miércoles, 30 de junio de 2010

Estos tiempos

Y no, no hablo de estos tiempos de crisis que tenemos encima, sino de estos tiempos - más en general - en que vivimos. Porque, de nuevo en general, vivimos bastante bien, a pesar de que el otro día, buscando no sé qué receta me encontré con que hay gente que (parece ser que sin tener problemas de alergia ni nada) se hace su propio detergente casero. No seré yo la que le diga a nadie en qué invertir su tiempo pero me pareció bastante chocante.

Me recordó a que, después de leer la biografía de Carmen Laforet y antes de pasar a leer el último libro de Maggie O'Farrell, me oxigené un poco con la siempre estupenda poesía de Helen Dunmore. En París el verano pasado, en Shakespeare & Company, me había comprado su última colección de poemas, Glad of These Times (contenta con estos tiempos) y no la había leído más que por encima. Así que con The Betrayal aun fresco, me leí sus nuevos poemas, que son de ese tipo que tanto me gusta: de a pie.

Suscribo al pie de la letra el poema que da título a la colección:

Glad Of These Times

Driving along the motorway
swerving the packed lanes
I am glad of these times.
Because I did not die in childbirth
because my children will survive me
I am glad of these times.

I am not hungry, I do not curtsey,
I lock my door with my own key
and I am glad of these times,

glad of central heating and cable TV
glad of email and keyhole surgery
glad of power showers and washing machines,

glad of polio inoculations
glad of three weeks' paid holiday
glad of smart cards and cash-back,

glad of twenty types of yoghurt
glad of cheap flights to Prague
glad that I work.

I do not breathe pure air or walk green lanes,
see darkness, hear silence,
make music, tell stories,

tend the dead in their dying
tend the new-born in their birthing,
tend the fire in its breathing,

but I am glad of my times,
these times, the age
we feel in our bones, our rage

of tyre music, speed
annulling the peasant graves
of all my ancestors,

glad of my hands on the wheel
and the cloud of grit as it rises
where JCBs move motherly
widening the packed motorway.


Lo siento por los que no saben inglés, pero me siento incapaz de traducir el poema. Un resumen (resumir un poema, qué cosas), sería que celebra todo lo bueno de estos tiempos (y un país como el nuestro, claro): el reducido índice de mortalidad infantil, las lavadoras, las vacunas, los coches, los vuelos baratos, el que no pasemos hambre, que tengamos un techo sobre nuestra cabeza, el poder trabajar fuera de casa, etc. Y reconoce que sí, que respiraremos un aire menos puro, que caminaremos por sendas menos verdes, que disfrutaremos menos de la oscuridad y del silencio, etc., pero que en realidad está contenta de este tiempo que nos ha tocado vivir. Lo mismo pienso yo, incluso con el holocausto nuclear que tengo alrededor y que en lugar de ir menguando no hace más que expandirse (espacial y sonoramente).


Al hilo de esto me hizo gracia un comentario de Stella Gibbons en Nightingale Wood, escrito en 1938 pero que sigue vigente (como tantas cosas de ese libro) a día de hoy:


Civilization as we know it is corrupt. It may be doomed; there are plenty of omens. Its foundations are rat-eaten, iuts towers go up unsteadily into lowering clouds where drone the hidden battle-planes. But it can, and does, supply its young daughters with luxuries at prices they can afford. No woman need be dowdy, or shabby genteel. While she has a few shillings to spend on clothes, she can buy something pretty and cheerful. This may not be much, but it is something. Tomorrow we die; but at least we danced in silver shoes.

La civilización, tal y como la conocemos, está corrompida. Puede incluso que esté condenada, desde luego hay signos de sobra que así lo sugieren. Sus cimientos están carcomidos por las ratas y sus torres se elevan, inestables, hasta las nubes bajas por las que planean los aviones de guerra. Lo que sí puede, y de hecho así lo hace, es proporcionar a sus hijitas ciertos lujos a precios que pueden permitirse. Ninguna mujer debe vestir sin gracia o ir discretamente andrajosa: mientras tenga unos cuantos chelines para ropa se podrá comprar algo bonito y alegre. Puede que no sea gran cosa, pero algo es. El día de mañana moriremos, pero al menos pudimos bailar con zapatos plateados. (Traducción cutre mía)

Editado al día siguiente para añadir un par de cosas que pueden interesaros a las que habéis dejado comentarios:

- Ya lo recomendé hace tiempo, pero el "minidocumental" The Story of Stuff (aquí está doblado en argentino) es muy, muy esclarecedor. Yo lo vi hace ya casi dos años y lo sigo teniendo bien fresco. Y como dije entonces: sólo dura 20 minutos, tiene dibujitos chulos y creo que todo el mundo debería verlo.

- Visto ahora mismo a través de la newsletter de la editorial Persephone, este artículo del historiador David Kynaston (autor de Austerity Britain y Family Britain), en inglés, claro, sobre la austeridad de los años cuarenta en el Reino Unido y cómo la población la sobrellevó, más o menos, con cuatro puntos clave. Como dice Kynaston, la austeridad ya fue difícil de "vender" entonces y lo es ahora incluso más. Eso sí, también aclara que aquellas medidas de austeridad venían impuestas por la escasez de alimentos y productos, no tanto por la escasez de dinero, mientras que ahora la austeridad la impone el dinero. En cualquier caso es una reflexión muy interesante, creo.

lunes, 28 de junio de 2010

Cup & Cake


¡Por fin el viernes nos acercamos a conocer Cup & Cake! Por si alguien no lo sabe está en Enric Granados 145, casi a la altura de la Diagonal.


Desde que empecé a oír hablar de ella por los blogs tenía curiosidad por conocerla, pero como quería que Manuel viniera también hubo que esperar hasta que pudimos sincronizar nuestras agendas: el viernes fue el día perfecto.

Llegamos allí a una hora supongo que un poco extraña, a pesar de ser la hora del té por excelencia, a eso de las cinco. Cuando entramos nosotros no había nadie más, pero al poco empezó a entrar gente, un par de chicos que se quedaron y otra gente que pedía para llevar. Algunos tenían pinta de ser ya habituales.

Me sorprendió ver que también tienen sándwiches con muy buena pinta, de ahí que sobre la mesa haya estos condimentos que precisamente para las cupcakes no son. Me gustó también el detalle de las tostadoras. Eso sí, sé que así se aprovecha mejor el espacio, pero yo hubiera optado por mesas separadas más que por una mesa común. Nosotros la tuvimos para nosotros solos porque los chicos que vinieron después se quedaron en las butacas de la parte delantera, pero supongo que cuando haya más gente debe de ser un poco incómodo para hablar, para elegir dónde sentarse (supongo que las sillas que quedarán vacías siempre serán las del centro), etc.

Pero bueno, nosotros íbamos ahí a probar las cupcakes, no a reflexionar sobre la distribución del espacio. Manuel se pidió la oferta de café más cupcake (por 2,50 me parece que sale) con cupcake de chocolate y yo me pedí un té curiosamente de Sans & Sans que están bien cerquita, sólo hay que cruzar la Diagonal, Darjeeling Castleton (estaba rico y eso que yo soy poco de Darjeeling) con una de las famosas cupcakes red velvet (terciopelo rojo).


Manuel dice que la suya estaba rica (yo probé un trozo y me gustó) pero no fue ni de lejos tan entusiasta como yo con mi red velvet que estaba para literalmente chuparse los dedos. Me encantó la sorpresa de que estuviera rellena también con el "frosting", queda riquísima y jugosísima, aparte de la joya visual que es este pastel. Muchas veces he pensado en hacerlo en casa pero me ha echado para atrás lo del colorante (soy poco de colorantes la verdad, me gustan más los colores naturales) pero ayer mismo estuve buscando recetas y ahora es una receta que está muy, muy arriba en la lista repostera.

Hemos hecho cupcakes en casa (estas, por ejemplo) aunque yo, pese a ser consciente de que no son exactamente lo mismo, las llamo madalenas y me quedo tan ancha. Lo que me da también pereza es lo del frosting. Los glaseados no son lo nuestro y aunque en cualquier tienda una manga pastelera normalita no cuesta nada (también las he visto muy caras, pero para el uso que yo le daría creo que me bastaría con una de las baratas) nunca me decido a comprarla. Total, cuando la vayamos a necesitar ya la compraré. Pero el frosting de la cupcake de red velvet estaba delicioso, no lo juraría pero lo que me pareció, y vistas ayer las recetas, era que se parecía al que ponemos en la tarta de zanahoria de queso Philadelphia y azúcar y que queda tan rico. Cuando hagamos red velvet (en tarta o madalenas, ya veremos) lo pondremos sin dudarlo.

