con esta portada tan chula), porque sale tal día aquí y tal día allá, resultó que el disco entero estaba colgado por todas partes en internet. Durante unos breves segundos me planteé ser fuerte y esperar a comprarlo en la tienda (si es que conseguía enterarme de qué día me tocaba), pero... no pudo ser. Y me alegro de que así fuera. El disco empieza con el single y ayer debe de ser que sí que estaba en sintonía porque me gustó muchísimo y no entendí cómo había podido pasar tanto de él hasta ese momento.

Y el resto del disco me gustó muchísimo también. Es cierto que todos los discos de Bon Jovi me gustan mucho al principio por la novedad y con el paso del tiempo se reubican en una posición más permanente (de la que These Days es inamovible; These Days es probablemente mi disco - no sólo de Bon Jovi, en general - preferido y el proverbial disco de la isla desierta), pero este parece que la primera impresión fue incluso más positiva que otras veces.

Así que The Circle ahora suena a todas horas, pero no hay miedo, lo compraré en CD igualmente, más que nada porque también quiero ver el DVD documental que lo acompaña titulado, igual que una canción del disco, When We Were Beautiful. Eso sí, ya que ya no entra en juego la angustia por conseguir el disco lo antes posible, ahora pienso comprarlo en el "extranjero" por nueve euros menos de lo que me costaría aquí (y, no sé si funciona así, pero de serlo así de paso me ahorro el que la SGAE se lleve comisión de mi compra).

Todo esto para dejaros con el vídeo del primer single, We Weren't Born to Follow, que ahora me gusta mucho y que, además, va acompañado de imágenes idealistas a más no poder y está rodado en las alturas de Nueva York. Irresistible.



When life is a bitter pill to swallow
You gotta hold on to what you believe,
Believe that the sun will shine tomorrow
.


¿Volverán por Barcelona en la gira que viene? Please?

martes, 27 de octubre de 2009

El hombre sentimental, de Javier Marías

(Por querer poner la foto de la portada de mi edición me tengo que conformar con esa fotito minúscula, y ni siquiera es una portada que me guste especialmente.) Hacía ya más de dos años que no leía nada de Javier Marías más que su columna de El País Semanal cada domingo (bueno, hay domingos en que la leo por encima, porque, admitámoslo, a veces se le va un poco la cabeza, como el domingo pasado quejándose de forma totalmente exagerada sobre la futura ley antitabaco). El último libro suyo que leí fue la tercera parte de Tu rostro mañana - su publicación inédita más reciente (luego ha habido recopilaciones de artículos de prensa, etc.) y esta vez volví al libro más antiguo suyo que tengo (aún me quedan huecos por ir rellenando), publicado en 1986: El hombre sentimental.

Con alguien en la familia - precisamente la misma que comentó lo de Muriel cuando me vio leyendo a Muriel Spark - tengo el eterno debate de si hay grupos cuyas canciones pueden sonar siempre "iguales" porque realmente lo son o - como yo defiendo - porque la voz del cantante es la misma. Con Javier Marías pasa lo mismo. La voz del cantante (y curiosamente el narrador de El hombre sentimental es un cantante de ópera) es siempre la misma, lo que puede tener - y de hecho tiene, lo he leído por ahí más de una vez - como resultado que la gente se queje de que todos sus libros son iguales. Todos están escritos - incluso este, que ya pasa de la veintena de años - en el mismo tono, con el mismo estilo y suelen tratar historias bastante comunes y eso, sobre todo si no te gusta el estilo, puede dificultar la lectura y hacer que cualquiera de sus libros sea casi intercambiable con otro. Mi madre, por ejemplo, no puede con Javier Marías, lo encuentra muy pesado, no tanto en los artículos dominicales, pero sí especialmente en las novelas que ha intentado leer.

Pero, ¡ah!, si no lo encuentras pesado y si su estilo permanente te gusta, entonces disfrutas sus libros muchísimo. Me encantan sus casi listas de sinónimos que no lo son, sus paréntesis, sus reflexiones sobre las palabras, su crítica, su influencia de la literatura y el mundo anglosajones, su acumulación de palabras y hechos que siempre se recuperan al final y que lo hacen, independientemente del final de la historia en sí, de lo más satisfactorio. Es como si hubieras ido ahorrando pequeñas moneditas, te pongas a contarlas y descubras que conjuntamente dan lugar a un pequeño tesoro.

Es imposible - para mí - contar de qué trata El hombre sentimental. Resumido fríamente se quedaría en un par de líneas, si llega, que no le harían justicia en absoluto: un cantante de ópera "itinerante" cuya fama y prestigio van en aumento, sueña y recuerda sobre su encuentro en Madrid con una mujer desconocida, su marido y el secretario/acompañante. Pero es que es tanto más: el cantante rememora sobre sus primeros años, critica Madrid como sólo es capaz de criticarlo Javier Marías (lo hacía en 1986 y lo sigue haciendo en 2009), habla de la soledad, de la compañía, de la convivencia, se ríe de los cantantes de ópera wagnerianos y, en general, habla de todo un poco. Indescriptible.

Y al cerrar el libro me pregunté por qué me había conformado durante dos años con las miguitas que son los artículos dominicales. No, señor Marías, no se preocupe, daré cuenta de mi arsenal de libros acumulados y no leídos (algunos firmados en alguno de nuestros "encuentros" en la Feria del Libro, como se ve en la foto, de la de este año) con más frecuencia a partir de ahora. Leerle es un verdadero placer.

lunes, 26 de octubre de 2009

Pastel de chocolate y almendras Reina de Saba

Según la wikipedia (reconozcámoslo, mis conocimientos del Antiguo Testamento son muy limitados), la Reina de Saba "acude a Israel habiendo oído de la gran sabiduría del rey Salomón, llevando regalos de especias, oro y piedras preciosas" y más tarde "regaló 4,5 toneladas de oro al rey de Israel". Sinceramente, lo dudo. No sé de dónde sale realmente el sugerente nombre de esta tarta sacada del libro Chocolate de Maxine Clark, pero no me sorprendería si alguien me dijera que sale de un texto medio perdido que rebate la teoría del oro y las piedras preciosas en favor de esta tarta. Así que mi consejo es que si alguien se ve en la tesitura de tener que regalar 4,5 toneladas de oro, que se deje de tonterías y se ponga manos a la obra con esta tarta que sin duda vale mucho más que su peso en oro.

Aparte del nombre sugerente, entraron otros factores en juego a la hora de escogerla para la retomada, un poco a deshoras (por lo que no permite cosas demasiado prolongadas), repostería del sábado como el hecho de que sea la que sale en la portada del libro con una pinta de lo más tentadora y que obviamente no se parece demasiado a nuestra versión más de a pie, culpa nuestra sin duda puesto que ignoramos la parte de los ingredientes que decía que hacían falta grageas doradas y pétalos de geranio (que en la foto quedarán muy monos pero que provienen de una de las flores que menos me gustan, por lo visto un gusto (o no-gusto) heredado de mi padre, que les tiene la misma manía). Y el segundo factor fue que, como ya comenté una vez, siempre ando buscando algún ingrediente raro que he visto que lleva alguna receta. Y en este libro hay varias que llevan extracto de almendra amarga. Yo fui mirando en varios sitios y nunca di con él, quizá me faltó mirar en alguna tienda un poco más especializada, pero el caso es que en París, en uno de los ratos en nuestro querido y casi único supermercado, curioseando los productos franceses (es uno de los motivos por los que nos gusta comprar en los supermercados extranjeros, conoces los productos que tú tomas pero en formatos locales y además te topas con cosas que aquí no encontrarías y allí parecen ser más usuales) de repente me saltó el frasquito a la vista y, compra insólita donde las haya, nos trajimos el extracto de almendra amarga de París. La receta recomendaba 1/4 de cucharadita y eso pusimos y, para ser dos gotas, dio un olor fortísimo a todo. Luego, una vez hecho el pastel, Manuel dice que quizá le hubiera puesto aun menos, pero yo creo que exagera y lo encuentro en su punto.

