miércoles, 4 de agosto de 2010

The Provincial Lady Goes Further y The Provincial Lady in America, de E.M. Delafield

Hacía ya tiempo que venía echando de menos a la Provincial Lady y queriendo leer más aventuras suyas y justo antes de la visita de la única lectora y el viaje a Madrid, al acabar Greenery Street, decidí que sería el mejor tipo de libro para unos días tan agitados. Ligero y escrito para columnas semanales, con pequeñas repeticiones para recordarle al lector las cosas que se le pueden haber olvidado: ideal para días de lectura no continuada, pequeños momentos de lectura improvisados.

Retomar las aventuras y desventuras de esta dama provinciana sin nombre fue un placer y al cabo de pocas líneas ya era como si no hubiera pasado el tiempo, ni desde que leí la primera entrega ni desde que se escribió esta segunda parte, The Provincial Lady Goes Further, en 1932.

En este libro, la Provincial Lady ha publicado con éxito su primer libro, que no es otro que The Diary of a Provincial Lady, claro, y alterna el mundo rural y hogareño de la primera parte con la vida ajetreada y el mundo literario que rodean sus estancias en su recién estrenado apartamento en Londres. Una vida de contrastes que no hacen más que acentuar las situaciones en que suele encontrarse que, por otra parte, y es ahí donde reside el éxito de estos libros, no son nada del otro mundo: pequeñas luchas, pequeñas meteduras de pata, pequeños interrogantes del día a día con los que prácticamente cualquier lector podrá o bien identificarse o bien empatizar sin problemas. La gracia de estos libros reside no en lo que ocurre, sino en cómo se cuenta lo que ocurre.

La Provincial Lady, para bien o para mal, todavía es hija de un tiempo en que las mujeres de clase media no pisaban la cocina y, cuando lo hacían, era con miedo a la reacción de la cocinera. Así que, sin ser igual del todo, el otro día me reía cuando en la cocina, haciendo crema de calabacín, la parte de abajo de la batidora, separada del motor eléctrico, se sumergió en la crema, que estaba casi hirviendo, y yo no daba con la forma de sacarla sin abrasarme. Mientras intentaba hacer algo con un utensilio de cocina y un trapo - sin mucho éxito - apareció Manuel por la cocina, me encontró partida de risa y comentó: "¡qué cosas te pasan!" y yo me reí aun más y, en cuanto pude, me puse a sacar paralelismos con la Provincial Lady y su forma de ver el mundo. De nuevo (por milésima vez), con el libro y con la situación, comprobé que no es necesario saltar en paracaídas para darle emoción a la vida, ver sumergirse en la crema la batidora como a cámara lenta sin saber qué hacer había sido igual de emocionante. Saltar en paracaídas no estará mal, para quien se atreva, pero, como decía Carmen Martín Gaite, todo depende de cómo te cuentes las cosas a ti mismo. Si no recuerdo mal (y puede que sí) y parafraseando, creo que ella decía que si te engulle la rutina es que te estás contando mal las cosas. Y la Provincial Lady/E.M. Delafield demuestra que cualquier cosa normal y corriente, bien contada, puede resultar - como mínimo - igual de interesante que cualquier cosa fuera de lo común.

Precisamente en la introducción de Nicola Beauman - que ya había leído después de leer la primera parte del libro - comenta que el mérito de la Provincial Lady y de las muchas Provincial Ladies de carne y hueso que existieron fue su mítica capacidad de sobrellevar las cosas sin quejarse, prefiriendo hacer una broma sobre algo a dejarse caer en la desesperación. Beauman comenta que muchas de las situaciones vividas por la Provincial Lady podrían haber sido auténticos melodramas en manos de Chéjov o Maupassant y que, sin embargo, la Provincial Lady lo cuenta sin ningún tipo de sentimentalismo, siempre con ironía.

Y creo que ahí reside la clave de por qué cada vez me gustan más este tipo de novelas que nadie incluye en las listas de los mejores libros de todos los tiempos (y que conste que The Diary of a Provincial Lady, desde que se publicó por primera vez en 1930, nunca ha estado descatalogado), aparte de por aquello que ya dijo Virginia Woolf (que también era muy intensa y que no estoy segura de qué opinaría de la Provincial Lady; Virginia Woolf, como Chéjov también hubiera hecho un drama no ya de muchas cosas sino del estilo de vida en general de la Provincial Lady; y sin embargo E.M. Delafield también era una feminista convencida, sólo que su teoría y su práctica eran menos radicales), también por el hecho de que son vidas con las que, en mayor o menor medida, una se identifica con facilidad. Cada vez me cuesta más empatizar con los "grandes acontecimientos", los grandes cataclismos de algunas novelas y películas, las parábolas imposibles. A mí lo que me interesa son vidas normales y corrientes, como las de la gran mayoría de la gente. Serán vidas pequeñas, muy limitadas, pero me dicen mucho más y me resultan mucho más útiles. Y sin embargo los grandes cataclismos son los que, a mi parecer, acaban en las listas de los mejores. Quizá sea que tengo poca imaginación...