Mi cupcake fue vista y no vista:


Hay que tener en cuenta que el día anterior había sido San Juan, así que ya habíamos comido un montón de coca. En vista de los planes alimentarios (coca, cupcakes) habíamos decidido no hacer repostería casera el sábado, pero al final no pudimos evitar llevarnos unas cuantas cupcakes para desayunar el sábado. Yo quería sólo tres, pero resulta que por menos de cuatro no te dan cajita y como yo no quería que se me aplastaran pedí una más (cualquier excusa es buena). Manuel quería de tarta de zanahoria pero por lo visto esas vuelan y rara vez llegan a la tarde, así que repitió chocolate y se animó con la de manzana y nueces, que por lo visto también estaba rica.

Yo me traje otra red velvet y una de vainilla. La red velvet al día siguiente estaba igual de rica y la de vainilla también me supo a gloria. (Y también he localizado una receta, habrá que probarla para saber si está igual de rica).


Pero bueno, a pesar de que "externalizamos" la repostería, no pudimos aguantar el sábado mano sobre mano e hicimos helado de straciatella, aunque no lo probamos hasta ayer por la noche, perfecta recompensa para después de la plancha y el calorazo que hacía. La película de ayer fue Love Crazy (Mi marido está loco), de 1941, con la pareja de moda de la época por excelencia: Myrna Loy y William Powell. Cuando empezaba la película al ver los créditos (yo nunca sé qué película va a ser) me alegré de ver sus nombres juntos de nuevo y le comenté a Manuel que debían de ser como Angelina Joplie y Brad Pitt de la época (salvando las distancias: infinitamente mejores Myrna Loy y William Powell, que por otra parte no eran pareja en la vida real, aunque visto lo mucho que rodaban juntos probablemente pasaban más tiempo juntos que con sus respectivas parejas), claro que como dijo Manuel, estos estaban a sueldo del estudio que podía sacarles todo el partido como pareja y supongo que Angelina Jolie y Brad Pitt juntos deben de estar al alcance del bolsillo de pocos productores. El caso es que la película nos gustó mucho, otra de esas injustamente olvidadas, porque no se resulta ni antigua ni fechada y si en cambio divertidísima, de esas con las que se saltan las lágrimas de la risa.

Una última foto para animaros a pasar por Cup & Cake:

domingo, 27 de junio de 2010

Largo domingo de té

El título y el color de las fotos de esta entrada se deben, en mayor o menor medida, a la influencia de Un long dimanche de fiançailles (Largo domingo de noviazgo), película que yo ya había visto hace tiempo, después de que el libro del mismo título de Sébastien Japrisot me gustara muchísimo. Manuel no la había visto y aunque habría colado como Noche de viernes por ser una adaptación, lo cierto es que la vimos algún otro día (ahora no recuerdo exactamente cuándo) de la semana pasada. Me volvió a gustar mucho, y el otro día me di cuenta de que es de ese tiempo en que yo ya leía cosas de cómo la guerra - Primera o Segunda - afectaba a gente normal y corriente pero no "unía los puntos", no me daba cuenta de que si encontraba las historias fascinantes era, sí, porque lo eran, pero también por el trasfondo que tenían. No sería hasta años después cuando me di cuenta de que las historias "normales y corrientes" verdaderas o ficticias que sucedían con la guerra como telón de fondo me gustaban.

Todo esto del color y el título, debo confesarlo, se me ha ocurrido mientras intentaba - sin mucho éxito - que Blogger colaborase para subir estas fotos que pongo aquí debajo. Blogger no estaba por la labor y he tenido que buscar rutas alternativas para subir las fotos. No sabía qué título ponerle a esta entrada y, con la película todavía reciente, se me ha ocurrido el juego de palabras. Después me he dado cuenta de que el color del té blanco de vainilla es idéntico al del cielo del cartel de la película y el tono de ciertas escenas de la película también. Era cuestión de unir los puntos, como con los libros de guerra que decía antes.

Esta entra también es un pequeño guiño a una entrada que escribí hace siglos, con imágenes parecidas tomadas con la cámara vieja. Me he decidido a "actualizar" las imágenes al actualizar el té. Con los tés me dejo llevar por lo que me apetezca cada tarde (por la mañana siempre desayuno Yorkshire tea), salvo los domingos, que son el día por excelencia del té blanco de vainilla. No sé cuándo comenzó la tradición después de comprarlo por primera vez, pero el caso es que ya nunca lo tomo entre semana, quizá porque por alguna indescriptible razón es un té que va perfectamente al ambiente nostálgico de los domingos.

El caso es que el domingo pasado se me gastaron los 100 gramos adquiridos en abril de 2008 (gracias, blog), nada menos y yo no concebía este domingo castigada sin té, así que el otro día fui a comprarlo a Sans & Sans (no sé por qué este sabor en concreto no lo tienen en la tea shop). Estuve por llevarme dos bolsas de 100 gramos, incluso siendo consciente del larguísimo tiempo que me había durado la primera bolsa (más de dos años) y le pregunté a la chica de la tienda que, partiendo de la base de que el té no se pone malo, cuál era el tiempo de conservación que ellos recomendaban. Me dijo que un mes y, claro, no pude ocultar mi asombro. ¡Pero si a mí una bolsa me ha durado un año! (eufemismo lo de un año). Me contestó que habría perdido el olor y, no quise entrar en una discusión acerca del té, pero hoy, al estrenar mi nueva bolsa de 100 gramos me ha olido de forma idéntica a cómo olía cuando el domingo pasado se me acabó la bolsa de dos años y pico.

El té blanco de vainilla me encanta por el sabor, por el color y por el olor. Qué bien me lo paso preparándome mis tés en su taza japonesa, es mi ceremonia del té particular. Mucho más simple, más informal que la japonesa, eso sí.











Ya sé que he comentado lo mucho que me gusta la luz filtrada a través del té, la luz que parece que sale del propio té como un millón de veces, pero no me canso ni de repetirlo ni de verla al natural ni de intentar captarla en foto.


Y sí, la taza Muji número tres (y última de su dinastía) sigue - y espero no gafarla con esto - vivita y coleando. Ya tiene a su heredera de la dinastía Bodum a la espera en el cajón, de capacidad menor pero mucho más robusta. Nuevos tiempos, pero que tarden en llegar todavía.

viernes, 25 de junio de 2010

San Juan

Ay, qué buenas están las cocas de San Juan. En la pastelería el miércoles mientras me las preparaban se me hacía la boca agua y me aferré al hecho de que para comer, de postre, empezaríamos a hincarles el diente, al menos a una de las dos. Mis planes se vinieron abajo cuando Manuel dijo que la tradición era que se comían por la noche. Así que tooooooda la tarde hubo que aguantar el delicioso olor que desprendían hasta por la noche.


Tuvimos suerte y pudimos saborear la coca con ruido de petardos moderado. Los hubo, sí, pero fueron de los que no son como una explosión. Manuel y yo nos reíamos porque entre el estado de la calle - las obras que no hacen más que empeorar y llamarlas "holocausto nuclear" ya es poco - y el ruido de bombardeos - de haberlos habido - la cosa habría sido como sacada de cualquiera de los diarios de la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra que tanto leo. Lo más anacrónico (aparte de los electrodomésticos y demás) de la noche habría sido la coca, impensable durante el racionamiento.


Ayer, día de San Juan propiamente dicho, también daba la impresión de que algo había estallado en la cocina. Yo no la veía tan, tan rara hasta que Manuel enumeró: dos cajas de cocas, tres cuencos (grandes) a rebosar de ciruelas (hay que buscar recetas relacionadas ya), unos ganchitos y algunas otras cosas de picar de nuestra verbena particular y la estrella del surrealismo reinante: una enorme flor de alcachofa. Así no es tan chocante:




Pero así se aprecia la alcachofa que fue perfectamente.



Insisto en que es enorme, aunque el color es ligeramente diferente, más tirando a violeta que a azul.

En fin, que San Juan estuvo bien, acompañado de dulces y con el toque surrealista que nunca va mal.

jueves, 24 de junio de 2010

Una víspera de San Juan...