Otro cambio que nos permitimos fue que la receta decía que había que poner dos cucharadas de ron o café. Ron, que a Manuel le hubiera hecho gracia poner, no teníamos y yo no quería porque cualquier cosa con alcohol luego sólo me sabe a alcohol, y con el café nos quedaba la duda de cómo se ponía, pero optamos por lo más sencillo y cutre: polvitos de café soluble y no cualquiera, ya que la opción estaba entre café vienés o café de vainilla, que son los que hay en casa. Dado que era una tarta de chocolate en cualquier caso opté por el café vienés para horror de Manuel, que para las recetas es un integrista y me mira mal cada vez que me tomo pequeñas libertades (cosa que supongo que no sería tan grave si supiera cocinar, pero que es como mínimo arriesgado dado que no sé).

La tarta no lleva levadura, sino claras de huevo batidas a punto de nieve (y los pasos que hay que seguir para incorporarlas a la mezcla de chocolate son un pelín surrealistas) y ya sabíamos de entrada que, subiera o no, quedaría pequeñita. Pero el caso es que subió y ha quedado bien esponjosa y acertamos con el tiempo recomendado a pesar del miedo que nos daba pasarnos y que el centro no quedase húmedo como dicen que tiene que quedar. Pero quedó en su punto.

Y nos chupamos los dedos (aún queda un poquito). Lo tiene todo esta tarta: sabor buenísimo, pinta, sin ser la del libro, muy buena, facilidad y rapidez de elaboración. Pasó menos de una hora desde que nos remangamos hasta que sacamos la tarta del horno en medio de un olor celestial.

Ah, qué gusto que haya vuelto la repostería, la echábamos mucho de menos.

La película de plancha nocturna de ayer fue The Good Fairy (Una chica angelical), de 1935 con Margaret Sullavan y dirigida por William Wyler, que cuatro años después dirigiría la mítica versión de Cumbres borrascosas. Muy divertida y con un argumento que va de casualidad en casualidad.

Editado para añadir la receta:

Ingredientes:

- 100 grs de chocolate negro (60-70% de cacao)
- 100 grs de mantequilla sin sal, reblandecida
- 100 grs de azúcar moreno en polvo, más una cucharada
- 2 cucharadas de ron o café
- 1/4 de cucharadita de extracto de almendra amarga
- 3 huevos, separados
- 50 grs de almendras molidas
- una pizca de sal
- 2 cucharadas de cacao en polvo sin azúcar, más una extra para espolvorear
(- grageas doradas para decorar
- pétalos de geranio frescos para decorar)

Preparación:

Precalentar el horno a 180ºC. Engrasar el molde con mantequilla y espolvorear con harina.

Fundir el chocolate en el microondas a poca potencia para evitar que se queme. Con una batidora eléctrica, batir la mantequilla reblandecida y el azúcar en un bol grande hasta obtener una masa pálida y esponjosa; luego incorporar el ron o café y el extracto de almendras, seguidos de las yemas de los huevos, una a una. Batirlo todo junto. Con movimientos rápidos, verter el chocolate derretido en la mezcla y después agregar y remover las almendras molidas.

Con la batidora eléctrica, batir las claras con un poco de sal a punto de nieve en otro bol. A continuación, espolvorear por encima la cucharada restante de azúcar y volver a batir a punto de nieve. Agregar una cucharada de esta preparación a la mezcla del chocolate con una cuchara de metal y después verter la mitad de las claras de huevo. Tamizar la harina y el cacao sobre la mezcla y luego remover con suavidad. Por último, incorporar el resto de las claras de huevo a punto de nieve.

Verter la mezcla en el molde y esparcirla de forma uniforme sobre la base. Hornear durante 20-25 minutos. Comprobar a los 20 minutos: el pastel debería haber subido y estar un poco más blando en el centro, pero consistente por los bordes. Retirar del horno y dejar enfriar en el molde durante 10 minutos. Separar el contorno con un cuchillo y darle la vuelta sobre una rejilla de repostería para que se enfríe del todo [mal hecho, lo sé, pero yo no hice esto]. Cuando esté frío, espolvorear por encima el cacao uniformememente y decorar con las grageas doradas y los pétalos de geranio.

El chocolate vertido con movimientos rápidos y la incorporación de las claras de huevo nos hicieron partirnos de risa.

sábado, 24 de octubre de 2009

Ochenta años en una habitación propia


A Room of One's Own (Una habitación propia) cumple hoy 80 años. El día antes de su publicación, Virginia Woolf confesaba en su diario que se temía que no se tomaría en serio y que únicamente lo leerían jovencitas. Ochenta años después creo que podríamos asegurarle a Virginia Woolf que se tomó en serio, que fue, desde luego, un ensayo que dio lugar a muchos otros y ciertamente a algunos/bastantes cambios; no todos los que ella proponía, sin embargo. Lo que no me queda tan claro es qué podríamos decirle acerca de eso de que "sólo lo leyeran jovencitas"; creo que así ha sido, lo han leído jovencitas, les ha causado gran impresión, ha influido en su visión del mundo y los cambios que han surgido a raíz del ensayo es probable que provengan de aquellas jovencitas. Me queda la duda de cuántos hombres lo han leído, de cuántos hombres lo han leído y se han parado a reflexionar sobre lo que Virginia Woolf cuenta y reivindica. Viendo cómo están las cosas (sin ponerme ni a la altura del zapato de la señora Woolf, más bien influenciada por ella, he criticado cosas de ese estilo aquí y aquí) diría que si algún hombre lo ha leído de verdad (es decir, ha hecho más que pasar los ojos por una línea tras otra) no ha servido de mucho. Ochenta después hay algunas cosas que no han cambiado.

El aniversario de este libro de cabecera me ha hecho desenterrar las notas que tomé - y creo que al final dejé de tomarlas puesto que prácticamente estaba copiando el libro entero - cuando lo leí por primera vez allá por septiembre de 2002; la lectura me dejó tal huella que desde entonces la luz amarillenta de septiembre va asociada irremediablemente en mi mente a Virginia Woolf. He leído las notas, he sacado el libro de la estantería, he leído lo que escribía Woolf en su diario acerca de él y he pasado un rato excepcional. Igual que copié párrafo tras párrafo en el cuaderno, citaría ahora fragmento tras fragmento del libro. Con mucha indecisión y muchos lamentos por dejar esto y aquello fuera, me decanto y reivindico lo siguiente, que en mi opinión el 24 de octubre de 2009 sigue tan vigente como el 24 de octubre de 1929:

And since a novel has this correspondence to real life, its values are to some extent those of real life. But it is obvious that the values of women differ very often from the values which have been made by the other sex; naturally, this is so. Yet it is the masculine values that prevail. Speaking crudely, football and sport are ‘important’; the worship of fashion, the buying of clothes ‘trivial’. And these values are inevitably transferred from life to fiction. This is an important book, the critic assumes, because it deals with war. This is an insignificant book because it deals with the feelings of women in a drawing–room. A scene in a battle–field is more important than a scene in a shop—everywhere and much more subtly the difference of value persists. The whole structure, therefore, of the early nineteenth–century novel was raised, if one was a woman, by a mind which was slightly pulled from the straight, and made to alter its clear vision in deference to external authority. One has only to skim those old forgotten novels and listen to the tone of voice in which they are written to divine that the writer was meeting criticism; she was saying this by way of aggression, or that by way of conciliation. She was admitting that she was ‘only a woman’, or protesting that she was ‘as good as a man’. She met that criticism as her temperament dictated, with docility and diffidence, or with anger and emphasis. It does not matter which it was; she was thinking of something other than the thing itself. Down comes her book upon our heads. There was a flaw in the centre of it. And I thought of all the women’s novels that lie scattered, like small pock–marked apples in an orchard, about the second–hand book shops of London. It was the flaw in the centre that had rotted them. She had altered her values in deference to the opinion of others.

