viernes, 29 de junio de 2012

Weird Things Customers Say in Bookshops, de Jen Campbell

Ya adelanté que, aunque con otros libros entre manos, no me había podido ni querido resistir a leer Weird Things Customers Say in Bookshops, de Jen Campbell en un par de sentadas.
Pocas cosas tan divertidas para alguien a quien le gusta la lectura que reírse de las ocurrencias de la gente que, generalizando, no suele leer demasiado. Pero lo que me llevó realmente a comprar el libro fue la portada con su chiste: "Do you have any books by Jane Eyre?" (¿Tenéis algún libro escrito por Jane Eyre?). Cuando luego ya vi que además había una metedura de pata relacionada con Cumbres borrascosas que además resultó ser divertidísima, la decisión ya estaba tomada.

De modo que durante las dos sentadas lectoras  me lo pasé en grande, no sólo por las anécdotas supuestamente reales (digo supuestamente porque, aunque tiendo a creérmelas, hay algunas que me parecen algo excesivas, pero ya se sabe que a veces la realidad supera con creces a la ficción) sino por las ilustraciones de los Brothers McLeod que lo acompañan.

No quiero dar ejemplos de mis meteduras de pata preferidas porque lo mejor es no pensárselo más y lanzarse a por el libro. Ahora que es verano y que a veces la cabeza se dispersa un poco, este libro tiene madera de lectura de terraza o de incluso de playa/piscina. Eso sí, cuidado si, como a mí, hay a alguien más a quien le da vergüenza reírse a carcajadas en público en solitario (sólo acompañada por el libro en sí), porque lo pasará mal. En ese caso mejor echar el cerrojo en casa y ponerse el ventilador cerca del sofá (¡que vuelva pronto la mantita!).

martes, 26 de junio de 2012

Mi biblioteca

Breve entrada para darle las gracias a Elena por invitarme a participar y por poner en su blog esta entrada sobre nuestra biblioteca anglófila así como recomendar el resto de la serie. Todo buen lector siente una curiosidad irrefrenable por husmear en las estanterías ajenas y esta es una magnífica oportunidad de hacerlo.

A ver si un día de estos me pongo las pilas y escribo sobre algunas lecturas recientes salidas de esas mismas estanterías, que ya toca.

Gracias de nuevo a Elena.

(Y sin venir a cuento más que por la brevedad de la entrada, aprovecho para anunciar oficialmente - con un poco de retraso y más de 100 tweets ya publicados - mi cuenta de Twitter).

miércoles, 20 de junio de 2012

Noche de viernes: The Buccaneers (1995) (ciclo Edith Wharton)

Como escribo poco, me veo de nuevo en la necesidad de aclarar lo obvio: que no por no dejar aquí constancia de ello (y es una pena, porque el blog como memoria artificial es muy práctico) no hemos abandonado nuestros ciclos de cine y demás.

Así que después de un ciclo de Noche de viernes dedicado a las adaptaciones de la obra de Evelyn Waugh que nos gustó mucho, pasamos a uno dedicado a Edith Wharton.
En lo que respecta al blog, Evelyn Waugh se quedó por completo en el tintero y en lo que respecta a Edith Wharton me temo que va a tener que conformarse con que subraye la adaptación que más me ha gustado de todo el ciclo: The Buccaneers, adaptación de Maggie Wadey para la BBC en esa época dorada del "costume drama" que fue 1995.

Y sí, lo reconozco, a pesar del ciclo, no he leído nada de Edith Wharton. Nuestra estantería tiene más de una obra suya y todo el mundo conoce, por haberlo leído o no, el argumento de The Age of Innocence (La edad de la inocencia), pero hasta el momento no se ha terciado, como tantas otras cosas para las que no es que falten ganas, simplemente es cuestión de prioridades. El caso es que para bien o para mal, después del ciclo conocemos la obra (o lo que los adaptadores han entendido por la obra) de Edith Wharton mucho mejor.

The Buccaneers es una miniserie de cinco capítulos basada en la última - e inacabada - novela de Edith Wharton. Parece ser que, igual que Wives and Daughters (Hijas y esposas) de Elizabeth Gaskell, lo que le faltó a Wharton por escribir fue justo el final. A diferencia de Gaskell, Wharton dejó unas anotaciones, pero como escribía, reescribía y revisaba sus novelas es difícil saber si la novela, tal y como la dejó, se parece a la novela tal y como hubiera quedado de haber podido continuar con su labor.

De modo que, igual que la adaptación de Wives and Daughters (Hijas y esposas) de Gaskell, esta adaptación cuenta con un final inventado que, como suele pasar, es polémico.