El año pasado por estas fechas, con petardos de fondo y deliciosa coca en el estómago, leía un libro en que se festejaba San Juan/el solsticio de verano.

Pero San Juan siempre me recuerda a Nada, de Carmen Laforet, por cómo se celebra por estas tierras.

Aunque estos días del solsticio de verano, en realidad, a lo que me recuerdan siempre, siempre, siempre es a una noche de solsticio de verano que nunca sucedió pero que alguien comenzó describiendo así:

A splendid Midsummer shone over England: skies so pure, suns so radiant as were then seen in long succession, seldom favour even singly, our wave-girt land. It was as if a band of Italian days had come from the South, like a flock of glorious passenger birds, and lighted to rest them on the cliffs of Albion. The hay was all got in; the fields round Thornfield were green and shorn; the roads white and baked; the trees were in their dark prime; hedge and wood, full-leaved and deeply tinted, contrasted well with the sunny hue of the cleared meadows between.
On Midsummer-eve, Adèle, weary with gathering wild strawberries in Hay Lane half the day, had gone to bed with the sun. I watched her drop asleep, and when I left her, I sought the garden.
It was now the sweetest hour of the twenty-four: -- "Day its fervid fires had wasted," and dew fell cool on panting plain and scorched summit. Where the sun had gone down in simple state -- pure of the pomp of clouds -- spread a solemn purple, burning with the light of red jewel and furnace flame at one point, on one hill-peak, and extending high and wide, soft and still softer, over half heaven. The east had its own charm or fine deep blue, and its own modest gem, a casino and solitary star: soon it would boast the moon; but she was yet beneath the horizon.
I walked a while on the pavement; but a subtle, well-known scent -- that of a cigar -- stole from some window; I saw the library casement open a handbreadth; I knew I might be watched thence; so I went apart into the orchard. No nook in the grounds more sheltered and more Eden-like; it was full of trees, it bloomed with flowers: a very high wall shut it out from the court, on one side; on the other, a beech avenue screened it from the lawn. At the bottom was a sunk fence; its sole separation from lonely fields: a winding walk, bordered with laurels and terminating in a giant horse-chestnut, circled at the base by a seat, led down to the fence. Here one could wander unseen. While such honey-dew fell, such silence reigned, such gloaming gathered, I felt as if I could haunt such shade for ever; but in threading the flower and fruit parterres at the upper part of the enclosure, enticed there by the light the now rising moon cast on this more open quarter, my step is stayed -- not by sound, not by sight, but once more by a warning fragrance.
Sweet-briar and southernwood, jasmine, pink, and rose have long been yielding their evening sacrifice of incense: this new scent is neither of shrub nor flower; it is -- I know it well -- it is Mr. Rochester's cigar. (Jane Eyre, de Charlotte Brontë, capítulo XXIII)

Un espléndido mes de junio brillaba sobre Inglaterra: los cielos tan límpidos, el sol tan radiante como se contemplaba de forma continuada es un privilegio del que rara vez se goza, incluso en días aislados, en nuestro nebuloso país. Parecía como si una racha de días italianos hubiese volado desde el sur, como una bandada de magníficas aves de paso, y reposaran de su viaje en los acantilados de Albión. El heno ya estaba guardado y los campos que rodeaban Thornfield verdes y segados, los caminos secos, los árboles en todo su esplendor, los bosques y los setos verdes y cubiertos de espeso follaje que contrastaba con los tonos más luminosos de los campos.
La víspera de San Juan, Adèle, cansada después de haber pasado la mitad del día cogiendo fresas salvajes en Hay Lane, se había acostado al ponerse el sol. Estuve junto a ella hasta que la vi dormida y bajé entonces al jardín.
Era la hora más agradable de las veinticuatro, cuando "el día ha consumido sus fuegos ardientes" y el rocío refresca la llanura agostada y el monte abrasado. Por allí donde el sol se había puesto, libre de nubes, se iba extendiendo un manto rojo, con el fulgor de un rubí o una ardiente llama, en la cumbre de una colina, y aparecía más y más tenue a medida que se elevaba hasta cubrir la mitad del cielo. El este tenía su propio encanto, un suave azul, y ostentaba su propia y modesta joya, una estrella solitaria. Pronto tendría la luna, pero de momento esta no asomaba todavía en el horizonte.
Primero paseé por delante de la casa, pero llegó hasta mí el suave y bien conocido aroma de un puro que escapaba por alguna ventana. El ventanal de la biblioteca estaba entornado y, comprendiendo que podían verme desde allí, me dirigí hasta el huerto, el rincón más resguardado y paradisiaco: lleno de árboles, cargado de flores. Un muro muy alto lo aislaba del patio por un lado y, por el otro, una avenida de hayas lo separaba del jardín. Al fondo había una valla caída y de los prados solitarios sólo lo apartaba un caminito bordeado de laureles que terminaba en un gigantesco castaño rodeado de un asiento: por aquí uno podía caminar libre de las miradas ajenas. Era tan agradable el rocío, tal el silencio y tan grata la sombra que hubiera deseado no moverme de allí. Anduve entre las flores, contemplé los frutales, encantada entre la luz de la luna y los esplendores del suelo y de pronto me detuve, pues aunque no oía nada, llegaba a mí de nuevo el aroma delator.
Las rosas, el abrótano, los jazmines y los claveles perfumaban el ocaso desde hacía rato; este nuevo olor no lo desprendían ni los arbustos ni las flores, pero yo lo conocía bien: era el puro del señor Rochester. . .
(Jane Eyre, de Charlotte Brontë, capítulo XXIII. Batiburrillo de traducciones: María Fernanda de Pereda, Juan G. de Luaces y yo)

Mañana ya contaré cómo nos estamos poniendo de cocas...

miércoles, 23 de junio de 2010

Presencias tentadoras y hallazgos musicales

Desde el sábado tenemos en casa esta presencia llegada desde Madrid que desprende un aire de tentación e intriga. Mis padres han nombrado a Manuel guardián de mis regalos de cumpleaños: nada de abrirlos hasta el día 6. Y Manuel, que para mi cumpleaños de momento no tiene más que la sugerencia del molde de cake rígido, bromea con que se va a quedar con una de las cajas para hacerla pasar como suya.

Así que aunque están custodiados en un rincón apartado que no tengo que ver todo el tiempo, cuando paso por allí siempre me invade una enorme intriga y se me enciende en la cabeza una cuenta mental de cuántos días faltan realmente para el día 6. ¿He contado alguna vez aquí cómo mi año de regalos está perfectamente dividido en dos mitades iguales? Antes de nacer yo tenía ojo para estas cosas: del 6 de julio - mi cumpleaños - al 6 de enero - día de Reyes - hay exactamente los mismos seis meses que después del día de Reyes a mi cumpleaños. Es la proporción perfecta.

Quería haber completado esta entrada, para que no quedase tan misteriosa, con una pila de libros de adquisiciones recientes, pero resulta que la mitad de la pila - dos libros - no llega y creo que la semana que viene tendré que reclamarlos, así que todavía tardarán.


Pero puedo hablar de mi último hallazgo musical, que me tiene encantada y no sólo por esas preciosas portadas. Los Beatles siguen luchando contra la artillería pesada de las obras, pero en cuanto puedo me pongo el primer o segundo disco de She & Him, que me tienen fascinada. Es música actual que suena - a mí, que estoy lejos de tener ojo clínico musical - como si estuviera hecha entre los años cincuenta o sesenta. Una maravilla para los oídos que desde hace unos días suena a la mínima oportunidad.

Quería haber puesto Home, que es una de mis preferidas, pero como no está disponible en reproductor de estos pequeñitos (aunque puede escucharse en YouTube, y recomiendo encarecidamente que se escuche), me quedo con This Is Not a Test:


Aunque me ha costado mucho decidirme porque Lingering Still también me gusta muchísimo y es imposible no lanzarse al tarareo con In the Sun (con un vídeo divertidísimo, además), aunque todas son muy "tarareables". Melodías muy alegres y música muy sencilla que son una delicia para los oídos, sobre todo para estos pobres oídos míos maltratados por las obras.

Por las obras y, cuando las obras acaban y piensas que por fin llega el silencio moderado, por los petardos. Creo que no me voy a acostumbrar a los petardos en la vida... ni tampoco a recibir catálogos de 16 páginas con todas las variedades de petardos que pueden comprarse, cosa que siempre me parece muy, muy curiosa.