But how impossible it must have been for them not to budge either to the right or to the left. What genius, what integrity it must have required in face of all that criticism, in the midst of that purely patriarchal society, to hold fast to the thing as they saw it without shrinking. Only Jane Austen did it and Emily Brontë. It is another feather, perhaps the finest, in their caps. They wrote as women write, not as men write. Of all the thousand women who wrote novels then, they alone entirely ignored the perpetual admonitions of the eternal pedagogue—write this, think that. They alone were deaf to that persistent voice, now grumbling, now patronizing, now domineering, now grieved, now shocked, now angry, now avuncular, that voice which cannot let women alone, but must be at them, like some too–conscientious governess, adjuring them, like Sir Egerton Brydges, to be refined; dragging even into the criticism of poetry criticism of sex; admonishing them, if they would be good and win, as I suppose, some shiny prize, to keep within certain limits which the gentleman in question thinks suitable.

Y como una novela tiene esta correspondencia con la vida real, en alguna medida sus valores son aquellos de la vida real. Pero es obvio que los valores de las mujeres difieren muy a menudo de los valores trazados por el otro sexo; es natural que sea así. Sin embargo, son los valores masculinos los que prevalecen. Hablando sin finura, lo "importante" es el fútbol y los deportes; lo "trivial" la adoración por la moda y la compra de ropa. Y de modo inevitable se transfieren esos valores de la vida a la ficción. Este libro es importante, asume la crítica, porque trata de la guerra. Este libro es insignificante porque aborda los sentimientos de las mujeres en una sala de estar. Una escena en un campo de batalla es más importante que una escena en una tienda; en todos sitios y con mucha mayor sutileza, la diferencia de valores persiste. Por consiguiente, toda la estructura de la temprana novela del siglo XIX estaba erigida, cuando se era mujer, por una mente ligeramente apartada de la vertical, a la que se obligaba a alterar su clara visión en deferencia a una autoridad externa. Basta con hojear esas antiguas novelas olvidadas y escuchar el tono de voz en el cual se las escribió, para adivinar que la escritora tropezaba con la crítica; decía esto como vía de agresión o aquello como vía de conciliación. Admitía que "tan sólo era una mujer" o protestaba que era "tan buena como un hombre". Se enfrentaba a esa crítica según se lo dictara su temperamento, con docilidad y encogimientos de ánimo o con enojo y vehemencia. No importa cuál, la novelista pensaba en alguna otra cosa que el objeto mismo. Su libro viene a golpearnos en la cabeza. Había en su centro una falla. Pensé en todas esas novelas de mujer que, como manzanitas cacarañadas en un huerto, están dispersas por las librerías de viejo londinenses. Fue esa falla en el centro que las pudrió. La escritora había alterado sus valores en deferencia a la opinión de otros.

Pero cuán imposible debió serles no moverse hacia la derecha o la izquierda. Cuánto genio, cuánta integridad debió exigir ante tanta crítica, en medio de esa sociedad puramente patriarcal, el atenerse al objeto tal y como lo veían, sin amilanarse. Únicamente lo consiguieron Jane Austen y Emily Brontë. Es otra medalla, quizás la más fina, en sus pechos. Escribieron como escriben las mujeres y no los hombres. De las miles de mujeres que entonces escribieron novelas, sólo ellas ignoraron por completo las admoniciones perpetuas del pedagogo eterno: escribe esto, piensa aquello. Sólo ellas fueron sordas a esa voz persistente, si ahora gruñona luego condescendiente, si ahora dominante luego agraviada, sacudida, si ahora enojada luego afable; esa voz que no puede dejar a las mujeres solas, sino estar encima de ellas, como una especie de ama de llaves concienzuda, instándolas, como Sir Egerton Brydges, para que sean refinadas, incluso trayendo a la crítica poética la crítica del sexo; aconsejándolas, de ser buenas y ganar, imagino, algún premio rutilante, a mantenerse dentro de ciertos límites que el caballero en cuestión piensa adecuados.
(Desconozco de quién es la traducción puesto que la página donde he encontrado el ensayo completo no lo dice)

El caso es que a fin de cuentas casi me da igual que sólo lo sigan leyendo con verdadera atención las jovencitas. Lo que importa es que sigan los consejos de Virginia Woolf y que dentro de otros ochenta años alguien pueda proclamar, no sin un poco de pendantería, que A Room of One's Own ha quedado desfasado y fechado.

viernes, 23 de octubre de 2009

Es sólo agua

Pues no lo encuentro. ¡La de tiempo que se pierde en los buscadores hasta que te das por vencida! El caso es que después de un buen rato me he dado cuenta de que lo que buscaba, aparte de ser de hace algunas semanas, era probablemente de la edición catalana de El País, por lo que no está en su web*.

El caso es que ayer fue el diluvio universal y yo quería citar, a colación de eso un fragmento de un artículo/entrevista que me destacó Manuel hace unas semanas. Creo que trataba de un médico y en el artículo/entrevista el periodista comentaba con asombro que se movía en bici por Barcelona incluso en los días de lluvia. Y era la respuesta exacta la que yo quería citar, pero como no he dado con ella tendré que confiar en mi memoria pésima para recordar citas textuales. El médico respondía con algo así como que "es sólo agua" y pasaba a hablar de cómo hemos llegado a extremos en los que la lluvia y el hambre (ojo, no hambruna) nos dan pánico (es mi versión de su respuesta; espero no estar metiendo la pata demasiado; editado después de leer el artículo: técnicamente él no mencionaba el hambre para nada, ejem...) y son cosas que se evitan a toda costa.

Ayer de vuelta a casa iba notando cómo mi calzado no del todo idóneo se iba mojando poco a poco y el agua iba calando a los calcetines muy lentamente. Ya comenté una vez lo mucho que odio tener los pies mojados. Caminaba hacia el metro en tensión, con una especie de agarrotamiento interno que no hacía más que ir en aumento a medida que poquito a poco iba notando los pies más mojados. Y por la duración y la lentitud del proceso me parecía una pequeña tortura.

Llegó un punto en que me acordé de aquello de "es sólo agua". Agarrotada, intentando esquivar sin éxito los charcos que había por todas partes después de tanta lluvia, me repetía "es sólo agua, es sólo agua, es sólo agua". Y tomé una decisión drástica para el momento y mi odio de los pies mojados: pisé un charco enorme con todas mis fuerzas (sin saltito ni aspavientos, eso hubiera sido ridículo), me mojé de golpe los pies que se iban a mojar igual lentamente. Y se fue el agarrotamiento: tenía los pies mojados, ¿y qué? No hacía excesivo frío y pronto llegaría a casa y podría quitarme eso mojado.

Efectivamente: era sólo agua.

* Gracias a Molinos y su impresionante memoria fotográfica queda demostrado una vez más que la combinación memoria dispersa + no grandes dotes de búsqueda es nefasta. He aquí la entrevista con el doctor Pedro Cavadas y la cita que yo quería poner:

P. Usted abandonó sus tres Porsche y los cambió por un jeep destartalado; hay una bici a la entrada de la consulta, ¿ha cambiado el jeep por una bici?