Y no niego que los libros de la Provincial Lady sean ligeros, pero ligero no siempre quiere decir vacío de contenido (igual que, por ejemplo, el diario de Bridget Jones, que siempre defiendo y que es una versión moderna de una Provincial - aunque Bridget Jones sí que sea londinense - Lady). El contenido está ahí y que no sea una advertencia apocalíptica sobre el declive moral de la civilización no le quita mérito.

Bueno, vaya inciso no planeado me ha salido.

El caso es que cuando acabé The Provincial Lady Goes Further y ya que mi libro incluye las cuatro novelas en un sólo tomo (de ahí que las portadas que acompañan esta entrada no sean la mía) y vi que después venía The Provincial Lady in America (de 1933-1934, basado en las propias experiencias de E.M. Delafield durante su gira americana), con nuestro viaje a Nueva York en ciernes, no pude resistirme, pese a mi teoría de no leer dos obras del mismo autor seguidas, a ponerme con ella y ver cómo se desenvolvía la Provincial Lady por esos mundos en su gira literaria americana de firma de libros, charlas, etc. Y qué delicia. De Nueva York habla más bien poco (aunque el trozo sobre la vida nocturna de la ciudad es divertidísimo), pero, claro, el fuerte de la Provincial Lady es la gente, su visión de ellos y, sobre todo, su actitud y comportamiento con ellos. Y aunque se echa de menos al marido, Robert, y a los hijos, Robin y Vicky, lo cierto es que el libro está a la altura de los demás. Quizá en él aparece, muy, muy brevemente, uno de los pocos momentos más sentimentales, cuando la Provincial Lady visita la casa de Louisa May Alcott (autora de Mujercitas, etc.) en Concord.

En fin, un placer este reencuentro (doble) con la Provincial Lady, pero me reservo la última entrega (The Provincial Lady in Wartime) para el futuro, así como más novelas de E.M. Delafield, no todas tan "ligeras", aunque sí en torno a los mismo temas (el Archive tiene algunas cosas suyas: Consequences (también editado por Persephone), The Heel of Achilles, Tension, Humbug, The War-Workers, así como su colaboración con el ilustrador Pont de la revista Punch en The British Character o la mal llamada Provincial Lady in Russia que en realidad está escrito desde el punto de vista real de E.M. Delafield. Y, por supuesto, también me quedan similares como Mrs Miniver o Henrietta.

7 comentarios:

  1. Hola! He llegado aquí buscando una cita de la Gaite, y mira por dónde me descubres un libro que no conocía y que parece la mar de interesante... A ver si encuentro por ahí las batallitas de The provincial Lady, a mí este tipo de historias cotidianas también son las que más me interesan.

    Nuria

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  2. Qué razón tiene Carmen Martín Gaite... A menudo explico cosas que me ocurren y una vez contadas pienso "pues vaya chorrada!", pero es mi chorrada. :)

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  3. La poco valorada importancia de las cosas cotidianas, que sin embargo forman la sustancia de nuestras vidas. Por eso -creo yo, como la Provincial Lady- son tan relevantes, y es tan fundamental saber apreciarlas. Leí hace años (en una edición de Virago, aún recuerdo la franja verde de la cubierta) este Diario de la Provincial Lady. Delicioso. Y tronchantes los conflictos con la cocinera. Si te ha gustado, Mrs Miniver también te encantará.
    ¡Y qué envidia Nueva York!:)

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  4. Si Delafield hubiera escrito Madame Bovary creo que Emma habría acabado el libro riéndose de todo lo que le ha pasado.

    Hay veces que leyendo alguna novela o algún libro más ligero, comentan algún detalle histórico que me hace seguir el hilo y leer algún libro que hable sobre el tema. ¿No te pasa?

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  5. Nuria: gracias por el comentario. Supongo que la cita parafraseada no sería la que buscabas, pero me alegra que al menos no te fueras "con las manos vacías" y te llamara la atención esta serie de libros.

    Guacimara: jajaja. Sí, eso pasa :D

    Elena: estoy deseando leer Mrs Miniver, pero prefiero espaciar este tipo de libros para saborearlos mejor. Creo entender que sólo has leído la primera parte de estos libros. Como dices que te gustó, te recomiendo los demás, que no cumplen aquello de que "segundas partes nunca fueron buenas", etc.

    LittleEmily: ¡qué bueno lo que dices de Madame Bovary! Efectivamente, Emma se hubiera tomado todo de otra forma.

    Sí que me pasa eso, mucho. Es adictivo además, empeizas mirando una cosa y acabas enlazando con otras muy diferentes... Me encanta cuando eso pasa.

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  6. Ironía!!?? Vida sencilla y cotidiana!!?? ...este libro cuenta con esos ingredientes que hacen que la lectura sea de lo más reconfortante. Me apetece mucho un libro así...de momento...va a la lista de futuras lecturas...Espero llegar pronto a él.
    Me ha gustado mucho leerte...coincido en que cada vez me interesan más los más mínusculos y pequeños acontecimientos de la vida...llevo años ya teniendo este sentimiento.
    Un abrazo!!

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  7. Apúntalo para tenerlo en cuenta. Es una pena que no esté traducido :(

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