Para compensar los petardos esta noche tendremos coca que tengo encargada y que iré a recoger dentro de un rato. Ya se me está haciendo la boca agua.

martes, 22 de junio de 2010

Nightingale Wood, de Stella Gibbons

No me canso de recomendar Cold Comfort Farm, de Stella Gibbons, ahora por fin traducida como La hija de Robert Poste (que es el título que le dieron aquí a la película).

Lo malo del asunto hasta ahora era que, con todo lo que me había gustado, no podía leer más de Stella Gibbons porque el resto de su obra (en total escribió 25 novelas, 4 colecciones de poesía y 3 libros de relatos) porque estaba todo descatalogado y nunca encontraba nada de segunda mano. Así que me hizo mucha ilusión cuando vi que Virago reeditaba por fin otra novela suya: Nightingale Wood, publicada por primera vez en 1938, seis años después de su primera y famosísima novela.

Me hice con ella por fin en Londres en abril (prueba de las ganas que tenía de conseguirla es que la compré en la primera librería en la que entramos, Blackwell's, creo) y desde entonces no veía el momento de ponerme con ella.

Quizá por eso el principio no es que me decepcionara exactamente, sino que se me hizo un poco pesado, un poco lento. Me daban ganas de decirle a Stella Gibbons (ya muerta hace casi veinte años la pobre mujer): "sí, sí, ya nos has puesto en suficientes antecedentes, pero ¿cuándo empieza la acción?" No es que los antecedentes estuvieran mal, simplemente no parecían llevar ningún sitio.

En todo eso, sin embargo, había algunas cosas claras: primero lo moderno de la prosa de Stella Gibbons. Me encantan las bromas internas acerca de sus personajes o la creación y redacción de la historia que comparte con el lector y que forjan una complicidad única, como algo que dos comentan en voz baja rodeados de un montón de gente. Me gusta cuando los autores se dirigen a los lectores: famoso es el "lector" al que se dirige Charlotte Brontë en su obra, sin ir más lejos. Y después está el sentido del humor, también muy moderno, como muchos comentarios acerca de la sociedad de la época. De la época o actuales, a veces no hay separación temporal, como cuando se bromea con los hobbies de los adinerados y se dice que todos debían durar poco tiempo y ser muy caros. (A propósito de los ricos también se dice otra cosa que me hizo mucha gracia: "una de las pequeñas alegrías de los ricos es que nunca saben de qué serán sus sándwiches").

Es cierto que hay cosas un poco fechadas, pero son las menos, creo yo, y la modernidad del libro en general los anula.

La novela es una especie de Cenicienta moderna (por lo visto a Stella Gibbons le gustaba mucho esto de poner al día los cuentos de hadas y lo hizo en otras novelas): Viola Wither (atención al nombre, que viene a decir "viola marchita") es una viuda de 21 años que se casó con el hijo cuarentón y nada entrañable de los Wither. A la muerte de éste, que nadie parece lamentar demasiado, la familia política de Viola, modestamente adinerada y con un cabeza de familia de lo más tacaño, se ve en la obligación de invitar a Viola, que sólo tiene a unas tías, a vivir con ellos. El problema está en que Viola era hija de un tendero y había trabajado en una tienda, por lo que los snobs de los Wither la ven con malos ojos. Menos mal que Viola congeniará más o menos con una de las hijas, Tina, que siempre espera que pase algo emocionante. La otra, Madge, está muy ocupada con sus pasatiempos más bien masculinos. Pero a Viola este estilo de vida aislado se le hace pesadísimo.

En otra casa cercana, una familia de nuevos ricos (eso sí, riquísimos), son la envidia de todos los que les rodean y Victor Spring, el hijo casadero (cuyo apellido significa "primavera", no diré más), es el objeto de los suspiros de decenas de jovencitas. La madre de Victor es viuda y por más que ha intentado moldear a su sobrina Hetty a su gusto, esta se rebela siempre y se aburre muchísimo con el estilo de vida que llevan, llegando a envidiar el estilo de vida que imagina que llevan los Wither. Una representación gráfica del famoso dicho inglés de que "la hierba siempre está más verde al otro lado".

Si en todo esto incluímos a un vagabundo conocido como "el ermitaño" o a un chófer llamado Saxon el estilo y la historia son puramente Gibbons (o lo que yo conozco de ella, claro). Y también está el hecho de que demuestra, como tantas novelas inglesas, que se pueden tratar algunos temas serios con sentido del humor. El mensaje está ahí igual, pero contado de forma mucho más amena y ligera.

El caso es que cuando la historia coge velocidad entonces se vuelve imparable y todo lo que yo podía esperar de ella. Además es de esas que acaban contándote qué será de todos los personajes. Será que yo tengo poca imaginación, pero creo que todas las películas, libros y demás historias deberían acabar así, incluso si, como en este caso, hay que transformar una novela que quiere ser más o menos realista (situada en el contexto histórico tal y como sucedía, con alguna mención a la guerra en España o a las posibilidades de otra nueva guerra; es 1938) en una novela más imaginativa, puesto que es muy probable que la Segunda Guerra Mundial cambiara muchas cosas.

A ver si con un poco de suerte siguen reeditando novelas de Stella Gibbons. Tampoco me importaría poder leer la biografía, también descatalogada, de Stella Gibbons, dicho sea de paso.

lunes, 21 de junio de 2010

Bizcocho de yogur

El sábado fue un día frigorificocéntrico. El viernes habíamos comprado uno nuevo: el viejo ya estaba un poco renqueante y como decía el cartel de una tienda que vi el otro día: "¡¡que viene el IVA!!" (y no podíamos evitar tararear esta canción de los Beatles, claro que ellos la cantaban porque el "taxman" - recaudador de impuestos - se quedaba con el 95% de sus ingresos). El sábado nos lo traían, así que todos, absolutamente todos, nuestros movimientos del sábado, tenían que ver con el frigorífico. Tuvimos suerte y nos lo trajeron prontito, así que se nos dio bien todo eso de dejarlo reposar, encenderlo, llenarlo, colocar los imanes (ya, bueno, esto último no venía en las instrucciones), etc.

Así que está bien que ya desde el principio de la semana, sin tener ni idea de las complicaciones que traería el sábado, estuviera decidida a hacer la repostería que fuera con tal de que fuera fácil. Y hojeando los libros de recetas y las recetas sueltas que tengo "archivadas" en ellos, me topé con esta del bizcocho de yogur de la web de Gallina Blanca (en la que algún día entré no sé muy bien por qué) y que mi madre - sacada de otras fuentas y bajo el nombre de bizcocho 1-2-3 - había hecho alguna vez para recibirnos al llegar a Madrid y que estaba rico. Y al ver la receta tan fácil no hubo más que buscar: estaba decidido.

Eso sí, últimamente no hay receta sin complicación. Así que por si con la paranoia de si el frigorífico coge frío o no no teníamos suficiente, yo decidí que quería hacer esta receta en el molde tipo cake. Ya se sabe: los moldes y yo, ¿cuándo aprenderé? Necesito un asesor de moldes. Quizá la idea no hubiera sido mala en sí, pero hay que tener en cuenta - aunque yo no lo tuve - que mi molde de ese tipo es de silicona. Total, que echamos la mezcla sencillísima en el molde y lo meto en el horno. Me doy la vuelta un momento (no recuerdo para qué, probablemente para mirar con ojos de cordero degollado una vez más nuestro nuevo electrodoméstico) y cuando me giro a ver telehorno me encuentro que el molde de silicona rectangular ahora ha perdido la forma (y las formas), se ha curvado por los laterales y, lo que es peor, está a punto de desbordarse. La maruja vaga que hay en mí salió a relucir y se puso histérica pensando en quitar la masa requemada del suelo del horno. ¡Por ahí no paso! Así que se me mete en la cabeza que hay que hacer lo que en todas partes dicen que no hay que hacer: abrir el horno durante los 20 primeros minutos de cocción, no recomendable porque son los minutos en los que actúa la levadura y en los que se supone que si baja la temperatura de forma brusca, la levadura deja de actuar. Algo así. Pero a mí me da igual todo eso y, en cambio, no me da igual tener que limpiar el horno: abrimos el horno, sucede un milagro por el cual ni me quemo ni se me desborda el molde, Manuel pone la "alfombrita" de silicona que tenemos para hacer las pizzas y demás, y sucede el segundo milagro, idéntico al primero. Con el molde una vez dentro del horno de nuevo es cuando me pregunto si nos habremos cargado el efecto de la levadura. Pero no hay miedo: aquello sigue subiendo alegremente, siempre a punto de desbordarse pero nunca llegando a hacerlo. ¡Como si con el frigorífico no hubiera cubierto el cupo de emociones fuertes del día! Pero en fin, al final los electrodomésticos y sus contenidos se comportaron: el frigorífico enfrió y el horno calentó, me bebí una Coca Cola bien fresquita después de un día de cosas templadas y saqué un bizcocho de forma - eeeh - original del horno.