R. Sí, voy en bici. Ayer [el día anterior a la entrevista] cayó la de Dios y me mojé mucho, pero ¡qué pánico le tiene la gente a mojarse! ¡Coño, que es agua lo que cae, no es salfumán! Ésa es mi queja contra la excesiva comodidad occidental. No te mojes, no pases frío, no pases sueño... No llegas a pasar ganas de nada; antes de que tengas ganas de algo ya te las han saciado. Esto debe de ser un efecto rebote respecto de lo de antes, cuando todo lo que tenía era carísimo, carros carísimos...

jueves, 22 de octubre de 2009

The Comforters, de Muriel Spark

Desde tiempos inmemoriales me ha gustado el nombre de Muriel; tanto es así que la primera vez que alguien en casa vio que estaba leyendo mi primer libro de Muriel Spark, Memento Mori (ahora recién publicado en español), asumió que lo había comprado por el nombre. Y ahora no me acuerdo si realmente fue así, pero si una portada me puede animar a comprar un libro, es probable que un nombre también; como mínimo seguro que me animó a ver de qué iba el libro.

Leí unos cuantos libros más de esta autora de nombre bonito, leí si no entera sí gran parte de su biografía de Emily Brontë, lamenté su muerte en el año 2006 y, de pronto, otros libros se cruzaron en mi camino y la dejé medio abandonada. Hasta este año, que con la agitación de la nueva biografía (que quiero desesperadamente*), recordé que Muriel Spark no me había hecho nada malo, ¿por qué había dejado de leerla? Su poesía no hizo más que reprocharme mi absurdo abandono de esta magnífica escritora. Unos cuantos paseos por unas cuantas librerías virtuales y físicas me ayudaron a comenzar a subsanar el asunto de la mejor forma posible y como más me gusta: empezando por el principio, por su primer libro: The Comforters, publicado en 1957 (y quién lo diría; la historia podría estar publicada por primera vez este año sin problemas).

Estos días, leyéndolo y disfrutándolo, me hubiera abofeteado. ¡¿Por qué dejé pasar tanto tiempo sin Muriel Spark?! No se comprende. Como no se comprende que Muriel Spark sea una de esas autoras británicas que por ciertos motivos no han llegado a alcanzar el primer plano que se merecían. El motivo principal del mirar hacia otro lado de la crítica fue el catolicismo de Muriel Spark (que pertenecía a una familia mitad judía, mitad presbiteriana), su conversión (apoyada por otros católicos como Graham Greene o Evelyn Waugh, con los que podría alegarse que lo del catolicismo de Spark es una mera excusa para explicar el motivo por el que la crítica no le prestaba mucha atención), su forma de hablar abiertamente del catolicismo en sus libros (no siempre bien y nunca sin toques críticos e irónicos, como es el caso del principio y gran parte de de The Comforters). También entra en juego la historia de desencuentros con su hijo.

Pero es que es imposible tenerle nada en cuenta a Muriel Spark. Escribe dos frases, llena un capítulo y te engancha como nadie con una historia (y contar plausiblemente la historia de esta novela con la que se estrena es igual de sencillo que hacer malabares) y, sobre todo, con una prosa y una capacidad de descripción magistrales. Estos días, mientras leía The Comforters pensaba cómo podía definir a Muriel Spark en el blog. Tuve la suerte de que la introducción de mi edición no sólo era de las amenas (se puede leer íntegra en inglés aquí) sino que además me puso las cosas fáciles. Ali Smith lo dice como yo no hubiera podido decirlo nunca, y da en el clavo:

The Comforters was the first of the 22 novels Muriel Spark would write over nearly 50 years, the first of what would become her recognisable but inimitable oeuvre of slim, intelligent, irreverent, aesthetically sophisticated, sometimes Hitchcockianly grim, always philosophically powerful works of fiction. Each of these - with a paradoxical lightness, and a sense of mixed resolution and unresolvedness that leaves its readers both satisfied and disturbed - would take to task its own contemporaneity and ask profound questions about art, life and belief.

The Comforters fue la primera de las 22 novelas que Muriel Spark escribió a lo largo de casi 50 años, la primera de las que conformarían su obra de ficción concisa, inteligente, irreverente, estéticamente sofisticada, a veces Hitchcockianamente adusta y siempre filosóficamente poderosa. Cada una de estas características - envueltas en una paradójica ligereza y una sensación contradictoria de conclusión e inconclusión que deja al lector satisfecho e inquieto al mismo tiempo - pondría en evidencia a sus contemporáneos y plantearía cuestiones sobre el arte, la vida y las creencias. (Traducción rápida y cutre mía.)

Poco puedo añadir a eso. Sólo decir que una novela donde la protagonista se da cuenta de que es un personaje en una novela e intenta por todos los medios interrumpir el paso de la narrativa (con la consecuente venganza del narrador, por supuesto) no puede dejar de leerse. Eso sí, cuando se lee, hay que prestar la máxima atención a todos y cada uno de los detalles aparentemente triviales que se cuentan porque todos y cada uno de ellos son relevantes.

Para terminar, ya que esta no parece estar traducida (desde luego en 1957 no hubiera pasado la censura), recuerdo que sí que hay otras dos novelas suyas en las mesas de novedades:

Los encubridores (Aiding and Abetting en inglés, que no he leído) y Memento Mori, como he dicho al principio. Y tiene más traducidas, pero esas supongo que ya quedan lejos de las mesas de novedades.

* Sobre todo después de haberla tenido en las manos en París y después de leer la reseña de Pablo Chul, a quien también agradezco que me indicara dónde encontrar un montón de fotos estupendas de Muriel Spark en el archivo público de la revista Life.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Air mail

El otro día abrí el buzón y me encontré con este sobre. Pensaba - sin realmente haberme parado a pensarlo - que ya no existirían estos famosos sobres de rayitas azules y rojas pensados para envíos por avión.

Aunque era más pesado de lo que eran los sobres especiales para avión que yo recuerdo, al abrirlo casi esperaba encontrarme con papel de ese casi transparente en el que escribir por las dos caras era prácticamente el equivalente de las cartas cruzadas decimonónicas (es decir: ilegible). Por supuesto no fue así, el papel de dentro era normal y como, imaginaciones retro aparte, yo ya había supuesto me recordaba amablemente que es hora de renovar la suscripción a la Brontë Society, que, igual que, por ejemplo, los libros, son cosas por las que una paga extrañamente encantada de la vida.

Igual que estoy extrañamente encantada de la vida con mi sobre retro. Me recuerda a los ochenta (más que nada porque antes de los ochenta es imposible que tenga recuerdos), cuando en casa había alguien que vivía en el extranjero y recibir una carta de estas de varios folios de papel finústico era todo un acontecimiento (al menos yo lo recuerdo así), me acuerdo del tacto del papel y, sobre todo, del ruidito que hacía al doblarlo y desdoblarlo.

Manuel y yo siempre comentamos (sobre todo viendo Ashes to Ashes, cuya segunda temporada se nos acabó el sábado; ahora queda que estrenen la tercera y última) que los ochenta son la última década retro, porque en los noventa todo empezó a ser mucho más virtual y mucho más de usar y tirar, se terminó con el sentido de permanencia de muchos objetos. Puede que dentro de unos años alguna serie/película recree los noventa y me tenga que tragar mis palabras, pero a día de hoy tengo la sensación - yo, que en realidad no soy una nostálgica de los ochenta en absoluto - de que los noventa nunca podrán resultar tan nostálgicos.

lunes, 19 de octubre de 2009

Fondants de chocolate

El sábado hicimos un pequeño retorno al mundo de la repostería. Y es que como dijo Manuel, sin sábados de repostería los desayunos de los domingos no son lo mismo. Así que el sábado medio decidimos desempolvar los delantales y ponernos manos a la obra.