The Bucaneers cuenta las aventuras y desventuras de un grupo de cuatro amigas (dos hermanas y dos hermanas) americanas que, bajo la supervisión de su institutriz inglesa y una amiga americana, viajan a Londres en plena temporada a encontrar marido. Esto era algo común (no hay más que ver Downton Abbey para un ejemplo reciente): las ricas herederas americanas buscaban títulos nobiliarios que les dieran caché y la nobleza británica buscaba liquidez: la simbiosis perfecta si la cosa salía como en Downton Abbey o el típico matrimonio de conveniencia infernal si la cosa no iba bien, aquello era una lotería y las historias de estas cuatro chicas (una de ellas más o menos basada en un personaje histórico real: Doña María Consuelo Iznaga y Clement, duquesa de Manchester).

Sin conocer la novela, me ha parecido una adaptación estupenda, una miniserie de lo más amena, de esas que hacen esperar con ganas el siguiente episodio. Ambientada como sólo la BBC sabe, sobre todo a mediados de los años noventa.

En fin, muy, muy recomendable, supongo que como la novela original.

lunes, 4 de junio de 2012

Tarta confetti para el jubileo de diamante

El jubileo de diamante de la reina que se ha celebrado el Reino Unido por todo lo alto este fin de semana es también conocido por estos lares como "cualquier excusa es buena para celebrar la anglofilia". Porque así fue.

El sábado decidí que Héctor iba a ir de "British boy": estrenó su camiseta de los Rolling Stones que compré en su día, más que nada, lo confieso, por el detalle de la banderita. Pero los Rolling le dan un toque irreverente que nunca viene mal. Y ojo a cómo combina todo con el columpio.


Me di cuenta de que a pesar de las muchas veces que hemos viajado a Inglaterra no tengo nada remotamente británico en el armario. Lo podría subsanar con una escapada a cualquier tienda de ropa, ya que este año la Union Jack parece ser el estampado de moda, pero - y que no me oiga Héctor - las banderas no suelen gustarme demasiado como estampado. Así que le eché imaginación y decidí que si Héctor iba de los Rolling yo iría de los Beatles y me puse mi camiseta (neoyorquina, eso sí) de Strawberry Fields Forever.

Por la tarde por fin encontramos un hueco para retomar la repostería. El hueco necesario era minúsuculo y sin embargo el fin de semana anterior, incluso con lunes festivo, había sido imposible dar con él. Pero bueno, así le dedicamos a la reina una tarta de lo más festiva: la Confetti Cake de Duncan Hines. Para que no todo nos lo dieran hecho, hicimos el glaseado de Philadelphia con azúcar y, para que se viese el interior festivo también en el exterior, la decoramos con bolitas de colores.


Héctor nos dejó estar con las manos en la masa razonablemente bien, sentado en el suelo de la cocina, sacando y metiendo cosas de cajas hasta que llegó el momento de utilizar la batidora, que le dio pánico. Un pánico muy selectivo porque su babycook, donde le hago la comida y las papillas de frutas, hace mucho más ruido al triturar y le deja impertérrito.

El preparado, aparte de facil, resultó muy apacible. No así telehorno que fue trepidante. Sentada en el suelo con Héctor, comprobé que no aprendemos a seguir las instrucciones en cuanto a moldes. Este tipo de preparados suelen ser para hornear dos tartas en dos moldes iguales que luego se unen con el glaseado. Pues bien, aquí no tenemos dos moldes iguales, así que nos atenemos a la opción de hacer un único bizcocho y luego cortarlo por la mitad, que tiene riesgos como el inminente ataque de corazón cuando una ve subir y subir y subir el bizcocho a velocidad de vértigo y la tensión de cortar el bizcocho sin que se rompa y volverlo a montar de nuevo. Sorteamos con éxito todos los obstáculos y el resultado fue el de arriba, que por dentro era así:


La tarta quedó (y aún dura) para chuparse los dedos. Manuel se esperaba más por aquello de ser un preparado y dice que para hacer un tarta rica ya la hacemos nosotros, pero yo soy menos tiquismiquis: dadme una tarta rica y no le pondré pega alguna. Héctor por supuesto tuvo que probarla (también prueba cosas sanas, que conste: adora la fruta de verano) y le encantó, pero es que entraba de maravilla no sólo por los ojos, sino también por la boca. Muy ligerita, además, y eso con el calorazo se agradece.

Y para acabar dejo la canción del jubileo, compuesta por Gary Barlow y Andrew Lloyd Webber y que este fin de semana - para hartazgo de Manuel - no ha parado de sonar en casa (junto con el resto de las del CD - un tanto irregular, muy divertido según cómo se mire/escuche, y es que es muy variopinto - del jubileo).




Felices días anglófilos que sin embargo me han dejado los dientes muy largos pese a que finalmente parece que este verano nuestros pies y las ruedas del carrito de Héctor no pisarán esa "land of hope and glory".