Menos mal que la forma importa poco y que a las cosas es cuestión de echarles imaginación: al principio lo llamé "bizcocho de forma deconstruida" pero luego, mirándolo más detenidamente y con las noticias aún frescas de que la única lectora, por trabajo (!), se iba al día siguiente al Mundial de Sudáfrica no hubo duda: es Bizcocho Mundial. Tan rara quedó la forma que mucho me costó decidirme sobre cómo partirlo: al final lo corté como si fuera redondo del todo.

Una cosa quedó clara después de toda la debacle del molde (en su edición número 764756): le dije a Manuel, que estos días anda pensando qué regalarme por mi cumpleaños, que para mi cumpleaños quería un molde tipo cake rígido.

Al final ya digo que la forma importa poco y el bizcocho quedó riquísimo. Además hacía, creo, mucho tiempo que no hacíamos un bizcocho normal y corriente.

Y mejor que supo por la mañana acompañado de los cuadros y un artículo sobre JMW Turner y por la noche después de planchar y ver The Feminine Touch (no encuentro el título español; no se estrenaría aquí), de 1941: divertida y un tanto caótica, Manuel decía que debía de haber tenido 20 guionistas que no se hablaban entre ellos. Pero estuvo bien.

Y el fin de semana también me enganché a otra de las películas que estaba viendo Manuel: A Private Function (Función privada), de 1984, con Maggie Smith y Michael Palin y con guión de Malcolm Mowbray y Alan Bennett. Una divertidísima comedia que tiene lugar en 1947, con la Segunda Guerra Mundial ya ganada, pero aún con racionamiento (y lo que le quedaba aún). Un pequeño pueblo de Yorkshire decide criar a un cerdo ilegal para celebrar la boda de la princesa Isabel y todo son complicaciones. Me gustó muchísimo.

domingo, 20 de junio de 2010

Flores y frutas

¡Cuánto tiempo sin flores en el blog! Así que como hoy Manuel ha traído un montón, muchas de ellas nunca vistas, y yo necesito pocas excusas para hacer fotos, he aquí unas cuantas:






De las nunca vistas, todas muy monas, mi preferida sin lugar a dudas ha sido esta de aquí abajo, que Manuel insiste en que ya ha traído otros años, pero que yo no recuerdo haber visto, y creo que la recordaría. Desconozco, como casi siempre, el nombre, pero la delicadeza y originalidad de forma y color me han conquistado.







Y hoy, como complemento de las flores, ha venido cargado también de fruta. Creo que en breve tendremos que hacer alguna receta que incluya ciruelas, porque Manuel ha traído hoy muchísimas y dice que sólo son una mínima parte de las que hay en los árboles.



A mí las ciruelas ni me gustan ni me disgustan, pero las peritas de San Juan me entusiasman. Y estas, naturales 100%, están tan sabrosas que cualquier intento de complementar la producción con peritas de San Juan compradas en la frutería es nefasto: el sabor de las compradas, por buenas que se suponga que son, se parece más al de un trozo de madera que al de estas que trae Manuel de la casita de verano.

Hoy las hemos tomado de postre y nos ha costado - mucho - parar de encadenar una detrás de otra.


viernes, 18 de junio de 2010

Así les va

Ayer me encontré con esto y lo iba a comentar sólo para mis adentros y luego con Manuel, pero al final no he podido morderme la lengua.

Perlas sobre los libros electrónicos sacadas de una conversación/entrevista de El País a cuatro editores: Jorge Herralde (Anagrama), Pilar Reyes (Alfaguara), Jaume Vallcorba (Acantilado) y Joaquim Palau (RBA).

P. Hablando de Internet, la tormenta del año es el libro electrónico.
J. H. Es una falsa tormenta. Me parece más preocupante el estado de la economía en general y su repercusión sobre la industria del libro que la amenaza del libro electrónico. Es un caramelo mediático. El apocalipsis siempre es muy resultón, pero el libro electrónico supone ahora el 3% del mercado en Estados Unidos.
P. En España no llega al 1%.
P. R. Dicen que en 2020 representará el 15%. Es un nuevo formato que nos obliga a pensar en otros términos, pero con esos números cualquier anuncio apocalíptico es falso. Eso sí, hay que estar alerta.

A mí lo que me gusta de este tipo de comentarios es la... no sé cómo llamarla... ¿doble moral? Me refiero a esa superioridad, a ese "estoy por encima de todo, que se preocupen los pobres mortales de los 'caramelos mediáticos'" que luego no impide que el sector editorial pregone a los cuatro vientos que ha dejado de ganar 150 millones de euros a causa de la piratería (que por otra parte es un tipo de cálculo que siempre me hace gracia más que nada porque pueden poner la cifra que les dé la gana, es totalmente aleatorio). A ver, ¿en qué quedamos? Porque es blanco o es negro, pero los dos al mismo tiempo es imposible.

También, menos mal, hay un grupo de editores que se ha tomado esa cifra inventada con un poco más de filosofía: en vez de darse al victimismo han adoptado una actitud mucho más loable y han comentado que esa cifra representa millones de demandas no atendidas correctamente. Por ahí vamos mucho mejor.

Y de nuevo los que no paran de hablar del apocalipsis son ellos y unos cuantos histéricos. El resto de la gente pensamos que son dos formatos que pueden convivir y que convivirán.


J. P. El editor administra contenidos, y seguirá haciéndolo. Si algún día el formato electrónico tiene una importancia notable, bienvenido sea, te aseguro que todos los editores estarán preparados para llevar sus contenidos a ese soporte.

Aparte de lo mucho que me chirría el "si algún día..." y que yo calificaría de dormirse en los laureles (o en términos de los que ellos entienden: cuanto más tarde, más libros le van a piratear y más le va a costar remontar), lo que mas me "gusta" de esta respuesta del señor Joaquim Palau, de RBA, es la primera frase: "El editor administra contenidos, y seguirá haciéndolo", más que nada porque espero que RBA cambie de administrador: recordemos que RBA es la editorial que publica un libro tan bueno como la biografía de Carmen Laforet en unas condiciones tan precarias, por decirlo de alguna forma.


J. V. Todo dependerá de la educación. Si a uno le dan una edición de Proust con las imágenes de localización, van a asesinar la imaginación de la gente. Lo importante no es tanto el medio como la actitud que uno tiene ante las cosas. Para leer necesitas un determinado estado de espíritu. Lo que uno lee en pantalla lo olvida con mayor facilidad. Con el libro electrónico nos puede pasar como con el vídeo: grabamos un montón de películas para luego no verlas jamás.

De esta respuesta lo que me choca muchísimo es que alguien que trabaja en el sector no haya tenido un lector de libros electrónicos en sus manos en todo este tiempo. Digo eso porque es la única explicación que le encuentro a una respuesta tan ignorante y desconocedora de lo que es un lector de libros electrónicos:

1) En caso de que a lo que se refiera sea a una especie de texto enriquecido, habría que recordarle que antes también había enciclopedias con fotos y que, aunque el texto tenga un enlace o lo que sea, a nadie le obligan a hacer clic en él. Nadie abre todos y cada uno de los enlaces de la wikipedia, ¿no? Y moviéndonos quizá (repito: quizá), en un medio que conozca mejor: hay muchas ediciones de libros con notas, al final o a pie de página, que viene a ser más o menos lo mismo que un texto enriquecido.

2) Primero dice que el medio no importa pero luego da a entender que el papel es el mejor medio para leer y que desprende una especie de vibraciones mágicas que no sólo le transmiten a uno el "estado de espíritu" necesario sino que además le ayudan a retener mejor las cosas en la memoria por arte de magia o por ósmosis, qué sé yo.