... Sólo que mucha "obra" no hubo y el retorno fue más bien discretito, un poco de calentamiento para futuros sábados. Claro que si utilizamos preparados extranjeros no le veo problema tampoco a decantarnos por la masa para fondant de La Cocinera, que fue lo que "cocinamos". Al menos, eso sí, los preparados tienen el aliciente de añadir huevo o aceite. Aquí fue directo de la bolsa al molde. Así que no pude evitar que me viniera a la cabeza la expresión inglesa "how the mighty fall" (literalmente: cómo caen los poderosos, figuradamente se aplica a cualquier cosa venida a menos) y así se lo dije a Manuel (lo que le ahorré fue la canción de Mark Owen que incluye la expresión en la letra y que ya no consigo despegarme desde entonces; de esa canción me encanta el triste toque autobiográfico: "from the Albert Hall to the uni ball, how the mighty fall" (del Albert Hall al baile de la universidad, "cómo caen los poderosos"). Creo que la expresión le pareció tan triste mientras yo estaba inmersa en tararear la cancioncilla mentalmente que decidió ahí y entonces que el sábado que viene y el resto de sábados sin causas de fuerza mayor la repostería volvería en horario casi nocturno, pero volvería.

De ser así, y para poder mantener la combinación repostería de sábado + película clásica de plancha dominical, la entrada combinada pasará a los lunes, como esta misma de hoy. Curioso que no sólo me cuadriculo, sino que además lo anuncio así.

El caso es que los ocho fondants que nos salieron quedaron bastante ricos con su, efectivamente, chocolate líquido y masa bien jugosa en el interior. De lo más apañado para ser tan facilito y rápido (listos en 10 minutos). Eso es gratificación instantánea y lo demás tonterías. No los comimos recién sacados del horno, pero no quisimos perdernos el toque calentito (que estos días ya se agradece) y el chocolate que se derrite, así que luego metíamos unos segundos los que nos interesaban en el microondas y, nada, como recién hechos.

La sesión nocturna de plancha y cine (las aceitunas no son igual de apetecibles en el nuevo horario, para qué negarlo) estuvo acompañada por una comedia de 1935: If Only You Could Cook, con Jean Arthur. Que un grupo de gángsters hagan de casamenteros cual Emma de Jane Austen lo dice todo de la película: buenísima.

domingo, 18 de octubre de 2009

Her Fearful Symmetry, de Audrey Niffenegger

Qué triste es cuando estás deseando leer un libro y luego resulta no estar del todo a la altura. Y es más triste aun cuando un libro parece tener todos los elementos que deberían dar lugar a una buena historia y sin embargo no han terminado de encajar.

Her Fearful Symmetry (cuyo título viene de un poema de William Blake), de Audrey Niffenegger, aparte de portada fea, es muy, muy irregular, quizá sea el resultado de los siete años que ha estado gestándose y a causa de las muchos cambios que ha ido sufriendo la idea original durante ellos. Y aunque tiene trozos que están bien y en general se deja leer bastante bien y a veces incluso engancha, hacia el final la cosa va de mal en peor. Puede que haya tocado techo con mi imaginación, pero es que llegó un punto en que me salí de la historia y ya no hubo forma de entrar en ella.

Aun así lo he leído hasta el final, porque a pesar de todo quería saber qué pasaba con los personajes, incluso cuando sus peripecias se le iban de las manos a la autora. Y quizá la decepción no sea sólo por la historia que cuenta, sino por la que cabría esperar que contara.

Esperaba el libro porque The Time Traveler's Wife (La mujer del viajero en el tiempo) me había gustado, aunque no esperaba una repetición ni nada en la misma línea y porque había irresistibles secretos familiares que recuerdan un poco a los de The Thirteenth Tale (El cuento número trece), por aquello de tratar de gemelas, identidades y demás.

Y cuando lo empecé a leer pensaba que no me había equivocado, puesto que a eso se sumaba un Londres que se vuelve un personaje más y, sobre todo, el famoso cementerio londinense de Highgate, al que quiero ir desde hace mucho (pero no termino de conseguir a Manuel, que hace como si no hubiera curioseado por un cementerio inglés en su vida y me mira raro cuando lo propongo). Y de hecho, las anécdotas y las historias que se cuentan al hilo del cementerio son, para mí, lo mejor del libro. Además, es de suponer que todo lo que se cuenta es cierto, puesto que Audrey Niffenegger trabajó de guía allí mientras escribía el libro. Esto ha servido para enterarme de que la parte oeste del cementerio - la más antigua - sólo se puede visitar con guía. Es sobre todo allí donde se arremolinan las tumbas victorianas por excelencia y donde, debido a años de abandono, las plantas eminentemente de cementerio victorianas (verdes, de hoja perenne) han tomado gran parte del terreno. En la actualidad, los Friends of Highgate Cemetery por lo visto mantienen una especie de orden desordenado, es decir, que no han tratado de devolver el cementerio a sus orígenes victorianos, a como ellos lo hubieran visto, sino que han dejado que la maleza se desborde hasta cierto punto y dé fe del paso de tiempo. Lo mismo con las muchísimas y variopintas esculturan que adornan la mayoría de las tumbas. Aun así, el orden desordenado y las esculturas parece que cuestan unas mil libras diarias (es un terreno enorme). Mientras leía el libro creo que me he perdido en el cementerio de todas las formas posibles menos la real de plantarme allí y verlo: Google Earth (que protagoniza un anacronismo en el libro, que transcurre en 2004-2005 y sin embargo menciona Google Earth, que no nació como tal hasta casi junio de 2005, mucho después de la mención), la wikipedia (que me descubrió que un libro de Fred Vargas, Un lieu uncertain, comienza allí), la búsqueda de imágenes de Google, las fotos tomadas por la misma Audrey Niffenegger, Flickr, etc. La lista de cosas que me han llamado la atención sería larguísima, pero no puedo dejar de resaltar algunas:

- Esculturas y paisaje: la tumba-piano, la tumba del boxeador Thomas Sayers, la Egyptian Avenue y el Circle of Lebanon (a los pies de un árbol que había allí antes del cementerio), esta tumba o esta otra,por poner sólo algunos ejemplos de las muchas curiosidades con las que me he encontrado.

- La lista de celebridades allí enterradas, aunque ser una celebridad no es requisito para tener un monumento imponente. La lista es larguísima, pero a mí me gustaría especialmente pasar por la tumba de (si la tumba en cuestión está en la zona oeste parece ser que se le puede pedir al guía y este intentará acomodar la visita dentro del recorrido; la zona este se visita por libre) Stella Gibbons, los Rossetti y Lizzie Siddal (e imaginarme la exhumación a los pocos años para que su viudo, Dante Gabriel Rossetti, pudiera recuperar la única copia de sus poemas que había enterrado con ella y de lo que luego se había arrepentido), George Eliot, Leslie Stephen (el padre de Virginia Woolf), los padres de Charles Dickens, Radclyffe Hall, y el cabezón gigante de Karl Marx.

Pero eso no ha sido el único pasatiempo londinense a distancia que me ha dejado el libro. Ha habido otro, menos conocido, llamado Postman's Park, un parquecito que tiene una pared llena de azulejitos que conmemoran actos heroicos de gente normal y corriente, siempre a costa de sus propias vidas. La mayoría son victorianos y de la primera mitad del siglo XX. Cada azulejo es como un pequeño relato corto, hay quien renuncia a su lugar en un bote salvavidas y se queda con el barco que se hunde, hay quien muere ahogado evitando que otro se ahogue o atropellado evitando que otro sea atropellado. Las hay también de bombas durante la Primera Guerra Mundial, etc.

Así que si bien de la historia en sí me quedo sólo con pequeñas cosas, del libro sí que me quedo con estas pequeñas joyas londinenses que de momento he podido visitar a mis anchas virtualmente. Y no me quejo, que ya es más de lo que se saca en claro de muchos otros libros.

(Las dos fotos, la del cementerio y la del parque, están sacadas de sus respectivas entradas en la wikipedia, no son mías).

viernes, 16 de octubre de 2009

162, o ¿cuánto es demasiado?

Jane Eyre cumple 162 años y durante todos esos años se ha publicado diría que miles de veces en miles de ediciones diferentes. Manuel y yo, sin coleccionar distintas ediciones (como sí que hace Manuel con Cumbres borrascosas, que colecciona ediciones en distintos idiomas), hemos ido acumulando varias casi sin darnos cuenta. Y de ahí la pregunta: ¿cuántas ediciones son demasiadas? No acumulamos por acumular (ejem), sino que hay portadas, introducciones, reediciones o cualquier otra característica difícil de entender que hacen que tal edición sea irresistible o curiosa y termine instalada en nuestra estantería, feliz entre sus hermanitos, como se ve en las dos primeras fotos. Aclaración innecesaria: no hay ninguna primera edición de 1847 y aunque a veces cuando veo alguna a la venta o en subasta se me ponen los dientes largos, el precio y la delicadeza del libro me hacen darme cuenta de que, en realidad, tampoco la quiero. No la podría leer, hojear ni darle los cuidados que necesita un libro así, de modo que mejor que vaya a un sitio más apropiado (eso me digo yo al menos).

Pero si con lo de las ediciones nos dejamos llevar, con las ediciones alternativas, versiones, adaptaciones y demás que han ido publicándose a lo largo de esos 162 años es evidente que la atracción es aun mayor; igual que vemos una adaptación cinematográfica de Jane Eyre tras otra, leemos un cómic tras otro o una obra de teatro tras otra. Las dos fotos de abajo son una pequeña muestra puesto que cuando ordenaba cada libro en su sitio me iba dando cuenta de que me había dejado uno por aquí y otro por allí, pero no me veía con ganas de tener la estantería revuelta hasta que la batería de la cámara se recargase. Pequeña muestra también porque en estos tipos de formatos muchas las tenemos en versión digital no fotografiable ni apilable.


Feliz 162 cumpleaños, Jane. Y por muchos años y ediciones más.

jueves, 15 de octubre de 2009

Sesión doble

El domingo empezamos el nuevo horario de plancha y comedia clásica en horario nocturno. Como ahora - ¿de momento? - no hay entrada dominical sobre la repostería donde incluir la película del domingo y me he aficionado a poder consultar en el blog las que vamos viendo, le hago hueco entre semana.

De modo que la película que inauguró la nueva temporada fue The Thin Man (La cena de los acusados), que bien habríamos podido colar en una Noche de viernes, puesto que está basada en una novela policiaca de Dashiell Hammett. Por lo visto la película, que es mitad policiaca mitad comedia, tuvo un enorme éxito en su estreno en 1934 (¡quién diría que pertenece al mismo año que la "versión cómica" de Jane Eyre! Parece que están a años luz una de la otra). Tanto fue así que se convirtió en la primera de una saga con William Powell y Myrna Loy, acompañados de su inseparable terrier Asta (en la primera estaba "interpretado" por Skippy, el perro ricachón del que ya hablé). Nos gustó, así que poco a poco continuaremos con el resto de películas de la saga.

Y después, prácticamente recién terminada la anterior, enlazamos con Marie Antoinette (María Antonieta) que pasaban en TV3 y que, desde el fiasco versallesco yo tenía ganas de ver, más que nada por enterarme de cosas que en el palacio en sí no me habían contado. Con la película y la ayuda de la Wikipedia he adquirido unos conocimientos básicos mucho más sólidos que los conocimientos inexistentes que logré in situ.

Ya sabía que esta versión de Sofia Coppola no había sido plato de gusto para muchos puristas, pero a mí me gustó. La música actual, la actitud actual y las zapatillas Converse que hacen una breve aparición me parecieron buenísimos, por no hablar del principio y todos los rituales a los que es sometida la pobre chica: el no poder vestirse sola y el estar siempre, en todas partes, rodeada de la Corte al completo.

La película está rodada en el mismo Versalles, así que íbamos señalando y recordando habitaciones por las que habíamos pasado. No sé si en la película las habitaciones donde suceden las cosas se corresponden con las habitaciones en las que en realidad sucedían las cosas, pero al menos ahora nos hemos enterado de algo que ha pasado en ellas, han rodado una película. Vimos el famoso Petit Trianon y comprendimos aquello de "le domaine de Marie Antoinette" (mención especial a la Aldea de la Reina y el plano donde unas manos limpian unos huevos recién puestos para que la Reina y su hija se los encuentren bien decentes), nos dieron escalofríos con los planos de los jardines, que en la película parecen inocentes y bonitos pero que nosotros sabemos de primera mano que son malévolos y retorcidos. Lo que sí que me puso los dientes largos - larguísimos - fue la abundancia de macarons.

A mí me gustó a pesar de los recuerdos versallescos, y eso dice mucho - mucho - a favor de Sofia Coppola, Kirsten Dunst y demás. El final dice Manuel que no está del todo conseguido, que por mucho que la película pretende que a pesar de todo empatices con la reina no lo consigues, pero a mí sí me dio cierta penilla, aunque más que la propia María Antonieta, quien más pena me dio - y esto ya leído en la Wikipedia - fueron los hijos.

Una sesión doble variada pero muy amena.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Emma, de Jane Austen

¡Qué oportuno haber releído Emma en octubre, que es precisamente el mes en que termina la novela!

Ya he dicho alguna vez que, ante las críticas al trailer de la nueva adaptación, decidí releer el libro para poder juzgar por mí misma. Lo que creo que no he dicho es que probablemente después de Mansfield Park, Emma es la novela de Jane Austen que menos me gusta. Pero Jane Austen es Jane Austen y la relectura no podía ser mala.

Cuando Jane Austen comenzó a escribir Emma, anunció que iba a escribir una novela en la que la heroína no le caería bien a nadie más que a ella. Con eso en perspectiva es divertido leer las opiniones de sus familiares, amigos y conocidos recopiladas por la propia Jane tras la publicación (quien tenga, por ejemplo, The Jane Austen Book Club (El club de lectura de Jane Austen) ya las conocerá) y con eso en mente también es curioso leer el libro. Lo más curioso de todo es que Jane Austen domina hasta tal punto la delineación de sus personajes que pese a que Emma Woodhouse es una metomentodo, una casamentera, una consentida y una snob, pese a que actúa sin pensar demasiado en las consecuencias, es decir, pese a que Jane Austen pone muy a la vista desde el principio todos y cada uno de sus defectos, no llega a caer mal. Se convierte en una persona (y digo bien: persona) de esas con las que por alguna extraña razón sacas paciencia de donde no la hay y aguantas lo que en otros no aguantarías. Suspiras, miras para otro lado y piensas "es así, ¿qué le vamos a hacer?" No cae mal ni en los peores momentos en los piensas que es tonta, pero lo piensas no en tono de insulto sino de "oh, pobre". Quizá es por lo poco artificial que resulta a pesar de todo y porque nada de lo que hace es una mera pose. Al fin y al cabo ella misma reconoce que prácticamente desconoce lo que es el sentido común. Emma Woodhouse es la personificación de aquello de que no hay nada peor que las buenas intenciones. Y Emma Woodhouse tiene buenas intenciones para casi todo el mundo.