3) ¡Y dale con lo de leer en una pantalla! A ver si entendemos que hay pantallas y pantallas y que la de los lectores de tinta electrónica (no el iPad que es pantalla retroiluminada como la del ordenador y el móvil) no es una pantalla incómoda de leer en absoluto porque es igualita que un texto impreso, de ahí el nombre: tinta electrónica.

4) Sobre su última puntualización ("Con el libro electrónico nos puede pasar como con el vídeo: grabamos un montón de películas para luego no verlas jamás") me sorprenden dos cosas. La primera es que no sea él el primer interesado en que la gente se deje llevar por el formato y, según la actitud que él prevé, compre masivamente, a lo loco sin molestarse luego en leer. ¿A ellos no les interesa vender y punto? Pues vende y calla, que quien se tiene que preocupar de leer o dejar de leer lo que compra es el lector, ¿o es que los libros de papel traen un control conectado con la editorial que les informa de si el lector lo lee o no? Y la segunda es que si él graba y no ve lo que graba es problema suyo, pero que no infiera que todos somos iguales. En esta casa grabamos (bueno, graba Manuel) un montón de cosas y le aseguro al señor Jaume Vallcorba que se ve absolutamente todo. Eso sí, en DVD no en vídeo, que veo que las "nuevas tecnologías" definitivamente no son su fuerte.


J. P. Eso también pasa con los libros de papel. La información de pantalla es muy útil, pero me cuesta imaginarme a alguien leyendo a Roth o a Alice Munro en pantalla.

Yo no he leído a ninguno de los dos escritores mencionados, pero estoy por leer a alguno de los dos en Rufinito y hacerme una foto para que vean que es posible. ¡Y luego dicen que son las pantallas las que matan la imaginación!

¿Sirve que haya leído a Jane Austen en Rufinito? ¿Que lea poesía de Katherine Mansfield y Philip Larkin en Rufinito? ¿Que Manuel haya leído a Scott Fitzgerald en él? ¿Sigo?

Y ahora viene (en negrita puesta por mí) lo que me decidió definitivamente a escribir esta entrada:


P. ¿No será una cuestión generacional? ¿Creen que alguien que escuche música pero no compre CD y vea cine sin pisar las salas leerá libros en papel?
J. V. ¿Te refieres a escuchar música en un iPod? Se pierde un 60% de la calidad. Un lector solo digital está abocado a un proceso de estupidización imparable.
J. H.
Tal vez sea algo generacional, sí. El que durante toda su vida haya escuchado solo el 40% no va a echar de menos lo que se pierde. No sabemos qué pasará con los llamados nativos digitales.

Me cuesta mucho, mucho comentar esa frase con educación, pero lo voy a intentar.

1) Un texto no es un sonido, la calidad no se pierde según el formato. La mejor poesía del mundo puede escribirse en una servilleta de papel; un texto grabado en oro puede ser terriblemente malo.

2) Con la digitalización, una vez que se amorticen los gastos iniciales, se reducen unos costes que se pueden reutilizar no en llenar más los bolsillos de los directivos, sino en mayor márketing, muchísimas iniciativas que fomenten los hábitos de lectura, la caza de nuevos y futuros best-sellers, etc. Se puede experiementar más, llevarse sorpresas, arriesgarse más. La digitalización no significa que el editor se convierta también en una máquina (aunque una máquina quizá lo haría mejor que algunos, y no miro a nadie) ni que la gente se vaya a poner a leer cualquier texto autopublicado sin más criterio (y ojo que no critico los textos autopublicados; probablemente muchos sean mucho mejores que cosas que se publican en papel y cuestan 20 euros o más).

3) Ya sé que quien dice esta frase memorable no es el señor de RBA, pero me da igual, porque seguramente es también aplicable (no he leído ningún libro de la editorial Acantilado), pero publicar libros plagados de errores tipográficos y faltas de ortografía contribuye, al menos a corto plazo, más a la "estupidización" que la digitalización.

Y sobre el último comentario: ¿qué es eso de que "el que durante toda su vida haya escuchado solo el 40% no va a echar de menos lo que se pierde"? ¿lo aplica también a la digitalización de libros? Porque si es así, la digitalización no quiere decir eliminar toda la literatura previa de la faz de la tierra (de hecho puede implicar justo lo contrario, devolver a la luz aquellos libros descatalogados a los que no hay forma de acceder), con lo cual en el extraño supuesto de que la digitalización bajase la calidad de lo publicado, no se preocupen ustedes, que algún nativo digital tendrá las luces de echar la vista atrás.

En fin, que me parece indignante el grado de confusión (la propia y la que transmiten), ignorancia y no saber hacer de este grupo. El consuelo que me queda es poder decir que con mentes pensantes como estas así les va. Y luego se quejan y no entienden y culpan de todo a la piratería.

jueves, 17 de junio de 2010

Noche de viernes: The Secret Diaries of Anne Lister

Ahora que hay tanta "bioficción" con nombres tipo The Secret Diaries of Charlotte Brontë, The Lost Memoirs of Jane Austen (ambos de Syrie James), The Secret Life of Emily Dickinson (de Jerome Charyn), etc., se agradece que el título de una serie en la misma línea - The Secret Diaries of Miss Anne Lister - tenga una razón de ser, porque "Miss Anne Lister" realmente escribió unos "secret diaries" (de alrededor de cuatro millones de palabras de duración).

A Anne Lister nosotros la conocimos de forma tangencial, como una nota a pie de página en algunas biografías de Emily Brontë (y luego se especuló sobre la posible influencia de su figura en Shirley de Charlotte Brontë): Emily Brontë trabajó durante un periodo de tiempo de no se sabe cuánta duración (a su jefa le molestaron tanto algunos comentarios públicos después de la muerte de Emily Brontë acerca de sus estancia allí que se negó a dar ningún tipo de información) en un colegio dirigido por una tal Miss Patchett, en Law Hill, cerca de Halifax. Allí cerca estaban High Sunderland Hall, ahora ya derruido, que pudo tener cierta influencia arquitectónica sobre la construcción imaginaria de Cumbres borrascosas (la casa) y Shibden Hall, donde vivía Anne Lister. Mucho se ha especulado sobre si Emily Brontë la conocería o no, de vista al menos.

Anne Lister, que vivió entre 1791 y 1840 (con lo cual de haberla conocido Emily, hubiera sido ya hacia el final), era una terrateniente, algo ya chocante en esos tiempos, que además era lesbiana. Y esto no son especulaciones ni leyendas locales, es ahí donde entran en juego sus diarios secretos, escritos, sobre todo aquellos de carácter más íntimo, en clave (clave que se descifró en los años treinta). Son diarios valiosos porque escribía de su día a día, algo ya importante de por sí, pero además porque cuentan una historia social con un giro muy poco habitual.

Así que en vez de comenzar con un nuevo ciclo de Noches de viernes de adaptaciones de un autor concreto, nos decidimos a colar esta serie antes, emitida hace sólo 2-3 semanas en el Reino Unido.

La serie es de la BBC, lo que ya dice todo acerca de la excelente recreación de la época: decorados, vestidos, etc*. Y aunque veo en la wikipedia que las críticas en periódiscos y demás no fueron muy favorables, a nosotros nos gustó. La historia está bien contada, no se cae en un sensacionalismo barato que la historia original, pese a su originalidad (y por lo poco que yo conozco), tampoco tiene. Se cuenta bien el papel de Anne Lister primero como sobrina de los propietarios de Shibden Hall y después como heredera y dueña y señora de la casa. Se cuenta bien la dificultad de su vida privada, se cuentan bien sus historias personales y sus complicaciones. Siempre con los páramos de fondo.

Y sobre todo, los actores son excelentes. Quizá la cara más conocida sea Gemma Jones (madre de Elinor y Marianne en la adaptación de Sentido y sensibilidad de Emma Thompson, madre de Bridget Jones, Madam Pomfrey en Harry Potter, etc.), que hace de tía de Anne Lister, pero el resto, desconocidos para mí, están todos de maravilla, sobre todo, claro, Maxine Peake interpretando a Anne Lister, que hace un papelón, pero que cuenta su historia de forma muy sutil, sin aspavientos.

Nos sorprendió mucho la serie y nos quedamos un poco a cuadros al ver las malas críticas que había recibido.

Ayer empezamos a ver un documental (narrado por Sue Perkins con ciertas dosis de humor, pero serio en el enfoque) que pasaron después, Revealing Anne Lister, para que así, definitivamente, Anne Lister deje de ser una nota a pie de página. Vamos por la mitad o así y está interesante. Muchas cosas, claro, no habían tenido cabida en la adaptación, que se centra sólo en unos cuantos años de la vida de Anne Lister.