Dicho esto, el principio del libro se me hizo un poco cuesta arriba, le cuesta arrancar. Pero una vez que arranca, ya no hay quien se apee del burro (quizá es una expresión un poco desafortunada para hablar de un libro tan elegante como Emma). Las cosas se enredan, las pequeñas catástrofes se ven venir y ahí está Jane Austen para contarlo todo con su fino sentido del humor.

Famosa es la opinión de Charlotte Brontë sobre Jane Austen precisamente escrita a propósito de Emma que se ha utilizado como arma arrojadiza miles de veces en todos los sentidos posibles: para criticar a Austen, para criticar a Brontë, para criticarlas a ambas... Y que siempre me saca de quicio sea como sea que se mencione. Charlotte Brontë no se mete del todo ni con malicia con Jane Austen, ni siquiera creo que diga nada que no sea cierto y que sea precisamente uno de los puntos fuertas de Jane Austen: la minucia y el cuidado con el que trata su trabajo. Es cierto que, para alguien tan apasionado como Charlotte Brontë, Jane Austen y sus historias debían de ser bastante insulsas, ¿pero acaso no "criticó" Jane Austen esa pasión en el personaje de Marianne Dashwood en Sentido y sensibilidad? Y además, más importante que todo lo anterior y dicho por mí que, en fin, ya se sabe que Charlotte Brontë no me cae mal precisamente, ¿qué importa lo que opinara Charlotte Brontë de Jane Austen en su correspondencia privada? Su opinión no es más que una opinión más, que si te gusta bien y si no, pues también, porque no pretende conseguir nada ni mancillar el buen nombre de Jane Austen ni nada. ¿Qué más da? Puestos a espantarse, Mark Twain dijo cosas mucho peores de Jane Austen y se le menciona menos (mi frase preferida de Mark Twain sobre Jane Austen es: "every time I read Pride and Prejudice I want to dig her up and hit her over the skull with her own shin-bone" (Cada vez que leo Orgullo y prejuicio [es decir, que a pesar de todo lo leía y varias veces además] me dan ganas de desenterrarla y golpearle el cráneo con su propia tibia), ahí es nada).

Después de este párrafo en el que parece que Jane Austen no me gusta (y sí, ¡mucho!), me veo en la obligación de acreditarme y poner una foto de su huequecito en nuestra estantería. Por algún extraño motivo, Jane Austen siempre ha sido más cercana a su público en forma de souvenirs y demás, de modo que su rinconcito es mucho más gracioso que toda la estantería Brontë (nada, con las Brontë nadie se atreve: ni muñequitos, ni marionetas de dedo ni nada, una sosería).

Al final Emma se mantiene en el mismo puesto en mi ranking personal de Jane Austen, pero la veo con otros ojos. Si no ha subido de posición no es porque sea mala novela ni mucho menos, es porque el resto de novelas son muy, muy buenas.

Horas después de haber pasado la última página virtual en Rufinito (de ahí que a esta entrada le haya puesto no la portada de la edición en papel que yo tengo, sino de la portada de edición de papel que más me gusta) comenzamos a ver la nueva adaptación. Pero aún nos quedan tres capítulos más y hasta que no hayamos pasado la "última página" del cuarto episodio no diré nada.

lunes, 12 de octubre de 2009

Accidents Happen

Al final el sábado pudimos volver a Sitges y aunque Manuel no le hacía ascos a una película que pasaban en El Retiro, que era al cine que habíamos ido la vez anterior, se decantó por esta por aquello de pisar el Auditori (con sus cómodas, comodísimas, butacas): Accidents Happen (que quiere decir que los accidentes ocurren) con un guión que podría haber firmado Kate Atkinson sin problemas, porque tiene todos sus elementos preferidos entre los que destacan los dos principales: familia disfuncional y cosas terribles que sin embargo se cuentan con humor (humor de ese en el que te sientes culpable mientras te ríes).

Los accidentes ocurren y la familia Conway puede dar fe de ello. No cuento nada más, que los spoilers en esta película llegan bien pronto.

Baste decir que, aunque es una película de Sitges como podía ser de cualquier otro festival de cine, salimos encantados. Así que si Geena Davies sirve para que le den un estreno y una distribución dignas, mis consejo es que no os la perdáis.

Antes de ella nos pasaron un corto ligeramente relacionado con el tema de esta película que también nos gustó: Not Yet.

Y al salir de la sala, no sé si el espíritu de la película me atrapó o qué, pero si alguien me hubiera seguido con una cámara, medio mundo podría haberse desternillado tanto como Manuel. Salimos y cansados de siempre ir y venir por la misma calle, decidimos ir por la parte de abajo, por la que se ve el mar. Hace un sol de justicia (¡estamos a mediados de octubre, por favor!) que se refleja en el mar, que es algo que siempre resulta bonito a pesar del calor. Decido que quiero inmortalizar el momento para mortificación de Manuel, que prefiere seguir andando en busca de alguna sombra. Y el caso es que cuando estoy haciendo mis fotos pasa un grupo de gente que noto, sin verlos, que me miran raro. Acabo mis fotos, y voy hacia Manuel, que ya está bastante lejos y que por lo visto para que le vea bein necesita ponerse en mitad de la calzada e ignorar el hecho de que un coche se acerca, y yo aún tengo la película muy reciente. Se quita (luego me aclara que ya se había enterado que venía el coche, aunque nadie lo hubiera dicho) y yo vuelvo a mirar al mar, a la playita que tengo justo debajo y entonces... veo, observo y entiendo por qué el grupo de gente me había mirado raro y por qué Manuel sonríe: ¡es una playa nudista! Y aunque yo no la estaba sacando en mis fotos, en fin, era raro, efectivamente.

Vamos a la estación, cogemos el tren de dos pisos, vamos al piso de arriba y nos situamos en el lado idóneo para seguir viendo el mar, ya que el tren transcurre muy pegadito a él. Llegamos a nuestra estación, me levanto y más que sentir dolor oigo el gran ruido que hace mi cabeza al chocar con el techo (¿¡por qué hacen techos tan bajitos y no avisan?! Que si me he dado yo es probable que el 70% de la población pueda darse), y después del ruido bajo la cabeza y me muero de vergüenza - todo el mundo ha levantado la mirada ante el estruendo - mientras me dirijo hacia la salida y veo cómo Manuel se parte de risa. Esperamos en las escaleras a llegar y poder salir mientras nos reímos a carcajadas sin poder parar. Llegamos a la estación, el tren frena y yo noto cómo la inercia puede conmigo a cámara lenta... aterrizo para atrás en las escaleras y me clavo un escalón en la pierna. Salgo huyendo de ese tren infernal mientras Manuel se ríe aun más. Yo también me río, claro. Y así salimos, a carcajadas, con lágrimas en los ojos.

Además, fuera de la estación vemos a lo lejos a unos padres que avanzan con un niño de unos dos años que berrea, un perro bajito y gordo se va acercando, acercando... y cuando llega a la altura del niño va y le embiste con plena decisión. El niño sigue berreando mientras vuela por los aires (10 cm o así, no gran cosa, pero lo vemos también como a cámara lenta) pero ni los dueños del perro ni los padres del niño parecen muy sorprendidos por la situación, y ante tal pasividad Manuel y yo lo añadimos a la lista de accidentes de los que reírnos.

Es innegable: los accidentes ocurren.

Pero a pesar de todo hoy volvemos a Sitges, de despedida de la temporada, aunque ninguna de las películas que hemos visto este año parezca haber ganado nada.

domingo, 11 de octubre de 2009

La cuadratura del círculo

Somos cuadriculados, como es fácil descubrir leyendo este blog. Tenemos series y películas concretas para las noches de los viernes, sesión de palomitas y series los sábados, repostería también los sábados, turnos los domingos para salir a comprar el periódico, desayunos dominicales opíparos con la repostería del día anterior, plancha los domingos acompañada de comedia clásica - o al menos antigua - y aceitunas, día concreto para la compra semanal, día marcado en el calendario para la compra mensual en un sitio más grande, día de limpieza general, día para tirar los periódicos, ciertas comidas fijadas en el tiempo y en el menú semanal, ratito para escribir en el blog, ratito para tomar el té. Y un largo etcétera que da lugar a una agradable rutina en la que instauramos cualquier nueva tradición a la mínima.

Así que el hecho de que el padre de Manuel vaya a pasar un tiempo en el hospital - nada excesivamente grave - y haya que ir a verlo y pasar tiempo allí parte todo eso por la mitad (literal y figuradamente) y nos hace reinventarnos y reubicarlo todo. La repostería es lo que corre más riesgo de verse afectado (aunque si ayer no hubo fue porque volvimos a Sitges; mañana más sobre esto), pero con lo golosos que somos es probable que reaparezca en otro horario o, como mínimo, de vez en cuando aunque sin regularidad. Y la plancha y la película que la acompaña han pasado a turno de noche, así que dentro de un rato comenzaremos con el nuevo horario.

Puede que el blog se vea afectado de vez en cuando pero en principio seguiremos como hasta ahora, así que por ese lado no hay problema.

¿Para el resto de cosas? Ya di con la solución una vez.

jueves, 8 de octubre de 2009

Noche de viernes: Jane Eyre 1934

Aquí se cumple eso de que una imagen vale más que mil palabras, porque podría poner sólo el cartel de Jane Eyre 1934 y ya se sabría mi opinión, ¿no?

Pero el caso es que por dejar constancia hablaré un poco más de esta adaptación que ya está sin derechos y puede verse sin problemas en el Archive. Dejo el enlace ahora, porque para cuando acabe la entrada no sé si quedará alguien que quiera verla.

Cuando decía que Jane Eyre 1973 me parecía mala y todo eso, ya sabía que había una peor, pero también es cierto que ya antes de verla, sabía que Jane Eyre 1934 no podía tomarse tan en serio como otras, más que nada porque todo parecido con la realidad era muy, muy limitado. Dicho esto, mi imaginación no daba tanto de sí como para imaginar lo limitado del parecido.

Viéndola no sabíamos si reír o llorar y por suerte acabamos riendo a carcajadas, más que nada porque si nos hubiera dado por llorar no habríamos parado. La película es en blanco y negro pero el rubio platino de Jane se ve aun más claramente que en el cartel coloreado, por no hablar de sus vestidos recargadísimos y sus elaborados tirabuzones. De pequeña, por las cosas que el guión le hace decir, es inconfundiblemente americana. Y luego crece y creo que el guionista sólo se leyó un resumen de la novela donde se hablaba de la decisión y la fortaleza de Jane y decidió hacerla una respondona que no se corta ni ante Brocklehurst ni ante Rochester ni ante nadie. Por no hablar de que también baila con Rochester y escribe un diario. Adèle también es muy americana ella, anima a Rochester a casarse con Jane y se ofrece a hacer de casamentera; también canta My Bonnie Lies Over the Ocean (que luego se me pegó y encontré en versión de los Beatles). Creo que la imagen definitiva de la película es cuando la criatura (a la que le pasan más calamidades como subirse a un árbol y no poder bajar y que da lugar al fantástico diálogo siguiente: Adèle: ¡se me ha enganchado el pie! Jane: ¡se le ha enganchado el pie! Rochester: se le ha enganchado el pie.) se cae de cabeza en un jarrón gigante, se queda con las piernas asomando y pataleando y Jane, decidida ella, coge algo y rompe el jarrón. Cuando Rochester protesta - aquí Rochester, por cierto, es el amable tío de la criatura y sin pasado demasiado oscuro más que por lo evidente - Jane contesta muy indignada algo así como que no iba a dejar que la niña se asfixiara sólo para salvar su valioso jarrón.

El presupuesto, además, no les daba para hacer Thornfield grande (aparte de en lo que respectaba a jarrones donde caben niñas pequeñas) así que las escaleras y todo es muy pequeñito y todos los actores parecen gigantes.

Les da tiempo, eso sí, hasta a colar a St John Rivers brevemente, lo justo para que haga su papel literalmente (en serio, su única línea es prácticamente pedirle a Jane que se case con él para irse de misioneros). Y de Bertha no hablo, porque cuando sale es tan calmada, está tan aparente ella que por un momento no sabes si es la loca del ático o una visita formal de una vecina. Es la Bertha más elegante del mundo, a Jean Rhys le debió de encantar.

Manuel tuvo la idea de recordarme que esto estaba rodado dos años después de Trouble in Paradise (Un ladrón en la alcoba), de Lubitsch, y sin embargo parecía que la de Lubitsh fuera muy posterior (años luz después). Esta es estática, hierática y aburridísima. Manuel decía que con el paso del cine mudo al cine sonoro se retrocedió un poco en cuanto a técnicas y demás que habían ido desarrollando, pero es que por lo básico de esta película en todo bien podría ser la primera película rodada del mundo. Es divertidísimo cuando varias veces van apagando una a una las velas de algún candelabro y se ve claramente cómo al mismo tiempo van apagando los focos uno a uno.

Como la de 1944, también saca planos de un libro imaginario de Jane Eyre con otros textos. Aquí da aun más rabia que en la de 1944, porque ni siquiera se recupera la realidad con la historia. Me pregunto qué pensó la gente que fue a verla en 1934 y que conocían bien el libro: ¿pensaban que era una maravilla sólo por el hecho de lo moderno de ver Jane Eyre en la gran pantalla? ¿O se daban cuenta de que el libro y lo que estaban viendo se parecían como un huevo a una castaña?

En fin, un desastre como adaptación seria (muy práctica para ilustrar lo que no se debe hacer), pero como adaptación cómica creo que no tiene precio.

martes, 6 de octubre de 2009

Adivinanza

Esta mañana no he podido resistirme a estos dos libros. Estoy deseando - como siempre, como con todos - devorar el contenido de ambos. Sin embargo, la portada de uno de los dos me espanta, ¿cuál de las dos es? (Soy muy predecible, así que es una pregunta muy sencilla)

Creo que en la foto se ve bien, pero los libros son:

- Her Fearful Symmetry, de Audrey Niffenegger. Su anterior libro The Time Traveler's Wife (La mujer del viajero en el tiempo), sin ser perfecto, me gustó. Un retorno muy esperado y una historia con secretos de familia.

- The Comforters, de Muriel Spark. Que resulta que no es el título original de Los encubridores como dije mal y corregí (gracias, Pablo Chul), puesto que ese es Aiding and Abetting, que tampoco he leído. Pero el caso es que desde que el otro día lo mencioné y leí el resumen me quedé con las ganas de leerlo, preguntándome cómo es que no me había fijado antes en él. Y además me viene de perlas para cumplir mi resolución de recuperar a Muriel Spark de la mejor forma posible: empezando por el principio, puesto que es su primera novela publicada allá por 1957.