Editado al terminar de ver Revealing Anne Lister: un documental fascinante. Como no se cansan de repetir en el propio documental es una visión totalmente diferente al mundo de la Regencia que conocemos a través de Jane Austen (lo cual no quiere decir que el mundo de Jane Austen pierda validez alguna).

* Ya lo he comentado alguna vez, pero es que es muy, muy frustrante ver series históricas o películas para televisión o lo que sean de canales como La 1 donde todo siempre está reluciente y lo que quiere tener aspecto envejecido se ve, más que nada, falso (como los acentos que ponen). Son series que podrían estar bien, al menos por lo que anuncian, pero el aspecto impoluto nos quita las ganas de verlas, lo siento mucho. Manuel lo llama "look Garci" y salió a relucir de nuevo el otro día a raíz de un anuncio de la miniserie Ojo por ojo.

miércoles, 16 de junio de 2010

10



No soy muy dada a hacer tests en el blog ni similares, pero este visto en los blogs de Maelström y de LittleEmily me gustó, quizá porque era muy libre: 10 cosas que me hacen feliz. Me he decantado por 10 pequeñas grandes cosas, algunas ya mencionadas antes en el blog:

- Redescubrir una canción que me gustó mucho y dejé de escuchar durante mucho tiempo sin saber por qué.

- Leer en el sofá con una manta (siempre y cuando haga frío), mejor aun si es con un té humeante cerca. Y aunque no dé para ir al sofá, cualquier día que haya un descanso para el té de la tarde y unas cuantas líneas (o capítulos) de la lectura actual también está bien. Si además hay nubes americanas como en la foto mucho mejor todavía (aclaración, por si acaso: las nubes las tomo aparte, no es que las eche en el té ni nada, como se hace a veces en el chocolate caliente).

- Oír la llave de Manuel en la puerta por las tardes. Y más si, como el otro día, aparece con un libro que yo tenía encargado pero no podía ir a recoger (ya hablaré de él y de algún otro más próximamente) o con una bolsa térmica que lleva dentro dos botes de medio litro de delicioso helado (que aún no hemos abierto, por cierto) como la semana pasada.

- Abrir el buzón y encontrar algo que no sean facturas o cartas del banco o propaganda. Y al hilo de eso: abrir el blog y que haya nuevos comentarios y abrir el correo electrónico y que haya mensajes interesantes que no sean spam o automáticos o cadenas (lo mismo que en el buzón físico, vaya).

- Comprar un libro (o más), tanto si los llevo buscando un tiempo (como pasa últimamente) como si son compras espontáneas (algo que ocurre menos últimamente). Y aunque no las compre siempre (aunque me tientan mucho), las portadas bonitas, sean del libro que sean.

- Atardeceres y amaneceres varios. Un cielo bonito a cualquier hora.

- Las librerías, aunque sean de esas en las que no suelo entrar porque sé que no habrá nada que me interese, y las papelerías, en las que entro con cualquier excusa porque siempre habrá algo en ellas que me interese.

- En Madrid (o en Barcelona, cuando vienen) ver a quienes hace mucho - o poco, en realidad da igual - que no veo.

- Que una receta, sobre todo si es nueva, salga bien y rica.

- Hallazgos varios: desde una tienda hasta una página web, pasando por algo mencionado en un libro o visto en una foto o lo que sea.

# Bonus para estos días: el silencio o la ausencia de ruido. Me doy cuenta de que es como volver a respirar cuando paran los ruidos.

Nada más, si alguien se anima a poner sus 10 cosas en su blog que me lo diga o, si no tiene blog, que las deje en los comentarios.

Y ya para acabar: ¡feliz Bloomsday!

martes, 15 de junio de 2010

Los Beatles como salvavidas

Lo reconozco, soy un ser poco multitarea. Para trabajar, para leer prefiero el silencio (o ruido de fondo en una ciudad) a la música. Más que nada porque tiendo a la distracción y cualquier excusa siempre es buena.

¿Y qué hago entonces cuando el holocausto nuclear llega a la calle y pasan días y días de ruidos infernales sin final a la vista? Pues entonces prefiero la música a los ruidos que taladran la calle, el cerebro y las ideas. Pero claro, tiene que ser una música muy particular: tiene que ser una música cuya letra no conozca y el 90% de mi mente no se sienta en un concierto privado mientras que el otro 10% intenta hacer algo de provecho. Y curiosamente la excepción que confirma la regla de mi memoria para los textos es que la letra de una canción normal se me queda en un abrir y cerrar de ojos (al menos al ritmo de la canción, otra cosa es recordar la letra en frío). Podría ser instrumental, pero de esa mi iPod tiene poca por alguna razón. Así que ahí estaba yo hace unos días deslizando el pulgar por la rueda del iPod en busca de algo poco explorado aún. Y así di con una verdadera joya a la vez que con el mejor salvavidas: los tres volúmenes de la Antología de los Beatles. La había escuchado muy pocas veces (precisamente porque otras veces me decantaba por las canciones más famosas de los Beatles) y pocas veces había llegado hasta el final de la lista de canciones. Así que salvo por las canciones más conocidas, siempre descansos bienvenidos, intercaladas con otras totalmente desconocidas para mí, mi mente tenía suficiente escape del ruido pero ninguna posibilidad de irse de concierto. ¡Perfecto! Y además, igual que las canciones conocidas, los Beatles, en alguna de las 155 canciones, también hacen alguna de las suyas en el estudio o en televisión o en un concierto y me parto de risa ("para la última canción voy a pediros ayuda: los de los asientos baratos dad palmas, los de los asientos caros simplemente sacudid las joyas"). Y 155 no se recorren en un santiamén con lo cual es probable que tarde bastante en saberme las letras y distraerme.

A esa música celestial - y nunca mejor dicho teniendo en cuenta los ruidos que llegan de fuera - hay que sumarle el momento en que hace unos meses Manuel hizo una cartilla de periódico (ya dije alguna vez que era adicto; una pena que la cartilla para el aspirador ese que recorre la casa solo limpiando fuera de pocos cupones y el precio bastante caro) para unos cascos ochenteros de esos de diadema que él en realidad no usa. La epifanía de los Beatles y de los cascos ochenteros fue casi simultánea y qué buena combinación. Los cascos son acolchaditos, comodísimos, envolventes y, mientras hay ruido fuera (hago descansos cuando los obreros descansan, tampoco quiero quedarme sorda), me paseo con ellos por la casa y los Beatles cantándome al oído. Soy la envidia de Mafalda.



Quería acompañar esta entrada con la música de alguna de las canciones prácticamente desconocidas para mí de los Beatles que he descubierto estos días y me han gustado mucho, pero el problema está en que no miro los títulos cuando suenan, así que no sé cómo buscarlas. Me he decantado por una moderadamente conocida puesto que fue el single del segundo volumen de esta antología que me ha salvado los tímpanos y me encanta: Real Love, un pequeño milagro de sonido por el que John Lennon volvió a cantar con sus compañeros (en cambio el primer single del primer volumen, Free As a Bird, también reconstruido por arte de magia, no me gusta nada).



Mención especial, de todos modos, para esta. Por lo visto es la que cantaron en una audición para una discográfica (Decca) que les rechazó (luego les ficharía EMI). El vídeo que acompaña a la canción no se corresponde con la ocasión, que yo sepa.

lunes, 14 de junio de 2010

Tarta enrejada de cerezas

La semana pasada en uno de los comentarios a la tarta bretona, Malglam sugirió que probásemos esta tarta enrejada de cerezas que, siendo de frutas, sobre todo podría gustarle a Manuel. Me gustan los comentarios del blog porque hacen que no parezca que cuando escribo aquí vaya a haber eco y porque suelen aportar algo, ¡cuántos descubrimientos no habrán venido de algún comentario!

Así que le enseñé a Manuel la sugerencia y decidimos que, ya que las cerezas están en plena temporada, era el momento de hacerla, aunque implicase - de nuevo - pasar el trauma de hacer la masa de la tarta.

Ahí estábamos en sábado con las manos en la masa y cada loco con su tema (dos frases hechas seguidas nada menos). Manuel jurando y perjurando que no quería saber más de hacer masas (el día anterior habíamos curioseado a fondo el supermercado y no se nos ocurrió que ninguna de las masas ya hechas sirviera. Hojaldre sería la más parecida, pero la base de las tartas no siempre es de hojaldre, ¿nos estamos perdiendo alguna que nos sirva?) y yo diciendo que, bueno, no era mi actividad preferida, pero que esta vez nos estaba yendo muchísimo mejor que el sábado de la tarta inglesa de almendras. Al menos con esta no hubo ningún momento de "¡pues la tiro a la basura!", que ya es algo. Con las dos bolas de masa hechas y un poco de incredulidad en nuestras caras ante tal proeza, nos pusimos a quitar los huesos de las cerezas. La página de la receta de la tarta daba un método para deshuesar las cerezas "fácilmente" con un clip. Lo dejaremos en que nosotros debemos de ser bastante inútiles y un poco trogloditas porque con el clip no conseguimos nada y acabamos deshuesando a mano unas cerezas que tenían una pinta espectacular (Manuel: ¡eh! si te las comes no tendremos nada para la tarta) y comprobando que nuestra coordinación mano derecha-mano izquierda deja un poco que desear (Cristina: eeeeeh... ¿cómo es que hay una cereza entre los huesos? Manuel: oops. Ambos: se lanzan a revolver entre las cerezas deshuesadas en busca del hueso que obviamente ha caído ahí en lugar de la cereza mientras bromean con la "sorpresa" que sería si no lo encontraran. Aparece por suerte).

La receta sigue su curso y retomamos de nuevo las masas. Poner la de la base se da relativamente bien. Cortar las tiras ya es otro asunto, y de ahí que quedaran tirando a estrechitas. Mirando la imagen de nuestra tarta y recordando las fotos de la receta original decimos que podemos llamar a la nuestra "a favor de la arruga: envejece con dignidad", porque mientras la de la receta original quedaba tersa y lozana, la nuestra queda flojucha y débil. Al horno entre risas y comentarios sobre si habrá botox para tartas.

Sin desmoldar y con el calor que hacía, tardó siglos en enfriarse y ya no la probamos por la noche como es tradición, de ahí que las fotos esta vez sean todas de día. Ayer para desayunar estábamos intrigadísimos.

Manuel la probó primero y le gustó, más las cerezas con la masa que las cerezas sueltas. Yo remoloneé un poco antes de probarla, al fin y al cabo la fruta "asada" sigue sin llamarme demasiado la atención. Probé primero sólo las cerezas, que me parecían como "picantes" y después las cerezas con la masa, que estaban mejor y no sabían "picantes". En fin, que no estuvo mal, pero la fruta "asada" sigue sin ser mi postre preferido. Pero como Manuel era el "destinatario" de la tarta y a él le gustó pues no hay más que hablar.

La pinta, eso sí, con la luz bonita que había ayer por la mañana y el enrejado, cutre y flojucho como nos quedó, resultó muy fotogénica, por lo que si el sabor no fue mi preferido (y ojo que tampoco digo que no me gustase), el aspecto sí que me gustó mucho. Además, como decía Manuel desde que le enseñé la receta la primera vez, era como una tarta de dibujos. Y desde que la sacamos y tardaba en enfriarse Manuel decía siempre que eso era porque no habíamos hecho lo que procedía como en los dibujos animados: ponerla a enfriar en la ventana. Pero entonces, claro, por esa lógica, alguien se la habría llevado, como en los dibujos. Y nos habríamos quedado compuestos y sin tarta (y sin molde, que es el de Habitat que tanto me gusta).

Ayer por la noche: plancha y una de esas películas que de puro actuales podrían haberse rodado el año pasado y a nadie le habría extrañado (o quizá sí que hubiera extrañado: demasiado buena, demasiado soñadora a veces para estos tiempos que corren en que nadie se atreve a despegar los pies del suelo e imaginar - realmente imaginar con lo que tienes alrededor, no hablo de inventarse un mundo nuevo - nada), aunque en realidad se estrenó en 1941: The Devil and Miss Jones (El diablo burlado), con la siempre fantástica Jean Arthur. El "hombre más rico del mundo", indignado al ver que los empleados de una de sus tiendas ahorcan a un monigote suyo como protesta por su situación laboral, se pone a trabajar de incógnito en la misma tienda para llegar al fondo del asunto. Allí empieza saltándose su estricta dieta y termina siendo un hombre diferente. Una joya.

Y enseguida me voy a una revisión al dentista a ver qué opina ella de nuestros sábados de repostería...

viernes, 11 de junio de 2010

The Hand That First Held Mine, de Maggie O'Farrell

Alguna vez ya he comentado - en relación a las portadas de Margaret Forster - lo mucho que me gustan estas portadas de aspecto de collage, si a eso se le suma lo bonito que es este libro debajo de esa cubierta y, supongo que más importante aun, las ganas que tenía de leer algo nuevo de Maggie O'Farrell, The Hand That First Held Mine era, de entrada, el libro perfecto. ¿Y lo mejor de todo? Que al pasar la última página era aun mejor todavía. Cuánto me ha gustado este libro, que es de esos que cierras por última vez con mucha pena, independiemente de si el final es feliz o no, porque tienes que despedirte de unos personajes de esos tan reales que cuesta creer que sean, eso, personajes.

Maggie O'Farrell sigue fiel a su estilo de ir contando historias - la misma o diferentes - en paralelo hasta que ambas se encuentran. Es un estilo que me gusta mucho, que me resulta hipnótico y si además se añade el hecho de que para contar esas historias Maggie O'Farrell se limita a dar pequeñas pinceladas a base de pequeñas anécdotas que es el lector el que tiene que unir para ver toda la historia, ya me tiene ganada. Su forma de narrar es - no encuentro otra palabra - envolvente (como la música que suena en los enormes cascos que llevo puestos para intentar evadirme de los ruidos del holocausto nuclear también llamado "obras" de fuera). Te sumerges en la historia y cuesta mucho salir de ella, por eso pasar la última página es tan traumático y por eso me costaba tanto admitir que me tenía que bajar en la siguiente parada, que tenía que ponerme a hacer la cena o, simplemente, que tenía que apagar la luz y dormir de una vez.

Por si eso fuera poco, aquí se trata, entre otras cosas, el tema de las relaciones y los secretos familiares, tema que me atrae como un imán. Vamos, que Maggie O'Farrell y yo estábamos destinadas a entendernos de nuevo de maravilla en este libro. Y ya digo que así ha sido.

Una parte del libro me recordó mucho a mi libro preferido de Maggie O'Farrell - After You'd Gone - y uno de mis libros preferidos en general. Pero no la encontré repetitiva ni nada, fue simplemente como un sabor preferido que vuelves a probar. Una delicatessen muy triste, eso sí.

Otra de mis cosas preferidas es algo que tiendo a hacer mucho: intentar sobreponer, como si fuera una transparencia, otra época sobre un escenario que sabemos que ha pasado por ella. Las "transparencias superpuestas" de Maggie O'Farrell donde el mobiliario de la redacción de una pequeña revista se va transformando en un café actual, donde un trozo de acera lo pisan "a la vez" una chica de la primera década del siglo XXI y una chica de mediados del siglo XX, donde una marca dejada en una chimenea en los años sesenta o una baldosa agrietada en los años 20 siguen contando - sin que nadie la oiga - una historia son para mí de lo mejorcito de un libro que ya me gustaba de por sí.

Las dos historias paralelas que cuenta The Hand That First Held Mine son la de Lexie, una jovencita que deja su Devon rural natal por el ruido y la originalidad del Soho londinense (¡donde yo compré mis superbotas!) en la década de los años cincuenta y que ya desde el principio se nos advierte que morirá joven, pero sin decir ni cómo ni cuándo (con lo cual cada vez que hace cualquier cosa mínimamente arriesgada hay que contener la respiración) y la historia de Elina, una chica finlandesa instalada en Londres cerca de Hampstead Heath en nuestros días y un poco perdida - física y psicológicamente - entre las montañas de pañales del bebé que acaba de tener. El nexo de las dos historias resultó un poco predecible, pero daba un poco igual, la intriga o el misterio no eran el objetivo de la novela.

En fin, una auténtica joya de lo más recomendable.

Maggie O'Farrell habla del libro aquí (en inglés, claro):



Y la foto que no es de la portada y que es el Soho en los años 50, cuando Lexie caminaba por él, proviene de Wasleso en Flickr, con un montón de fotos de Londres en los años 50, 60 y 70.